Índice de Noticias de ninguna parte de William Morris El desayuno en la Casa de los huéspedes - Capítulo terceroNiños en la calle - Capítulo quintoBiblioteca Virtual Antorcha

NOTICIAS DE NINGUNA PARTE

William Morris

CAPÍTULO CUARTO
Un mercado visto al pasar



Nos separamos inmediatamente del río tomando el camino principal que atraviesa Hammersmith, pero yo, a no ser por la proximidad del río, no habría podido decir dónde nos encontrábamos, porque la calle Real había desaparecido y multitud de caminos cruzaban vastos campos de tierra cultivada a modo de jardín.

El Cresk, que atravesamos en seguida, no tenía su primitivo puentecillo, y al cruzar el hermoso puente que le había reemplazado vi sus aguas, aún engrosadas por la marea, surcadas por graciosos barcos de formas diversas. En los alrededores todo eran casas, unas en la calle, algunas en el campo, a las cuales se llegaba por amenos senderos, y otras rodeadas de fértiles jardines. Todas tenían sólida y buena construcción, pero de rústica apariencia como habitaciones de campesinos. Unas estaban edificadas con ladrillo rojo, y las más con madera y tapia de yeso, y todas ellas tan semejantes a las construcciones de la Edad Media, que me parecía vivir en el siglo XIV. Pero esta impresión se disipaba pronto viendo a las gentes cuyos vestidos no tenían nada de moderno.

Casi todos Ilevaban ropas de vivos colores, especialmente las mujeres, que iban tan floridas y eran tan bellas que no podía pasar sin hacérselo notar a mi compañero.

Vi algunas caras pensativas, y en este caso su expresión era muy noble; pero ninguna tenía aires de descontento, y en las más se leía un gozo franco y abierto.

Creí reconocer a Broadway en aquella red de caminos. En el lado septentrional de la calle se destacaba una línea blanca de edificios poco elevados, muy bien construídos y adornados, que contrastaban con la sencillez de las casas vecinas. Sobre estos bajos edificios se elevaba una cubierta de plomo y el extremo del alto muro de una gran sala con rico y espléndido estilo arquitectónico, del cual no podía decirse más que semejaba haber reunido las mejores cualidades del gótico de la Europa septentrional con las bellezas del estilo mudéjar y del bizantino, sin ser precisamente una copia de ninguno de ellos. Al otro lado de la calle había un edificio octogonal cubierto con alto tejado y muy parecido al Baptisterio de Florencia, con la diferencia de que éste estaba rodeado por un pórtico que formaba evidentemente un vestíbulo o soportal muy finamente decorado.

Todo este conjunto de arquitectura que aparecía a nuestra vista en aquel campo abierto no era sólo exquisitamente bello en sí mismo, sino que respiraba tal audacia, tal riqueza de vida, que me produjo alegría. Creo que mi amigo me comprendió, porque se limitó a mirarme con afecto y complacencia. Nos encontrábamos en aquel momento entre una multitud de carros, en los que había hombres, mujeres y niños, todos robustos y bellos, muy lindamente vestidos. Sin duda, aquellos carros, colmados con los más seductores productos del país, estaban destinados al mercado.

Yo dije:

- No tengo necesidad de preguntaros si esto es un mercado, porque lo veo claramente; pero deseo saber qué mercado es este de aspecto tan majestuoso. ¿Y aquella magnífica sala? ¿Y aquel otro edificio situado al Mediodía?

- ¡Oh! -respondió-. Es nuestro mercado de Hammersmith, y celebro que os guste tanto, porque estamos orgullosos de él. La sala es la de nuestras reuniones de ínvierno, que en verano nos reunimos en el campo cerca de Barn Elms. El edificio de la derecha es el teatro, y espero que sea también de vuestro agrado.

- Cierto que lo es -contesté-, y sería un majadero si no me gustase.

- Me alegro que os plazca -replicó, ruborizándose-, porque también he puesto en él mis manos. Yo he hecho sus grandes puertas de bronce damasquinado. Más tarde las daremos un vistazo, porque ahora es necesario seguir adelante. En cuanto al mercado, hoy no es día de actividad y será mejor volver por aquí cuando haya más gente.

Le di las gracias y le dije:

- Pero esta gente, ¿es toda del campo? ¡Qué hermosos niños!

Mientras hablaba fijé la vista en una mujer. Era alta, blanca, con cabellos negros y vestía un gracioso traje gris, adecuado a la estación y al calor del día. Me sonrió afablemente y me pareció que sonreía con mayor dulzura al mirar a Dick.

Interrumpí mi discurso y a los pocos instantes continué:

- Quiero decir que no veo a la gente del campo que esperaba encontrar en un mercado; a la gente que viene a vender.

- No comprendo -dijo-, qué especie de gente esperábais encontrar, ni qué entendéis por gente del campo. Estos son ciudadanos, y como ellos los hay en todo el valle del Támesis. Algunos de ellos son de esas islas un poco más ásperas y más rudas que la nuestra, y esos tienen un aspecto más rudo y más vigoroso que el nuestro. Hay quien los prefiere a nosotros, encontrando que tienen más carácter -esta es la palabra-. Pero es cuestión de gusto. Sea como quiera, el cruzamiento de ellos y de nosotros produce maravillas -y quedó un rato pensativo.

Yo le escuchaba, pero mirando a todas partes. En aquel momento la hermosa mujer aparecía cargada con una canastilla de guisantes.

Experimenté aquella sensación de contrariedad que sufrimos algunas veces cuando encontramos un rostro simpático e interesante que pensamos no volver a ver. Y permanecí en silencio. Al cabo repetí:

- Quiero decir que no he visto ningún pobre en estos contornos; ni uno siquiera.

Arrugó el entrecejo y me miró confuso.

- Pero eso es natural. Cuando uno está enfermo se queda en su casa o, en la mejor hipótesis, pasea despacito por el jardín. ¿Cómo podéis pensar que la gente enferma esté en la calle?

- No -repetí-; no digo enfermos, digo pobres, gente inculta, grosera, indigente.

Sonrió alegremente y replicó:

- No comprendo. Es necesario que lleguemos pronto a casa de mi bisabuelo, que os entenderá mejor. ¡Arre, Gris!

Diciendo esto, sacudió las riendas y trotamos en dirección de oriente.
Índice de Noticias de ninguna parte de William Morris El desayuno en la Casa de los huéspedes - Capítulo terceroNiños en la calle - Capítulo quintoBiblioteca Virtual Antorcha