Índice de Medea de EurípidesPersonajesSegunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

MEDEA

Primera parte



Vése en la escena el palacio de Creonte

LA NODRIZA

¡Ojalá que la nave Argos volase a la Cólquide y a las cerúleas Symplégadas, y nunca cayese en tierra el pino cortado en las selvas del Pelión, ni la hubiesen armado de remos los héroes muy ilustres que fueron a conquistar el vellocino de oro de Pelias! No hubiera navegado mi dueña Medea hacia las torres del campo de Yolcos, enamorada de Jasón, ni las hijas de Pelias habrían dado muerte a su padre, ni habitaría en Corinto con su esposo y sus hijos, muy querida de estos ciudadanos, a cuyo país vino fugitiva, y complaciendo sin tasa a Jasón; que el lazo más fuerte del matrimonio es la completa sumisión de la esposa al esposo. Pero hoy todo le es hostil, e indecibles sus sufrimientos. Jasón, faltando traidoramente a sus propios hijos y a mi dueña, contrae regias nupcias con la hija de Creonte, rey de Corinto. La desdichada Medea, herida ignominiosamente en la fibra más sensible de su corazón, clama y jura, invoca la fidelidad que Jasón le prometió al darle su diestra, y pone a los dioses por testigos de su ingratitud. Yace sin tomar alimento, presa de intolerables dolores, y siempre deshecha en lágrimas, desde que tuvo noticia de la injuria que su esposo le hacia; ni levanta los ojos, ni los separa de la tierra, sino que, impasible como una piedra, o como las olas del mar, oye los consejos de sus amigos, a no ser cuando inclina su muy blanco cuello, y llora a su padre amado, a su patria y sus palacios, abandonados por acompañar a su esposo, que ahora la desprecia. La infortunada aprende a conocer sus penas a costa de lo que vale el suelo patrio. Odia a sus hijos y no se alegra al verlos, y temo que maquine algo funesto, que es de carácter vehemente y no puede sufrir injurias. Yo, que lo sé, me estremezco al pensar que acaso atraviese sus entrañas con afilado acero, o que mate a la hija del rey y al que se casó con ella, y le sobrevengan después mayores desdichas. Repito que es de carácter vehemente y que ningún adversario triunfará de ella con facilidad. Pero he aqul a sus hijos que vienen del gimnasio en donde corren los carros, sin pensar en su madre, porque en su edad juvenil no se suelen sentir los males.

EL PEDAGOGO

(con los hijos de Medea).- Antigua esclava del palacio de mi dueña, ¿por qué estás sola a la puerta reflexionando en tu infortunio? ¿Cómo es que Medea no apetece tu compañía?

LA NODRIZA

Anciano ayo de los hijos de Jasón: los buenos esclavos comparten las desventuras de sus amos y padecen también. Tan grande es mi dolor, que vengo a contar a la tierra y al cielo los infortunios de mi señora.

EL PEDAGOGO

¿No cesa de gemir la desdichada?

LA NODRIZA

¡Singular es tu candor! Ahora empieza; aún no ha llegado a la mitad del camino.

EL PEDAGOGO

¿Nada sabe la inocente, si es licito hablar así de nuestros señores, de sus males novísimos?

LA NODRIZA

¿Qué hay, ¡oh anciano! Dlmelo al instante.

EL PEDAGOGO

Nada, ya me arrepiento de haber hablado.

LA NODRIZA

Te ruego, por tu barba, que nada ocultes a tu consierva, que, si es necesario, guardará silencio.

EL PEDAGOGO

Oí casualmente (fingiendo no escucharlo, y acercándome al juego de los dados, junto a la fuente sagrada de Pirene, en donde se reúnen muchos ancianos) que Creonte, señor de esta tierra, habia decretado que los hijos y la madre la dejasen. No sé si ese rumor es o no cierto; yo quisiera que no lo fuese.

LA NODRIZA

¿Y consentirá Jasón que sufran tal pena sus hijos, aunque no ame a la madre?

EL PEDAGOGO

Los nuevos amores triunfan de los antiguos, y Creonte no es amigo de la familia de Medea.

LA NODRIZA

Perdidos somos si a mal antiguo se añade el que anuncias, cuando aún no hemos apurado el primero.

EL PEDAGOGO

Pero tranquilizate (porque no conviene que lo sepa nuestra dueña), y calla la noticia.

LA NODRIZA

¿Ois, hijos, cuán cariñoso es con vosotros vuestro padre? No deseo que muera, es mi señor; pero es criminal su conducta con prendas tan caras.

EL PEDAGOGO

Entrad en el palacio, que no será inútil, ¡oh hijos! Aléjalos tú cuanto puedas de su madre, y que no los vea airada. He observado el furor que expresaban sus ojos al mirarlos, como si algo tramara, y no se aplacará su ira, lo sé bien, como no la descargue en alguno. ¡Ojalá que la víctima sea algún enemigo, no un amigo!

MEDEA

(Desde dentro).- ¡Ay de mí, desventurada y mísera! ¡Ay de mis penas! ¡Ay de mí, ay de mí! ¿Cómo moriré al fin?

LA NODRIZA

Esto es lo que os decia, amados hijos; vuestra madre se agita, su bilis se remueve. Entrad pronto en el palacio, que no os vea, no os acerquéis a ella; guardaos de su indole cruel, y del impetu terrible de sus pasiones. Marchaos ya, entrad cuanto antes. Ya se levanta la nube; no tardará en estallar con mayor furia. ¿Qué hará en su rabiosa arrogancia, qué hará su ánimo implacable, aguijoneado por el infortunio?

MEDEA

¡Ay, ay, ay, ay de mí! ¡Qué males sufro tan deplorables! ¡Hijos malditos de funesta madre: que perezcáis con vuestro padre; que todo su linaje sea exterminado!

LA NODRIZA

¡Ay de mí, ay de mi, ay de mi, desventurada! ¿Por qué han de expiar tus hijos las faltas de su padre? ¡Ay de mi! ¡Pobres hijos! ¡Cuánta es mi angustia, cuánto mi deseo de que nada sufráis! Crueles son los tiranos, y como mandan mucho y obedecen poco, dificilmente se aplacan sus iras. Mejor es acostumbrarse a vivir modestamente. Que yo envejezca tranquila, no rodeada de magnificencia. El solo nombre de medianía es ya grato, su posesión el mayor beneficio de que disfrutan los mortales; nunca los excesos aprovechan a los hombres; al contrario, mayores son las calamidades que los dioses, cuando se enfurecen, lanzan contra las familias.

EL CORO

He oido las voces, he oido los clamores de la desdichada que nació en Colcos, y cuya ira no se ha mitigado todavía. Cuéntanos, ¡oh anciana!, lo que sucede; he oído lamentos en ese palacio de doble puerta, y no me placen los infortunios de esa familia, ¡oh mujer!, a quien tengo afecto.

LA NODRIZA

Ya no existe; merced a estos sucesos ha desaparecido. El duende ahora en regio tálamo; la dueña se consume en su lecho, y no tiene amigos que la consuelen.

MEDEA

¡Ay, ay! ¡Que el fuego del cielo me abrace! ¿Qué gano yo con vivir? ¡Ay, ay! ¡Que la muerte me arrebate esta triste vida!

EL CORO

¿No habéis oido, Zeus, Gea y Luz, las voces de la infeliz esposa? ¿No ves que tu insaciable deseo al verte sola en tu lecho, ¡oh insensata!, precipitará tu muerte? Vano será tu anhelo. Si tu marido descansa en nuevo tálamo no te enfurezcas contra él, que Zeus te vengará. No te contristes más de lo justo llorando a tu compañero.

MEDEA

¡Oh magna Themis y reverenda Artemisa! ¿Veis lo que sufro a pesar de los sagrados juramentos que ligan a mi execrable esposo? Ojalá que lo vea con su esposa (ya que han osado ofenderme primero) bajo las minas de su palacio. ¡Oh ciudad! ¡Oh padre!, a quienes abandoné torpemente después de matar a mi hermano.

LA NODRIZA

Ya oís lo que dice, y cómo invoca a Themis y a Zeus, a quienes los hombres miran como a defensores de los juramentos. No es posible que mi señora aplaque fácilmente sus iras.

EL CORO

Ojalá que Medea se presente y atienda mis ruegos, si se ha de mitigar su furiosa ira y los rmpetus de su rabia. Nunca faltaré yo a los deberes de la amistad. Ve, pues y sácala de su palacio, y dile que la amamos; apresúrate antes de que descargue su furor en los que están dentro; las lágrimas corren aqur con furia.

LA NODRIZA

Así lo haré, aunque no tengo confianza en persuadir a mi señora; os complaceré, sin embargo, aunque se lanza contra sus servidores como leona recién parida, si alguno se acerca a hablarle. No errarás si llamas necios e imprudentes a los hombres de los pasados tiempos, que para regocijo de la vida inventaron los himnos en fiestas, banquetes y cenas, y ninguno intentó disiparla con la música o el canto, acompañando de muchas liras, y por eso los asesinatos y las más fatales desgracias arruinan a las familias. Ventajoso hubiera sido curar con el canto los males de los hombres; porque en un alegre festín, ¿a qué modular la voz agradablemente? Él solo, si es espléndido, deleita a los mortales.

EL CORO

He oído lúgubres clamores; he oído lamentos; quéjase amargamente del traidor a quien dio su mano, de su malvado esposo. Llena de ignominia invoca a Themis, hija de Zeus, defensora de los juramentos, que la arrastró a la Hélade enfrente de su patria, atravesando de noche los mares hasta llegar a este alado y marino estrecho, de dificil paso.

MEDEA

Salgo de mi palacio, ¡oh mujeres corintias!, para que no me reconvengáis. Sé bien que algunos que viven en el extranjero, lejos de su patria, son orgullosos, y que otros, de costumbres apacibles y olvidadizos de ella, pasan tranquilamente la vida. No mora la justicia en los ojos de los hombres, pues antes de conocer a fondo a los demás, odian a la simple vista, sin ser provocados a ello por injuria alguna. El que recibe hospitalidad debe adoptar las costumbres de la ciudad que se la da, pues no alabo al ciudadano, sea el que fuere, de arrogante índole, que con su necedad molesta a sus conciudadanos. Este mal, que me ha sobrevenido cuando no lo esperaba, ha desgarrado mi corazón acabando conmigo, y como la vida no tiene ya atractivo para mí, deseo morir, ¡Oh amigas! Mi esposo, el peor de los hombres, me ha abandonado, cuando en él tenía cifrada mi mayor dicha; de todos los seres que sienten y conocen, nosotras las mujeres somos las más desventuradas, porque necesitamos comprar primero un esposo a costa de grandes riquezas y darle el señorío de nuestro cuerpo; y este mal es más grave que el otro, porque corremos el mayor riesgo, exponiéndonos a que sea bueno o malo. No es honesto el divorcio en las mujeres, no es posible repudiar al marido. Habiendo de observar nuevas costumbres y nuevas leyes, como son las del matrimonio, es preciso ser adivino (no habiéndolas aprendido antes, como sucede, en efecto) para saber cómo nos hemos de conducir con nuestro esposo. Si congenia con nosotras (y es la mayor dicha) y sufre sin repugnancia el yugo, es envidiable la vida; si no, vale más morir. El hombre, cuando se halla mal en su casa, se sale de ella y se liberta del fastidio o en la del amigo, o en la de sus compañeros; mas la necesidad nos obliga a no poner nuestra esperanza más que en nosotras mismas. Verdad es que dicen que pasamos la vida en nuestro hogar libres de peligros, y que ellos pelean con la lanza; pero piensan mal, que más quisiera yo embrazar tres veces el escudo que parir una sola. Pero tu suerte es distinta de la mia, y contigo no rezan mis palabras; esta es tu patria, este tu hogar paterno, y aqui disfrutas de las comodidades de la vida y del trato de los amigos; yo sin ellos, desterrada, sufriendo afrentas de mi marido, que me robó de un país bárbaro, no tengo madre, ni hermano, ni parientes que me consuelen en esta calamidad. Sólo, pues, desearia que me indicases algún medio de vengarme de estos males que mi esposo me causa, y del que le dio a su hija en matrimonio, y de ella, y que lo calles. Porque la mujer es siempre tímida, cobarde en la lucha y sin ánimo para mirar tranquilamente el acero; pero cuando la injuria que recibe afecta a su tálamo conyugal, no hay nadie más cruel.

EL CORO

Haré lo que dices; con razón debes vengarte de tu esposo, ¡Oh Medea! No me admira que llores tu desgracia. Pero veo a Creonte, señor de esta tierra, que se acerca a anunciarte sin duda nuevas órdenes.

CREONTE

Mándote, Medea de torva mirada, llena de ira contra tu esposo, que salgas desterrada, llevándote a tus dos hijos, y sin dilatarlo un instante; que soy aquí soberano, y no volveré a mi palacio antes de expulsarte de los confines de este pais.

MEDEA

¡Ay, ay! ¡Completa es mi desventura! ¡Muerta soy! Ya mis enemigos largan todas las velas y no hay remedio contra estos males. Pero dime, ¡oh Creonte!, a pesar de tu odioso comportamiento, ¿por qué me destierras?

CREONTE

Temo (dejándome de circunloquios) que infieras a mi hija algún daño irreparable. Muchas son las causas de mi temor; eres astuta, maestra en artificios, y sientes que tu esposo haya abandonado tu lecho; sé que profieres amenazas, según dicen, y que no disimulas tu propósito de vengarte de mi por haber casado a mi hija, y del esposo y de la esposa. Cuidaré, pues, de que no suceda. Más quiero incurrir en tu odio, ¡oh mujer!, que arrepentirme inútilmente de mi condescendencia.

MEDEA

¡Ay, ay! No ahora sólo, ¡Oh Creonte!, sino muchas veces, me ha perjudicado mi mala reputación y me ha acarreado graves males. Nunca conviene que el hombre de recto juicio enseñe a sus hijos demasiada filosofia, porque además de ganar fama de holgazanes, concitan contra si la envidia de sus conciudadanos. Si enseñas a los necios nuevas y profundas doctrinas, creerán que para nada sirves y que no eres sabio; y hasta aquellos que estiman lo que sabes, si te creen superior, te aborrecerán porque los molestas. Ofrézcote una prueba de lo que digo: por mi saber me envidian unos (éstos me llaman ociosa, aquéllos perversa), y para otros soy pesada carga, y sin embargo, no sé demasiado. Tú temes sufrir de mi algún daño injusto. No es ese mi pensamiento. ¡Oh Creonte!, no receles que yo ofenda a tan ilustres personajes. ¿Qué iniquidades has perpetrado contra mí casando a tu hija, atento sólo a tu inclinación? A quien detesto es a mi marido; pero según creo, has obrado con prudencia. Y ahora no llevo a mal que salga todo a medida de tu deseo: que se casen, que aqui reinen la felicidad y el bienestar; pero déjame vivir en Corinto; yo callaré a pesar de mi afrenta, y cederá a la fuerza.

CREONTE

Agrádame oír lo que dices; pero temo que fragües alguna maldad, y ahora tengo de ti menos confianza que antes, porque la mujer de pronta cólera, lo mismo que el hombre, es menos temible que quien calla y solapadamente forma propósito de vengarse. Vete, pues, cuanto antes y no me hables más; así lo he mandado, y no hallarás medio de quedarte entre nosotros, siendo mi enemiga.

MEDEA

¡Oh, no, por tus rodillas y por tu hija recién casada!

CREONTE

Hablas en balde; nunca lograrás persuadirme.

MEDEA

¿Y me expulsarás de aqui y desoirás mis súplicas?

CREONTE

No te prefiero a mi familia.

MEDEA

¡Cuánto, oh patria, me acuerdo de ti ahora!

CREONTE

Fuera de mis hijos, lo que más amo es mi ciudad.

MEDEA

¡Ay, ay! ¡Qué grave mal es el amor de los hombres!

CREONTE

En mi juicio, según sea su fortuna.

MEDEA

¡Oh Zeus, no olvides al autor de estos males!

CREONTE

Vete, insensata, y líbrame de cuidados.

MEDEA

Bastante tengo con los mios; no necesito más.

CREONTE

Pronto te desterrarán a la fuerza los de mi séquito.

MEDEA

No lo hagas, yo te lo suplico, ¡oh, Creonte!

CREONTE

No me precipites tú, como llevas trazas de hacerla.

MEDEA

Huiré, no es eso lo que te pido.

CREONTE

¿A qué, pues, te opones y no te alejas?

MEDEA

Concédeme de plazo este solo dia, y pensaré en dónde he de refugiarme con mis hijos, ya que su padre no se cuida de ellos; compadécete de su suerte, que tú también los tienes; miralos con agrado. Poco me curo de mi y de mi destierro, pero deploro su mala fortuna.

CREONTE

No es tiránica mi natural índole, y muchas veces me ha perdido mi bondad. Y veo que no obro bien ahora, ¡oh mujer!, y sin embargo, lograrás lo que deseas; pero advierto que morirás si te llega a alumbrar aquí o a tus hijos la antorcha del sol que ha de lucir mañana: lo dicho, dicho está, y no me volveré atrás. Ahora, si te conviene quedarte aquí, quédate por un solo día, que no podrás cometer ningún crimen de los que temo.

EL CORO

¡lnfeliz mujer! ¡Ay, ay, cuántos son tus dolores! ¿Adónde te encaminarás al fin? ¿Quién te dará hospitalidad, qué techo te cobijará, qué tierra podrán encontrar que te libre de males? ¡En peligrosa borrasca, oh Medea, te han lanzado los dioses!

MEDEA

Rodéanme sólo desdichas: ¿quién podrá contradecirlo? Pero no será como pensáis, no. Nuevas luchas aguardan a los esposos y no pocos trabajos a los suegros. ¿Crees, acaso, que yo le habría hablado nunca con tanta dulzura sino por ganar tiempo y vengarme? Me hubiera callado, absteniéndome de tocar sus manos. Tan grande es su insensatez que, pudiendo desbaratar mis proyectos, desterrándome de aquí ahora, me ha concedido el plazo de un día, que bastará para dar muerte a tres enemigos míos: al padre, a la hija y a mi esposo. Aunque tengo muchos medios de hacerlos morir, no sé, ¡oh amiga!, cuál emplearé primero: si incendiaré el palacio nupcial, o si los atravesaré con el afilado acero, entrando ocultamente en el aposento en que está preparado el nupcial lecho. Sólo un obstáculo me detiene: si al cumplir mi propósito me prenden, se regocijarán con mi muerte. Lo mejor es matarlos con veneno, en cuyo arte soy maestra. Sea así; supongamos que ya han perecido: ¿qué ciudad me acogerá? ¿Quién me dará hospitalidad, y me dejará libre, y me ofrecerá un país seguro y un albergue, que me inspire confianza? No es fácíl. Como me queda tan poco tiempo, si encuentro algún refugio que me tranquilice, cometeré mi crimen dolosa y ocultamente; si la inevitable fortuna trastorna mi plan, los mataré con mi espada, aunque después muera yo; ellos verán hasta dónde llega mi audacia. No, por Hécate, deidad a quien rindo especial culto, y cuya protección he implorado en este trance en el secreto del santuario de mi palacio; nadie se reirá de mis dolores. Amargas y tristes serán las nupcias, amargo el nuevo parentesco, amargo mi destierro de este país. Ea, pues, Medea; apela a todos tus artificios, delibera y medita, no vaciles cometer tu atroz delito; veremos quién es más fuerte. ¿No consideras tu estado? ¿Has nacido de noble padre y desciendes de Helios, y servirás de ludibrio en las bodas de Jasón y de los hijos de Sísifo? Tú eres sagaz; por naturaleza somos las mujeres las más incapaces de hacer el bien, pero artrfices de los más ingeniosos de todo linaje de males. (Mientras canta el coro, Medea no abandona el teatro, aunque quede en segundo término).

EL CORO
ESTROFA 1a.

Hacia atrás corren las ondas de las sagradas fuentes, y la justicia y todas las cosas hacia atrás se revuelven. El dolo preside en los consejos de los hombres y no hay fe en los dioses. Para que mi vida sea alabada ha de cambiar mi fama: sea honrado mi sexo, y las mujeres no gozarán, de infausto renombre.

ANTISTROFA 1a.

Las Musas, madres de las antiguas canciones, no publicarán ya mi perfidia. Febo, dios de la poesía, no nos ha concedido componer cantos divinos, acompañados de la lira, porque entonces yo hubiese entonado un himno contrario a los hombres, ya que la larga edad pasada aduce tantas pruebas contra nosotras y contra ellos.

ESTROFA 2a.

Mas tú abandonaste el hogar paterno, navegando airada, atravesaste los dos peñascos del mar, habitas en tierra extranjera, y viuda solitaria yaces en el lecho, ¡oh desdichada!, y te destierran de este país con ignominia.

ANTISTROFA 2a.

El aire se llevó los juramentos y desapareció el pudor de la Hélade, siendo tan vasta. Tú, desventurada, no tienes palacio paterno al cual recurras en tus miserias, y en el tuyo y en tu esposo domina otra reina más poderosa que tú.

JASÓN

No sólo ahora, sino muchas veces, he observado que la rabiosa cólera es mal irreparable. Cuando podías quedarte en tu casa y en este país, si obedecieras resignada las órdenes de los que mandan, los obligas, profiriendo vanas palabras, a que te lancen de aquí. Para mí no hay en esto la menor molestia; no dejas nunca de decir que Jasón es el peor de los hombres; pero en cuanto a tus injurias contra los principes, debes convenir conmigo en que no ganas poco siendo sólo desterrada. Siempre me esforcé en aplacar la ira de los reyes, enfurecidos contra ti, y deseaba que te quedases; pero tú, siempre insensata, prosigues maldiciendo a los que reinan, y asi no habrá otro remedio que desterrarte. Sin embargo, ni aun por esto falto a los que amo; tal es la razón que me ha obligado a venir aqui, ¡oh mujer!, para mirar por ti, para que no salgas pobre con tus hijos, si algo necesitas. Muchos males trae consigo el destierro, y aunque me aborrezcas, nunca podré quererte mal.

MEDEA

¡Oh tú, el mayor de los malvados! (que, débil mujer, sólo mi lengua debe ofenderte), ¿has venido a vernos, has venido a vernos cuando te odio más que a nadie? (y los dioses conmigo y todo el linaje humano). No es confianza ni fortaleza mirar frente a frente a los amigos a quienes injurias, sino desvergüenza, la más grave de las debilidades humanas. No obstante, has hecho bien en venir, porque me consolaré maldiciéndote, y tú sufrirás oyéndome. Comenzaré, pues, tu apologia. Te salvé, como saben todos los griegos que se embarcaron contigo en la nave Argos, cuando guiaste los toros uncidos al yugo, que aspiraban llamas, para sembrar el mortifero campo; y después que maté al vigilante dragón que guardaba el vellocino de oro envuelto en sus monstruosos pliegues, viste por mi la luz saludable. Yo misma, abandonando traidoramente a mi padre y a mi familia, te acompañé a Yolcos el del Pelión con más ligereza que prudencia, y maté a Pelias (cuando la muerte es el peor de los males), valiéndome de sus mismas hijas, y te liberté de todo temor. Y por estos beneficios, ¡Oh tú, el más infame de los hombres!, me has vendido y buscado un nuevo tálamo para que no se acabe tu linaje. Si no tuviera hijos, podria perdonarte tus nuevas nupcias. No has hecho caso de tus juramentos, ni es fácil saber si crees que todavia reinan los dioses que antes reinaron, o si los hombres han recibido otras leyes, aun cuando estés bien seguro de que no me has sido lo fiel que debieras. ¡Ay de mi diestra, que tanto estrechaste! ¡Ay de mis rodillas, que en vano tocó un hombre malvado! Perdimos toda esperanza. Ea, pues, hablaré contigo como si fueras amigo, y aunque no eres capaz de hacerme bien alguno, te hablaré, sin embargo, para que, cuando te reconvenga, sea mayor tu oprobio. ¿Adónde me dirigiré ahora? ¿Al palacio de mi padre y a mi patria, abandonada antes por venir aquí? ¿Buscaré las míseras hijas de Folias? Bien me recibirán, sin duda, en su palacio, después de haber dado muerte a su padre. Tal es mi desesperada situación, que me aborrecen los amigos a quienes no debí hacer mal, y tengo por enemigos a quienes sólo dispensé beneficios, como sucede a ti. Soy por tu causa la esposa más feliz y envidiable de la Grecia, y tú un portentoso y fidelísimo marido; tú eres el autor de mis desventuras, tú me obligas a huir de aquí desterrada, sin amigos, sola con mis hijos, también solos. ¡Preciara gloria para el nuevo esposo reducir a sus hijos y a su salvadora, a la condición de errantes mendigos! ¿Por qué, oh Zeus, has permitido que los hombres distingan el oro verdadero del falso, y no has impreso una señal en el cuerpo para que no se confundan los malos con los buenos?

EL CORO

Grave mal es la ira, y se cura con trabajo si los amigos luchan con amigos.

JASÓN

Preciso es, según parece, que yo no sea imperito en hablar, sino como prudente piloto que pliega las velas de la nave, ¡oh mujer!, para escapar a tu locuacidad desenfrenada. He de decirte, pues, ya que tanto ponderas tus beneficios, que Cipria sola, no otro dios ni hombre, me salvó en mi navegación. Sutil es tu ingenio, y te será enojoso que yo cuente cómo te forzó Eras con sus inevitables saetas a libertarme. Pero no insistiré en esto. No puedo negar que me ayudaste; pero probaré que tú has ganado en ello más de lo que hubieras perdido haciendo lo contrario. En primer lugar, vives en la Hélade y no en país bárbaro, y has conocido en ella lo que valen el derecho y las leyes, no la arbitrariedad y la violencia; todos los griegos alaban tu ingenio, y has alcanzado gloria, y si habitases en los últimos confines del orbe, nadie hablaría de ti. Aunque en mi palacio no tenga riquezas, aunque no pueda componer versos superiores a los de Orfeo, que la fama, en cambio, celebre mis hazañas. He aquí mis obras, ya que tú has suscitado esta disputa. Por lo que hace a mis nupcias, que has escarnecido, probaré primero mi prudencia, después mi moderación, y por último, que todo ello es la consecuencia del afecto que profeso a ti y a mis hijos. Tranquilízate, pues. Cuando llegué aquí desde Yolcos, presa de intolerables sufrimientos, ¿qué mayor ventura para mi que casarme con la hija del rey, no siendo más que un mísero desterrado? No, como tú dices con sarcasmo, porque te aborrezca, ni por los incentivos que me ofrece una nueva esposa, ni por tener muchos hijos (que me basta los tuyos, y no me quejo de ello), sino lo que es más importante, por vivir vida pacífica y no sufrir la miseria, sabiendo que los amigos huyen del pobre, y para educar a mis hijos como a su cuna corresponde, y si engendrare otros, hermanos de los tuyos, para que todos sean iguales, y verlos juntos, y disfrutar así de ventura. ¿Para qué necesitas a los tuyos? A mí me interesa servir con los que tenga a los que ya viven. ¿He pensado mal acaso? No lo dirías tú si no te amargara mi matrimonio. Vosotras las mujeres creéis poseerlo todo, cuando vuestro lecho nupcial queda a salvo; pero si sufrís algo en esta parte, miráis como lo más adverso lo mejor y más útil. Convendría que los mortales procreasen hijos por otros medios, y que no hubiese mujeres, y así se verían libres de todo mal.

EL CORO

Elegante discurso has pronunciado, ¡oh Jasón!, y sin embargo, me parece, aunque de tu opinión disienta, que no has obrado en justicia faltando a tu esposa.

MEDEA

No hay duda que en muchos puntos no pienso como los demás mortales. En mi juicio, el que es sagaz hablando, cuando huella el derecho, merece el mayor castigo; confiando en que podrá paliar sus defectos con la palabra, se atreve a obrar mal, y así no es bastante sabio. No pronuncies, pues, contra mí, frases especiosas, ni te jactes de tu pericia en hablar, que una sola palabra mía bastará para confundirte. Si no obrabas con mala intención, debiste convencerme primero de ello, antes de casarte, y no hacerlo sin conocimiento de tus amigos.

JASÓN

Seguramente hubieras aprobado mi propósito si te hubiese dicho que pensaba casarme, cuando ahora refrenas tu ira con trabajo.

MEDEA

No te afligía su cuidado; al contrario, era para ti humillante, tener esposa extranjera acercándose tu vejez.

JASÓN

Te aseguro, ya que ha llegado la ocasión oportuna, que no por esa mujer he deseado y conseguido ese regio matrimonio, sino como te dije antes, por tu bien y el de tus hijos, y porque tengan otros hermanos de sangre real, columnas de mi familia.

MEDEA

Que no me toque en suerte dicha mezclada con dolor, ni riquezas que atormenten mi ánimo.

JASÓN

¿Quieres hacer votos contrarios, y parecerás más prudente? No pienses jamás que los bienes son molestos, ni te tengas por infeliz cuando eres afortunada.

MEDEA

Insúltame, que aquí tienes un refugio, y yo huiré abandonada.

JASÓN

Tú misma lo has elegido; no acuses a nadie.

MEDEA

¿Y qué recurso me queda? ¿Casarme con otro y hacerte traición?

JASÓN

Proferir impías maldiciones contra los reyes.

MEDEA

Y a mí me maldicen también en tu palacio.

JASÓN

No pasaré más delante. Si para ti o para tus hijos quieres aceptar algún socorro mío, dilo; pronto estoy a darte con generosidad lo que desees y encargar a los que te den hospitalidad que te traten bien. Y si lo rehúsas, ¡oh mujer!, obrarás neciamente; si aplacas tu ira, ganarás mucho más.

MEDEA

Ni me hospedarán tus amigos, ni recibiré nada, ni nada me darás, que los dones de hombre malvado nunca aprovechan.

JASÓN

Pues yo pongo a los dioses por testigos de que soy capaz de hacer todo linaje de sacrificios por ti y por tus hijos; pero sin duda no te agradan los bienes, sino que, contumaz, rechazas a los que te aman, de lo cual has de arrepentirte.

MEDEA

Vete, que ya no puedes vivir separado de tu nueva esposa, ni estar tanto tiempo lejos de su palacio. Cásate con ella; quizás, si los dioses lo permiten, celebrarás un himeneo que rechazarías más adelante.

EL CORO
ESTROFA 1a.

Cuando Eros domina a los hombres, ni es buena su fama, ni tampoco merecen alabanza; al contrario, cuando Cipria se acerca a nosotras con modestia, no hay diosa tan grata. Nunca, ¡oh señora!, vibres contra mí tu arco de oro, ni me hiera con tus deseos tu inevitable saeta.

ANTISTROFA 1a.

Sea mi galardón la continencia, el más hermoso presente de los dioses; que jamás me obligue la poderosa Cipria a tomar parte en luchas de éxito dudoso, ni en insaciables combates que trastornen el alma con envidia de ajeno lecho, sino que me conceda vivir en pacífico consorcio y distinguir con claridad los tálamos de las demás esposas.

ESTROFA 2a.

¡Oh patria y familia mía! Que jamás sea desterrada, teniendo que pasar la vida en la indigencia, víctima de los más miserables trabajos. Que la muerte, que la muerte me arrebate antes que llegue ese dia. Ni hay mayor mal que habitar lejos de la patria.

ANTISTROFA 2a.

Lo vemos con nuestros ojos; no hablamos por lo que otros nos dijeron. Ni tu ciudad, ni ninguno de tus amigos se ha compadecido de tus gravisimos infortunios. Perezca el miserable, sea el que fuere, que no honre a sus amigos y no les entregue la llave de su puro corazón. Nunca lo será para mí.


Fin de la primera parte

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