Índice de Medea de EurípidesSegunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

MEDEA

Tercera parte



EL CORO
ESTROFA 1a.

Ya más de una vez he hecho reflexiones más profundas y estudios más serios de lo que conviene a mi sexo, y también nos favorece una musa que, para hacernos más sabias, conversa con nosotras (no con todas, que acaso encontrarás pocas a quien esto ocurra), y el estro poético es don de las mujeres.

ANTISTROFA 1a.

Sostengo, pues, que los mortales que no conocen el himeneo ni las dulzuras de la paternidad, son más felices que los que tienen hijos. Como los célibes ignoran si aquéllos sirven de placer o de pena a los hombres, se libran de muchas miserias.

ESTROFA 2a.

Los que tienen dulce prole, llenos están de cuidados, como yo observo, primero para educarla bien y dejarle medios de subsistencia, y después porque no saben si sufren esos trabajos por quienes han de ser buenos o malos.

ANTISTROFA 2a

Recordaré tan sólo este mal, el más intolerable para todos los mortales: allegadas a veces abundantes riquezas y ya hombres y buenos nuestros hijos, es tan grande nuestra desgracia, que la muerte los arrebata de la tierra y los lleva al imperio de Hades. ¿Por qué los dioses, además de tantos otros, han de causar a los hombres este dolor, el más acerbo de todos?

MEDEA

Ya, amigas, gira veloz la rueda de la fortuna; ya veo claramente el término de todo esto. Paréceme desde aqui que se acerca un servidor de Jasón; diriase, por su aspecto, que viene conmovido, como a anunciar alguna desdicha.

EL MENSAJERO

¡Qué cruel y nefanda maldad has cometido, oh Medea! Huye, huye, ya en nave que como carro surque las ondas, ya en otro cualquier vehlculo que huelle la tierra.

MEDEA

¿Qué ha sucedido digno de tal destierro?

EL MENSAJERO

Han muerto ahora poco la princesa real y Creonte, su padre, envenenados por ti.

MEDEA

Me anuncias gratisima nueva, y en adelante serás uno de mis bienhechores y amigos.

EL MENSAJERO

¿Qué dices? ¿Estás en tu cabal juicio? ¿No deliras, oh mujer? ¿Te alegras al saber la ruina del real palacio? ¿No temes las consecuencias?

MEDEA

Algo podría replicarte, pero no te exasperes demasiado, ¡Oh amigo! Sino cuéntame cómo han perecido; doblado será nuestro deleite si fue su muerte la más horrible.

EL MENSAJERO

Cuando llegaron tus dos hijos con su padre y entraron en el palacio conyugal, nos alegramos todos los servidores, que deplorábamos tus desdichas; de uno en otro circuló de repente el rumor de que te habías reconciliado con tu esposo. El uno besaba la mano, el otro la blonda cabellera de tus hijos; y yo, lleno de alegria, los acompañé hasta el aposento de las mujeres. La dueña a quien ahora servimos en tu lugar, antes de venir tus dos hijos miraba a Jasón con amor; después veló su rostro, y volvió a otro lado sus cándidas mejillas, mostrando su disgusto al entrar tus hijos. Pero tu esposo se esforzaba en aplacar el mal humor y la cólera de la doncella, diciéndole: No seas enemiga de los que me aman; mitiga tu ira y vuelve hacia aquí tu cabeza, y ten por amigos a los que lo son de tu esposo; acepta estos presentes, y ruega a tu padre que por mi revoque el destierro de mis hijos. Ella, al ver tu regalo, no persistió en su propósito, sino prometió a Jasón hacer cuanto deseaba, y antes que saliesen los tres del palacio, tomó en sus manos el gentil vestido y se lo puso, y adornó sus rizos con la corona de oro, sonriéndose al contemplar en el espejo su bella imagen. Y después, descendiendo del solio, se paseaba por el palacio y andaba lenta y majestuosamente, satisfecha de los dones, y mirándose y remirándose desde los pies a la cabeza. Al poco tiempo presenciamos un espectáculo horrible: alterósele el color, retrocedió vacilante, tembló todo su cuerpo, y apenas pudo llegar al solio, cayendo enseguida en tierra. Una de sus viejas servidoras, creyendo que le acometfa el furor de Pan o de algún otro dios, dio un grito cuando observó que arrojaba por la boca blanca espuma, y que se extraviaban sus ojos y la sangre desaparecía del cuerpo, y prorrumpió en terribles clamores. Una corrió en aquel momento al palacio de su padre, otra en busca de su esposo, a anunciarles esta desdicha; todo era confusión, voces y carreras. Un luchador ágil hubiese tocado con su carro a la meta recorriendo seis plethros con paso rápido, mientras ella, con los ojos cerrados y sin vida, gemía con pena, despertando al fin presa de dos graves males. La corona de oro, que llevaba en la cabeza, despedía llamas sobrenaturales que todo lo devoraban, y los sutiles vestidos, presente de tus hijos, se cebaban en las blancas carnes de la desventurada. Huyó, por fin, levantándose del solio ardiendo, y sacudía sus cabellos a uno y otro lado, pugnando por arrojar la corona; pero el oro, firmemente adherido a ella, no cedía, y el fuego, después de agitar sus cabellos, estallaba con doble fuerza. Cayó, por último, en tierra, vencida por el mal y horriblemente desfigurada, hasta el punto de que sólo su padre podía conocerla. No se distinguían bien sus ojos; su rostro había perdido toda su gracia; de su cabeza corría sangre mezclada con fuego, y la carne, como gotas de pez, se desprendía a pedazos de los huesos por la eficacia invisible del veneno, ofreciendo un espectáculo horrendo. Nadie osaba tocar el cadáver, temiendo participar de su desdicha. Pero su infortunado padre, que nada sabía de su mal, entró en el aposento de repente y se abalanzó a la muerta, y dio grandes alaridos, y abrazándola y besándola decía: ¡Oh hija desventurada! ¿Qué dios te ha perdido tan miserablemente? ¿Quién acompañará a tu viejo padre a la pira, si tú mueres? ¡Ay de mí! Perezca yo contigo, ¡oh hija! Después que cesaron sus gemidos y lágrimas y quiso levantarse, vióse adherido al sutil traje, como la hiedra a las ramas del laurel. Hubo una lucha horrible: pugnaba por alzar la rodilla, y los paños, firmemente unidos a ella, lo impedían, y cuando forcejeaba, sus viejas carnes se separaban de sus huesos. Al fin exhaló el alma el desdichado, rendido por el dolor. Yacen, pues, muertos los dos, la hija y su anciano padre, el uno junto al otro, calamidad que pide a voces lágrimas. Tú discurrirás el medio de salvarte, que yo nada puedo aconsejarte. Atormenta tu ingenio para evitar el castigo que te amenaza. No es ahora la vez primera que pienso que los proyectos de los mortales son sólo humo, ni vacilo en afirmar que los que se tienen por sabios y se consagran a investigar la razón de las cosas, son los que más torpezas cometen. Nadie es feliz: si llega a poseer grandes riquezas, podrá serio más que otro, pero nunca enteramente.

EL CORO

No parece sino que un dios ha acumulado en este solo dia merecidos males contra Jasón. ¡Oh hija desventurada de Creonte! ¡Cuánto deploramos tu desdicha, pues que, por casarte con Jasón, has bajado al palacio del dios de las tinieblas!

MEDEA

He resuelto, ¡oh amigas!, matar cuanto antes a mis hijos y huir de esta tierra, y no perderé el tiempo encomendando su muerte a manos más enemigas; sin remedio deben morir, y como es preciso, yo que los procreé, los mataré también. Ea, pues, ármate de valor. ¿Por qué titubeo en perpetrar males crueles, pero necesarios? Anda, mísera mano mia, empuña, empuña el acero, huella la triste meta de la vida, y no seas cobarde, ni te acuerdes de tus hijos, a quien tanto amas porque los diste a luz; olvídate en este breve dia de que los tienes y llora después, que, aunque los mates, siempre te fueron caros y siempre fuiste una mujer infeliz.

EL CORO.
ESTROFA

Vitoreemos a Gea y a los rayos de Helios, que todo lo alumbran; ved, contemplad aquella mujer desventurada antes que llene sus manos de sangre infantil. De ti descienden sus hijos, Febo de cabellos de oro, y es horrible que la mano de los hombres derrame sangre de dioses. Refrénala, ¡oh luz divina!, detenla; arroja de este palacio a la sanguinaria y mlsera Erinnia, inspirada por fatídicas deidades.

ANTISTROFA

En vano los dio a luz con dolores, en vano fuiste tronco de amada prole, ¡oh tú, que atravesaste los escollos inhospitalarios de las cerúleas Simplégadas! ¡Oh infortunada! ¿Qué grave ira se ha apoderado de tu corazón, qué rabia fatal, sedienta de sangre, te ha trastornado? Funesta expiación amenaza a los mortales, cuando riegan la tierra con sangre de sus parientes, y para castigo de los parricidas el cielo envla a las familias calamidades proporcionadas a la pena que merecen.

PRIMER NIÑO

(Desde dentro).- ¡Ay de mi! ¿Qué haré? ¿A dónde huiré de mi madre?

SEGUNDO NIÑO

No lo sé, hermano muy querido; ¡vamos a morir!

EL CORO

¿Oyes el clamor de tus hijos? ¡Oh mlsera e infeliz mujer! ¿Entraré en el palacio? Salvemos a sus hijos de la muerte (el coro se detiene viendo cerradas las puertas).

LOS NIÑOS

¡Pero socorrednos, por los dioses! ¿Vendréis a tiempo? Ya el puñal nos amenaza de cerca.

EL CORO

¿Eres, oh miserable, piedra o hierro, para segar con tu mano infanticida la vida de los hijos que diste a luz? Sólo sé de una mujer de los pasados tiempos que matase a sus hijos; sólo sé de Ino, furiosa por orden divina, cuando la esposa de Zeus la arrojó de su palacio y trastornó su juicio, y la miserable cayó en la mar por el impio asesinato de sus hijos, saltando desde la orilla y pereciendo al mismo tiempo que ellos. ¿Puede suceder nada más horrible? ¡Oh funestos casamientos, cuántos males habéis acarreado a los hombres!

JASÓN

Mujeres que rodeáis a ese palacio, ¿está en él esa Medea, que ha cometido tantos horrores? Menester es que se esconda en los abismos de la tierra, o que, cual ave, se lance a las aéreas regiones, para que no pague la pena que merece por su delito contra la real familia. ¿Cree acaso, después de dar muerte a los soberanos de esta región, que podrá escaparse impune? Pero no tanto vengo por ella como por mis hijos; castíguenla los que han sufrido esos males. Mi objeto es salvar la vida de mis hijos, no se venguen en ellos los parientes de Creonte, en represalias de la nefanda maldad que ha cometido su madre.

EL CORO

¡Oh infeliz Jasón! Aún ignoras, sin duda, las desdichas que te aguardan; a no ser asi, no hablaras como hablas.

JASÓN

¿Qué hay? ¿Quiere matarme también?

EL CORO

Tus hijos han muerto a manos de su madre.

JASÓN

¡Ay de mi! ¿Qué dices? ¡Oh mujer, cómo me has afligido!

EL CORO

No olvides que ya murieron tus hijos.

JASÓN

¿En dónde los ha asesinado? ¿Dentro o fuera del palacio?

EL CORO

Abre las puertas y los verás muertos.

JASÓN

Abrid cuanto antes las puertas, servidores; quitad las barras para que contemple dos males a un tiempo y vea a mis hijos muertos, y para que los vengue y muera también a mis manos.

MEDEA

(Que aparece en un carro tirado por dragones con los cadáveres de sus hijos)-. ¿Por qué sacudes y das golpes en las puertas buscando los cadáveres de tus hijos, y a mi, que los he asesinado? No te molestes. Si me necesitas, dime lo que quieres: jamás me tocarán tus manos, porque Helios, padre de mi padre, me ha dado un carro que me protegerá contra mis enemigos.

JASÓN

¡Oh rabia! Mujer odiosa, mujer la más detestada de los dioses, y de mí y de toda la especie humana, que has osado hundir el puñal en el corazón de tus propios hijos, en los mismos que diste a luz, y me dejas huérfano, y ves la tierra y el sol a pesar de tu impiedad maldita. ¡Ojalá que mueras! Ahora te conozco, no cuando de un palacio y de un pais bárbaro te traje a la Hélade, a ti, que eres el más terrible azote, y has hecho traición a tu padre y a la tierra que te crió. Obra es de los dioses que me arrastrara tu fatal destino cuando asesinaste a tu hermano junto a los altares y te embarcaste en la nave Argos, de bella proa. Tales fueron tus primeras hazañas: te casaste conmigo, y después que diste a luz a mis hijos, los mataste llevada de tu odio y de tu envidia a mi segunda esposa. Ninguna helena lo hubiese osado jamás; te preferí a ellas, y fuiste mi compañera; enlace fatal y pernicioso para mí, que eres leona, no mujer, de índole más fiera que la Tyrrena Seyla. Pero (vanamente te insultarla con millares de lenguas, siendo tan grande tu imprudencia) ojalá que mueras, infame como ninguna, y además manchada con la sangre de tus hijos. Sólo puedo ahora deplorar mi suerte, porque ni he disfrutado de mi segundo himeneo, ni podré ya hablar con los hijos que engendré y eduqué, habiéndolos perdido.

MEDEA

Largamente replicaría a cuanto acabas de decir si el padre Zeus no conociera los beneficios que de mi has recibido y tu negra ingratitud. El destino no podía permitir que, despreciándome, tú y tu real cónyuge vivierais felices, insultándome ambos, ni tampoco que Creonte, que te dio la mano de su hija, me desterrara de aquí impune. Si te agrada llámame pues, leona o Seyla, que habita en la costa Tyrrena, pues te he herido en el corazón como merecías.

JASÓN

Tú también sufres, y participas de mis males.

MEDEA

Puedes estar seguro de ello, sin embargo, es dolor que agrada porque no te ríes.

JASÓN

¡Oh hijos! ¡Qué madre tan perversa os tocó en suerte!

MEDEA

¡Oh hijos! ¡Cómo habéis muerto por culpa de vuestro padre!

JASÓN

Pero seguramente no los mató mi diestra.

MEDEA

No tu diestra, pero si tu injusticia y tu segundo matrimonio.

JASÓN

¿Y te resolviste a asesinarlos para vengarte de mi enlace?

MEDEA

¿Es acaso leve desdicha para una mujer?

JASÓN

Sí, si es modesta; pero para ti todo es grave.

MEDEA

Ya murieron; bastante será tu tormento.

JASÓN

Dioses hay vengadores que te castigarán.

MEDEA

Ellos saben a quién debe imputarse todo.

JASON

De seguro conocen a fondo tu abominable corazón.

MEDEA

Te odio, y me burlo de tus palabras amargas.

EL CORO

Y yo de las tuyas; fácil es nuestra separación.

MEDEA

¿Conque eso dices? ¿Qué haré yo ahora? También lo deseo ardientemente.

JASÓN

Déjame sepultarlos y llorarlos.

MEDEA

De ningún modo; yo los enterraré y los llevaré al bosque sagrado de Hera, diosa de Acra, para que ninguno de sus enemigos los insulte, removiendo su sepulcro; en este país de Sisifo instituiré fiestas solemnes y sacrificios para lo futuro, en expiación de tan impío asesinato. Yo iré a la tierra de Erecteo, y habitaré con Egeo, el hijo de Pandión. Tú, que eres perverso, tendrás mala muerte, aunque justa, y los restos de la nave Argos herirán tu cabeza, que has sido testigo del amargo fin de mis bodas.

JASÓN

Acabe contigo la Erinnia, vengadora de tus hijos asesinados, y la Justicia castigue tu crimen.

MEDEA

¿Qué dios, qué divinidad podrá escucharte, cuando eres perjuro y traidor a quienes te dieron hospitalidad?

JASÓN

¡Fuera, fuera de aqui, malvada, asesina de tus hijos!

MEDEA

Vete al palacio y entierra a tu esposa.

JASÓN

Allá voy, huérfano de mis dos hijos.

MEDEA

Aún no has gemido bastante; la vejez te aguarda.

JASÓN

¡Oh, hijos muy amados!

MEDEA

De su madre, no de ti.

JASÓN

Y sin embargo, los mataste.

MEDEA

Para ofenderte.

JASÓN

¡Ay de mí, desventurado! Sólo deseo besar a mis hijos queridos.

MEDEA

Ahora los llamas, ahora deseas verlos, y antes los rechazabas.

JASÓN

Concédeme, por los dioses, que toque siquiera sus infantiles cuerpos.

MEDEA

No, vanos son tus ruegos.

JASÓN

¿Oyes, Zeus, cómo desoyen mis súplicas? ¿Ves lo que sufro de esta execrable leona, asesina de sus hijos? Pero en cuanto pueda y me sea lícito, me lamentaré así y daré gritos, poniendo a los dioses por testigos de que me prohíbes tocar y sepultar los cadáveres de los hijos que mataste: ¡ojalá que nunca los viese, si habían de perecer a tus manos!

EL CORO

Zeus, desde el Olimpo, gobierna al mundo, y muchas veces hacen los dioses lo que no se espera, y lo que se aguarda no sucede, y el cielo da a los negocios humanos fin no pensado. Así ha acontecido ahora.

Fin de la tercera parte

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