Índice de Noticias de ninguna parte de William Morris Támesis arriba. Segunda jornada - Capítulo vigésimocuartoLos disidentes obstinados - Capítulo vigésimosextoBiblioteca Virtual Antorcha

NOTICIAS DE NINGUNA PARTE

William Morris

CAPÍTULO VIGÉSIMOQUINTO
El tercer día en el Támesis



Cuando descendimos al barco la siguiente mañana, Gualterio no podía abandonar el tema de la noche anterior y confiaba en que, aun no pudiendo conducir al desgraciado homicida más allá del mar, habría modo de enviarle a vivir solo en otra región vecina y él mismo lo propondría.

Dick, y lo digo porque propuso un extraño remedio, manifestó así su opinión:

- Amigo Gualterio, ¿no os parece que hacerle vivir solo es obligarle a estar siempre rumiando la tragedia ocurrida? El estar pensando siempre en ella fortificará en él la idea de haber cometido un delito y acabará por matarse.

- No lo creo -dijo Clara-. A decir lo que pienso, me parece que por ahora lo mejor es dejarle sumergido en su dolor; cuando despierte verá que no había motivo para descorazonarse tanto y volverá a ser feliz. Respecto del suicidio, no tengáis cuidado, porque, si como nos habéis dicho, está verdaderamente enamorado, no sólo se sentirá estrechamente ligado a la vida en tanto no esté satisfecho su amor, sino que dará a todos los acontecimientos de la vida una importancia suprema y casi identificándose con ellos, y aun creo que por esta razón considera la cosa por el lado más trágico.

Gualterio estuvo un rato pensativo y después dijo:

- Sí, quizá tengáis razón, y nosotros hemos debido tomar el asunto más a la ligera; pero ¿qué queréis, querido Huésped? -dijo, volviéndose a mí-; son hechos que ocurren tan raras veces que damos mucha importancia a cada caso. Por lo demás, todos estamos dispuestos a evitar a nuestro amigo la pena excesiva que se ocasiona, considerando que lo hace por un respeto acaso exagerado a la vida y al bienestar humano. Pero basta; acabemos con este asunto. Os ruego que me deis sitio en vuestro barco, porque es preciso que, como se ha convenido, busque una habitación solitaria para el pobre compañero. He oído decir que hay una a propósito para nuestro caso en los arenales de más allá de Streatley, y si queréis conducirme a aquella orilla, me acercaré a verla.

- ¿Y está desaocupada esa casa?

- No -respondió Gualterio-; pero el hombre que habita en ella nos la dejará cuando le digamos lo que necesitamos. Ved; creemos nosotros que el aire fresco del arenal y la misma desnudez del paisaje producirán buenos efectos a nuestro amigo.

- Sí -añadió Clara-, y además no estará tan lejos de su amada que no puedan encontrarse, si así lo quieren, que sí lo querrán.

Así hablando entramos en el barco y pronto bogábamos por el hermoso río, dirigiendo Dick la proa a las aguas encrespadas en aquella mañana estival; aún no eran las seis. En poco tiempo alcanzamos la esclusa. Me maravillé viendo que aún funcionaban esclusas de un sistema tan rústico y sencillo, y dije:

- Me ha extrañado al pasar por las esclusas que vosotros, gentes prósperas y solícitas en buscar trabajo agradable, no hayáis prescindido de estos groseros expedientes, buscando otros menos primitivos.

Dick contestó, riendo:

- Querido amigo, mientras el agua tenga la mala costumbre de correr hacia abajo, sospecho que habremos de acudir a estos recursos para subir, volviendo la espalda al mar. En verdad, no acierto a comprender por qué sois contrario a la esclusa de Maple-Durham. ¡Es un sitio tan bonito!

Pensé que esta última afirmación no admitía duda, mirando las ramas de los grandes árboles proyectarse en el agua y el sol fulgurando entre las hojas y oyendo el canto de los mirlos, mezclado con el rumor de la vecina esclusa. Y así, reflexionando que no podía decir por qué habían de desaparecer las esclusas, cosa que estaba bien lejos de mi pensamiento, me callé. Pero Gualterio añadió:

- Huésped, ésta no es época de invenciones. Lo fue la época pasada, pero ahora sólo utilizamos las invenciones que son cómodas y abandonamos las demás. Creo que en otro tiempo (no puedo precisar la fecha) se usaba en las esclusas una máquina bastante complicada y bastante embarazosa, y pienso que estas sencillas esclusas son más prácticas y se las puede componer más fácilmente porque los materiales que las forman están siempre a mano.

- Además -dijo Dick-, esta clase de esclusas es bonita, y yo no puedo dejar de pensar en que vuestras esclusas mecánicas, con cuerda como los relojes, serían muy feas y perturbarían la belleza del río. Todo esto me parece razón bastante para dejar las esclusas como están. ¡Adiós, vieja compañera! -añadió, volviéndose a la esclusa y empujando la compuerta que había abierto con un gancho-. Vive muchos años y que veas renovada para siempre tu verde vejez.

Proseguimos. El agua tenía para mí el aspecto de los tiempos en que la civilización no había impreso su sello en Pangbourne, que era una aldehuela, esto es, un gracioso grupo de casas. Los bosques de hayas cubrían aún las colinas hasta más arriba de Basildon, pero los campos de las llanuras vecinas estaban tan poblados como jamás los había visto, porque se atisbaban hasta cinco grandes casas de una arquitectura que no contrastaba con el aspecto general del país. Más allá, en la verde orilla del río, precisamente donde la corriente se vuelve hacia los brazos llamados Goring y Streatley, había como media docena de muchachos que se solazaban en la hierba. Cuando pasábamos nos saludaron con la mano porque pensaron que éramos viajeros, y nosotros nos detuvimos un momento para hablar con ellos. Se habían bañado y estaban ligeramente vestidos y con los pies desnudos. Se dirigían al Berkshire, donde había comenzado la siega, y esperando que viniese a buscarlos la almadía, pasaban alegremente el tiempo en la ribera. Querían a todo trance que fuésemos con ellos a los campos y que comiéramos juntos; pero Dick se mantuvo firme en su resolución de que habíamos de comenzar la recolección del heno allí arriba y de que no debía malograr mi placer con cataduras y hubieron de ceder de mala gana. En cambio me hicieron infinitas preguntas acerca del país de donde venía y del modo de vivir en él, que me ocasionaron no pocos embarazos, bien que mis respuestas no fuesen para ellos menos embarulladas. Noté en aquellos graciosos muchachos y en los otros que encontré que, a falta de asuntos serios, como, por ejemplo, el de Maple-Durham, discurrían con viveza respecto de los menudos particulares de la vida, como el tiempo, la cosecha de heno, la última construcción, la abundancia o la escasez de este o del otro pájaro ... y hablaban de estas cosas no de un modo fatuo y convencional, sino con verdadero interés. Además observé que las muchachas nada tenían que envidiar a los varones en estos conocimientos, y hablando, verbi gracia, de una flor, demostraban conocer sus cualidades, como no ignoraban las costumbres de los pájaros, de los peces y de otros seres. Tanta diferencia de inteligencia me hizo considerar la vida del campo en aquel tiempo como muy diversa de la del pasado, cuando se decía, y era verdad, que los trabajadores campesinos no sabían nada del campo o eran incapaces de hablar de él, mientras que los agricultores presentes unían a sus conocimientos de las cosas del campo el ardor de señores refinados, escapados hacía poco de las nubes de cal y de ladrillo.

Ahora debo añadir un detalle merecedor de ser notado: No sólo parecía que hubiese gran cantidad de pájaros, sino que también se encontraba con frecuencia a sus enemigos, las aves de rapiña. Un milano volaba sobre nuestras cabezas cuando pasábamos ayer por Meadmenham, las urracas poblaban en multitudes las malezas, y aún me pareció ver un azor. Y ahora, al pasar bajo el hermoso puente qUe había sustituido al del ferrocarril en Basildon, una bandada de cuervos graznó sobre nuestro barco, desplegando sus alas en dirección a los altos arenales. De todo esto deduje que en aquella época no existía la caza y creí inútil preguntar a Dick.
Índice de Noticias de ninguna parte de William Morris Támesis arriba. Segunda jornada - Capítulo vigésimocuartoLos disidentes obstinados - Capítulo vigésimosextoBiblioteca Virtual Antorcha