Índice de El mercader de Venecia de William ShakespeareActo segundoActo cuartoBiblioteca Virtual Antorcha

ACTO TERCERO

Escena Primera

Calle de Venecia

SALANIO Y SALARINO

SALANIO.- ¿Qué se dice en Rialto?

SALARINO.- Corren nuevas de que una nave de Antonio, cargada de ricos géneros, ha naufragado en los estrechos de Goodwins, que son unos escollos de los más temibles, y donde han perecido muchas orgullosas embarcaciones. Esto es lo que sucede, si es que no miente la parlera fama y se porta hoy como mujer de bien.

SALANIO.- ¡Ojalá que por esta vez mienta como la comadre más embustera de cuantas comen pan! Pero la verdad es, sin andarnos en rodeos ni ambages, que el pobre Antonio, el buen Antonio ... ¡Oh, si encontrara yo un adjetivo bastante digno de su bondad!

SALARINO.- Al asunto, al asunto.

SALANIO.- ¿Al asunto dices? Pues el asunto es que ha perdido un barco.

SALARINO.- ¡Quiera Dios que no sea más que uno!

SALANIO.- ¡Ojalá! No sea que eche a perder el demonio mis oraciones, porque aqul viene en forma de judío. (Sale Sylock). ¿Cómo estás, Sylock? ¿Qué novedades cuentan los mercaderes?

SYLOCK.- Vosotros lo sabéis. ¿Quién habla de saber mejor que vosotros la fuga de mi hija?

SALANIO.- Es verdad. Yo era amigo del sastre que hizo al pájaro las alas con que voló del nido. Y Sylock no ignoraba que el pájaro tenía ya plumas, y que es condición de las aves el echar a volar en cuanto las tienen.

SALARINO.- Por eso la condenarán.

SALANIO.- Es claro, si la juzga el demonio.

SYLOCK.- ¡Ser infiel a mi carne y a mi sangre!

SALANIO.- Más diferencia hay de su carne a la tuya, que del marfil al azabache, y de su sangre a la tuya, que del vino del Rin al vino tinto. Dinos: ¿sabes algo de la pérdida que ha tenido Antonio en el mar?

SYLOCK.- ¡Vaya otro negocio! ¡Un mal pagador que no se atreve a comparecer en Rialto! ¡Un mendigo que hacía alarde de lujo, paseándose por la playa! A ver cómo responde de su fianza. Para eso me llamaba usurero. Que responda de su fianza. Decía que prestaba dinero por caridad cristiana. Que responda de su fianza.

SALARINO.- De seguro que si no cumple el contrato, no por eso te has de quedar con su carne. ¿Para qué te sirve?

SYLOCK.- Me servirá de cebo en la caña de pescar. Me servirá para satisfacer mis odios. Me ha arruinado. Por él he perdido medio millón, él se ha reído de mis ganancias y de mis pérdidas; ha afrentado mi raza y también mi linaje, ha dado calor a mis enemigos y ha desalentado a mis amigos. Y todo, ¿por qué? Porque soy judío. ¿Y el judío no tiene ojos, no tiene manos, ni órganos, ni alma, ni sentidos, ni pasiones? ¿No se alimenta de los mismos manjares, no recibe las mismas heridas, no padece las mismas enfermedades y se cura con iguales medicinas, no tiene calor en verano y frío en invierno lo mismo que el cristiano? Si le pican, ¿no sangra? ¿No se ríe si le hacen cosquillas? ¿No se muere si le envenenan? Si le ofenden, ¿no trata de vengarse? Si en todo lo demás somos tan semejantes, ¿por qué no hemos de parecernos en esto? Si un judío ofende a un cristiano, ¿no se venga éste, a pesar de su cristiana caridad? Y si un cristiano a un judío, ¿qué enseña al judío la humildad cristiana? A vengarse. Yo os imitaré en todo lo malo, y para poco he de ser, si no supero a mis maestros.

UN CRIADO.- Señores, mi amo Antonio os espera en su casa para hablaros de negocios importantes.

SALARINO.- Largo tiempo hace que le buscamos. (Sale Túbal).

SALANIO.- He aquí otro de tu misma tribu: no se encontraría otro tercero que los igualase como no fuese el mismísimo demonio. (Vanse).

SYLOCK.- Túbal, ¿qué noticias traes de Génova? ¿Qué sabes de mi hija?

TÚBAL.- Oí noticias de ella en muchas partes, pero nunca la vi.

SYLOCK.- Nunca ha caído otra maldición igual sobre nuestra raza. Mira, se me llevó un diamante que me había costado dos mil ducados en la feria de Francfort. Dos mil ducados del diamante, y además muchas alhajas preciosas. Poco me importaría ver muerta a mi hija, como tuviera los diamantes en las orejas y los ducados en el ataúd. Pero, ¿nada, nada has averiguado de ellos? ¡Maldito sea yo! ¡Y cuánto dinero he gastado en buscarla! ¡Tanto que se llevó el ladrón y tanto como llevo gastado en su busca, y todavía no me he vengado! Cada día me trae una nueva pérdida. Todo género de lástimas y miserias ha caído sobre mí.

TÚBAL.- No eres tú el solo desgraciado. Me contaron en Génova que también Antonio ...

SYLOCK.- ¿Qué, qué? ¿Le ha sucedido alguna desgracia?

TÚBAL.- Se le ha perdido un barco que venía de Trlpoli.

SYLOCK.- ¡Bendito sea Dios! Pero, ¿eso es cierto?

TÚBAL.- Me lo han contado algunos marineros escapados del naufragío.

SYLOCK.- ¡Gracias, amigo Túbal, gracias! ¡Qué felices nuevas! ¿Conque en Génova, eh, en Génova?

TÚBAL.- Dicen que tu hija ha gastado en Génova ochenta ducados en una noche.

SYLOCK.- ¡Qué daga me estás clavando en el corazón! ¡Pobre dinero mlo! ¡En una sola noche ochenta ducados!

TÚBAL.- Varios acreedores de Antonio, con quienes vengo desde Génova, tienen por inevitable su quiebra.

SYLOCK.- ¡Oh, qué felicidad! Le atormentaré. Me he de vengar con creces.

TÚBAL.- Uno de los acreedores me mostró una sortija con que tu hija le había pagado un mono que compró.

SYLOCK.- ¡Cállate, maldecido! ¿Quieres martirizarme? Es mí turquesa. Me la regaló Lía cuando yo era soltero. No la hubiera cedido por un desierto lleno de monos.

TÚBAL.- Pero no tiene duda que Antonio está completamente arruinado.

SYLOCK.- Eso me consuela. Eso tiene que ser verdad. Túbal, avlsame un alguacil para dentro de quince días. Si no paga la fianza, le sacaré las entrañas; si no fuera por él haría yo en Venecia cuantos negocios quisiera. Túbal, nos veremos en la sinagoga. Adiós, querido Túbal.


ESCENA SEGUNDA

Quinta de Parcia

BASANIO, PORCIA, GRACIANO, NERISSA Y CRIADOS


PORCIA.- Os ruego que no os deis prisa. Esperad siquiera un dia o dos, porque si no acertáis en la elección, os pierdo para siempre. Hay en mi alma algo que me dice, no sé si será amor, que seria para mi un dolor que os fueseis. Odio ya veis que no puede ser. Si no os parecen bastante claras mis palabras, porque una doncella sólo puede hablar de estas cosas con el pensamiento, os suplicaria que permanecieseis aqui uno o dos meses. Con esto tendré bastante tiempo para enseñaros el modo de no errar. Pero, ¡ay!, no puedo, porque seria faltar a mi juramento, y no he de ser perjura aunque os pierda. Si erráis, haréis que me lamente mucho de haber faltado a mi juramento. ¡Ojalá nunca hubiera yo visto vuestros ojos! Su fulgor me ha partido el alma; sólo la mitad es mia, la otra mitad es vuestra ... He querido decir mia, pero no es mia, vuestra es también, y toda yo os pertenezco. Este siglo infeliz en que vivimos pone obstáculos entre el poseedor y su derecho. Por eso, y a la vez, soy vuestra y no lo soy. El hado tiene la culpa, y él es quien debe pagarla e ir al infierno, yo no. Hablo demasiado, pero por entretener el tiempo y detenerle, y con él vuestra elección.

BASANIO.- Permitid que la suerte decida. Estoy como en el tormento.

PORCIA.- ¿Basanio en el tormento? Pues qué, ¿hay algún engaño en vuestro amor?

BASANIO.- Hay un recelo que me presenta como imposible mi felicidad. Antes harán alianza el fuego y el hielo que mi amor y la traición.

PORCIA.- Me temo que estéis hablando desde el tormento, donde el hombre, bien contra su voluntad, confiesa lo cierto.

BASANIO.- Porcia, mi vida consiste en vos. Dádmela y os diré toda la verdad.

PORCIA.- Decídmela y viviréis.

BASANIO.- Mejor hubierais dicho: decídmela y amad, y con esto sería inútil mi confesión, ya que mi único crimen es amar, delicioso tormento en que el verdugo puede salvar al reo. Vamos a las cajas y que la suerte nos favorezca.

PORCIA.- A las cajas, pues. En una de ellas está mi efigie. Si me amáis la encontraréis de seguro. Atrás, Nerissa; atrás todos vosotros, y mientras elige resuene la música. Si se equivoca, morirá entre armonías como el cisne, y para que sea mayor la exactitud de la comparación, mis ojos le darán sepulcro en las nativas ondas. Si vence, y no es imposible, oirá el son agudo de las trompetas, semejante al que saluda al rey que acaba de ser ungido y coronado, o a las alegres voces que al despuntar la aurora penetran en los oídos del extasiado novio. Vedle acercarse con más amor y más vigorosos alientos que Hércules cuando fue a salvar a Troya del nefando tributo de la doncella que tenía que entregar a la voracidad del monstruo marino en luctuoso día. Yo soy la víctima. Vosotras sois como las matronas dárdanas que con llorosos ojos han salido de Troya a contemplar el sacrificio. Adelante, noble Alcides: sal vencedor de la contienda. En tu vida está la mía. Todavía tengo yo más interés en el combate que tú que vas a pelear, dando celos al mismo Ares. (Mientras Basanio elige, óyese canto y música).

¿Dónde nace el amor, en los ojos o en el alma?
¿Quién le da fuerzas para quitarnos el sosiego?
Decídnoslo, decídnoslo.
El amor nace en los ojos, se alimenta de miradas y muere por desvíos en la misma cuna donde nace.
Cantemos dulces himnos en alabanza del amor.
¡Viva el amor, viva el amor!

BASANIO.- Muchas veces engañan las apariencias. ¿Ha habido causa tan mala que un elocuente abogado no pudiera hacer probable buscando disculpas para el crimen más horrendo? ¿Hay alguna herejía religiosa que no tenga sectarios y que no pueda cubrirse con citas de la Escritura o con flores retóricas que disimulen su fealdad? ¿Hay vicio que no pueda disfrazarse con la máscara de la virtud? ¿No habéis visto muchos cobardes, tan falsos y movedizos como piedra sobre arena, y que por fuera muestran la belicosa faz de Hércules y las híspidas barbas de Marte, y por dentro tienen los hígados tan blancos como la leche? Fingen valor para hacerse temer. Medid la hermosura: se compra al peso, y son más ligeras las que se atavían con los más preciados arreos de la belleza. ¡Cuántas veces los áureos rizos, enroscados como sierpes alrededor de una dudosa belleza, son prenda de otra hermosura que yace en olvidado sepulcro! Los adornos son como la playa de un mar proceloso; como el velo de seda que oculta el rostro de una hermosura india; como la verdad, cuya máscara toma el fraude para engañar a los más prudentes. Por eso desdeño los fulgores del oro, alimento y perdición del avaro Midas, y también el pálido brillo de la mercenaria plata. Tu quebrado color, ¡oh plomo!, que pasas por vil y anuncias más desdichas que felicidad, me atrae más que todo eso. Por ti me decido. ¡Quiera Dios cumplir mi deseo!

PORCIA.- (Aparte). Como el viento disipa las nubes, así huyen de mi alma todos los recelos, tristezas y desconfianzas. Cálmate, amor, ten sosiego, templa los ímpetus del alma y dame el gozo con tasa, porque si no, el corazón estallará de alegría.

BASANIO.- (Abre la caja de plomo). ¿Qué veo? El mismo rostro de la hermosa Porcia. ¿Qué pincel sobrehumano pudo acercarse tanto a la realidad? ¿Pestañean estos ojos o es que los mueve el reflejo de los míos? Exhalan sus labios un aliento más dulce que la miel. De sus cabellos ha tejido el pintor una tela de araña para enredar corazones. ¡Ay de las moscas que caigan en ellos! Pero, ¿cómo habrá podido retratar sus ojos sin cegar? ¿Cómo pudo acabar el uno sin que los rayos le cegaran de tal modo que dejase sin acabar el otro? Toda alabanza es poca, y sería afrentar al retrato tanto como el retrato al original. Veamos lo que dice la carta, cifra breve de mi fortuna. (Lee). Tú, a quien no engañan las apariencias, consigues la rara fortuna de acertar. Ya que tal suerte tuviste, no busques otra mejor. Si te parece bien la que te ha dado la fortuna, vuélvete hacia ella y con un beso de amor tómala por tuya, siguiendo los impulsos de tu alma. ¡Hermosa leyenda! Señora, perdón. Es necesario cumplir lo que este papel ordena. A la manera que el gladiador, cuando los aplausos ensordecen el anfiteatro, duda si es a él a quien se dirigen y vuelve la vista en torno suyo, así yo, bella Porcia, dudo si es verdad lo que miro, y antes de entregarme al gozo, necesito que lo confirmen vuestros labios.

PORCIA.- Basanio, tal cual me veis, vuestra soy. No deseo para mí mayor suerte, pero en obsequio vuestro quisiera ser veinte veces más hermosa de lo que soy y diez mil veces más rica. Yo quisiera exceder a todas en virtud, en belleza, en bienes de fortuna y en amigos para que me amaseis mucho más. Pero valgo muy poco; soy una niña ignorante y sin experiencia; sólo tengo una cosa buena, y es que todavía no soy vieja para aprender; y otra aún mejor, que no fue tan mala mi educación primera que no pueda aprender. Y todavía tengo otra felicidad mejor, y es la de tener un corazón tan rendido que se humilla a vos como el siervo a su señor y monarca. Mi persona y la hacienda que fue mía son desde hoy vuestras. Hace un momento era yo señora de esta quinta, de estos criados y de mí misma, pero desde ahora yo y mi quinta y mis criados os pertenecemos. Todo os lo doy con este anillo. Si algún día lo destruís o perdéis será indicio de que habéis perdido mi amor y podré reprenderos por tan grave falta.

BASANIO.- Señora, me habéis quitado el habla. Sólo os grita mi sangre alborotada en las venas. Tal trastorno habéis producido en mis sentidos, como el tumulto que estalla en una muchedumbre cuando oye el discurso de un príncipe adorado. Mis palabras incoherentes se confunden con gritos que no tiene sentido alguno, pero que expresan un júbilo sincero. Cuando huya de mis dedos este anillo, irá con él mi vida y podréis decir que ha muerto Basanio.

NERISSA.- A nosotros, mudos espectadores de tal drama, sólo nos toca daros el parabién. Sed dichosos, amos y señores míos.

GRACIANO.- Basanio, señor mío, y vos, hermosa dama, disfrutad cuanta ventura deseo para vosotros, ya que no ha de ser a mi costa. Y cuando os preparéis a cerrar solemnemente el contrato, dadme licencia para hacer lo mismo.

BASANIO.- Con mucho gusto, si encuentras mujer.

GRACIANO.- Mil gracias, Basanio. A ti lo debo. Mis ojos son tan avizores como los tuyos. Tú los pusiste en la señora, yo en la críada; tú amaste, yo también. Tu amor no consiente dilaciones, tampoco el mío. Tu suerte dependía de la buena elección de las cajas, también la mía. Yo ardiendo de amores perseguí a esta esquiva hermosura con tantas y tantas promesas y juramentos, que casi tengo la boca seca de repetirlos. Pero al fin, si las palabras de tal hermosura valen algo, me prometió concederme su amor si tú acertabas a conquistar el de su señora.

PORCIA.- ¿Es verdad, Nerissa?

NERISSA.- Verdad es, señora, si no lo lleváis a mal.

BASANIO.- ¿Lo dices de veras, Graciano?

GRACIANO.- De veras, señor.

BASANIO.- Vuestro casamiento aumentará los regocijos del nuestro.

GRACIANO.- ¡Pero quién viene! ¿Lorenzo y la judia? ¿Y con ellos mi amigo, el veneciano Salerio?' (Salen Lorenzo, Jéssica y Salerio).

BASANIO.- Con bien vengáis a esta quita, Lorenzo y Salerio, si es que mi recién nacida felicidad me autoriza para saludaros en este lugar. ¿Me lo permites, bellísima Porcia?

PORCIA.- Y lo repito, bien venidos sean.

LORENZO.- Gracias por tanto favor. Mi intención no era visitaros, pero Salerio, a quien encontré en el camino, se empeñó tanto, que al cabo consenti en acompañarle.

SALERIO.- Lo hice, es verdad, pero no sin razón, porque te traigo un recado del señor Antonio. (Le da una carta).

BASANIO.- Antes de abrir esta carta dime cómo se encuentra mi buen amigo.

SALERIO.- No está enfermo más que del alma, por su carta verás lo que padece.

GRACIANO.- Querido Salerio, dame la mano. ¿Qué noticias traes de Venecia? ¿Qué hace el honrado mercader Antonio? ¡Cómo se alegrará al saber nuestra dicha! Somos los Jasones que han encontrado el vellocino de oro.

SALERIO.- ¡Ojalá hubieras encontrado el áureo vellocino que él perdió en hora aciaga!

PORCIA.- Malas nuevas debe traer la carta. Huye el color de las mejillas de Basanio. Sin duda acaba de saber la muerte de un amigo muy amado, porque ninguna otra noticia hubiera podido abatir un ánimo tan constante; malo, malo. Perdóname, Basanio, pero soy la mitad de tu alma y justo es que me pertenezcan la mitad de las desgracias que anuncia ese pliego.

BASANIO.- ¡Amada Porcia! Leo en esta carta alguna de las frases más tristes que se han escrito nunca sobre el papel. ¡Porcia hermoslsima, cuando por primera vez te confesé mi amor, no tuve reparo en decirte que yo no tenia otra hacienda que la sangre de mis venas, pero que era noble y bien nacido, y te dije la verdad! Pero así y todo hubo jactancia en mis palabras al decirte que mis bienes eran ninguno. Para ser enteramente honesto, debí añadir que mi fortuna era menos que nada, porque la verdad es que empené mi palabra a mi mejor amigo, dejándole expuesto a la venganza del enemigo más cruel, implacable y sin entrañas: todo para procurarme dineros. Esta carta me parece el cuerpo de mi amigo, cada linea es a modo de una herida, que arroja la sangre a borbotones. Pero, ¿es cierto Salerio? ¿Todo, todo lo ha perdido? ¿Todos sus negocios le han salido mal? ¿Ni en Trípoli, ni en México, ni en Lisboa, ni en Inglaterra, ni en la India, ni en Berbería, escapó ningún barco suyo de esos escollos tan fatales al marino?

SALERIO.- Ni uno. Y aunque a Antonio le quedara algún dinero para pagar al judío, de seguro que éste no lo recibiría. No parece ser humano; nunca he visto a nadie tan ansioso de destruir y aniquilar a su prójimo. Día y noche pide justicia al dux, amenazando, si no le hace justicia, con invocar las libertades del estado. En vano han querido persuadirle los mercaderes más ricos, y el mismo dux y los patricios. Todo en balde. Él persiste en su demanda, y reclama confiscación, justicia y el cumplimiento de su engañoso trato.

JÉSSICA.- Cuando yo vivía con él, muchas veces le vi jurar a sus amigos Túbal y Chus que preferiría la carne de Antonio a veinte veces el valor de la suma que le debía, y si las leyes y el gobierno de Venecia no protegen al infeliz Antonio, mala será su suerte.

PORCIA.- ¿Y en vuestro amigo recaen todas esas calamidades?

BASANIO.- En mi amigo, el mejor y más fiel, el de alma más honrada que hay en toda Italia. En su pecho arde la llama del honor de la antigua Roma.

PORCIA.- ¿Qué es lo que debe al judío?

BASANIO.- Tres mil ducados que me prestó.

PORCIA.- ¿No más que tres mil? Dale seis mil, duplica, triplica la suma, antes que consentir que tan buen amigo pierda por ti ni un cabello. Vamos al altar, despidámonos, y luego corre a Venecia a buscar a tu amigo; no vuelvas al lado de Parcia hasta dejarle en salvo. Llevarás lo bastante para pagar diez veces más de lo que debe al hebreo. Págalo y vuelve en seguida con tu fiel amigo. Nerissa mi doncella y yo viviremos entre tanto como viudas y como doncellas. Es necesario que partas el día mismo de nuestras bodas. Piensa en nuestros comensales; no arrugues el ceño, muestra la faz alegre. Ya que tan caro te he comprado, reflexiona cuánto he de amarte. Pero léeme antes la carta.

BASANIO.- Querido Basanio: mis barcos naufragaron, me acosan mis acreedores; he perdido toda mi hacienda; ha vencido el plazo de mi escritura con el judío, y claro es que si cumple la cláusula del contrato, tengo forzosamente que morir. Toda deuda entre nosotros queda liquidada con tal que vengas a verme a la hora de mi muerte. Sin embargo, haz lo que quieras; si nuestra amistad no te obliga a venir, tampoco te hará fuerza esta carta.

PORCIA.- Amor mío, vete en seguida.

BASANIO.- Volaré, si me lo permites. Entre tanto que vuelvo, el reposo y la soledad de mi lecho serán continuos estímulos para que yo vuelva.


ESCENA TERCERA

Calle de Venecia

SYLOCK. SALANIO, ANTONIO Y UN CARCELERO


SYLOCK.- Carcelero, no apartes la vista de él. No me digas que tenga compasión ... Éste es aquel insensato que prestaba su dinero sin interés. No le pierdas de vista, carcelero.

ANTONIO.- Oye, amigo Sylock.

SYLOCK.- Pido que se cumplan las condiciones de la escritura. He jurado no ceder ni un ápice de mi derecho. En nada te había ofendido yo cuando ya me llamabas perro. Si lo soy, yo te enseñaré los dientes. No tienes escape. El dux me hará justicia. No sé, perverso alcalde, por qué has consentido con tanto gusto en sacarie de la prisión.

ANTONIO.- Óyeme. te lo suplico.

SYLOCK.- No quiero oírte. Cúmplase el contrato. No quiero oírte. No te empeñes en hablar más. No soy un hombre de buenas entrañas, de los que dan cabida a la compasión y se rinden al ruego de los cristianos. No volváis a importunarme. Pido que se cumpla el contrato. (Vase).

SALANIO.- Es el perro más abominable de los que deshonran el género humano.

ANTONIO.- Déjale. Nada de ruegos inútiles. Quiere mi vida y no atino por qué. Más de una vez he salvado de sus garras a muchos infelices que acudieron a mí, y por eso me aborrece.

SALANIO.- No creo que el dux consienta jamás en que se cumpla semejante contrato.

ANTONIO.- EI dux tiene que cumplir la ley, porque el crédito de la República perderia mucho si no se respetasen los derechos del extranjero. Toda la riqueza, prosperidad y esplendor de esta ciudad depende de su comercio con los extranjeros. Ea, vamos. Tan agobiado estoy de pesadumbre, que dudo mucho que mañana tenga una libra de carne en mi cuerpo con qué hartar la sed de ese bárbaro. Adiós, buen carcelero. ¡Quiera Dios que Basanio vuelva a verme y pague su deuda! Entonces moriré tranquilo.


ESCENA CUARTA

Quinta de Porcia, en Belmonte

PORCIA, NERISSA, LORENZO, JÉSSICA Y BALTASAR


LORENZO.- Señora ... no tengo reparo en decirlo delante de vos ... alta idea tenéis formada de la santa amistad, y buena prueba de ello es la resignación con que toleráis la ausencia de vuestro marido. Pero si supierais a quién favorecéis de este modo y cuán buen amigo es del señor Bassanio, más os enorgulleceríais de vuestra obra que de la natural cualidad de obrar bien, de que tantas muestras habéis dado.

PORCIA.- Nunca me arrepentí de hacer el bien, ni ha de pesarme ahora. Entre amigos que pasan y gastan juntos largas horas, unidos sus corazones por el vínculo sagrado de la amistad, ha de haber gran semejanza de índole, afectos y costumbres. De aquí infiero que siendo Antonio el mejor amigo del esposo a quien adoro, ha de parecerse a él necesariamente. Y si es así, ¡qué poco me habrá costado librar del más duro tormento al fiel espejo del amor mio! Pero no quiero decir más, porque esto parece alabanza propia. Hablemos de otra cosa. En tus manos pongo, honrado Lorenzo, la dirección y el gobierno de esta casa hasta que vuelva mi marido. Yo sólo puedo cumplir un voto que hice secretamente, de estar en oración, sin más compañia que la de Nerissa, hasta que su amante y el mio vuelvan. A dos leguas de aquí hay un convento, donde podremos encerrarnos. No rehuséis el encargo y el peso que hoy me obligan a echar sobre vuestros hombros mi confianza y la situación en que me encuentro.

LORENZO.- Lo acepto con toda voluntad, señora.

PORCIA.- Mis gentes conocen ya mi intento. Vos y Jéssica seréis para ellos como Basanio y yo. Quedad con Dios. Hasta la vuelta.

LORENZO.- ¡Dulces pensamientos y horas de felicidad sean vuestra suerte!

JÉSSICA.- ¡Ojalá logréis todas las dichas que mi alma os desea!

PORCIA.- Mucho agradezco la buena voluntad y os deseo igual fortuna. Adiós, Jéssica. (Vanse Jéssica y Lorenzo). Oye, Baltasar. Siempre te he encontrado fiel. También lo has de ser hoy. Lleva esta carta a Padua, con toda la rapidez que cabe en lo humano, y dásela en propia mano a mi amigo el doctor Belario. Él te entregará dos trajes y algunos papeles; llévalos a la barca que hace la travesia entre Venecia y la costa cercana. No te detengas en palabras. Corre. Estaré en Venecia antes que tú.

BALTASAR.- Corro a obedecerte, señora. (Vase).

PORCIA.- Oye, Nerissa: tengo un plan, que todavia no te he comunicado. Vamos a sorprender a tu esposo y al mio.

NERISSA.- ¿Sin que nos vean?

PORCIA.- Nos verán, pero en tal arreo que nos han de atribuir cualidades de que carecemos. Apuesto lo que quieras a que cuando estemos vestidas de hombre, yo he de parecer el mejor mozo y el de más desgarro, y he de llevar la daga mejor que tú. Hablaré recio, como los niños que quieren ser hombres y tratan de pendencias cuando todavia no les apunta el bozo. Inventaré mil peregrinas historias de ilustres damas que me ofrecieron su amor y a quienes desdeñé, por lo cual cayeron enfermas y murieron de pesar. ¿Qué hacer entonces? Sentir en medio de mis conquistas lástima de haberlas matado con mis desvios. Y por este orden ensartaré cien mil desatinos y pensarán los hombres que hace un año he salido del colegio y revuelvo en el magin cien mil fanfarronadas que quisiera ejecutar.

NERISSA.- Pero, señora, ¿tenemos que disfrazarnos de hombres?

PORCIA.- ¿Y lo preguntas? Ven, ya nos espera el coche a la puerta del jardln. Allí te lo explicaré todo. Anda, de prisa, que tenemos que correr seis leguas.


ESCENA QUINTA

Jardín de Porcia, en Belmonte

LANZAROTE Y JÉSSICA


LANZAROTE.- Si, porque habéis de saber que Dios castiga en los hijos las culpas de los padres; por eso os tengo lástima. Siempre os dije la verdad, y no he de callarla ahora. Tened paciencia, porque a la verdad, creo que os vais a condenar. Sólo os queda una esperanza, y ésa a medias.

JÉSSICA.- ¿Y qué esperanza es ésa?

LANZAROTE.- La de que quizá no sea tu padre el judio.

JÉSSICA.- Esa si que seria una esperanza bastarda. En tal caso pagaria yo los pecados de mi madre.

LANZAROTE.- Dices bien, témome que pagues los de tu padre y los de tu madre. Por eso huyendo de la Escila de tu padre, doy con la Caribdis de tu madre, y por uno y otro lado estoy perdido.

JÉSSICA.- Me salvaré por el lado de mi marido, que me cristianizó.

LANZAROTE.- Bien mal hecho. Hartos cristianos éramos para poder vivir en paz. Si continúa ese empeño de hacer cristianos a los judios, subirá el precio de la carne de puerco y no tendremos ni una lonja de tocino para el puchero. (Sale Lorenzo).

JÉSSICA.- Contaré a mi marido tus palabras, Lanzarote. Mirale, aqui viene.

LORENZO.- Voy a tener celos de ti, Lanzarote, si sigues hablando en secreto con mi mujer.

JÉSSICA.- Nada de eso, Lorenzo, no tienes motivo para encelarte, porque Lanzarote y yo hemos reñido. Me estaba diciendo que yo no tendría perdón de Dios, por ser hija de judio, y además añade que tú no eres buen cristiano, porque, convirtiéndote a los judios, encareces el tocino.

LORENZO.- Más fácil me seria, Lanzarote, justificarme de eso, que tú de haber engruesado a la negra mora, que está embarazada por ti, Lanzarote.

LANZAROTE.- No me extraña que la mora esté más gorda de lo justo. Siempre será más mujer de bien de lo que yo creia.

LORENZO.- Todo el mundo juega con el equivoco, hasta los más tontos ... Dentro de poco, los discretos tendrán que callarse, y sólo merecerán alabanza en los papagayos el don de la palabra. Adentro, pfcaro; di a los criados que se dispongan para la comida.

LANZAROTE.- Ya están dispuestos, señor; cada cual tiene su estómago.

LORENZO.- ¡Qué ganas de broma tienes! Diles que pongan la comida.

LANZAROTE.- También está hecho. Pero mejor palabra sería cubrir.

LORENZO.- Pues que cubran.

LANZAROTE.- No lo hará, señor; sé lo que debo.

LORENZO.- Basta de juegos de palabras. No agotes de una vez el manantial de tus gracias. Entiéndeme, ya que te hablo con claridad. Di a tus compañeros que cubran la mesa y sirvan la comida, que nosotros iremos a comer.

LANZAROTE.- Señor, la mesa se cubrirá, la comida se servirá, y vos iréis a comer o no, según mejor cuadre a vuestro apetito. (Vase).

LORENZO.- ¡Oh, qué de necedades ha dicho! Tiene hecha sin duda provisión de gracias. Otros bufones conozco de más alta ralea, que por decir un chiste sois capaces de alterar y olvidar la verdadera significación de las cosas. ¿Qué piensas, amada Jéssica? Dime con verdad: ¿te parece bien la mujer de Basanio?

JÉSSICA.- Más de lo que puedo darte a entender con palabras. Muy buena vida debe hacer Basanio, porque tal mujer es la bendición de Dios y la felicidad del paraíso en la tierra, y si no la estima en la tierra, no merecerá gozarla en el cielo. Si hubiera contienda entre dos divinidades, y la una trajese por apuesta una mujer como Parcia, no encontrarra el otro dios ninguna otra que oponerla en este bajo mundo.

LORENZO.- Tan buen marido soy yo para ti, como ella es buena mujer.

JÉSSICA.- Pregúntamelo a mi.

LORENZO.- Vamos primero a comer.

JÉSSICA.- No, déjame alabarte, mientras yo quiera.

LORENZO.- No, déjalo; vamos a comer; a los postres dirás lo que quieras, y asr digeriré mejor. (Vanse).

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