Presentación de Omar CortésHistoria de El-Aschar, quinto hermano del barberoHistoria de Ghanem ben-Ayub y de su hermana FetnahBiblioteca Virtual Antorcha

LAS MIL Y UNA NOCHES

XXXII


Historia de Schakalik, sexto hermano del barbero
(Contada por el barbero)






Se llama Schakalik o el Tarro hendido, ¡oh Comendador de los Creyentes! Y a este hermano mío le cortaron los labios a consecuencia de circunstancias extremadamente asombrosas.

Porque Schakalik, mi sexto hermano, era el más pobre de todos nosotros, pues era verdaderamente pobre. Y no hablo de los cien dracmas de la herencia de nuestro padre, porque Schakalik, que nunca había visto tanto dinero junto, se comió los cien dracmas en una noche, acompañado de la gentuza más deplorable del barrio izquierdo de Bagdad.

No poseía, pues, ninguna de las vanidades de este mundo, y sólo vivía de las limosnas de la gente que lo admitía en su casa por su divertida conversación y por sus chistosas ocurrencias.

Un día entre los días había salido Schakalik en busca de un poco de comida para su cuerpo extenuado por las privaciones, y vagando por las calles se encontró ante una magnífica casa, a la cual daba acceso un gran pórtico con varios peldaños. Y en estos peldaños y a la entrada había un número considerable de esclavos, sirvientes, oficiales y porteros. Y mi hermano Schakalik se aproximó a los que allí estaban y les preguntó de quién era tan maravilloso edificio, y le contestaron: Es propiedad de un hombre que figura entre los hijos de los reyes.

Después se acercó a los porteros, que estaban sentados en un banco en el peldaño más alto, y les pidió limosna en el nombre de Alá. Y le respondieron: ¿Pero de dónde sales para ignorar que no tienes más que presentarte a nuestro amo para que te colme en seguida de sus dones?

Entonces mi hermano entró y franqueó el gran pórtico, atravesó un patio espacioso, y un jardín poblado de árboles hermosísimos y de aves cantoras. Lo rodeaba una galería calada con pavimento de mármol, y unos toldos le daban frescura durante las horas de calor. Mi hermano siguió andando y entró en la sala principal, cubierta de azulejos de colores verde, azul y oro, con flores y hojas entrelazadas. En medio de la sala había una hermosa fuente de mármol, con un surtidor de agua fresca, que caía con dulce murmullo. Una maravillosa estera de colores alfombraba la mitad del suelo, más alta que la otra mitad, y reclinado en unos almohadones de seda con bordados de oro se hallaba muy a gusto un hermoso jeque de larga barba blanca y de rostro iluminado por benévola sonrisa.

Mi hermano se acercó, y dijo al anciano de la hermosa barba: ¡Sea la paz contigo!

Y el anciano, levantándose en seguida, contestó: ¡Y contigo la paz y la misericordia de Alá con sus bendiciones! ¿Qué deseas, ¡oh tú!?

Y mi hermano respondió: ¡Oh mi señor!, sólo pedirte una limosna, pues estoy extenuado por el hambre y las privaciones.

Y al oír estas palabras, exclamó el viejo jeque: ¡Por Alá! ¿Es posible que estando yo en esta ciudad se vea un ser humano en el estado de miseria en que te hallas? ¡Cosa es que realmente no puedo tolerar con paciencia!

Y mi hermano, levantando las dos manos al cielo, dijo: ¡Alá te otorgue su bendición! ¡Benditos sean tus generadores!

Y el jeque repuso: Es de todo punto necesario que te quedes en esta casa para compartir mi comida y gustar la sal en mi mesa.

Y mi hermano dijo: Gracias te doy, ¡oh mi señor y dueño! Pues no podría estar más tiempo en ayunas, como no me muriese de hambre.

Entonces el viejo dio dos palmadas y ordenó a un esclavo que se presentó inmediatamente: ¡Trae en seguida el jarro y la palangana de plata para que nos lavemos las manos!

Y dijo a mi hermano Schakalik: ¡Oh huésped! Acércate y lávate las manos.

Y al decir esto, el jeque se levantó y aunque el esclavo no había vuelto, hizo ademán de echarse agua en las manos con un jarro invisible, y restregárselas como si tal agua cayese.

Al ver esto, no supo qué pensar mi hermano Schakalik; pero como el viejo insistía para que se acercase a su vez, supuso que era una broma, y como él tenía también fama de divertido, hizo ademán de lavarse las manos lo mismo que el jeque.

Entonces el anciano dijo: ¡Oh ustedes!, pongan el mantel y traigan la comida, que este pobre hombre está rabiando de hambre.

Y enseguida acudieron numerosos servidores, que empezaron a ir y venir como si pusieran el mantel y lo cubriesen de numerosos platos llenos hasta los bordes. Y Schakalik, aunque muy hambriento, pensó que los pobres deben respetar los caprichos de los ricos, y se guardó mucho de demostrar impaciencia alguna.

Entonces el jeque le dijo: ¡Oh huésped!, siéntate a mi lado, y apresúrate a hacer honor a mi mesa.

Y mi hermano se sentó a su lado, junto al mantel imaginario, y el viejo empezó a fingir que se servía de los platos y que se llevaba bocados a la boca, y movía las mandíbulas y los labios como si realmente mascase algo. Y le decía a mi hermano: ¡Oh huésped!, mi casa es tu casa y mi mantel es tu mantel; no tengas cortedad y come lo que quieras, sin avergonzarte. Mira qué pan: cuán blanco y bien cocido. ¿Cómo encuentras este pan?

Schakalik contestó: Este pan es blanquísimo y verdaderamente delicioso; en mi vida he probado otro que se le parezca.

El anciano dijo: ¡Ya lo creo! La negra que lo amasa es una mujer muy hábil. La compré en quinientos dinares de oro. Pero ¡oh huésped!, prueba de esta fuente en que ves esa admirable pasta dorada de Rebeba con manteca, cocida al horno. Creo que la cocinera no ha escatimado ni la carne bien machacada, ni el trigo mondado y partido, ni el cardamomo, ni la pimienta. Come, ¡oh pobre hambriento!, y dime qué te parecen su sabor y su perfume.

Y mi hermano respondió: Esta kebeba es deliciosa para mi paladar, y su perfume me dilata el pecho. Cuanto a la manera de guisarla, he de decirte que ni en los palacios de los reyes se come otra mejor.

Y hablando así, Schakalik empezó a mover las quijadas, a mascar y a tragar como si lo hiciera realmente.

Y el anciano dijo: Así me gusta, ¡oh huésped! Pero no creo que merezca tantas alabanzas porque entonces, ¿qué dirás de ese plato que está a tu izquierda, de esos maravillosos pollos asados rellenos de alfónsigos, almendras, arroz, pasas, pimienta, canela y carne picada de carnero? ¿Qué te parece el humillo?

Mi hermano exclamó: ¡Alá, Alá! ¡Cuán delicioso es su humillo, qué sabrosos están y qué relleno tan admirable!

Y el anciano dijo: En verdad eres muy indulgente y muy cortés, para mi cocina. Y con mis propios dedos quiero darte a probar ese plato ineomparable.

Y el jeque hizo ademán de preparar un pedazo tomado de un plato que estuviese sobre el mantel, y acercándoselo a los labios a Schakalik, le dijo: Ten y prueba este bocado ¡oh huésped!, y dame tu opinión acerca de este plato de berenjenas rellenas que nadan en apetitosa salsa.

Mi hermano hizo como si alargase el cuello, abriese la boca y tragara el pedazo, y dijo cerrando los ojos de gusto: ¡Por Alá! ¡Cuán exquisito y cuán en su punto! Sólo en tu casa he probado tan excelentes berenjenas. Todo está preparado con el arte de dedos expertos: la carne de cordero picada, los garbanzos, los piñones, los granos de cardamomo, la nuez moscada, el clavo, el jengibre, la pimienta y las hierbas aromáticas. Y tan bien hecho está, que se distingue el sabor de cada aroma.

El anciano dijo: Por eso, ¡oh mi huésped! espero de tu apetito y de tu excelente educación que te comerás las cuarenta y cuatro berenjenas rellenas que hay en ese plato.

Schakalik contestó: Fácil ha de serme el hacerlo, pues están muy sabrosas y acarician mi paladar más deliciosamente que dedos de vírgenes.

Y mi hermano fingió coger cada berenjena una tras otra, haciendo como si las comiese; y meneando de gusto la cabeza y dando con la lengua grandes chasquidos.

Y al pensar en estos platos se le exasperaba el hambre y se habría contentado con un poco de pan seco de habas o de maíz. Pero se guardó de decirlo.

Y el anciano repuso: ¡Oh huésped!, tu lenguaje es el de un hombre bien educado, que sabe comer en compañía de los reyes y de los grandes. Come, amigo, y que te sea sano y de deliciosa digestión.

Y mi hermano dijo: Creo que ya he comido bastante de estas cosas.

Entonces el viejo volvió a palmotear, y dispuso: ¡Quiten este mantel y pongan el de los postres! ¡Vengan todos los dulces, la repostería y las frutas más escogidas!

Y los esclavos empezaron otra vez a ir y venir, y a mover las manos, y a levantar los brazos por encima de la cabeza, y a cambiar un mantel por otro. Y después a una seña del viejo, se retiraron.

Y el anciano dijo a Schakalik: Llegó, ¡oh huésped!, el momento de endulzarnos el paladar. Empecemos por los pasteles. ¿No da gusto ver esa pasta fina, ligera, dorada y rellena de almendra, azúcar y granada, esapasta de katayefs sublimes que hay en ese plato? ¡Por vida mía! Prueba uno o dos para convencerte. ¿Eh? ¡Cuán en su punto está el almíbar! ¡Qué bien salpicado está de canela! Se comería uno cincuenta sin hartarse, pero hay que dejar sitio para la excelente kenafa que hay en esa bandeja de bronce cincelada. Mira cuán hábil es mi repostera, y cómo ha sabido trenzar las madejas de pasta. Apresúrate a comerla antes de que se le vaya el jarabe y se desmigaje ¡Es tan delicada! Y esa mahallabieh de agua de rosas, salpicada con alfónsigos pulverizados; y esos tazones llenos de natillas aromatizadas con agua de azahar. ¡Come, huésped, métele mano sin cortedad! ¡Así! ¡Muy bien!

Y el viejo daba ejemplo a mi hermano, y se llevaba la mano a la boca con glotonería, y fingía que tragaba como si fuese de veras, y mi hermano le imitaba admirablemente, a pesar de que el hambre le hacía la boca agua.

El anciano continuó: ¡Ahora, dulces y frutas! Y respecto a los dulces, ¡oh huésped!, sólo lucharás con la dificultad de escoger. Delante de ti tienes dulces secos y otros con almíbar. Te aconsejo que te dediques a los secos, pues yo los prefiero, aunque los otros sean también muy gratos. Mira esa transparente y rutilante confitura seca de albaricoque tendida en anchas hojas. Y ese otro dulce seco de cidras con azúcar cande perfumado con ámbar. Y el otro, redondo, formando bolas sonrosadas de pétalos de rosa y de flores de azahar. ¡Ese, sobre todo, me va costar la vida, un día! Resérvate, resérvate, que has de probar ese dulce de dátiles rellenos de clavo y almendra. Es de El Cairo, pues en Bagdad no lo saben hacer así. Por eso he encargado a un amigo de Egipto que me mande cien tarros llenos de esta delicia. Pero no comas tan aprisa, pues por más que tu apetito me honre en extremo, quiero que me des tu parecer sobre ese dulce de zanahorias con azúcar y nueces perfumado con almizcle.

Y Schakalik dijo: ¡Oh! ¡Este dulce es una cosa soñada! ¡Cómo adora sus delicias mi paladar! Pero se me figura que tiene demasiado almizcle.

El anciano replicó: ¡Oh no, oh no! Yo no pienso que sea excesivo, pues no puedo prescindir de ese perfume, como tampoco del ámbar. Y mis cocineros y reposteros lo echan a chorros en todos mis pasteles y dulces. El almizcle y el ámbar son los dos sostenes de mi corazón.

Y el viejo prosiguió: Pero no olvides estas frutas, pues supongo que habrás dejado sitio para ellas. Ahí tienes limones, plátanos, higos, dátiles frescos, manzanas, membrillos, y muchas más. También hay nueces y almendras frescas y avellanas. Come, ¡oh huésped! que Alá es misericordioso.

Pero mi hermano, que a fuerza de mascar en balde ya no podía mover las mandíbulas, y cuyo estómago estaba cada vez más excitado por el incesante recuerdo de tanta cosa buena, dijo: ¡Oh señor! He de confesar que estoy ahito, y que ni un bocado me podría entrar por la garganta.

El anciano replicó: ¡Es admirable que te hayas hartado tan pronto! Pero ahora vamos a beber, que aún no hemos bebido.

Entonces el viejo palmoteó, y acudieron los esclavos con las mangas levantadas y los ropones cuidadosamente recogidos, y fingieron llevárselo todo y poner después en el mantel dos copas, frascos, alcarrazas y tarros magníficos. Y el anciano hizo como si echara vino en las copas, y cogió una copa imaginaria y se la presentó a mi hermano, que la aceptó con gratitud, y después de llevársela a la boca dijo: ¡Por Alá! ¡Qué vino tan delicioso! E hizo ademán de acariciarse placenteramente el estómago. Y el anciano fingió coger un frasco grande de vino añejo y verterlo delicadamente en la copa, que mi hermano se bebió de nuevo.

Y siguieron haciendo lo mismo hasta que mi hermano hizo como si se viera dominado por los vapores del vino, y empezó a menear la cabeza y a decir palabras atrevidas. Y pensaba: Llegó la hora de que pague este viejo todos los suplicios que me ha hecho pasar.

Y como si estuviera completamente borracho, levantó el brazo derecho y descargó tan violento golpe en el cogote del anciano, que resonó en toda la sala. Y alzó de nuevo el brazo, y le dio el segundo golpe más recio todavía.

Entonces el anciano exclamó: ¿Qué haces? ¡Oh tú!, el más vil entre los hombres.

Mi hermano Schakalik respondió: ¡Oh dueño mío y corona de mi cabeza!, soy tu esclavo sumiso, aquel a quien has colmado de dones, acogiéndole en tu mansión y alimentándole en tu mesa con los manjares más exquisitos, como no los probaron ni los reyes. Soy aquel a quien has endulzado con las confituras, compotas y pasteles más ricos, acabando por saciar su sed con los vinos más delicados. Pero bebí tanto, que he perdido el seso. ¡Disculpa, pues, a tu esclavo, que levantó la mano contra su bienhechor! ¡Discúlpame, ya que tu alma es más elevada que la mía, y perdona mi locura!

Entonces el anciano, lejos de encolerizarse, se echó a reír a carcajadas, y acabó por decir: Mucho tiempo he estado buscando por todo el mundo, entre las personas con más fama de bromistas y divertidas, un hombre de tu ingenio, de tu carácter y de tu paciencia. Y nadie ha sabido sacar tanto partido como tú de mis chanzas y juegos. Hasta ahora has sido el único que ha sabido amoldarse a mi humor, y a mis caprichos, conllevando la broma y correspondiendo con ingenio a ella. De modo que no sólo te perdono este final, sino que quiero que me acompañes a la mesa, que estará realmente cubierta de los manjares, dulces y frutas enumeradas. Y en adelante, ya no me separaré jamás de ti.

Y dio orden a sus esclavos para que los sirvieran en seguida, sin escatimar nada, lo cual se ejecutó puntualmente.

Después que comieron los manjares y se endulzaron con pasteles, confituras y frutas, el anciano invitó a Schakalik a pasar con él al segundo comedor, reservado especialmente a las bebidas.

Y al entrar fueron recibidos al son de armoniosos instrumentos y con canciones de las esclavas blancas, deliciosas jóvenes más hermosas que lunas. Y mientras el viejo y mi hermano bebían exquisitos vinos, no cesaron las cantoras de entonar admirables melodías. Y algunas bailaron después como pájaros de alas rápidas. Y este día de fiesta terminó con besos y goces más positivos que soñados.

Pero el jeque tomó tal afecto a mi hermano, que fue su amigo íntimo y su compañero inseparable, demostrándole un inmenso cariño.

Y le obsequiaba cada día con mayor regalo. Y no dejaron de comer, beber y vivir deliciosamente durante veinte años más.

Pero tenía que cumplirse lo que había escrito el Destino. Y pasados los veinte años murió el viejo, e inmediatamente el walí mandó embargar todos sus bienes, confiscándolos en provecho propio, pues el jeque carecía de herederos, y mi hermano no era su hijo. Entonces Schakalik, obligado a escaparse por la persecución del walí, tuvo que buscar la salvación huyendo de Bagdad.

Y resolvió atravesar el desierto para dirigirse a la Meca y santificarse. Pero cierto día, la caravana a la cual se había unido fue atacada por los nómadas, salteadores de caminos, malos musulmanes que no practicaban los preceptos de nuestro Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alá!) y los viajeros fueron despojados y reducidos a esclavitud, y a Schakalik le tocó el más feroz de aquellos bandidos beduinos, que lo llevó a su tribu y lo hizo su esclavo. Y todos los días le pegaba una paliza y le hacía sufrir todos los suplicios, y le decía: Debes ser muy rico en tu país, y si no me pagas un buen rescate, acabarás por morir a mis propias manos.

Y mi hermano, llorando, exclamaba: ¡Por Alá! Nada poseo ¡oh jefe de los árabes!, pues desconozco el camino de la riqueza. Y ahora soy tu esclavo y estoy en tu poder; puedes hacer de mí lo que quieras.

Pero el beduino tenía por esposa a una admirable mujer entre las mujeres, de negras cejas y ojos de noche. Por eso, cada vez que el beduino se alejaba de la tienda, esta criatura del desierto iba a buscar a mi hermano para ofrecerle su amor. Pero un día que estaban a punto de besarse se precipitó en la tienda el terrible beduino, y los sorprendió en aquella postura. Y sacó del cinturón un cuchillo tan ancho que de un solo golpe podía rebanar la cabeza de un camello, de una a otra yugular.

Y agarró a m i hermano, empezó por cortarle los dos labios, metiéndoselos en la boca, y le dijo: ¡Miserable! ¿Cómo te atreviste a seducir a mi esposa? Y de un tajo lo mutiló.

En seguida arrastrándolo por los pies lo echó sobre un camello, lo llevó a lo alto de una montaña, lo tiró al suelo, y se marchó para seguir su camino.

Como la tal montaña está situada en el camino por donde van los peregrinos, algunos de estos peregrinos, que eran de Bagdad, hallaron a Schakalik; y al reconocer al chistosísimo Tarro hendido, que tanto los había hecho reír, vinieron a avisarme, después de haberle dado de comer y beber.

Y fui en su busca, ¡oh Emir de los Creyentes!, me lo eché a cuestas, lo traje a Bagdad, y luego de curarle, le he dado con que mantenerse mientras viva.

He aquí en pocas palabras, ¡oh Príncipe de los Creyentes! la historia de mis seis hermanos, que habría podido contarte con más detenimiento. Pero he preferido no abusar de tu paciencia, probando de este modo lo poco charlatán que soy, y que además de hermano de mis hermanos podría llamarme su padre, y que el mérito de ellos desaparece al presentarme yo, apellidado el Samet.

Y el califa Montasser Billah se echó a reír a carcajadas y me dijo: Efectivamente, ¡oh Samet!, hablas bien poco, y nadie podrá acusarte de indiscreción, ni de curiosidad, ni de malas cualidades. Pero tengo mis motivos para exigir que inmediatamente salgas de Bagdad y te vayas a otra parte. Y sobre todo, date prisa.

Y así me desterró el califa, tan injustamente, sin explicarme la causa de aquel castigo.

Entonces, ¡oh mis señores!, empecé a viajar por todos los climas y todos los países, hasta que supe el fallecimiento de Montasser Billah y el reinado de su sucesor el califa El-Mostasem. Volví a Bagdad en seguida, pero me encontré eon que todos mis hermanos habían muerto.

Y entonces ese joven que se acaba de marchar tan descortesmente me llamó a su casa para que le afeitase la cabeza. Y contra todo lo que ha dicho puedo asegurarles, ¡oh mis señores!, que le hice un grandísimo favor, y a no ser por mi ayuda, probable es que el kadí, padre de la joven, lo hubiese mandado matar. De modo que todo lo que ha dicho es una calumnia, y cuanto ha contado sobre mi supuesta curiosidad, indiscreción, charlatanería y falta de tacto es falso absolutamente, ¡oh ustedes cuantos aquí están!

Tal es, ¡oh rey afortunado! —prosiguió Schehrazada—, la historia en siete partes que el sastre de la China refirió al rey.

Y después añadió:

Cuando el barbero Samet hubo terminado su historia, no necesitamos oír más para convencernos de que era realmente el charlatán más extraordinario y el barbero más indisereto de toda la tierra. Y quedamos persuadidos de que el joven cojo de Bagdad había sido la víctima de su insoportable indiscreción. Entonces, aunque sus historias nos habían hecho pasar un buen rato, acordamos castígarle. Y nos apoderamos de él, a pesar de sus chillidos, y lo encerramos en un cuarto oscuro lleno de ratas. Y los demás seguimos comiendo, bebiendo disfrutando hasta que llegó la hora de la plegaria. Y entonces nos retiramos y yo fui en busca de mi esposa.

Pero al llegar a mi casa encontré a mi mujer de muy mal humor, me dijo: ¿Te parece bien dejarme sola mientras andas de diversión con tus amigos? Si no me sacas en seguida de paseo, me presentaré al walí para entablar la demanda de divorcio.

Y como soy enemigo de disturbios conyugales, quise que hubiera paz, y a pesar del cansancio salí de paseo con mi mujer. Y anduvimos recorriendo calles y jardines hasta la puesta del sol.

Y cuando regresábamos a casa encontramos por casualidad a ese jorobeta que se hallaba a tu servicio, ¡oh rey poderoso y magnánimo!

Y el jorobado estaba borracho completamente, diciendo chistes a cuantos le rodeaban, y recitó estos versos:

¡No sé si elegir la copa transparente y coloreada o el vino sutil y purpurino!
¡Porque la copa es como el vino sutil y purpurino, y el vino es tal como la copa coloreada y transparente!

Y se interrumpía para embromar a los transeúntes o para danzar, golpeando la pandereta. Y yo y mi mujer supimos que sería para nosotros un agradable comensal, y le convidamos a comer con nosotros. Y juntos comimos, y mi esposa se quedó con nosotros, pues no creía que la presencia de un jorobado fuese como la de un hombre regular, pues de no pensarlo así no habría comido delante de un extraño.

Entonces fúe cuando a mi esposa se le ocurrió bromear con el jorobetas meterle en la boca la comida que lo ahogó.

Y en seguida, ¡oh rey poderoso!, cogimos el cadáver del jorobeta y lo dejamos en la casa del médico judío que está presente. Y a su vez el médico judío lo dejó en la casa del intendente, que hizo responsable al corredor copto.

Y tal es, ¡oh rey generoso!, la más extraordinaria de las historias que te hayan referido. Y esta historia del barbero y sus hermanos es, con seguridad, más sorprendente que la del jorobado.

Cuando el sastre hubo acabado de hablar, el rey de la China dijo: He de confesar que es muy interesante esa historia, y acaso más sugestiva que la del pobre jorobeta. Pero ¿dónde está ese asombroso barbero? Quiero verle y oírle antes de adoptar mi decisión respecto a ustedes cuatro. Después enterraremos a nuestro jorobeta. Y le erigiremos un buen sepulcro por lo mucho que me divirtió en vida, y aun después de muerto, pues me ha dado ocasión de oír la historia del joven cojo, la del barbero con sus seis hermanos y las otras tres historias.

Y dicho esto, el rey mandó a sus chambelanes que se fueran con el sastre a buscar al barbero.

Y una hora después, el sastre y los chambelanes, que habían ido a sacar al barbero del cuarto oscuro, lo trajeron al palacio y se lo presentaron al rey.

Y el rey examinó al barbero, y vio que era un anciano jeque lo menos de noventa años, de cara muy negra, barbas muy blancas, lo mismo que las cejas, orejas colgantes y agujereadas, narices de pasmosa longitud y aspecto lleno de presunción y altanería.

Al verlo, el rey de la China se echó a reír ruidosamente, y le dijo: ¡Oh Silencioso! Me han dicho que sabes contar historias admirables y llenas de maravillas. Quisiera oírte algunas de las que sabes referir tan bien.

El barbero contestó: ¡Oh rey del tiempo!, no te han engañado al ponderarte mis cualidades, pero en primer lugar desearía saber lo que hacen aquí, reunidos, ese corredor nazareno, ese judío, ese musulmán, y ese jorobeta muerto, tumbado en el suelo. ¿De dónde procede esta extraña reunión?

Y el rey de la China se rió mucho y replicó: ¿Y por qué me interrogas respecto a gente que te es desconocida?

El barbero dijo: Pregunto solamente para demostrar a mi rey que no soy un charlatán indiscreto, que no me ocupo nunca en lo que no me importa, y que soy inocente de las calumnias que me dirigen, como la de llamarme hablador y lo demás. Sabe, por tanto, que soy digno de ostentar el sobrenombre de Silencioso, pues el poeta dijo:

¡Cuando tus ojos vean a una persona con un sobrenombre, sabe que, como indagues bien, siempre acabará por surgir el sentido del sobrenombre!

Entonces dijo el rey: Mucho me agrada este barbero. Voy a contarle la historia del jorobado, y luego las relatadas por el nazareno, el judío, el intendente y el sastre.

Y el rey refirió al barbero todas las historias, sin omitir una particularidad. Pero no es necesario repetirlas.

Cuando el barbero hubo oído las historias y supo la causa de la muerte del jorobado, empezó a menear gravemente la cabeza, y exclamó: ¡Por Alá! ¡Cosa extraordinaria es ésa y me sorprende grandemente! A ver, levanten el velo que cubre el cadáver, que yo lo vea.

Y cuando se descubrió el cadáver, el barbero se sentó en el suelo, puso la cabeza del jorobado en sus rodillas y le miró atentamente a la cara. Y de pronto soltó tal carcajada, que la fuerza de la risa le hizo caer.

Y exclamó: En verdad, toda muerte tiene una causa entre las causas. Y la causa de la muerte de este jorobado es la cosa más sorprendente de las cosas sorprendentes. Porque merece ser escrita con hermosas letras de oro en los registros del reino para enseñanza de los hombres futuros.

Y el rey, pasmado al oír las palabras del barbero, le dijo: ¡Oh barbero, oh Silencioso!, explícanos el sentido de tus palabras.

Y el barbero replicó: ¡Oh rey!, te juro por tu gracia y tus beneficios que tu jorobado tiene el alma en el cuerpo. Y lo vas a ver.

Y en seguida sacó de su cinturón un frasquito con un ungüento, empapó con él el pescuezo del jorobado y le vendó el cuello con un paño de lana. Después aguardó que transcurriera una hora. Sacó entonces del mismo cinturón unas largas tenazas de hierro, las introdujo en el garguero del jorobado, manipuló en varios sentidos, y las sacó al fin, llevando en ellas el pedazo de pescado y la espina, causa de lo ocurrido al jorobeta.

Y éste estornudó estrepitosamente, abrió los ojos, volvió en sí, se palpó la cara con las manos, dio un brinco, se puso de pie y exclamó: ¡La ilah ile Alá! ¡Y Mohammed es el Enviado de Alá! ¡Sean con él la plegaria y la salvación de Alá!

Y todos los circunstantes quedaron estupefactos y llenos de admiración hacia el barbero.

Y después, al reponerse de su emoción, el rey y todos los presentes empezaron a reír a carcajadas al ver la cara del jorobeta. Y el rey dijo: ¡Por Alá! ¡Qué ventura tan prodigiosa! ¡En mi vida he visto nada más sorprendente y extraordinario!

Y añadió: ¡Oh ustedes aquí presentes! ¿Ha visto alguno que así se muera un hombre para resucitar después? Si, gracias a Alá, no hubiese estado aquí este barbero, nuestro jeque Samet, el día de hoy habría sido el último de la vida del jorobado. Y sólo por la ciencia y el mérito de este barbero admirable y lleno de capacidad hemos podido salvar su vida.

Y todos los presentes dijeron: Verdad es, ¡oh rey! Pues esta, aventura es el prodigio de los prodigios y el milagro de los milagros.

Entonces el rey de la China, lleno de júbilo, mandó que inmediatamente se escribieran con letras de oro la historia del jorobado y la del barbero, y que se conservasen en los archivos del reino. Y así se ejecutó puntualmente. Enseguida regaló un magnífico traje de honor a cada uno de los acusados, al médico judío, al corredor nazareno, al intendente y al sastre, y los agregó al servicio de su persona y del palacio, y les mandó hacer las paces con el jorobeta. Y a éste le hizo maravillosos regalos, le colmó de riquezas, le nombró para altos cargos y lo eligió como compañero de mesa y bebida.

Pero aún tuvo más extraordinarias atenciones con el barbero; le hizo vestir un suntuoso traje de honor, mandó que le construyesen un astrolabio todo de oro, otros instrumentos de oro, tijeras y navajas con perlas y pedrería; le nombró barbero y peluquero de su persona y del reino, y también le tomó por compañero íntimo.

Y siguieron viviendo la vida más próspera y más dichosa, hasta que puso término a su felicidad la Arrebatadora de todo goce, la Dislocadora de toda intimidad, la Separadora de los amigos, la Sepultadora, la Invencible, la Inevitable.

Al terminar, la discretísima Schehrazada dijo al rey: No creas, ¡oh rey!, que esta historia sea tan notable y sorprendente como la de Ghanem ben-Ayub y su hermana Fetnah.

Y el rey Sehahriar contestó: No conozco tal historia.
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