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William Morris

CAPÍTULO UNDÉCIMO
El gobierno



- Ahora -dije- ha llegado el momento de interrogaros acerca de cuestiones a las cuales creo que me daréis respuestas ávidas y que serán un tanto escabrosos los comentarios; hace un rato que había previsto que debía hacer esas preguntas, y allá van. ¿Qué clase de gobierno tenéis? ¿Ha triunfado al fin el republicanismo, o vivís bajo una dictadura que muchos profetizaban en el siglo diecinueve como la última fase de la democracia? Verdaderamente esta última hipótesis me parece absurda, desde el instante en que he visto el Parlamento convertido en mercado de estiércol. En el caso contrario, ¿dónde habéis instalado el Parlamento actual?

El viejo contestó a mi sonrisa con una cordial carcajada, y me respondió:

- ¡Bah! El estiércol no es la peor especie de corrupción, porque de ella puede nacer la fertilidad, en tanto que de la otra clase de mercancía que encerraban aquellos muros sólo nacía la esterilidad. Caro Huésped, permitidme que os diga que nuestro Parlamento sería difícil de instalar en un solo sitio, porque el pueblo entero es nuestro Parlamento.

- No comprendo.

- Lo creo. Y ahora preparaos a maravillaros, porque voy a deciros que no tenemos nada de lo que vosotros, los nacidos en otro planeta, llamaríais Gobierno.

- No me sorprendo tanto como creéis, porque tengo algún conocimiento de lo que son los gobiernos. Pero, decidme, ¿cómo ordenáis las cosas? ¿Cómo habéis llegado a este estado?

- Es cierto que nuestros asuntos nos obligan a adoptar medidas, acerca de las cuales me podéis preguntar, y es asimismo verdaú que no todo el mundo está de acuerdo en los detalles de esas medidas; pero no es menos verdad que no necesitamos de un complicado sistema de gobierno, con ejército, marina y policía para obligar a cada uno a someterse a la voluntad de la mayoría de sus iguales, lo mismo que no se siente la necesidad de un mecanismo que haga entender a cada uno que su cabeza y un muro de piedra no pueden ocupar un mismo sitio en un mismo momento. ¿Queréis más explicaciones?

- Sí, sí, os lo ruego.

El viejo Hammond se instaló cómodamente en su sillón con un aspecto tan satisfecho que me alarmó, haciéndome temer una larga disertación científica; suspiré y esperé.

- Yo creo que sabéis bien cuál era la naturaleza del gobierno en los malos tiempos antiguos.

- Es de suponer que lo sepa.

- ¿Quién era el gobierno? ¿Lo era el Parlamento? ¿Lo era una parte de él?

- No.

- ¿No era el Parlamento, de una parte, algo así como un Comité de vigilancia encargado de que los intereses de las clases superiores no sufrieran daños, y al propio tiempo una especie de máscara para engañar al pueblo, haciéndole creer que tenía una parte en la administración de los negocios?

- La historia parece demostrarlo.

- ¿Y hasta qué punto administraba el pueblo sus negocios?

- Creo, por lo que he oído, que alguna vez obligaba al Parlamento a dar leyes, esto es, a legalizar hechos ya realizados.

- ¿No hacía nada más?

- Creo que no. Lo que sé es que si el pueblo hacía alguna tentativa para tomar en sus manos la causa, la causa de sus quejas, la ley intervenía diciendo: esto es sedición, revolución u otras cosas, y asesinaba y torturaba a los jefes de semejantes tentativas.

- Entonces, si el Parlamento no era el gobierno, ni lo era el pueblo, ¿quién era el gobierno?

- ¿Podéis decírmelo?

- Creo que no nos equivocaremos mucho diciendo que el gobierno era el poder judicial apoyado por el poder ejecutivo, valiéndose los dos de la fuerza bruta que el engañado pueblo le suministraba, y que utilizaba para su servicio exclusivo, quiero decir, el ejército, la armada y la policía.

- Todo hombre de buen sentido reconocerá que tenéis razón.

- Y los Tribunales, ¿eran realmente sitios donde se administrase justicia según las ideas de la época? ¿Tenían los pobres modo de defender su persona y su propiedad?

- Es un hecho notorio que los ricos consideraban un litigio como una verdadera calamidad, aun en el caso de salir vencedores ... y que se consideraba como un milagro de equidad y de generosidad que un pobre escapase de la prisión y de la ruina total cuando caía en las garras de la ley.

- Parece, pues, hijo mío, que el gobierno, con los Tribunales de justicia y con la Policía -verdadero gobierno del siglo diecinueve-, no era una grata maravilla ni aun para los hombres de aquel tiempo, sometidos a un régimen de clases que proclamaba la desigualdad y la pobreza como una ley divina y como un lazo que mantenía unido al mundo.

- Así parece.

- Y ahora que todo ha cambiado, cuando el derecho de propiedad -que autorizaba a un hombre a crispar los puños sobre un montón de mercancías, diciendo a los demás ¡esto no os pertenece!- ha desaparecido, hasta el punto de que nadie entiende tales absurdos, ¿pensáis que pueda subsistir un gobierno?

- Es imposible.

- Sí, felizmente. Mas, aparte de la protección de los ricos contra los pobres, del fuerte contra el débil, ¿qué otro objeto tenía el gobierno?

- Se decía que su oficio era defender a los ciudadanos contra los ataques de otros pueblos.

- Se decía, pero ¿podía esperarse que nadie lo creyera? Por ejemplo, ¿ha defendido el gobierno inglés al ciudadano de Inglaterra contra el gobierno francés?

- Así se decía.

- Entonces, si los franceses hubiesen invadido a Inglaterra y la hubieran conquistado, no habrían permitido a los obreros ingleses vivir bien.

Reí de buena gana y contesté:

- Por lo que puedo entender, diré que los patronos ingleses de trabajadores ingleses sacaban todo el provecho posible de sus obreros escatimándoles hasta los medios de subsistencia.

- Y si los franceses hubiesen conquistado a Inglaterra, ¿no se los habrían escatimado más todavía?

- No lo creo, porque en tal caso los obreros ingleses habrían muerto de hambre, y entonces la conquista hubiese arruinado a los franceses, del mismo modo que si los caballos y los ganados ingleses hubieran muerto por falta de alimentación. De suerte que los obreros ingleses no habrían empeorado con la conquista porque los patronos franceses no podían sacar de ellos más que los ingleses.

- Es verdad; y hemos de reconocer que la pretensión del gobierno de proteger a las gentes pobres -es decir, útiles- contra los habitantes de los otros países, no conducía a nada. Pero esto era natural, porque ya hemos visto que la función del gobierno consistía en proteger a los ricos contra los pobres. ¿Y no defendía el gobierno a los hombres ricos contra las demás naciones?

- No recuerdo haber oído decir que los ricos tuviesen necesidad de esa defensa; porque se decía que aun cuando dos naciones estuviesen en guerra, los ricos de ambos países seguían comerciando entre sí, y aun vendían armas para matar a sus propios compatriotas.

- En suma; la consecuencia es la siguiente: que el llamado gobierno protector de la propiedad con sus Tribunales de justicia destruía la riqueza, y que lo mismo significaba la defensa de un país contra otro por medio de la guerra o por medio de su amenaza.

- No puedo negarlo.

- Entonces, ¿el gobierno existía en realidad para destruir la riqueza?

- Así parece, y sin embargo ...

- Sin embargo, ¿qué?

- Que había muchas gentes ricas en aquel tiempo.

- ¿Y no veis las consecuencias de este hecho?

- Creo verlas; pero explicádmelas.

- Si el gobierno no hacía más que destruir riqueza, el país debía ser pobre. ¿No es cierto?

- Naturalmente.

- Pero a pesar de tanta pobreza, las personas en favor de las cuales funcionaba el gobierno querían ser ricas a toda costa.

- Precisamente.

- ¿Y qué debe ocurrir en un país pobre donde unos cuantos exigen riqueza a expensas de los demás?

- Una pobreza inaudita para los demás. ¿Entonces toda esta miseria estaba causada por el destructor gobierno de que hemos hablado?

- No; decir eso sería ser inexacto. El gobierno mismo no era más que el resultado necesario de la tiranía insaciable, sin límites de aquellos tiempos; era el mecanismo de la tiranía. Ahora la tiranía ha concluído y no hay necesidad de semejante mecanismo; no podríamos servirnos de él, puesto que somos libres. Luego, en el sentido que dais a la palabra nosotros no tenemos gobierno. ¿Comprendéis ahora?

- Sí; pero aún he de preguntaros cómo vosotros, hombres libres, reguláis los asuntos.

- Con mucho gusto; preguntad.
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