Índice de El mercader de Venecia de William ShakespeareActo terceroActo quintoBiblioteca Virtual Antorcha

ACTO CUARTO

Escena Primera

Tribunal en Venecia

DUX, SENADORES, ANTONIO, BASANIO, GRACIANO, SALARINO, SYLOCK Y SALANIO

DUX.- ¿Y Antonio?

ANTONIO.- A vuestras órdenes, alteza.

DUX.- Te tengo lástima, porque vienes a responder a la demanda de un enemigo cruel y sin entrañas, en cuyo pecho nunca halló lugar la compasión ni el amor, y cuya alma no encierra ni un grano de piedad.

ANTONIO.- Ya sé que vuestra alteza ha puesto empeño en calmar su feroz encono; pero sé también que permanece inflexible, y que no me queda, según las leyes, recurso alguno para salvarme de sus iras. A ellas sólo puedo oponer la paciencia y la serenidad. Mi alma tranquila y resignada soportará todas las durezas y ferocidades de la suya.

DUX.- Decid que venga el judio ante el tribunal.

SALARINO.- Ya viene, señor. Está fuera, esperando vuestras órdenes. (Entra Sylock).

DUX.- ¡Haceos atrás! ¡Que se presente Sylock! Cree el mundo, y yo con él, que quieres apurar tu crueldad hasta las heces, y luego cuando la sentencia se pronuncie, hacer alarde de piedad y mansedumbre, todavia más odiosa que tu crueldad primera. Cree la gente que en vez de pedir el cumplimiento del contrato que te concede una libra de carne de este. desdichado mercader, desistirás de tu demanda, te moverás a lástima, le perdonarás la mitad de la deuda, considerando las grandes pérdidas que ha tenido en poco tiempo, y que bastarían a arruinar al más opulento mercader monarca, y a conmover entrañas de bronce y corazones de pedernal, aunque fuesen de turcos o tártaros selváticos, ajenos de toda delicadeza y buen comedimiento. Todos esperamos de ti una cortés respuesta.

SYLOCK.- Vuestra alteza sabe mi intención, y he jurado por el sábado lograr cumplida venganza. Si me la negáis, ¡vergüenza eterna para las leyes y libertades venecianas! Me diréis que, ¿por qué estimo más una libra de carne de este hombre que tres mil ducados? Porque asl se me antoja. ¿Os place esta contestación? Si en mi casa hubiera un ratón importuno, y yo me empeñara en pagar diez mil ducados por matarle, ¿lo llevaríais a mal? Hay hombres que no pueden ver en su mesa un lechón asado, otros que no resisten la vista de un gato, animal tan útil e inofensivo, y algunos que orinan en oyendo el son de una gaita. Efectos de antipatía que todo lo gobierna. Y así como ninguna de estas cosas tiene razón de ser, yo tampoco la puedo dar para seguir este pleito odioso, a no ser el odio que me inspira hasta el nombre de Antonio. ¿Os place esta respuesta?

BASANIO.- No basta, cruel hebreo, para disculpar tu fiereza increíble.

SYLOCK.- Ni yo pretendo darte gusto.

BASANIO.- ¿Y mata siempre el hombre a los seres que aborrece?

SYLOCK.- ¿Y quién no procura destruir lo que él odia?

BASANIO.- No todo agravio provoca a tanta indignación desde luego.

SYLOCK.- ¿Consentirás que la serpiente te muerda dos veces?

ANTONIO.- Mira que estás hablando con un judlo. Más fácil te fuera arengar a las olas de la playa cuando más furiosas están y de esta forma conseguir que se calmen; o preguntar al lobo por qué devora a la oveja y deja huérfano al cordero; o mandar callar a los robles de la selva y conseguir que el viento no agite sus verdes ramas; en suma, mejor conseguirías cualquier imposible que ablandar el durísimo corazón de ese hebreo. No le ruegues más, no le importunes; haz que la ley se cumpla pronto, a su voluntad.

BASANIO.- En vez de los tres mil ducados toma seis.

SYLOCK.- Aunque dividieras cada uno de ellos en seis, no lo aceptaría. Quiero que se cumpla el trato.

DUX.- ¿Y quién ha de tener compasión de ti, si no la tienes de nadie?

SYLOCK.- ¿Y qué he de temer, si a nadie hago daño? Tantos esclavos tenéis, que pueden serviros como mulos, perros o asnos en los oficios más viles y groseros. Vuestros son; vuestro dinero os han costado. Si yo os dijera, dejadlos en libertad, casadlos con vuestras hijas, no los hagáis sudar bajo la carga, dadles camas tan nuevas como las vuestras y tan delicados manjares como los que vosotros coméis, ¿no me responderíais: son vuestros? Pues lo mismo os respondo yo. Esa libra de carne que pido es mía, y buen dinero me ha costado. Si no me la dais, maldigo de las leyes de Venecia y pido justicia. ¿Me la dais? ¿Sí o no?

DUX.- Usando de la autoridad que tengo, podría suspender el consejo, si no esperase al doctor Belario, famoso jurisconsulto de Pisa, a quien deseo oír en este negocio.

SALARINO.- Señor, fuera aguarda un criado que acaba de llegar de Padua con cartas del doctor.

DUX.- Entregádmelas, y que pase el criado.

BASANIO.- ¡Valor, Antonio! Te juro por mi nombre, que he de dar al judío toda mi carne y mi sangre y mis huesos antes de consentir que vierta una sola gota de la sangre tuya.

ANTONIO.- Soy como la res apartada en medio de un rebaño sano. La fruta podrida es siempre la primera que cae del árbol. Dejadla caer: tú, Basanio, sigue viviendo, y con eso pondrás un epitafio sobre mi sepulcro. (Sale Nerissa, disfrazada de pasante del procurador).

DUX.- ¿Vienes de Padua? ¿Traes algún recado del doctor Belario?

NERISSA.- Vengo de Padua, señor. Belario os saluda. (Le entrega la carta).

BASANIO.- Sylock, ¿por qué afilas tanto tu cuchillo?

SYLOCK.- Para cortar a Antonio la carne que me debe.

GRACIANO.- Ningún metal, ni aun el hierro de la segur del verdugo, te iguala en dureza, maldecido hebreo. ¿No habrá medio de amansarte?

SYLOCK.- No, por cierto, aunque mucho aguces tu entendimiento.

GRACIANO.- ¡Maldición sobre ti, infame perro! ¡Maldita sea la justicia que te deja vivir! Cuando te veo, casi doy asenso a la doctrina pitagórica que enseña la trasmigración de las almas de los brutos a los hombres. Sin duda, tu alma ha sido de algún lobo, inmolado por homicida, y que desde la horca fue volando a meterse en tu cuerpo cuando aún estabas en las entrañas de tu infiel madre, porque tus instintos son rapaces, crueles y sanguinarios como los del lobo.

SYLOCK.- Como no logres quitar el sello del contrato, nada conseguirás con tus destempladas voces sino ponerte ronco. Graciano, modera tus impetus y no pierdas la razón. Yo sólo pido justicia.

DUX.- Belario en esa carta recomienda al Consejo un joven bachiller, buen letrado. ¿Dónde está?

NERISSA.- Muy cerca de aqui, aguardando vuestra licencia para entrar.

DUX.- Y se la doy de todo corazón. Vayan dos o tres a recibirle de la manera más respetuosa. Entre tanto, leamos de nuevo la carta de Belario: Alteza, cuando recibí vuestra carta me hallaba gravemente enfermo, pero dio la casualidad de que, en el momento de llegar el mensajero, estaba conmigo un joven doctor de Padua llamado Baltasar. Le conté el pleito entre Antonio y el judio, repasamos pronto muchos libros, le dije mi parecer, que es el que os expondrá, rectificado por su inmenso saber, para el cual no hay elogio bastante. Él hará lo que deseáis. No os fijéis en lo mozo que es, ni creáis que por eso vale menos, pues nunca hubo en cuerpo tan juvenil, tan maduro entendimiento. Recibidle, pues, y más que mi recomendación, han de favorecerle sus propias acciones. Esto es lo que Belario dice. Aquí viene el doctor, si no me equivoco. (Sale Porcia, de abogado). ¿Venís por encargo de Belario?

PORCIA.- Sí, poderoso señor.

DUX.- Bien venido seáis. Tomad asiento. ¿Estáis enterado de la cuestión que ha de sentenciar el tribunal?

PORCIA.- Perfectamente enterado. ¿Quiénes son el mercader y el judio?

DUX.- Antonio y Sylock, acercaos.

PORCIA.- ¿Sois vos Sylock?

SYLOCK.- Ése es mi nombre.

PORCIA.- Raro litigio tenéis; extraña es vuestra demanda, y no se os puede negar, conforme a las leyes de Venecia. Corre mucho peligro vuestra victima. ¿No es verdad?

ANTONIO.- Verdad es.

PORCIA.- ¿Confesáis haber hecho ese trato?

ANTONIO.- Lo confieso.

PORCIA.- Entonces es necesario que el judío se compadezca de vos.

SYLOCK.- ¿Y por qué? ¿Qué obligación tengo? Decídmelo.

PORCIA.- La clemencia no quiere fuerza; es como la plácida lluvia del cielo que cae sobre un campo y le fecunda; dos veces bendita porque consuela al que la da y al que la recibe. Ejerce su mayor poder entre los grandes; el signo de la autoridad en la tierra es el cetro, rayo de los monarcas. Pero aún vence el cetro la clemencia, que vive, como en su trono, en el alma de los reyes. La clemencia es atributo divino, y el poder humano se acerca al de Dios cuando modera con la piedad la justicia. Hebreo, ya que pides no más que justicia, piensa que si sólo justicia hubiera, no se salvaría ninguno de nosotros. Todos los días en la oración, pedimos clemencia, pero la misma oración nos enseña a perdonar como deseamos que nos perdonen. Te digo esto sólo para moverte a compasión, porque como insistas en tu demanda, no habrá más remedio, con arreglo a las leyes de Venecia, que sentenciar el pleito en favor tuyo y contra Antonio.

SYLOCK.- Yo cargo con la responsabilidad de mis actos. Pido que se ejecute la ley y que se cumpla el contrato.

PORCIA.- ¿No puede pagar en dinero?

BASANIO.- Yo le ofrezco en nombre suyo, y duplicaré la cantidad, y aun la pagaré diez veces, si es necesario, y daré en prenda las manos, la cabeza y hasta el corazón. Si esto no os parece bastante, será porque la malicia vence a la inocencia. Romped para este solo caso esa ley tan dura. Evitaréis un gran mal con uno pequeño y contendréis la ferocidad de ese tigre.

PORCIA.- Imposible. Ninguno puede alterar las leyes de Venecia. Seria un ejemplo funesto, una causa de ruina para el estado. No puede ser.

SYLOCK.- ¡Es un Daniel quien nos juzga! ¡Sabio y joven juez, bendito seas!

PORCIA.- Déjame examinar el contrato.

SYLOCK.- Tómalo, reverendísimo doctor.

PORCIA.- Sylock, te ofrecen tres veces el doble de esa cantidad.

SYLOCK.- ¡No! ¡No! Lo he jurado y no quiero ser perjuro, aunque se empeñe toda Venecia.

PORCIA.- Ha expirado el plazo, y dentro de la ley puede el judío reclamar una libra de carne de su deudor. Ten piedad de él; recibe el triple y déjame romper el contrato.

SYLOCK.- Cuando en todas sus partes esté cumplido. Pareces juez integro, conoces de ley, has explicado bien el caso; sólo te pido con arreglo a esa ley, de la cual eres fiel intérprete, sentencies pronto. Te juro que no hay poder humano que me haga dudar ni vacilar un punto. Pido que se cumpla la escritura.

ANTONIO.- Pido al tribunal que sentencie.

PORCIA.- Bueno, preparad el pecho a recibir la herida.

SYLOCK.- ¡Oh sabio y excelente juez!

PORCIA.- La ley no tiene duda ni admite excepción en cuanto a la pena.

SYLOCK.- ¡Cierto, cierto! ¡Oh docto y severísimo juez! ¡Cuánto más viejo en jurisprudencia que en años!

PORCIA.- Apercibid el pecho, Antonio.

SYLOCK.- Si, si, ése es el contrato. ¿No es verdad, sabio juez? ¿No dice que ha de ser cerca del corazón?

PORCIA.- Verdad es. ¿Tenéis una balanza para pesar la carne?

SYLOCK.- Aqui la tengo.

PORCIA.- Traed un cirujano que restañe las heridas, Sylock, porque corre peligro de desangrarse.

SYLOCK.- ¿Dice eso la escritura?

PORCIA.- No entra en el contrato, pero debéis hacerla como obra de caridad.

SYLOCK.- No lo veo aqui, la escritura no lo dice.

PORCIA.- ¿Tenéis algo que alegar, Antonio?

ANTONIO.- Casi nada. Dispuesto estoy a todo y armado de valor. Dame la mano, Basanio. Adiós, amigo. No te duelas de que he perecido por salvarte. La fortuna se ha mostrado conmigo más clemente de lo que acostumbra. Suele dejar que el infeliz sobreviva a la pérdida de su fortuna y contemplar con torvos ojos su desdicha y pobreza, pero a mi me ha libertado de esa miseria. Saluda en mi nombre a tu honrada mujer; cuéntale mi muerte; dile cuánto os quise; sé fiel a mi memoria, y cuando ella haya oido toda la historia, podrá juzgar y sentenciar si fui o no buen amigo de Basanio. No me quejo del pago de la deuda; pronto la habré satisfecho toda si la mano del judio no tiembla.

BASANIO.- Antonio, quiero más a mi mujer que a mi vida, pero no te amo a ti menos que a mi mujer y a mi alma y a cuanto existe, y juro que lo daria todo por salvarte.

PORCIA.- No te habia de agradecer tu esposa tal juramento si estuviera aquí.

BASANIO.- Ciertamente que adoro a mi esposa. ¡Ojalá estuviese en el cielo para que intercediera con algún santo que calmase le ira de ese perro!

NERISSA.- Gracias que no te oye tu mujer, porque con tales deseos no podria haber paz en vuestra casa.

SYLOCK.- ¡Qué cónyuges! ¡Y son cristianos! Tengo una hija, y preferiria que se casase con ella un hijo de Barrabás antes que un cristiano. Pero estamos perdiendo el tiempo. No os detengáis; prosiga la sentencia.

PORCIA.- Según la ley y la decisión del tribunal, te pertenece una libra de su carne.

SYLOCK.- ¡Oh juez doctisimo! ¿Has oído la sentencia, Antonio? Prepárate.

PORCIA.- Un momento no más. El contrato te otorga una libra de su carne, pero ni una gota de su sangre. Toma la carne, que es lo que te pertenece; pero si derramas una gota de su sangre, tus bienes serán confiscados conforme a la ley de Venecia.

GRACIANO.- ¿Lo has oído, Sylock?

SYLOCK.- ¡Oh juez recto y bueno! ¿Eso dice la ley?

PORCIA.- Tú mismo lo verás. Justicia pides, y la tendrás tan cumplida como deseas.

GRACIANO.- ¡Oh juez íntegro y sapientísimo!

SYLOCK.- Me conformo con la oferta del triple; poned en libertad al cristiano.

BASANIO.- Aqui está el dinero.

PORCIA.- ¡Deteneos! Tendrá el hebreo completa justicia. Se cumplirá la escritura.

GRACIANO.- ¡Qué juez tan prudente y recto!

PORCIA.- Prepárate ya a cortar la carne, pero sin derramar la sangre, y ha de ser una libra, ni más ni menos. Si tomas más, aunque sea la vigésima parte de un adarme, o inclinas, por poco que sea, la balanza, perderás la vida y la hacienda.

GRACIANO.- ¡ES un Daniel, es un Daniel! Al fin te hemos cogido.

PORCIA.- ¿Qué esperas? Cúmplase la escritura.

SYLOCK.- Me iré si me dais el dinero.

BASANIO.- Aqui está.

PORCIA.- Cuando estabas en el tribunal, no quisiste aceptarlo. Ahora tiene que cumplirse la escritura.

GRACIANO.- ¡Es otro Daniel, otro Daniel! Frase tuya felicísima, Sylock.

SYLOCK.- ¿No me daréis ni el capital?

PORCIA.- Te daremos lo que te otorga el contrato. Cóbralo si te atreves, judío.

SYLOCK.- ¡PUes que se quede con todo, y el diablo le lleve! Adiós.

PORCIA.- Espera judio. Aun así te alcanzan las leyes. Si algún extraño atenta por medios directos o indirectos contra la vida de un súbdito veneciano, éste tiene derecho a la mitad de los bienes del reo, y el estado a la otra mitad. El dux decidirá de su vida. Es así que tú, directa o indirectamente, has atentado contra la existencia de Antonio; luego la ley te coge de medio a medio. Póstrate a las plantas del dux y pidele perdón.

GRACIANO.- Y suplícale que te conceda la merced de que te ahorques por tu mano; aunque estando confiscados tus bienes, no te habrá quedado con qué comprarte una cuerda y tendrá que ahorcarte el pueblo a su costa.

DUX.- Te concedo la vida, Sylock, aun antes que me la pidas, para que veas cuánto nos diferenciamos de ti. En cuanto a tu hacienda, la mitad pertenece a Antonio, y la otra mitad al Estado, pero quizá puedas condonarla mediante el pago de una multa.

PORCIA.- La parte del Estado, no la de Antonio.

SYLOCK.- ¿Y para qué quiero vivir? ¿Cómo he de vivir? Me dejáis la casa, quitándome los puntales que la sostienen.

PORCIA.-¿Qué puedes hacer por él, Antonio?

GRACIANO.- Regálale una soga, y basta.

ANTONIO.- Si el dux y el tribunal le dispensan del pago de la mitad de su fortuna al erario, yo le perdono la otra media, con dos condiciones: la primera, que abjure de sus errores y se haga cristiano; la segunda, que por una escritura firmada en esta misma audiencia, destituya herederos de todo a su hija y a su yerno Lorenzo.

DUX.- Juro que así lo hará, o si no, revocaré el poder que le he concedido.

PORCIA.- ¿Aceptas, judío? ¿Estás satisfecho?

SYLOCK.- Estoy satisfecho y acepto.

PORCIA.- Hágase, pues, la donación en forma.

SYLOCK.- Yo me voy, si me lo permitls, porque estoy enfermo. Enviadme el acta y yo la firmaré.

DUX.- Vete, pero lo harás.

GRACIANO.- Tendrás dos padrinos cuando te bauticen. Si yo fuera juez, habías de tener diez más, para que te llevasen a la horca y no al bautismo. (Se va Sylock).

DUX.- (A Porcia). Os invito a mi mesa.

PORCIA.- Perdone vuestra alteza, pero hoy mismo tengo que ir a Padua, y no me es lícito detenerme.

DUX.- ¡Lástima que os detengáis tan poco tiempo! Antonio, haz algún obsequio al forastero, que a mi entender, algo merece. (Vase el dux, y con él, los senadores).

BASANIO.- Digno y noble caballero, gracias a vuestra agudeza y buen entendimiento, nos vemos hoy libres mi amigo y yo de una calamidad gravisima. En pago de tal servicio, os ofrecemos los tres mil ducados que debíamos al judio.

ANTONIO.- Y será eterno nuestro agradecimiento en obras y palabras.

PORCIA.- Bastante paga es para mi el haberos salvado. Nunca fue el interés norte de mis acciones. Si alguna vez nos encontramos, reconocedme, no os pido más. Adiós.

BASANIO.- Yo no puedo menos de insistir, hidalgo. Admitid un presente, un recuerdo, no como paga. No rechacéis nuestras ofertas. Perdón.

PORCIA.- Necesario es que ceda. (A Antonio). Llevaré por memoria vuestros guantes. (A Basanio). Y en prenda de cariño, vuestra sortija. No apartéis la mano, es un favor que no podéis negarme.

BASANIO.- ¡Pero si esta sortija nada vale! Vergúenza tendría de dárosla.

PORCIA.- Por lo mismo la quiero, y nada más aceptaré. Tengo capricho de poseerla.

BASANIO.- Vale mucho más de lo que ha costado. Os daré otra sortija, la de más precio que haya en Venecia. Echaré público pregón para encontrarla. Pero ésta no puede ser ... perdonadme.

PORCIA.- Sois largo en las promesas, caballero. Primero me enseñasteis a mendigar, y ahora me enseñáis como se responde a un mendigo.

BASANIO.- Es regalo de mi mujer ese anillo, y le hice juramento y voto formal de no darlo, perderlo ni venderlo.

PORCIA.- Pretexto fútil, que sirve a muchos para negar lo que se les pide. Aunque vuestra mujer fuera loca, me parece imposible que eternamente le durara el enojo por un anillo, mucho más sabiendo la ocasión de este regalo. Adiós. (Se van Parcia y Nerissa).

ANTONIO.- Basanio, dale el anillo, que tanto como la promesa hecha a tu mujer valen mi amistad y el servicio que nos ha prestado.

BASANIO.- Corre, Graciano, alcánzale, dale esta sortija, y si puedes llévale a casa de Antonio. No te detengas. (Vase Graciano). Dirijámonos hacia tu casa, y mañana al amanecer volaremos a Belmonte. En marcha, Antonio.


ESCENA SEGUNDA

Una calle de Venecia

PORCIA Y NERISSA


PORCIA.- Averigua la casa del judío, y hazle firmar en seguida esta acta. Esta noche nos vamos, y llegaremos así un día antes que nuestros maridos. ¡Cuánto me agradecerá Lorenzo la escritura que le llevo!

GRACIANO.- Grande ha sido mi fortuna en alcanzaros. Al fin, después de haberlo pensado bien, mi amo, el señor Basanio, os manda esta sortija y os convida a comer hoy.

PORCIA.- No es posible. Pero acepto con gusto la sortija. Decídselo así, y enseñad a este criado mío la casa de Sylock.

GRACIANO.- Así lo haré.

NERISSA.- Señor, oídme un instante. (A Porcia). Quiero ver si mi esposo me da el anillo que juró conservar siempre.

PORCIA.- De seguro lo conseguirás. Luego nos harán mil juramentos de que a hombres y no a mujeres entregaron sus anillos, pero nosotras los desmentiremos, y si juran, juraremos más que ellos. No te detengas, te espero donde sabes.

NERISSA.- Ven, mancebo, enséñame la casa.

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