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CAPÍTULO VII

Por la mañana llamé al camarero y le indiqué que debía hacer mi cuenta aparte. El precio de mi habitación no era tan caro como para asustarse y obligarme a salir del hotel. Tenía dieciséis federicos, y luego ... allí ... ¡en el casino, tal vez me esperase la riqueza! Cosa extraña, todavía no había ganado, y ya obraba, sentía y pensaba como si fuese rico y no podía imaginarme a mí mismo de otro modo.

Había decidido, no obstante lo temprano de la hora, ir a ver inmediatamente a Mr. Astley al Hotel de Inglaterra, cercano al nuestro, cuando de pronto apareció Des Grieux. Era algo que aún no había ocurrido nunca, pues aparte de todo, con aquel caballero, en los últimos tiempos, nos habíamos mantenido en las más distantes y frías relaciones. Lejos de disimular el desdén que sentía por mí, procuraba manifestarlo, y yo ... yo tenía mis razones particulares para que no me fuese simpático. Su llegada me sorprendió mucho. Comprendí inmediatamente que algo me inquietaba.

Se mostró muy amable y dijo que le agradaba mi habitación. Al verme con el sombrero en la mano me preguntó si me disponía a salir de paseo tan temprano. Al oír que iba a ver a Mr. Astley para cierto asunto, en su rostro se reflejó honda preocupación.

Des Grieux era, como todos los franceses, jovial y amable por interés y por necesidad e insoportablemente fastidioso cuando la necesidad de aparecer jovial había dejado de existir.

Raramente amable por naturaleza, el francés lo es siempre por encargo o por cálculo. Si, por ejemplo, ve la necesidad de mostrarse fantástico, original, sus fantasías más absurdas y más barrocas revisten formas convencidas de antemano y desde hace mucho tiempo intrascendentes. La naturaleza del francés es producto del positivismo más burgués, más meticuloso, más rutinario ... En una palabra, son las criaturas más aburridas que puede imaginarse. Según mi opinión, los franceses no pueden interesar más que a las jovencitas y sobre todo a las muchachas rusas que se desviven por ellos. Cualquier persona de mediano juicio descubre inmediatamente esa frívola mezcla de amabilidad de salón, de desenvoltura y jovialidad.

Me pregunté a qué se debería su visita.

Vengo a verle para un asunto -comenzó, con aire desenfadado aunque cortés-. No oculto que el General me envía en calidad de mensajero o más bien de mediador. Conozco muy poco al ruso, así es que no comprendí casi nada de la conversación de ayer, pero el General me ha explicado ciertos detalles, y confieso que ...

¡Cómo, señor Des Grieux! -le interrumpí-. ¡Usted también desempeña en este asunto el papel de mediador! Yo no soy, ciertamente, más que un uchitel y jamás he pretendido el honor de ser amigo de la casa o tener relaciones particularmente estrechas con esa familia. Hay también circunstancias que ignoro ... Dígame, sin embargo: ¿forma usted tal vez parte de la familia? Porque, realmente, toma usted una parte tan activa en todo lo que a ella concierne, que es el árbitro en todos los asuntos ...

Mi pregunta no fue de su agrado. Era demasiado clara e intencionada y no quería enredarse en discusiones.

Estoy unido al General en parte por negocios, en parte por ciertas circunstancias particulares -dijo secamente-. El General me ha enviado a rogar a usted que renuncie a sus intenciones de ayer. Todo lo que usted ha imaginado es, ciertamente, muy espiritual, pero me ha encargado le advierta que no conseguirá usted nada. Por lo pronto, el barón no le recibirá. No olvide que tiene medios de evitar nuevas molestias de usted. Convénzase usted mismo. ¿Para qué insistir? El General se compromete formalmente a tomarle a su servicio, cuando las circunstancias lo permitan, y le garantiza hasta esa época sus honorarios. Lo cual es bastante ventajoso para usted. ¿No le parece?

Le objeté en tono muy tranquilo que se equivocaba, que el barón no me echaría con malos modos, sino que, por el contrario, era muy posible que me escuchase.

Vamos -añadí-, confiese que usted ha venido para enterarse de lo que voy a hacer.

¡Dios mío!, puesto que el General se interesa tanto por esa historia, naturalmente, le gustaría mucho saber que ha cambiado usted de intención. ¡Es tan natural!

Empecé a darle explicaciones y exponerle mis planes, y él me escuchaba, arrellanado en un sillón, la cabeza ligeramente inclinada hacia mí, con un poco de ironía no disimulada. En suma, afectaba aires de superioridad. Me esforcé en simular que consideraba ese asunto con la mayor seriedad. Añadí que al quejarse de mí al General, como si fuera su criado, el barón me había hecho perder mi colocación, y, en segundo lugar, me había tratado como a un individuo incapaz de responder de sus actos por sí mismo, como si fuese un ser despreciable.

Sin embargo, apreciando la diferencia de edades, la situación social, etc. -me costó trabajo contener la risa al llegar a este punto-, no quería realizar una nueva ligereza, es decir, pedir satisfacciones al barón ni aun siquiera dárselas. No obstante, me juzgaba plenamente autorizado para presentarle mis excusas, sobre todo a la baronesa, tanto más cuando que, efectivamente, en los últimos tiempos me encontraba mal, deprimido de espíritu, lleno de ideas absurdas, etc.

El propio barón, al dirigirse la víspera al General, de un modo vejatorio para mí, y al insistir en que me despidiese, me había puesto en una situación tal que me era imposible presentarle mis excusas, así como a la baronesa, pues los dos y todo el mundo pensaría seguramente que había ido a excusarme para recobrar mi empleo.

De todo lo cual resultaba que me veía obligado a rogar al barón que me diese primero explicaciones, en los términos más moderados, por ejemplo, declarando que no había tenido en modo alguno intención de ofenderme.

Cuando el barón haya hecho esto, yo le presentaré a mi vez excusas, libremente, con sinceridad y franqueza. En una palabra -concluí- pido tan sólo que el barón me deje en libertad de obrar.

¡Hum, y qué susceptibilidad y cuántas sutilezas! ¿Para qué presentar tantas excusas? Vamos, convenga, señor ... señor ... señor ... que usted hace todo esto a propósito para exasperar al General ... Pero quizá persigue usted un fin particular ... mon cher monsieur ... pardon, j'ai oublié votre nom; monsieur Alexis, n'est-ce pas?.

Pero, permítame usted mon cher marquis, ¿qué le va ni le viene en el asunto?

Mais le Général ...

¿Qué tiene que ver el General? Ayer dio a entender que debía mantenerse en cierta forma ... y se alarmaba de tal modo ... que yo, a decir la verdad, no comprendí nada.

Hay una circunstancia particular -replicó Des Grieux con un tono de ruego que me llenaba cada vez más de despecho-. ¿Usted conoce a la señorita de Cominges?

¿Quiere usted decir la señorita Blanche?

Sí, la señorita Blanche de Cominges ... et madame sa mère ... , convenga usted mismo que el General ... En una palabra, que el General está enamorado ... y tal vez el matrimonio tendrá lugar aquí. Y figúrese usted, con todo este escándalo y todos esos chismes.

No veo aquí escándalos ni chismes relacionados con esa boda.

¡Oh! le baron est si irascible ... Un caractère prussien, vous savez ... enfin, il fera une querelle d'allemand.

Pues entonces será a mí y no a usted, porque yo no pertenezco ya a la casa ... (Hacía toda clase de esfuerzos para parecer lo más estúpido posible.) Pero permítame usted, ¿está, pues, decidido que la señorita Blanche se casará con el General? ¿A qué esperan? Quiero decir ... ¿por qué ocultarlo, al menos a nosotros, los de la casa?

No le puedo ... Por otra parte no es todavía cosa hecha ... Sin embargo ... Sepa usted, que se esperan noticias de Rusia; el General necesita arreglar sus asuntos ...

¡Ah, ah, la babulinka! ...

En una palabra -interrumpió-, espero de su reconocida amabilidad, de su talento, de su tacto ... Usted hará, sin duda, eso por esta familia que le ha tratado como a un pariente, que le ha mimado, considerado ...

Permítame ... ¡Me han despedido! Usted afirma ahora que es sólo pura apariencia ... Sin embargo, si a uno le dicen: No tengo intención de tirarte de las orejas, pero permíteme que te dé un tirón para mantener las apariencias ... convenga usted en que casi es la misma cosa.

Si así es, si usted se muestra sordo a todo ruego -añadió con arrogancia-, permítame le participe que se adoptarán algunas medidas. Hay aquí autoridades, usted será expulsado hoy mismo. ¡Que diable! Un blanc-bec comme vous quiere provocar a un duelo a todo un personaje como el barón. ¿Cree usted que le van a dejar tranquilo? ¡Sepa que nadie tiene miedo de usted aquí! Si le he dirigido un ruego ha sido más bien por mi propio impulso, pues usted había inquietado al General. ¿Y se imagina usted que el barón no le hará expulsar tranquilamente por un criado?

Pero yo no iré personalmente a buscarle -contesté con gran flema-. Usted se equivoca, señor Des Grieux. Todo eso pasará con el mayor decoro de lo que usted imagina. Iré ahora mismo a ver a Mr. Astley para rogarle que me sirva de mediador, de segundo, si usted lo prefiere. Es muy amigo mío y seguramente no se negará. Irá a casa del barón y el barón tendrá que recibirle; aunque yo sea un uchitel, y tenga aspecto de subalterno, de individuo sin apoyo. Mr. Astley, nadie lo ignora, es sobrino de un lord auténtico, lord Pabroke, el cual se encuentra aquí. Esté seguro de que el barón se mostrará muy cortés con Mr. Astley y que le escuchará. Y si no le escuchara, Mr. Astley se considerará ofendido (ya sabe usted lo suspicaces que son los ingleses), y enviará al barón uno de sus amigos, pues él tiene muy buenos amigos. Las cosas, como usted ve, pueden tomar un aspecto distinto del que usted creía.

El francés, sin duda, se asustó. En efecto, todo aquello era muy verosímil y resultaba que yo era realmente capaz de provocar un escándalo.

¡Se lo ruego -dijo en tono suplicante-, deje usted eso! Se diría que usted está satisfecho de provocar un conflicto. ¡No es una satisfacción lo que usted desea, es un escándalo! Ya le he dicho que todo esto sería divertido y quizás hasta espiritual, pero -terminó diciendo al ver que me levantaba y cogía el sombrero- he venido para entregar estas líneas de parte de cierta persona ... Lea, me encargaron que aguardase la respuesta.

Al decir eso sacó del bolsillo una carta lacrada. Aquellas líneas estaban escritas por Paulina. Leí:

Me parece que intenta usted explotar la situación: usted está enfadado y hace tonterías. Pero median ciertas circunstancias especiales que le explicaré luego. ¡Por favor, no haga nada y permanezca tranquilo! ¡Qué absurdo es todo esto! Usted me es necesario y ha prometido obedecerme. Recuerde el Schlangenberg. Le ruego sea dócil y, si es preciso, se lo ordeno.

Suya,

P.

P. S. Si me guarda rencor a causa de lo que pasó ayer, perdóneme.

Sentí una especie de deslumbramiento. Mis labios palidecieron y empecé a temblar. El maldito francés afectaba una discreción extrema y apartaba su vista, como para no notar mi turbación. Habría preferido que se hubiera reído de mí.

Está bien -respondíle-. Diga a la señorita Blanche que se tranquilice. Permítame, sin embargo, preguntarle -añadí bruscamente- por qué ha tardado usted tanto en entregarme esta carta. En lugar de discutir cosas insustanciales, creo que usted debía haber empezado por ahí ... si es que ha venido realmente para cumplir ese encargo.

¡Oh! Yo quería ... Todo esto es tan extraño que le ruego me excuse por mi natural impaciencia ... Tenía prisa por saber, por usted mismo, sus intenciones. Por otra parte, ignoraba el contenido de la carta, y pensé que podía entregársela en cualquier momento.

Comprendo. A usted le mandaron que no entregara la carta más que en el último extremo, en caso de que usted no hubiese podido arreglar las cosas de palabra. ¿No es así? ¡Hable francamente, Des Grieux!

Peut-être -asintió, afectando una extremada reserva y lanzándome una mirada significativa.

Cogí mi sombrero; me saludó con una inclinación de cabeza y se fue. Me pareció ver en sus labios una sonrisa burlona. ¿Podía ser de otro modo?

No hemos saldado todavía nuestras cuentas, franchute, no pierdes nada con esperar, murmuré cuando llegué al final de la escalera. Todavía me encontraba en la imposibilidad de ordenar mis ideas.

El aire libre me despejó un poco. Algunos instantes después, cuando hube recobrado mi lucidez, dos ideas se me aparecieron claramente.

Primera: Fútiles motivos, golpes en el aire, amenazas de muchacho, han suscitado una alarma general. Segunda: ¿Qué influencia ejerce este francés sobre Paulina? A una sola palabra suya hace todo lo que él quiere, ha escrito una carta e incluso me ha dirigido un ruego. Cierto que desde el principio sus relaciones me han parecido siempre un enigma. Pero, no obstante, en estos últimos tiempos noté en ella una aversión pronunciada y casi desprecio hacia él, y él por su parte lo ignora y se muestra poco cortés. Me he fijado ya en todo eso. Paulina misma me habla de su aversión. Se le han escapado palabras significativas ... El la domina, la tiene esclavizada ...


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