Índice de Medea de EurípidesPrimera parteTercera parteBiblioteca Virtual Antorcha

MEDEA

Segunda parte



EGEO

Salve, Medea; no hay más bello exordio para hablar a los que amamos.

MEDEA

Salve tú también. Egeo, hijo del prudente Pandión, ¿de dónde vienes?

EGEO

De visitar el antiguo oráculo de Febo.

MEDEA

¿A qué has ido al fatídico centro de la tierra?

EGEO

Llevado de mi deseo de tener hijos.

MEDEA

Por los dioses, ¿todavia arrastras sin ellos la vida?

EGEO

Sin hijos seguimos por decreto de algún dios.

MEDEA

¿Y estando casado vives sin tu esposa?

EGEO

No carecemos de tálamo conyugal.

MEDEA

¿Y qué ha dicho Febo?

EGEO

Palabras demasiado sublimes para que un hombre las entienda.

MEDEA

¿Podría yo conocer el oráculo del dios?

EGEO

Sin duda, y con tanto más razón cuanto que se necesita para comprenderlo, ingenio sagaz.

MEDEA

¿Qué respondió, pues? Dilo, si es que puedo olrlo.

EGEO

Que no saque mi pie de los odres.

MEDEA

¿Antes que hicieres alguna otra cosa, o que llegues a algún país?

EGEO

Antes de volver al hogar patrio.

MEDEA

¿Y por qué causa has navegado a este pals?

EGEO

Hay aqui un cierto Piteo, rey de Trecenia.

MEDEA

Según dicen, el más piadoso de los hijos de Pélope.

EGEO

Quiero comunicarle el oráculo del dios.

MEDEA

Es un varón sabio, y muy perito en tales interpretaciones.

EGEO

Y el más amado de todos mis huéspedes.

MEDEA

Que seas feliz, y que consigas lo que deseas.

EGEO

¿Qué ha nublado tus ojos y consumido tu cuerpo?

MEDEA

¡Oh Egeo, mi esposo es el más malvado de todos los hombres!

EGEO

¿Qué dices? Cuéntame con franqueza tus penas.

MEDEA

Jasón me ha cubierto de oprobio sin sufrir de mi mal alguno.

EGEO

¿Cuál es su crimen? Dimelo más claramente.

MEDEA

Ha tomado otra esposa para que gobierne su casa.

EGEO

¿Y cómo se ha atrevido a cometer tan vergonzosa maldad?

MEDEA

Pero no deja de ser cierta: llena estoy de ignominia, cuando antes me amaba.

EGEO

¿Enamorado de ella, o harto ya de tu lecho?

MEDEA

Cediendo a su amor vehemente: no era leal con sus amigos.

EGEO

Váyale, pues, bien si, como dices, es un malvado.

MEDEA

Quiso casarse con hija de reyes.

EGEO

¿Quién se la da en matrimonio? Acaba de declrmelo.

MEDEA

Creonte, que reina en Corinto.

EGEO

Disculpable era sin duda tu dolor, ioh mujer!

MEDEA

No puedo sufrirlo, y además me destierran de este país.

EGEO

¿Quién? Ese es otro nuevo mal.

MEDEA

Creonte me destierra de Corinto.

EGEO

¿Y Jasón lo consiente? No alabo su conducta.

MEDEA

Si le oyes, no es asl; pero su corazón lo desea. Imploro, pues, tu ayuda; por estas barbas y por estas rodillas te suplico; compadécete, compadécete de mi desventura, no me veas desterrada y sin amigos; da me asilo en tu reino y hospitalidad en tu palacio. Que los dioses te concedan descendencia, como se lo has pedido, y que feliz mueras. No sabes lo que puedes ganar conmigo; no sólo no carecerás de hijos, sino que tendrás muchos; tales remedios conozco.

EGEO

Por muchas razones, iOh mujer!, estoy dispuesto a otorgarte ese favor, ya por honrar a los dioses, ya por tener los hijos que me prometes, perdida ya por completo la esperanza de engendrarlos. Siendo este mi mayor anhelo, si vas a mi reino te hospedaré, porque soy justo. Sólo te advierto, ¡oh mujer!, que no quiero lIevarte de aqul; pero si te refugias en mi palacio estarás alli segura, y a nadie te entregaré. Sal de este territorio, que no quiero faltar a los que me dan hospitalidad.

MEDEA

Así lo haré; jura cumplir lo que has prometido y me colmarás de júbilo.

EGEO

¿No tienes en mi palabra confianza? ¿Qué temes?

MEDEA

No desconfío de ella; pero las familias de Pelias y Creonte son mis enemigas. No consentirás, pues, si te obligas con juramento, que éstos, cuando quieran, me arranquen de tu reino; pero si sólo me das tu palabra y no me lo juras por los dioses, podrás hacerte amigo de los que me odian, y acaso cedas a los ruegos de sus heraldos; yo tengo poco, ellos riquezas y reales palacios.

EGEO

Gran previsión revelan tus palabras, ¡oh mujer!, así no rehusaré complacerte. Será para mí lo más seguro que pueda dar alguna excusa a tus enemigos, y nada tendrás que temer. ¿Por qué dioses he de jurar?

MEDEA

Jura por Gea, que pisamos, y por Helios, padre de mi padre, y al mismo tiempo por todos los dioses.

EGEO

¿Qué he de hacer o no he de hacer? Dilo.

MEDEA

Que nunca me expulsarás de tu territorio, y que si alguno de mis enemigos quiere arrancarme de él, tú, mientras vivas, no lo consentirás.

EGEO

Juro por Gea, por la brillante luz de Helios y por todos los dioses, que haré lo que dices.

MEDEA

Basta, ¿qué males sufrirás si no cumplieres tu juramento?

EGEO

Los que merecen los mortales impios.

MEDEA

Vete contento; todo va bien; pronto iré a tu ciudad, así que ejecute lo que medito y consiga lo que deseo.

EL CORO

Que te acompañe a tu palacio el hijo de Maya, regio gura, y logres lo que ahora te preocupa, porque tú, Egeo, eres conmigo generoso.

MEDEA

¡Oh Zeus, oh Justicia, hija de Zeus y oh luz de Helios! Ahora, ¡Oh amigas!, venceremos con gloria a nuestros adversarios y entraremos en el camino recto; ahora espero que mis enemigos serán castigados. Egeo se nos ha aparecido en medio de nuestros trabajos como puerto en donde podremos realizar nuestros proyectos; en él ataré los cables de mi nave cuando vaya a la ciudad y al alcázar de Palas. Ahora ya te descubriré mi propósito: oye, pues, mis palabras no ordenadas para deleitar. Rogaré a Jasón, enviando uno de mis siervos, que venga a verme, y cuando llegue, le recibiré con frases halagüeñas y le diré que me agrada cuanto ha hecho (su regio enlace y vil traición), y que es útil y está bien pensado; y le suplicaré que me deje aqui con mis hijos, no con objeto de abandonarlos en este campamento enemigo y que sirvan en él de ludibrio, sino para matar dolorosamente a la hija del rey. Llevarán presentes a la esposa, le pedirán que no los expulse de aqui, y le ofrecerán un finisimo vestido y una corona de oro. Y cuando se ponga estas galas, perecerá miserablemente y todos los que la tocaren: tan poderoso y eficaz será el veneno que ha de bañarla. Nada aquí me obliga ahora a disfrazar mis pensamientos; pero gimo cuando reflexiono en la atroz maldad que he de cometer; mataré a mis hijos, nadie me los arrebatará, y después que arruine el palacio de Jasón, me iré de aquí y expiaré en el destierro la muerte de seres tan queridos, ya que he de atreverme a consumar el más impio de los crimenes. No es tolerable, ¡oh amigas!, servir de escarnio a nuestros enemigos. Sea, pues, asi. ¿Qué gano yo con vivir? Ni tengo patria ni hogar, ni refugio alguno de mis males. Falté en abandonar el hogar paterno dejándome aducir de un heleno, que nos pagará lo que nos debe, si los dioses lo permiten. Jamás verá vivos después a los hijos que en mi ha procreado, no los tendrá de su nueva esposa, porque es menester que esa infame perezca antes envenenada por mi. Nadie pensará entonces que yo soy débil o impotente, ni que sufro mi daño tranquila, sino al contrario, que soy terrible contra mis enemigos y benévola con los que me aman. Sólo de esta manera se adquiere mayor gloria.

EL CORO

Ya que nos has participado tus proyectos, queremos servirte y defender las leyes a que obedecen los mortales, y te exhortamos, por tanto, a que no los realices.

MEDEA

No es posible hacer otra cosa; pero te perdono tus palabras, ya que no padeces mis males.

EL CORO

¿Pero te atreverás a matar a tus hijos?

MEDEA

Así atormentaré horriblemente a mi esposo.

EL CORO

Y tú serás al mismo tiempo la madre más desventurada.

MEDEA

Así sea; superfluo es cuanto hablemos (se dirige a una esclava). Ve, pues, tú, y has venir a Jasón, que me sirves en todo fielmente. No le dirás nada de lo que he pensado, si es cierto que amas a tu señora y que eres mujer.

EL CORO
ESTROFA 1a.

Desde las edades pasadas son afortunados los descendientes de Erecteo, hijos de los bienaventurados dioses; nútrelos preclara sabiduría en país inexpugnable, y discurren con pompa en lucidisima atmósfera, en donde dicen que un tiempo la blonda Harmonia dio a luz a las castas de Musas, a las nueve Piérides.

ANTISTROFA 1a.

Alli dicen también que Cipria, con las ondas del Cefiso, de cristalina corriente, refrescó las dulces y suaves auras, y visitó esa región, entretejiendo su caballera con guirnalda de fragantes rosas, y envió los Amores, que forman el consejo de la Sabiduria, y que son de origen de todo linaje de alabanzas.

ESTROFA 2a.

¿Cómo, pues, la ciudad de los sagrados arroyos, cómo la región que tanto favorece a sus amigos, podrá acogerte como a los demás, si matas impiamente a tus hijos? Piensa en su muerte, considera el castigo que mereces. No; todas te suplicamos, abrazadas a tus rodillas y con toda nuestra alma, que no mates a tus hijos.

ANTISTROFA 2a.

¿Cómo tu ánimo o tu mano serán tan audaces, cómo tu corazón podrá resolverse a hacer daño a tus hijos y cometer tan horrible maldad? ¿Cómo podrás mirarlos y presenciar sin lágrimas su martirio? No será posible, cuando caigan ante ti suplicantes, matarlos sin piedad, y manchar en su sangre tu mortífera mano.

JASÓN

A ruego tuyo vengo, aunque seas mi enemiga; no te faltaré en esto: te oiré, ¡Oh mujer!, si tienes algo nuevo qué decirme.

MEDEA

Suplícote, Jasón, que perdones mis anteriores palabras; justo es que disimules mi ira, ya que tanto te he servido. He reflexionado más tranquila, y me he dicho lo siguiente: ¿Por qué soy tan miserable que me enfurezco contra los que a mi bien atienden, y soy enemiga de los reyes de esta región, y de mi mismo esposo, que por nosotros hace lo que más nos conviene, casándose con la hija del rey para que mis hijos tengan hermanos? ¿No aplacaré al fin mi furor? ¿Cuánta no es mi locura rechazando estos bienes que los dioses me conceden? ¿No tengo hijos? ¿No sé que nos han desterrado de la Tesalia, y que carecemos de amigos? Después de resolver esto en mi ánimo, reconocí que era insensata en sufrir tan grandes males, y que sin razón me había encolerizado. Ahora te alabo, y me parece prudente que te cases en beneficio nuestro; y yo me tengo por insensata porque debía haber aprobado tus proyectos, y ayudar a tu esposa, y asistirla en su lecho, y servirla contenta. Pero somos mujeres, somos como somos (no diré más). No debo, pues, confundirte con los malvados, ni has de pagar las culpas de los necios. Cedemos y confesamos que hicimos mal entonces, y que ahora lo pienso con más prudencia. ¡Oh hijos, hijos míos!, venid aquí, dejad vuestra habitación, saludad y hablad a vuestro padre, y reconciliaos con él al mismo tiempo que vuestra madre, por el odio que antes tuvimos a los que nos amaban: la paz sea con nosotros, lejos la ira. Tomad su diestra. ¡Ay de mis males! ¡Cómo embarga mi ánimo el recuerdo de mis recientes extravíos! ¿Acaso, ¡oh hijos!, viviréis así mucho tiempo, y me ofreceréis vuestros brazos? ¡Ay, cuán mísera, cuán propensa al llanto, cuán tímida soy! Tarde se acaba el disgusto que tuve con vuestro padre. Las lágrimas surcan ahora mi rostro.

EL CORO

Una lágrima brota también de mis ojos, y ojalá que no deplore otro mal mayor.

JASÓN

Alabo tu conducta presente, ¡oh mujer!, y no puedo vituperar la pasada; es natural que las mujeres se enfurezcan contra su marido si se casa con otra. Pero tu corazón ha cambiado favorablemente, y al fin conociste que era el mejor mi proyecto. Así es como obran las prudentes. Vuestro padre, ¡oh hijos!, no ha vacilado, con ayuda de los dioses, en mirar por vuestra futura suerte, pues creo que con vuestros hermanos seréis algún día señores de Corinto. Lo demás, obra es de vuestro padre y del dios que os favorezca. Que yo os vea bien educados llegar al término de la pubertad, superiores a mis enemigos. Más, ¿por qué corre copioso llanto de tus hinchados ojos y no oyes con satisfacción mis palabras?

MEDEA

No es nada; pensaba en estos hijos míos.

JASÓN

Ten confianza en mi; yo miraré por ellos.

MEDEA

Así lo haré, y no desconfiaré de tus promesas; pero la mujer es sensible de suyo, y llorar es su destino.

JASÓN

¿Por qué, ¡oh desventurada!, sollozas por estos hijos?

MEDEA

Yo los di a luz, cuando tú deseabas que vivieran, me compadecía de ellos, dudando si se realizaria o no tu deseo. Ya conoces en parte el motivo que te ha traído aquí, y yo te diré lo restante: ya que place a los reyes de esta ciudad desterrarme de ella, me parece mejor (bien lo conozco), para no servirte de impedimento, ni a los que aquí mandan (pues me miran como a enemiga de tu conyugal reposo), obedecer sus órdenes; pero con el fin de que mis hijos se eduquen bajo tu vigilancia, ruega a Creonte que no compartan mi pena.

JASÓN

No sé si podré persuadirlo; probaremos, sin embargo.

MEDEA

Al menos rogarás a tu esposa que lo pida a su padre.

JASÓN

Sin duda alguna, y espero conseguirlo, si es una mujer como tantas otras.

MEDEA

También yo te ayudaré en esa empresa: le enviaré presentes que excedan en belleza a todos los humanos que he visto; a saber: un sutil vestido y una corona de oro, que llevarán a mis hijos. Conviene, pues, que cuanto antes traiga aquí algún criado estas galas. Tu esposa será feliz, e incomparable en su dicha, no sólo porque se casa contigo, que tanto vales, sino porque poseerá ese don, que en otro tiempo hizo Helios a mis ascendientes. Tomad en vuestras manos estos nupciales dones, ¡oh hijos!, y llevadlos a la afortunada esposa, a quien debéis obedecer. Tales regalos no deben despreciarse.

JASÓN

¿Por qué, ¡oh insensata!, te desprendes así de ellos? ¿Crees que faltarán vestidos en el palacio del rey? ¿Crees que faltará oro? Guárdalos, no los des. Mi esposa me estima; me preferirá, sin duda, a todas las riquezas.

MEDEA

No me digas eso; dicen que hasta los dioses se aplacan con dones; el oro que nutre a los hombres vale más que infinitos discursos; favorécele la fortuna, el cielo le es propicio; mi vida daría gustosa porque no fuesen desterrados mis hijos, no ya oro. Vosotros, ¡oh amados!, así que entréis en ese opulento palacio, rogad a la nueva esposa de vuestro padre, hoy mi señora; suplicadle que os libre de mi pena, y presentadle esos regalos: lo que más interesa es que los reciba en su mano. Id cuanto antes; traed a vuestra madre el feliz mensaje de que ha logrado lo que desea (retírase Jasón con sus hijos).

EL CORO
ESTROFA 1a.

Ya no tengo esperanza de que vivan sus hijos, ya no; ya caminan a la muerte. Daño recibirá la esposa de la diadema de oro; daño recibirá la desdichada. Ella con sus manos adornará con el letal presente su blonda cabellera.

ANTISTROFA 1a.

Su belleza y divino brillo la invitarán a ponerse el vestido y la artística corona de oro, y después acabará su tocado en los infiernos. En tal lazo caerá y tal muerte sufrirá la infortunada; no, no evitará el daño que le amenaza.

ESTROFA 2a.

Y tú, ¡oh mísero funesto esposo, yerno de reyes!, tú contribuyes también, sin saberlo, a la ruina de tus hijos y a la muerte deplorable de tu esposa. ¡Oh desdichado, qué distinta de lo que piensas será tu suerte!

ANTISTROFA 2a.

Pero también me hacen gemir tus dolores, ¡oh madre de hijos sin ventura!, que les darás muerte por vengar la injusta traición que se hace a tu lecho conyugal, y la infidelidad de tu esposo, que te deja por vivir con otra esposa.

EL PEDAGOGO

(Con los hijos de Medea).- Libres, ¡oh señora!, están ya tus hijos del destierro, y la regia consorte recibió en sus manos los presentes: paz hay ya para tus hijos.

MEDEA

¡Ay de mí!

EL PEDAGOGO

¿A qué viene ahora tu tristeza, cuando la fortuna te es favorable? ¿A qué ocultas tu rostro y no me oyes con alegría?

MEDEA

¡Ay, ay de mí!

EL PEDAGOGO

No es así como debes recibir mi grata nueva.

MEDEA

¡Ay, ay de mí otra vez!

EL PEDAGOGO

¿Acaso, sin saberlo, he anunciado alguna desdicha, creyendo falsamente que era alegre mi mensaje?

MEDEA

Anunciaste lo que anunciaste; tú has hecho bien.

EL PEDAGOGO

¿Por qué bajas tus ojos y rompes en lágrimas?

MEDEA

Mucho lo necesito, ¡oh anciano!, yo extraviada, y los dioses conmigo han pensado asi.

EL PEDAGOGO

No eres tú la primera que se separa de sus hijos. Los mortales han de sufrir con paciencia las desdichas.

MEDEA

Así lo haré, pero entra en mi palacio, y cuida de mis hijos como todos los días. ¡Oh hijos, hijos!, ya tenéis ciudad y casa, en la cual viviréis siempre sin vuestra mlsera madre; yo iré desterrada a otro pais, antes de recoger los frutos que habéis de dar y de veros felices; antes de casaros y de engalanar yo misma a vuestra esposa, y el tálamo nupcial, y de llevar las antorchas. ¡Oh, cuán desdichada me hace mi feroz orgullo! En vano os eduqué, ¡oh hijos!, en vano trabajé, y graves molestias me consumieron, y sufri los intolerables dolores del parto. Sin duda, infeliz, puse en vosotros en otro tiempo mi esperanza, y pensé que me sostendríais en la vejez, y que con vuestras manos cerrariais mis ojos, deseo tan natural en los mortales: ya se desvaneció ese dulce consuelo. Sin vosotros pasaré mi vida llena de tristeza y de amargura. Ya no veréis con vuestros ojos amados a vuestra madre, y viviréis en adelante de otra manera. ¡Ay de mí! ¿Por qué me miráis, ¡oh hijos! ¿Por qué me miráis y os sonreis así, con sonrisa peor para mi que la muerte? ¡Ah, ah! ¿Qué haré? Desfallece mi ánimo, ¡oh mujeres!, cuando tropiezo con las alegres miradas de mis hijos ... ¿Qué necesidad tengo de afligir a su padre con estos males, de sufrirlos yo duplicados? No seré yo ... constancia en mis propósitos ... Pero, ¿qué sufro? ¿Serviré yo de risa, quedando impunes mis enemigos? ¡Audacia! ¡Cuánta es mi flaqueza, cuánta debilidad revelan estas frases afeminadas! Entrad en el palacio, ¡oh hijos!, de perpetuo tormento serviréis a ese hombre, que no debe asistir a mis sacrificios. ¡No se enervará mi mano! ¡Ah, ah! ¡No cometerás este crimen, oh mujer!, déjalos desventurada, perdona ya a tus hijos: viviendo allá contigo serán tu encanto ... ! No, por los dioses, que moren en el Hades con los ministros de la venganza, jamás los abandonaré a los ultrajes de los que me odian. No hay más remedio; que mueran, y ya que es preciso, yo que les di la vida, yo se las quitaré. Resuelto está y se cumplirá. Y la corona orna ya las sienes de la regia esposa, y ya perece con su peplo. Ya, ya emprenderé mi funesta fuga, y les dejaré un legado aún más funesto ... Quiero hablar a mis hijos. Dadme, dadme, ¡oh hijos míos!, vuestra diestra para que la bese. ¡Oh mano muy amada! ¡Oh labios queridos! ¡Oh noble rostro! ¡Oh talle gentil! Sed felices, pero allá; vuestro padre os arrebata la ventura que podríais disfrutar aqui. ¡Oh dulce abrazo! ¡Oh tez delicada! ¡Oh suavísimo hálito de mis hijos! Salid, salid; no puedo miraros más, que mis desdichas me agobian. Ya comprendo, ya conozco en toda su extensión la horrible maldad que voy a cometer; pero la ira es mi más poderosa consejera, causa entre los hombres de las mayores desventuras (Medea permanece en el teatro, deseosa de saber el resultado de su funesto mensaje).

Fin de la segunda parte

Índice de Medea de EurípidesPrimera parteTercera parteBiblioteca Virtual Antorcha