Índice de La fierecilla domada de William ShakespeareSEGUNDO ACTOCUARTO ACTOBiblioteca Virtual Antorcha

LA FIERECILLA DOMADA

William Shakespeare

TERCER ACTO



PRIMERA ESCENA
En Padua, en la casa de Bautista.
En la habitación de Blanca, que está sentada junto a Hortencio, disfrazado o transformado en Licio. Lucentio (Cambio), de pie y un poco separado. Hortencio toma la mano de Blanca para enseñarle a poner los dedos en el laud.

LUCENTIO
(Interviniendo) ¡Eh, señor músico! Diríase que te tomas muchas libertades. ¿Has olvidado acaso el buen recibimiento que te dio su hermana Catalina?

HORTENSIO
Es que ahora, señor pedante escandaloso, estoy con la dama protectora de la celestial armonía. Permíteme entonces, usar de mi prerrogativa, y cuando hayamos dedicado una hora a la música te tomarás un tiempo igual para las lecturas.

LUCENTIO
¡He aquí un asno tan ignorante que ni sabe con qué fin fue creada la música! ¿Acaso no fue hecha para refrescar el espíritu del hombre tras sus estudios y trabajos cotidianos? Déjame, pues, el placer de enseñarle algo de filosofía, y en las pausas que yo haga la emprenderás con tu armonía.

HORTENSIO
(Levantándose) ¿Te imaginas que voy a soportar tus bravatas, bellaco?

BLANCA
¡Basta, señores! Los dos me ofenden peleándose por algo cuya elección depende de mí. Yo no soy un escolar al que se puede amenazar con el látigo, ni quiero estar sometida a que se me impongan tales lecciones para determinada hora del día, ni el tiempo que han de durar; sino que quiero arreglar yo misma estas cuestiones como se me antoje. Por lo tanto, cortemos esta discusión sentándonos aquí, y tú, toma tu instrumento y toca mientras él me enseña. Su lección habrá terminado antes de que hayas afinado tu laúd.

HORTENSIO
¿Dejarás su lección cuando esté ya afinado?

LUCENTIO
Eso significaría decir ¡nunca!, entonces. ¡Vamos, afina tu instrumento! (Hortensio se retira; Blanca y Lucentio se sientan).

BLANCA
¿Dónde nos quedamos?

LUCENTIO
Aquí, señorita. Hic ibat Simois; hic est Sigeia tellus; hic steterat Priami regia celsa senis.

BLANCA
Traduce.

LUCENTIO
Hic ibat, como ya te he dicho; Simois, soy Lucentio; hic est, el hijo de Vincentio, de Pisa; Sigeia tellus, disfrazado de este modo para conseguir tu amor; hic steterat, y el Lucentio que se ha presentado como uno más de tus pretendientes; Priami, es mi criado Tranio; regia, que ha tomado mi puesto; celsa cenis, con objeto de engañar al viejo Pantalón.

HORTENSIO
Señorita, mi instrumento ya quedó afinado.

BLANCA
Que yo le oiga ... (Hortensio toca). ¡Qué horror! Los altos desafinan.

LUCENTIO
Escupa por el colmillo el amigo y vuelva a afinar. (Hortensio se retira de nuevo).

BLANCA
Veamos ahora si yo soy capaz a mi vez de traducir: Hic ibat Simois, no te conozco; hic est Sigeia tellus, y no puedo confiar en lo que dices; hic steterat Priami, ten cuidado no vaya a oírnos; celsa senis, y no desesperes.

HORTENSIO
(Regresando) Ahora, señorita, está afinado.

LUCENTIO
¿Los bajos también?

HORTENSIO
Los bajos están a tono. (Aparte), El que desentona, pícaro, eres tú. ¡Qué ardiente y qué audaz se está volviendo este pedagogo! Que me cuelguen si el bribón no hace la corte a mi amada. Será preciso que vigile a este maldito pedantucho. (Se desliza detrás de ellos

BLANCA
Con el tiempo llegaré a creerte; mientras tanto, desconfío.

LUCENTIO
No dudes ... (dándose cuenta de que ahí está Hortensio), pues es cierto que Eacidas designa a Aiax, llamado así a causa de su abuelo.

BLANCA
(Levantándose) Naturalmente, debo creer a mi maestro, de otro modo, te aseguro que continuaría argumentando sobre este punto dudoso. Pero detengámonos aquí. A ti ahora, Licio. Queridos maestros, si he bromeado un poco con los dos no lo tomen, se los ruego, en mal sentido.

HORTENSIO
(A Lucentio). Puedes irte a dar una vuelta y dejarme libre un momento. Mis lecciones no son un coro a tres voces.

LUCENTIO
¿Tan formalista eres; señor mío? Bien, me retiraré ... (Aparte). Pero sin dejar de vigilar, pues o mucho me equivoco o el soplaflautas éste se está enamorando. (Se aparta un poco. Blanca y Hortensio se sientan).

HORTENSIO
Señorita, antes de que toques el instrumento debo enseñarte lo primero, cómo hay que poner los dedos. Y para ello, empezar por los rudimentos de este arte. La escala te la enseñaré mediante un método corto y agradable; más seguro y más eficaz que todos los métodos empleados por mis colegas. Mírala aquí en este papel, dispuesta del modo más adecuado.

BLANCA
Pero la escala ya hace mucho tiempo que la he pasado.

HORTENSIO
Lee, sin embargo, la de Hortensio.

BLANCA
(Leyendo) Escala de do, yo soy la base de todo acuerdo. A re, yo vengo a abogar por la pasión de Hortensio. B mi, Blanca, tómalo por esposo. C fa, pues te ama con todo su corazón. D sol, re, tengo dos notas para una sola llave. E la, mi, ten compasión de mí o perezco. ¿Y a esto llamas una escala? ¡Bah!, no me gusta nada. Prefiero los métodos antiguos. No soy tan caprichosa como para ir a cambiar las antiguas reglas contra invenciones extrañas. (Entra un criado).

EL CRIADO
Señorita, su padre le pide que deje las lecciones para que le ayude a decorar el cuarto de su hermana. Ya sabe que mañana es el día de su boda.

BLANCA
Hasta luego, mis queridos maestros, no tengo más remedio que dejarlos. (Sale seguida del criado).

LUCENTIO
En este caso, señorita, nada tengo que hacer aquí. (Sale también).

HORTENSIO
En cuanto a mí, bien haré en vigilar a este pedagogo. Tiene todo el aire, todo, de estar enamorado ... Por tu parte, Blanca, si tus gustos son tan bajos como para llevar tus ojos hacia el primero que se presente, que se case contigo el que quiera. Si tu corazón es tan ligero, yo cambiaré también de amor para no ser menos que tú.


SEGUNDA ESCENA
Padua. Una plaza. Delante de la casa de Bautista.
Entran Bautista, Gremio, Tranio (haciendo siempre de Lucentio), Lucentio (haciendo de Cambio), Catalina (vestida de novia), Blanca y muchos invitados.

BAUTISTA
(A Tranio) Señor Lucentio, hoy es el día fijado para el matrimonio de Catalina con Petruchio y estamos aquí sin noticias de mi yerno. ¿Qué van a decir los invitados? ¿Qué risas va a provocar la ausencia del novio cuando el sacerdote llegue dispuesto a realizar el matrimonio? ¿Qué te parece a ti, Lucentio, esta afrenta que sufrimos?

CATALINA
No hay afrenta sino para mí. He aquí la consecuencia de obligarme a dar mi mano a un insensato, en contra de mi corazón. A un maleducado. A un impulsivo, que tras hacerme la corte a todo galope, luego no tiene prisa cuando llega el momento de casarse. Pero bien te había yo dicho que era un disparatado, un loco, que bajo el manto de una ruda franqueza lo que ocultaba era pura burla. Con tal de ser tenido por el más gracioso y festivo de los amigos, es de esos chuscos que no dudan en hacer la corte a mil mujeres, en fijar el día del matrimonio, en preparar un banquete, en invitar a sus amigos y en publicar amonestaciones. Todo eso sin la menor intención de desposar a la que corteja. Y he aquí que ahora todo el mundo señalará con el dedo a la pobre Catalina diciendo: ¡Esa es la mujer del taravilla de Petruchio! Claro, cuando le dé la ventolera de casarse con ella.

TRANIO
Paciencia, querida Catalina. Paciencia, señor Bautista. Yo estoy seguro, por mi vida, de que Petruchio tiene buenas intenciones, sea cual sea la casualidad que le impida cumplir su palabra. Es brusco, pero sensato; alegre, vividor, pero honrado.

CATALINA
¡Ojalá no lo hubiera yo visto nunca! (Va hacia la casa, llorando, seguida de Blanca y de los invitados).

BAUTISTA
Anda, hija mía, anda. Esta vez no puedo censurar tus lágrimas. Tal afrenta indignaría hasta a una santa. Mucho más, como es de esperarse, a una muchacha tan dada al arrebato y a la impaciencia como tú. (Llega Biondello corriendo).

BIONDELLO
¡Amo, amo! ¡Una noticia! ¡Una nueva vieja! ¡La nueva más vieja que hayas oído alguna vez!

BAUTISTA
¿Una nueva vieja? ¿Cómo puede ser tal cosa?

BIONDELLO
¿No es una nueva anunciarles que Petruchio llega?

BAUTISTA
¿Ha llegado?

BIONDELLO
No, señor.

BAUTISTA
¿Qué es lo que dices entonces?

BIONDELLO
Que llega.

BAUTISTA
¿Y cuándo estará aquí?

BIONDELLO
Cuando esté donde yo estoy y te vea como yo te veo.

TRANIO
Pero, vamos a ver, ¿cuál es la nueva vieja entonces?

BIONDELLO
Pues bien, mi amo: Petruchio llega con un sombrero nuevo y un jubón viejo. Pantalones también viejos, volteados ya tres veces, y un par de botas que han servido de caja a los cabos de vela. De ellas, una va sujeta con una hebilla; la otra con un lazo. Al cinto, una antigua espada muy oxidada, tomada a préstamo en el arsenal de la ciudad; con la empuñadura rota y la vaina agujereada por abajo; cierto que los hierros de la cruz partidos en dos. Su caballo, que cojea de la cadena, se adorna con una silla carcomida cuyos estribos están incompletos. Sin contar que el pobre animal es víctima del muermo, gracias a lo cual sus narices no dejan de fluir; además de sufrir de tolanos infestados de lamparones; y también de estar acribillado a fuerza de espolonazos, abatido un tanto por la ictericia y cubierto de adivas incurables. Y claro, como suele ocurrir, aturdido por los vértigos; sí que comido de reznos. Por el contrario, tiene todo el espinazo despeado, las costillas dislocadas y de las patas delanteras es patizambo. Por suerte suya, al bocado que trae le falta la mitad y como cabezada, una piel de carnero, que a fuerza de haber sido estirada para impedirle que se moviera demasiado, se ha roto más de una ocasión, por lo que ha habido que reajustada a fuerza de nudos. También la cincha ha sido remendada seis veces. En cambio, le avalora una grupera de terciopelo, para mujer, con dos iniciales perfectamente marcadas con clavos y apañada aquí y allá, pero con buena cuerda.

BAUTISTA
¿Y quién viene con él?

BIONDELLO
Su lacayo, señor. Su lacayo, engalanado en armonía con el caballo. Es deCir, con una media de hilo en una pierna y una calza de lana gruesa en la otra. Como ligas, un cordón rojo en una y otro azul en la otra. En la cabeza, un sombrero que fue nuevo quizá. Cierto que a guisa de pluma se adorna con un penacho de lo menos cuarenta cintas. En cuanto al traje, hay que decirlo, ¡es algo verdaderamente monstruoso! De tal modo, que ni aire tiene de paje cristiano ni de lacayo de hidalgo.

TRANIO
Sin duda ha tenido el capricho extraño de presentarse así. A veces se le ocurre, en efecto, la idea de salir pobremente vestido.

BAUTISTA
De todas maneras, venga como venga, con tal de que venga, será para mí bienvenido.

BIONDELLO
Pero es que, señor, no viene.

BAUTISTA
¿Pero no has dicho que venía?

BIONDELLO
¿Quién? ¿Petruchio?

BAUTISTA
Sí, que Petruchio venía.

BIONDELLO
No, caballero; lo que yo he dicho era que su caballo venía trayéndolo encima.

BAUTISTA
Pues bien, es todo uno.

BIONDELLO
¡Ay, que no, por San Jamy! Yo dos cobres apuesto que un caballo y un hombre más de uno son, cierto. Sin ser varios, sin embargo, como también sostengo.

(Petruchio y Grumio, vestidos de cualquier manera, cual Biondello los ha descrito, entran de repente).

PETRUCHIO
¡Vamos a ver! ¿Dónde están los amigos? ¿Quién hay en esta casa?

BAUTISTA
Eres bienvenido, caballero.

PETRUCHIO
¿Aunque no llegue mejor vestido? Pero cada uno se presenta como puede.

BAUTISTA
Menos mal que no cojeando aún.

TRANIO
En todo caso, no tan bien vestido como yo hubiera querido.

PETRUCHIO
¿No era mejor llegar, aunque fuera en esta forma? Pero, ¿dónde está Lina? ¿Dónde está mi hermosa novia? Y ¿cómo va mi querido padre? Pero diríase, señores míos, que están incomodados. ¿Por qué tan amable compañía arquea las cejas como ante un prodigio extraordinario cual un cometa o algún otro fenómeno inesperado?

BAUTISTA
Porque, entiéndelo, hoy es el día fijado para la boda y, claro, primero estábamos tristes pensando que no ibas a llegar. Y ahora lo estamos más todavía viéndote llegar en esta forma. Vamos, vamos, quítate ese traje que avergüenza tu condición, y deshonra una fiesta tan solemne como ésta.

TRANIO
Y cuéntanos qué asunto importante te ha retenido tanto tiempo lejos de tu esposa y te hace llegar tan diferente de ti mismo.

PETRUCHIO
Larga cosa sería de contar e ingrata de oír. Que te baste saber que aquí estoy, dispuesto a cumplir mi promesa. Si en algo me he apartado de lo que había dicho, ya me disculparé cuando tenga la ocasión necesaria para ello, y entonces quedarán totalmente satisfechos. Pero ¿dónde está Lina? Se me tiene demasiado tiempo alejado de ella. La mañana avanza y ya deberíamos estar en la iglesia.

TRANIO
No se te ocurra presentarte delante de tu prometida tal como vas vestido. Ven a mi habitación y yo te daré ropa mía.

PETRUCHIO
Ni mucho menos, créeme. Al contrario, tal como estoy voy a presentarme.

BAUTISTA
Pero espero que no pretenderás casarte con ella en esta forma.

PETRUCHIO
¿Y por qué no? ¡Tal como estoy! No se hable más de ello. Es conmigo con quien se casa, no con mis vestidos. De poder renovar las fuerzas que ella agotará en mí tan fácilmente como podría cambiar de traje, Una se alegraría mucho y yo aún más. Pero qué tonto soy charlando de este modo con ustedes en lugar de correr a saludar a mi prometida y a sellar este dulce título con un beso de amor. (Sale seguido de Grumio).

TRANIO
No hay duda que ha venido como ha venido ex profeso. Pero veamos si lo convencemos, si eso es posible, de que se vista mejor para ir a la iglesia.

BAUTISTA
Corro tras él a ver en qué acaba todo esto. (Sale seguido de Gremio).

TRANIO
(A Lucentio) Pero, señor, no basta contar con el amor de Blanca, sino que es preciso tener asimismo el consentimiento del padre. Y para conseguir éste, cual ya te he dicho, voy a valerme de un hombre. Quién sea este hombre, poco importa; lo esencial es enseñarle debidamente el papel que tiene que representar. Es decir, que habrá de hacerse pasar por Vincentio de Pisa y garantizar aquí en Padua una herencia aún mucho más importante que la que yo he prometido. De este modo obtendrás sin esfuerzo lo que deseas y podrás desposar a la dulce Blanca con el consentimiento de su padre.

LUCENTIO
Si mi colega el profesor de música no vigilara como lo hace tan de cerca los pasos de Blanca, creo que lo mejor sería que nos casáramos en secreto. Ya celebrado el matrimonio, aunque el mundo entero se opusiera yo sabría guardar un tesoro frente a todo el universo.

TRANIO
Ya veremos, sin precipitarnos, lo que más conviene realizar. Lo primero que hay que hacer es engañar a ese vejancón de Gremio; luego al padre, el receloso Bautista Minola; en fin, a ese músico astuto, el enamorado Licio. Y todo por afecto hacia Lucentio, mi amo ... (Entra Gremio). ¿Vienes, señor Gremio, de la iglesia?

GREMIO
¡Y tan alegre como de chico lo haría de la escuela!

TRANIO
Y el novio y la novia, ¿regresan a la casa?

GREMIO
¿El novio dices? Mejor harías diciendo un mozo de cuadra, un palafrenero zafio. ¡La pobre criatura se enterará pronto!

TRANIO
¿Es que tal vez es más huraño que ella? ¡No es posible!

GREMIO
¿Él? Ese hombre es un diablo. ¡Un verdadero demonio!

TRANIO
Pues ella es en todo caso una diablesa. La verdadera mujer del diablo.

GREMIO
¡Bah, mi amigo! Junto a él es una cordera, una paloma, una fruslería. Te voy a contar lo ocurrido. Escucha mi señor Lucentio. Figúrate que cuando el cura le ha preguntado si quería a Catalina por mujer ha respondido, pero jurando tan fuerte que el sacerdote todo asustado ha dejado caer su libro: ¡Rayos de rayos!, pues ya lo creo. Y cuando se agachaba el pobre cura para recoger su breviario, ese disparatado loco le ha dado tal puñetazo, que cura y libro, y libro y cura han rodado por el suelo. ¡Ahora -ha rugido-, que los levante el que quiera!

TRANIO
¿Y qué ha dicho la joven cuando el cura se levantó?

GREMIO
Ella temblaba y se estremecía, pues el fenómeno pataleaba y tronaba cual si el cura hubiese tratado de hacerlo cornudo. Y he aquí que cuando toda la ceremonia había terminado, el monstruo pide vino. ¡A la salud de todos!, grita, cual si hubiera estado a bordo de un navío bebiendo por sus camaradas tras una tormenta. Traga el moscatel sin dejar para los demás, y lo que quedaba en el fondo de la copa se lo tira a la cara del sacristán pretextando para ello que la barba del infeliz crecía tan rala y famélica que le estaba pidiendo a voces mientras bebía un poco de brebaje. Después de eso, agarra a la recién casada por el cuello y le planta en plena boca un beso tan escandaloso, que resuena en toda la iglesia. Y es cuando yo, al ver aquello, he escapado, avergonzado. Por supuesto, todo el cortejo viene tras de mí. Nunca se había visto un matrimonio tan especial ... Pero escucha, escucha. Oigo a los músicos. (Música. Entran los músicos precediendo a los de la boda Petruchio y Catalina, seguidos de Blanca, Bautista, Hortensio, Grumio y todos los demás invitados).

PETRUCHIO
Caballeros, y ustedes, amigos míos, mil gracias por el trabajo que se han tomado en venir. Sé también que esperaban comer conmigo y que han preparado un delicioso banquete de boda. Pero sucede que asuntos inaplazables me reclaman lejos de aquí; por lo tanto, me veo obligado a despedirme de ustedes en este mismo momento.

BAUTISTA
¿Es posible que quieras partir esta misma tarde?

PETRUCHIO
Hoy mismo, sí, antes de que sea de noche. Y que ello no te extrañe. Si conocieras las razones que me mueven a ello, más bien me rogarías que partiera, que no me quedara. Por lo tanto, doy muchas gracias a todos, nobles compañeros, testigos de mi unión con la más paciente, la más dulce y virtuosa de las esposas. Coman en compañía de mi suegro, beban a mi salud, y en lo que a mí concierne, como es preciso que me vaya, adiós a todos.

TRANIO
Permítenos suplicarte que te quedes hasta después de la comida.

PETRUCHIO
Imposible.

GREMIO
Déjame que te lo pida yo también.

PETRUCHIO
Imposible digo.

CATALINA
Yo uno mis ruegos a los suyos.

PETRUCHIO
Me complace en extremo.

CATALINA
¿Te complace en extremo quedarte?

PETRUCHIO
Me complace en extremo que me ruegues que me quede. Pero podrías hartarte de suplicarme y no me quedaría.

CATALINA
Sin embargo, si es que me amas, quédate.

PETRUCHIO
¡Grumio, los caballos!

GRUMIO
Dispuestos están, mi amo. Y con la tripa llena de avena.

CATALINA
Pues bien, haz lo que quieras. En cuanto a mí, no partiré hoy, ¡no! Ni mañana. Ni antes de que me dé la gana hacerlo. La puerta está abierta, señor mío; el camino ahí lo tienes. Puedes trotar hasta que tus botas no puedan ya más. Pero yo no partiré mas que cuando se me antoje hacerlo. Un hombre que desde el primer momento se muestra tan bruto y tan grosero, ¡de veras que promete ser una alhaja de marido!

PETRUCHIO
Vamos, Lina querida, no te enfades, te lo suplico. Echa lejos de ti el mal humor.

CATALINA
¡Me da la gana enojarme! ¿Qué diablos tienes que ir a hacer? En cuanto a ti, padre, puedes estar tranquilo. Esperará hasta que a mí se me antoje.

GREMIO
(A Bautista) Esto ya es otra cosa, caballero. La cólera de Catalina empieza a producir su efecto.

CATALINA
Señores, ¡a la mesa todos! Ya veo que se puede hacer de una mujer un espantajo si no tiene el valor de resistir.

PETRUCHIO
(Con violencia tremenda) ¡Estos caballeros irán a comer, Lina, puesto que se los ordenas! ¡Obedezcan a la recién casada, ustedes, todos los que han formado su cortejo! Vayan al banquete, sí; diviértanse, hagan francachela, brinden hasta hartarse por su doncellez, alégrense, hagan el loco, y si no, ¡que los ahorquen! En cuanto a mi Lina, mi hermosa Catalina, ¡partirá conmigo! (La agarra por la cintura como si la defendiera contra los otros). Vamos, lucero, no te hagas la enojada, no patalees ni te revuelvas; no eches miradas furibundas ni hagas gestos de cólera. Yo quiero ser dueño de lo que es mío. Mi mujer es mi bien, mi todo, mi casa, mi mobiliario, mi campo, mi granja, mi caballo, mi buey, mi asno: ¡cuanto quiero y tengo! (Desenvaina la espada). ¡Aquí la tienes! Pero ¡ay de quien la toque! ¡Desafío a todo matachín de Padua que se atreva a cerrarme el camino! Grumio, ¡desenvaina, que estamos rodeados de bandidos! ¡Ven a socorrer a tu señora si es que eres un hombre! En cuanto a ti, mi Lina adorada, no tengas miedo, que nadie se atreverá a tocarte. ¡Aquí estoy yo para ser tu escudo incluso contra un millón de enemigos! (Se la lleva de la plaza violentamente mientras Grumio hace como que protege su retirada).

BAUTISTA
¡Dejen, dejen que se vayan enhorabuena! ¡Apacible pareja!

GREMIO
Si no se van tan pronto, reviento de risa.

TRANIO
No creo que haya habido antes matrimonio de locos semejantes.

LUCENTIO
(A Blanca) Señora, ¿qué piensas de tu hermana?

BLANCA
Que para una loca de atar siempre hay un loco rematado.

GREMIO
Creo, por mi fe, que Petruchio ha encontrado una horma digna de su zapato.

BAUTISTA
Amigos míos, vecinos: si el casado y la casada no están para ocupar su puesto en la mesa, sí habrá, en cambio, comida y bebida en abundancia. Vamos, pues, Lucentio, tu ocuparás el puesto del marido, y Blanca, el de su hermana.

TRANIO
¿Va la encantadora Blanca a aprender cómo se hace de recién casada?

BAUTISTA
Así es, Lucentio. Vengan, señores, vamos. (Entran a la casa).

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