Índice de Noticias de ninguna parte de William Morris | El tercer día en el Támesis - Capítulo vigésimoquinto | El río alto - Capítulo vigesimoséptimo | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
NOTICIAS DE NINGUNA PARTE
William Morris
CAPÍTULO VIGÉSIMOSEXTO Antes de que nos separásemos de aquellos mozuelos vimos dos robustas jóvenes y una mujer que marchaban a lo largo de la ribera del Berkshire, y Dick, queriendo gastar una broma con las jóvenes, les preguntó si no iba con ellas varón alguno para pasar el río y dónde estaba su barco. La más joven de la compañía respondió: - ¡Oh! Aquéllos han cogido la almadía para transportar piedra. Una de las mayores añadió, sonriendo: - Mejor sería que fueseis a verlo. Mirad allí -y señaló hacia el norte-. ¿No veis que están edificando? En este punto las jóvenes soltaron la risa, y antes de que cesaran, el barco de Berkshire se acercó a la orilla y las jóvenes entraron en él, riendo todavía, mientras los recién llegados nos daban los buenos días. No se habían puesto en camino cuando la joven más alta dijo: - Perdonad nuestra risa, queridos ciudadanos, pero hemos disputado amistosamente con los albañiles de allá arriba y no tenemos tiempo de relataros toda la historia; id allí y preguntádselo vosotros mismos. Se alegrarán de veros, puesto que no interrumpiréis su trabajo. Rieron todas de nuevo y nos saludaron con la mano, mientras los barqueros las conducían a la otra orilla, dejándolas en ella. - Vamos a hacerles una visita -dijo Clara-. Se entiende, Gualterio, que si no tenéis gran prisa por llegar a Strealey. Sujetamos bien el barco y emprendimos la subida por la leve pendiente. Por el camino dije a Dick: - ¿Qué significaban aquellas risas? ¿De qué broma se trataba? Hablando así llegamos a la casa en construcción, que no era muy grande y estaba situada en el extremo de un pomar rodeado por un vetusto muro de piedra. - Ya lo veo -dijo Dick-. ¡Hermoso sitio para edificar! Aquí había una escuálida casa del siglo diecinueve. Me agrada que la reedifiquen; y va toda de piedra, aunque eso no tiene nada de extraordinario en esta parte de la campiña. ¡Y a fe mía que hacen un buen trabajo!Sin embargo, yo no la hubiera construido toda de piedra. Clara y Gualterio hablaban en tanto con un hombre alto que llevaba la blusa de albañil y tenía en la mano un martillo y un escoplo. Parecía tener cuarenta años, aunque yo creo que sería más viejo. Trabajaban en el zaguán y en los pavimentos una media docena de hombres y dos mujeres, cubiertas con blusas como los varones. Entretanto, una bellísima mujer que no tomaba parte en el trabajo, vestida con elegante traje azul turquí, se acercaba lentamente a nosotros llevando en su mano labor de malla. Nos dio la bienvenida y nos dijo sonriendo: - ¿También vosotros habéis venido desde el río para ver a los disidentes obstinados? ¿Dónde vais a segar heno, ciudadanos? Nos condujo dentro de la casa, donde una mujer de baja estatura trabajaba con un martillo y un buril en el muro próximo. Parecía tan atenta a su ocupación que no se volvió ni aun cuando nos acercamos a ella; pero una robusta mujer que trabajaba a su lado y tenía un aspecto joven estaba ya en pie mirando con complacencia ora a Dick, ora a Clara. Ninguno de los demás dijeron palabra.
Aquella mujer apoyó su mano en la espalda de la escultora y la dijo: - Felipa, si devoráis así el trabajo pronto habréis acabado, ¿y qué será entonces de vos? La escultora se volvió rápidamente y vimos la cara de una mujer de cuarenta y tantos años (al menos eso representaba) que dijo un tanto disgustada, aunque con tono dulce: - No digas tonterías, Catalina, y no me interrumpas más que lo necesario. Volvió al trabajo, que consistía en esculpir un bajo relieve de flores y de figuras, y continuó hablando entre golpe y golpe de martillo: - Nosotros creíamos que éste era un excelente sitio para construir una casa. Esto estuvo afeado por un edificio indigno, hasta que hemos determinado construir otro a todo coste; y así ... así ... Aquí se olvidó de hablar por esculpir; pero el que parecía jefe de los albañiles, un hombre de gran estatura, se acercó a nosotros y nos dijo: - Sí, ciudadanos, y la hacemos de piedra porque queremos esculpir todo alrededor una corona de flores y figuras. Muchas circunstancias nos han impedido emprender antes esta obra; sobre todo la enfermedad de Felipa, y aunque nuestra corona podría haberse hecho sin ella ... Aquella salida causó general hilaridad, en la que tomó parte el aludido. Un pequeño puso una mesita a la sombra de la casa, y a poco volvió con un gran frasco encerrado en mimbres y unos vasos altos. El jefe de los albañiles improvisó unas sillas de piedra y exclamó: - Vamos, ciudadanos, bebed por la realización de mi fanfarronada, o creeré que no dais fe a lo que digo. ¡Eh, abajo! -gritó a los que estaban encaramados en los andamios-. ¿No queréis beber un trago? Tres de los trabajadores bajaron en seguida, pero los demás no respondieron, excepto el que interrumpió, que exclamó: - Perdonadme que no baje, ciudadanos; quiero continuar mi trabajo, porque yo no presumo como el compadre que está con vosotros; pero enviadme un vaso para que le beba a la salud de los segadores. Naturalmente, Felipa no quiso dejar su trabajo predilecto y vino la otra escultora, que, según supe después, era hija de Felipa, una joven robusta y alta, con cabellos negros, cara de gitana y maneras graves y extrañas. Todos hicieron círculo alrededor de nosotros y chocaron vasos a nuestra salud. La escultora nada quiso, y cuando su hija fue a avisarla, se limitó a encogerse de hombros. Estrechamos las manos de todos los disidentes obstinados, bajamos la pendiente y volvimos al barco. Antes de que diéramos unos cuantos pasos ya se oía el ruido de las llamas confundiéndose con el zumbido de las abejas y el canto de la alondra en la pequeña llanura de Basildon.
Los disidentes obstinados
- ¿Quiénes son aquéllos, cara joven? -preguntó Dick.
- Veo, y me sorprende que se edifique en esta estación. ¿Cómo es que esas personas no van a segar el heno con vosotras?
- ¡Oh, no! -respondió Gualterio-. Me agrada esta dilación para gozar más tiempo de vuestra compañía.
- Me lo figuro -respondió-. Algunas personas han emprendido allá arriba un trabajo que les interesa muchísimo, por lo que se niegan a tomar parte en la recolección del heno, y como esta recolección es un trabajo fácil y fuerte, y además una verdadera fiesta, aquellas ciudadanas se solazaron despidiéndoles alegremente.
- Comprendo -respondí-. Es como si en tiempos de Dickens unos cuantos jóvenes hubieran trabajado el día de Navidad, negándose a festejarle.
- Así es, con la diferencia de que ahora no importa ser más o menos joven en estos casos.
- ¿Y qué entendéis por trabajo fácil y fuerte?
- El trabajo que ejercita los músculos, los vigoriza y hace que cojáis la cama con gusto; un trabajo que no fatiga ni consume, y que es siempre grato, no abusando de él. Tened en cuenta, sin embargo, que para segar bien se requiere alguna habilidad. Yo, por ejemplo, soy un buen segador.
- Derechos a Oxford, a una campiña más retrasada. ¿Y qué parte tenéis entre los disidentes, graciosa ciudadana?
- ¡Oh! -respondió, riendo-. Yo soy una afortunada que no tengo que trabajar; le sirvo de modelo, cuando lo necesita, a nuestra escultora, la ciudadana Felipa; venid a verla.
- Cuando nos vio nos saludó con una sonrisa-. Gracias por vuestra visita, ciudadanos, y
espero que no toméis a descortesía que continúe trabajando, porque he estado enferma e imposibilitada para hacer nada en los meses de abril y mayo, y ahora el aire libre, el sol, el trabajo y la salud son para mí deliciosos y no puedo dejar mi tarea; perdonadme, pues.
- Y mucho mejor que ésta -murmuró la escultora, sin volverse.
- Pero es innegable que Felipa es nuestra mejor escultora, y no hubiera estado bien comenzar el trabajo en su ausencia, así que -añadió volviéndose a Dick y a mí-, no era cosa de ir a segar el heno. ¿No os parece, ciudadanos? Pero, ya lo veis, vamos tan adelantados y corremos tanto con este espléndido tiempo, que aún llegaremos a tiempo para la recolección del trigo. ¡Figuráos si nos haremos de rogar! Ahora venid, ciudadanos, y en el norte, el este y a nuestra espalda veréis buenos segadores.
- ¡Viva la fanfarronería! -dijo una voz que partía del piso superior-. Nuestro director cree que segar es un trabajo más difícil que colocar una piedra sobre otra.Índice de Noticias de ninguna parte de William Morris
El tercer día en el Támesis - Capítulo vigésimoquinto El río alto - Capítulo vigesimoséptimo Biblioteca Virtual Antorcha