Índice de La fierecilla domada de William ShakespeareCUARTO ACTOBiblioteca Virtual Antorcha

LA FIERECILLA DOMADA

William Shakespeare

QUINTO ACTO



PRIMERA ESCENA
Gremio en primer plano. Por un lado llegan Biondello, Lucentio y Blanca.

BIONDELLO
Rápido y sin hacer ruido, mi amo. El sacerdote está preparado.

LUCENTIO
Corro, vuelo, Biondello. Pero podría ser que te necesiten en casa. Por lo tanto, déjanos.

BIONDELLO
No, de veras. Ante todo quiero ver un poco la iglesia por encima de tus hombros. Luego regresaré junto al otro amo. (Salen Lucentio, Blanca y Biondello).

GREMIO
Es sorprendente que Cambio no haya llegado todavía. (Entran Petruchio, Catalina, Vincentio, Grumio y demás criados del primero).

PETRUCHIO
(A Vincentio) He aquí, señor, la puerta. Ésta es la casa de Lucentio. La de mi suegro está más lejos; hacia la plaza del mercado. Como debemos ir allí, permíteme que te deje.

VINCENTIO
No te separes de mí sin que hayamos bebido juntos. Creo no equivocarme asegurando que serán bien recibidos aquí. Además, y según parece, están de fiesta adentro. (Toca en la puerta).

GREMIO
(Acercándose) Están muy ocupados adentro. Harías bien tocando más fuerte. (Petruchio toca con fuertes golpes. El pedagogo aparece en la ventana).

EL PEDAGOGO
¿Quién toca en esta forma como si quisiera hundir la puerta?

VINCENTIO
¿Está el caballero Lucentio en su casa, señor?

EL PEDAGOGO
En su casa está, pero no se puede hablar con él ahora.

VINCENTIO
¿Incluso si alguien le trajera un centenar o dos de libros para que se distrajera con ellos?

EL PEDAGOGO
Guárdate los cien libros para ti. Él, mientras yo tenga vida, no tendrá necesidad de nada ni de nadie.

PETRUCHIO
¡Cuánto yo te decía que tu hijo era adorado en Padua! (Al Pedagogo). Escuche, señor, para no perder tiempo, sirvase decir al caballero Lucentio que su padre acaba de llegar de Pisa, que aguarda aquí en la puerta y que está impaciente por hablarle.

EL PEDAGOGO
¡Mientes! Su padre ha llegado ya de Pisa, y él mismo es el que mira por esta ventana.

VINCENTIO
¿Qué?, ¿eres tú su padre?

EL PEDAGOGO
Yo mismo, amigo. Al menos eso dice su madre; si es que puede creérsele.

PETRUCHIO
(A Vincentio) ¡Ea, ea, señor mío! Esto de tomar el nombre de otro es picardía redomada.

EL PEDAGOGO
¡No suelten a ese pícaro! Cuando toma mi nombre es porque pretende engañar a alguien en la ciudad. (Entra Biondello).

BIONDELLO
Juntos los he visto en la iglesia. ¡Dios los lleve a buen puerto! Pero, ¿quién está aquí? ¡Mi anciano señor maese Vincentio! ¡Estamos perdidos! ¡Acabados!

VINCENTIO
(Viendo a Biondello) Acércate aquí, carne de patibulo.

BIONDELLO
Espero, señor, tener derecho a elegir mejor destino.

VINCENTIO
(Agarrándolo por el cuello) Ven aquí, ¡granuja! ¿O es que ya me has olvidado?

BIONDELLO
¿Olvidado? ¡Imposible! Imposible olvidar a quien no se ha visto nunca.

VINCENTIO
¿Cómo, grandísimo pícaro? ¿Que no has visto nunca a Vincentio, el padre de tu amo?

BIONDELLO
Al anciano y venerable padre de mi amo, claro que sí. Como que ahora mismo, véalo usted, está asomado a esa ventana.

VINCENTIO
(Pegándole) ¿De veras? ¿Pero en verdad?

BIONDELLO
¡Socorro! ¡Socorro! ¡Ayuda contra un loco que me quiere asesinar! (Escapa a todo correr).

EL PEDAGOGO
¡Socorro, hijo mío! ¡Socorro, señor Bautista! (Cierra la ventana).

PETRUCHIO
Apartémonos un poco, Lina, te lo pido. Pero quedémonos para ver el fin del pleito. (El Pedagogo, rodeado de criados con garrotes, aparece. Y tras él Bautista y Tranio).

TRANIO
¿Quién eres, señor, que te atreves a golpear a mi criado?

VINCENTIO
¿Que quién soy, señor mío? Y tú mismo, ¿quién eres? ¡Pero por todos los inmortales dioses, miren al emperifollado bribón! ¡Jubón de seda!, ¡calzas de terciopelo!, ¡manto escarlata!, ¡sombrero puntiagudo! ¡Mi ruina, mi ruina! Mientras yo hago ahorros en casa, ¡mi hijo y mi criado derrochando en la universidad!

TRANIO
¿Cómo?, ¿qué ha dicho?

BAUTISTA
¡Bah!, este pobre hombre está loco, sin duda.

TRANIO
Señor, a juzgar por tu traje, se diría que eres un hombre razonable y sensato, pero tus palabras son las de un loco ... Porque, realmente, ¿qué puede importarte que yo lleve perlas y luzca oro? Por mi parte, doy gracias a mi excelente padre que me permite hacer tal cosa.

VINCENTIO
Tu padre, ¡canalla! ¿Tu padre, que fabrica velas en Bérgamo?

BAUTISTA
Te equivocas, caballero, te equivocas. ¿Cómo crees que se llame? Dímelo, haz el favor.

VlNCENTIO
¿Que cómo se llama? ¡Como si yo no lo supiera si soy yo quien lo ha criado desde que tenía tres años! ¡Se llama Tranio!

EL PEDAGOGO
¡Fuera, fuera ese asno insensato! Su nombre es Lucentio y es mi hijo único y el heredero de todo lo que tengo. De toda mi fortuna, pues yo soy Vincentio.

VINCENTIO
¿Lucentio él? ¡Oh! ¡Ha asesinado a su amo! ¡Préndanlo! ¡Se los ordeno en nombre del Duque! ¡Hijo mío! ¡Pobre hijo mío! ¡Dime, bandido!, ¿qué has hecho a mi hijo?

TRANIO
¡Llamen a un oficial! (Un oficial se acerca). Lleven a ese disparatado loco a la cárcel. Bautista, mi querido suegro, te ruego que hagas lo necesario para que comparezca ante la justicia.

VINCENTIO
¿Llevarme a mí a la cárcel? ¡A mí!

GREMIO
Espere un momento, señor oficial. No irá, no, a la cárcel.

BAUTISTA
Calla, señor Gremio. Yo digo que irá a la cárcel.

GREMIO
Ten cuidado, señor Bautista, no vayas a ser engañado en esta ocasión. Yo casi me atrevería a afirmar que el verdadero Vincentio es él.

EL PEDAGOGO
¡Júralo si te atreves!

GREMIO
Tanto como a jurarlo, no me atrevo.

TRANIO
Lo mismo podrías decir que yo no soy Lucentio.

GREMIO
Que eres el señor Lucentio sí, claro que lo sé.

BAUTISTA
¡Fuera ese viejo chocho! ¡Que lo encarcelen de inmediato!

VINCENTIO
¿Será posible que en tal forma se insulte y maltrate a los extranjeros? ¡Oh pandilla de canallas! (Regresa Biondello acompañado de Lucentio y de Blanca).

BIONDELLO
¡Ahora sí que estamos perdidos! Ahí lo tienes. Reniega de él, abjura de él, ¡o acaba con nosotros!

LUCENTIO
(Hincándose delante de Vincentio) ¡Perdón, padre mío ...!

VINCENTIO
¡Ah! ¡Mi hijo querido está aún con vida! (Biondello, Tranio y el Pedagogo escapan y se refugian rápidamente en casa de Lucentio).

BLANCA
(Hincándose ante Bautista) ¡Perdón, mi querido padre!

BAUTISTA
¿Qué falta has cometido? ... ¿Dónde está Lucentio?

LUCENTIO
Yo soy Lucentio, el verdadero hijo del verdadero Vincentio, y mediante matrimonio, acabo de hacer mía a tu hija, mientras que los demás, haciéndose pasar por lo que no eran, te engañaban.

GREMIO
¡Es un verdadero complot para engañarnos a todos!

VINCENTIO
¿Dónde está ese bribón insolente de Tranio, que se ha atrevido a desafiarme en mi propia cara?

BAUTISTA
(A Blanca) ¡Ésta sí que es buena! Pero éste, ¿no es Cambio?

BLANCA
Cambio se ha convertido en Lucentio.

LUCENTIO
Es el amor quien ha realizado estos milagros. Mi amor hacia Blanca me hizo cambiar mi condición con 1fanio, mientras éste se hacía pasar por mí en la ciudad. Pero, finalmente, he podido llegar dichoso al puerto de mi felicidad. Lo que Tranio ha hecho, ha sido obligado por mí. Perdónalo, entonces, mi querido padre, por amor a mí.

VINCENTIO
¡La nariz he de cortar a ese bribón que quería mandarme a la cárcel!

BAUTISTA
(A Lucentio) Pero dime, caballero, Huiste capaz de haber desposado a mi hija sin obtener mi permiso?

VINCENTIO
No temas nada, Bautista, te daremos toda clase de satisfacciones. Pero es preciso que me vengue primero de ese canalla. (Sale).

BAUTISTA
Y yo tengo que reflexionar detenidamente sobre esta picardía. (Sale también).

LUCENTIO
No palidezcas, Blanca¡ tu padre no se enojará. (Lucentio y Blanca siguen a Bautista).

GREMIO
En cuanto a mí, perdí la partida. Pero me iré con los demás, porque ... Perdida queda ya toda esperanza, menos en el banquete hinchar la panza. (Los sigue).

CATALINA
(Asomando, poco a poco, con Petruchio) Vayamos nosotros también, esposo mío, a ver en qué termina todo esto.

PETRUCHIO
Con mucho gusto, Lina. Pero, antes que nada, abrázame.

CATALINA
¿Aquí, en medio de la calle?

PETRUCHIO
¿Por qué no? ¿Tienes vergüenza de mí?

CATALINA
¡Oh!, no, señor. Pongo a Dios por testigo. Pero sí de hacerlo en medio de la calle.

PETRUCHIO
Pues entonces regresemos a casa. (A Grumio). ¿Has oído, granuja? ¡Vámonos!

CATALINA
¡No, no! Te voy a besar, sí. (Lo hace). Y ahora, amor mío, quedémonos, te lo suplico.

PETRUCHIO
¿No es verdad que el cariño es cosa buena? Ven, mi dulce Lina. Nunca es demasiado tarde para actuar bien. Es muy cierto que más vale tarde que nunca. (Salen).


SEGUNDA ESCENA
Padua. Una sala en casa de Lucentio.
Los sirvientes abren la puerta para que entren Bautista y Vincentio, Gremio y El Pedagogo, Lucentio y Blanca, Petruchio y Catalina, Hortensio y La Viuda. También los criados, entre ellos Tranio, con los postres.

LUCENTIO
Por fin, después de tan largas discusiones, estamos de acuerdo. Es pues, el momento como tras una guerra furiosa cuando, afortunadamente, ha acabado, de sonreír, pensando en los daños y peligros pasados. Mi hermosa Blanca, da la bienvenida a mi padre, mientras que yo presento mis homenajes al tuyo. Petruchio, hermano mío; Catalina, hermana, y tú, Hortensio, con tu amable viuda, hagan honor a nuestra invitación, y sean bienvenidos a mi casa. Este postre, está destinado a cerrar nuestro apetito, tras el buen almuerzo que acabamos de hacer. Siéntense entonces, se los pido, y platiquemos mientras comemos. (Se sientan todos alrededor de la mesa y los criados sirven frutas, dulces, vinos, etc.).

PETRUCHIO
Instalémonos, sí, y sigamos comiendo.

BAUTISTA
Padua es quien te ofrece todas estas cosas deliciosas, Petruchio.

PETRUCHIO
Nada ofrece Padua que no sea amable y dulce.

HORTENSIO
Bien quisiera, pensando en ustedes dos, que lo que dices fuera cierto.

PETRUCHIO
¡Por mi vida, Hortensio! Me parece que es el miedo de tu viuda lo que te hace hablar así.

LA VIUDA
Por mi parte, les aseguro que el miedo no sería el mejor medio de seducirme.

PETRUCHIO
Eres muy inteligente, señora. Sin embargo, esta ocasión te equivocas respecto al sentido de mis palabras. Lo que quiero decir, por el conntrario es que Hortensio es el que te tiene miedo.

LA VIUDA
Aquel cuya cabeza le da vueltas, cree que lo que gira es el mundo entero.

PETRUCHIO
¡Bien dicho, a fe mía!

CATALINA
¿Qué tratas de decir con eso, señora?

LA VIUDA
Quiero decir lo que concibo de él.

PETRUCHIO
¡La hago concebir! ... ¿Qué te parece, Hortensio?

HORTENSIO
Mi mujer dice que es así como ella interpreta el dicho.

PETRUCHIO
Eso se llama arreglar bien las cosas. Dale un beso por el trabajo que se ha tomado, mi querida señora.

CATALINA
Aquel cuya cabeza le da vueltas, cree que lo que gira es el mundo entero. Ahora soy yo quien te pide, señora, que me digas qué quieres decir con esto.

LA VIUDA
Pues que tu marido, afligido a causa de una mujer malhumorada, mide la posible desgracia del mío por la suya propia. Ahora ya conoces exactamente mi pensamiento.

CATALINA
Pensamiento bien bajo, ciertamente.

LA VIUDA
Exacto; en lo que a ti se refiere, en todo caso.

CATALINA
Y puede ser que más todavía en lo que te afecta, señora mía.

PETRUCHIO
¡Ánimo! ¡A ella, Lina!

HORTENSIO
¡Ánimo! ¡A ella, esposa!

PETRUCHIO
¡Gen marcos a que mi Lina queda sobre ella!

HORTENSIO
Eso de quedar sobre ella, sólo es asunto mío.

PETRUCHIO
¡Linda expresión para un cuerpo de guardia! A tu salud, amigo. (Bebe).

BAUTISTA
¿Qué piensas, Gremio, de este asalto de agudezas?

GREMIO
Que saben atacar de frente y con la frente, amigo mío.

BLANCA
¿Con la frente? ¡A cornada limpia más bien!

VINCENTIO
¡Ea! Miren a la casadita cómo despierta. Diríase que empiezan a preocuparle los cuernos.

BLANCA
¡Oh no! Si eso creen, me vuelvo a dormir.

PETRUCHIO
No te lo aconsejo. Puesto que has empezado, ¡en guardia! Voy a lanzarte un buen dardo o dos.

BLANCA
¿Me tomas quizá por un pájaro? En todo caso cambiaré de zarzal. Persígueme si quieres, pero prepara bien el arco ... ¡Salud a todos! (Se levanta, hace una reverencia y sale. Catalina y la viuda la imitan).

PETRUCHIO
Se me escapa. Y que es el pájaro al que tú apuntaste también, mi buen Tranio, sin conseguir cobrarle. ¡Bebo a la salud de cuantos, tras apuntar, erraron el tiro!

TRANIO
¡Ah, caballero! Es que Lucentio me había lanzado como lebrel que corre como es debido, pero sólo caza para su amo.

PETRUCHIO
Rápida y buena contestación, aunque huela a perrera.

TRANIO
En cuanto a ti, bien hiciste en cazar para ti mismo. Dícese, por consiguiente, que tu cierva te tiene que ya no puedes más.

BAUTISTA
Donde las dan las toman. Petruchio, Tranio hace de ti ahora su blanco.

LUCENTIO
Bien enviado, mi buen TraniO¡ te doy las gracias.

HORTENSIO
Confiesa, confiesa, que esta ocasión te ha tocado.

PETRUCHIO
Me ha arañado ligeramente, lo confieso. Pero como el dardo ha salido de rebote contra ustedes dos, apuesto diez contra uno a que los ha tullido a los dos.

BAUTISTA
Hablando seriamente, Petruchio, hijo mío¡ yo bien creo que tu mujer es la más fiera de las tres.

PETRUCHIO
Pues bien, yo digo que no. Y como prueba, que cada uno haga llamar a su mujer. y aquel cuya esposa se muestre más obediente y llegue primero, ganará la apuesta que hagamos.

HORTENSIO
¡Aceptado! ¿Cuánto?

LUCENTIO
Veinte coronas.

PETRUCHIO
¿Veinte coronas? Esa cantidad yo la apostaría por mi halcón o por mi perro. Por mi mujer arriesgaría veinte veces más.

LUCENTIO
Entonces, cien coronas.

HORTENSIO
De acuerdo.

PETRUCHIO
Apuesta hecha.

HORTENSIO
¿Quién empieza?

LUCENTIO
Yo mismo. Biondello, ve a decir a tu ama de mi parte que venga.

BIONDELLO
En seguida. (Sale).

BAUTISTA
(A Lucentio) Querido yerno, la mitad de tu apuesta, para mí. Blanca vendrá.

LUCENTIO
Gracias, pero no quiero mitades con nadie. Yo solo sostengo lo que he apostado. (Regresa Biondello). Y bien. ¿Qué sucede?

BIONDELLO
Señor, mi ama dice que te haga saber que está ocupada y que no puede venir.

PETRUCHIO
¿Cómo que está ocupada y que no puede venir? ¿Es ésa una contestación?

GREMIO
Sí. E incluso amable. Pídele a Dios que tu mujer no mande que te digan algo peor.

PETRUCHIO
Una mejor espero, por consiguiente.

HORTENSIO
Pues andando, Biondello bribón; ve a rogar a la mía que venga de inmediato, que yo la llamo. (Sale Biondello).

PETRUCHIO
¡Hombre!, si le ruegas, claro que vendrá.

HORTENSIO
Sin embargo, mucho me temo que a la tuya le ruegues en vano. (Entra Biondello). ¿Qué hay? ¿y mi mujer?

BIONDELLO
Dice que seguramente has preparado alguna broma y no quiere venir. Que si quieres, que vayas tú.

PETRUCHIO
Esto va de mal en peor. Blanca no podía; ésta no quiere. Respuesta infame, intolerable, insoportable. ¡Grumio!, ve, tunante, adonde está tu ama y dile que le ordeno que venga. (Sale Grumio).

HORTENSIO
Ya conozco la respuesta.

PETRUCHIO
¿Es decir?

HORTENSIO
Que no le da la gana.

PETRUCHIO
Qué le voy a hacer. Peor para mí.

BAUTISTA
¡Por nuestra Señora! ¡Catalina llega! (Catalina aparece y entra).

CATALINA
¿Qué deseas, señor? ¿Para qué has enviado a llamarme?

PETRUCHIO
¿Dónde está tu hermana? ¿Qué hace la mujer de Hortensio?

CATALINA
Están sentadas en el salón, platicando junto al fuego.

PETRUCHIO
¡Corre por ellas! Y si no quieren venir, tráelas hasta sus maridos a latigazos. ¡Anda! ¿No te digo que las traigas de inmediato? (Catalina regresa rápido sobre sus pasos).

LUCENTIO
Como cosa prodigiosa lo es. ¡En verdad!

HORTENSIO
Cierto, pero, ¿qué puede presagiar?

PETRUCHIO
Nada más sencillo: es un presagio de paz, de amor, de vida tranquila, de sumisión deferente, de superioridad respetada. En una palabra: de todo cuanto anuncia armonía y felicidad.

BAUTISTA
Te felicito Petruchio, has ganado la apuesta. Por mi parte, añado veinte mil coronas a las que ellos han perdido. A hija nueva ¡dote nueva! Que realmente tan cambiada está, que no hay forma de reconocer en ella a la de antes.

PETRUCHIO
Pues entonces ganaré todavía mejor esto que gano dándoles otra prueba de su obediencia. De esa virtud de obediencia que acaba de nacer en ella. Pero aquí la tienen trayendo a las rebeldes como prisioneras de su poder de convencimiento femenino. (Llega Catalina acompañada de Blanca y la viuda). Catalina: esa toca que llevas no te sienta bien. Quítame de la vista ese adorno y pisotéalo. (Catalina obedece en seguida).

LA VIUDA
¡Señor!, concédeme que nunca tenga ocasión de llorar sino el día que tuviera que estar sometida a tan tonta obediencia.

BLANCA
¿Tonta? ¿Llamas sólo tontería a obediencia tan disparatada?

LUCENTIO
Yo quisiera que la tuya fuera no menos disparatada. Su cordura, querida Blanca, me ha costado cien coronas desde que hemos comido.

BLANCA
Si has apostado a costa de mi obediencia, doblemente loco eres tú.

PETRUCHIO
Catalina, te animo a que digas a mujeres tan rebeldes cuáles son sus deberes respecto a sus señores y esposos.

LA VIUDA
¡Bah! Estás bromeando. No necesitamos ningunas lecciones.

PETRUCHIO
(Señalando a la viuda) Habla, te digo. y empieza por ella.

LA VIUDA
No lo hará, y hará bien.

PETRUCHIO
Pues yo digo que lo hará. Empieza por ella.

CATALINA
¡Vamos, vamos! Desarruga esa frente colérica y amenazadora, y quita de tus ojos esas aceradas miradas de desdén que hieren a tu señor, a tu rey, a tu amo. Ese aire díscolo empaña tu hermosura al igual que las heladas marchitan los jardines. Quebrantan asimismo tu buen renombre como las borrascas arrancan los brotes primaverales ya en flor; lo que no es en ninguna forma ni adecuado ni amable. Una mujer colérica es como un manatial removido, cenagoso, feo, turbio, desprovisto de toda belleza. Y mientras está de tal manera, nadie hay, por sediento que se halle, por deseoso de beber que se encuentre, que quiera remojar en él sus labios ni beber una sola gota. Tu marido es tu señor, tu vida, tu guardián, tu jefe, tu soberano. El que cuida de ti y quien, para que nada te falte, somete su cuerpo a penosos trabajos en tierra o mar; vigilando de noche mientras sopla la tempestad; de día, bajo el frío; mientras que tú, en el hogar, duermes a su calor tranquila y segura. Por todo eso, cuanto te pide como tributo de amor es una cara alegre y sincera obediencia. Lo que es pagar levemente deuda tan grande. El homenaje que el súbdito debe a su príncipe es la sumisión que la mujer debe a su marido. Y cuando es rebelde, malhumorada, terca, áspera; cuando no obedece a cuanto de honrado la manda, ¿qué es sino una mujer mala y rebelde, culpable de indigna traición hacia su abnegado señor? Vergüenza me da pensar que haya mujeres tan necias como para declarar la guerra a aquellos a los que deberían pedir la paz de rodillas. Vergüenza de que reclamen el gobierno, el poder, la supremacia, cuando su deber es servir, amar y obedecer. ¿Por qué, si no, tenemos el cuerpo delicado, frágil, tierno, impropio para la fatiga y trabajos de este mundo, si no es para que nuestro corazón y nuestras amables cualidades estén en armonía con nuestra naturaleza material? ¡Vamos, vamos, gusanillos de tierra insolentes y débiles! Yo tenía también, como ustedes, el carácter altanero, el corazón orgulloso, el ánimo áspero y dispuesto a devolver regaño por regaño, amenaza por amenaza. Sin embargo, bien veo ahora que nuestras lanzas son cañas y nuestras fuerzas briznas de paja. Y que no hay debilidad semejante a la de buscar antes que nada lo que menos nos conviene. Abatan, pues, su altanería, que para nada sirve, y pongan sus manos, como señal de obediencia, a los pies de sus maridos. Si mi marido lo quiere, las mías están a su disposición para rendirle este homenaje ...

PETRUCHIO
¡He aquí una mujer como debe ser! Ven y abrázame, mi querida Lina.

LUCENTIO
Sigue tu camino, amigo. La partida será siempre tuya.

VINCENTIO
¡Grata cosa es oír hablar a hijos tan dóciles!

LUCENTIO
¡Tanto como desagradable escuchar a mujeres insolentes!

PETRUCHIO
Vámonos, Lina. Vamos a dormir. Estamos los tres casados; pero ustedes dos llevan faldas. Tú has dado en el blanco, Lucentio; pero he sido yo el que ha ganado la apuesta. Vencedor, pues, me retiro. Que Dios les conceda a todos una buena noche. (Salen Petruchio y Catalina).

HORTENSIO
Sigue, sigue tu camino, has domado a la famosa fierecilla.

LUCENTIO
A fe que ha sido un milagro. Pero que la ha domado, ¡y maravillosamente!, ni duda cabe. (Salen).

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