Índice de La fierecilla domada de William ShakespearePRÓLOGOSEGUNDO ACTOBiblioteca Virtual Antorcha

LA FIERECILLA DOMADA

William Shakespeare

PRIMER ACTO



PRIMERA ESCENA
Padua una plaza.
Entran Lucentio y su criado Tranio.

LUCENTIO
Al fin, Tranio, tras tanto como deseaba ver la hermosa Padua, cuna de las artes, heme aquí finalmente llegado a Lombardía, jardín delicioso de la gran Italia. En ella estoy, sí, gracias al cariño y autorización de mi padre y, además, enriquecido con tu fiel compañía. Tranio, mi leal servidor, cuya abnegación tantas veces he puesto ya a prueba. Respiremos pues, satisfechos, aquí, y empiece un periodo de trabajo sabio y de nobles estudios liberales ... Pisa, afamada a causa de la seriedad de sus ciudadanos, me vio nacer. Y antes que a mí, a mi padre, de la raza de los Bentivolii, Vincentio, gran comerciante cuyos negocios se extienden por el mundo. El hijo de Vincentio, educado en Florencia, debe ahora, con objeto de responder a todas las esperanzas que en él han sido puestas, añadir a sus riquezas el adorno de sus acciones virtuosas. He aquí por qué, Tranio, al mismo tiempo que estudio voy a tratar de practicar la virtud, aplicándome especialmente a esa parte de la filosofía que trata, especialmente, de la dicha que se puede conseguir a través de la virtud ... Dame pues, tu opinión sobre este propósito, pues he dejado Pisa y he venido a Padua como aquel que se aparta de un estanque poco profundo para sumergirse en un gran río con la intención de apagar en él su sed.

TRANIO
Mi perdonato, mi gentil amo; comparto totalmente tus sentimientos y muy feliz seré si persistes en tu determinación de libar los jugos de la suave filosofía. Sin embargo, mi querido amo, bien que admiremos la virtud y la disciplina moral, no nos volvamos, te lo ruego, estoicos, a punto de pasar por leños ni sigamos las enseñanzas de Aristóteles hasta el punto de rechazar y abominar de Ovidio. Discute sobre lógica con tus amigos. Pero practica la retórica en tus conversaciones diarias. Acude a la música y a la poesía para alegrar y reanimar tu espíritu, pero de la matemática y de la metafísica no tomes más de lo que tu estómago pueda digerir. Pues allí donde no hay placer no existe provecho. En una palabra, mi amo, estudia aquello que más te guste.

LUCENTIO
Muchas gracias, Tranio. Son buenos tus consejos. En cuanto a Biondello, lástima que no haya llegado ya a estas costas. De haberlo hecho, podríamos tomar ya nuestras disposiciones y escoger un alojamiento digno de recibir a los amigos que el tiempo que estemos aquí no dejará de traernos. Pero, espera ... ¿Qué gente es esa que llega?

TRANIO
Quizás una comisión, mi amo, que viene a darnos la bienvenida. (Entra Bautista acompañado de sus dos hijas, Catalina y Blanca, seguidos de Gremio, viejo hidalgo, ridículo, y de Hortensia, enamorado de Blanca. Lucentio y Tranio se hacen a un lado).

BAUTISTA
No me molesten más, señores. Ya saben lo que he decidido: no casaré a mi hija pequeña sin que la mayor tenga ya marido. Por lo tanto, si alguno de ustedes dos ama a Catalina, como los conozco bien y los estimo como se merecen, permiso tiene el que sea para hacerle la corte.

GREMIO
(Aparte) ¿Hacerle la corte? Que no sea como es, he aquí lo que habría que hacerle. Por mi parte, la encuentro muy áspera. Pero tú, Hortensio, ¿la tomarías tal vez por mujer?

CATALINA
(A su padre) ¡Cómo! ¿Es que intentas hacer de mí un señuelo para la fila de pretendientes?

HORTENSIO
¿Pretendientes, linda criatura? ¿Qué entiendes tú por pretendientes? Nada de pretendientes, en lo que te afecta, mientras no seas más dulce y más amable que hasta ahora.

CATALINA
De veras, señor mío, que nada tendrás que temer nunca. No estás aún, puedes creerme, ni a la mitad del camino que lleva al corazón de la hermosa. Pero de ocurrir, ten la seguridad que el primer cuidado de la bella sería peinarte la cabezota con las tres patas de un escabel, pintarrajear tu cara y tratarte, en fin, como lo que eres: como un necio.

HORTENSIO
(Aparte) ¡De tales demonios líbranos, Señor!

GREMIO
(Idem) ¡Sin olvidarme a mí, buen Dios!

TRANIO
(A Lucentio) ¡Escucha, mi amo! Me parece que la vamos a gozar. Esa joven o es una loca de atar o una arpía maravillosa.

LUCENTIO
En cambio, en el silencio de la otra admiro la dulzura y la discreción de una virgen ... Silencio, Tranio.

TRANIO
Bien dicho, mi amo. Guardemos silencio, contentándonos con mirar lo que sucede.

BAUTISTA
Pues lo dicho, señores. Blanca, vete a casa. Y que eso no te disguste, mi querida Blanca. No te querré menos por ello, hija mía.

CATALINA
¡Pobrecita criatura! Métanle un dedo en un ojo y sabrá al menos por qué llora.

BLANCA
Sí, sí, que mi tristeza te sirva de alegría ... Señor, obedezco humildemente tu voluntad. Mis libros y mis instrumentos de música serán mi compañía. Unos me servirán de estudio; la otra, de entretenimiento.

LUCENTIO
¿Escuchas, Tranio? ¿No te parece estar escuchando a Minerva?

HORTENSIO
Señor Bautista, extraña decisión la suya. Me da pena que nuestro afecto hacia Blanca sea para ella causa de disgustos.

GREMIO
Pero ¿es que quieres encerrarla en una jaula y castigada tan sólo porque este demonio infernal de su hermana tenga una lengua de víbora?

BAUTISTA
Señores míos; hagan lo que mejor les parezca. En cuanto a mí, lo que he decidido, ¡decidido está! Blanca, a casa. (Blanca sale). Como sé que ama con pasión música y poesía, haré venir a mi casa profesores capaces de instruir su juventud. Si conocen alguno, Hortensio, o tú, Gremio, enviénmelos. Siempre tendré toda clase de atenciones con los hombres de talento; así como no dejaré de ser generoso en cuanto afecta a la educación de mis hijas. Y dicho esto, adiós. Tú, Catalina, puedes quedarte; yo tengo que hablar todavía con Blanca. (Sale).

CATALINA
Pero, ¿es que si se me antoja largarme no voy a poder hacerlo? ¡Pues no falta más sino que se me dijera lo que he de hacer con mi tiempo, como si yo fuera incapaz de saber lo que debo tomar y lo que debo dejar! ¡Qué bonito! (Sale).

GREMIO
Puedes irte, sí, y si se te antoja, a buscar al demonio y hacerte su mujer. Tan a propósito eres para él que nadie te retendrá aquí. Vete tranquila. ¡Bah!, el amor no nos urge tanto, Hortensio, que no podamos esperar, barajando juntos nuestras esperanzas y ayunando mientras sea preciso; nuestro bollo está todavía crudo por los dos lados. Adiós, pues. Sin embargo, el afecto que siento hacia Blanca es tal, que si doy con un maestro capaz de enseñarle las artes que le gustan tanto, no dejaré de recomendárselo a su padre.

HORTENSIO
Yo haré lo mismo, señor Gremio. Pero una palabra aún, te lo suplico. Aunque hasta ahora la propia naturaleza de nuestra rivalidad no nos ha permitido conversar largamente, creo, tras haberlo pensado bien, que si queremos poder acercarnos a nuestra bella amada y pretender, como rivales felices, el amor de Blanca, tenemos ambos el mayor interés en realizar una cosa.

GREMIO
¿Qué cosa? Te escucho.

HORTENSIO
¡Caramba, señor mío!, encontrar un marido para su hermana.

GREMIO
¿Un marido? ¡Un demonio!

HORTENSIO
Un marido, un marido, digo.

GREMIO
Pues yo digo un demonio. Porque, ¿es que piensas, Hortensia, que, a pesar de la gran fortuna de su padre, habrá en el mundo un hombre tan loco como para casarse con ese demonio de mujer?

HORTENSIO
¡Bah!, créeme, Gremio, aunque sea algo por encima de nuestra paciencia, de la tuya y de la mía, el soportar sus gritos y sus querellas, no faltarán, amigo mío, barbajanes atrevidos (el problema es dar con ellos), que carguen con la moza, a pesar de todos sus defectos, si va bien envuelta en dinero.

GREMIO
No me atrevería yo a asegurar otro tanto. En todo caso, y en lo que a mí concierne, yo preferiría recibir tan sólo su dote, aun con la condición de ser azotado todas las mañanas en plena plaza del mercado.

HORTENSIO
Razón tiene el proverbio; en efecto, cuando las manzanas están podridas, es difícil escoger. En todo caso, puesto que la condición impuesta por el padre nos hace amigos, mantengamos esta amistad hasta que hayamos encontrado un marido para la mayor de las hijas de Bautista. Luego, cuando la pequeña esté en libertad de casarse, la batalla empezará de nuevo. ¡Blanca querida! ¡Dichoso el hombre que consiga tal tesoro! El anillo al corredor más rápido. ¿No te parece, señor Gremio?

GREMIO
Estamos de acuerdo. Y el mejor caballo de Padua daría, gustoso, con objeto de que llegara rápido a cortejarla, a aquel que quisiera empezar a enamorar a Catalina, casarse con ella, meterla en su cama y librar de su presencia a la casa. Bien, vamos. (Salen juntos).

TRANIO
Pero dime, mi amo, por favor, ¿es posible que el amor adquiera de repente tan grande importancia?

LUCENTIO
¡Oh Tranio!, antes de sentir que la cosa es cierta, no la hubiera creído posible, ni siquiera probable. Pero escucha, mientras estaba aquí, mirando lo que pasaba sin pensar en otra cosa, he sentido los efectos del amor y ahora, te lo confesaré con franqueza puesto que eres para mí un confidente tan querido como lo fue Ana para la reina de Cartago; ardo, languidezco, muero, Tranio, si no consigo conquistar a esa modesta joven. Aconséjame, Tranio, pues tú puedes hacerlo, bien lo sé. Ayúdame, Tranio, pues también sé que deseas ayudarme.

TRANIO
Sería inútil ya, amo, tratar de regañarte. Nunca los reproches expulsaron el amor de un corazón enamorado. Si el amor te ha herido, sólo te queda un recurso: Redime te captum qua m quaes minimo.

LUCENTIO
Gracias, amigo mío. Prosigue; diríase que ya me siento aliviado. Lo que aún tengas que decirme me reanimará totalmente. Tus consejos son buenos.

TRANIO
Observabas, mi amo, a la joven con tal insistencia, que tal vez no hayas notado lo principal.

LUCENTIO
¡Ya lo creo que lo he notado! He visto en su rostro una dulcísima belleza, tan sólo comparable a la de la hija de Agenor que obligó nada menos que al poderoso Júpiter a humillarse ante ella y a besar con sus rodillas las playas de Creta.

TRANIO
¿Y es todo lo que has visto? ¿No has notado cómo su hermana se ha puesto a gruñir y a tronar, tan fuerte, que no había oídos humanos que soportaran tal ruido?

LUCENTIO
He visto, Tranio, moverse sus labios de coral y perfumar el aire con su aliento. A ella, y en ella cosas puras y suaves es cuanto he contemplado.

TRANIO
(Aparte) Lo primero, realmente, es sacarlo de su arrobamiento. Despierta, mi amo, te lo ruego. Si amas a la joven aplica tus pensamientos y tu corazón a conquistarla. La situación es la siguiente: su hermana mayor es tan arisca y tan rabiosa, que mientras su padre no se haya desembarazado de ella, tu amada, mi amo, permanecerá clavada en la casa. Y sólo con esta intención ha encerrado a la menor, con objeto de no verse molestado por sus pretendientes.

LUCENTIO
¡De qué manera, oh Tranio, es cruel ese padre! Pero, ¿no te has dado cuenta de que se preocupa por encontrar maestros talentosos que puedan enseñarle?

TRANIO
¡Claro que sí, mi amo! Y, ¡caramba!, he aquí lo que va a arreglar el asunto.

LUCENTIO
Lo mismo creo también.

TRANIO
Amo, apostaría a que los dos hemos tenido pensamientos que se encuentran y hacen uno solamente.

LUCENTIO
Dime primero el tuyo.

TRANIO
Pues que la hagas de profesor y te encargues de enseñar a la joven. He aquí tu proyecto.

LUCENTIO
Exacto. Y ¿es posible?

TRANIO
No, mi amo. Porque entonces, ¿quién cumpliría aquí, en Padua, el papel del hijo de Vicentio? ¿Quién tendría dignamente su casa, estudiaría en sus libros, recibiría a sus amigos, visitaría a sus compatriotas y los invitaría a comer con él?

LUCENTIO
Basta, no te preocupes. Tengo ya pensado todo lo necesario. Como aún no nos han visto en ninguna casa y no pueden leer en nuestras caras quién es el amo y quién el criado, he aquí cómo vamos a arreglar las cosas: tú serás, Tranio, quien la haga de amo en mi lugar. Tú quien llevarás la casa, su tren, los servidores y cuanto necesites para ocupar mi puesto. Y yo seré otro personaje cualquiera: un florentino, un napolitano o un hombre pobre cualquiera de Pisa. La idea está ya madura y la vamos a poner en práctica, Tranio. Conque despójate ahora mismo' y endósate mi sombrero y mi capa de color. En cuanto a Biondello, al llegar se pondrá a tus órdenes. Pero antes tomaré las precauciones necesarias con objeto de frenar su lengua.

TRANIO
Necesidad y mucha tendrás de ello. (Cambian sus ropajes). En definitiva, mi amo, que sea así, puesto que tal lo deseas y mi deber es ser obediente. Tu padre me lo recomendó muy bien antes de que partiéramos: Sirve en todo a mi hijo, me recomendó bien. Claro que entendía la cosa de modo muy distinto. Total: que soy feliz siendo Lucentio a causa de lo mucho que quiero a Lucentio.

LUCENTIO
Debes decir, Tranio: en atención al amor que arde en Lucentio. En cuanto a mí, esclavo quiero hacerme solamente por conseguir a esa joven, cuya sola vista tan de repente ha cautivado, hiriéndolos, a mis pobres ojos. (Entra Biondello). Pero aquí llega este pícaro ... ¿Dónde has estado, bribón?

BIONDELLO
¿Que dónde he estado? Pues yo ... Pero, y tú mismo, ¿dónde estás ahora? ¿Es que mi compañero Tranio, amo, te ha robado tu ropa? ¿O es, al contrario, tú quien le has robado la suya? ¿O se han robado mutuamente uno a otro? Díganme qué ocurre, se los pido.

LUCENTIO
Acércate, granuja. El momento no está para bromas; por lo tanto, trata por tu parte de ponerte de acuerdo con las circunstancias. Tranio, tu compañero, al que ves aquí, se ha puesto mi traje y toma mi personalidad para salvarme la vida. Y yo me he puesto los suyos para poder escaparme. Porque desde que hemos desembarcado he matado a un hombre peleándome con él y temo haber sido descubierto. Por consiguiente, sírvele como si se tratara de mí mismo, mientras yo me alejo con la finalidad de salvar la vida; ¿me has entendido?

BIONDELLO
¿Yo, mi amo? Ni media palabra.

LUCENTIO
¡Y nunca menciones el nombre de Tranio! Tranio se ha convertido ya en Lucentio.

BIONDELLO
Suerte que tiene el pícaro. ¡Lástima que no me sucediera a mí igual!

TRANIO
Yo hago el mismo voto, compañerito, con tal de que se realice otro: que Lucentio pueda conseguir a la hija más joven de Bautista. En cuanto a ti, tarugo, ¡mucho cuidado! Y no a causa de mí, sino a causa de nuestro amo. Y trata de comportarte del modo más conveniente, sea cual sea la clase de gente con que nos relacionemos. Cuando estemos solos, seguiré siendo Tramo. En cualquier otra ocasión, Lucentio, tu amo.

LUCENTIO
Vámonos, Tranio, que aún hay algo que debes hacer tú mismo: ponerte entre el número de los pretendientes de Blanca. No me preguntes por qué, confórmate con saber que tengo para ello buenas razones. (Salen. Los del prólogo hablan entonces).

PRIMER CRIADO
Dormitas, señor. ¿Acaso no te gusta la obra?

SLY
Ya lo creo, ¡por Santa Ana! Buena historia, eso ni dudarlo. ¿Van a dar otra todavía?

PAJE
Excelencia, ésta apenas comienza.

SLY
Seguro que es un trabajo hábilmente hecho, ¿eh, señora mi mujer? Pero yo preferiría que hubiera terminado. (Sigue escuchando).


SEGUNDA ESCENA
Padua. Delante de la casa de Hortensio.
Entran Petruchio y su criado Grumio.

PETRUCHIO
Verona, adiós te he dicho por algún tiempo con objeto de venir, como he venido, a ver a mis amigos de Padua. Y antes que a cualquier otro al más querido y mejor probado, mi buen Hortensio. Y ésta es, si no me equivoco, su casa. ¡Aquí, Grumio, majadero! Da un golpe.

GRUMIO
¿Que dé un golpe, mi amo? ¿A quién debo pegarle? ¿Es que alguien ha insultado a su señoría?

PETRUCHIO
Rápido, bribón, golpéame ahí y bien fuerte.

GRUMIO
¿Que te golpee ahí, mi amo? ¿y quién soy yo, amo, para golpearte ahí?

PETRUCHIO
¡Necio!, golpea ahora mismo en esa puerta como es debido, o seré yo quien golpee tu cabeza de animal.

GRUMIO
Estás, mi amo, con ganas de pelear. Claro está, si yo empezara a golpearte bien sé que pagaría al punto los vidrios rotos.

PETRUCHIO
¡Cómo! ¿No obedeces? Pues bien, granuja, puesto que no quieres golpear, yo lo haré por ti. Vamos a ver si sabes o no solfear y cantar. (Lo jala de las orejas).

GRUMIO
¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme! ¡Mi amo se ha vuelto loco!

PETRUCHIO
Esto te enseñará a golpear cuando yo te lo mando, ¡idiota!, ¡bribón! (Hortensio abre su puerta).

HORTENSIO
¿Qué pasa? ¿Qué sucede aquí? ¡Pero si son Grumio y mi muy querido Petruchio! ¿Cómo están todos allá por Verona?

PETRUCHIO
Llegas, mi buen Hortensio, a punto para poner fin a la batalla. Con tutto il cuore, ben trovato, puedo decirlo.

HORTENSIO
Alla nostra casa ben venuto, molto honorato signor mio Petruchio. Levántate, Grumio, levántate. Ya arreglaremos este asunto.

GRUMIO
No, caballero; en verdad que poco importa cuanto explica en latín. Y dime si no habría ahora una razón sobrada para abandonar su servicio. Porque escucha, señor: me ha dicho que lo golpeara, que lo golpeara sin motivo. Y dime tú si hubiera estado bien que un criado hiciera tal cosa con su amo. Sin contar que se trata de un hombre que (a simple vista se advierte) no parece tener talla como para defenderse. Pero más me hubiera valido haber golpeado fuerte, como me decía. No hubieras recibido, ¡pobre Grumio!, lo que has recibido.

PETRUCHIO
¡Qué tonto!, querido Hortensio. Lo que he dicho a este majadero ha sido que golpeara tu puerta y no ha habido medio de que me hiciera caso.

GRUMIO
¿Que golpeara la puerta? ¡El cielo me valga! ¿Es que no me has dicho exactamente: ¡Pícaro, golpéame ahí!, ¡golpéame bien!, ¡golpéame fuerte!, y ahora dices que se trataba de golpear la puerta?

PETRUCHIO
Anda, idiota, quítate de mi vista o calla, te lo aconsejo.

HORTENSIO
Paciencia, Petruchio; salgo en defensa de Grumio. No vale la pena, realmente, una discusión entre tú y él, tu antiguo, tu fiel, tu excelente servidor. Pero dime, querido, ¿qué buen viento te trae de la antigua Verona aquí, a Padua?

PETRUCHIO
El viento que dispersa siempre a los jóvenes por el mundo y los envía en busca de fortuna lejos de su país natal, que no les ofrece recursos suficientes. En pocas palabras, amigo Hortensio, he aquí cómo se han presentado para mí las cosas: Antonio, mi padre, ha muerto. Y yo me he lanzado al torbellino del mundo con objeto de ver, de casarme y de hacer fortuna de la mejor forma que me sea posible. Tengo escudos en la bolsa; allá en mi país, un patrimonio, y me he dicho: en camino y a conocer mundo.

HORTENSIO
Pues si es así, ¿quieres que te hable con franqueza? Porque puedo presentarte a una mujer áspera de veras y de un carácter infernal. Bien sé que mi proposición no vale ni las mínimas gracias; ahora bien, como rica, esto también te aseguro que lo es, ¡y mucho! Claro que, sin embargo, eres demasiado buen amigo para que yo te desee tal suerte.

PETRUCHIO
Estimado Hortensio, entre amigos así como nosotros, pocas palabras bastan. Por lo tanto, si conoces una mujer lo bastante rica como para ser la mujer de Petruchio, como el oro es el estribillo de mi danza de boda, aunque fuese tan fea como la novia de Florent y tan vieja como la Sibila¡ tan áspera y malhumorada como Xantipa, la mujer de Sócrates o peor todavía, no cambiaría de idea ni sería capaz todo ello de embotar el filo de la pasión que me inspiraría, incluso si era más indomable que las poderosas olas del Adriático desencadenadas. Precisamente he venido a Padua a hacer boda rica: matrimonio rico, matrimonio feliz.

GRUMIO
Ya ves, caballero, que te dice sin rodeos lo que piensa. Dale oro y se casara con una muñeca, con la figurilla de un lazo de zapato, o con una bruja vieja que no tenga un diente y sí más achaques que cincuenta y dos matalones. Abunde la fortuna y todo irá como sobre ruedas.

HORTENSIO
Petruchio, puesto que así están las cosas, vuelvo otra vez sobre lo que por pura broma te había dicho. Puedo, sí, Petruchio amigo, procurarte una mujer no solamente con mucho dinero, sino joven y bella, educada como corresponde a una doncella de calidad. Sólo tiene un defecto, ahora de marca; a saber: que es inaguantable, áspera, violenta y terca. Pero todo de tal modo, que había de ser mi fortuna muy inferior a lo que es, y no me casaría yo con ella aunque el hacerlo me valiera una mina de oro.

PETRUCHIO
Detén la lengua, Hortensio. No conoces el poder del oro. Dime el nombre de su padre y eso me bastará. E iré a dar la batalla así ruja más que el trueno cuando revienta las nubes en otoño.

HORTENSIO
Su padre es Bautista Minola, caballero amable y cortés. En cuanto a ella, se llama Catalina Minola; célebre en toda Padua a causa de la violencia de su lengua.

PETRUCHIO
Por mi parte, no la conozco; pero sí a su padre, que, por cierto, en otros tiempos conocía también mucho al mío. Y desde ahora te digo que no descansaré hasta haberla visto. Por lo tanto, permíteme que te deje apenas encontrado, a menos que desees acompañarme a su casa.

GRUMIO
(A Hortensio) Déjalo, déjalo que vaya, caballero, mientras le canta el capricho de hacerla. Te doy mi palabra que si la paloma lo conociera como yo lo conozco, sabría que chillar con él es como si nada. Puede llamarlo ganapán u otras cosas semejantes una docena de veces, y se quedará tan tranquilo. Y como se decida a que haya tormenta, ¡tormenta habrá! Esto te lo garantizo también, caballero. Es más, por poco que le resista, le caerá tanto y tan bien caído en plena cara, que pronto, desfigurada, sus ojos no serán más grandes que los de un gato. Créeme, señor, que no lo conoces bien.

HORTENSIO
Pues espera un momento entonces, Petruchio, e iré contigo. Porque Bautista tiene también bajo su poder a mi tesoro, a la joya de mi vida: su hija menor, Blanca, a la que ha apartado de mis ojos, así como de los de todos sus pretendientes, mis rivales, porque, suponiendo que, a causa de todos los defectos que te he enumerado a propósito de Catalina, nadie la solicitará en matrimonio/ por ver precisamente de conseguirlo, el padre ha decidido que nadie podrá acercarse a Blanca si previamente la maldita Catalina no ha encontrado un marido.

GRUMIO
¿Catalina la maldita? ¿Podría haber peor apodo para una joven?

HORTENSIO
Y ahora, mi querido Petruchio, vas a hacerme un favor. Voy a disfrazarme con el traje más modesto que encuentre, y me presentarás al anciano Bautista como un experto profesor de música que daría con gusto lecciones a Blanca. Mediante esta estratagema tendré al menos la libertad suficiente para seguir haciendo la corte a mi"amada sin inspirar sospechas, es decir, para hablar a solas con ella.

GRUMIO
No me parece que haya en ello trampa. Sin embargo, mira cómo los jóvenes saben ponerse de acuerdo para engañar a los vicios (Entran Gremio y Lucentio, éste disfrazado de maestro de escuela y llevando unos libros bajo el brazo). ¡Amo!, ¡amo!, mira detrás de ti, mira. ¿Quiénes serán esos que llegan?

HORTENSIO
Silencio, Grumio. Es mi rival. Apartémonos un momento, Petruchio.

GRUMIO
¡Hermoso joven!, en verdad. Y con aire de muy enamorador. (Se apartan).

GREMIO
Muy bien, ¡muy bien! La lista de libros, ¡perfecta! Porque, escúchame, quiero no solamente que todos estén muy bien encuadernados, sino que sólo traten de amor. Ten cuidado de no hacerla leer otros, ¿me entiendes?.. Además de lo que te procuraría la liberalidad del señor Bautista, yo añadiré largamente lo que merezcan tus servicios. Toma tu lista. (Se la entrega). Y que cuanto vaya a sus manos esté bien perfumado, pues más suave es que todos los perfumes la persona a quien los libros están destinados. ¿Qué vas a leerle hoy?

LUCENTIO
Quédate tranquilo; sea lo que sea de lo que trate la lección, pelearé tu causa, puesto que lo harías tú mismo. Y hasta quizá en términos más persuasivos. A menos, señor, que seas letrado.

GREMIO
¡Ah, el saber! ¡Las letras! ¡Qué cosa grande son las letras!

GRUMIO
(Aparte) ¡Oh los tontos! ¡Qué tonto más grande es este asno!

PETRUCHIO
¡Silencio, idiota!

HORTENSIO
Calla, sí, Grumio. (Avanzando). Dios te guarde, amigo señor Gremio.

GREMIO
¡Ah! Eres bien venido, señor Hortensio. ¿Sabes adónde voy? A casa de Bautista Minola. Le había prometido ocuparme en encontrar un profesor para la hermosa Blanca, y he tenido la fortuna de tropezarme con este joven que, a causa de su ciencia y sus modales, le conviene perfectamente. Es sumamente versado en poesía y en otros libros, todos excelentés, te lo garantizo.

HORTENSIO
Pues me parece muy bien. Por mi parte, he dado a mi vez con un hidalgo que me ha prometido encontrar un maestro de música capaz de instruir a nuestra amada. Con ello, no seré yo menos que tú en resultar útil a la bella Blanca, a la que tanto quiero.

GREMIO
Lo mismo digo, y mis actos lo probarán.

GRUMIO
(Aparte) Y sobre todo sus sacos bien repletos.

HORTENSIO
No es éste el momento, señor Gremio, de pregonar al viento tu amor. Por el contrario, escúchame, y hablando razonablemente te diré algo muy bueno para los dos. Mira aquí un hidalgo al que he hallado por casualidad, y con el que tras haber conversado amigablemente, hemos llegado a un acuerdo: está dispuesto a hacer la corte a Catalina la maldita, e incluso a casarse con ella si la dote le conviene.

GREMIO
Si lo que hasta ahora sólo es un dicho llega a ser un hecho, todo iría de maravilla. Pero ¿le has informado, Hortensia, de los defectos de la hermosa?

PETRUCHIO
Sé que es una joven insoportable, escandalosa y peleonera. Por supuesto, señores, si solamente es esto, no veo en ello nada de alarmante.

GREMIO
¿No dices nada, amigo mío? ¿De dónde eres?

PETRUCHIO
Verona fue mi cuna y el anciano Antonio mi padre. Éste muerto, viva en cambio y a mi servicio está mi fortuna, y mi esperanza: que ella me haga vivir a mí largos y felices días todavía.

GREMIO
Es que con esa clase de mujer, señor mío, sorprendente sería que alcanzaras tal vida. Pero si tienes estómago para ello, ¡adelante y que Dios te ayude! En cuanto a mí, cuenta con que te prestaré apoyo en todo ... Pero realmente estás decidido a intentar la conquista de ese gato montés?

PETRUCHIO
Tan seguro como que estoy vivo.

GRUMIO
¿Que si le hace el amor? ¡No se lo ha de hacer! Que me ahorquen si no cumple lo que promete.

PETRUCHIO
¿Para qué he venido aquí sino con este objeto? ¿Piensan que un poco de escándalo pueda espantar mis oídos? ¿Es que no he oído durante mi vida rugir a leones? ¿No he escuchado el mar hinchado por los vientos bramar como jabalí furioso, cubierto de espuma? ¿No he oído el tronar de los grandes cañones de campaña, y en las nubes artillería del cielo, o en lo más fuerte de la batalla las alarmas espantosas, los corceles relinchar y el agrio clamor de las trompetas? ¿y tras todo ello venir a hablarme de la lengua de una mujer, que no llega a hacer el ruido que hace una castaña que crepita al asarse en el hogar de un Campesino? ¡Bah, bah!, guarden su coco para los niños.

GRUMIO
¿Quién dijo miedo a mi amo?

GREMIO
Me parece, Hortensio, que este hidalgo ha caído lo que se dice del cielo, tanto para él como para nosotros.

HORTENSIO
Le he prometido que tomaríamos parte los dos, tú y yo, en todo lo que gaste cortejándola, sea la cantidad que sea.

GREMIO
¡De acuerdo! Claro, con tal de que se haga aceptar.

GRUMIO
¡Que no tuviera yo tan segura una buena comilona! (Entra Tranio, lujosamente vestido, seguido de Biondello).

TRANIO
Caballeros, ¡Dios los guarde! Dispensen mi atrevimiento y díganme, se los ruego, cuál es el camino más corto para ir a casa del señor Bautista Minola.

BIONDELLO
¿El que tiene dos lindas hijas? ¿No es por él por quien preguntas?

TRANIO
Por él, exactamente, Biondello.

GREMIO
Dime, caballero ... ¿Vienes acaso por ver a la ...?

TRANIO
La y el tal vez, caballero. ¿Tienes algo en contra de esto?

PETRUCHIO
En todo caso, no por la querelladora, ¿verdad?

TRANIO
No me gustan las querellas, caballero. Partamos, Biondello.

LUCENTIO
(Aparte) Buen principio, Tranio.

HORTENSIO
Una palabra, caballero, antes de que te marches. ¿Pretendes la mano de la joven a que te refieres, sí o no?

TRANIO
Y si así fuera, señor mío, ¿sería un crimen?

GREMIO
No. Sobre todo si te largaras disculpando ya toda palabra.

TRANIO
¡Cómo, caballero! ¿Acaso la calle no es libre para todo el mundo?

GREMIO
La calle, sí; la joven, no.

TRANIO
¿La razón, si haces el favor?

GREMIO
Si quieres saberla, hela aquí: porque es la bienamada del caballero Gremio.

HORTENSIO
También es la que el caballero Hortensio ha escogido.

TRANIO
Despacio, señores. Si son hidalgos, háganme el favor de escucharme con paciencia, pues a ello tengo derecho. Bautista es un caballero a quien mi padre no es enteramente desconocido; en cuanto a su hija, de ser aun más hermosa de lo que es, nada la impediría tener más pretendientes de los que ya tiene, y a mí entre ellos. Mil enamorados tuvo la hija de la hermosa Leda; por lo tanto, bien puede Blanca tener uno más. Y lo tendrá. Y éste será Lucentio, que espera ser el que triunfe, incluso si París mismo apareciera de pronto.

GREMIO
Pero, bueno, ¿es que este caballero va a cerrarnos a todos la boca?

LUCENTIO
Pásale la rienda, señor, y verás qué poco avanza.

PETRUCHIO
¿Para qué tantas palabras, Hortensio?

HORTENSIO
Caballero, ¿me atrevería a preguntarte si has visto alguna vez a la hija de Bautista?

TRANIO
No, señor mío; pero me han dicho que tiene dos: una tan conocida por su lengua disputadora como la otra por su modestia llena de gracia.

PETRUCHIO
¡Alto ahí, caballero! La primera es para mí, no te ocupes de ella.

GREMIO
Sí, dejemos este trabajo al poderoso Hércules, dejémoslo que eclipse los doce trabajos de Alcides.

PETRUCHIO
Caballero, dígnate comprender lo que sigue: la pequeña, a lo que tú aspiras, su padre la ha sustraído a todos. No quiere prometerla a ninguno, sea quien fuere, antes de haber casado a la mayor. Sólo entonces la pequeña quedará libre, pero no antes.

TRANIO
De ser así, caballero, y de ser tú el hombre que ha de hacernos tal servicio a todos, a mí como a los demás; si eres el hombre que debe romper el hielo; a quien incumbe la hazaña de conquistar a la mayor, dándonos con ello acceso a la pequeña, el que al fin tenga la dicha de poseer ésta no será tan perverso como para mostrarse desagradecido.

HORTENSIO
Bien hablas y bien piensas, caballero. Y pues confiesas ser también de los pretendientes, debes, como nosotros, estar agradecido a este hidalgo, a quien nosotros estamos también obligados.

TRANIO
Puedes estar seguro de ello, señor mío. Y como prueba, te propongo que pasemos juntos la tarde bebiendo a la salud de nuestras amadas. Es decir, haciendo como los abogados, que ante el juez luchan implacablemente, pero que luego comen y beben juntos como los mejores amigos del mundo.

GRUMIO y BIONDELLO
(Al unísono) ¡Magnífica proposición! Partamos, amigos.

HORTENSIO
La proposición es buena, efectivamente. Aceptada, pues. Petruchio, eres mi invitado. (Salen).

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