Índice de El mercader de Venecia de William ShakespeareActo primeroActo terceroBiblioteca Virtual Antorcha

ACTO SEGUNDO

Escena Primera

Sala en la quinta de Porcia

SALEN EL PRÍNCIPE DE MARRUECOS Y SU SERVIDUMBRE, PORCIO, NERISSA Y SUS DONCELLAS

EL PRINCIPE.- No os enoje, bella Parcia, mi color moreno, hijo del sol ardiente bajo el cual nacl. Pero venga el más rubio de los hijos del fria Norte, cuyo hielo no deshace el mismo Apolo, y ábranse juntamente, en presencia vuestra, las venas de uno y de otro, a ver cuál de los dos tiene más roja la sangre. Señora, mi rostro ha atemorizado a los más valientes, y juro por el amor que os tengo, que han suspirado por él las doncellas más hermosas de mi tierra. Sólo por complaceros, dulce señora mía, consintiera yo en mudar de semblante.

PORCIA.- No es sólo capricho femenil quien me aconseja y determina, mi elección no depende de mi albedrío. Pero si mi padre no me hubiera impuesto una condíción y un freno, mandándome que tomase por esposo a quien acertara el secreto que os dije, tened por seguro, ilustre príncipe, que os juzgaría tan digno de mi mano como a cualquier otro de los que la pretenden.

EL PRINCIPE.- Mucho os lo agradece mi corazón. Mostradme las cajas; probemos el dudoso empeño. ¡Juro, señora, por mi alfanje, matador del gran Sofí y del príncipe de Persia, y vencedor en tres batallas campales de todo poder del gran Solimán de Turquía, que con el relámpago de mis ojos haré bajar la vista al hombre más esforzado, desafiaré a mortífera lid al de más aliento, arrancaré a la osa o a la leona sus cachorros, sólo por lograr vuestro amor! Pero, ¡ay!, si el volver de los dados hubiera de decidir la rivalidad entre Alcides y Licas, quizá el fallo de la voluble diosa seria favorable al de menos valer y Alcides quedaria siervo del débil garzón. Por eso es fácil que, entregada mi suerte a la fortuna, venga yo a perder el premio y lo alcance otro rival que lo merezca mucho menos.

PORCIA.- Necesario es sujetarse a la decisión de la suerte. Renunciad a entrar en la prueba, o jurad antes que no daréis la mano a otra mujer alguna si no salis airoso del certamen.

EL PRINCIPE.- Lo juro. Probemos la ventura.

PORCIA.- Ahora a la iglesia, y luego al festín. Después entraréis en la dudosa cueva. Vamos.

EL PRINCIPE.- ¿Qué me dará la fortuna: eterna felicidad o triste muerte?


ESCENA SEGUNDA

Una calle de Venecia

SALE LANZAROTE GOBBO


LANZAROTE.- ¿Por qué ha de remorderme la conciencia cuando escapo de casa de mi amo el judio? Viene detrás de mi el diablo gritándome: Gobbo, Lanzarote Gobbo, buen Lanzarote, o buen Lanzarote Gobbo, huye, corre a toda prisa. Pero la conciencia me responde: No, buen Lanzarote, Lanzarote Gobbo, o buen Lanzarote Gobbo, no huyas, no corras, no te escapes, y prosigue el demonio con más fuerza: Huye, corre, aguija, ten ánimo, no te detengas. Y mi conciencia echa un nudo a mi corazón, y con prudencia me replica: Buen Lanzarote, amigo mlo, eres hijo de un hombre de bien ..., o más bien de una mujer de bien, porque mi padre fue algo inclinado a lo ajeno. E insiste la conciencia: Detente, Lanzarote. Y el demonio me repite: Escapa. La conciencia: No lo hagas. Y yo respondo: Conciencia, son buenos tus consejos ... Diablo, también los tuyos lo son. Si yo hiciera caso de la conciencia, me quedarla con tu amo el judio, que es, después de todo, un demonio. ¿Qué gano en tomar por señor a un diablo en vez de otro? Mala debe de ser mi conciencia, pues me dice que guarde fidelidad al judío. Mejor me parece el consejo del demonio. Ya te obedezco y echo a correr. (Sale el viejo Gobbo).

GOBBO.- Decidme, caballero, ¿por dónde voy bien a casa del judio?

LANZAROTE.- (Es mi padre en persona; pero como es corto de vista más que un topo, no me distingue. Voy a darle una broma).

GOBBO.- Decidme, joven, ¿dónde es la casa del judio?

LANZAROTE.- Torced primero a la derecha, luego a la izquierda; tomad la callejuela siguiente, dad la vuelta, y luego torciendo el camino, toparéis la casa del judio.

GOBBO.- A fe mia, que son buenas señas. Dificil ha de ser atinar con el camino. ¿Y sabéis si vive todavia con él un tal Lanzarote?

LANZAROTE.- ¡Ah si, Lanzarote, un caballero joven! ¿Habláis de ése?

GOBBO.- Aquel de quien yo hablo no es caballero, sino hijo de humilde padre, pobre aunque muy honrado, y con buena salud a Dios gracias.

LANZAROTE.- Su padre será lo que quiera, pero ahora tratamos del caballero Lanzarote.

GOBBO.- No es caballero, sino muy servidor vuestro, y yo también.

LANZAROTE.- Ergo, oidme por Dios, venerable anciano ... ergo habláis del joven Lanzarote.

GOBBO.- De Lanzarote sin caballero, por más que os empeñéis, señor.

LANZAROTE.- Pues sí, del caballero Lanzarote. Ahora bien, no preguntéis por ese joven caballero, porque en realidad de verdad, el hado, la fortuna o las tres inexorables Parcas, le han quitado de en medio, o dicho en términos más vulgares, ha muerto.

GOBBO.- ¡Dios mío! ¡Qué horror! Ese niño que era esperanza y el consuelo de mi vejez.

LANZAROTE.- ¿Acaso tendré yo cara de báculo, arrimo o cayado? ¿No me conoces, padre?

GOBBO.- ¡Ay de mi! ¿Qué he de conoceros, señor mío? Pero decidme con verdad qué es de mi hijo, si vive o ha muerto.

LANZAROTE.- Padre, pero, ¿no me conoces?

GOBBO.- No, caballero; soy corto de vista; perdonad.

LANZAROTE.- Y aunque tuvieras buena vista, trabajo te habia de costar conocerme, que nada hay más dificil para un padre que conocer a su verdadero hijo. Pero en fin, yo os daré noticias del pobre viejo. (Se pone de rodillas). Dame tu bendición: siempre acaba por descubrirse la verdad.

GOBBO.- Levantaos, caballero. ¿Qué tenéis que ver con mi hijo Lanzarote?

LANZAROTE.- No más simplezas, dame tu bendición. Soy Lanzarote, tu hijo, un pedazo de tus entrañas.

GOBBO.- No creo que seas mi hijo.

LANZAROTE.- Eso vos lo sabéis, aunque no sé qué pensar; pero en fin, conste que soy Lanzarote, criado del judio, y mi madre se llama Margarita, y es tu mujer.

GOBBO.- Tienes razón, Margarita se llama. Luego, si eres Lanzarote, estoy seguro de que eres mi hijo. ¡Pero qué barbas, más crecidas que las cerdas de la cola de mi rocin! ¡Y qué semblante tan diferente tienes! ¿Qué tallo pasas con tu amo? Llevo para él un regalo.

LANZAROTE.- No está mal. Pero yo no pararé de correr hasta verme en salvo. No hay judlo más judlo que mi amo. Una cuerda para ahorcarle, y ni un regalo merece. Me mata de hambre. Dame ese regalo y se lo llevaré al señor Basanio. ¡Ése si que da flamantes y lucidas libreas! Si no me admite de criado suyo, seguiré corriendo hasta el fin de la tierra. Pero, ¡felicidad nunca soñada!, aquí está el mismísimo Basanio. Con él me voy, que antes de volver a servir, me haría judío yo mismo. (Salen Basanio, Leonardo y otros).

BASANIO.- Haced lo que tengáis que hacer, pero apresuraos, la cena para las cinco. Llevad a su destino estas cartas, apercibid las libreas. A Graciano, que vaya luego a verme a mi casa. (Se va un criado).

LANZAROTE.- Padre, acerquémonos a él.

GOBBO.- Buenas tardes, señor.

BASANIO.- Buenas. ¿Qué se ofrece?

GOBBO.- Señor, os presento a mi hijo, un pobre muchacho.

LANZAROTE.- Nada de eso, señor, no es un pobre muchacho, sino criado de un judío opulentísimo, y ya os explicará mi padre cuáles son mis deseos.

GOBBO.- Tiene un empeño loco en serviros.

LANZAROTE.- Dos palabras: sirvo al judío ... y yo quisiera ... mi padre os lo explicará.

GOBBO.- Su amo y él ... perdonad, señor, si os molesto ... no se llevan muy bien que digamos.

LANZAROTE.- Lo cierto es que el judío me ha tratado bastante mal, y esto me ha obligado ... Pero mi padre, que es un viejo, prudente y honrado, os lo dirá.

GOBBO.- En esta cestilla hay un par de pichones, que quisiera regalar a vuestra señoría. Y pretendo ...

LANZAROTE.- Dos palabras: lo que va a decir es impertinente al asunto ... Él, al fin, es un pobre hombre, aunque sea mi padre.

BASANIO.- Hable uno solo y entendámonos. ¿Qué queréis?

LANZAROTE.- Serviros, caballero.

GOBBO.- Ahí está, señor, todo el intringulis del negocio.

BASANIO.- Ya te conozco, y te admito a mi servicio. Tu amo Sylock te recomendó a mí hace poco, y no tengas esto por favor, que nada ganas en pasar de la casa de un hebreo opulentísimo, a la de un arruinado caballero.

LANZAROTE.- Bien dice el refrán, mi amo tiene la hacienda, pero vuestra señoría la gracia de Dios.

BASANIO.- No has hablado mal. Vete con tu padre; di adiós a Sylock, pregunta las señas de mi casa. (A los criados). Ponedle una librea algo mejor que las otras. Pronto.

LANZAROTE.- Vámonos, padre. ¿Y dirán que no sé abrirme camino y que no tengo lindo entendimiento? ¿A que no hay otro en toda Italia que tenga en la palma de la mano, rayas tan seguras y de buen agüero como éstas? (Mirándose las manos). ¡Pues no son pocas las mujeres que me están reservadas! Quince nada menos: once viudas y nueve doncellas ... bastante para un hombre solo. Y además sé que he de estar tres veces en peligro de ahogarme y que he de salir bien las tres, y que estaré a punto de romperme la cabeza contra una cama. ¡Pues no es poca fortuna! Dicen que es diosa muy inconsecuente, pero lo que es conmigo, bien amiga se muestra. (Vanse Lanzarote y Gobbo).

BASANIO.- No olvides mis encargos, Leonardo amigo. Compra todo lo que te encargué, ponlo como te dije, y vuelve en seguida para asistir al banquete con que esta noche obsequio a mis íntimos. Adiós, no tardes.

LEONARDO.- No tardaré. (Sale Graciano).

GRACIANO.- ¿Dónde está tu amo?

LEONARDO.- Allí está patente.

GRACIANO.- ¡Señor Basanio!

BASANIO.- ¿Qué me queréis, Graciano?

GRACIANO.- Tengo que dirigiros un ruego.

BASANIO.- Tenle por bien acogido.

GRACIANO.- Permiteme acompañarte a Belmonte.

BASANIO.- Vente, si es forzoso y te empeñas. Pero a la verdad, tú, Graciano, eres caprichoso, mordaz y libre en tus palabras; defectos que no lo son a los ojos de tus amigos y que está en tu modo de ser, pero que ofenden mucho a los extraños, porque no conocen tu buena indole. Echa una pequeña dosis de cordura en tu buen humor, no sea que parezca mal en Belmonte y vayas a comprometerme y a echar por tierra mi esperanza.

GRACIANO.- Basanio, oye, si no tengo prudencia, si no hablo con recato, limitándome a maldecir alguna que otra vez aparte; si no llevo, con aire mojigato, un libro de devoción en la mano o el bolsillo; si al dar gracias después de comer, no me echo el sombrero sobre los ojos y digo con voz sumisa amén; si no cumplo, en fin, todas las reglas de urbanidad, como quien aprende un papel para dar gusto a su abuela, consentiré en perder tu aprecio y tu cariño.

BASANIO.- Allá veremos.

GRACIANO.- Pero no te fies de lo que haga esta noche, porque es un caso excepcional.

BASANIO.- Nada de eso, haz lo que quieras. Al contrario, esta noche conviene que alardees de ingenio más que nunca, porque mis comensales serán alegres y regocijados. Adiós, mis ocupaciones me llaman a otra parte.

GRACIANO.- Voy a buscar a Lorenzo y a los otros amigos. Nos veremos en la cena.


ESCENA TERCERA

Habitación en casa de Sylock

JÉSSICA Y LANZAROTE


JÉSSICA.- ¡Lástima que te vayas de esta casa, que sin ti es un infierno! Tú, a lo menos, con tu diabólica travesura la animabas algo. Procura ver pronto a Lorenzo. Te será fiel, porque esta noche come con tu amo. Entrégale esta carta con todo secreto. Adiós. No quiero que mi padre nos vea.

LANZAROTE.- Adiós. Mi lengua calla, pero hablan mis lágrimas. Adiós, hermosa judía, dulcísima gentil. Mucho me temo que algún buen cristiano venga a perder su alma por ti. Adiós. Mi ánimo flaquea. No quiero detenerme más, adiós.

JÉSSlCA.- Con bien vayas, amigo Lanzarote. (Se va Lanzarote). ¡Pobre de mí! ¿Qué crimen habré cometido? ¡Me avergüenzo de tener tal padre, y eso que sólo soy suya por la sangre, no por la fe ni por las costumbres! Adiós, Lorenzo, guárdame fidelidad, cumple lo que prometiste, y te juro que seré cristiana y amante esposa tuya.


ESCENA CUARTA

Una calle de Venecia

GRACIANO, LORENZO, SALARINO Y SALANIO


LORENZO.- Dejaremos el banquete sin ser notados, nos disfrazaremos en mi casa, volveremos dentro de una hora.

GRACIANO.- Mal lo hemos arreglado.

SALARINO.- Todavía no tenemos preparadas las hachas.

SALANIO.- Para no hacerlo bien, vale más no intentarlo.

LORENZO.- No son más que las tres. Hasta las seis sobra tiempo. (Sale Lanzarote). ¿Qué noticias traes, Lanzarote?

LANZAROTE.- Si abrís la carta, ella misma os lo dirá.

LORENZO.- Bien conozco la letra y la mano más blanca que el papel en que ha escrito mi ventura.

GRACIANO.- Será carta de amores.

LANZAROTE.- Me iré con vuestro permiso.

LORENZO.- ¿Adónde vas?

LANZAROTE.- A convidar al judío, mi antiguo amo, a que cene esta noche con mi nuevo amo, el cristiano.

LORENZO.- Aguarda. Toma. Di a Jéssica muy en secreto que no faltaré. (Se va Lanzarote). Amigos, ha llegado la hora de disfrazamos para esta noche. Por mi parte, ya tengo paje de antorcha.

SALARINO.- Yo buscaré el mío.

SALANIO.- Y yo.

LORENZO.- Nos reuniremos en casa de Graciano dentro de una hora.

SALARINO.- Allá iremos (Vanse Salarino y Salanio).

GRACIANO.- Dime, por favor. ¿Esa carta no es de la hermosa judía?

LORENZO.- Tengo forzosamente que confesarte mi secreto. Suya es la carta, y en ella me dice que está dispuesta a huir conmigo de casa de su padre, disfrazada de paje. Me informa también la cantidad de oro y joyas que tiene. Si ese judío llega a salvarse, será por la virtud de su hermosa hija, tan hermosa como desgraciada por tener de padre a tan vil hebreo. Ven, y te leeré la carta de la bella judía. Ella será mi paje de hacha.


ESCENA QUINTA

Calle donde vive Sylock

SALEN SYLOCK Y LANZAROTE


SYLOCK.- Ya verás, ya verás la diferencia que hay de ese Basanio al judío. Sal, Jéssica. Por ciérto que en su casa no devorarás como en la mía, porque tiene poco. Sal, hija. Ni te estarás todo el día durmíendo, ni tendrás cada mes un vestido nuevo. Jéssica, ven, ¿cómo te lo he de decir?

LANZAROTE.- Sal, señora Jéssica.

SYLOCK.- ¿Quién te manda llamar?

LANZAROTE.- Siempre me habéis reñido por no hacer yo las cosas hasta que me las mandaban. (Sale Jéssica).

JÉSSICA.- Padre, ¿me llamabais? ¿Qué me queréis?

SYLOCK.- Hija, estoy convidado a comer fuera de casa. Aquí tienes las llaves. Pero, ¿por qué iré a ese convite? Cierto que no me convidan por amor. Será por adulación. Pero no importa, iré, aunque sólo sea por aborrecimiento a los cristianos, y comeré a su costa. Hija, ten cuidado con la casa. Estoy muy inquieto. Algún daño me amenaza. Anoche soñé con bolsas de oro.

LANZAROTE.- No faltéis, señor. Mi amo os espera.

SYLOCK.- Y yo también a él.

LANZAROTE.- Y tiene un plan. No os diré con seguridad que veréis una función de máscaras, pero puede que la veáis.

SYLOCK.- ¿Función de máscaras? Oye, Jéssica. Echa la llave a todas las puertas, y si oyes ruido de tambores o de clarines, no te pongas a la ventana, ni saques la cabeza a la calle para ver esas profanidades de los cristianos que se untan los rostros de mil maneras. Tapa en seguida todos los oídos de mi casa, quiero decir las ventanas, para que no penetre aquí ni aun el ruido de semejante bacanal. Te juro por el cayado de Jacob que no tengo ninguna gana de bullicios. Iré, con todo eso, al convite. Tú delante para anunciarme.

LANZAROTE.- Así lo haré. (Aparte a Jéssica). Dulce señora mía, no dejes de asomarte a la ventana, pues pasará un cristiano que bien te merece.

SYLOCK.- ¿Qué dirá entre dientes ese malvado descendiente de Agar?

JÉSSICA.- No dijo más que adiós.

SYLOCK.- En el fondo no es malo, pero es perezoso y comilón, y duerme de día más que un gato montés. No quiero zánganos en mi colmena. Por eso me alegro de que se vaya y que busque otro amo a quien ayude a gastar en pocos días su improvisada fortuna. Ve adentro, hija mía. Quizá pueda yo volver pronto. No olvides lo que te he mandado. Cierra puertas y ventanas, que nunca está más segura la joya que cuando bien se guarda: máxima que no debe olvidar ningún hombre honrado. (Vase).

JÉSSICA.- Mala ha de ser del todo mi fortuna para que pronto no nos encontremos yo sin padre y tú sin hija. (Se va).


ESCENA SEXTA

GRACIANO Y SALARINO, DE MÁSCARA


GRACIANO.- A la sombra de esta pared nos ha de encontrar Lorenzo.

SALARINO.- Ya es la hora de la cita. Mucho me admira que tarde.

GRACIANO.- Sí, porque el alma enamorada cuenta las horas con más presteza que el reloj.

SALARINO.- Las palomas de Venus vuelan con ligereza diez veces mayor cuando van a jurar un nuevo amor que cuando acuden a mantener la fe que han jurado.

GRACIANO.- Necesario es que así suceda. Nadie se levanta de la mesa del festín con el mismo apetito que cuando se sentó en ella. ¿Qué caballo muestra al fin de la rápida carrera el mismo vigor que al principio? Así son todas las cosas. Más placer se encuentra en el primer instante de la dicha que después. La nave es en todo semejante al hijo pródigo. Sale alterna del puerto nativo, coronada de alegres banderolas, acariciada por los vientos, y luego torna con el casco roto y las velas hechas pedazos, empobrecida y arruinada por el vendaval. (Sale Lorenzo).

SALARINO.- Dejemos esta conversación. Aquí viene Lorenzo.

LORENzO.- Amigos, perdón si os he hecho esperar tanto. No me echéis la culpa, echádsela a mis bodas. Cuando para lograr esposa tengáis que hacer el papel de ladrones, yo os prometo igual ayuda. Venid, aquí vive mi suegro Sylock. (Dama. Jéssica, disfrazada de paje, se asoma a la ventana).

JÉSSICA.- Para mayor seguridad decidme quién sois aunque me parece que conozco esa voz.

LORENZO.- Amor mlo, soy Lorenzo, tu fiel amante.

JÉSSICA.- El corazón me dice que eres mi amante Lorenzo. Dime, Lorenzo, ¿y hay alguno, fuera de ti, que sospeche nuestros amores?

LORENZO.- Testigos son el cielo y tu mismo amor.

JÉSSICA.- Pues mira, toma esta caja, que es preciosa. Bendito el oscuro velo de la noche que no te permite verme, porque tengo vergüenza del disfraz con que oculto mi sexo. Pero al amor le pintan ciego, y por eso los amantes no ven las mil locuras a que se arrojan. Si no, el mismo amor se avergonzaría de verme trocada de tierna doncella en arriscado paje.

LORENZO.- Baja, tienes que ser mi paje de antorcha.

JÉSSICA.- ¿Y he de descubrir yo misma, por mi mano, mi propia liviandad y ligereza, precisamente cuando me importa más ocultarme?

LORENZO.- Bien oculta estarás bajo el disfraz de gallardo paje. Ven pronto, la noche vuela, y nos espera Basanio en su mesa.

JÉSSICA.- Cerraré las puertas y recogeré mas oro. Pronto estaré contigo. (Vase).

GRACIANO.- ¡A fe mía que es gentil y no judía!

LORENZO.- ¡Maldito sea yo si no la amo! Porque mucho me equivoco o es discreta y además es bella, que en esto no me engañan los ojos, y es fiel y me ha dado mil pruebas de constancia. La amaré eternamente por hermosa, discreta y fiel. (Sale Jéssica). Al fin viniste. En marcha, compañeros. Ya nos esperan nuestros amigos. (Vanse todos menos Graciano). (Sale Antonio).

ANTONIO.- ¿Quién?

GRACIANO.- ¡Señor Antonio!

ANTONIO.- ¿Solo estáis, Graciano? ¿Y los demás? Ya han dado las nueve y todo el mundo espera. No habrá máscaras esta noche. El viento se ha levantado ya y puede embarcarse Basanio. Más de veinte recados os he enviado.

GRACIANO.- ¿Qué me decís? ¡Oh felicidad! ¡Buen viento! Ya siento ganas de verme embarcado.


ESCENA SÉPTIMA

Quinta de Parcia, en Belmonte

PORCIA Y EL PRINCIPE DE MARRUECOS


PORCIA.- Descorred las cortinas y enseñad al prlncipe los cofres: él elegirá.

EL PRINCIPE.- El primero es de oro, y en él hay estas palabras: Quien me elija, ganará lo que muchos desean. El segundo es de plata, y en él se lee: Quien me elija, cumplirá sus anhelos. El tercero es de vil plomo y en él hay esta sentencia tan dura como el metal: Quien me elija, tendrá que arriesgarlo todo. ¿Cómo haré para no equivocarme en la elección?

PORCIA.- En uno de esos cofres está mi retrato. Si lo encontráis, soy vuestra.

EL PRINCIPE.- Algún dios me iluminará. Volvamos a leer con atención los letreros. ¿Qué dice el de plomo? Todo tendrá que darlo y arriesgarlo el que me elija. ¡Tendrá que darlo todo! ¿Y por qué? ... Por plomo ... ¿Aventurarlo todo por plomo? Deslucido premio en verdad. Para aventurarlo todo hay que tener esperanza de alguna dicha muy grande, porque a un alma noble no le seduce el brillo de un vil metal. En suma, no doy ni aventuro nada por el plomo. ¿Qué dice la plata del blanco cofrecillo? Quien me elija, logrará lo que merece ... Lo que merece ... Despacio, principe, pensémoslo bien. Si atiendo a mi conciencia, yo me estimo en mucho. No es pequeño mi valor, aunque quizá lo sea para aspirar a tan excelsa dama. De otra parte, seria poquedad de ánimo dudar de lo que realmente valgo ... ¿Qué merezco yo? Sin duda esta hermosa dama. Para eso soy de noble nacimiento y grandes dotes de alma y cuerpo, de fortuna, valor y linaje; y sobre todo, la merezco porque la amo entrañablemente. Sigo en mis dudas. ¿Continuaré la elección o me pararé aqui? Voy a leer por segunda vez el rótulo de la caja de oro: Quien me elija, logrará lo que muchos desean. Es claro, la posesión de esta dama, todo el mundo la desea, y de los cuatro términos del mundo vienen a postrarse ante el ara en que se venera su imagen. Los desiertos de Hircania, los arenales de la Libia se ven trocados hoy en animados caminos, por donde acuden innumerables príncipes a ver a Porcia. No bastan a detenerlos playas apartadas, ni el salobre reino de las ondas que lanzan su espuma contra el cielo. Corren el mar, como si fuera un arroyo, sólo por el ansia de ver a Porcia. Una de estas cajas encierra su imagen, pero, ¿cuál? ¿Estará en la de plomo? Necedad seria pensar que tan vil metal fuese sepulcro de tanto tesoro. ¿Estará en la plata, que vale diez veces menos que el oro? Bajo pensamiento sería. Sólo en oro puede engastarse joya de tanto precio. En Inglaterra corre una moneda de oro, con un ángel grabado en el anverso. Allí está sólo grabado, mientras que aqui es el ángel mismo quien yace en tálamo de oro. Venga la llave: mi elección está hecha, sea cual fuere el resultado.

PORCIA.- Tomad la llave, y si en esa caja está mi retrato, seré vuestra esposa.

EL PRÍNCIPE.- (Abriendo el cofre). ¡Por vida del demonio! Sólo encuentro una calavera, y en el hueco de sus ojos este papel: No es oro todo lo que reluce; asi dice el refrán antiguo; tú verás si tiene razón. ¡A cuántos ha engañado en la vida una vana exterioridad! En dorado sepulcro habitan los gusanos. Si hubieras tenido tanta discreción y buen juicio como valor y osadia, no te hablaria de esta suerte, mi hueca y apagada voz. Vete en buena hora, ya que te ha salido fria la pretensión. Si que he quedado frio y triste. Toda mi esperanza huyó, y el fuego de mi amor se ha convertido en hielo. Adiós, hermosa Porcia. No puedo hablar. El desencanto me quita la voz. ¡Cuán triste se aleja el que ve marchitas sus ilusiones!

PORCIA.- ¡Oh felicidad! Quiera Dios que tengan la misma suerte todos lo que vengan, si son del mismo color que éste.


ESCENA OCTAVA

Calle de Venecia

SALARINO Y SALANIO


SALARINO.- Ya se ha embarcado Basanio, y con él va Graciano, pero no Lorenzo.

SALANIO.- El judlo se quejó al dux e hizo que le acompañase a registrar la nave de Basanio.

SALARINO.- Pero cuando llegaron era tarde y ya se habían hecho a la mar. En el puerto dijeron al dux que poco antes habían visto en una góndola a Lorenzo y a su amada Jéssica, y Antonio juró que no iban en la nave de Basanio.

SALANIO.- Nunca he visto tan ciego, loco, incoherente y peregrino furor como el de ese maldito hebreo. Decía a voces: ¡Mi hija, mi dinero; mi hija ... ha huido con un cristiano ... y se ha llevado mi dinero ... mis ducados ...! ¡Justicia ... mi dinero ... una bolsa ... no ... dos, llenas de ducados ...! Me lo han robado todo ... Justicia ... Buscadla ... Lleva consigo mi dinero y mis alhajas.

SALARINO.- Los muchachos le persiguen por las calles de Venecia, gritando como él: Justicia, mis ducados, mis joyas, mi hija.

SALANIO.- ¡Pobre Antonio si no cumple el trato!

SALARINO.- Y fácil es que no pueda cumplirlo. Ayer me dijo un francés que en el estrecho que hay entre Francia e Inglaterra había naufragado un barco veneciano. Enseguida me acordé de Antonio, y por lo bajo hice votos a Dios para que no fuera el suyo.

SALANIO.- Bien harías en decírselo a Antonio, pero de modo que no hiciera mala impresión la noticia.

SALARINO.- No hay en el mundo alma más noble. Hace poco vi cómo se despedía de Basanio. Dljole éste que haría por volver pronto, y Antonio le replicó: No lo hagas de ningún modo, ni eches a perder, por culpa mía, tu empresa. Necesitas tiempo. No te apures por la fianza que di al judío. Estate tranquilo y sólo piensa en alcanzar con mil delicadas galanterías y muestras de amor, el premio a que aspiras. Apenas podia contener el llanto al decir esto. Apartó la cara, dio la mano a su amigo y se despidió de él por última vez.

SALANIO.- Él es toda su vida, según imagino. Vamos a verle, y trataremos de consolar su honda tristeza.

SALARINO.- Vamos.


ESCENA NOVENA

Quinta de Porcia, en Belmonte

NERISSA, PORCIA, EL INFANTE Y uN CRIADO


NERISSA.- (A un criado). Anda, descorre las cortinas, que ya el infante de Aragón ha hecho su juramento y viene a la prueba. (Salen el infante de Aragón, Porcia y acompañamiento. Tocan cajas y clarines).

PORCIA.- Egregio infante, ahí tenéis las cajas; si dais con la que contiene mi retrato, vuestra será mi mano. Pero si la fortuna os fuere adversa, tendréis que alejaros sin más tardanza.

EL INFANTE.- El juramento me obliga a hacer tres cosas: primero, a no decir nunca cuál de la tres cajas fue la que elegi. Segundo, si no acierto en la elección, me comprometo a no pedir jamás la mano de una doncella. Tercero, a alejarme de vuestra presencia si la suerte me fuere contraria.

PORCIA.- Esas con las tres condiciones que tiene que cumplir todo el que viene a esta dudosa aventura y a pretender mi mano, indigna de tanta honra.

EL INFANTE.- Yo cumpliré las tres. Fortuna, dame tu favor, ilumíname. Aqui tenemos plata, oro y plomo. Quien me elija, tendrá que darlo todo y aventurarlo todo. Para que yo dé ni aventure nada, menester será que el plomo se haga antes más hermoso. ¿Y qué dice la caja de oro? Quien me elija, alcanzará lo que muchos desean. Estos serán la turba de necios que se fia de apariencias y no penetra hasta el fondo de las cosas; a la manera del pájaro audaz que pone su nido en el alero del tejado, expuesto a la intemperie y a todo género de peligros. No es mio pensar como piensa el vulgo. No elegiré lo que muchos desean. No seré igual a la multitud grotesca y sin juicio. Vamos a ti, arca brillante de precioso metal. Quien me elija, alcanzará lo que merece. Está bien, ¿qué alma bien nacida querrá obtener ninguna ventaja ni triunfar del hado, sin un mérito real? ¿A quién contentará un honor inmerecido? ¡Dichoso aquel dia en que no por subterráneas intrigas, sino por las dotes reales del alma, se consigan los honores y los premios! ¡Cuántas frentes, que ahora están humilladas, se cubrirán de gloria entonces! ¡Cuántos de los que ahora dominan querrian ser entonces vasallos! ¡Qué de ignominias descubririamos al través de la púrpura de reyes, emperadores y magnates! ¡Y cuánta honra encontrariamos soterrada en el lodo de nuestra edad! Siga la elección: Alcanzará lo que merece. Mérito tengo. Venga la llave, que esta caja encierra sin duda mi fortuna.

PORCIA.- Mucho lo habéis pensado para tan corto premio como vais a encontrar.

EL INFANTE.- ¿Qué veo? La cara de un estúpido que frunce el entrecejo y me presenta una carta. ¡Cuán diverso es su semblante del de la hermosisima Porcia! ¡Otra cosa guardaban mis méritos y esperanzas! Quien me elija alcanzará lo que merece. ¿Y no merezco más? ¿La cara de un imbécil? ¿Ése es el premio que yo ambicionaba? ¿Tan poco valgo?

PORCIA.- EI juicio no es ofensa: son dos actos distintos.

EL INFANTE.- ¿Y qué dice ese papel? (Lee). Siete veces ha pasado este metal por la llama; siete pruebas necesita el juicio para no equivocarse. Muchos hay que toman por realidad los sueños; natural es que su felicidad sea sueño también. Bajo este blanco metal has encontrado la faz de un estúpido. Muchos necios hay en el mundo que se ocultan asi. Cásate a tu voluntad, pero siempre me tendrás por simbolo. Adiós. Todavia seria estupidez mayor no irme ahora mismo. Como un necio vine a galantear, y ahora llevo dos cabezas nuevas, la mia y otra además. Quédate con Dios, Porcia; no faltaré a mi juramento.

PORCIA.- Huye, como la mariposa que se quema las alas, escapa del fuego. ¡Qué necios son por querer pasarse de listos!

NERISSA.- Bien dice el proverbio: sólo su mala fortuna lleva al necio al altar o a la horca.

UN CRIADO.- ¿Dónde está mi señora?

PORCIA.- Aqui.

EL CRIADO.- Se apea a vuestra puerta un joven veneciano, anunciando a su señor, que viene a ofreceros sus respetos y joyas de gran valía. El mensajero parece serio del amor mismo. Nunca amaneció en primavera, anunciadora del ardiente estío, tan risueña mañana como el rostro de ese nuncio.

PORCIA.- Silencio. ¡Por Dios!, tanto me lo encareces, que recelo si acabarás por decirme que es pariente tuyo. Vamos, Nerissa, quiero ver a tan galante mensajero.

NERISSA.- Su señor es Basanio, o mucho me equivoco.

Índice de El mercader de Venecia de William ShakespeareActo primeroActo terceroBiblioteca Virtual Antorcha