Índice de Noticias de ninguna parte de William Morris Presentación de Omar CortésUn baño matutino - Capítulo segundoBiblioteca Virtual Antorcha

NOTICIAS DE NINGUNA PARTE

William Morris

CAPÍTULO PRIMERO
Discusión y sueño



Aquella noche -contaba nuestro amigo- hubo en la Liga una discusión asaz empeñado respecto de lo que acontecería al día siguiente de la revolución, discusión terminada con una viva exposición del respectivo concepto de la futura sociedad en pleno funcionamiento, hecha por todos los distintos amigos.

La discusión -dado el tema- fue bastante correcta, sin duda porque los individuos presentes estaban habituados a las asambleas públicas y al cambio de observaciones que sigue a las conferencias. Indudablemente, nadie escuchaba las opiniones de los demás -lo que en razón no podía exigirse-, pero no hablaban todos a un tiempo como es costumbre entre gentes de la buena sociedad cuando se trata de algo que les interesa. Estaban reunidas hasta seis personas, lo que equivale a decir que tenían representación seis fracciones de la Liga, cuatro de ellas con opiniones anarquistas avanzadas, aunque diversas.

Una de las fracciones, esto es, uno de los individuos, a quien yo conozco muy particularmente -decía nuestro amigo-, estuvo sin abrir la boca en los comienzos de la discusión, pero después se dejó arrastrar, y terminó por levantar la voz y por tratar a los demás de idiotas. Se produjo gran tumulto, restablecióse después la calma, y la fracción a que me refiero dio amablemente las buenas noches y abandonó la sala para trasladarse a su casa, enclavada en el arrabal del Oeste, utilizando los medios de transporte a que la civilización nos ha acostumbrado.

Sentado en ese baño de vapor de humanos prensados y molestos que llaman vagón del ferrocarril subterráneo, principió como los demás viajeros a cocer a fuego lento, y al propio tiempo, descontento de sí mismo, pensaba en los numerosos argumentos excelentes y definitivos que había tenido en la punta de la lengua y que había olvidado en la reciente discusión. Pero estaba tan hecho a semejante estado de ánimo, que el disgusto por no haber sabido conservar la sangre fría duró poco, y prosiguió reflexionando respecto del tema discutido:

- ¡Si yo pudiera verlo un día nada más -decía entre sí-, sólo un día!

El tren paró en una estación a cinco minutos de su casa, situada en las orillas del Támesis, un poco más allá de un feo y pesado puente colgante.

Salió del andén, siempre preocupado, y murmurando:

¡Si pudiese verlo; nada más que verlo! ..., pero no bien dio unos pasos hacia el río cuando toda la preocupación se borró de su pensamiento.

Hacía una espléndida noche de principios de invierno, y el aire, sin ser frío, era lo bastante vivo para reanimarle después del calor del vagón y de la picazón del humo. El viento, que del Oeste saltó ligeramente al Norte, había limpiado el cielo de nubes, salvo una o dos leves manchas que descendían rápidamente en el horizonte. La luna, en atilado cuarto creciente, se mostraba a mitad de su camino hacia el zenit cuando pudo atisbarla a través de las ramas de un enorme y secular olmo, así que apenas reconoció el sórdido arrabal de Londres en que se encontraba y experimentó la sensación de hallarse en alguna agradable campiña, tan agradable como tétrico era aquel arrabal.

Se llegó al borde del río y desde el alto parapeto pudo observar el agua, moviéndose en fuertes oleadas por la marea alta, descendiendo hasta Chiswick Eyot y cabrilleando a la luz de la luna. Apenas puso atención en el pasado puente, pero se sorprendió por un momento al no ver el reflejo de sus faroles en el río. Entonces se volvió hacia la puerta de su casa y entró. No bien cerró la puerta cuando desapareció de su mente el recuerdo de la lógica brillante y de la perspicacia que habían hecho tan luminoso el debate, y de toda la discusión no quedó en su ánimo más que el rastro de una vaga y grata esperanza en días de paz, de reposo, de pureza y de dulce benevolencia.

En semejante estado de ánimo se metió en la cama, y al cabo de dos minutos dormía como de costumbre; pero, contra lo habitual, poco después se despertó en ese estado de duerme-vela en que caen a veces hasta los más dormilones, curioso estado en que nuestras facultades parecen aguzarse de un modo sobrenatural, y todas las miserias, vergüenzas y penas de nuestra vida comparecen ante nosotros.

En semejante estado llegó hasta sentir placer, y el recuerdo de todas las locuras y tonterías de su vida, desfilando ante él, llegaron a convertirse en una divertida historia.

Oyó la una, después las dos y más tarde las tres, y, por fin, se durmió de nuevo. Nuestro amigo dice que se despertó también de este sueño y que pasó por tan extrañas y maravillosas aventuras que merecen ser narradas, no sólo a los camaradas, sino al público, y me propone a mí hacerlo.

Lo mejor será que yo cuente todo como si me hubiera acaecido a mí, cosa fácil, porque comprendo bien los sentimientos y los deseos de mi amigo.
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