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LA FIERECILLA DOMADA

William Shakespeare

SEGUNDO ACTO



ÚNICA ESCENA
Una cámara en casa de Bautista.
Catalina, látigo en mano, amenaza con él a Blanza, que está pegada a la pared con las manos amarradas.

BLANCA
Hermana querida, no me hagas ni te hagas a ti misma la ofensa de tratarme como a una sirvienta o a una esclava. Desprecio tales actos. En cuanto a los adornos, suéltame las manos y yo misma me los quitaré. Sí, me quitaré adornos y baratijas, e incluso el jubón si quieres. Todo cuanto me ordenes lo haré, pues bien sé cuales son mis deberes respecto a mi hermana mayor.

CATALINA
Entre todos tus galanes, ¿a cuál prefieres? ¡Contesta! ¡Te ordeno que respondas y cuidado con mentir!

BLANCA
Puedes creerme, hermana, que entre todos los hombres vivos no he encontrado una cara que me agrade en especial más que otra.

CATALINA
¡Mientes, hipócrita! ¿A que es Hortensio?

BLANCA
Si sientes afecto hacia él, hermana mía, te juro que haré todo lo que pueda para que lo consigas para ti.

CATALINA
¡Ya! Sin duda lo que te atrae es la fortuna y por ello preferirías a Gremio, ¿verdad?, para que te mantuviera como una gran dama.

BLANCA
¿Es a causa de él por lo que me detestas? Entonces bien veo que bromeas y que no has hecho hasta ahora sino bromear. Pero suéltame las manos, Lina, te lo suplico.

CATALINA
Si tal cosa te parece una broma, esto te lo parecerá también. (Le pega. Entra Bautista).

BAUTISTA
¡Cómo! ¿Qué modales son ésos, hija mía? ¿De dónde nace tanta insolencia? Apártate de ella, Blanca. ¡Hijita querida! ¡Y la ha hecho llorar! Vuelve, vuelve a tus labores sin ocuparte más de tu hermana. En cuanto a ti, ¡largo de aquí, pécora endemoniada! ¿Por qué la haces sufrir, sabiendo que ella jamás te ha hecho a ti nada malo? ¿Es que alguna vez siquiera te contradijo con una mala palabra?

CATALINA
¡Precisamente es su silencio lo que me ofende y no dejaré de vengarme! (Se lanza sobre Blanca).

BAUTISTA
(Deteniéndola). -¿Insistes? ¿y ante mis propios ojos? Vete a tu cuarto, Blanca. (Blanca sale).

CATALINA
¡Claro! ¡Como que a mí no me puedes soportar! No hay duda. Tu tesoro es ella. Y, naturalmente, preciso es que tenga un marido. La quieres tanto a ella, que a mí cuanto me queda es bailar descalza el día de la boda y llevar manos al infierno ... No, no me digas nada. Me iré, sí; me tiraré al suelo y lloraré hasta que llegue el momento de mi venganza. (Sale).

BAUTISTA
¿Hubo alguna vez hombre más desdichado que yo? Pero ¿quién va?

(Entran Gremio y Lucentio, éste vestido humildemente y transformado en Cambio, maestro de escuela; y tras ellos Petruchio, acompañado de Hortensia, que a su vez se ha cambiado en Licio, maestro de música; y Tranio, que hace el papel de Lucentio, y que llega acompañado de su paje Biondello, que trae un laúd y varios libros).

GREMIO
Buenos días, vecino Bautista.

BAUTISTA
Buenos días, vecino Gremio ... Dios los guarde, señores.

PETRUCHIO
Y a usted lo mismo, querido señor. Pero dígame, ¿no tiene una hija, bella y virtuosa, que se llama Catalina?

BAUTISTA
En efecto, tengo una hija llamada Catalina, caballero.

GREMIO
(A Petruchio) Eres demasadio brusco; pon un poco de calma.

PETRUCHIO
Me juzgas mal, señor Gremio; déjame hacer. (A Bautista). Yo, señor mío, soy un hidalgo de Verona que habiendo oído hablar de tu hija: de su hermosura, de su talento, de su afabilidad, de su púdica modestia; en fin, de sus maravillosas cualidades y de su hermoso carácter, me he tomado la libertad de venir a tu casa sin más cumplidos con la finalidad de que mis ojos sean testigos de lo que tantas veces he oído alabar. Y como pago y con objeto de merecer tu recibimiento, te presento a uno de mis servidores (señalando a Hortensio), muy versado en música y matemáticas, que podría dar a tu hija un conocimiento perfecto de estas artes o acabar de hacerlo, pues bien sé que no es ignorante en ellas. Acéptalo, pues, te lo pido, si no deseas hacerme una afrenta. Su nombre es Licio; su patria, Mantua.

BAUTISTA
Eres bien venido, caballero, y él, puesto que contigo llega. En cuanto a mi hija Catalina, demasiado sé que no es lo que necesitas, aunque mucho lo deplore.

PETRUCHIO
Me parece entender que no quieres separarte de ella. A no ser que suceda que mi persona no te agrada.

BAUTISTA
No te equivoques respecto a lo que pienso. Lo que hago es decir las cosas tal como son. ¿De dónde eres, caballero, y cómo debo llamarte?

PETRUCHIO
Me llamo Petruchio, y soy hijo de Antonio, hombre bien conocido en toda Italia.

BAUTISTA
Lo conozco muy bien, sí, y en recuerdo de él, eres bien venido.

GREMIO
Un alto en tu historia, Petruchio, te lo ruego, y permite que hablemos nososotros también, porque también tenemos una causa que defender. Porque, ¡demonios, qué atrevido eres y qué prisa tienes!

PETRUCHIO
Dicúlpame, señor Gremio, pero es que me gusta ir derecho a lo que quiero.

GREMIO
No lo dudo, pero es que puede ser que maldigas luego tu prisa. (A Bautista). Vecino, puesto que el regalo de este caballero te ha parecido bien, estoy seguro de ello, permíteme que te haga una amabilidad semejante, ya que por mi parte tanto te debo, ofreciéndote a este joven sabio (señala al decirlo a Lucentio) que ha estudiado mucho tiempo en Reims y que es tan versado en griego, latín y en otras lenguas como el otro en música y en matemáticas. Se llama Cambio. Te pido, pues, que aceptes sus servicios.

BAUTISTA
Gracias mil, amigo, Gremio. Eres bien venido, señor Cambio. (Volviéndose hacia Tranio). En cuanto a ti, noble señor, me parece que eres extranjero. ¿Puedo tomarme la libertad de preguntarte el objeto de tu visita?

TRANIO
Eres tú, señor, quien habrá de perdonar mi libertad, pues extranjero, en realidad, en esta ciudad, me atrevo a pretender la mano de tu hija, la bella y virtuosa Blanca. Por supuesto, no ignoro tu firme resolución de casar antes a su hermana mayor, y cuanto pido como gracia especial es que cuando hayas conocido mi nacimiento, no me concedas peor trato que a los otros que también la solicitan. Es decir, permiso para venir y la benevolencia que a ellos les otorgas. Y para ayudar a la educación de tus hijas, me tomo la libertad de ofrecerte este modesto instrumento y este paquete de librillos griegos y latinos. (Biondello se adelanta y le ofrece laúd y libros). Poca cosa es, pero si tú los aceptas, su valor será grande.

BAUTISTA
¿Te llamas Lucentio? ¿De dónde vienes? Dímelo, te lo suplico.

TRANIO
De Pisa, caballero. Soy hijo de Vincentio.

BAUTISTA
Vincentio es en Pisa un gran personaje. Lo conozco muy bien de reputación. Por lo tanto, eres bien venido. (A Hortensio). Toma ese laúd. (A Vincentio). Y tú ese paquete de libros. Van a ver a sus alumnas en seguida. ¡A ver! ¡Uno aquí! (Entra un criado). Tú, pícaro, conduce a estos caballeros junto a mis hijas y diles a ambas que son sus profesores. Que les den el buen recibimiento que se merecen. (Sale el criado seguido de Hortensio y de Lucentio). En cuanto a nosotros, vamos a dar un paseo por el jardín y luego pasaremos a la mesa. Son, verdaderamente, los bien venidos y como tales les ruego a todos que se consideren.

PETRUCHIO
Señor Bautista, mi cuestión pide ser resuelta. Mis asuntos no me permiten venir todos los días a hacer la corte a tu hija. Puesto que has conocido a mi padre suficientemente, por él puedes conocerme a mí. Único heredero soy de sus tierras y bienes, que más bien he aumentado que disminuido. Por consiguiente, te ruego que me digas qué dote tendrá tu hija, si consigo obtener su amor.

BAUTISTA
Luego de mi muerte, la mitad de mis tierras; e inmediatamente, veinte mil coronas.

PETRUCHIO
Pues bien, a cambio de esta dote, si me sobrevive, yo le aseguraré, en calidad de viuda heredera, todas mis tierras y todas mis rentas. Por lo tanto, establezcamos el contrato con objeto de que por ambas partes sea respetado.

BAUTISTA
De acuerdo. Pero cuando tengas la cláusula esencial; quiero décir, el amor de. mi hija; pues todo depende de eso.

PETRUCHIO
¡Bah!, eso puedes asegurarlo. Pues he de decirte, mi querido padre, que si tu hija es imperiosa, yo soy autoritario. Y cuando dos fuegos violentos se encuentran, consumen el objeto que alimenta su furor. Algo de viento basta para transformar en un gran fuego otro pequeño; pero un huracán acaba con un incendio. Pues bien, yo seré para ella el huracán, y preciso será que ceda. Soy enérgico y no de esos enamorados con los que se juega como si fueran chiquillos.

BAUTISTA
¡Ojalá puedas casarte con ella y cuanto antes mejor! En todo caso, protégete contra las malas palabras.

PETRUCHIO
A toda prueba soy, como las montañas que desafían los vientos, que nada pueden contra ellas pese a soplar eternamente. (Entra Hortensio con la cabeza partida).

BAUTISTA
¿Qué sucede, amigo mío? ¿Por qué estás tan pálido?

HORTENSIO
Si estoy pálido es, ¡de miedo!, te lo aseguro.

BAUTISTA
¿Pues? ¿Es que tal vez mi hija no es hábil en lo que a la música concierne?

HORTENSIO
Creo que hará mucho mejor de cabo de vara. El hierro tal vez resiste entre sus manos más que un laúd.

BAUTISTA
¡Cómo! ¿No puedes meterle el laúd en la cabeza?

HORTENSIO
No, a fe mía, es ella la que ha hecho entrar mi cabeza en el laúd. Le decía suavemente que se equivocaba de cuerda, y doblaba un poco su mano con objeto de que pusiera sus dedos debidamente, cuando, acometida de un exceso de impaciencia diabólica, ha gritado: ¿Que no toco a tu gusto? ¡Pues mira, al menos, si pego bien al mío! Y diciendo esto me ha dado tan fuerte con el instrumento en la cabeza, que me lo ha metido hasta el cuello. Durante unos momentos he quedado aturdido, sacando la cabeza por entre las astillas del laúd, cual hombre en la picota, mientras ella'me llamaba rascacuerdas improvisado, insoportable atormentador de oídos, y veinte calificativos más, de ninguna manera agradables. Pero tan ágilmente lanzados que diríase que había tomado lecciones de injurias para poder insultarme mejor.

PETRUCHIO
He aquí, ¡por el diablo!, lo que se dice una mujer de nervio. Diez veces más que la amaba la amo ahora a causa de esto. Nadie puede imaginarse la impaciencia que tengo por entendérmelas con ella.

BAUTISTA
Bueno, ven conmigo y no tengas ese aire tan lastimero. Vas a continuar tus lecciones con mi hija menor que, además de tener excelentes disposiciones, es sumamente agradecida por cuanto se hace en su favor. En cuanto a ti, señor Petruchio, ¿quieres venir con nosotros o prefieres que te envíe a mi hija Catalina?

PETRUCHIO
Envíamela, sí, te lo pido. Aquí la espero. (Salen todos menos él). En cuanto llegue le voy a hacer la corte como se debe. Como le conviene. Si empieza a vociferar, le diré tranquilamente que su voz es tan dulce como la del ruiseñor. Si frunce el entrecejo; le aseguraré que su cara es tan tersa como las rosas matinales empapadas de rocío. Si, por el contrario, se obstina en permanecer muda; entonces alabaré su hablar voluble y su incomparable elocuencia. Que me dice que tome la puerta; le daré mil gracias, cual si oyera que no me fuese de su lado en toda una semana. Que se niega a casarse conmigo; le preguntaré amorosamente qué día hay que publicar las amonestaciones y cuál ir a la iglesia. Pero aquí llega; tú tienes la palabra, Petruchio. (Entra Catalina). Buenos días, Lina. Pues ese es tu nombre, según he oído decir, ¿no?

CATALINA
Sordo no eres, pero sí, sin duda, duro de oídos, porque los que hablan de mí me llaman Catalina.

PETRUCHIO
Mientes, no hay duda. Te llaman Lina, ni más ni menos; la buena Una; o bien, a veces, Lina, la maldita. Pero Lina, la más encantadora Lina de la cristiandad. Lina, apetitosa como una exquisita golosina. Lina, la deliciosa, pues decir Lina es como decir golosina. Y he aquí por qué. Lina de mi corazón, quiero que escuches lo que tengo que decirte. Habiendo oído en todas las ciudades que he atravesado alabar tu dulzura, celebrar tus virtudes y proclamar tu hermosura, por cierto, que mucho menos todo de lo que mereces, me he sentido inclinado a buscarte para hacer de ti mi esposa.

CATALINA
¿Inclinado? ¡Qué te parece! Pues bien; que el que te ha inclinado que te enderece. Nada más de verte he comprendido que eras algo que se inclina, se endereza, se maneja ... Vamos, ¡un mueble!

PETRUCHIO
¡Espléndido! Pero, ¿qué es un mueble?

CATALINA
Digamos un taburete.

PETRUCHIO
¡Exacto! Ven, pues, a sentarte sobre mí, Lina.

CATALINA
Quisieras cargarme, ¿verdad? No me extraña; para cargar se han hecho los asnos.

PETRUCHIO
Habiendo sido hechas las mujeres para cargar también (hace señas refiriéndose al embarazo), aplícate lo mismo.

CATALINA
Si yo tuviera que cargar y soportar, nunca sería a un mostrenco de tu especie.

PETRUCHIO
¡Mi dulce Lina! ¿No sabes que me esforzaré en no ser para ti una carga pesada, sabiéndote tan joven, tan frágil ...?

CATALINA
Demasiado frágil y ligera, bien que pese lo suficiente, como para que un patán como tú no pueda cargar conmigo.

PETRUCHIO
Eso lo veremos bien, tanto más cuanto que veo te ciernes a maravilla.

CATALINA
¿Cerner? No está mal para haberlo dicho un cernícalo.

PETRUCHIO
El cernícalo te atrapará, ¡tortolilla de vuelo lento!

CATALINA
La tortolilla tendrá contigo para un bocado, cual si fueras un abejorro.

PETRUCHIO
¡Ba, ea, avispilla querida! Eres muy rabiosa.

CATALINA
Si soy avispa, ¡cuidado con el aguijón!

PETRUCHIO
El remedio es fácil; se le arranca y en paz.

CATALINA
Los idiotas no saben dónde está.

PETRUCHIO
¿Quién ignora dónde tienen las avispas el aguijón? ¡En la cola!

CATALINA
En la lengua.

PETRUCHIO
¿En la lengua de quién?

CATALINA
En la tuya, que habla sin ton ni son. Adiós. (Hace ademán como para irse).

PETRUCHIO
Ea, Una, no te vayas. (La agarra entre sus brazos). Una querida, yo soy un hidalgo.

CATALINA
Es lo que voy a ver. (Le da un golpe).

PETRUCHIO
Hazlo otra vez y por quien soy que te ganas un par de bofetadas.

CATALINA
Entonces perderías tus escudos. Si le pegas a una mujer, no eres hidalgo; y si no eres hidalgo, ¡adiós blasones!

PETRUCHIO
¡Eh! Te nombro mi reina de armas. Puedes inscribirme en tu registro.

CATALINA
¿Cuál es tu cimera? ¿La cresta de un gallo?

PETRUCHIO
Un gallo sin cresta si Una llega a ser mi gallina.

CATALINA
No te quiero como gallo; cantas como un capón.

PETRUCHIO
Bueno, Una, ¿a qué tanto vinagre?

CATALINA
No puedo evitarlo en cuanto me acerco a un pepinillo.

PETRUCHIO
No habiendo pepinillo aquí, no hay necesidad de vinagre.

CATALINA
¡Ya lo creo que lo hay! Te aseguro que hay uno.

PETRUCHIO
Entonces, enséñamelo.

CATALINA
Si tuviera un espejo, lo verías en seguida.

PETRUCHIO
¡Cómo! ¿Te refieres a mi cara?

CATALINA
(Luchando por salir de sus brazos). ¡Cómo lo has comprendido a pesar de tus pocos años!

PETRUCHIO
¡Por San Jorge!, bien veo que soy demasiado joven para ti.

CATALINA
Nadie lo diría, viendo tus arrugas.

PETRUCHIO
¡Pesan sobre mí tantos cuidados!

CATALINA
(Debatiéndose siempre) Cosa que a mí me tiene completamente sin cuidado.

PETRUCHIO
Vamos, escúchame, Lina ... Es inútil cualquier forcejeo, no escaparás.

CATALINA
¡Si no me sueltas te arranco los ojos! ... ¡Déjame ir! (Se debate con violencia, lo muerde y lo araña mientras habla).

PETRUCHIO
Por nada del mundo. Te encuentro adorable. Me habían dicho que eras brusca, tristona, desagradable, y veo que todo eso era pura mentira. Eres, por el contrario, deliciosa, alegre, amable como ninguna. Tu lengua es un poco tarda, cierto, pero dulce y suave como una flor primaveral. Incapaz eres de fruncir el ceño, ni de mirar de través y mucho menos de morderte los labios como hacen las muchachas cuando se llenan de coraje. En vez de complacerte en contradecir, acoges a quienes, como yo, te adoran, con palabras amables y gratas, y sonrisas encantadoras. Además, ¿por qué se empeña todo el mundo en que Lina cojea de un pie? (La súelta). ¡Oh mundo calumniador! Una es derecha como vara de avellano; su tinte moreno, como las propias avellanas maduras y mucho más agradable aún que ellas. Anda, anda un poco, lucero, para que yo te vea y esté seguro de que no cojeas.

CATALINA
Vete a dar órdenes a tus servidores, ¡idiota!

PETRUCHIO
¡Jamás Diana alguna embelleció el bosque como Lina esta cámara con su andar de princesa! O sé Diana, o que Diana se convierta en Lina. Y que entonces Una sea casta y Diana locuela.

CATALINA
¿Dónde has aprendido tan linda palabrería?

PETRUCHIO
Acuden a mí espontáneamente desde el fondo, madre de mi espíritu.

CATALINA
Poco espíritu debe tener tal madre cuando tan menguado se muestra el hijo.

PETRUCHIO
¿No tienen ingenio, calor, mis palabras?

CATALINA
Apenas para que no te enfríes.

PETRUCHIO
¡Caramba!, más caliente estaré en tu cama, adorable Lina. ¡Allí, allí es donde quiero calentarme! Conque dejemos aparte toda palabrería y hablemos claro. Tu padre consiente en que seas mi mujer. Ya nos hemos puesto de acuerdo sobre la dote y, quieras o no quieras, me casaré contigo. Y créeme, Lina, que yo soy el marido que te hace falta. Pues por esta luz que se recrea alumbrando tu hermosura, que no te casarás con otro hombre más que conmigo. Porque yo he nacido para domarte, Lina, y para transformarte, mi gatita salvaje, en una Una dócil como son todas las demás Linas que tienen un hogar ... Aquí llega tu padre; ¡cuidado con desmentirme! Quiero a Catalina por mujer, ¡y la tendré! (Entran Bautista, Gremio y Tranio).

BAUTISTA
Y bien, señor Petruchio, ¿cómo va tu asunto con mi hija?

PETRUCHIO
Del mejor modo, caballero. ¿Podrías dudarlo? Imposible era que no resultara vencedor.

BAUTISTA
¿Y tú, Catalina, hija mía? ¿De mal humor, como siempre?

CATALINA
¿Y tienes todavía la audacia de llamarme tu hija? De veras que me das una hermosa prueba de ternura queriendo casarme con un medio chiflado, con un bárbaro feroz, que jura como un demonio y que cree poder conseguir lo que desea a fuerza de audacia y de blasfemias.

PETRUCHIO
Mi querido padre, he aquí los hechos: tú, así como cuantos hablan de ella, lo hacen a tontas y a locas. Si a veces se muestra huraña, por pura cortesía es; pues, lejos de ser arrogante, es modesta como una paloma; lejos de ser violenta y encendida, apacible y fresca como el aire de la mañana. En cuanto a paciencia, es una segunda Griselda, y en lo que a castidad atañe, una Lucrecia romana. En una palabra, nos entendemos tan bien que nos casaremos el próximo domingo.

CATALINA
¡Preferiría verte ahorcado el sábado!

GREMIO
¿Escuchas, Petruchio, que prefiere ver cómo te cuelgan?

TRANIO
¿Es así como triunfas? ¡Adiós nuestras esperanzas!

PETRUCHIO
Paciencia, caballeros. Quien la escoge soy yo. Y si ella y yo estamos contentos, ¿qué le importa a los demás? Hemos convenido, cuando estábamos solos, que ella continuaría siendo hosca mientras estuviera acompañada. Por lo demás, justo es que les diga que me ama de un modo inimaginable. ¡Oh dulcísima Lina mía! ¡Cómo se me colgaba al cuello y cómo me prodigaba beso tras beso, promesa tras promesa! De tal modo que, en un abrir y cerrar de ojos, me ha hecho compartir su amor. Pero, ¿qué sabéis ustedes, pobres novicios, de esto? Prodigioso es ver cómo un hombre y una mujer, a solas, él, el más chorlito e infeliz de los mortales, puede suavizar a la más indomable tarasca. Dame tu mano, Lina. A Ve necia me voy a comprar el ajuar necesario para la boda. Prepara el festín, mi querido padre e invita a cuantos deban acudir. Sí, seguro quiero estar, encargándome de todo, que mi Catalina resplandecerá de hermosura.

BAUTISTA
Yo, la verdad, no sé qué decir. Denme los dos la mano. ¡Dios te bendiga, Petruchio! Asunto terminado, entonces.

GREMIO y TRANIO
Amén. Seremos sus testigos.

PETRUCHIO
Padre, esposa, amigos, adiós. A Venecia me voy. El domingo llegará pronto. Tendremos sortijas, joyas, ¡trajes magníficos! Dame un beso, Lina. (La toma entre sus brazos y la besa. Ella se suelta y escapa fuera de la cámara, mientras que él sale por otra puerta).

GREMIO
¿Se vio alguna vez matrimonio que fuera tan pronto arreglado?

BAUTISTA
A fe mía, señores, que represento el papel de un mercader que se aventura, a ojos cerrados, en un negocio desesperado.

TRANIO
Era una mercancía que en tu casa se deterioraba. Ahora, de no perderse en la travesía, obtendrás beneficio.

BAUTISTA
Yo no busco otro beneficio en este asunto que tranquilidad.

GREMIO
En cuanto a él, sí que a fuerza de tranquilidad va a conseguir una buena dote. Pero ahora, Bautista, hablemos de la pequeña. He aquí, llegado al fin, el día que tanto esperábamos. No olvides que yo soy tu vecino y su primer pretendiente.

TRANIO
Y yo soy aquel a quien Blanca ama como no haya palabras para expresarlo, ni el pensamiento lo puede concebir.

GREMIO
Jovenzuelo, eres incapaz de amar tan tiernamente como yo.

TRANIO
Barbagris, tu amor es hielo puro.

GREMIO
El tuyo achicharra, en cambio. Atrás, mequetrefe. Sólo la edad madura da buenos frutos.

TRANIO
A los ojos de las bellas lo que florece es la juventud.

BAUTISTA
Calma, señores; yo arreglaré la querella. El premio será concedido, no a las palabras, sino a los actos. Aquel de ustedes que asegure a mi hija una dote más fuerte, tendrá el amor de Blanca ... Habla, señor Gremio. ¿Qué puedes ofrecerle?

GREMIO
Ante todo, y como bien lo sabes, mi casa, aquí, en la ciudad, está abundantemente provista en vajillas de oro y de plata; de aljofainas y de jarras para que pueda lavar sus delicadas manos. Mis cortinas son todas de tapicería de Tiro. Mis escudos, apilados están en cofres de marfil. Y en armarios de ciprés almacenadas colchas de Arras, trajes finos, colgaduras, tapices preciosos, ropa lujosa, almohadones de Turquía bordados con perlas, baldaquines de Venecia, hechos a aguja y recamados de oro, servicios en estaño y en cobre, y todo cuanto es necesario en una casa y para un matrimonio. Además, en mi granja tengo cien vacas lecheras, ciento veinte bueyes grasas en el establo y todo lo demás en proporción ... En cuanto a mí, yo ya no soy joven,lo confieso, pero si muero mañana, todo lo dicho será para ella, con tal de que ella quiera ser para mí solamente, mientras tenga vida.

TRANIO
Éste para mí solamente está bien dicho. Por mi parte, señor, escúchame. Yo soy hijo único y heredero, por lo tanto, de mi padre. Si consigo tener a tu hija como mujer, le legaré tres o cuatro casas no menos bellas que las del señor Gremio, situadas dentro de los muros de la opulenta Pisa; es decir, que la que éste tiene en Padua. Sin contar una renta anual de 2,000 ducados, asegurados sobre buenas tierras, que serán su herencia. Creo, señor Gremio, que estás perdido.

GREMIO
(Para sí) ¿Una renta anual de 2,000 ducados garantizada con tierras? Todos mis inmuebles no llegan a tanto. (En voz alta). Además de todo lo dicho, para ella será una carraca que ahora está anclada en la rada de Marsella. ¿Qué? Esta carraca te ha cortado el resuello, ¿verdad?

TRANIO
Todo el mundo sabe, señor Gremio, que mi padre no tiene menos de tres grandes carracas, más dos galazas y doce hermosas galeras. Que aseguro a Blanca. Más el doble de cuanto tu ofrezcas, cualquier cosa que sea.

GREMIO
Yo he ofrecido ya todo. No tengo más, ni más puedo darle de aquello que poseo. Si te convengo, Bautista, tendrá mi persona y mis bienes.

TRANIO
En este caso, y de acuerdo con tu promesa formal, para mí es tu hija con exclusión de cualquier otro. El señor Gremio ha quedado eliminado.

BAUTISTA
Debo convenir en que tu oferta es la más atractiva. Si tu padre responde de ella, mi hija será para ti. Pero digo, discúlpame, si llegaras a morir antes que él, ¿cuál sería la herencia de mi hija?

TRANIO
Eso no pasa de ser una sutileza ingrata; mi padre es viejo y yo soy joven.

GREMIO
¿Es que los jóvenes no pueden morir igual que los viejos?

BAUTISTA
Pues bien, señores, he aquí lo que he decidido en definitiva: el domingo próximo, como saben, mi hija Catalina se casa. Si me das la garantía de tu padre, Blanca será tuya al domingo siguiente; si no, lo será del señor Gremio. Y después de esto, permítanme que me retire tras haberles dado las gracias a los dos. (Sale).

GREMIO
Adiós, mi querido vecino. Ahora ya no temo nada. En verdad, joven trapacero que tu padre sería bien inocente si te diera cuanto tiene, quedándose sometido a vivir a tu costa lo que le quede de vida. Y, ¡bah!, todo lo demás es puro cuento de niños. Un viejo zorro italiano no es tan bobalicón como para hacer tales cosas, hijo mío. (Sale también).

TRANIO
¡Maldita sea tu piel, no menos vieja y ajada! En cuanto a mí, ¡caramba!, he echado en el juego todos mis triunfos. Se me había metido en la cabeza hacer ganar a mi amo. Y como sigo con la idea, no sé por qué un falso Lucentio no tendría un falso padre llamado ... supongamos Vincentio. Lo que sería un prodigio; pues por lo común son los padres los que hacen a los hijos, mientras que en esta historia de matrimonio, es un hijo, si mi estratagema triunfa, el que va a engendrar a su padre. (Sale).
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