Índice de Fausto de J. W. GoetheActo segundo de la SEGUNDA PARTEActo cuarto de la SEGUNDA PARTEBiblioteca Virtual Antorcha

FAUSTO

Acto tercero de la
SEGUNDA PARTE


FRENTE AL PALACIO DE MENELAO EN ESPARTA
ELENA se adelanta, rodeada de un coro de esclavas troyanas. PANTALIS, corifeo.

ELENA.- Soy la famosa Elena y me adelanto desde la orilla en que acabamos de desembarcar, mareada por el activo movimiento de las olas, que por el favor de Poseidón y la fuerza de Euro nos han traído de los campos frigios al golfo patrio. A estas horas el rey celebra el regreso en medio de sus guerreros. Recíbeme tú, como invitada querida, casa sublime que Tíndaro, mi padre, edificó al volver, en la vertiente de la colina de Palas, y adornó con magnificencia inédita en Esparta, mientras yo crecía viviendo como hermana con Clytemnestra, con Cástor y Pólux, en medio de ruidosos juegos. ¡Oh, férrea puerta, que te abrías para mí con hospitalidad; te saludo con toda la emoción de mi coraZón! Ábrete de nuevo ante mí, para que como esposa pueda cumplir con un mensaje del rey; permíteme entrar para dejar todo lo que hasta hoy me ha agobiado con el peso de la fatalidad. Desde que sin temor dejé este lugar para ir al templo de Citerea y así cumplir un deber, donde el raptor Frigio llevó la manos sobre mí, han sucedido cosas de las que el mundo habla a voluntad.

EL CORO.- No desdeñes, mujer, la posesión gloriosa del mayor de los bienes, ya que a ti sola fue dada la gloria de una belleza superior a todas. Alza el héroe la orgullosa cabeza al oír su nombre y hasta el hombre más estricto cede ante la belleza que todo domina.

ELENA.- Desembarco con mi esposo y sólo por complacerle le precedo en su ciudad y no puedo adivinar el pensamiento que le anima. ¿Vengo como esposa, como reina y como víctima destinada a mitigar el dolor del príncipe y la adversidad de los griegos soportada con tanta nobleza? ¿Soy aquí soberana o esclava? No lo sé, porque los dioses me reservaron una fama y un destino, satélites fatales de la belleza, que me persiguen en todo momento hasta la entrada de este palacio. Ya en el buque no me miraba mi esposo, sin que nunca brotara de sus labios una palabra tierna. Sentado estaba frente a mí, como si pensara en la desgracia y luego al llegar a la bahía profunda del Eurotas, antes de que el primer buque saludara la deseada costa, dijo, como por inspiración divina: Desciendan aquí mis guerreros, pues quiero verlos en la costa marítima. Tú debes ir más lejos; sigue la orilla en que tanto abundan los frutos de Eurotas sagrado, dirigiendo los corceles hacia la húmeda pradera hasta llegar a la rica llanura, vasto campo circuido antes por ásperas montañas, donde se edificó Lacedemonia. penetra luego en el regio y fortificado alcázar, inspecciona las sirvientas que dejé en él, así como también a la prudente Y anciana ama de gobierno, y haz que te muestre los ricos tesoros que dejó tu padre, y que procuré aumentar, tanto en tiempo de paz como de guerra. Todo lo hallarás en el mayor orden, porque es prerrogativa del monarca encontrarlo todo a su regreso como lo dejó al partir, que no hay súbdito que pueda cambiar nada en lo absoluto.

EL CORO.- Regocija ahora tu vista en la contemplación de aquel tesoro aumentado; altivos aquí están el oro y la corona; entra, provócalos y verás qué pronto aceptan el reto. Mucho nos place ver a la belleza entrar en franca lid con el oro, las perlas y las piedras preciosas.

ELENA.- Mi soberano continuó así. Cuando lo hayas visitado todo, tomarás los trípodes que consideres necesarios, y los vasos que el sacrificador necesita al cumplir el rito sagrado, así como también las copas y el cilindro. El agua más pura de las fuentes sagradas llene grandes cántaros que colocarás junto a un montón de leña seca; debes también procurar que no faIte un cuchillo con filo. Dijo, empujándome para que se me fuera; su orden no me lleva a creer que sea su intento inmolarme en honor de los dioses del Olimpo. Nos guste o no lo dispuesto, no tenemos los mortales más opción que conformarnos. Más de una vez he visto al sacrificador en el momento de la consagración alzar el hacha sobre la cerviz del animal encorvado hacia el suelo, sin que pudiera consumar el acto por impedírselo o la intervención del enemigo o de la divinidad.

EL CORO.- Lo que sucederá no es posible imaginarlo. Reina, dirígete ahí con ánimo firme. El bien y el mal acontecen siempre al hombre cuando menos lo piensa. Ha sido Troya reducida a escombros y, sin embargo, ¿no somos aquí tus compañeras que plácidas te servimos y no contemplamos el sol resplandeciente del cielo, gozando tú y nosotras de una dicha sin límites?

ELENA.- Estoy resignada; cualquiera que sea mi destino debo subir sin demora al regio alcázar que, por mí tanto tiempo perdido y suspirado, se levanta aún a mi vista no sé cómo. Mis pies no me llevan ya a lo alto de sus gradas con la agilidad de mi ardor infantil.

EL CORO.- Hermanas mías cautivas, no alberguen por más tiempo el dolor que las oprime, compartan la dicha de la soberana, la dicha de Elena, que con paso lento y seguro se adelanta hacia el hogar. Alaben a los dioses que reparan nuestros males, a los dioses protectores del regreso. Un dios compadecido de la desterrada la ha conducido desde las ruinas de Ilión a su casa paterna, para que tras inefables placeres y tormentos, recordara los dichosos tiempos de la infancia.

PANTALIS.- Interrumpe ahora tus alegres cantos y mira la puerta con atención. ¿Qué veo, hermanas mías? La reina no vuelve poseída de aquella emoción que le hacía antes adelantar el paso. ¿Qué es esto, gran reina? ¿Qué es lo que has podido encontrar de aterrador en los vastos salones de tu casa? En vano intentarías ocultarlo, pues veo pintados en tu rostro el descontento y la ira.

ELENA, conmovida, dejando abiertas las hojas de la puerta.- No debe la hija de Júpiter ceder ante un temor vulgar, ni hacer caso de un pasajero asombro; no sucede así con el espanto que salió del seno de la antigua noche y que brota bajo mil formas diferentes. Tal ha sido el terror con que horribles deidades de la Estigia me han recibido al penetrar en la casa, para que me alejara del umbral que tantos suspiros me merecía. Huí de las tinieblas, me presenté a la luz y cualquiera que sea su poder, terribles deidades, no lograrán echarme de aquí. Voy a hacer un sacrificio, para que tras la purificación, la llama salude a la esposa lo mismo que al soberano esposo.

EL CORO.- Di lo que te ha sucedido, a las cautivas que te sirven con tanto respeto.

ELENA.- Cuanto yo he visto lo verán también ustedes, a menos que la antigua noche haya sepultado su obra en el fondo de los abismos de que brotan todos los prodigios; cuando con paso solemne atravesaba el vestibulo del regio alcázar, me asombró el silencio que reinaba en aquel piadoso desierto. No llegó a mi oído ni el rumor de los que van y vienen, ni apareció a mi vista trabajo alguno reciente; ninguna sirvienta se me presentó de las que con tanta benevolencia saludaban en otro tiempo a los forasteros; a medida que me iba acercando al hogar, descubría a una mujer muy alta, cubierta por un velo, que sentada junto al hogar parecía estar más pensativa que dormida. Le mandé dedicarse al trabajo en tono imperativo, pero se quedó impasible, envuelta en los pliegues de su túnica. Sólo levantó el brazo derecho al oír mi amenaza, como para arrojarme de la casa; irritada subí las gradas que conducen a la cámara en que se levanta el tálamo nupcial, y también ahí se me presentó amenazante la misma visión con los ojos hundidos e inyectados de sangre, como espectro aterrador, y me cerró el paso con aire imperioso. Intenté en vano hablar, por no poder la palabra disponer de la forma que no ha creado.

FORKYAS, adelantándose entre las columnas del pórtico.- Mucho he vivido aunque continúe mi cabellera flotando rubia en torno a mis sienes; muchas son las horribles escenas que he visto, he observado los estragos de la guerra y cubrirlo todo con su negro manto la espantosa noche de Troya. En medio de las nubes de polvo donde los guerreros combatían, he oído la voz terrible de los dioses, así como también he visto temblar los muros de Ilión, a pesar de acercarse cada vez más la llama, impulsada por el viento de su furor hacia la ciudad sombría. He visto al huir, a través del fuego, adelantarse los dioses irritados, cruzar formas extrañas, gigantescas, en medio de pesados vapores. No sé decir si aquella confusión fue real o creada por mi fantasía, pero afirmo que ahora estoy viendo a ese monstruo: hasta llegaría a tocarle con las manos, si no me contuviera el temor al peligro. ¿Cuál eres de las hijas de Forkyas?, pues te creo de su raza. ¿Eres una de aquellas que nacieron decrépitas y que no tiene entre las tres más que un diente y un ojo que se pasan de una a otro por turno? Nosotros, los mortales, estamos condenados por una triste fatalidad al tormento que produce el aspecto de la fealdad en los amantes de lo bello. Oye pues, tú, que nos retas insolente, oye la maldición, la amenaza que proferirán contra ti los labios de las bienaventuradas, obra de los dioses. Desde los tiempos más remotos nunca el pudor y la belleza han podido ir de la mano por el camino de la vida. Está profundamente arraigado en ellos el odio que los divide y cualquiera que sea el punto donde se hallan cara a cara, se vuelven la espalda y sigue cada uno su camino, el pudor afligido, la belleza arrogante hasta que al fin circunda a uno y otro la tenebrosa noche de Orco. A ustedes diré que con su descaro y el orgullo propio del extranjero, se parecen a una bulliciosa bandada de grullas que se presenta en los aires como negra nube, y cuyos graznidos obligan al viajero a levantar la cabeza, aunque siguiendo uno y otras su camino: lo mismo haremos nosotros. ¿Quiénes son, que como Ménades furiosas o mujeres ebrias, se atreven a interrumpir el silencio que reina en el sublime palacio del soberano? ¿Piensan que no sé de qué raza son? Fue su prole engendrada en la guerra; por eso es lujuriosa, al mismo tiempo seductora y enerva la fuerza del guerrero y del ciudadano. Al verles, cualquiera creería que son una nube de langostas lanzadas sobre tiernas espigas. Golosas, plaga de la prosperidad, ustedes son las que disipan el trabajo; ustedes, la vil mercancía robada.

ELENA.- Reprender a las sirvientas en presencia del ama es violar los derechos de la casa; porque sólo a la soberana corresponde dar el elogio y el castigo. Agradezco los servicios que me prestaron cuando la soberbia fortaleza de Ilión fue cercada y acabó por perecer, y su adhesión cuando en la desgracia nos vimos obligadas a llevar una vida errante: es por eso que te mando que calles. Lo único que puede contribuir a tu honra es el haber protegido fielmente el regio alcázar en ausencia de la soberana; pero ya que ha vuelto, tu deber es ceder el paso, para no ser castigado en vez de recibir recompensa.

FORKYAS.- Amenazar a los huéspedes del palacio es un derecho ilustre que la noble esposa del soberano ha sabido conquistar por medio de los años de un gobierno de sabiduría y prudencia. Ya que ahora te reconozco y vienes de nuevo a tomar posesión de tu rango de reina y señora, tomas las flojas riendas, el tesoro y a nosotros mismos; protégeme, ya que soy la más anciana, de esas jóvenes.

EL CORIFEO.- ¡Qué fea luce cerca de la belleza!

FORKYAS.- ¡Qué necia es la necedad junto a la razón!

PRIMERA CORÉTIDA.- Háblanos del Erebo, tu padre: háblanos de la Noche, tu madre.

FORKYAS.- Y tú, habla de Scyla, tu primo hermano.

SEGUNDA CORÉTIDA.- Forman los monstruos tu árbol genealógico.

FORKYAS.- Ve a buscar a tus padres en el Orco.

TERCERA CORÉTIDA.- Son para ti demasiado jóvenes los que le habitan.

FORKYAS.- Ve a ofrecer tus galanteos al viejo Tiresias.

CUARTA CORÉTIDA.- Es la nodriza de Orión, tu prima.

FORKYAS.- Y a ti te educaron las Harpías en la bajeza.

QUINTA CORÉTIDA.- ¿Con qué alimentas esa flaqueza tan bien conservada?

FORKYAS.- No es en verdad con la carne que tú tanto quieres.

SEXTA CORÉTIDA.- Sólo se te pueden antojar cadáveres.

FORKYAS.- Brillan en tu desdeñosa boca dientes de vampiro.

EL CORIFEO.- Seguro cerraré la tuya si digo quién eres.

FORKYAS.- Nómbrate tú antes y quedará el misterio descubierto.

ELENA.- Sin ira, pero sí con aflicción, te prohíbo la violencia de semejante discusión. Nada daña tanto al soberano como la cólera entre sus fieles súbditos; en tu cólera has evocado imágenes que me atrapan de tal modo que, a pesar de las rientes llanuras de mi patria, parecen arrastrarme hacia el Orco. ¿Es un recuerdo o una ilusión el que yo haya sido, sea o que he de ser un día el sueño y el fantasma de los destructores de ciudades? Las jóvenes se estremecen; pero tú, que como anciana conservas toda tu serenidad, contéstame y haz que entienda tus palabras.

FORKYAS.- Quien recuerda haber gozado por tantos años de la dicha acaba por creer que el favor de los dioses no es más que un sueño, pero tú, favorecida en todo, sólo tuviste en la vida amantes impulsados por el deseo de acometer aventuras temerarias. ¡Ya Teseo, en su irresistible ardor, empezó a codiciarte en la edad más temprana; Teseo, poderoso como Hércules, noble, bello y joven!

ELENA.- Me robó cuando tenía 10 años, recibiéndome en su seno la villa de Afidme, en el Ática.

FORKYAS.- Liberada en breve por Cástor y Pólux, fuiste cortejada por la flor de los héroes.

ELENA.- Ninguno como Patroclo, imagen fiel de Peleo, supo ganarse mi afecto.

FORKYAS.- La voluntad de tu padre te unió con Menelao, a la vez intrépido marino y fiel guarda del hogar.

ELENA.- Le confió su hija junto con la administración de su reino, siendo Hermiona fruto de la unión.

FORKYAS.- Pero mientras tu esposo iba a conquistar la herencia de Creta, se presentó un invitado en tu soledad, invitado de hermosura única.

ELENA.- ¿Por qué recordarme aquellos tiempos de semiviudez, que tanto mal causaron?

FORKYAS.- Fue aquella empresa causa de mi cautiverio y de largos años de esclavitud.

ELENA.- También valió el verte constituida aquí en ama de gobierno y el que encomendaran la silla y los tesoros conquistados con tanto heroísmo.

FORKYAS.- Tesoros que abandonaste por no salir de los muros de Ilión y por seguir entregada a las dulces mieles de amor.

ELENA.- No recuerdes aquellos placeres, que por ir unida a ellos la inmensidad de un sufrimiento atroz inundó mi alma y corazón.

FORKYAS.- Se dice que te apareciste entonces como duplicado fantasma, pues se te vio a la vez en Ilión y en Egipto.

ELENA.- No aumentes el trastorno de mis sentidos, que ahora mismo incluso no sé quién soy.

FORKYAS.- Se dice que al verse libre del imperio de las sombras, fue Aquiles a unírsete porque siempre te había amado.

ELENA.- Siendo yo un fantasma, me uní a él, que también lo era; era eso un sueño, me desmayé, sin que haya sido desde entonces más que un fantasma.

(Cae en brazos de sus cautivas)

EL CORO.- ¡Basta, envidiosa calumniadora de repugnante boca poblada de un solo diente! El malo que parece bueno y la rabia de un lobo cubierto de piel de oveja, nos producen más horror que el perro de las tres cabezas. Lejos de consolarnos y de derramar a torrentes sobre nosotras el Leteo de dulces palabras, se complace en investigar lo pasado, buscando el mal más que el bien para que se oscurezca el presente y se extinga la agradable luz de la esperanza que brilla en el porvenir.

(Elena recupera lentamente el sentido y se levanta)

FORKYAS.- ¡Sal de entre los vapores, espléndido sol que nos deslumbra y fulge en toda tu gloria! Por más que llamen fealdad, comprendo también la belleza.

ELENA.- Vacilante salgo del caos en que estaba inmersa durante mi vértigo; quisiera entregarme al descanso, porque tengo los miembros dislocados; pero es necesario que las reinas y los hombres sepan alentarse y resistir los golpes del destino.

FORKYAS.- Conserva ante nosotros tu grandeza y tu belleza; di, ¿qué es lo que ordenas?

ELENA.- Que se repare el tiempo perdido en cuestiones de amor propio y se cumpla el sacrificio mandado por el rey.

FORKYAS.- Todo está listo en palacio, el trípode y el hacha afilada, así como el agua lustral y el incienso; sólo falta que designes a la víctima.

ELENA.- El rey no la ha indicado.

FORKYAS.- ¿No la ha indicado? ¡Qué pena!

ELENA.- ¿Por qué te afliges tanto?

FORKYAS.- Reina, porque tú eres la víctima.

ELENA.- ¿Yo?

FORKYAS.- Y también tus esclavas.

EL CORO.- ¡Qué desgracia!

FORKYAS.- Caerás bajo el hacha.

ELENA.- Esto es horrible, pero ya lo venía venir.

FORKYAS.- Es inevitable.

EL CORO.- ¡Ah! ¿Qué muerte nos espera?

FORKYAS.- Ella morirá como noble, mientras ustedes serán ahorcadas en las vigas que sostienen el techo: como los tordos que caen en el lazo agitarán a la vez todos sus miembros.

(Elena y el coro con aspecto de espanto, forman un grupo dispuesto en armonía)

FORKYAS.- Parecen fantasmas en esa inmovilidad, porque tienen que separarse de la luz. Los hombres, espectros que tanto se les parecen, renuncian a la luz augusta del sol, sin que ninguna voz interceda por ellos, sin que ningún poder les libre del destino; todos lo saben y, no obstante, hacen caso omiso. Ya que están perdidas sin remedio, que se cumplan las órdenes recibidas.

(Da algunas palmadas, a cuya señal acuden varios enanos con máscara que se disponen a ponerlas en ejecución)

FORYAS.- Tú, ven aquí, monstruo tenebroso y esférico; ustedes ahí, y que no les falte valor para ejecutar el mal que dudo los satisfaga, atendido su feroz instinto. Que se ponga el hacha brillante sobre el borde de plata, mientras llenan de agua los antiguos vasos para lavar la horrible mancha de sangre negra y tiendan sobre el polvo la alfombra en que ha de arrodillarse y morir con dignidad la víctima, cuando se le separa la cabeza del tronco.

EL CORIFEO.- La reina está pensativa y las jóvenes se inclinan como el césped sagrado. Dinos qué debemos hacer para salvarnos.

FORKYAS.- Una cosa muy fácil y de la reina depende salvarse y salvarlos; pero se ha de decidir cuanto antes.

EL CORO.- ¡Oh tú, la más venerada de las Parcas, la más sabia de las Sibilas! Anúncianos la vida y la dicha, pues sentimos ya estremecerse y flotar a los cuatro vientos nuestros miembros delicados, que más bien quisieran gozar en el baile para descansar en brazos de su amor.

ELENA.- Déjalas temblar. Estoy triste, pero no llena de terror; sabes que hay un medio de salvación y lo acepto reconocida; habla, di cuál es el medio.

EL CORO.- ¡Ah! Si, dinos pronto, ¿cómo podremos liberarnos del lazo que nos ciñe el cuello como joya? Habremos muerto ante el dolor que nos ahoga, si tú, oh Rhea, madre augusta de todos los dioses, no te compadeces de nosotros.

FORKYAS.- ¿Tendrás calma para oír mi discurso sin interrupción?

EL CORO.- Sí. ¿Cómo no oír con calma si en eso va nuestra vida?

FORKYAS.- Para el que permanece en casa, conserva el tesoro, cimenta los muros de su morada y asegura el techo contra la tempestad, correrán tranquilos los años de SU longeva vida; pero el que pasa con facilidad el umbral sagrado de su habitación todo lo ve cambiado al volver.

ELENA.- ¿A qué vienen todos estos refranes? Habla de lo que desees, pero no despiertes en mí recuerdos de tristeza.

FORKYAS.- Los repito porque son parte de la historia que voy a decirles y no por que haya reconvención alguna. Menelao, como pirata, navegó de golfo en golfo y después de invadir todas las costas e islas con las que se encontró, volvió con el inmenso botín que este palacio resguarda. Estuvo diez años frente a Ilión e ignoro los que le tomó para regresar. ¿Pero qué es lo que sucede ahora en el palacio de Tíndaro? ¿Qué ha sido de su reino? Durante diez años abandonado permaneció el montuoso valle que se extiende al norte de Esparta, en el cual, como arroyo de plata, sigue el Eurotas su curso a través de los cañaverales para ir a alimentar a nuestros cisnes. Sin embargo, ahí tras ese valle de montes, se ha instalado una raza aventurera, procedente de la noche cimeriana y también se ha levantado ahí una plaza fuerte desde la que oprimen al país y a sus pobladores.

ELENA.- ¿Es posible que hayan logrado tal empresa? ¡Se antoja increíble!

FORKYAS.- No les ha faltado tiempo; han dispuesto de 20 años.

ELENA.- ¿Tienen jefe? ¿Son salteadores?

FORKYAS.- No son salteadores y uno de ellos es su jefe. No quiero criticarlo, por más sufrimiento que me haya causado, porque podía tomarlo todo y se conformó con algunos regalos, sin considerarles tributo.

ELENA.- ¿Qué tal es?

FORKYAS.- Es un hombre dinámico, audaz, bien formado, prudente, como pocos griegos. Se trata a ese pueblo de bárbaro, pero no hay en él un hombre tan cruel como lo han sido algunos héroes, que se han portado como antropófagos ante Ilión. Es un alma elevada que merece toda mi confianza. ¡Y su palacio! ¡Ah! ¡Qué hermosura! Muy distinto a esas pesadas y enormes paredes, que como cíclopes levantaron sus padres con sólo poner piedra sobre piedra. Todo es arte y simetría en ese lugar, se levanta hacia el cielo recto y construido con firmeza, brillando como el acero. La idea de llegar hasta él da vértigo; adentro hay grandes patios que ostentan toda clase de arquitectura. Tampoco faltan ahí en profusión columnas, arcos, ojivas, balcones y galerías, con vista al interior y al exterior, así como riquísimos blasones.

EL CORO.- ¿Qué significa la palabra blasón?

FORKYAS.- Ajax llevaba ya serpientes entrelazadas en su broquel. Los Siete, frente a Tebas, llevaban en sus escudos figuras ricas en símbolos; se veía en ellos la luna y las estrellas en la bóveda celeste, así como también diosas, héroes, espadas, llamas y todo cuanto amenaza y puede ser azote de una ciudad. Desde los tiempos de sus progenitores llevan nuestros héroes en sus armas signos iguales; consiste la mayoría en leones, águilas, sierras, picos, cuernos, alas, rosas, colas de pavo real y bandas de oro, plata y de diversos colores que adornan las paredes de las vastas salas. Ahí podrán danzar con total libertad.

EL CORO.- ¿Habrá también danzantes?

FORKYAS.- Los más ágiles y hermosos que puedas desear. ¡Cómo siente el grupo alegre de dorados bucles retozar la juventud en su pecho! Sólo Paris puede comparárseles en su perfume agradable cuando se acercó tanto a la reina.

ELENA.- Dime la última palabra.

FORKYAS.- Tú eres quien debe decirla; pronuncia solemne un claro y haré que enseguida te veas en el interior del regio alcázar.

EL CORO.- ¡Ah! ¡Pronuncia esa palabra que ha de salvarte y salvarnos a todos!

ELENA.- ¡Cómo! ¿Debo temer que el rey Menelao sea cruel hasta el grado de causarme la muerte?

FORKYAS.- ¿Ya olvidaste cómo mutiló a Deifobo, hermano de Paris, que murió en la batalla? ¿A Deifobo que logró hechizarte después de tanto esmero? Le cortó la nariz y las orejas, y luego le mutiló de una manera que horrorizaba.

ELENA.- ¡Y sólo por mí le trató así!

FORKYAS.- El mismo trato te dará a ti. La belleza es inseparable: el que la posee, antes que compartirla, prefiere anonadarla.

(Lejano rumor de clarines: el coro se estremece)

EL CORO.- ¿Oyes resonar los clarines? ¿Ves cómo brillan las armas?

FORKYAS.- ¡Sean bienvenidos, mi señor y mi rey! Listo estoy a darles cuenta de todo.

EL CORO.- ¿Y nosotras?

FORKYAS.- Bien lo saben; tienen la muerte a la vista y en suya presienten la de ustedes. Su perdón es inalcanzable.

(Pausa)

ELENA.- Sé que eres un demonio y temo entonces que conviertas el bien en mal. Voy a seguirte al alcázar: sean para todos impenetrables los misterios que puede la reina guardar en su pecho. Anciana, emprende tu camino.

EL CORO.- Con gusto emprendemos nuestro camino, con la muerte detrás y adelante el alto alcázar de inexpugnables muros que nos protegerá corno la ciudad de Ilión.

(Aparecen espesas nubes que cubren el fondo y empiezan a invadir la escena)

EL CORO.- ¡Es posible! Miren, hermanas, a su alrededor. ¿No estaba el día claro y sereno? Se agrupan nubes, salidas de las sagradas ondas del Eurotas. Ya se oculta la hermosa orilla cubierta de cañas flotantes; no descubro ya los libres, altivos y graciosos cisnes que en amorosos grupos se deslizaban cómodos por la superficie del río. Ojalá nos indique también la nuestra, en lugar de la salvación prometida, pues somos las blancas hermanas de los cisnes y tenemos como sus hijas el cuello nevado y flexible. ¡Grande, muy grande es nuestra desgracia! Las tinieblas cubren ya el espacio y apenas nosotras podemos distinguirnos. ¿Qué ocurre? Salgamos de aquí. ¿Ves algo aquí abajo? ¿Si será Hermes que nos precede? ¿Ves el brillo de su cetro de oro, que nos ordena entrar en el seno de Hades, morada sombría, donde se encuentran fantasmas sin cuerpo siempre llena y siempre vacía? De repente se oscurece más el cielo, tropezando la mirada con muros impenetrables. ¿Es esto un patio o algún foso profundo? De todos modos es un objeto que aterroriza. ¡Ah, hermanas, nunca habíamos estado tan cautivas como ahora!

(Patio interior del castillo, rodeado de edificios fantásticos, adecuados al gusto de la Edad Media)

EL CORIFEO.- Débiles y locas mujeres, juguetes del capricho de la suerte y de la desgracia, que no saben soportar; sólo el placer y el dolor pueden hacerlas reír y llorar en un mismo tono. Silencio: esperen con sumisión a que la augusta soberana decida lo que hará.

ELENA.- ¿Dónde estás, pitonisa? Cualquiera que sea tu nombre sal pronto del seno de este triste alcázar. ¿Has ido a anunciar mi llegada al misterioso señor de estos sitios para que me acogiera con más benevolencia? Si es así, lo agradezco y te suplico que me lleves a su presencia lo antes posible; lloro mis faltas pasadas y sólo deseo el reposo.

EL CORIFEO.- Reina, en vano buscas al repugnante fantasma que se ha desvanecido; quizá se ha quedado en la nube que nos ha traído aquí, no sé cómo; o tal vez en el laberinto de este maravilloso castillo, va en busca de su dueño para decirle que te preste el homenaje. ¡Ve cuántos criados se agitan ahí arriba en las galerías, balcones y portadas! Todo me anuncia una acogida hospitalaria y digna.

EL CORO.- Mi alma se dilata. ¡Ah! ¡Ve la gracia de los movimientos de aquella joven comitiva! ¿Quién habrá dispuesto a estas horas aquel noble grupo de adolescentes? No sé qué admirar más en él, si su aire elegante y distinguido o sus cabellos ensortijados alrededor de su hermosa frente, o bien sus mejillas rosadas y frescas como melocotón. Ya avanzan los gallardos jóvenes. ¿Qué es lo que conducen? Las gradas para el trono, las alfombras, el cojín, las cortinas y todo el aparato de la regia tienda que se despliega formando vistosas guirnaldas sobre la reina; Elena ocupa el cojín que le está designado. Suban con todo orden y cada una ocupe el lugar que le corresponda con dignidad. ¡Bendita sea semejante acogida!

(Todo lo que el coro canta va cumpliéndose por grados. Después de haber descendido los niños y los escuderos, aparece Fausto en lo alto de las escaleras vestido en traje de corte de la Edad Media y baja con majestad)

EL CORIFEO.- Si los dioses no han dado a ese hombre la forma, el aire sublime y el apuesto continente, debé salir airoso en cuanto emprenda, sea en las guerras de los hombres, sea en las lides amorosas de la mujeres. Es preferible a muchos otros que había considerado hasta ahora COmo los más apuestos. Con un paso lento y solemne que produce respeto, veo avanzar al príncipe. ¡Oh reina, voltea hacia él!

FAUSTO, adelantándose, con un hombre maniatado a su lado.- En vez de salutación gloriosa y de felicitarte por tu feliz llegada, te presento atado a este súbdito indigno que me ha privado de cumplir con mi deber, al faltar él al suyo. Póstrate ante esa reina augusta y confiésale tu falta. Aquí está, noble princesa, el hombre de vista de lince, a quien se le encomendó vigilar desde la más alta torre todo el espacio y la extensión de la tierra, a fin de ver todo lo que de las colinas cercanas se aproxime al valle que protege nuestro fuerte. Nos anuncia un rebaño como un numeroso ejército para que protejamos nosotros al primero o caigamos sobre el segundo como el rayo. Pero hoy, ¡descuido fatal!, vienes tú y no te anuncia, y no se hace a tan distinguido huésped la recepción apropiada. Ha expuesto con valor su vida y habría pagado con la muerte su culpa, si no te estuviera reservado el derecho de castigar y perdonar.

ELENA.- Cualquiera que sea la dignidad que me concedas, la de juez o la de soberana, voy a cumplir con la primera responsabilidad del juez, que consiste en oír al acusado. Habla.

EL VIGÍA DE LA TORRE, LINCEO.- Déjame arrodillar, déjame contemplar, déjame morir, déjame vivir, ya que pertenezco a esa mujer descendiente de los dioses. En espera estaba la mañana y al acecho en oriente el curso de la aurora, cuando, ¡oh maravilla!, he visto de pronto alzarse el sol en el mediodía. Tengo la mirada del lince, pero tuve que restregarme los ojos como quien despierta de un sueño. La plataforma, la torre, el castillo, todo había desaparecido para mí, y sólo veía los flotantes vapores de cuyo seno salió al disiparse esa diosa. ¡Desgraciado! Con la vista y el pecho hacia ella contemplaba la belleza que me deslumbró entero. Olvidé los deberes de vigilancia y la bocina. Castígame, si es que la belleza no triunfa sobre la ira.

ELENA.- No debo castigar el mal del que he sido origen. ¡Fatal destino el mio, que me fuerza a trastornar el corazón del hombre que con sólo verme, hasta de sí mismo se olvida y de todo se desprende! Los semidioses, los héroes y los propios demonios no han parado hasta envolverme con sus raptos, sus seducciones y sus luchas, en las más espesas tinieblas. Sencilla, trastorno al mundo, pero aún así le provoca más dolor mi doblez. Deja libre a ese esclavo y que se separe para siempre. ¡No pese ninguna pena sobre el hombre que se dejó deslumbrar por los dioses!

FAUSTO.- ¡Oh, reina! Veo con asombro reunidos al vencedor y al vencido; veo el arco que lanzó la flecha y que hirió al hombre: el dardo me alcanzó y escucho su silbido alrededor mío y del castillo. Nada soy desde que sublevas mis vasallos y que para ti impotentes mis muros parecen; hasta temo que obedezca mi ejército a la mujer triunfadora e invencible. A tus pies, libre y fiel, te reconozco soberana.

LINCEO, con un cofrecito, seguido de hombres cargados de obsequios.- Reina, he regresado. Venimos del este, después de someter a los países del oeste; era un gran cortejo de pueblos, que no se conocían entre sí ni tan sólo de nombre. Con sólo lanzarnos sobre la presa nos apoderábamos de todo. El punto donde yo imperaba hoy, otro lo devastaba mañana. Rápida y terrible era la embestida: uno se apoderaba de la mujer más hermosa, se hacía otro del toro más ligero y bravo, y el resto se hacía dueño de los caballos. Mi mayor empeño era descubrir los objetos más preciosos y extraños, siendo para mí insignificante todo lo que los demás lograran obtener; iba en busca de los tesoros y gracias a mis penetrantes miradas, lograba ver el fondo de los bolsillos y que fueran para mí las arcas transparentes. En breve reuní montones de oro y sobre todo muchas piedras preciosas; pero entre ellas sólo la esmeralda merece lucir en tu pecho. Aunque la gota cristalina del fondo de los mares tiemble en tu oreja, el esplendor de tu rostro eclipsará los rubíes. Te ofrezco los más grandes tesoros y pongo a tus pies el fruto de mil sangrientos combates. Por numerosos que sean los cofrecitos que aquí ves, tengo aún muchos más. Apenas has pisado las gradas del trono, se inclinan humildes la inteligencia, la riqueza y la fuerza ante la belleza única. Tenía todos estos tesoros resguardados y ahora los cedo porque te pertenecen: les creía preciosos y exóticos, y ahora comprendo su futilidad. Todas mis posesiones se desvanecieron cual humo: no era otra cosa que césped mustio y segado.

FAUSTO.- Llévate esas joyas adquiridas con audacia. Posee ella todo lo que puede encerrar este castillo y dárselo es superfluo en parte; amontona con simetría todos los tesoros; forma un conjunto sublime de esplendor inaudito: haz que las bóvedas de este recinto brillen como las de un cielo puro; forma un paraíso de vida inanimada y, por último, despliega ante su majestad alfombra con flores para que la tierra ofrezca a sus pies una blanda superficie y pueda mirar vivos resplandores que sólo a los dioses no cieguen.

LINCEO.- Lo que ordena el señor puede acatarlo el esclavo sin demora. Esa beldad altiva dispone de nuestros bienes y de nuestra sangre; el ejército está vencido, los aceros embotados, el mismo sol es pálido y frío ante la hermosura de este rostro.

(Se va)

ELENA, a Fausto.- Quisiera hablarte, pero ven, sube al trono y siéntate a mi lado; el puesto espera y me promete un dueño.

FAUSTO.- Mujer sublime, permíteme postrarme a tus pies y dígnate aceptar mi reconocimiento; déjame besar la mano que me eleva hasta ti. Comparte conmigo el mando de tu reino infinito y haz que sea un solo hombre tu admirador, tu esclavo y tu celoso guardián.

ELENA.- No veo sino prodigios. La sorpresa me controla y se multiplican las preguntas; pero ante todo responde la siguiente: ¿Por qué la voz de aquel hombre me ha parecido a la vez tan extraña y dulce? En aquella armonía de sonidos, apenas concluía una palabra de impactar mi oído, cuando la siguiente llegaba a halagarle.

FAUSTO.- Si tanto te place nuestro idioma, mucho más te seducirá su canto, cuyo fin es producirte un hondo arrobamiento.

ELENA.- Dime qué debo hacer para hablar tan bella lengua.

FAUSTO.- Lo lograrás sin problema, e] secreto está en el corazón.

ELENA.- ¿Quién compartirá nuestro tesoro?

FAUSTO.- El espíritu no mirará adelante ni atrás; sólo al presente ...

ELENA.- Es nuestra dicha.

FAUSTO.- ¿Quién asegurará nuestros tesoros, conquistas y posesiones?

ELENA.- Mi mano.

EL CORO.- Las mujeres acostumbradas al amor de]os hombre aceptan sin elección al acordar un derecho igual, así el pastor de rubio cabello como el fauno moreno. Ve cómo se acercan más apoyados entre sí, hombro con hombro, rodilla con rodilla y con las manos enlazados, meciéndose en el grato resplandor del trono. Deja la majestad entrever a] pueblo sus placeres ocultos.

ELENA.- Me parece estar a la vez tan cerca y tan lejos, que sin parar repito: ¡estoy ahí y aquí!

FAUSTO.- Respiro apenas, mi lengua balbucea y yo titubeo; esto es un sueño.

ELENA.- Me parece haber vivido y revivir ahora en ti, mi fiel desconocido.

FAUSTO.- No intentes sondear nuestro destino: vivir, aunque sea por un solo momento, es el deber y la misión más importante.

FORKYAS, entrando con ímpetu.- No es momento ya de deletrear el alfabeto de amor ni de seguir con dulces arrullos. ¿No oyen como la tempestad se avecina y empiezan a resonar los clarines? Marcha Menelao contra ustedes al frente de un ejército numeroso y si desde ahora no se preparan a resistir el ataque, su fracaso es seguro. Caro vas a pagar el coro de mujeres, porque al caer en manos de los vencedores te mutilarán como a Deifobo. Una vez ahorcada también esa loca raza, se levantará el hacha en el altar para su reina.

FAUSTO.- Temerario es el modo en que se nos interrumpe. Opaca una triste noticia al más bello emisario y tú, odiosa, te complaces en llevar tristes mensajes; pero no lograrás esta vez lo que buscas, por más que lances tu voz vacía a los cuatro vientos. No hay aquí peligro alguno y aunque lo hubiera sólo me parecería una amenaza impotente.

(Señales, explosiones en las torres; clarines y atabales; música guerrera; un enorme ejército desfila).

FAUSTO.- Vas a ver reunida la falange indivisible de los héroes; sólo merece el favor de la mujer quien sabe protegerla con valor.

(A los jefes que salen de las filas y se aproximan)

FAUSTO.- Ustedes, que con sus cotas y brillantes armas no reposaron hasta aniquilar los imperios, me parece que tiembla la tierra antes y después de su paso. A nuestra llegada a Pilos, el viejo Néstor expira y rasga con su espada nuestro invencible ejército cuantos tratados de alianza habían hecho los monarcas. Vamos ahora a arrojar a Menelao de estos muros y perseguirle hasta el mar, para que ejerza de nuevo su vida como pirata. La reina de Esparta me ordena que los salude con el nombre de duques; sea ella la soberana de valle y monte. Germano, ve a fortalecer y defender las bahías de Corinto; godo, te confío la defensa de la Acaya y de sus cien abismos. El ejército de los francos se dirija hacia Elis; Mesina corresponda al sajón, el normando limpie los mares y funde el puerto de Argolis. Cada uno tendrá su reino y podrá llevar sus armas a todas partes. Todos serán súbditos de Esparta, por ser ésta la antigua ciudad de la reina, que los verá con placer gozar de un país en el que nada ha de faltarles. Vengan con confianza a buscar a sus pies la investidura, la facultad y la luz.

(Fausto desciende y los jefes forman un círculo para recibir sus órdenes e instrucciones)

EL CORO.- Cantamos a nuestro príncipe, entre todos el más amado; él, que con sus alianzas logró imponer respecto a los poderosos y forzarlos a cumplir sus órdenes. Todos ellos le reconocen y comparten su gloria. ¿Quién se atrevería a arrebatar a ese poderoso dueño el bien que adora y que nosotros somos los primeros en respetar? ¿Y cómo no respetarlo cuando se encerró con ella entre inexpugnables muros y logró tener en el exterior un ejército poderoso?

FAUSTO.- Grandes y magníficos son los bienes que acabamos de otorgarles, pues va a tocar a cada uno un país extenso y rico. Partan, mientras nos quedamos en el centro de nuestros estados. Hay entre ellos noble emulación por protegerte, oh península bañada por las olas y unida por breve cordillera de colinas con las últimas ramificaciones gralÚticas de Europa. Que aquel país, rey entre todos, sea afortunado siempre en cada raza y pertenezca desde ahora a la reina que vio nacer, cuando salió luminosa del huevo de Leda, deslumbrando a su noble madre y hermanos.

(Se sienta al lado de Elena)

FAUSTO.- Ya que nos ha unido la fortuna, olvidemos lo pasado. ¿No sientes en ti algo, hija de la divinidad, que te dice que perteneces al mundo primitivo? Es imposible que seas cautiva en estos muros; aún hay una feliz morada, una Arcadia lozana cercana a Esparta. Atraída hacia aquel país venturoso, te refugiaste en él para esperar un destino próspero. Los tronos se transforman en bosques floridos: ¡sea como en Arcadia, libre nuestra dicha!

(Cambia el escenario. Grutas cubiertas de follaje. Se extienden las plantas trepadoras hasta las puntas de las rocas ocultando a Fausto y a Elena. - El coro se tiende en la hierba)

FORKYAS.- No sé cuánto tiempo hace que duermen las jóvenes; me veo obligada a despertarles. Grande será el asombro de esa joven raza, así como también lo será el suyo, barbudos que están sentados ahí abajo, esperando la explicación del prodigio; sacudan sus trenzas, desperécense y escuchen.

EL CORO.- Habla, dinos el prodigio que acaba de darse.

FORKYAS.- Escuchen. En estas grutas y follljes se ha ofrecido abrigo, como a una pareja tierna y romántica, a nuestra jefe y nuestra reina.

EL CORO.- ¿Cómo?, ¿aquí?

FORKYAS.- Separados del mundo, me llamaron para el desempeño de apacibles funciones. Honrada con su confianza, estaba siempre a su lado, pero como conviene a un confidente, me ocupaba en diversos asuntos, buscando raíces, musgos, cortezas, para conocer la propiedad de cada cosa y ellos entre tanto se quedaban a solas.

EL CORO.- Cualquiera al oírte diría que son estas grutas espaciosas como el mundo y que contienen bosques, prados, riachuelos y lagos.

FORKYAS.- Hay en ellas salas, patios y profundidades insondables que he llegado a descubrir, por haber oído una estrepitosa carcajada en los profundos espacios. Vi a un niño que saltó del seno de la mujer para ir con el hombre, y desde el padre a la madre, empezando los halagos, las caricias de un loco amor, los alegres gritos y las tiernas expansiones. Un genio desnudo y sin alas saltó sobre la peña granítica, pero rechazándole el suelo, alcanzó al segundo o tercer salto, a tocar el techo de la gruta. Le gritó su madre: Puedes saltar como quieras, pero cuídate de volar libremente, porque no lo tienes permitido. Su cariñoso padre le aconsejó en el mismo sentido: En la tierra está la fuerza que va a empujarte hacia la región del aire; toca tan sólo el suelo con la punta del pie y como Anteo, hijo de la tierra, sentirás un nuevo ardor. Sigue el niño ejercitándose en la misma peña, hasta que al fin se dirige al borde de otra, sin pararse en ninguna parte, como globo que impulsa el viento, y desaparece de repente en la boca de un espantoso desfiladero. Todos lo creemos perdido: su madre se lamenta, su padre la consuela. Mira, ahora, ¡qué espectáculo! ¿Habría ahí tesoros ocultos? Ve cómo luce rico traje sembrado de flores y flotan a su alrededor bellas cintas; con la lira de oro en la mano, marcha alegre hacia el escarpado borde, como pequeño y verdadero Febo. A nosotros nos produce asombro y arrobados sus padres, se arrojan uno en brazos de otro. ¿Es una corona de oro o la llama de un genio sobrenatural lo que brilla en su frente? Nadie puede decirlo. Niño se ve ya en él que ha de ser un día modelo de belleza, como lo indica el ser hoy eco de eternas melodías; pronto van a oírle y admirarle.

EL CORO.- Hija de Creta, das a esto el nombre de prodigio, sin duda porque no habrás oído nunca la relación del poeta e ignoras las tradiciones de Jonia y de Helias, las ricas tradiciones de nuestros mayores. Todo lo que ves tan sólo es una pálida sombra de los dichosos tiempos de nuestros abuelos. Desde su llegada al mundo, demuestra ya con su soltura que no ha de haber ladrón que no le tribute culto. Roba astuto el tridente de Neptuno, la espada de Marte, el arco y la flecha de Febo, las tenazas de Vulcano y hasta el rayo de Júpiter, sin que le atemorice el fuego; lucha con el amor y lo derriba y en cambio a Ciprea el cinto de las caricias le roba.

(Sale de la gruta un canto melodioso y dulce; el coro presta atención y parece estar profundamente conmovido)

FORKYAS.- Oigan los dulces acordes y olviden las fábulas, así como también la raza de sus dioses, que ya no existe. Nadie quiere comprenderlos, por aspirar todos a tesoros de mayor precio: todo lo destinado a obrar en los corazones debe salir del corazón.

(Se retira hacia las rocas)

ELENA, FAUStO, EUFORIÓN, en la actitud descrita por Forkyas

EUFORIÓN.- Apenas oyen mis infantiles cantos y los colma la dicha. Ven mis saltos con cadencia y su corazón paternal se estremece.

ELENA.- Es el amor el más puro goce de la tierra, el amor acerca y une a una noble pareja; pero sólo puede proporcionar placeres divinos cuando forman una trinidad dichosa.

FAUSTO.- Nada nos falta ya: yo soy tuyo y tú eres de mi propiedad. Estamos unidos para siempre.

EL CORO.- Bajo la grata apariencia de ese niño, se enlazan las delicias de pasados siglos en feliz unión. ¡Ah! ¡Qué tierna es para mí esta unión!

EUFORIÓN.- Dejen que salte, permítanme brincar, que siento en mí deseo de llegar a lo alto, a la zona del aire.

FAUSTO.- Modera tu ardor y evita toda imprudencia. ¡Haz de modo, hijo querido, que tu caída no nos haga rodar hasta el fondo del desfiladero!

EUFORIÓN.- No quiero pertenecer más a esta tierra; libera mis manos, mis bucles y mis vestidos.

ELENA.- ¡Ah! ¡Piensa que nos perteneces, piensa en nuestras angustias! ¡No pierdas el bien que tú, yo y él hemos alcanzado!

EL CORO.- Temo que en breve se pierda esta unión.

ELENA y FAUSTO.- Calma, modera esos arranques sobrenaturales y alegra con tus puros gozos estos oteros.

EUFORIÓN.- Sólo por ustedes me reprimo.

(Se desliza entre el coro y lo hace bailar)

EUFRIÓN.- He aquí el modo con que me anuncio, alegre raza. Venga ahora la melodía, el movimiento y mi deseo se hará realidad.

ELENA.- Bien, muy bien; conduce a las bellas a la danza armoniosa.

FAUSTO.- ¡Cuándo acabará todo esto! Nunca han podido los juegos complacerme.

EUFORIÓN y EL CORO, se cruzan cantando y bailando.- Cuando haces balancear con gracia la pareja en tus brazos; cuando dejas flotar tu cabello; cuando tu pie se desliza, y aquí y allá los miembros se enlazan, logras entonces tu propósito y todos los corazones vuelan en busca del tuyo.

EUFORIÓN.- Ustedes son ágiles cervatillas. Yo soy el cazador, ustedes las gacelas.

EL CORO.- ¿Quieres tomamos? No te esfuerces; porque todas queremos abrazarte, imagen bella de nuestros ensueños.

EUFORIÓN.- Ha de ser a través de los bosques y las peñas. El bien de fácil logro me repugna y sólo me halaga el conseguido a fuerza completa.

ELENA y FAU5TO.- ¡Oh delirio! No hay esperanza de que se modere.

EL CORO, las jóvenes entran rápido.- ¡Qué pronto ha logrado su aventurado objetivo! ¡Con qué desdén arrastra a la más esquiva de nuestras compañeras!

EUFORIÓN, con una joven en brazos.- La llevo para forzarla a complacerme; veamos si logra la rebelde triunfar ante mis esfuerzos.

LA JOVEN.- Déjame: ya ves que tengo también decisión y esfuerzo; mi voluntad, como en ti, no se vence con facilidad. ¿Acaso me creías tu esclava? Ya que tanto confías en la fuerza de tu brazo, estréchame otra vez y verás cómo te transformo en un mar de llamas.

(Se enciende y empieza a arrojar fuego en el espacio)

EUFORIÓN, que procura eludir las Últimas llamas.- La mole de piedra y las malezas que me atrapan parecen ahogarme y, empero, soy joven y dedicado. El viento ruge y el mar brama abajo, y quisiera acercarme a uno y otro.

(Continúa encaramándose por la pelia)

ELENA, FAUSTO y EL CORO.- ¿Si querrás parecerte a los gamos? La idea de tu descenso nos congela de miedo.

EUFORIÓN.- Seguiré subiendo, pues ha de ser más extenso y diverso el país que descubro. Ahora sé donde estoy. En el interior de la isla, en el centro del país de Pelops, que participa de la tierra y del mar.

EL CORO.- ¿Estás en el bosque, en el monte y no puedes aún gozar de su calma ? Ven e iremos en busca de los pámpanos verdes que adornan los collados; ven y no nos faltarán higos y doradas manzanas. ¡Ah! Sé amable, ya que tan apetecible es el país donde resides.

EUFORIÓN.- Ustedes sueñan en el día de la paz, no me opongo. ¡Sueñe quien pueda! Guerra es mi consigna y el himno de la victoria será siempre mi canto.

EL CORO.- Todo el que en la paz extraña la guerra renuncia a la esperanza.

EUFORIÓN.- Tuvo este suelo muchos nobles hijos que volaron de peligro en peligro y que no vacilaron en derramar su sangre por ceñir la brillante aureola de la inmortalidad. ¡Ayudo a los que combaten!

EL CORO.- Ve cómo se ostenta en lo alto armado de punta en blanco y próximo a alcanzar la victoria.

EUFORIÓN.- Fuera de ondas y muros, basta a cada uno su conciencia; es el pecho del hombre un muro impenetrable. Quieren ser invencibles, peleen sin temor y verán que cada mujer es una amazona y cada niño, un héroe.

EL CORO.- Aunque oculta ya en el cielo, joh santa poesía!, no dejes de fulgir como estrella de fuego ni te alejes desde el Empíreo tu eterna morada, a los que no podrían vivir sin ti en el bajo suelo.

EUFORIÓN.- Ya no ves a un niño, sino al adolescente con su brillante armadura, reunido con los libres y los valientes, que no ignoran su voz. Marchemos, marchemos abajo, donde se abrirá el campo glorioso.

FAUSTO y ELENA.- ¡Apenas llamado a la vida, has visto el resplandor del día sereno; presa del vértigo que te controla, tiendes ya a lanzarte en la mansión del dolor! ¿Nada significamos para ti?

EUFORIÓN.- ¿No oyes el rugir de mar y al eco del valle repetir la voz del trueno? Ante las numerosas legiones que combaten por mar y tierra, se debe volar a la pelea, al dolor, al martirio, y la muerte debe ser nuestra consigna.

ELENA, FAUSTO y EL CORO.- ¡Qué horror! ¿Es la muerte tu ley?

EUFORIÓN.- ¿Debo ser indiferente? No, debo compartir el peligro y la fatiga.

LOS ANTERIORES.- ¡Orgullo y peligro! ¡Suerte fatal!

EUFORIÓN.- Dos alas se extienden, permite que emprenda el vuelo hacia donde el deber me indica.

(Se lanza a los aires, sosteniéndole por un momento su flotante vestido; su cabeza brilla y queda en su lugar un rastro de fuego)

EL CORO.- ¡Icaro! ¡Ícaro!

(Cae un hermoso joven a los pies de Elena y Fausto. Recuerda su rostro las facciones de un ser querido, pero el cuerpo se desvanece, la aureola sube como un cometa hacia las alturas, sin que quede de él en la tierra más que la túnica, el manto y la lira)

EUFORIÓN, voz de los abismos.- ¡Madre mía, madre mía, no me abandones con los reinos sombríos.

EL CORO, canto fúnebre.- ¡Ah! No te dejaremos solo, sin importar los sitios que mores, no habrá corazón que quiera separarse de ti; aunque no tuviéramos fuerza para gemir, cantaríamos tu envidiable destino, ya que así en los felices días, como en los tristes, tu canto y tu corazón fueron grandes. ¡Ah! Ni tu ilustre sangre, ni la fuerza superior que tenía, ni todas las otras cualidades que te hacían acreedor a la dicha, bastaron para evitarte el rigor de tu suerte. Tu generosidad ilimitada te hizo caer en el lazo fatal, después de haberte hecho romper los vínculos más sagrados y cuando al fin la reflexión logró moderar tu ardor, la fortuna te dio la espalda. ¿A quién sonríe por mucho tiempo? Modulen sus cantos; levanten sus cabezas abatidas, que volverá nuestra tierra noble a producir nuevos héroes.

(Pausa general, se detiene la mÚsica)

ELENA, a Fausto.- Lo que me sucede justifica con claridad aquello de la dicha y la belleza no pueden estar juntas por mucho tiempo. El lazo de la vida como el del amor quedan rotos; les doy un adiós y voy por última vez a lanzarme a tus brazos.

(Abraza a Fausto, desaparece el elemento terreno y sólo quedan el vestido y el velo en los brazos de Fausto)

FORKYAS, a Fausto.- Conserva todo eso; no te deshagas del vestido, aunque los demonios lo jalen para llevarlo al mundo subterráneo. Ya no se trata de perder a la diosa, sino de conservar ese vestido divino: aprovecha el favor sublime, invaluable, que ha de elevarte a las alturas sobre las cosas vulgares.

(El vestido de Elena se evapora, envuelve a Fausto y lo eleva a la región etérea. Forkyas recoge la túnica de Euforión, su manto y su lira, se adelanta hacia el proscenio y dice levantando aquellos despojos)

FORKYAS.- ¡Al menos he podido conservar esto! Me basta para consagrar al poeta y excitar la envidia entre la corporación y el arte: si no puedo dar talento, al menos he de presentar su traje o apariencia.

(Se sienta al proscenio bajo la columna)

PANTHALIS.- Compañeras, libres estamos de los encantos, de los fantásticos lazos de la vieja bribona de Tesalia, así como de aquel chirrido confuso y discordante que trastornaba al mismo tiempo oído y corazón. Bajemos al Hades, en busca de la reina, sigamos como fieles su huellas, la encontraremos en el trono del impenetrable.

EL CORO.- En todas partes están bien las reinas y hasta en el seno de Hades conservan su alto rango, mientras que nosotras, compañeras de los altos álamos y de los sauces infecundos, pasamos el tiempo quejándonos en los campos, y nuestro grito pesado y fantástico es como el de los murciélagos.

EL CORIFEO.- Todo el que no ha sabido adquirir un nombre ni aspirar una acción de nobleza y dignidad, pertenece a los elementos; por esto yo deseé estar con mi reina: no es sólo el mérito, sino la fidelidad también, lo que preserva al hombre.

(Se va)

TODAS.- Nuestros ojos han vuelto a ver la luz, si bien sentimos y sabemos que no somos ya personas sino seres. No volveremos al Hades, porque la naturaleza, en su eterna fuerza vital, tiene plenos derechos sobre nosotras.

UNA PARTE DEL CORO.- Nada tan agradable como el rico manto de la creación cubierto de verde y flores, cuando puede uno contemplarle al rumor del arroyo, al crujir del follaje estremecido por el viento de la tarde y sin perder ni una sola de las cadenciosas notas que forman la armonía del universo, nuestra dicha crecerá cuando al caer del árbol el fruto, acudan al tropel los hombres y ganados para disputársele, no sin rendirnos antes un culto igual al de los dioses.

OTRA PARTE DEL CORO.- En nuestro límpido espejo se reflejan montes, árboles, sin que ninguno de los objetos en la extensión de nuestro curso deje de decir adiós. Si la voz potente de Pan, terror de la naturaleza, se levanta, sólo nosotras sabemos contestar; si él murmura, murmuramos; si ruge, rugen también nuestras ondas.

TERCERA PARTE.- Si es nuestro curso agitado por las pendientes de estas fértiles colinas y correremos apacibles regando los prados, los senderos, la llanura, el valle y hasta el pequeño jardín de la casita oculta entre el follaje. ¿Ves aquella copa del ciprés que se levanta en el fondo del paisaje? También se refleja en el espejo de nuestra corriente.

CUARTA PARTE DEL CORO.- Sigan libres su curso, mientras vamos nosotros serpenteando por el collado, donde madura la uva sobre el sarmiento que su peso inclina, por contemplar al viñador que infatigable pugna a pesar de su éxito dudoso. Luego comienzan a crecer los racimos y se agitan los pámpanos, sin que reine en todo el campo animación, hasta que puedan llenarse las costas y las haga crujir el peso de su contenido. Entonces cada cual se dirige a la cuba para derramar con sus pies el precioso líquido, que ha de acabar por calentarles a todos la cabeza; los sentidos se alteran con rapidez, por no haber pecho que no haga de tinaja para dar recibimiento digno al recién llegado.

(Cae el telón. Forkyas se levanta en el proscenio, arroja la máscara y el velo, y se presenta bajo la forma de Mefistófeles para censurar la pieza y comentarla a su manera)

Índice de Fausto de J. W. GoetheActo segundo de la SEGUNDA PARTEActo cuarto de la SEGUNDA PARTEBiblioteca Virtual Antorcha