Índice de Fausto de J. W. GoetheActo primero de la SEGUNDA PARTEActo tercero de la SEGUNDA PARTEBiblioteca Virtual Antorcha

FAUSTO

Acto segundo de la
SEGUNDA PARTE


UN CUARTO DE ARQUITECTURA GÓTICA DE TECHO ELEVADO, QUE FUE ANTES DE FAUSTO y TAL COMO CUANDO ÉL LO HABITABA.

MEFISTÓFELES, atrás de la cortina; mientras que él la levanta, Fausto está tendido en una cama.- Descansa, infeliz, en los lazos de amor: no es fácil que aquel a quien deslumbró Elena recobre pronto la razón. (Examinándolo todo). En vano miro; no noto cambio alguno, sólo me parece que los colores de los cristales tienen menos vida y que son más las telarañas; también la tinta se ha secado y el papel está oscuro, todo lo demás está en su lugar. Aquí está la pluma con que Fausto firmó su pacto con el diablo. Seca está ya en el tintero la gota de sangre que le saqué; es un tesoro que deseo de corazón termine en manos de un anticuario que sepa bien su oficio. El viejo ropón de pieles sigue colgado en el mismo clavo; ¡cuánto me recuerda mi alegre aventura de otro tiempo y las teorías que explicaba aquel muchacho que, joven ahora, se consume tal vez pensando en ellas. Deseo ponerme ese ropón caliente para convertirme nuevamente en doctor y pavonearme en la idea de infalibilidad. Los sabios son los únicos que saber darse aquella importancia, de la que hace tiempo el diablo perdió la costumbre.

(Sacude el ropón y saltan de él langostas y escarabajos de todo tipo)

CORO DE INSECTOS.- ¡Salud, viejo dueño! Revoloteamos zumbando alrededor porque te conocemos; tú por unidades nos sembraste en silencio y por miles venimos a bailar ahora ante ti. De tal modo se oculta la perfidia en el corazón, que es más difícil descubrirla que contar los piojos de esta vieja túnica.

MEFISTÓFELES.- ¡Con qué placer me sorprende la joven raza! Siembra y cosecharás; por más que sacuda esta antigua alhaja, saltan siempre algunos. Vuelen, hijos míos, vayan y aniden en los rincones, ahí entre antiguas cajas, allá entre amarillentos pergaminos, en cascos polvosos o en los ojos de las calaveras. En mundo de confusión y de inmundicia, debe vivir el grillo eternamente. (Se cubre con el ropón de pieles). Ven a cubrir otra vez mis hombros, puesto que soy aún doctor. Pero no todo consiste en darme este nombre y es necesario saber dónde están los que deben reconocerme así.

(Agita la campanilla y a su sonido agudo y vibrante retiemblan las paredes y se abre las puertas con gran ruido)

EL CRIADO llega por un corredor oscuro, con tambaleas.- ¡Qué espantoso ruido! La escalera se estremece, las paredes tiemblan y a través de los mil colores de los cristales, veo brillar los rayos que rasgan las nubés en medio de una tempestad deshecha. El techo se colapsa, la cal se derrite y la puerta, bien cerrada, cae en astillas por fuerza sobrenatural. ¡Qué horror! ¡Veo a un gigante envuelto en la vieja túnica de Fausto y ante él mis piernas se doblan! ¿Debo huir y permanecer aquí? ¡Ah! ¿Qué será de mí?

MEFISTÓFELES, haciéndole una señal.- Acércate, amigo mío. ¿Nicodemus es tu nombre?

EL CRIADO.- Alto y noble señor, mi nombre es Oremus.

MEFISTÓFELES.- Dejemos eso.

EL CRIADO.- ¡Me alegro de que me conozca!

MEFISTÓFELES.- Bien lo sé, viejo escolar. Un sabio continúa siempre el estudio porque no es capaz de hacer algo más. ¡En verdad es tu amo un hombro prodigioso! ¿Quién no conoce al doctor Wagner, hoy primero del mundo? Él solo sostiene todo, él es quien aumenta los tesoros de la ciencia; todos los deseosos de saber se reúnen a su alrededor; sólo él brilIa en la cátedra; él es quien dispone de las llaves de la ciencia y quien abre los mundos superior e inferior. No hay gloria digna de su gloria y su fulgor; ha eclipsado hasta el mismo nombre de Fausto. Todo lo ha arreglado.

EL CRIADO.- Perdóneme, gran señor, que lo contradiga, sepa que la modestia fue parte de su patrimonio. No puede soportar la increíble desaparición del grande hombre, en cuyo regreso pone su esperanza y consuelo. Este cuarto, tal como estaba en tiempo del doctor, aguarda aún a su antiguo dueño. Apenas me atrevo a entrar en él. ¿Qué podría haber en esta hora? Las paredes tiemblan y las puertas se han abierto y sin esto ni siquiera usted mismo hubiera podido entrar.

MEFISTÓFELES.- ¿Dónde habrá podido meterse este hombre? Llévame con él o haz que venga.

EL CRIADO.- ¡Ah! Su prohibición es severa y no me atreveré a desobedecer. Ocupado en la grande obra ha vivido durante muchos meses en el retiro más profundo: a ese hombre, el más limpio de todos los sabios, le tomarías ahora por carbonero, pues su rostro está ennegrecido y sus ojos encendidos por el fuego del hornillo, al pie del cual se consume sin descanso.

MEFISTÓFELES.- No se negaría a recibirme, soy hombre capaz de asegurar su empresa.

(Sale el criado y Mefistófeles se sienta con gravedad)

MEFISTÓFELES.- Apenas en mi puesto, veo ya un huésped que no me es desconocido; pero por esta vez pertenece a los más furiosos.

UN BACHILLER entra con ímpetu por el corredor.- ¡Abiertas encuentro las puertas! Hace esto esperar que el viviente no permite se le entierre como muerte en el polvo, ni que consienta consumirse y morir en vida. Estas paredes tiemblan y se inclinan hacia la ruina: atendamos para que no nos aplaste su caída. Soy tan audaz como pueda otro hombre en el mundo, pero no me atrevería a dar otro paso. ¿Qué más puedo aprender? ¿No fue en este lugar donde hace tantos años, cándido imberbe, vine a oír con la mayor confianza las lucubraciones de aquel viejo para ilustrarme con sus fábulas? A su antojo se podía hacer un tráfico con la ciencia de sus antiguos libros desperdiciando su vida y la nuestra. Es posible que aún vea sentado en el sofá del fondo a uno de aquellos hombres engañadores. A medida que me acerco su aspecto me sorprende; él es, sentado y envuelto en su ropón de pieles, como cuando lo vi por última vez. En verdad me parecía mucho más robusto; no podía aún entender pero hoy no me pillará; alerta debo estar. Antiguo dueño, si las turbias ondas del Leteo no ha sumergido en su totalidad tu cabeza calva, reconoce en mí al discípulo de otro tiempo, al escolar que ha pasado de la disciplina académica. Te encuentro como te vi, pero yo soy otro hombre.

MEFISTÓFELES.- Celebro que te haya atraído hasta aquí mi campanillazo. Había formado de ti una gran opinión, que no creo haya sido desmentida; la oruga y la crisálida dejan ya entrever la brillante mariposa que está por nacer. Entonces fijabas tu gloria infantil en el pelo rizado y en la gorguera. Si no me equivoco, nunca te vi tener el pelo largo. El gorro sueco con que hoy te veo te da un aire decidido que no te permite hablarme con el respeto de otro tiempo.

EL BACHILLER.- Mi antiguo maestro, es verdad que estamos en el mismo sitio, pero no debes ignorar que los tiempos han cambiado; así que evita las palabras de doble sentido, porque nuestra cortesía es mucho mayor que antes. ¡Cuánto te complacías entonces en burlar la credulidad de aquellos jóvenes francos y leales! Pero lo que no tenía entonces mucho reconocimiento nadie se atrevería ahora a intentarlo.

MEFISTÓFELES.- Siempre que se dice a los jóvenes la verdad pura, se indispone con ellos: después, transcurridos los años, cuando la han aprendido con dureza a su costo, creen haberla inventado y deciden que el maestro era un estúpido.

EL BACHILLER.- Quizá un taimado, ¿por qué dónde se halla a un maestro que nos diga la verdad completa? Cada quien la aumenta o disminuye.

MEFISTÓFELES.- En verdad no hay para aprender más que una edad; al paso que para enseñar, hasta tú me pareces estar dispuesto: te han bastado algunas lunas y varios soles para lograr la plenitud del saber.

EL BACHILLER.- ¡La obra de la experiencia es sólo espuma y humo! ¿Y quién no nace como nace el genio? Confiesa que todo cuanto se ha llegado a saber no vale la pena que ha costado aprenderlo.

MEFISTÓFELES.- Hace tiempo que opino lo mismo; antes era un loco y ahora me creo un imbécil y tonto.

EL BACHILLER.- Mucho me alegra oírte hablar con tal acierto, pues eres el primer viejo ingenuo que conozco con sentido común.

MEFISTÓFELES.- Iba en busca de un montón de oro escondido y no he levantado más que escombros.

EL BACHILLER.- Confiesa que tu cabeza calva no vale mucho más que los cráneos vacíos que veo ahí.

MEFISTÓFELES, con aire franco y atento.- En verdad, amigo mío, que eres rudo.

EL BACHILLER.- La cortesía se considera en Alemania una mentira. Es para mí una presunción ridícula que después de haber alcanzado la edad miserable en que el hombre no vale nada, se quiera todavía ser algo. La vida está en la sangre, ¿puede ésta circular ahora como en la juventud? Entonces está en toda su fuerza y hace brotar una nueva vida de la vida misma; todo en aquella edad se agita y sólo entonces se puede hacer algo. La debilidad sucumbe y la fuerza avanza; mientras nosotros hemos conquistado medio mundo, ¿qué es lo que han hecho ustedes? Concebir planes cuyo destino era ser siempre proyectos porque no se podían realizar. Es la vejez una calentura lenta y fría. Pasados los 30 años, más valdría morir.

MEFISTÓFELES.- Nada puede el diablo rebatir a esto.

EL BACHILLER.- No hay otro diablo que el que yo admito.

MEFISTÓFELES, aparte.- ¡Procura que no te dé pronto una zancadilla!

EL BACHILLER.- ¡Invocación santa de la juventud! El mundo no existía antes de que yo lo formara; yo hice brotar el sol del seno de las ondas e iniciaron conmigo su curso las vueltas de la tierra. El día comenzó a brillar en mi camino, a mi llegada se cubrió la tierra de flores y ante una señal mía surgió en la primera noche el cielo colmado de estrellas. ¿Quién, sino yo, leyó los libros de las tristes preocupaciones en que vivías? Sigo con libertad los impulsos de mi fantasía, recorro con alegría el camino que me traza una luz interna, viendo la claridad ante mí y detrás de las tinieblas.

(Se va)

MEFISTÓFELES.- ¡Hombre único en tu orgullo! Cuál sería tu desilusión si pudieras hacerte esta sencilla pregunta: ¿Quién puede tener una idea, sabia o necia, que no se haya concebido ya?


UN LABORATORIO
Estilo de la Edad Media; aparatos confusos y sin forma para experimentos

WAGNER, junto al hornillo.- Un fuerte campanillazo hace temblar las paredes ennegrecidas por el hollín; no podía durar la certidumbre acerca de un resultado tan solemne. Empiezan a dispersarse las sombras; comienza a brillar algo en el fondo del recipiente, que parece un carbón viviente o un carbúnculo magnífico del que brotan mil brillantes colores en medio de la oscuridad. Aparece una luz pura y blanquecina, ¡ojalá que esta vez no se extinga! Dios mío ¡qué ruido en la puerta!

MEFISTÓFELES, que entra.- Salud; vengo como amigo.

WAGNER, con ansiedad.- Salud al que se presenta con tanta oportunidad. (En voz baja). Procura retener hasta el aliento porque cerca está a cumplirse la gran obra.

MEFISTÓFELES, en voz baja.- ¿De qué se trata?

WAGNER.- Va a formarse un hombre ...

MEFISTÓFELES.- ¿Un hombre? ¿Entonces tienes una tierna pareja en tu chimenea?

WAGNER.- ¡Dios me libre! El antiguo modo de engendrar es reconocido por nosotros como una broma. El punto de donde brotaba la vida, la fuerza que se emitía de su interior que recibía y transmitía, destinada a alimentarse primero de sustancias próximas y después de sustancias eXtrañas, ha perdido ya toda su importancia y dignidad. Si el animal encuentra placer en ello, el hombre de nobles cualidades debe tener un origen de más nobleza y pureza.

(Volviéndose al hornillo)

WAGNER.- ¡Ve cómo brilla! Es necesario acordar que si, con la mezcla de 100 materias diferentes, logramos componer con facilidad la materia humana, encerrarla en un alambique, destilarla como es debido, es indudable que podrá consumarse la obra en secreto.

(Una vez más volteando hacia la lumbre)

WAGNER.- Tratamos de hacer un experimento acerca de los hasta ahora llamados misterios de la naturaleza y de operar por medio de la cristalización lo que ella antes realizaba.

MEFISTÓFELES.- La experiencia se debe a la edad y nada hay nuevo en la tierra para el que ha vivido largos años; de mí sé decir que he encontrado en mis viajes hombres cristalizados.

WAGNER, sin perder de vista el recipiente.- Esto sube y brilla y en breve quedará la obra terminada. No hay gran proyecto que en un principio no parezca incoherente; actuando así, es imposible que el hombre pensador no pueda formar en lo sucesivo un cerebro bien ordenado.

(Contemplando el recipiente con amor)

WAGNER.- El cristal ya vibra agitado por fuerza admirable; el conjunto se enturbia. Ya veo en forma elegante un hombrecillo que empieza a gesticular. ¿Qué más podemos desear? ¿Qué es lo que podrá ahora el mundo exigir? Está revelado el misterio de la luz del día: presten atención, la vibración se convierte en voz y habla.

HOMUNCULUS, a Wagner desde el fondo del recipiente.- Buenos días, papá. Ven a abrazarme con amor contra tu pecho, pero no con fuerza a fin de que el cristal no se rompa. Tal es la propiedad de las cosas; para lo natural apenas basta el universo; lo artificial exige espacio reducido.

(A Mefistófeles)

HOMUNCULUS.- ¿Tú también aquí, buena pieza? Primo mío, el momento es adecuado y te doy las gracias, pues una buena estrella te guía hacia nosotros. Ya que vine al mundo voy a obrar y a prepararme, claro está, para la gran obra; a tu destreza ápelo para que me muestres la ruta que debo tomar.

WAGNER.- Mi confusión era grande siempre que jóvenes y ancianos venían a asediarme con sus dificultades. Nadie había podido aún comprender cómo el alma y el cuerpo, que cualquiera creería indisolubles, podían estar en continua lucha al grado de imposibilitar su existencia y después ...

MEFISTÓFELES.- ¡Basta! Preferiría preguntar por qué el hombre y la mujer están tan en desacuerdo; he aquí, amigo, una pregunta que nunca podrás responder en forma satisfactoria.

HOMUNCULUS.- ¿Qué exiges de mí?

MEFISTÓFELES, sin desviar la vista del recipiente.- Eres en verdad un pillo admirable.

(Se abre la puerta lateral y se ve a Fausto tendido en su lecho)

HOMUNCULUS, asombrado.- ¡Ah!

(El recipiente se desliza de las manos de Wagner, va flotando sobre Fausto y se ilumina)

HOMUNCULUS.- Contemplo las aguas límpidas y espesos zarzales, junto a los que hay mujeres adorables que se quitan sus gasas. Una hay sobre todo entre ellas que descubre su origen heroico y hasta divino. Sienta su planta en el espejo transparente y la grata llama que da aliento a su noble cuerpo se calma en el cristal de las ondas. ¡Pero qué repentino rumor de alas azoradas se oye bajo la límpida superficie! Las jóvenes huyen asustadas, la reina se queda sola y con la altivez y placer femeninos pintados en los ojos contempla al príncipe de los cisnes que, tímido y emprendedor en un tiempo, se le acerca de hinojos. De repente se eleva una nube que tiende su vuelo sobre la más tierna de las escenas.

MEFISTÓFELES.- Aunque pequeño, eres un visionario; pero yo nada veo.

HOMUNCULUS.- No me extraña que no veas nada, hijo del Norte, tú que naciste en la época de las tinieblas, en los oscuros tiempos de la caballería y del monarquismo. ¿Cómo puedes ver con claridad cosa alguna? Sólo debes estar en las tinieblas.

(Mirando alrededor)

HOMUNCULUS.- ¡Una masa de piedra negra, enmohecida, repugnante, baja y abovedada en forma de arco! Hay en los bosques arroyos transparentes, cisnes y bellezas descubiertas. ¿Cómo podría uno acostumbrarse aquí? Yo, el más fácil de los seres, no me puedo contener. ¡Es hora de avanzar!

MEFISTÓFELES.- Todo en esta expedición me favorece.

HOMUNCULUS.- Guía al guerrero al combate y a la joven al baile. Aquí está, precisamente, la clásica noche de Walpurgis y esto es lo mejor que podía darse para ponerle otra vez en su elemento.

MEFISTÓFELES.- En mi vida había oído tal cosa.

HOMUNCULUS.- Satán, tu país predilecto está en el Noroeste; pero esta vez nos dirigimos hacia el Sur. En vasta llanura por donde corre libremente el Peneios, rodeado de árboles y zarzales, formando húmedas bahías, se extiende la antigua y moderna Farsalia coronando la cima de la montaña.

MEFISTÓFELES.- Retrocedamos porque no quiero presenciar la lucha entre la tiranía y la esclavitud, que me aterra, porque apenas concluida, vuelve a comenzar con más escarnio que antes, sin que ninguno de los contendientes sepa lo que es ser víctima de Asmodeo, que le contempla de pie colocado tras él. Dicen batirse por la libertad y es una lucha entre esclavos.

HOMUNCULUS.- Deja a los hombres su carácter rebelde y que cada quien se defienda como mejor pueda, que el niño acabará por convertirse en hombre. Sólo se trata de saber cómo puede lograrlo y si tú tienes una forma, ponla aquí mismo en práctica; si no la tienes, deja que me encargue de proporcionársela.

MEFISTÓFELES.- Podría usarse el ensayo de Brocken, si no estuvieran abiertos los cerrojos del paganismo. Nunca valió gran cosa el pueblo griego; sólo pudo deslumbrar por medio de la libertad de los goces sensuales y atraer el corazón del hombre a pecados alegres, mientras que los nuestros son como tenebrosos.

HOMUNCULUS.- Tu franqueza me sorprende y al hablarte de los hechiceras de Tesalia me parece haberte dicho algo trascendente.

MEFISTÓFELES, con codicia.- Hace tiempo que sé de las hechiceras de Tesalia y no creo que me conviniera pasar algunas noches con ellas; sin embargo, decido visitarlas.

HOMUNCULUS.- Tiende aquí la capa alrededor del caballero y verás cómo hasta aquí te conduce a uno y otro, mientras que yo voy a antecederte y a ser tu guía.

WAGNER, angustiado.- ¿Y yo?

HOMUNCULUS.- Tú permanecerás en casa para emprender otra obra de mucho más importancia. Revisa los viejos pergaminos, junta los elementos de la vida, clasifícalos como es debido, sin olvidar meditar la causa y sobre todo el medio. Mientras tanto yo recorro una pequeña parte del mundo y quedará asegurado el éxito de nuestra gran ambición. Todo debe darse en justa recompensa: oro, honor, gloria y hasta quizá también la ciencia y la virtud. Adiós.

WAGNER, con aflicción evidente.- Adiós, tu despedida me desgarra el alma: mucho temo no volver a verte.

MEFISTÓFELES.- Dirijámonos ahora al Peneios. Al final siempre dependemos de nuestros propios actos.

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