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William Morris

CAPÍTULO VIGÉSIMOSEXTO
Los disidentes obstinados



Antes de que nos separásemos de aquellos mozuelos vimos dos robustas jóvenes y una mujer que marchaban a lo largo de la ribera del Berkshire, y Dick, queriendo gastar una broma con las jóvenes, les preguntó si no iba con ellas varón alguno para pasar el río y dónde estaba su barco. La más joven de la compañía respondió:

- ¡Oh! Aquéllos han cogido la almadía para transportar piedra.

- ¿Quiénes son aquéllos, cara joven? -preguntó Dick.

Una de las mayores añadió, sonriendo:

- Mejor sería que fueseis a verlo. Mirad allí -y señaló hacia el norte-. ¿No veis que están edificando?

- Veo, y me sorprende que se edifique en esta estación. ¿Cómo es que esas personas no van a segar el heno con vosotras?

En este punto las jóvenes soltaron la risa, y antes de que cesaran, el barco de Berkshire se acercó a la orilla y las jóvenes entraron en él, riendo todavía, mientras los recién llegados nos daban los buenos días. No se habían puesto en camino cuando la joven más alta dijo:

- Perdonad nuestra risa, queridos ciudadanos, pero hemos disputado amistosamente con los albañiles de allá arriba y no tenemos tiempo de relataros toda la historia; id allí y preguntádselo vosotros mismos. Se alegrarán de veros, puesto que no interrumpiréis su trabajo.

Rieron todas de nuevo y nos saludaron con la mano, mientras los barqueros las conducían a la otra orilla, dejándolas en ella.

- Vamos a hacerles una visita -dijo Clara-. Se entiende, Gualterio, que si no tenéis gran prisa por llegar a Strealey.

- ¡Oh, no! -respondió Gualterio-. Me agrada esta dilación para gozar más tiempo de vuestra compañía.

Sujetamos bien el barco y emprendimos la subida por la leve pendiente. Por el camino dije a Dick:

- ¿Qué significaban aquellas risas? ¿De qué broma se trataba?

- Me lo figuro -respondió-. Algunas personas han emprendido allá arriba un trabajo que les interesa muchísimo, por lo que se niegan a tomar parte en la recolección del heno, y como esta recolección es un trabajo fácil y fuerte, y además una verdadera fiesta, aquellas ciudadanas se solazaron despidiéndoles alegremente.

- Comprendo -respondí-. Es como si en tiempos de Dickens unos cuantos jóvenes hubieran trabajado el día de Navidad, negándose a festejarle.

- Así es, con la diferencia de que ahora no importa ser más o menos joven en estos casos.

- ¿Y qué entendéis por trabajo fácil y fuerte?

- El trabajo que ejercita los músculos, los vigoriza y hace que cojáis la cama con gusto; un trabajo que no fatiga ni consume, y que es siempre grato, no abusando de él. Tened en cuenta, sin embargo, que para segar bien se requiere alguna habilidad. Yo, por ejemplo, soy un buen segador.

Hablando así llegamos a la casa en construcción, que no era muy grande y estaba situada en el extremo de un pomar rodeado por un vetusto muro de piedra.

- Ya lo veo -dijo Dick-. ¡Hermoso sitio para edificar! Aquí había una escuálida casa del siglo diecinueve. Me agrada que la reedifiquen; y va toda de piedra, aunque eso no tiene nada de extraordinario en esta parte de la campiña. ¡Y a fe mía que hacen un buen trabajo!Sin embargo, yo no la hubiera construido toda de piedra.

Clara y Gualterio hablaban en tanto con un hombre alto que llevaba la blusa de albañil y tenía en la mano un martillo y un escoplo. Parecía tener cuarenta años, aunque yo creo que sería más viejo. Trabajaban en el zaguán y en los pavimentos una media docena de hombres y dos mujeres, cubiertas con blusas como los varones.

Entretanto, una bellísima mujer que no tomaba parte en el trabajo, vestida con elegante traje azul turquí, se acercaba lentamente a nosotros llevando en su mano labor de malla. Nos dio la bienvenida y nos dijo sonriendo:

- ¿También vosotros habéis venido desde el río para ver a los disidentes obstinados? ¿Dónde vais a segar heno, ciudadanos?

- Derechos a Oxford, a una campiña más retrasada. ¿Y qué parte tenéis entre los disidentes, graciosa ciudadana?

- ¡Oh! -respondió, riendo-. Yo soy una afortunada que no tengo que trabajar; le sirvo de modelo, cuando lo necesita, a nuestra escultora, la ciudadana Felipa; venid a verla.

Nos condujo dentro de la casa, donde una mujer de baja estatura trabajaba con un martillo y un buril en el muro próximo. Parecía tan atenta a su ocupación que no se volvió ni aun cuando nos acercamos a ella; pero una robusta mujer que trabajaba a su lado y tenía un aspecto joven estaba ya en pie mirando con complacencia ora a Dick, ora a Clara. Ninguno de los demás dijeron palabra. Aquella mujer apoyó su mano en la espalda de la escultora y la dijo:

- Felipa, si devoráis así el trabajo pronto habréis acabado, ¿y qué será entonces de vos?

La escultora se volvió rápidamente y vimos la cara de una mujer de cuarenta y tantos años (al menos eso representaba) que dijo un tanto disgustada, aunque con tono dulce:

- No digas tonterías, Catalina, y no me interrumpas más que lo necesario.

- Cuando nos vio nos saludó con una sonrisa-. Gracias por vuestra visita, ciudadanos, y espero que no toméis a descortesía que continúe trabajando, porque he estado enferma e imposibilitada para hacer nada en los meses de abril y mayo, y ahora el aire libre, el sol, el trabajo y la salud son para mí deliciosos y no puedo dejar mi tarea; perdonadme, pues.

Volvió al trabajo, que consistía en esculpir un bajo relieve de flores y de figuras, y continuó hablando entre golpe y golpe de martillo:

- Nosotros creíamos que éste era un excelente sitio para construir una casa. Esto estuvo afeado por un edificio indigno, hasta que hemos determinado construir otro a todo coste; y así ... así ...

Aquí se olvidó de hablar por esculpir; pero el que parecía jefe de los albañiles, un hombre de gran estatura, se acercó a nosotros y nos dijo:

- Sí, ciudadanos, y la hacemos de piedra porque queremos esculpir todo alrededor una corona de flores y figuras. Muchas circunstancias nos han impedido emprender antes esta obra; sobre todo la enfermedad de Felipa, y aunque nuestra corona podría haberse hecho sin ella ...

- Y mucho mejor que ésta -murmuró la escultora, sin volverse.

- Pero es innegable que Felipa es nuestra mejor escultora, y no hubiera estado bien comenzar el trabajo en su ausencia, así que -añadió volviéndose a Dick y a mí-, no era cosa de ir a segar el heno. ¿No os parece, ciudadanos? Pero, ya lo veis, vamos tan adelantados y corremos tanto con este espléndido tiempo, que aún llegaremos a tiempo para la recolección del trigo. ¡Figuráos si nos haremos de rogar! Ahora venid, ciudadanos, y en el norte, el este y a nuestra espalda veréis buenos segadores.

- ¡Viva la fanfarronería! -dijo una voz que partía del piso superior-. Nuestro director cree que segar es un trabajo más difícil que colocar una piedra sobre otra.

Aquella salida causó general hilaridad, en la que tomó parte el aludido. Un pequeño puso una mesita a la sombra de la casa, y a poco volvió con un gran frasco encerrado en mimbres y unos vasos altos. El jefe de los albañiles improvisó unas sillas de piedra y exclamó:

- Vamos, ciudadanos, bebed por la realización de mi fanfarronada, o creeré que no dais fe a lo que digo. ¡Eh, abajo! -gritó a los que estaban encaramados en los andamios-. ¿No queréis beber un trago?

Tres de los trabajadores bajaron en seguida, pero los demás no respondieron, excepto el que interrumpió, que exclamó:

- Perdonadme que no baje, ciudadanos; quiero continuar mi trabajo, porque yo no presumo como el compadre que está con vosotros; pero enviadme un vaso para que le beba a la salud de los segadores.

Naturalmente, Felipa no quiso dejar su trabajo predilecto y vino la otra escultora, que, según supe después, era hija de Felipa, una joven robusta y alta, con cabellos negros, cara de gitana y maneras graves y extrañas. Todos hicieron círculo alrededor de nosotros y chocaron vasos a nuestra salud. La escultora nada quiso, y cuando su hija fue a avisarla, se limitó a encogerse de hombros.

Estrechamos las manos de todos los disidentes obstinados, bajamos la pendiente y volvimos al barco. Antes de que diéramos unos cuantos pasos ya se oía el ruido de las llamas confundiéndose con el zumbido de las abejas y el canto de la alondra en la pequeña llanura de Basildon.
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