Índice de El mercader de Venecia de William ShakespeareActo cuartoBiblioteca Virtual Antorcha

ACTO QUINTO

Escena Primera

Alameda que conduce a la casa de campo de Porcia en Belmonte

LORENZO Y JESSICA

LORENZO.- ¡Qué hermosa y despejada brilla la luna! Sin duda en una noche como ésta, en que el céfiro besaba mansamente las hojas de los árboles, escaló el amante Troílo las murallas de Troya, volando su alma hacia las tiendas griegas, donde aquella noche reposaba Créssida.

JÉSSICA.- Y en otra noche como ésta, Tisbe, con temerosos pasos, fue marchando sobre la mojada hierba, y viendo la espantosa sombra del león, se quedó aterrada.

LORENZO.- Y en otra noche como ésta, la reina Dido, armada su diestra con una vara de sauce, bajó a la ribera del mar y llamó hacia Cartago al fugitivo Eneas.

JÉSSICA.- En otra noche así, fue cogiendo Medea las mágicas hierbas con que rejuveneció al viejo Esón.

LORENZO.- Y en otra noche por el mismo estilo, abandonó Jéssica la casa del rico judío de Venecia, y con su amante huyó a Belmonte.

JÉSSICA.- En aquella noche juró Lorenzo que la amaba con amor constante, y la engañó con mil falsos juramentos.

LORENZO.- En aquella noche, Jéssica, tan pérfida como hermosa, ofendió a su amante, y él le perdonó la ofensa.

JÉSSICA.- No me vencerías en esta contienda si estuviéramos solos, pero viene gente. (Sale Estéfano).

LORENZO.- ¿Quién viene en el silencio de la noche?

ESTÉFANO.- Un amigo.

LORENZO.- ¿Quién? Decid vuestro nombre.

ESTÉFANO.- Soy Estéfano. Vengo a deciros que, antes que apunte el alba, llegará mi señora de Belmonte. Ha venido arrodillándose y haciendo oración al pie de cada cruz que halla en el camino, para que fuese feliz su vida conyugal.

LORENZO.- ¿Quién viene con ella?

ESTÉFANO.- Un venerable ermitaño y su doncella. Dime, ¿ha vuelto el amo?

LORENZO.- Todavía no, ni hay noticia suya. Vamos a casa, amigo, a hacer los preparativos para recibir al ama como ella merece. (Sale Lanzarote).

LANZAROTE.- ¡Hola, ea!

LORENZO.- ¿Quién?

LANZAROTE.- ¿Habéis visto a Lorenzo o a la mujer de Lorenzo?

LORENZO.- No grites aquí estamos.

LANZAROTE.- ¿Dónde?

LORENZO.- Aquí.

LANZAROTE.- Decidle que aquí viene un nuncio de su amo, cargado de buenas noticias. Mi amo llegará al amanecer. (Se va).

LORENZO.- Vamos a casa, amada mía, a esperarlos. Pero, ¿ya para qué es entrar? Estéfano, te suplico que vayas a anunciar la venida del ama, y mandes a los músicos salir al jardín. (Se va Estéfano). ¡Qué mansamente resbalan los rayos de la luna sobre el césped! Recostémonos en él; prestemos atento oído a esa música suavísima, compañera de la soledad y del silencio. Siéntate, Jéssica; mira la bóveda celeste tachonada de astros de oro. Ni aun el más pequeño deja de imitar en su armonioso movimiento el canto de los ángeles, uniendo su voz al coro de los querubines. Tal es la armonía de los seres inmortales, pero mientras nuestro espíritu está preso en esta oscura cárcel, no la entiende ni percibe. (Salen los músicos). Tañen las cuerdas, despertad a Diana con su himno, halagad los oídos de vuestra señora y conducidla a su casa entre música.

JÉSSICA.- Nunca me alegran los sones de la música.

LORENZO.- Es porque se conmueve tu alma. Mira en el campo una manada de alegres novillos o de ardientes y cerriles potros; míralos correr, agitarse, mugir, relinchar. Pero en llegando a sus oídos son de clarín o ecos de música, míralos inmóviles mostrando dulzura en sus miradas, como rendidos y dominados por la armonía. Por eso dicen los poetas que el tracio Orfeo arrastraba en pos de sí árboles, ríos y fieras; porque nada hay tan duro, feroz y selvático que resista el poder de la música. El hombre que no siente ningún género de armonía, es capaz de todo engaño y alevosía, fraude y rapiña; los instintos de su alma son tan oscuros como la noche, tan lóbregos como el Tártaro. ¡Ay de quien se fíe de él! Oye, Jéssica. (Salen Porcia y Nerissa).

PORCIA.- En mi sala hay luz. ¡Cuán lejos llegan sus rayos! De esta forma es el resplandor de una obra buena en este perverso mundo. De esta forma oscurece a una gloria menor otra más resplandeciente. De esta forma brilla el ministro hasta que aparece el monarca, pero entonces desaparece su pompa, como se pierde en el mar un arroyo. ¿No oyes música?

NERISSA.- Debe ser en tu puerta.

PORCIA.- Suena aún más agradable que de día.

NERISSA.- Efecto del silencio, señora.

PORCIA.- El cantar del cuervo es tan dulce como el de la alondra, cuando no atendemos a ninguno de los dos, y de seguro que si el ruiseñor cantara de día, cuando graznan los patos, nadie le tendría por tan buen cantor. ¡Cuánta perfección tiene las cosas hechas el tiempo! ¡Silencio! Duerme Diana en brazos de Endimión, y no tolera que nadie turbe su sueño. (Calla la música).

LORENZO.- Es voz de Porcia, o me equivoco mucho.

PORCIA.- Me conoce como conoce el ciego al cuco: en la voz.

LORENZO.- Señora mía, bien venida seáis a esta casa.

PORCIA.- Hemos rezado mucho por la salud de nuestros maridos. Esperamos que logren buena fortuna gracias a nuestras oraciones. ¿Han vuelto?

LORENZO.- Todavía no, pero delante de ellos vino un criado a anunciar su venida.

PORCIA.- Nerissa, vete y di a los criados que no cuenten nada de nuestra ausencia. Vosotros haced lo mismo, por favor.

LORENZO.- ¿No oís el son de una trompa de caza? Vuestro esposo se acerca. Fiad en nuestra discreción, señora.

PORCIA.- Esta noche me parece un día enfermo; está pálida; parece un día anubarrado. (Salen Basanio, Antonio, Graciano y acompañamiento).

BASANIO.- Si amanecierais vos, cuando él se ausenta, cena de día al mismo tiempo que en el hemisferio contrario.

PORCIA.- ¡Dios nos ayude! ¡Bien venido seáis a esta casa, señor mío!

BASANIO.- Gracias, señora. Esta bienvenida dádsela a mi amigo. Éste es aquel Antonio a quien tanto debo.

PORCIA.- Grande debe ser la deuda, pues si no he entendido mal, por vos se vio en gran peligro.

ANTONIO.- Por grande que fuera, está bien pagada.

PORCIA.- Con bien vengáis a nuestra casa. El agradecimiento se prueba con obras, no con palabras. Por eso no me detengo en discursos vanos.

GRACIANO.- (A Nerissa). Te juro por la luna que no tienes razón y que me agravias. Ese anillo se lo di a un pasante de letrado. ¡Muerto le viera yo si hubiera sabido que tanto lo sentirías, amor mío!

PORCIA.- ¿Qué cuestión es ésa?

GRACIANO.- Todo es por un anillo, un mal anillo de oro que ella me dio, con sus letras grabadas que decían: Nunca olvides mi amor.

NERISSA.- No se trataba del valor del anillo, ni de la inscripción, sino que cuando te lo di me juraste conservarlo hasta la muerte y lIevarlo contigo al sepulcro. Y ya que no fuera por amor mlo, a lo menos por los juramentos y ponderaciones que hiciste, debías haberlo guardado como un tesoro. Dices que lo diste al pasante de un letrado. Bien sabe Dios que a ese pasante nunca le saldrán las barbas.

GRACIANO.- Sí que le saldrán, si llega a ser hombre y tenerlas. Con esta mano se lo di. Era un rapazuelo, sin bozo, tan bajo como tú, pasante de un abogado, grande hablador. Me pidió el anillo en pago de un favor que me había hecho, y no supe negárselo.

PORCIA.- Pues hiciste mal, si he de decirte la verdad, en entregar tan pronto el primer regalo de tu esposa, que ella colocó en tu dedo con tantos juramentos y promesas. Yo di otro anillo a mi esposo, y le hice jurar que nunca le perdería ni entregarla a nadie. Estoy segura que no lo hará ni por todo el oro del mundo. Graciano, mucha razón tiene tu mujer por estar enojada contigo. Yo me volverla loca.

BASANIO.- ¿Qué podré hacer? ¿Cortarme la mano izquierda y decir que perdi el anillo defendiéndome?

GRACIANO.- Pues también a mi amo Basanio le pidió su anillo el juez, y él se lo dio. Luego, el pasante, que nos había servido bien en su oficio, me pidió el mio, y yo no supe cómo negárselo, porque ni el señor ni el criado quisieron recibir más galardón que los dos anillos.

PORCIA.- ¿Y tú qué anillo le diste, Basanio? Creo que no seria el que yo te entregué.

BASANIO.- Si yo tuviera malicia bastante para acrecentar mi pecado con la mentira, te lo negaría, Porcia. Pero ya ves, mi dedo está vaclo. He perdido el anillo.

PORCIA.- No, lo que tienes vacia de verdad es el alma. Y juro a Dios que no he de ocupar tu lecho hasta que me muestres el anillo.

NERISSA.- Ni yo el de éste, hasta que me presente el suyo.

BASANIO.- Amada Parcia, si supieras a quién se lo di, y por qué, y con cuánto dolor de mi alma, y sólo porque no quiso recibir otra cosa que el anillo, tendrías lástima de mi.

PORCIA.- Y si tú supieras las virtudes de ese anillo, o el valor de quien te lo dio, o lo que te importaba conservarle, nunca le hubieras dado. ¿Por qué había de haber un hombre tan loco, que defendiéndolo tú con alguna insistencia, se empeñara en arrebatarte un don tan preciado? Bien dice Enriza, ella está en lo cierto, sin duda diste el anillo a alguna dama.

BASANIO.- ¡No, señora! Lo juro por mi honor, por mi alma, se lo di a un doctor en Derecho, que no quería aceptar tres mil ducados, y que me pidió el anillo. Se lo negué, bien a pesar mío, porque se fue desairado el hombre que había salvado la vida de mi mejor amigo. ¿Y qué he de añadir, amada Porcia? Tuve que dárselo; la gratitud y la cortesía me mandaban hacerlo. Perdóname, señora, si tú misma hubieras estado allí, pongo por testigos a estos lucientes astros de la noche, me hubieras pedido el anillo para dárselo al juez.

PORCIA.- ¡Nunca se acerque él a mi casa! Ya que tiene la prenda que yo más quería, y que me juraste por mi amor guardar eternamente, seré tan liberal como tú; no le negaré nada, ni siquiera mi persona ni tu lecho. De seguro que le conoceré. Ten cuidado de dormir todas las noches en casa, y de velar como Argos, porque si no, si me dejas sola, te prometo por mi honra, pues todavía la conservo, que dormiré con ese abogado.

NERISSA.- Y yo con el pasante. ¡Conque, ojo!

GRACIANO.- Bueno, haz lo que quieras, pero si cojo al pasante, he de cortarle la pluma.

ANTONIO.- Por mi son todas esas infaustas reyertas.

PORCIA.- No os alarméis, pues a pesar de todo, seréis bien recibido.

BASANIO.- Perdón, Porcia, te he ofendido, y aquí, delante de estos amigos, te juro por la luz de esos divinos ojos en que me miro ...

PORCIA.- ¡Fijaos bien! Dice que se mira en sus ojos, que ve un Basanio en cada uno de ellos. Juras por el doblez de tu alma, y juras con verdad.

BASANIO.- ¡Perdóname, por Dios! ¡Te juro que en mi vida volveré a faltar a ninguna palabra que te dé!

ANTONIO.- Una vez empeñé mi cuerpo en servicio suyo, y hubiera yo perdido la vida, a no ser por el ingenio de aquel hombre a quien vuestro marido galardonó con el anillo. Yo empeño de nuevo mi palabra de que Basanio no volverá a faltar a sus promesas, a lo menos a sabiendas.

PORCIA.- Está bien. Saldréis por fiador suyo. Dadle la joya, y pedidle que la tenga en más estima que la primera.

ANTONIO.- Toma, Basanio, y jura que nunca dejarás este anillo.

BASANIO.- ¡Dios santo! ¡El mismo que di al juez!

PORCIA.- Él me lo entregó. ¡Perdón, Basanio! Yo le concedí favores por ese anillo.

NERISSA.- ¡Perdón, Graciano! El rapazuelo del pasante me gozó ayer en pago de este anillo.

GRACIANO.- Esto es como allanar las sendas en verano. ¿Ya tenemos cuernos, sin merecerlos?

PORCIA.- No decís mal. Pero voy a sacaros de la duda. Leed esta carta cuando queráis. En ella veréis que el letrado fue Porcia y el pasante Nerissa. Lorenzo podrá dar testimonio de que apenas habíais pasado el umbral de esta casa, salí yo, y que he vuelto ahora mismo. Bienvenido seas, Antonio. Tengo buenas nuevas para ti. Lee esta carta. Por ella sabrás que tres de tus barcos, cargados de mercaderías, han llegado a puerto seguro. No he de decirte por qué raros caminos ha llegado a mis manos esta carta.

ANTONIO.- No sé qué decir.

BASANIO.- ¿Tú, señora, fuiste el letrado, y yo no te conocía?

GRACIANO.- ¿Y tú, Nerissa, el pasante?

NERISSA.- Sí, pero un pasante que no piensa engalanar tu frente mientras fuere tu mujer.

BASANIO.- Amado doctor, partiréis mi lecho, y cuando yo falte de casa, podréis dormir con mi mujer.

ANTONIO.- Bellísima dama, me habéis devuelto la salud y la fortuna. Esta carta me dice que mis bajeles han llegado a puerto de salvación.

PORCIA.- Y para ti, Lorenzo, también tiene alguna buena noticia mi pasante.

NERISSA.- Y se la daré sin interés. Toma esta escritura. Por ella os hace donación el judio de toda su hacienda para cuando él fallezca.

LORENZO.- Tus palabras, señora, son como el maná para los cansados israelitas.

PORCIA.- Ya despunta el alba, y estoy segura de que todavía no os satisface lo que acabo de deciros. Entrémonos en casa y os responderé a cuanto me preguntéis.

GRACIANO.- Sea. Y lo primero a que me ha de responder Nerissa es si quiere más acostarse ahora o esperar a la noche siguiente, puesto que ya está tan cercana la aurora. Si fuera de día, yo seria el primero en desear que apareciese la estrella de la tarde para acostarme con el pasante del letrado. Lo juro por mi honor; mientras viva, no perderé el anillo de Nerissa.

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