Índice de La fierecilla domada de William ShakespeareTERCER ACTOQUINTO ACTOBiblioteca Virtual Antorcha

LA FIERECILLA DOMADA

William Shakespeare

CUARTO ACTO



PRIMERA ESCENA
Gran sala a la entrada de la casa de campo de Petruchio.
Entra Grumio todo cubierto de barro.

GRUMIO
¡Mal haya! ¡Mal haya de todos los jamelgos derrengados, de todos los amos locos y de todos los malos caminos! ¿Ha habido alguna vez hombre más zarandeado, más enlodado y más molido que yo? Me ha echado por delante para que encienda el fuego y llegan tras de mí para calentarse. De no ser yo uno de esos pucheritos que al punto están hirviendo, mis labios helados se pegarían a mis dientes, mi lengua a mi paladar y mi corazón a mis tripas antes de que tuviera fuego para deshelarme. Pero me calentaré con sólo soplar lo que arda; a un hombre mayor que yo, con este tiempo, no habría quien lo librara de un resfriado. ¡A ver! ¡Hola! ¡Curtis! (Entra Curtís).

CURTIS
¿Quién llama con voz que tirita?

GRUMIO
Un pedazo de hielo. Si lo dudas, ensaya y verás que puedes patinar de mis hombros a mis talones sin otro impulso que el que tomes de mi cabeza a mi cuello. ¡Lumbre, lumbre, mi querido Curtis!

CURTIS
¿Es que el amo y su esposa llegan, Grumio?

GRUMIO
Sí, sí, Curtis; están por llegar, conque, ¡fuego!, ¡fuego! Y no se te ocurra echar agua encima.

CURTIS
Y dime: ¿la fiera tiene la cabeza tan caliente como dicen?

GRUMIO
La tenía, mi buen Curtis, antes de esta helada. Pero bien sabes que el invierno doma todo: hombre, mujer y bestia. Éste ha domado a mi amo de siempre, a mi ama de ahora y hasta a mí mismo, estimado Curtis.

CURTIS
¿Qué estás diciendo? ¿Es que crees acaso que soy tonto, títere de tres pulgadas?

GRUMIO
Prefiero no tener sino tres pulgadas a llevar, como tú, cuernos de más de un pie. Además, ¿es que quieres hacernos fuego, o será preciso que me queje de ti a nuestra ama? Te aseguro que si tardas tanto en preparar lo necesario para que se caliente, ella te hará en menos tiempo sentir la caricia de sus manos heladas.

CURTIS
Vamos, Grumio, hombre, dime, te lo ruego, qué pasa por el mundo.

GRUMIO
(Mientras Curtis enciende fuego) ... Pasa que se hiela. Pasa que el único oficio bueno es el de fogonero: el tuyo. Por consiguiente, atiza. Haz tu deber y hallarás recompensa. Mi amo y mi ama están medio muertos de frío.

CURTIS
Ya tienes el fuego encendido, conque ahora, mi buen Grumio, vengan las noticias.

GRUMIO
Tantas noticias cuantas quieras con música de ¡Jacobo, muchacho!, ¡eh, muchacho!.

CURTIS
¡Siempre el mismo! Para embarcar a los demás no hay otro.

GRUMIO
Pero como el agua está terriblemente fría, ¡atiza el fuego sin parar! Por cierto, ¿dónde está el cocinero? ¿Está la sopa lista, la casa en condiciones, el piso esterado y barridas las telas de araña? ¿Se han puesto los criados los trajes nuevos, las medias blancas y cuantos hayan de servir el traje de boda? Las marmitas, ¿están bien limpias por dentro y los marmitones por fuera? ¿Tienen las mesas manteles? ¿Está todo preparado?

CURTIS
¡Todo! Por lo tanto, ¡habla, hombre!

GRUMIO
Pues bien, ante todo, sabe que mi caballo está rendido y que el amo y el ama se han caído ...

CURTIS
¿Que se han caído?

GRUMIO
... de sus sillas en medio del barro, y aquí empieza la historia.

CURTIS
Cuéntamela, mi buen Grumio.

GRUMIO
Aguza el oído.

CURTIS
Alerta está.

GRUMIO
(Dándole una bofetada) Pues aquí la tienes.

CURTIS
Esto es más sentir una historia que oírla.

GRUMIO
Es que te la quería hacer palpable. Por supuesto, el soplamocos era tan sólo para advertir tu oreja y hacerte escuchar mejor. Y ahora, empiezo: primero hemos bajado por una cuesta malísima; el amo a la grupa, detrás del ama ...

CURTIS
(Interrumpiendo a Grumio) ¡Diantre, los dos sobre el mismo jamelgo!

GRUMIO
¿Qué has dicho?

CURTIS
He dicho: los dos sobre el mismo jamelgo.

GRUMIO
Pues si lo sabes, sigue tú contando. ¿Ves?, de no haberme interrumpido hubieras sabido cómo el caballo ha caído, y ella debajo, pero precisamente encimita del cenagal. Luego, la clase de cenagal que era; de qué modo se rebozó en el barro; cómo el amo la dejó, caballo y todo sobre ella; y cómo a mí me sacudió por haber tropezado el caballo del ama. Luego, lo que ella chapoteó en el barro para venir a librarme de sus manos; de qué manera él juraba, ¡y cuánto ella le rogaba! Ella, que nunca antes había rogado. Y cómo yo chillaba de tal modo, que los caballos salieron espantados. Cómo la brida del ama se rompió. Cómo yo perdí mi grupera. Y muchas otras cosas más dignas de memoria, pero que morirán en el olvido, mientras tú, ignorante de lo que ha pasado, bajarás a la tumba.

CURTIS
A juzgar por lo que dices, está él más rabioso que ella.

GRUMIO
Eso ni dudarlo. Y esto, tanto tú como el más tonto de la casa lo descubrirán en cuanto llegue. ¿Pero a qué tantas palabras? Llama a Nataniel, a José, a Nicolás, a Felipe, a Walter Pilón de Azúcar y a todos los demás. Y ¡mucho ojo! Que estén bien peinados, las libreas azules bien cepilladas y las ligas perfectamente amarradas. Que hagan la reverencia con la pierna izquierda, y que no se tomen la libertad de tocar una crin de la cola del caballo del amo sin previamente haberle enviado un beso con la mano. ¿Están todos preparados?

CURTIS
Lo están.

GRUMIO
Llámalos entonces.

CURTIS
(A voces) ¡A ver! ¿Me oyen? ¡Que cada uno vaya al encuentro del amo, con objeto de hacer buena cara al ama!

GRUMIO
¿Cómo? Te advierto que ella tiene ya su cara.

CURTIS
¿Quién podría ignorarlo?

GRUMIO
Diríase que tú, puesto que les llamas para que le hagan una buena.

CURTIS
Lo que hago es invitarlos a que le presten sus respetos.

GRUMIO
¿Pero es que tú crees que ella viene aquí a que le presten algo? (Entran cuatro o cinco servidores que se agrupan en torno a Grumio).

NATANIEL
Bienvenido, Grumio.

FELIPE
¿Qué tal, Grumio?

NICOLÁS
¡Querido Grumio!

NATANIEL
¿Cómo te ha ido, muchacho?

GRUMIO
Hola, tú ... Y tú, ¿cómo estás? ... ¿Estás tú aquí también? ... Adiós, compadre ... Y ya basta de saludos. Y ahora, mis buenos mozos, ¿es que todo está listo? ¿Todo en orden?

NATANIEL
Todo. ¿A qué distancia está el amo?

GRUMIO
A dos pasos. Ya debe incluso haberse apeado del caballo. Luego basta de charla. Pero, ¡silencio, por el gallo de la Pasión, que ya lo escucho! (Entran Petruchio y Catalina, llenos de barro).

PETRUCHIO
¿Dónde están ese hatajo de inútiles? ¿De modo que nadie hay a la puerta para tenerme el estribo y para recoger al caballo? ¿Dónde está Nataniel? ¿Dónde Gregorio? ¿Dónde Felipe?

LOS CRIADOS
¡Aquí! ¡Aquí, señor! ¡Aquí!

PETRUCHIO
¡Aquí! ¡Aquí, señor! ¡Aquí! ¡Tarugos! ¡Asnos! ¡Unos grandes asnos!, he aquí lo que son. Aquí están, pero nadie se ha presentado para servirnos. Nadie para saludarnos y darnos la bienvenida. ¿Dónde está ese idiota, ese papanatas al que he enviado por delante?

GRUMIO
Aquí estoy, señor, tan idiota como siempre.

PETRUCHIO
¡Palurdo!, ¡rocín de cervecero!, ¡hijo de zorra! ¿No te había dicho que salieras a esperarme al parque en unión de esta cuadrilla de bobos?

GRUMIO
Señor, la librea de Nataniel no estaba completamente acabada y los escarpines de Gabriel estaban, por el contrario, perfectamente acabados por los tacones. No había negro de humo para dar una mano al sombrero de Pedro, y la daga de Gontrán aún no se la había enviado el fabricante de vainas. Es decir, ninguno estaba listo a excepción de Adán, Raúl y Gregorio. Los demás estaban, por decirlo así, hechos jirones. Más usados en sus trajes, que mendigos. Sin embargo, tal como estaban han venido a tu encuentro.

PETRUCHIO
¡Largo, bribones! ¡Vayan a buscar la cena! (Los criados salen. Petruchio canta). ¡Qué fue de la vida que yo llevaba! ... ¿dónde están ...? (Fijándose en Catalina). Pero siéntate y sé bienvenida, Lina ... A comer, a comer, ¡a comer! (Entran los criados trayendo la cena). ¿Qué? ¿Llega la cena, al fin? Vamos, mi buena, mi dulce Lina, anímate. Pero, ¿qué hacen que no me quitan las botas, canallas? ¡Vivos! (Canta). En otro tiempo, un fraile gris siempre que iba de viaje ... ¡Detente, animal, que me tuerces el pie! ... (Le pega). ¡Toma! ¡Así tendrás más cuidado al sacar la otra! ... Alégrate, Lina ... Pero, ¿no hay agua? (Entra un criado trayéndola). ¿Y dónde está Troilus, mi podenco? En cuanto a ti, bribón, vete de aquí y ve a decir a mi primo Fernando que venga. (El criado sale). Se trata de alguien, Lina, al que será preciso que abraces y al que quiero que conozcas. ¿Dónde están mis zapatillas? Y esa agua, ¿llega o no llega? (Le presentan la aljofaina por segunda vez). Ven Lina, ven a lavarte y de todo corazón, sé bienvenida. (Empuja al criado, que deja caer el agua). ¡Idiota! ¡Hijo de perdida! ¡Ni que decir tiene que la has tirado toda! (Le pega).

CATALINA
Ten paciencia, te lo suplico. Lo ha hecho sin querer.

PETRUCHIO
¡Es un hijo de zorra!, ¡una cabeza de leño!, ¡un orejas de asno! Vamos, Lina, ven a sentarte, que sé que tienes mucha hambre. ¿Quieres decir el Pater Noster, mi querida Lina, o lo digo yo? Pero, ¿qué es esto?, ¿carnero?

PRIMER CRIADO
Sí, mi amo.

PETRUCHIO
¿Quién lo ha traído?

PRIMER CRIADO
Yo.

PETRUCHIO
¡Pero si está todo quemado! ¡Toda la carne está quemada! ¡Perros del demonio, qué son! ¿Dónde está ese maldito cocinero? ¿Cómo has tenido la audacia de traer una carne semejante y de servírmela en este estado, sabiendo de qué modo la detesto así? ¡Quítenme de delante todo eso! ¡Platos, vasos, todo! (Les tira la cena a la cabeza). ¡Idiotas! ¡Imbéciles! ¡Animales! ¡Malenseñados! ¿Cómo? ¿y todavía refunfuñan? ¡Dentro de un rato me las entenderé con ustedes! (Echa a todos de la sala menos a Curtis).

CATALINA
Por favor, esposo, no te atormentes así. En cuanto a la carne, en su punto estaba, puedes creerme.

PETRUCHIO
Pues yo digo, Una, que estaba toda quemada; toda seca. Y la carne a tal punto asada me está enteramente prohibida. No debo ni probarla. Parece ser que produce bilis y que mueve a la cólera. Es mejor, pues, más para nosotros dos que de naturaleza somos ya un poco irritables, quedarnos en ayunas, que comer una carne como ésta, demasiado asada. Ten paciencia. Mañana irá la cosa mejor. Vamos, ven. Voy a llevarte a la habitación nupcial. (Salen seguidos de Curtis. Los criados entran poco a poco).

NATANIEL
Pedro, ¿viste alguna vez cosa semejante?

PEDRO
La está domando a fuerza de imitar su carácter. (Curtís vuelve).

GRUMIO
¿Dónde está?

CURTIS
En el cuarto de su mujer, pronunciando un gran discurso sobre la continencia. Maldice, jura y truena de tal modo que la pobre criatura no sabe ya qué hacer, adónde mirar ni qué decir. Ha acabado por sentarse y está como alguien que acaba de despertar de un sueño. (Entra Petruchio).

PETRUCHIO
Creo que he comenzado mi reinado como hábil poñtico y espero llevar mi empresa a buen fin. Por lo pronto, mi halcón está hambriento y con el estómago como una patena. Hasta que esté bien amaestrada será preciso que no se vea harta; de otro modo, no habría medio de que acudiera al señuelo. Y también conozco otro medio de domar a mi ave de presa; de hacerla que aprenda a conocer mi voz y acuda a mi mano: que es impedirle que duerma; como se hace con los milanos que agitan las alas y no quieren obedecer. Nada ha comido hoy y nada comerá mañana tampoco. La noche última no durmió y ésta no dormirá todavía. Del mismo modo que con la cena, ya encontraré una estratagema cualquiera, por ejemplo, sobre el modo como han hecho la cama, y hallada, todo irá por los aires; aquí la almohada; allá el almohadón; las mantas, por un lado; las sábanas, por otro. Y como es de esperarse, en medio del escándalo no dejaré de jurar y repetir que cuanto hago es por ella; en atención y solicitud hacia ella. En una palabra, velará toda la noche, pues en cuanto incline la cabeza me pondré a jurar y a maldecir como un condenado, y con mis voces no habrá forma de que pegue los ojos. ¡He aquí cómo se agobia a una mujer a fuerza de bondad! Si alguien conoce un medio mejor para domar a una fiera, que hable; haría una verdadera caridad indicándomelo. (Sale).


SEGUNDA ESCENA
Padua. Una plaza. Frente a la casa de Bautista.
Lucentio (como Cambio) y Blanca, sentados en una banca, leen un libro; Tranio (como Lucentio siempre) y Hortensio salen de una casa situada al otro lado de la plaza.

TRANIO
¿Sería posible, amigo Licio, que la señora Blanca se interesara por otro hombre y no por mí, Lucentio? Te aseguro que no puede estar conmigo más amable.

HORTENSIO
Pues para que te convenzas de lo que te he dicho, no debes sino observar, sin que te vean, cómo le da su lección.

LUCENTIO
Y bien, señorita ¿obtienes provecho de las lecturas?

BLANCA
Y tú, maestro, ¿cuales son las tuyas? Responde primero a esto.

LUCENTIO
Yo leo lo que profeso: El arte de amar.

BLANCA
¡Ojalá llegues a ser un verdadero maestro en tu arte!

LUCENTIO
Lo seré, mientras tú, amor mío, seas la dueña de mi corazón. (Se levantan, se besan y salen embelesados).

HORTENSIO
Sus progresos, ¡caramba!, no pueden ser más rápidos. Conque, ¿qué dices ahora? Hazme el favor de responder, pues hace un momento te atrevías a jurar que tu señorita, Blanca, no amaba en el mundo a nadie tanto como a Lucentio.

TRANIO
¡Oh engañador amor! ¡Oh inconstancia de las mujeres! Es como para no creerlo, Licio, te lo aseguro.

HORTENSIO
Pues bien, cese la equivocación en lo que a mí afecta; mi nombre no es Licio, ni soy un músico, como aparento, sino un hombre harto de cubrirse con esta apariencia y de fingir por una mujer capaz de dejar plantado a un hidalgo para hacer su dios de semejante majadero. Debes saber, caballero, que yo me llamo Hortensio.

TRANIO
Señor Hortensio, varias veces he oído hablar de tu profundo afecto hacia Blanca; y puesto que mis ojos son testigos de su ligereza, quiero, al mismo tiempo que tú, si me lo permites, abjurar para siempre de ella y de su amor.

HORTENSIO
¡Ya has visto cómo se besan y se acarician! Señor Lucentio, he aquí mi mano. Desde este momento me comprometo formalmente a no hacerle más la corte y a renegar de ella como de criatura indigna de los homenajes con que hasta ahora la he halagado tan locamente.

TRANIO
Y yo, por mi parte, hago juramento sincero de no desposarla nunca; incluso si me lo suplicara. ¡Se acabó para mí esta mujer! ¡Mira, mira todavía los repugnantes cariños que le hace!

HORTENSIO
¡Merecería que el mundo entero, menos él, renegara de ella! En cuanto a mí, con la finalidad de estar aún más seguro de cumplir lo que prometo, voy a casarme antes de tres días con una viuda rica que no ha dejado de adorarme mientras yo amaba a esta desdeñosa y vanidosa faisana. Por lo tanto, adios, señor Lucentio. De hoy en adelante no serán los lindos rostros de las mujeres, sino la bondad de su corazón, lo que conseguirá mi amor. Me despido de ti resuelto a cumplir lo que acabo de jurar. (Salen. Tranio va en busca de los enamorados, que regresan).

TRANIO
¡Que el cielo te conceda, señorita Blanca, todos los favores que merecen los amantes felices! Debo decirte que, habiendo sorprendido sus caricias, tanto Hortensio como yo, hemos renunciado a ti.

BLANCA
¿No estás bromeando, Tranio? ¿Han renunciado, en verdad, a mí?

TRANIO
Así es, señora.

LUCENTIO
Estamos, entonces, desembarazados de Licio.

TRANIO
Se ha ido en busca de una buena moza, viuda por más señas, que se dejará seducir y desposar muy pronto.

BLANCA
¡Buen provecho les haga!

TRANIO
Y, además, él pronto la habrá domado.

BLANCA
Al menos lo dirá, Tranio.

TRANIO
Claro, pues ha partido en dirección a la escuela donde se aprende a domar a las mujeres.

BLANCA
¿La escuela donde se aprende a domar a las mujeres?, pero, ¿existe una escuela así?

TRANIO
Por supuesto, señorita. Y en ella, Petruchio es el maestro. Él enseña los procedimientos, que caen como anillo al dedo, para domar a las mujeres ariscas, y para hacer dormir su lengua cuando es demasiado violenta. (Entra Biondello, corriendo).

BIONDELLO
¡Amo, amo! De tanto estar esperando, como un perro, estoy derrengado. Pero, por suerte, he acabado por divisar a un viejo, a un buen ángel, que bajaba por la colina, y que creo nos servirá perfectamente.

TRANIO
¿Qué clase de hombre es, Biondello?

BIONDELLO
O un "mercadero" o un pedagogo, no lo sé, pero la compostura de su traje y la gravedad de su rostro y de su aspecto, le dan el aire de un buen padre por completo.

LUCENTIO
¿Y qué piensas hacer con él, Tranio?

TRANIO
De ser crédulo y de dar fe a lo que voy a contarle, conseguiré que acepte con gusto y diligencia el papel de Vincentio, con la finalidad de que garantice a Bautista Minola lo que haría el verdadero Vincentio. Conque llévate a tu amada y déjame solo. (Lucentio y Blanca entran en la casa, y llega el Pedagogo).

EL PEDAGOGO
¡Dios te guarde, caballero!

TRANIO
Y a ti también, señor mío. Eres bien venido. ¿Estás de paso aquí, solamente, o has llegado al término de tu viaje?

EL PEDAGOGO
Voy a estar aquí durante una semana o dos. Luego volveré a partir e iré hasta Roma. Y de Roma a Tripoli. Si Dios me presta vida.

TRANIO
¿De dónde eres, señor?

EL PEDAGOGO
De Mantua.

TRANIO
¿De Mantua? ¡Santo cielo! ¿y vienes a Padua sin miedo por tu vida?

EL PEDAGOGO
¿Sin miedo por mi vida, dices? ¿Y por qué habría de tener miedo? Dímelo, te lo suplico.

TRANIO
Pero, ¿no sabes que para todo habitante de Mantua, significa la muerte el venir a Padua? ¿E ignoras tal vez el porqué? En Venecia han confiscado sus naves, y nuestro Duque, a causa de un pleito privado con el suyo, ha hecho proclamar por todas partes un edicto anunciando esta pena. Claro que, como apenas vas llegando, todavía no lo sabes; de otro modo, sería difícil que no hubieras oído hablar de eso.

EL PEDAGOGO
Entonces, caballero, la cosa es mucho más peligrosa para mí porque soy portador de letras de cambio establecidas en Florencia, y que debía presentar al cobro aquí.

TRANIO
Así es. Pero, para ayudarte y por pura cortesía, he aquí lo que estoy dispuesto a hacer y lo que te aconsejo. Pero primero, dime: ¿has ido en alguna ocasión a Pisa?

EL PEDAGOGO
Sí, he ido varias veces a Pisa, ciudad afamada a causa de la seriedad de sus habitantes.

TRANIO
Y entre ellos, ¿conoces a uno llamado Vincentio?

EL PEDAGOGO
No lo conozco, pero sí he oído hablar de él. Es un mercader inmensamente rico.

TRANIO
Pues es mi padre, señor. Y, en verdad, que hasta te pareces un poco a él.

BIONDELLO
(Aparte) Exactamente como una manzana a una ostra. Se equivocaría uno.

TRANIO
Pues bien, para ayudarte a salvar tu vida, pues el caso es muy grave, he aquí el servicio que estoy dispuesto a prestarte, y que te hará ver que no es poca suerte para ti el parecerte a Vincentio; vas a tomar aquí su nombre y a hacerte pasar por él. Claro que serás alojado en mi casa como corresponde a un amigo. Por tu parte, cuanto habrás de hacer consistirá en representar tu papel como es debido. ¿Me comprendes? Por lo tanto, permanecerás en mi casa hasta que hayas terminado tus quehaceres en esta ciudad. Si este ofrecimiento, señor, te agrada, no debes hacer otra cosa sino aceptarlo.

EL PEDAGOGO
¡Pues claro que lo acepto, caballero! Y siempre te consideraré como el protector de mi vida y de mi libertad.

TRANIO
Siendo así, ven conmigo, que vamos a preparar todo como es debido. ¡Ay!, y a propósito; es necesario que te diga que precisamente espero todos los días a mi padre para que asegure los derechos de herencia a la hija de un tal Bautista, con la cual debo casarme. Pero ya te pondré al tanto de todos los detalles. Ven conmigo, señor, para que te vistas como conviene a tu actual categoría. (Salen).


TERCERA ESCENA
Una gran sala en casa de Petruchio.
Entran Catalina y Grumio.

GRUMIO
No, no; de veras que no; por nada del mundo me atrevería.

CATALINA
Cuanto más sufro, más enojado está él. Además, ¿es que se ha casado conmigo para matarme de hambre? Los mendigos que llegan a la puerta de mi padre sólo deben pedir, y al momento reciben la limosna que imploran. Y si se les negara allí, en otra parte les darían caridad. Pero yo, que nunca aprendí a implorar, que no tuve necesidad de implorar, privada me veo de alimento y la cabeza me da vueltas por falta de sueño. Me tiene despierta a fuerza de juramentos y maldiciones, y sólo con escándalos me alimenta. Y lo que me desespera todavía más que todas las privaciones, es ver que todo lo hace con el pretexto de un amor perfecto; es decir, como si comiendo y durmiendo fuera a sobrevenirme una enfermedad mortal o una muerte repentina. Por todo esto, te lo suplico una vez más; ve a buscarme algo de comer. No importa qué, con tal de que sea un alimento sano.

GRUMIO
¿Qué te parecería un pie de ternera?

CATALINA
¡Un pie de ternera sería delicioso! ¡Tráemelo de inmediato!

GRUMIO
Ahora me pregunto si no sería un platillo demasiado fuerte. ¿Qué te parecerían, en su lugar, unos callos bien preparados?

CATALINA
¡Oh los callos! ¡Me vuelven loca! ¡Corre por ellos, mi buen Grumio!

GRUMIO
¿Qué hacer? ¿y si te resultan irritantes? ¿No sería tal vez mejor un buen pedazo de vaca con un poquito de mostaza?

CATALINA
¡Es uno de mis platillos preferidos!

GRUMIO
Sí, pero he hablado de mostaza y la mostaza es, seguramente, condimento demasiado pesado.

CATALINA
Entonces, tráeme la carne y vaya al diablo la mostaza.

GRUMIO
No. Eso de ninguna manera. Grumio te traerá, señora, la vaca con su buena mostaza, o nada.

CATALINA
Bueno; está bien; sí; las dos cosas. O una sin la otra. O lo que tú prefieras.

GRUMIO
¿Podría ser, entonces, la mostaza sin la carne?

CATALINA
(Pegándole) ¡Vete de aquí, grosero, que te burlas de mí, y como todo alimento no haces sino enumerarme los platillos! ¡Ay de ti y de toda la miserable pandilla que en esta forma abusa de mi desgracia! ¡Vete! ¿No te digo que te vayas? (Entran Petruchio y Hortensio trayendo platos con comida).

PETRUCHIO
¿Cómo está mi dulce Linita? Pero, ¿qué tienes, amor mío? ¿Qué carita es ésa de cadáver?

HORTENSIO
¿Cómo estás, señora?

CATALINA
Si tengo que decir la verdad, tan mal como es posible estar.

PETRUCHIO
No, querida. ¡Levanta el ánimo! Mírame con alegría. Vamos, bien mío, mira cómo me he ocupado de ti con toda presteza. Yo mismo he preparado tu desayuno y aquí te lo traigo. (Ponen los platos sobre la mesa). Y esta atención, Lina, bien creo que merece unas gracias afectuosas ... ¿No? ¿Ni tan sólo una palabra? Significa que no te gusta lo que te traigo y que toda mi diligencia ha sido por nada. ¡A ver!, ¡llévense este plato!

CATALINA
¡No! Déjenlo. Se los suplico.

PETRUCHIO
El servicio más humilde suele ser recompensado con un gracias. Así que tú recompensarás el mío, antes de tocar este plato.

CATALINA
Muchas gracias, señor. (Se sienta a la mesa. Petruchio permanece de pie).

HORTENSIO
(Sentándose frente a Catalina) ¿No te sientas tú? Haces mal. Pues comamos nosotros, señora. Yo te acompañaré.

PETRUCHIO
(En voz baja a Hortensio) Hortensio, si me quieres hacer un favor, ¡cómetelo todo! (A Catalina, en voz alta). Que te haga muy buen provecho lo que vas a comer, corazón mío. Y date prisa, te lo ruego, Lina mía, porque en seguida, mi dulce compañera querida, volveremos a casa de tu padre, adonde quiero que te presentes con trajes tan lujosos como los de las más ricas damas. Trajes, abrigos, sombreros, sortijas de oro, gorgueras, puños de encajes, verdugados y mil cosas bellas, sin olvidar los chales, los abanicos y las abundantes joyas, tales como brazaletes de ámbar, collares y todo eso que tanto les agrada a las mujeres. (Grumio arrasa con los platos). ¡Ah! ¿Has acabado ya de desayunar? Pues muy bien. El sastre sólo espera que desees recibirlo para adornar tu graciosa persona con los más suaves y acariciadores atavíos. (Entra un sastre, llevando un traje en el brazo). Adelante, sastre, veamos ese traje. Muestra tu maravilla. (Entra un mercero con una caja). Y tú, mercero, ¿qué te trae por aquí?

EL MERCERO
Traigo, mírala aquí, la toca que su señoría me ha encargado.

PETRUCHIO
¿Llamas a esto una toca? ¿Las has modelado, tal vez, con una escudilla? ¿Toca dices? ¡Esto parece un orinal de terciopelo! ¡Quítamelo de enfrente! Es no solamente fea, sino repugnante. ¡Llamar toca a una especie de vaina!, ¡a una cáscara de nuez!, ¡a una baratija!, ¡a una fruslería!, ¡a un juguete!, i¡a un gorrillo de muñeca! ¡Al diablo tu toca! Yo quiero algo más grande.

CATALINA
Pero yo no quiero una cosa más grande. Esta toca está a la moda. Las damas de buen tono llevan tocas como esta.

PETRUCHIO
¡Cuando du1cifiques el tuyo tendrás una; no antes!

HORTENSIO
(Aparte) Pues ya escampa.

CATALINA
¿Cómo? ¿Es que yo no tengo derecho a opinar? Pues debes saber que diré aquello que tenga que decir, porque yo no soy ni una niña ni un muñeco. Personas de más campanillas que tú tuvieron que soportar que dijera lo que pensaba; de modo que si tú no puedes soportarlo sólo debes taparte los oídos. Porque preciso es que mi lengua exprese la indignación que llena ya mi corazón, o que éste estalle a fuerza de cólera. Y antes de que tal cosa suceda, quiero ser libre, absolutamente libre de hablar como yo quiera.

PETRUCHIO
Caramba, lo que dices es cierto. Esta toca es lastimosa. Es una fruslería. Una corteza de pastel. Algo como de confitería montado sobre seda. Te amo todavía más viendo que no te gusta.

CATALINA
Me ames o no me ames, a mí me gusta la toca. Y quiero ésa o nada. (Grumio hace salir al mercero).

PETRUCHIO
¿Tu vestido dices? ¡Ah, sí!, de veras. Acércate, sastre. Muestra lo que traes. (El sastre obedece). ¡Bondad divina de bondad divina! ¡Pero es un traje de carnaval! ¿Esto qué es?, ¿una manga? ¡Pero si parece un cañón!, ¡una bombarda! Y ... ¡qué veo, además! ¿Cortado de arriba abajo como una tarta de manzanas? ¡Más cortes, cortaduras y picados! tajado, agujereado, como el calentador de la peluquería de un barbero ¿Qué diablo de nombre de demonio das tú a esto, sastre?

HORTENSIO
(Aparte) Que me cuelguen si no se queda sin toca ni vestido.

SASTRE
Me has encargado, señor, que lo hiciera elegante, bonito, a la última moda.

PETRUCHIO
¡Naturalmente! Pero lo que no te he dicho es que desbarataras la moda. ¡Largo! Fuera de aquí. A tu casa por calles y arroyos, lo más pronto posible, y sin esperanza de que yo sea tu cliente. En cuanto al traje. ¡No quiero ni verlo! Quítate de mi vista. Haz con él lo que gustes.

CATALINA
Pues yo no he visto nunca un vestido mejor cortado, más elegante, más bonito y hecho como es debido. Podría pensar que te empeñas en tratarme como a un pelele.

SASTRE
Ya la escuchas, señor. Bien claro dice que su señoría quiere tratarla como a un pelele.

PETRUCHIO
¡Será atrevido el afilado granuja! ¡Mientes, hembra humana!, ¡hilo!, ¡hebra!, ¡dedal!, ¡vara de medir!, ¡tres cuartos de vara!, ¡media vara tan sólo!, ¡cuarto tan sólo! ¡Mientes; clavo, pulga, piojo, grillo de invierno! ¡Largo de aquí! ¡Pues no viene este estropajo a enfrentarse conmigo en mi propia casa! ¡Fuera, trapo sucio, pedazo, cacho, trozo de hombre, aborto humano! ¡Fuera o te mediré de tal modo con tu propia vara que te acordarás toda su vida de lo que te costó hablar delante de mí! Yo te digo y te repito que has echado a perder el vestido.

SASTRE
Su señoría se equivoca. El traje ha sido hecho exactamente como mi maestro había recibido orden de hacerlo. Grumio puede decirlo, que fue quien vino a encargarlo.

GRUMIO
Yo no encargué nada. Lo único que hice fue dejar la tela.

SASTRE
¿Y cómo pediste que el vestido fuera hecho?

GRUMIO
¡Caramba!, con hilos y agujas.

SASTRE
Pero, ¿no pediste que estuviera bien acuchillado?

GRUMIO
Lo que seguramente ya habías hecho más de una ocasión.

SASTRE
Por supuesto. ¿y qué?

GRUMIO
Que no me acuchilles a mí, que yo no soy un vestido. Y si así estás acostumbrado a vestir, no por ello debes vestirme a mí ahora con ropa que no merezco. Yo no quiero ni que me acuchillen ni que me vistan. Y repito que dije a tu maestro que cortara el vestido, pero que no lo cortara en mil pedazos. Ergo, estás mintiendo.

SASTRE
¿Sí? Pues para probar lo contrario, he aquí la nota de encargo.

PETRUCHIO
Lee.

GRUMIO
Si dice que yo he dicho tal cosa, mentirá la nota.

SASTRE
(Leyendo) Primero: un vestido con corpiño perdido.

GRUMIO
(A Petruchio) Mi amo; si yo alguna vez he dicho eso de vestido con corpiño perdido, que me cosan dentro de la falda y que me golpeen a muerte con un ovillo de hilo oscuro. Yo dije solamente: un vestido.

PETRUCHIO
(Al sastre) Continúa.

SASTRE
(Leyendo) Con un cuello pequeñito, redondeado.

GRUMIO
Es verdad. Pongo el cuello por lo del cuello.

SASTRE
(Sigue leyendo>font size=3pts>) Con una manga de jamón.

GRUMIO
Confieso que dije no una sino dos.

SASTRE
Las mangas delicadamente recortadas.

PETRUCHIO
Y en ello está precisamente lo malo.

GRUMIO
Error en la lista, señor; error en la lista. Lo que yo encargué fue que las mangas fueran cortadas primero, y luego cosidas. Y esto, sastre, dispuesto estoy a probártelo a pesar de que tengas el meñique armado con un dedal.

SASTRE
Lo que yo digo es la verdad. Y si estUviéramos en otra parte no tardarías en saberlo.

GRUMIO
Estoy a tu disposición desde ahora mismo. Agarra como arma tu lista, dame la vara y nO me tengas compasión.

HORTENSIO
¡Dios me perdone, Grumio!, pero con las armas no le das ventaja.

PETRUCHIO
En una palabra, sastre, este vestido no es para mí.

GRUMIO
Tienes razón, señor; es para la señora.

PETRUCHIO
Por lo tanto,llévatelo y que tu maestro haga con él lo que le plazca.

GRUMIO
Lo que es eso, no, ¡bribón! ¡Por nada del mundo! Usar tu maestro un traje de mi señora, ¡nunca!

PETRUCHIO
¿Pero qué dices?, ¿qué broma es ésa?

GRUMIO
Ninguna broma, señor; se trata de una cosa muy seria. ¿Usar su maestro un traje de la señora? ¡Ah, no!

PETRUCHIO
(En voz baja a Hortensio) Hortensio, ocúpate de que paguen al sastre. (Al sastre) Lo dicho. ¡Largo!, llévate eso, y ni una palabra más.

HORTENSIO
(En voz baja al sastre) Yo te pagaré mañana el vestido. Que no te enfaden sus modales algo bruscos. Vete sin cuidado y mil felicitaciones a tu maestro. (Sale el sastre).

PETRUCHIO
Bueno, vamos, mi querida Lina. Iremos a casa de tu padre con los sencillos y modestos adornos que tenemos. Si nuestros vestidos son humildes, nuestra bolsa, en cambio, estará repleta. Lo que hace, en definitiva, rico al cuerpo, es el alma. Del mismo modo que el Sol atraviesa las nubes más sombrías, así el honor se muestra a través de los más pobres atavíos. Porque, ¿es que el arrendajo sería más precioso que la alondra tan sólo por tener las plumas más bellas, y la víbora valdría más que la anguila por ser los colores de su piel más gratos a los ojos? ¡De ninguna manera, mi querida Lina! Asimismo, tú no eres menos hermosa con tu modesto atavío y tu humilde compostura. Y si ello te hace enrojecer, ¡caiga sobre mí la vergüenza! Por lo tanto, alégrate a partir de este momento, para poder banquetear y festejar, como es debido, en casa de tu padre. (A Grumio). Avisa a mi gente, pues salimos inmediatamente. Lleva los caballos al extremo del camino grande. Allí montaremos después de dar un buen paseo a pie. Vamos a ver, me parece que son cerca de las siete, de modo que podemos estar allá, perfectamente, para la hora del almuerzo.

CATALINA
Yo me atrevo a asegurarte, señor, que son cerca de las dos. Entonces, lo que haremos será llegar para la cena.

PETRUCHIO
Las siete serán antes de que yo monte a caballo. Es curioso que diga lo que diga, haga lo que haga o piense lo que piense, siempre has de salir al paso para contrariarme. (A los criados). Déjenos. Ya no saldré hoy. Y cuando lo haga será a la hora que yo quiera decir.

HORTENSIO
Mira, ¡por Cristo!, un caballero valiente capaz de dar órdenes al Sol. (Salen).


CUARTA ESCENA
En Padua, frente a la casa de Bautista.
Entran Tranio (haciendo siempre de Lucentio) y el Pedagogog, vestido como si fuera Vincentio, y con botas de viaje como si acabara de llegar.

TRANIO
Aquí es la casa, señor. ¿Te gustaría que llamara?

EL PEDAGOGO
Claro. ¿Por qué no? Si mucho no me engaño, el señor Bautista quizá recuerde haberme visto hace unos veinte años en Génova, donde estábamos alojados en la posada del Pegaso.

TRANIO
¡Espléndido! Suceda lo que suceda, compórtate siempre con la gravedad propia de mi padre.

EL PEDAGOGO
Ten la seguridad de ello. (Llega Biondello). Aquí está tu lacayo. Creo que sería conveniente ponerlo al tanto del asunto.

TRANIO
No te preocupes por él. ¡Biondello! ... escucha, que el momento ha llegado de que cumplas como es debido tu trabajo. No olvides que este señor es el propio Vincentio.

BIONDELLO
¡Bah!, pueden estar tranquilos.

TRANIO
¿Le has llevado mi mensaje a Bautista?

BIONDELLO
Sí. Le he dicho que tu padre estaba en Venecia, y que esperabas que hoy mismo llegaría a Padua.

TRANIO
¡Bien! Eres un muchacho listo. (Dándole dinero). Toma, para que bebas un trago. (La puerta se abre y sale por ella Bautista, seguido de Lucentio, haciendo siempre de Cambio). Aquí viene Bautista. Disponte a manifestarte como es correcto. Señor Bautista, nos encontramos oportunamente. (Al Pedagogo). Señor, he aquí al hidalgo del que te he hablado. De nuevo te pido, pues, que como siempre, seas un buen padre, y consigas que Blanca sea mía, contra mi patrimonio.

EL PEDAGOGO
¡Calma, hijo mío! (A Bautista). Caballero, permíteme que te diga que, habiendo venido a Padua a cobrar ciertas deudas, mi hijo Lucentio me ha puesto al tanto de un importante asunto de amor, entre tu hija y él. Y tomando en cuenta todo lo bueno que de ti he oído decir, y el gran amor que mi hijo siente hacia tu hija, al que, por lo visto, ella corresponde, decidido a no hacerle esperar demasiado tiempo, concedo, como es lógico que haga un buen padre, mi consentimiento a este matrimonio. Por lo tanto, si tal unión no te es tampoco desagradable, me hallarás, ya que nos hayamos puesto de acuerdo sobre ciertos puntos, totalmente dispuesto a consentir su matrimonio. Habiendo oído tanto bien de ti, señor Bautista, incapaz sería de ocasionar problemas.

BAUTISTA
Señor, dígnate disculpar lo que voy a decirte. Tu franqueza y recta forma de expresar tus pensamientos, me gusta mucho. Es verdad que tu hijo, aquí presente, ama a mi hija, y que ella le corresponde; a menos que los dos fingieran admirablemente sus verdaderos sentimientos. Por lo tanto, prométeme con sinceridad lo siguiente: que actuarás respecto a él como un buen padre, y que a mi hija le asegurarás una herencia suficiente. Dicho esto, convenido está el matrimonio. Tu hijo tendrá a mi hija con mi pleno consentimiento.

TRANIO
Mil gracias te doy, señor. ¿Dónde piensas que será más conveniente que nos prometamos y que el contrato matrimonial sea establecido, de acuerdo con lo más conveniente para las dos partes?

BAUTISTA
En mi casa, no, Lucentio, pues ya sabes que las paredes oyen; y no son servidores lo que me falta. Sin contar que el viejo Gremio está siempre alerta y fácilmente pudiéramos ser interrumpidos.

TRANIO
Entonces, si no te parece mal, pudiera ser donde yo vivo. Allí, conmigo, se aloja mi padre. De modo que esta misma tarde arreglaremos el asunto en privado. Adviérteselo a tu hija mediante este servidor que te acompaña (hace un gesto a Lucentio), y el mío irá al instante en busca del notario. El único inconveniente es que, cogidos así, de improviso, están expuestos a cenar pobremente.

BAUTISTA
Eso mismo me complace. (A Lucentio). Cambio, entra en casa y di a Blanca que se arregle y prepare. Dile lo que ocurre, te lo pido. Es decir, que el padre de Lucentio ha llegado a Padua; y agrega que, sin duda, está destinada a ser la mujer de su hijo. (Lucentio se aparta, pero a una señal de Tranio, queda escondido).

BIONDELLO
¡Que tal ocurra pido a los dioses de todo corazón!

TRANIO
Deja a los dioses tranquilos, ¡escapa! (Biondello sale). Señor Bautista, ¿me permites que inicie la marcha? Serás bien venido, pero como cena no hallarás sino lo de costumbre. En Pisa será otra cosa. Vamos.

BAUTISTA
Te sigo. (Salen Bautista, Tranio y el Pedagogo. Lucentio y Biondello entran otra vez).

BIONDELLO
¡Cambio!

LUCENTIO
¿Qué, Biondello?

BIONDELLO
¿Has visto a mi amo guiñarte el ojo y sonreír mirándote?

LUCENTIO
Sí, pero, ¿qué quieres decir tú?

BIONDELLO
Nada, sino que me ha encargado que me quede aquí para explicarte el sentido y moralidad de sus gestos y guiños.

LUCENTIO
¿Entonces? Venga la moral.

BIONDELLO
Hela aquí, señor: el señor Bautista está en lugar seguro, hablando con un padre postizo y un hijo imaginario.

LUCENTIO
Bien, ¿y qué?

BIONDELLO
Tú tienes que llevar a su hija a la cena.

LUCENTIO
¿Y qué más?

BIONDELLO
Que el viejo cura de la iglesia de San Lucas está a tu disposición a cualquier hora.

LUCENTIO
¿Y para qué todo eso?

BIONDELLO
¡Qué sé yo! A no ser que mientras ellos están ocupados en hacer un contrato falso, bien podrías tú redactar uno verdadero con toda clase de derechos y privilegios, y después ir a la iglesia. Un cura, un empleado de notaría y algunos testigos honrados, completarían lo que faltara. Si no es ésta la ocasión que esperabas, no me queda sino callarme. Claro que no sin aconsejarte que digas adiós a Blanca para siempre. (Hace ademán como para retirarse).

LUCENTIO
¡Aguarda! Escúchame, Biondello.

BIONDELLO
No puedo esperar más tiempo. He conocido a una muchacha a la que le bastó una tarde para casarse. Es decir, aprovechando que iba a su huerta a cortar perejil para preparar un conejo. Haz como ella, señor. Y después de esto, ¡adiós, mi amo! El otro me ha ordenado que vaya a la iglesia de San Lucas y diga al cura que esté preparado para el momento en que llegues con tu mitad. (Sale).

LUCENTIO
Entendido y de acuerdo ... si Blanca acepta. Que aceptará. ¿Podría dudarlo? Pase lo que pase, le propondré el asunto tal como es; y mal tendría que irle a Cambio para regresar sin ella. (Sale).


QUINTA ESCENA
En el camino de Padua.
Petruchio, Catalina, Hortensio y varios criados, descansan en la orilla del camino.

PETRUCHIO
(Levantándose) ¡Vamos, en nombre de Dios! En marcha hacia la casa de nuestro padre. ¡Señor de bondad, con qué claridad magnífica resplandece la Luna!

CATALINA
¿La Luna, dices? Querrás decir el Sol. ¿Dónde está la Luna en este momento?

PETRUCHIO
Yo digo que lo que brilla en el cielo es la Luna.

CATALINA
Y yo que esta luz es la luz del Sol.

PETRUCHIO
¿Cómo? ¡Por el hijo de mi madre! ¡Es decir, por mí mismo, que ha de ser la Luna, una estrella o lo que me dé la gana! De lo contrario, ¡no seguiré marchando hacia la casa de tu padre. ¡Atrás los caballos! ¡Cuidado que siempre ha de contradecirme! ¡Siempre lo contrario! ¡Eternamente opuesta a todo lo que digo!

HORTENSIO
(En voz baja a Catalina) Acepta lo que dice o no llegaremos nunca.

CATALINA
Continuemos, te lo pido, ya que hemos venido hasta aquí. Y que sea Luna, Sol o lo que gustes. Y si te parece que lo que nos alumbra sea un cabo de vela, te juro que, en adelante, será para mí un cabo de vela.

PETRUCHIO
Yo digo que es la Luna y basta.

CATALINA
Pues bien, la Luna; claro.

PETRUCHIO
¿Por qué mientes? ¡Es el bendito Sol!

CATALINA
Sea entonces Dios bendito también. ¡El bendito Sol es! Y dejará de serlo si dices que no lo es. Como la Luna cambiará a medida que se te antoje. Nombre que des a las cosas, así será su nombre verdadero. Y lo será siempre. Al menos para Catalina.

HORTENSIO
Petruchio, sigue tu camino. Todo el campo es tuyo ya.

PETRUCHIO
¡Adelante entonces! Así es como debe rodar la bola, sin chocar ni tropezar torpemente ... Pero ... ¡calla! ... ¿Quién llega? (Ven venir a Vincentio en traje de viaje. Petruchio se dirige a él del modo siguiente), Buenos días, hermosa señora. ¿Adónde vas? Dime, querida Catalina, dime con toda franqueza: ¿Has visto alguna vez a una joven con un tinte de cara tan fresco? Azucenas y rosas disputándose sus mejillas. Y, ¿qué estrellas esmaltaron nunca el cielo, con belleza semejante a los dos ojos que adornan su faz celestial? Agradable y encantadora joven, una vez más, ¡buenos días! Querida Lina, abrázala por amor a su exquisita belleza.

HORTENSIO
¡Va a volver loco a este hombre, queriendo hacer de él una mujer!

CATALINA
Joven virgen en flor, dulce, fresca y suavemente hermosa, ¿adónde vas y cuál es tu morada? ¡Dichosos los padres de tan hermosa criatura! ¡Y más dichoso aún el hombre a quien su estrella favorable te destina, cual incomparable compañero de su lecho!

PETRUCHIO
¡Pero, Lina! ¿Qué te sucede? ¿Te has vuelto loca? ¡Considera que se trata de un hombre! De un anciano, todo lleno de arrugas. Ajado, marchito; no de una muchacha como tú dices.

CATALINA
Anciano padre, perdona el error de mis ojos. Están de tal modo deslumbrados por este Sol, que cuanto veo me parece envuelto en cegadora juventud. Pero ahora advierto, sí, que eres un venerable patriarca. Perdona, entonces, mi aturdida equivocación.

PETRUCHIO
Sí, perdón, noble anciano. Y dinos, ¿hacia dónde diriges tus pasos? Si vas allí, donde nosotros, seremos felices con tu compañía.

VINCENTIO
Buen caballero, y tú, hermosa señora, que por cierto mucho me has sorprendido con tu manera de hablarme (se inclina saludando), mi nombre es Vincentio, mi patria, Pisa, y voy a Padua para reunirme con mi hijo, al que no he visto desde hace mucho tiempo.

PETRUCHIO
¿Cómo se llama?

VINCENTIO
Lucentio, noble señor.

PETRUCHIO
¡Feliz encuentro el nuestro, y más todavía para tu hijo! La ley, en efecto, lo mismo que tu venerable ancianidad, me autorizan a llamarte mi padre bien amado. Has de saber que la hermana de mi mujer, la noble dama aquí presente, acaba de casarse con tu hijo. Y que ello no te sorprenda ni te aflija, pues no solamente ella goza de la más excelente reputación, sino que su nacimiento es tan honrosa como rica su dote. Por lo demás, dotada está, asimismo, de cuantas cualidades necesita la esposa de un verdadero hidalgo. Abrázadnos, pues, venerable Vincentio, y partamos juntos. Vayamos al encuentro de tu excelente hijo, al cual tu llegada colmará de gozo.

VINCENTIO
Pero, ¿es verdad todo lo que escucho? ¿O es que, como viajeros llenos de buen humor, se entretienen en bromear con todos los que encuentran en su camino?

HORTENSIO
Te aseguro, venerable anciano, que cuanto te dice es la pura verdad.

PETRUCHIO
Bueno, vamos, ven con nosotros y verás cuan cierto es lo que digo. Claro, se entiende que por nuestra primera broma seas desconfiado. (Salen todos. Hortensio al último).

HORTENSIO
¡Bien por Petruchio! Todo lo que ha sucedido me anima en mi propósito. Corro junto a mi viuda. Tú me has enseñado, en caso de que sea arisca, a mostrarme todavía más intratable que ella. (Sigue a los demás).

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