Índice de Fausto de J. W. GoetheCuarta parte de la PRIMERA PARTEActo segundo de la SEGUNDA PARTEBiblioteca Virtual Antorcha

FAUSTO

Acto primero de la
SEGUNDA PARTE


UN SITIO AGRADABLE
FAUSTO, acostado sobre el cesped con flores, cansado, inquieto, tratando de dormir. Crepúsculo.
Legión de espíritus flotando en la atmósfera y de formas graciosas

ARIEL, canta con acompañamiento de arpas melodiosas.- Si el manto de la primavera al descender del cielo se extiende por los valles y colinas; si brillan las doradas mieses a los ojos del labrador satisfecho; si, en fin, parecen renacer en todo lugar la animación y la vida, marchan por enjambres los pequeños elfos a donde el dolor les llama, para dar consuelo a cada corazón sufrido. Nada les importa que sea éste inocente o culpable porque todos tienen el mismo derecho a su piedad. Ustedes, los que forman a su alrededor un círculo aéreo, elfos queridos, dejen esta vez bien sentado el honor de su nombre. Intenten calmar el ardor de su alma inquieta, desvíen de su corazón el dardo cruel del remordimiento y alejen de su espíritu los terrores de la vida del hombre. La noche, tranquila, que se desliza en su carro de cuatro estaciones, tiene que hacer cuatro pausas y deben procurar que no sufra en ellas retardo ni olvido. Coloquen su cabeza en cojines de rosas y báñenla en las olas del Leteo para que su cuerpo recupere la salud en el apacible sueño que la impulsa hacia la aurora. Luego cumplirán la más grata de todas sus obras al abrir sus párpados a la luz del cielo.

CORO.- A la manera que el prado ondula al fresco ambiente que inclina las flores, desciendan en el crepúsculo, dulces aromas y cálidos vapores, y murmúrenle al oído dulces palabras, mezan su triste corazón y sus sentidos en el blando descanso de los niños y con sus dedos rosados puestos en sus párpados con amor, ciérrenle las puertas del día. Pero llega la noche y la estrella de fuego está en las nubes con su hermana santamente enlazada. Luces resplandecientes, fosfóricas, se deslizan y brillan en el cenit, y rielan en las aguas transparentes del lago que las refleja, o tiemblan en el seno de la noche; mientras que la luna tranquila y serena se eleva y reina como soberana sobre el lago y el valle sin detenerse hasta sellar con su disco el cielo a nombre del mundo la calma, la paz, el reposo y la felicidad. También pasa aquella hora misteriosa y con ella el eco del gozo y de la pena. Presiente el momento de volver a la vida y de esperar en paz el nuevo día. El sol vuelve a dorar las altas cumbres sobre las que se apiñaban poco antes las nubes para disfrutar mejor el reposo en que estaba la creación sumida y como por encanto se disipan todos los vapores que cubrían la tierra. Para hacer que vuelva a revelársele la vida con toda su magnificencia vuelve la mirada hacia el sol y despréndete al despertar de entre las alas de tu débil sueño. Ten valor y ocupa pronto tu puesto, mientras que el pueblo piensa en decidirse y cambia y espera y muere sin atreverse a imitar el corazón enorme que le traza la ruta que debe seguir.

(Un gran estruendo anuncia la salida del sol)

ARIEL.- Escuchen todos la hora sonora y no perderán ni un solo de los agradables rumores con que la naturaleza acoge a la naciente aurora; regocíjense, espíritus aéreos, con el nuevo sol que asoma. Las puertas de las peñas y de los montes se abren y rechinan sobre sus goznes y Febo se lanza al espacio abriendo en él con su carro de luz deslumbrantes surcos y todo en el mundo se agita al primer fulgor de sus rayos. Elfos, vayan a ocultarse en el fondo de las tinieblas, entras las húmedas rosas, y miren que si llega a alcanzarlos el menor de sus rayos, quedarán sordos para siempre.

FAUSTO.- Mis venas baten con fuerza vital recién adquirida para saludar al crepúsculo aéreo. Tierra, tú también has sido constante esta noche y respiras a mis pies con un nuevo ánimo total. Empiezas a arrullarme con mil voluptuosidades y produces en mí la decisión de aspirar sin cesar a más noble vida. El mundo, envuelto en los vapores del crepúsculo, comienza a despertar; alegre el bosque repite los ecos sonoros de una vida múltiple; se exhala la niebla después de haberse tendido en el valle y la celestial claridad desciende a las profundidades mientras las flores y las ramas dobladas por el rocío se elevan del vaporoso seno del abismo en que dormían sepultadas. Los colores se destacan del fondo en que la flor y la hoja sueltan trémulas perlas y el mundo alrededor mío se convierte en un edén.

Las cumbres enormes de los montes anuncian ya la hora solemne, gozando de la luz eterna que sólo más tarde desciende hasta aquí; nueva claridad inunda las verdes laderas de los Alpes y penetra poco a poco hasta la más honda cañada para derramar su luz a raudales. ¡Ah! ¡Deslumbrado ya, oblígame el dolor a retirar la mirada! Así la esperanza inexpresable a fuerza de constancia se eleva al nivel de un deseo sublime y ve ensanchársele de repente la ruta que ha de llevarle a su cumplimiento. Mira cómo se agita ahora un mar de fuego en eternos abismos. Grande es nuestro asombro, pues veníamos a encender la antorcha de la vida y de todas partes nos envuelve un torrente de fuego. ¿Es el amor el odio que nos oprime con los lazos del color y del placer al grado de hacernos bajar la vista a la tierra para ocultarnos con el velo de nuestra primera inocencia? Siempre contemplo con gozo mayor la cascada que muge en la roca y forman sus aguas al rodar nubes de espuma en el aire, que al primer rayo del sol se convierten en un hermoso arcoiris. Al ver que tan rápido ese arco se destaca puro, cómo desaparece del todo en los aires y forma alrededor un vaporoso estremecimiento, ¿no es cierto que parece la imagen de la vida humana?


EL PALACIO IMPERIAL
LA SALA DEL TRONO
El consejo de Estado esperando al emperador.
Suenan clarines. Los cortesanos visten espléndidos trajes.
El EMPERADOR ocupa el trono con el ASTRÓLOGO a su derecha.

EL EMPERADOR.- Salud a mis fieles amigos. Veo que el sabio está a mi lado, ¿pero dónde está el bufón?

UN HOMBRE GENTIL.- Estaba hace un momento detrás de tu manto cuando empezó a dar volteretas por las escaleras. Después se han llevado la masa enorme sin saber si había muerto o si era un difunto de taberna.

SEGUNDO HOMBRE GENTIL.- Con rapidez que raya en prodigio, se ha presentado otro a ocupar su lugar y viste ricos trajes que por lo fantástico crean la admiración de todos. Los guardias han querido impedirle la entrada. Aquí tiene al bufón temerario.

MEFISTÓFELES, que se pone de rodillas ante el trono.- ¿Quién es el que es siempre maldito y siempre bien recibido? ¿Qué es lo que se quiere con ardor y a pesar de ello se rechaza? ¿Qué es lo que todos tornan bajo su protección? ¿Qué es lo que siempre se critica y acusa con crueldad? ¿Quién es el que no debe nunca invocarse y aquel cuyo nombre se oye siempre con gusto? ¿Quién es el que se acerca a las gradas de tu trono? ¿Quién es el que se desterró a sí mismo?

EL EMPERADOR.- Los enigmas no están de moda aquí. Explícate si quieres complacerme. Temo que mi viejo bufón haya emprendido el gran viaje; ven entonces a ocupar su lugar conmigo.

(Mefistófeles sube las escaleras del trono y se pone a la izquierda del emperador)

MURMULLOS ENTRE LA MUCHEDUMBRE.- ¡Nuevo bufón, nuevo tormento! ¿De dónde habrá salido? ¿Cómo ha podido llegar hasta este lugar? ¿Ha caído el antiguo? Era un barril. Ahora éste es una espátula.

EL EMPERADOR.- Sean bienvenidos; una estrella propicia los reúne; los astros nos auguran felicidad y salud. ¿Pero por qué estos días libres de todo cuidado consagrados al carnaval, estos días en los que el único pensamiento es gozar, hemos de pasarlos en consejo? Ya que ustedes lo juzgan conveniente hágase su voluntad.

EL CANCILLER.- La virtud circunda la frente del emperador y sólo él puede practicarla con dignidad, la justicia, sólo él puede concederla a la gente. ¿Pero de qué sirven la inteligencia espiritual, la bondad del corazón y el vigor del brazo, si una fiebre abrasadora mina al estado hasta sus cimientos y si el mal engendra mal? Cualquiera que desde esos altos picachos mire sobre este reino, creerá ver cruzar por él espantosos monstruos; uno se apodera de un rebaño, otro de una mujer, otro roba el cáliz, la cruz o los candelabros del altar, y los vemos plácidos y gozosos con el fruto de su robo durante años y años. Cuando llegan las quejas hasta el tribunal y el juez se decide a sentenciar, empieza el raudal revolucionario a rugir con un espanto mayor y mayor; porque quien se apoya en sus cómplices puede presumir de sus crímenes y sólo se pronunciará la palabra culpable contra el inocente que queda sin defensa. ¿Cómo quieren que se generalice el único instinto que nos lleva al bien? El hombre de intenciones honestas se deja tentar por la adulación o por un interés egoísta y cuando el juez no castiga, acaba por coludirse con el culpable. Negra es, en verdad, la escena que he descrito y siento el no encontrar colores más sombríos.

EL GRAN MAESTRE O JEFE DEL EJÉRCITO.- ¡Hay en estos días de desorden un tumulto terrible! Tan pronto uno mata como le matan; todos permanecen sordos ante la voz de mando. El paisano detrás de sus murallas y el noble en su nido de rocas parecen conspirar contra nosotros sin debilitar nunca sus fuerzas. El mercenario se impacienta, pide brusco su paga y seguro, si no se le debiera, pronto habría levantado el campo; y sin embargo, negarse a lo que todos piden es agitar un avispero. Está devastado el reino que debían soportar, se les deja gritar como energúmenos y recurrir a cada paso a la rebelión. Quedan abajo algunos reyes, pero ninguno quiere convencerse de que los ataques serán contra ellos.

EL TESORERO.- ¡Confíen en sus aliados! ¡Los subsidios que nos habían ofrecido empiezan a faltar! ¡En qué manos, señor, ha parado la propiedad de tus vastos estados! Además, no se puede ya contar con níngún partido, porque aliados y enemigos su simpatía o su odio son indiferentes: los güelfos como los gibelinos se ocultan para descansar. ¿Quién piensa ya en ayudar a su vecino? Bastante trabajo tiene cada quien. Las minas de oro se explotan, se escarba la tierra, se economiza, se atesora y nuestras arcas siguen secas.

EL MARISCAL.- ¡Ah! ¡También a mí me abate el malestar general! Siempre queremos economizar y gastamos más, y mientras mi inquietud aumenta: el cocinero aún no se ha resentido en lo más mínimo, porque los jabalíes, los ciervos, las liebres, los gamos, los pavos, los patos y las rentas fijas no escasean; empieza a faltarnos el vino. Si antes en las bodegas se apilaban los barriles llenos del mejor vino, la sed insaciable de los grandes ha consumido hasta la última gota. El municipio también ha debido abrir su casa; ni el copón, ni el jarro de estaño, nada han olvidado los convidados al sentarse a la mesa y luego soy yo quien debe satisfacerlo todo. El judío es intratable, pues inventa anticipas de todas clases que nos obligan a gastar de antemano las anualidades que deben transcurrir; los cerdos no engordan, los colchones de nuestras camas empeñados están y hasta el pan de nuestra mesa lo hemos comido ya por adelantado.

EL EMPERADOR, después de un momento de reflexión, dirigiéndose a Mefistófeles.- Y tú loco, ¿no sufres de alguna miseria?

MEFISTÓFELES.- ¿Yo? Nínguna al ver la gloria que a tí y a todos los tuyos rodea. Nunca la confianza faltará ahí donde es un rey absoluto el que reina, ahí donde hay un poder siempre dispuesto a dispersar al enemigo, ahí donde priva la buena voluntad fortalecida por la inteligencia y la actividad múltiple. ¿Cómo unirse para el mal y las tinieblas, donde brillan tales estrellas?

MURMULLOS.- Es un pícaro que sabe muy bien el papel que ha de desempeñar y empieza a insinuarse por medio de la mentira. Tiene algún proyecto velado.

MEFISTÓFELES.- ¿Dónde no falta algo en el mundo? A uno le falta esto, a otro aquello, al de más allá dinero; pero con recato y saber, es posible sacar dinero hasta del fondo de los desfiladeros. En las entrañas de la tierra y en los cimientos de las casas hay oro puro y hasta acuñado, y si me preguntas quién podrá sacarlo a la luz del día, diré que la fuerza de la naturaleza y del espíritu del hombre talentoso.

EL CANCILLER.- ¡Naturaleza! ¡Espíritu! No es éste lenguaje propio de cristianos. A los ateos se les condena a la hoguera porque nada hay tan peligroso como sus palabras. La naturaleza es el pecado y el espíritu, el diablo: ambos engendran la duda, su hermafrodita monstruoso. ¡No vuelvan a decirse en este sitio semejantes herejías! De todos los antiguos estados del emperador, sólo han salido dos razas que sostengan con dignidad el trono: los santos y los caballeros. Ellos son los que hacen frente al peligro a cada tempestad política y en recompensa de sus servicios se reparten la iglesia y el estado. La resistencia que se les presenta sólo se debe a los sentimientos plebeyos de cuatro cabezas trastornadas: tales son los herejes y los brujos que corrompen la ciudad y el campo. Esto es lo que quieres tú introducir en este noble círculo con tu sarcasmo. Buscas los corazones corrompidos por la relación en que están los bufones.

EL EMPERADOR.- Nada de eso puede libramos del apuro en que estamos. ¿Qué es lo que pretendes tú ahora con tus homilías de cuaresma? Aburrido estoy ya de tu eterno sí y pero. Falta dinero: lo que importa es tenerlo.

MEFISTÓFELES.- Yo encontraré todo lo que pides porque es muy fácil, pero lo fácil es difícil. Todo duerme en la tierra y es posible alcanzarlo: en ellos consiste el talento. ¿Cómo hacerlo? Piensa en que cuando la época en que las olas humanas inundaban el país, el pueblo, en su espanto, ocultó debajo del suelo sus más preciosos tesoros. Lo mismo sucedía en los tiempos de la poderosa Roma. Todos esos inmensos tesoros están ocultos en el interior de la tierra y como la tierra es del emperador a él pertenece la riqueza.

EL TESORERO.- No se expresa mal. Tal era el derecho del antiguo emperador.

EL CANCILLER.- Satán acaba de tenderte un lazo de oro.

EL MARISCAL.- Mientras dé a la corte tesoros, me inclino a prescindir de todo.

EL GRAN MAESTRE DEL EJÉRCITO.- El bufón no es tonto.

MEFISTÓFELES.- Y si crees que te engaño, consulta al astrólogo: él lee en los círculos de la fortuna. Díganos lo que el cielo dice.

MURMULLOS.- Son dos solemnes pícaros y se han puesto de acuerdo. ¡Un bufón y un visionario cerca del trono! Recordemos el antiguo dicho: el loco sopla y el sabio habla.

EL ASTRÓLOGO habla y Mefistófeles sopla.- Hasta el sol es de oro puro. Mercurio, el mensajero, le sirve como un mercenario; la señora Venus los engaña a todos a pesar de sus continuas y dulces miradas. La púdica Febe tiene sus caprichos; Marte amenaza a todos y Júpiter será siempre el más espléndido. Saturno es grande pero tiene los ojos pequeños. Pero cuando la Luna se casa con el Sol, y el oro con la plata, todo el mundo embellece. Palacios, jardines, blancas gargantas, mejillas rosadas, es lo que nos proporciona el sabio.

EL EMPERADOR.- No estoy más convencido de lo que estaba antes.

MURMULLOS.- ¿ Qué importa? Si todo es farsa, charlatanería, alquimia. Y aunque por semejantes medios se nos diera algo, sería en nuestro detrimento.

MEFISTÓFELES.- ¡Así son todos! Se asombran y se niegan a creer en el gran hallazgo. Apostemos ahora a que pronto van a empezar a gritar contra el brujo desde que tengan comezón en los pies o comiencen los tropiezos. Todos ustedes sienten la ebullición secreta de la naturaleza eternamente activa y el serpenteo de la vida hacia el sol desde las profundidades subterráneas; así que cuando sientan cierta inquietud en sus miembros, cuando no puedas tenerlos de pie sin tambalear, cava con decisión y encontrarás oculto mi tesoro.

MURMULLOS.- Tengo los pies de plomo. Siento calambres en los brazos. Sufro un ataque de gota. Mi pulgar brinca. Ante tales indicios, debemos cavar la tierra en que estamos, sin duda riquísima en tesoros.

EL EMPERADOR.- ¡Manos a la obra ...! No te queda ya pretexto alguno, demuestra tus vanas palabras y enséñanos esas ricas minas. Estoy pronto a deponer mi cetro y mi espada y a ser el primero en empezar la obra con mis reales manos o a mandarte al infierno si es que nos engañas.

MEFISTÓFELES.- No creo que nadie tenga que indicarme el camino, pero no puedo menos que repetirte que hay tesoros ocultos en todo lugar. El labrador que abre un surco, retira con el terrón un jarro lleno de oro y ve llenas de oro las manos que la necesidad había endurecido. No hay cueva, abismo ni cantera, aunque limiten con los mundos subterráneos, donde no penetre el que siente el instinto del oro. En grandes cuevas bien guardadas ve una vajilla en el mayor orden, sin que falten antiguas copas adornadas de rubíes.

EL EMPERADOR.- Vamos, pues; empuja tu arado y haz que brille a la luz ese oro oculto de la oscuridad.

MEFISTÓFELES.- Toma el azadón y la pala y empieza tú mismo a cavar, pues el trabajo del labrador te ennoblecerá y verás salir del seno de la tierra una manada de becerros de oro. Podrás sin dudado adornarte, tú y la mujer de tu adoración, porque una brillante diadema realza la belleza.

EL EMPERADOR.- ¡Comencemos! ¿Cuánto tomará?

EL ASTRÓLOGO, repitiendo como antes lo que Mefistófeles le inspira.- Señor, controla tus deseos ardientes. Es mejor que decidamos antes con calma. Seamos dignos de una parte por alcanzar el todo.

EL EMPERADOR.- Pues bien, pasemos en alegría el tiempo que nos queda hasta que llegue el miércoles de ceniza. Mientras tanto, celebremos con más algarabía el fogoso carnaval.

(Suenan clarines)


JARDÍN. SOL DE MAÑANA
EL EMPERADOR Y su corte, hombres y mujeres, FAUSTO, MEFISTÓFELES vestido decentemente según el gusto del momento; ambos de rodillas.

FAUSTO.- ¿Perdonas, señor, el incendio de carnaval?

EL EMPERADOR, indicando que se pongan de pie.- Mucho me gustan las bromas de este tipo. Por un momento me vi en medio de una esfera hirviente y casi creí ser Plutón. Un abismo de tinieblas y carbón se inflamó de pronto y sólo vi ya desde entonces en las profundidades miles de raras llamas que se unían para formar una bóveda y cuyas puntas destruían una sublime cúpula siempre de pie y siempre desmoronándose. A través de las columnas del fuego veía agitarse a lo lejos numerosos pueblos que daban vueltas haciéndome el homenaje que me han impuesto siempre. Conocí a más de uno de mi corte y me parecía rey de las salamandras.

MEFISTÓFELES.- Y en efecto lo eres, señor, pues cada elemento reconoce tu poder infinito. Acabas de percibir que la llama es tu esclava; arrójate ahora al mar donde bramen las olas con más furor y apenas habrás puesto el pie en su suelo sembrado de perlas, verás formarse a tu alrededor un círculo espléndido. Verás hincharse olas verdes, ágiles y cubiertas de rojiza espuma que con vistosos juegos embellecerán tu morada. A cada uno de tus pasos surgirá un palacio. Los monstruos marinos se reúnen para presenciar el espectáculo tan nuevo como bello; ya comienzan a aparecer dragones de escamas de oro y muge el tiburón, al tiempo que tú ríes de él en su hocico. Cualquiera que sea el espectáculo que te ofrezca tu corte, nunca habrás contemplado una multitud igual. Tampoco faltarán rostros agradables; las Nereidas curiosas se acercan al magnífico palacio ubicado en el centro de la eterna frescura; las más jóvenes de ellas son tímidas y lascivas como los peces.

EL EMPERADOR.- ¿Qué feliz fortuna es la que te trae aquí sin transición de las Mil y una Noches? Si te pareces en la abundancia a Scherezada te prometo mi más grande favor. Procura estar siempre al tanto por si el mundo uniforme me es insoportable, como sucede a menudo.

EL MARISCAL, se adelanta precipitado.- Gracioso soberano, nunca hubiera creído poder darte en mi vida tan fausta noticia como la que me llena de alegría en tu presencia: la deuda está liquidada, todas las cuentas cumplidas, hemos dejado de ser víctimas de los usureros y no padezco más de los tormentos del infierno.

EL GRAN MAESTRE DEL EJÉRCITO, se presenta.- Todos los soldados han recibido su paga a tiempo; se reagrupa el ejército completo.

EL EMPERADOR.- ¡Cómo desaparece el ceño que marcaba tu frente! ¿A qué se debe la precipitación de tus actos?

EL TESORERO.- Pregunte a los que han logrado su objetivo.

FAUSTO.- Es el canciller quien debe explicar el asunto.

EL CANCILLER, adelantándose lento.- ¡Qué dicha la de mis últimos años! Al menos podré morir satisfecho. Escúchenme con atención y miren la gran página del destino que acaba de convertir en mal el bien.

(Lee)

Se informa al que desee saberlo, que vale ese papel mil coronas; se ha dado en garantía un buen número de bienes que habían desaparecido del reino. Se ha tomado todas las medidas para que el rico tesoro, una vez recuperado, sirva para la extinción del crédito.

EL EMPERADOR.- Adivino que existe algún delito, algún engaño terrible. ¿Quién ha falsificado mi firma? ¿Ha podido quedar impune tal crimen?

EL TESORERO.- Tú mismo lo firmaste esta noche; el canciller y yo te hablamos en estos términos: Consagra el placer de esta fiesta al bienestar del pueblo algunos rasgos de tu pluma, y lo has hecho con claridad. Luego miles de operarios los han reproducido al instante a millares y a fin de que el beneficio tuviera provecho para todos, hemos timbrado acto seguido documentos de toda clase de 10, de 30, de 50 y de 100. No puedes imaginar lo benéfico que es para el pueblo; ve si no tu ciudad, poco desolada y en brazos de la muerte, cómo recobra la vida y se estremece de júbilo. Hace mucho tiempo labra tu nombre la dicha mundial, pero nunca había sido pronunciado con tanto amor como hoy.

EL EMPERADOR.- ¿Reconocen mis súbditos el valor del oro puro? ¿El ejército y la corte admiten que se dé en pago? En este caso permitiré la circulación.

EL MARISCAL.- Imposible sería detener el papel en su vuelo, ya que es tan veloz como el rayo. La tienda de cambios está abierta y se cambia el documento en oro o plata con alguna rebaja, encaminándose todos desde ahí al mercado, a las panaderías y a las fondas. La gente no piensa más que en festines, se engalana con vestidos nuevos y el tendero corta y el sastre cose. El vino corre a raudales en las tabernas ante gritos de ¡viva el emperador! Y las ollas despiden humo y los asadores dan vueltas y los platos suenan.

MEFISTÓFELES.- No habrá ya necesidad de cargarse de bolsas y sacos, porque una pequeña hoja se lleva con facilidad en el pecho y hasta puede unirse con las cartas de amor. El sacerdote la lleva con piedad en su breviario y el soldado, para que sean más ágiles sus movimientos, trata de aligerar la cintura. Su majestad me perdone si parezco disminuir su gran obra apreciándola en sus menores ventajas.

FAUSTO.- La magnitud de los tesoros que dormida yace en las tierras de tus estados no da beneficio alguno; la imaginación más galana no podría concebir tal riqueza, ni la fantasía en su vuelo más elevado llegar a imaginarle.

MEFISTÓFELES.- ¡Es tan cómodo el que pueda semejante papel suplir al oro y las perlas! En todo momento se sabe todo lo que uno tiene y además no hay necesidad de pesarlo ni cambiar, y puede cada uno entregarse con libertad al amor y al vino. ¿Quiere un moneda? Lo cambia y se le da, y si falta metal se cava algún tiempo la tierra: se empeñan las alhajas y se tiene el papel amortizado con vergüenza de los incrédulos que de modo tan insolente se burlaban antes.

EL EMPERADOR.- Mereces bien de nuestro reino y que en lo posible sea la recompensa de proporción justa a tu servicio. Te confiamos el interior de las tierras de nuestros estados, por ser ustedes los más dignos custodios de los tesoros que contienen. Ustedes saben el secreto hondo que encierran y sólo en virtud de sus órdenes se realizarán las excavaciones necesarias. Podrán ahora ponerse de acuerdo pues son los dueños de nuestras riquezas: cumplan con fervor los deberes de su misión y hagan que los mundos superior e inferior se unan en feliz relación.

EL TESORERO.- No debe haber ya entre nosotros ni sombra de envidia y desde ahora tengo el gusto de ser colega del adivino.

(Sale con Fausto)

EL EMPERADOR.- A cualquiera que en mi corte colme de dones, quiero que antes me diga el uso que piensa hacer de ellos.

UN PAJE, al recibirlos.- Con ellos viviré feliz, contento y de buen ánimo.

OTRO.- Quiero llenar de joyas cuanto antes a mi amada.

UN CAMARERO.- Desde ahora voy a beber el doble del mejor vino.

OTRO.- Ya se agitan los dados en mi bolsillo.

UN SEÑOR ABANDERADO, circunspecto.- Yo voy a pagar las deudas que pesan sobre mi castillo y mis tierras.

EL EMPERADOR.- Confiaba hallar en ustedes fervor para emprender nuevas acciones. Veo que en el brillo de la riqueza son los mismos de antes.

EL BUFÓN, al llegar.- Ya que entregas bienes, convídame de ellos.

EL EMPERADOR.- ¡Cómo! ¿ Vives aún? Ahora mismo irías a gastar en vino.

EL BUFÓN.- Casi nada he entendido de los billetes mágicos.

EL EMPERADOR.- Lo creo, porque los empleas mal. Tómalos, son tu lote.

(Se va)

EL BUFÓN.- ¡5 mil coronas en mi poder!

MEFISTÓFELES.- Anda, corre.

EL BUFÓN.- Dime, ¿vale esto lo que el oro?

MEFISTÓFELES.- Con eso puedes tener todo lo que tu boca y vientre apetezcan.

EL BUFÓN.- ¿Y podré comprar una casa, ganado y terrenos?

MEFISTÓFELES.- Desde luego, si es que lo pagas bien.

EL BUFÓN.- ¿Y un palacio con bosques, caza y estanques?

MEFISTÓFELES.- ¡Me gustaría verte convertido en gran señor!

EL BUFÓN.- Desde esta misma noche voy a regocijarme en mis dominios.

(Sale)

MEFISTÓFELES, solo.- ¿Quién puede dudar ya del talento de nuestro bufón?


UNA GALERÍA OSCURA
FAUSTO y MEFISTÓFELES

MEFISTÓFELES.- ¿Por qué me traes a estos oscuros lugares? ¿No reina abajo la alegría y no hay entre esa gente cortesana bastantes motivos para la burla y la impostura?

FAUSTO.- No hables así, porque ese lenguaje, sobre ser ya antiguo, me es pesado al extremo. Ese vaivén continuo es sólo para evitar responder; el mariscal y el chambelán no me dejan un momento de descanso. El emperador quiere, y es preciso cumplir su deseo; contemplar a Elena y Paris, a la obra maestra del hombre y de la mujer, y verlos dotados de formas encantadoras. Manos a la obra, porque no puedo deshonrar mi palabra.

MEFISTÓFELES.- Locura ha sido ofrecer tal cosa.

FAUSTO.- Amigo mío, tú empezaste por no prever lo que había de pasar; hemos comenzado por hacerle rico y necesario nos es ahora darle diversión.

MEFISTÓFELES.- ¿Piensas tú que puede hacerse esto con tal facilidad? Estamos metidos en un camino mucho más áspero; imagina que te entregan las llaves de un tesoro increíble y que tú, con insensatez, acabas por contraer a la postre nuevas deudas. ¿Piensas que es muy fácil evocar a Elena como a esas simulaciones de papel moneda? En cuanto a brujas, espectros, fantasmas y enanos, estoy dispuesto a servirte con toda fidelidad; pero las comadres del diablo no pueden hacer las veces de heroínas.

FAUSTO.- ¡Ahí está tu cantinela interminable! Siempre se termina contigo en la incertidumbre, pues eres el padre de todos los obstáculos y por cada servicio exiges una nueva recompensa. Sé que con tan sólo murmurar entre dientes estará hecho; sé que en un abrir y cerrar de ojos tendré lo que deseo.

MEFISTÓFELES.- Nada tengo que ver con el pueblo pagano, porque habita su infierno particular ... Sin embargo, entreveo un punto medio.

FAUSTO.- Habla rápido.

MEFISTÓFELES.- Muy a pesar mío voy a revelarte el misterio sublime. Hay diosas augustas que no reinan en soledad, sin que haya a su alrededor espacio ni tiempo y no puede hablarse de ellas sin sufrir una turbación inefable. ¡Tales son las Madres!

FAUSTO, asombrado.- ¡Las Madres!

MEFISTÓFELES.- ¿Tiemblas?

FAUSTO.- ¡Las Madres! ¡Las Madres! ¡Me parece tan raro!

MEFISTÓFELES.- Y en efecto lo es, pues son diosas desconocidas a los mortales, que nunca nombramos nosotros con gusto. Irás a buscar su morada en los abismos, pues por tu causa es que las necesitamos.

FAUSTO.- ¿Cuál es el camino?

MEFISTÓFELES.- No lo hay a través de sendas que no han sido ni serán pisadas; no hay camino hacia lo inaccesible y lo impenetrable. ¿Estás dispuesto? No se han de forzar cerraduras ni rejas. ¿Te has hecho alguna idea del vacío y de la soledad?

FAUSTO.- Bien podrías ahorrarte esos rodeos, más propios para hacerse en la cueva de una bruja y en otros templos muy distintos a los nuestros. ¿No he tenido que estar en relación con la soledad, saber el vacío y a la vez enseñar a los demás? Al hablar según la razón, incurría en las mayores contradicciones y por ello tuve que buscar un asilo en la soledad y en el desierto, y por último entregarme al diablo por no vivir en total relegación.

MEFISTÓFELES.- Lánzate al océano, entiérrate en la contemplación de lo infinito y ahí al menos verás ir hacia ti las encrespadas olas, al dominarte el espanto ante el abismo entreabierto. Al menos podrás ver algo en las verdes profundidades del mar en calma y verás a los delfines deslizarse, las nubes, el sol, la luna y las estrellas; al tiempo que en el apartado y eterno vacío no verás nada, ni oirás el ruido de tus pasos, ni encontrarás un punto sólido para sostenerte.

FAUSTO.- Hablas como podría hacerlo el maestro a un fiel neófito. Me envías a la región de la nada para que mi arte y fuerza crezcan, y veo que en ella me tratas como el gato, para que te saque las castañas de la lumbre. Pero no importa, porque quiero ahondar en esto a toda costa y además pienso encontrar el todo en la nada.

MEFISTÓFELES.- Debo felicitarte antes de separarnos, pues noto que conoces a tu diablo. Toma esta llave.

FAUSTO.- ¿Para qué es?

MEFISTÓFELES.- Tómala y evita despreciar su efecto.

FAUSTO.- ¡Oh, prodigio! ¡Crece en mis manos, se inflama y veo brotar muchas chispas de ella!

MEFISTÓFELES.- ¿Empiezas a entender para lo que puede servir? Esta llave te mostrará el camino que debes tomar, ella te llevará hasta el punto en que estén las Madres.

FAUSTO, estremecido.- ¡Las Madres! Me provoca esta palabra el efecto del rayo. ¿Qué nombre es ese que yo no puedo oír?

MEFISTÓFELES.- ¿Tan cobarde eres que un nuevo nombre te trastorna? ¿Acaso no quieres oír nada más que lo que ya has oído? Cualquiera que sea el sonido de una palabra, no creo que pueda conmoverte tras haber visto tantas maravillas.

FAUSTO.- No busco dicha en la indiferencia y lo que más estremece al hombre es casi siempre lo que más le conviene. Por muy caro que el mundo haga pagar al hombre el sentimiento, se complace en su inmensidad.

MEFISTÓFELES.- ¡Desciende, pues! Igual podría también decir sube, porque lo mismo sería. Aléjate de lo que vive, lánzate al vacío de las sombras y goza del espectáculo de lo que hace mucho no existe. Agita la llave en el aire y trata de tenerla a cierta distancia.

FAUSTO, con transporte.- A medida que la oprimo, siento nacer en mí fuerza nueva y mi corazón animarse.

MEFISTÓFELES.- Un trípode incandescente te indicará que has llegado al abismo de abismos y verás a las Madres en su fulgor, unas sentadas y otras de pie o caminando, según estén al llegar. Rodeadas de todo tipo de criaturas, no notarán tu presencia porque sólo ven las ideas. ¡Que no te falte entonces valor, porque será grande el peligro! Ve directo al trípode y no olvides agitar la llave.

(Fausto levanta su llave de oro con decisión y solemnidad)

MEFISTÓFELES.- ¡Muy bien! El trípode se te adhiere y sigue como un fiel satélite. Subes calmo, la dicha te eleva y antes de que puedan echarte estarás de vuelta con tu conquista. Cuando hayas depuesto aquel trípode, evocarás desde el centro de las tinieblas al héroe y la heroína. Nadie hasta aquí había pensado en esa acción ... La acción estará consumada y tú serás el que habrá llegado a la cima.

FAUSTO.- ¿Y ahora?

MEFISTÓFELES.- Sólo debes pensar ahora en tu objeto subterráneo.

(Fausto desaparece)

MEFISTÓFELES.- ¡Ojalá que la llave dé buen resultado! Deseo ver si regresa.


SALAS CON ILUMINACIÓN ESPLÉNDIDA
EL EMPERADOR Y los PRÍNCIPES
La corte, con ansiedad absoluta.

EL CHAMBELÁN, a Mefistófeles.- Aún falta lo de la fantasmagoría; vamos, que el rey, mi amo, no desea esperar.

EL MARISCAL.- Eso era lo que pedía ahora mismo nuestro soberano. Sería ignorar lo que el rey merece el hacerlo esperar más.

MEFISTÓFELES.- Mi compañero se ha ido: ya sabe él cómo debe arreglarse y trabaja en silencio, en el retiro. Es preciso que se dedique a ello con entrega porque cualquiera que busque los tesoros y la belleza, debe apelar al auxilio de la magia de los sabios.

EL MARISCAL.- Poco importan las artes de las que debas echar mano: lo que quiere el emperador es que todo esté listo.

MEFISTÓFELES.- Ya comienzan las luces a oscurecerse en la sala y se conmueve la corte entera. Los veo desfilar por las lejanas galerías; ya se reúnen en el inmenso espacio de la antigua sala de los Caballeros. Las enormes paredes están tapizadas y hay en los nichos y los ángulos brillantes armaduras. Creo que podríamos evitar toda evocación, segUro los espíritus acudirían por voluntad a ella.


LA SALA DE LOS CABALLEROS
Luz tenue
EL EMPERADOR y la corte

EL HERALDO.- Los asientos y sillones están preparados y se hace sentar al emperador frente a la pared, para que observe a su antojo las batallas de los siglos pasados. Todos están colocados: el emperador y la corte a la redonda, las damas están al fondo. Y ahora que todos ocupan sus lugares, ¡salgan los espectros!

(Tocan los clarines)

EL ASTRÓLOGO.- Manda el maestro que el drama empiece en el acto; ábranse los muros, pues nadie lo impide, pues ha llegado la hora de la magia. Flotan los tapices como presa del incendio; la pared se estremece y se hiende, y parece brotar del abismo un gran teatro; nos alumbra a todos una claridad enigmática y subo al proscenio.

MEFISTÓFELES, mientras saca la cabeza por la concha del apuntador.- Desde aquí espero ganarme la aprobación del público.

(Al astrólogo)

MEFISTÓFELES.- Tú que sabes el círculo que recorren las estrellas, entenderás el sentido de las palabras que te dicte.

EL ASTRÓLOGO.- Mira lo milagrosamente que se levanta a nuestra vista un templo antiguo semejante al Atlas que sostenía en otro tiempo al cielo. Hay muchas columnas alrededor, número más que suficiente para aquella masa de granito, pues tan sólo dos podrían sostener un monumento gigantesco.

ARQUITECTO.- No entiendo por qué dices que es antiguo cuando es tan tosco y pesado. Se llama noble a lo vulgar. Yo estoy por la columna esbelta; el cenit ojival nos eleva el espíritu.

EL ASTRÓLOGO.- Saluden con respeto la hora que las estrellas conceden; que la razón vaya unida a la palabra mágica y que la fantasía soberbia levante el vuelo; miren lo que han deseado con tanto ardor; es un imposible y en el mismo grado más digno de fe.

(Fausto se levanta de la otra parte de la escena)

EL ASTRÓLOGO.- Anuncio a un hombre maravilloso en traje talar y coronada la frente, que acaba de cumplir obra valerosa. Sube con él un trípode del fondo del abismo. Desde aquí recibo los aromas que fluyen del incensario y se dispone a bendecir la gran obra.

FAUSTO, en tono solemne.- Las conjuro, oh Madres que imperan en lo infinito, siempre solitarias con la cabeza ceñida de imágenes de la vida. Lo que fue en otro tiempo se mueve en su aspecto porque quiere ser eterno y ustedes saben repartir todo entre el día y la noche. La vida arrastra en su paso a alguna, el mágico audaz se apodera de las demás y con gran generosidad deja ver los misterios que desea contemplar.

EL ASTRÓLOGO.- Apenas la llave incandescente ha tocado el círculo del trípode, se ha expuesto una vaga niebla que flotando como nube, se dilata, dispersa y agrupa. Atiendan al intermedio de los espíritus que antecede a una obra maestra. Ya se mueven en medio de una música, cuyos sonidos aéreos se convierten en melodía al perderse en el espacio. La columnata y el triglifo tiemblan y se diría que todo el templo canta. La niebla baja y del centro del vapor transparente se adelanta un hermoso joven sin perder el compás. ¿Por qué nombrarle? ¿Quién no reconoce en él al gracioso Paris?

PRIMERA DAMA.- ¡Qué hermosa flor de juventud!

SEGUNDA DAMA.- ¡Rosado y jugoso como un melocotón!

TERCERA DAMA.- ¡Con qué voluptuosidad se entreabren sus hermosos labios!

CUARTA DAMA.- ¡De buena gana beberías esa copa!

UN CABALLERO.- Por más que le contemplo, sólo veo en él al pastor y nada que recuerde al príncipe ni los modos de la corte.

OTRO.- Medio desnudo acuerdo en que es un hermoso joven, pero necesitaría verlo en traje de etiqueta.

UNA DAMA.- ¡Con qué comodidad se sienta!

UN CABALLERO.- ¿Estarías bien sobre sus rodillas?

OTRA DAMA.- ¡Con qué gracia pone su bello brazo sobre la cabeza!

UN CHAMBELÁN.- Me parece la suya una actitud impropia.

LA DAMA.- Ustedes, los hombres, siempre critican todo.

EL CHAMBELÁN.- ¿Cómo quieres que no repruebe el que se tienda de este modo ante el emperador?

LA DAMA.- Tiene esa actitud porque cree estar solo.

EL CHAMBELÁN.- Y aunque lo estuviera, todo aquí debe sujetarse a la etiqueta.

LA DAMA.- ¡Cómo ha rendido el dulce sueño aquel grupo de gracias!

EL CHAMBELÁN.- Sólo falta que empiece a roncar para convencernos de que tiene la postura más natural que existe.

UNA DAMA JOVEN.- ¡Qué aroma de incienso y rosa penetra hasta el fondo de mi espíritu!

OTRA DE MÁS EDAD.- En verdad se respira un aire de bálsamo y es él quien lo despide.

UNA VIEJA.- Es la flor de la ambrosía que se abre en su seno juvenil y embalsama el ambiente.

(Aparece Elena)

MEFISTÓFELES.- ¿Con que es ella? Nada debo temer por mi descanso, pues es hermosa, pero no me inspira amor alguno.

EL ASTRÓLOGO.- En cuanto a mí nada tengo que hacer y como hombre de honor, lo digo y confieso. La diosa se adelanta y aunque tuviera lenguas ... de fuego. En todos tiempos ha sido la belleza muy apreciada: aquel a quien ella se aparece queda deslumbrado y aquel a quien perteneció fue dichoso.

FAUSTO.- ¿No es el manantial de la pura belleza el que a raudales se desborda en mi interior? ¡Dichoso premio de mi terrible viaje! ¡Por primera vez me parece el mundo apetecible, sólido y duradero; que el soplo de la vida se apague en mí, si puedo vivir lejos de tu presencia! El dulce rostro cuyo mágico reflejo provocó antes en mí tanto entusiasmo no era más que la sombra de semejante belleza. A ti consagro toda fuerza activa, toda pasión, a ti entrego toda adoración y delirio.

MEFISTÓFELES, desde el fondo de su agujero.- Conténganse y limítense a hacer su papel.

UNA DAMA, de avanzada edad.- Es alta, bien formada, pero tiene cabeza pequeña.

OTRA DAMA, de menos edad.- Ve su pie y verás que es disforme.

UN DIPLOMÁTICO.- Es hermosa de pies a cabeza.

UN CORTESANO.- Se acerca al joven dormido con aire a un tiempo dulce y maligno.

LA DAMA.- ¡Qué horrorosa es junto a esa imagen tan pUra de juventud!

UN POETA.- Ella es quien le transmite su belleza.

LA DAMA.- ¡He aquí una verdadera imagen de Endimión y la Luna!

EL POETA.- En efecto; la diosa parece bajar e inclinarse hacia él, para respirar su aliento. ¡Un beso! La medida está llena.

UNA DUEÑA.- ¡En presencia de todo el mundo!

FAUSTO.- ¡Ha recibido el adolescente un favor señalado!

MEFISTÓFELES.- ¡Silencio! Deja que haga el espectro lo que más le plazca.

EL CORTESANO.- Ella se aleja de puntillas y él despierta.

LA DAMA.- Ya me había presumido que miraría ella en torno suyo.

EL CORTESANO.- El joven se sorprende, pues es un prodigio lo que le pasa.

LA DAMA.- Pues aseguro que a ella nada de lo que ve le sorprende.

EL CORTESANO.- Ella voltea a verlo con candorosa gracia.

LA DAMA.- Ella se ha encargado de instruirle, pues todos los hombres son tontos en situaciones así. Cree ser el primero.

UN CABALLERO.- ¡Oh! ¡Por piedad! Permítanme mirarla. ¿Qué elegancia tan sublime!

LA DAMA.- Falta a todas las conveniencias.

UN PAJE.- Quisiera estar en el lugar del joven.

EL CORTESANO.- ¿Quién no querría caer en semejantes redes?

LA DAMA.- Ha pasado la alhaja por tantas manoS, que ya el oro está gastado.

UN CABALLERO.- Cada quien toma lo que más le gusta y por mi parte me conformaría con esos bellos restos.

EL ASTRÓLOGO.- Ya no es un adulto, pues la abraza como hombre atrevido y apenas se defiende. La levanta con brazo vigoroso, ¿querrá robarla?

FAUSTO.- ¡Temerario que tanto osas, sin atender mi voz; para, esto es demasiado!

MEFlSTÓFELES.- Y, sin embargo, tú mismo eres autor de la fantasmagoría.

EL ASTRÓLOGO.- Después de lo sucedido doy al entremés el nombre de Rapto de Elena.

FAUSTO.- ¿Qué es eso de rapto? ¿Acaso yo soy nada? ¿No tengo en mi mano esta llave que me ha conducido hasta aquí a través del caos, el mar y el desierto? Aquí he sentado el pie, aquí está la realidad; aquí el espíritu es capaz de combatir a los espíritus y disponerse a la conquista del doble reino. ¿Cómo habría podido ella venir del punto lejano donde se hallaba? Yo la salvo y es ahora dos veces mía. Tengan valor, oh Madres. El que la conoce puede vivir sin ella.

EL ASTRÓLOGO.- ¡Fausto! ¡Fausto! ¿Qué estás haciendo? ¡La abraza con ardor, se dirige con su llave hacia el joven, llega a él, lo toca! ¡Ay de nosotros! ¡Qué desgracia!

(Explosión; Fausto cae al piso y los espíritus desaparecen)

MEFlSTÓFELES, cargando a Fausto en hombros.- ¡Esto es encargarse de un loco! No puede salir bien, aunque sea el mismo diablo.

(Oscuridad y tumulto)

Índice de Fausto de J. W. GoetheCuarta parte de la PRIMERA PARTEActo segundo de la SEGUNDA PARTEBiblioteca Virtual Antorcha