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William Morris

CAPÍTULO OCTAVO
Un antiguo amigo



Torcíamos por una linda callejuela donde las ramas de los grandes plátanos casi daban en nuestras cabezas.

Detrás de los árboles había casas bajas y como pegadas las unas a las otras.

- Esto es Long-Acre -me dijo Dick-, que en algún tiempo fue un sembrado. Es raro que cambiando tanto los sitios conserven siempre sus antiguos nombres. Observad qué apretadas están las casas. Y mirad: aún están construyendo más.

- Sí -dijo el viejo-; pero no creo que se haya comenzado a edificar en este sembrado hasta fines del siglo diecinueve, y he oído decir que éste era el sitio más poblado de la ciudad. Pero he de apearme aquí, ciudadanos. Voy a visitar a un amigo mío que vive en los jardines de detrás de Long-Acre. Adiós, pues, y buena suerte, querido Huésped.

Se apeó de un salto y se alejó a grandes pasos, ágil como un joven.

- ¿Qué edad creéis que tiene ese ciudadano? -pregunté a Dick cuando le hubimos perdido de vista, porque era un tipo de viejo seco y robusto como una añosa encina que yo había visto rara vez.

- Unos noventa años o poco menos -respondió Dick.

- ¡Cuánto se debe vivir aquí!

- Ciertamente. Hemos superado los setenta años del viejo libro hebreo Los Proverbios>. Bien que esa edad se refería a Siria, un país caluroso y árido donde la vida es más corta que en nuestro templado clima. ¿Y qué importa ser viejo si se goza de buena salud, si se es feliz, si se vive, en suma? Y ahora, Huésped, estamos tan cerca de la habitación de mi viejo pariente que haréis bien en guardar para él todas las preguntas.

Asentí con un movimiento de cabeza.

Torcíamos a la izquierda, descendiendo por una suave pendiente flanqueada de hermosos jardines llenos de rosas, que me pareció la calle Endell. Anduvimos algo más y Dick aflojó las riendas un momento mientras atravesábamos una larga calle con unos cuantos edificios esparcidos aquí y allá. Dick, señalando con la mano, me dijo:

- Este es el camino de Oxford, éste el de Holborn. En otros tiempos ésta era la parte más poblada de la City, fuera de las antiguas murallas del burgo romano y medieval. Sabemos que muchos miembros de la nobleza feudal tenían grandes casas en ambos lados de Holborn. Quizá recordéis la casa del obispo de Ely de que nos habla Shakespeare en su Ricardo III. Pero avivaremos el paso. Ahora esta calle no tiene importancia porque la antigua ciudad y los muros han desaparecido.

Arreó al caballo, mientras yo lanzaba un lánguido suspiro, y pensaba a lo que habían venido a parar las vanaglorias del siglo diecinueve, que no estaba en la memoria de aquel hombre que leía a Shakespeare y que hablaba de la Edad Media.

Atravesamos la calle, y por una calleja flanqueada también de jardines desembocamos en una amplia avenida que en un lado tenía construcciones que me parecieron edificios públicos. Enfrente había un grande espacio cubierto de verdura sin muro ni verja. Miré entre los árboles y vi a lo lejos un pórtico de columnas que me era familiarmente conocido; era mi antiguo amigo el Museo Británico. Al verle entre tantas cosas extrañas estuve a punto de perder los sentidos, pero me rehice y dejé a Dick que hablase.

- Allá abajo está el Museo Británico, donde habita mi bisabuelo, con quien habréis de hablar largo y tendido. Ese edificio de la izquierda es el Mercado del Museo, donde vamos a entrar unos minutos porque el pobre Gris tiene necesidad de descanso y de cebada; y supongo que estaréis conversando con mi pariente buena parte del día. Además, a deciros verdad, debe de estar aquí una persona a quien tengo grande interés en ver y con la que he de hablar bastante.

Diciendo esto se ruborizó y suspiró placenteramente.

Yo, naturalmente, nada le dije.

Hizo entrar al caballo en un vestíbulo que terminaba en un grande recinto cuadrangular con un sicomoro en cada uno de sus extremos y una saltadora fuente en el centro.

Cerca de la fuente había mostradores resguardados del sol por una tela listada con vivísimos colores, y por doquiera niños y mujeres miraban los productos allí expuestos.

La planta baja del rectángulo estaba circundada por un claustro o soportal, cuya sólida y atrevida arquitectura causó mi admiración. Aunque poca, había alguna gente paseando por él o leyendo sentada en bancos.

Dick, casi como quien da excusas, me dijo:

- Aquí, como en otras partes, hay poco hoy que hacer, el viernes lo veréis bien atrafagado. Después del mediodía viene la música y se coloca en torno de la fuente. Sin embargo, creo que a la hora de comer habrá una regular concurrencia.

Atravesamos el rectángulo, después un vestíbulo hasta llegar a una grande y limpia cuadra donde pronto quedó instalado el viejo rocín, dando cuenta de una abundante ración de forraje.

Salimos, atravesando el mercado, y me pareció que Dick estaba demasiado pensativo. Noté que cuantas personas encontrábamos no dejaban de mirarme con insistencia, lo que no me sorprendía cuando parangonaba mi traje con los suyos.

Cuando alguna vez mi mirada se encontró con la de los curiosos, éstos me saludaban cordialmente.

Ibamos directamente al atrio del Museo, del que, salvo las verjas, que habían desaparecido, y el rumor de los árboles que ahora se oía, nada había cambiado, ni aun las palomas que aún se solazaban en los relieves del frontispicio.

Dick iba bastante distraido, aunque no tanto que dejara de hacer observaciones arquitectónicas.

- Es un viejo edificio algo feo, ¿no es cierto? Muchos pensaron en derribarle y reedificarle, y si el trabajo llegara a escasear debería hacerse. Pero como dirá mi bisabuelo, la cosa no es tan sencilla, porque ahí dentro hay maravillosas colecciones de todo género de antigüedades, y una enorme colección de libros inmensamente bellos, muchos de ellos apreciabilísimos, como memorias auténticas, textos de obras antiguas y otros semejantes, y la preocupación, el enojo y aun el peligro de remover tanta riqueza han salvado el edificio. Además, como ya hemos dicho, no está mal conservar como recuerdo un edificio que nuestros antepasados creían bello y que contiene gran cantidad de trabajo material.

- Conformes -dije-. ¿No convendría que nos apresurásemos a buscar a vuestro bisabuelo?

Relato esto porque se veía claramente que Dick titubeaba.

- Sí -respondió-; dentro de un minuto estaremos en casa. Mi pariente es muy viejo y no puede trabajar mucho en el Museo, donde por tantos años ha sido guardián de libros, pero aún pasa aquí bastante tiempo.

- Verdaderamente -añadió, sonriendo-, creo que se considera a sí mismo como una parte de los libros o a los libros como parte de sí mismo, no sé si lo uno o lo otro.

Titubeó un poco, enrojeció, y cogiendo mi mano y diciendo:

¡Adentro!, me condujo hasta la puerta de una de las antiguas habitaciones oficiales.
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