Índice de Fausto de J. W. GoetheTercera parte de la PRIMERA PARTEActo primero de la SEGUNDA PARTEBiblioteca Virtual Antorcha

FAUSTO

Cuarta parte de la
PRIMERA PARTE


LOS POZOS
MARGARITA Y LIESCHEN, con sus cántaros.

LIESCHEN.- ¿Has sabido algo sobre la pobre Bárbara?

MARGARITA.- Ni una palabra, ya que apenas salgo de casa, no veo a nadie.

LIESCHEN.- Pues lo que me dijo hoy Sibila, también se ha dejado seducir. ¡Y eso que se daba tanta importancia!

MARGARITA.- ¿Será posible?

LIESCHEN.- Y tan cierto como es.

MARGARITA.- ¡Ah!

LIESCHEN.- Ya ves en lo que ha parado tras haber oído por tanto tiempo a ese infame seductor. Casi puede decirse que ha tenido su merecido, porque en el paseo, en la aldea, en el baile, sólo pensaba siempre en opacar a las demás; podrá envanecerse ahora de los regalos que el hombre le daba, creyendo que sólo a su belleza se dirigian. La coquetería y el orgullo la han hecho desgraciada.

MARGARITA.- ¡Pobrecilla!

LIESCHEN.- ¡Y aún la compadeces! Seguro que no recuerdas que mientras nosotras cosíamos, sin bajar nunca a la puerta porque nuestras madres no nos lo permitían, ella pasaba horas sentada con su amante o yendo con él a los lugares más lejanos, sin quejarse de la lentitud del tiempo. Justo es, entonces, que se humille y lleve ahora penitencia por su falta.

MARGARITA.- Se casará con ella tal vez.

LIESCHEN.- ¡Muy tonto sería! Un joven como él puede aspirar más alto. Además se sabe que ya la ha abandonado.

MARGARITA.- Ha procedido sin dignidad.

LIESCHEN.- Aunque volviera a cautivarlo, sería en daño suyo, porque los jóvenes le arrancarían la corona y nosotras echaríamos paja picada a su puerta.

(Se va)

MARGARITA, camino a casa.- ¿Cómo es posible que antes hablara yo tanto en contra de la pobre joven que tenía la desgracia de cometer esa falta? ¿Por qué cuando se trataba de la debilidad de los demás me mostraba siempre tan implacable? Nunca eran bastante negros los colores con que me los representaba y me persignaba haciendo la cruz lo más larga posible; y, sin embargo, soy ahora el mismo pecado. ¡Dios mío! ¡Cómo resistirme cuando era tan bueno y tan amable!


LAS MURALLAS
Imagen de la Mater Dolorosa en un nicho de la tapia y varias macetas con flores.

MARGARITA, colocando en las macetas ramos frescos de flores.- ¡Dígnate, oh Madre Dolorosa, compadecerte del dolor que me aflige! Tú con el corazón atravesado viste expirar en la cruz al hijo que amabas, sin quedarte sin otro amparo que el cielo al que volviste la mirada, pobre madre, en busca de auxilio. ¿Quién es capaz de enfrentar este dolor que me desgarra el espíritu? Sólo tú, madre mía, puedes entender lo que sufro, lo que quiero y lo que temo. A cualquier lugar que voy, siento siempre el mismo dolor intenso y penetrante; no puedo estar sola ni ahogarme en un mar de lágrimas que me destroza el corazón. Cuando al amanecer cogía por ti esas flores, he regado con mi llanto todas las de mi ventana sin que los rayos del sol que no han tardado en llenar mi alcoba pudieran secarlas. ¡Ah! ¡Madre mía! ¡Sálvame de la muerte y de la deshonra, e inclina sobre mi dolor tu frente divina!


LA NOCHE
Una calle frente a la puerta de Margarita; VALENTÍN, soldado y hermano de Margarita.

VALENTÍN.- Cada vez que iba a una de esas comidas en las que todos mis compañeros contaban sus amores y sacaban de su vaso los elogios de sus bellas, escuchaba con indiferencia sus fanfarronadas y con una sonrisa en los labios alzaba mi vaso y exclamaba: De seguro que no hay entre todas ellas ninguna que valga lo que mi querida Margarita, ni que sea digna de atarle los cordones de los zapatos. Por más que mis palabras no agradaran a todos los oídos, la mayoría de mis compañeros siempre decían: Tiene razón, porque es en verdad su hermana la gloria de su género, y los orgullosos perdían el habla. Al paso que ahora tengo motivos para desesperarme y partirme la cabeza. El primer malcriado puede hacerme objeto de despiadadas burlas sin que siquiera tenga el derecho que tiene el criminal sentado en el banco, y aun cuando mate a los que me insultan, nunca podré decir que mienten. ¿Quién va? ¿Quién camina por ahí? Si no equivoco hay dos; si es él me aviento encima y de aquí no saldrá con vida.

FAUSTO Y MEFISTÓFELES

FAUSTO.- ¿Ves en el cielo aquella lámpara eterna que aunque oscila en todo momento es cada vez más densa la oscuridad que le rodea? Pues de esa manera reina siempre la noche en mi alma.

MEFISTÓFELES.- En cuanto a mí, soy como el gato flaco que se rasca al escurrirse por la pared, sin faltarle su fuerza instintiva. Siento aún el estremecimiento de mi cuerpo al recordar la hermosa noche de Walpurgis: pasado mañana se repetirá y ahí al menos se sabe por qué se veía.

FAUSTO.- ¿Tardará mucho en aparecer a la luz aquel tesoro que vi brillar debajo de la Tierra?

MEFISTÓFELES.- Tendrás en breve el placer de hacerte con el cofrecito al que a últimas fechas he echado el ojo y que contiene hermosos escudos.

FAUSTO.- ¿Y no hay ninguna joya, ni un anillo al menos, para adornar a mi amada?

MEFISTÓFELES.- Sí, creo haber visto en él una especie de collar de perlas.

FAUSTO.- Extraordinario, pues sentiría mucho visitarla sin llevar para ella algo en las manos.

MEFISTÓFELES.- Creo que no te molestará pasar un buen rato sin que te cueste nada. Ahora que el cielo brilla con todas sus estrellas vas a oír una obra maestra: es una canción moral que va a robarle el juicio.

(Canta acompañado por la mandolina)

MEFISTÓFELES.- ¿Por qué así pasas la noche aguardando al ser que sólo se finge enamorado para lograr tu deshonor? No escuches más sus falsas promesas, si no quieres perder un bien preciado que el arrepentimiento y el llanto no te devolverán. Pobre débiles criaturas, ¡qué cobarde y a traición se te seduce! Si deseas evitar los lazos que la traición te extiende, sospecha de todos los hombres y no des a ninguno tu favor hasta que haya jurado eterna fe frente al altar.

VALENTíN se adelanta.- ¿A quién acechas aquí, maldito cazador de ratones? Empieza por soltar tu instrumento que mandaré en el acto al músico a todos los diablos.

MEFISTÓFELES.- La guitarra está hecha pedazos y no puede contarse con ella.

VALENTÍN.- Pues sólo falta ya rompernos el alma.

MEFISTÓFELES, a Fusto.- Doctor, no te precipites: colócate a mi lado y espera a que te dirija. ¡Empuña la espada y avanza, que yo pararé el golpe!

VALENTÍN.- ¡Detén pues éste!

MEFISTÓFELES.- ¿Por qué no?

VALENTÍN.- ¿Y ésta?

MEFISTÓFELES.- Del mismo modo.

VALENTÍN.- Creo enfrentarme al mismo diablo. ¿Qué sucede? ¡Mi mano se paraliza!

MEFISTÓFELES.- Avanza.

VALENTÍN, cae.- ¡Ay de mí!

MEFISTÓFELES.- Ya está domesticado mi feroz campesino. Ahora marchemos de inmediato, porque oigo gritar: Al asesino. Yo me las compongo bien con la policía, pero no sé entenderme con los jueces.

MARTA, en la ventana.- ¡Socorro! ¡Socorro!

MARGARITA, también en la ventana.- ¡Una luz aquí!

MARTA, gritando.- Pelean, gritan, llaman y se baten.

EL PUEBLO.- Hay un muerto.

MARTA, saliendo.- ¿Habrán huido ¡ay! los culpables?

MARGARITA, saliendo.- ¿Quién es el muerto?

EL PUEBLO.- El hijo de tu madre.

MARGARITA.- ¡Dios todopoderoso! ¡Qué desgracia!

VALENTÍN.- ¡Me muero y creo que será muy pronto! ¿Por qué están aquí ¡oh mujeres!, dando esos gritos y lamentos? Vengan y escúchenme.

(Todos lo rodean)

VALENTÍN.- Margarita, bien lo ves, eres joven y te falta práctica para arreglar tus asuntos; te lo digo con confianza, ya que eres una mujer perdida, sélo por completo.

MARGARITA.- ¡Dios mío! Hermano, ¿qué es lo que dices?

VALENTÍN.- No mezcles a Dios Nuestro Señor en esto. Lo hecho, hecho está y lo que ha de suceder sucederá. Empezaste por amar en secreto a un hombre, luego amarás a otros y terminarás por amarlos a todos. La vergüenza, al nacer, se ocultó ya con cierto misterio, se cubrió con el velo de la noche y hasta hubiera querido ahogarse a sí misma; pero conforme fue creciendo, empezó a mostrarse en público y, sin embargo, a pesar de que su rostro era cada vez más horrible y repulsivo, sólo desea ya ostentar sus tristes galas a la luz del sol. En poco tiempo toda la gente honrada huirá de ti como de un cuerpo muerto y tendrás cada vez que te miren cara a cara una confusión enorme que te estremecerá hasta la médula ósea. No habrá ya entonces para ti ni cadena de oro, ni banco en la iglesia, ni traje que atraiga en el baile todas las miradas; tendrás tan solo un pobre jergón en que recostarte en alguna enfermería. Aunque por su misericordia infinita Dios te perdone, seguirás siendo en el mundo objeto de escarnio y de maldición.

MARTA.- Encomienda tu alma a dios, lejos de mancharte la conciencia con blasfemias.

VALENTÍN.- Creería perdonados todes mis pecados con tan sólo poder caer sobre ti, infame medianera.

MARGARITA.- ¡Hermano mío, ten piedad de mi horrible sufrimiento!

VALENTÍN.- Deja de llorar sin objeto: tu falta ha sido para mí un golpe terrible ... Cierra mis párpados el sueño de la muerte. ¡Quiera Dios apiadarse del soldado que trató cumplir como honrado en todo lo posible!

(Muere)


LA CATEDRAL
Misa, órgano y canto.
GRETCHEN entre la multitud con el ESPÍRITU MALIGNO detrás.

EL ESPÍRITU MALIGNO.- ¡Qué tiempos aquellos, Margarita, en que con el corazón inocente y puro te dirigías a esos altares para elevar al cielo una plegaria que apenas podías murmurar! ¡Qué tiempos aquellos en que sólo pensabas en Dios y en los jueces de la niñez! Bien lo ves, Margarita, todo cambió: tu cabeza y tu corazón están ahora colmados de remordimiento, miseria y pena. ¿Acaso vienes a rezar por el alma de tu infeliz madre que no pudo resistir el peso de tu falta? ¿Y no sientes agitarse algo dentro de ti que parece de fatal premonición?

GRETCHEN.- ¡Cuándo podré estar libre de las tristes ideas que me dominan y me martirizan!

CORO, cantando con el órgano.

Días irae, Dies illa,
Solvet saeclum in favilla
.

EL ESPÍRITU MALIGNO.- Ya ruge sobre tu frente la ira del cielo; tiemblan los sepulcros al sonido de la trompeta del último juicio; estremecido se agita tu cuerpo entre el polvo en que descansa y sin resultado se estremece ante el castigo horrendo que para siempre ha de sufrir en el infierno.

GRETCHEN.- ¡Cuánto daría por estar lejos de este sitio, porque este órgano me oprime y ahoga! ¡Tampoco puedo resistir por más tiempo esos cantos que me desgarran el espíritu!

CORO.- Judex ergo cum sedebit,
Quidquid latet apparebit,
Nihil inultUm remanebit
.

GRETCHEN.- Estoy en un círculo de hierro y todo me oprime; la bóveda que llevo sobre la cabeza se baja y me aprieta. ¡Me falta el aire!

EL ESPÍRITU MALIGNO.- ¡Escóndete! El pecado, la vergüenza y el vicio deben envolverse en un velo negro. ¡Ay de ti, si buscas el aire y la luz!

CORO.- Quid sutil miser tunc dicturus?
Quem patronum rogaturus?
Cum vix justus sit securus
.

EL ESPÍRITU MALIGNO.- Los bienaventurados apartan de ti los ojos y el justo que pasa no te extiende la mano. ¡Estás condenada!

CORO.- Quid sum miser tunc dicturus?, etc.

GRETCHEN.- Vecina, dame tu frasco.

(Cae desmayada)


LA NOCHE DE WALPURGIS
EL HARZ, MONTES DE SCHIRKE y ELEND
FAUSTO y MEFISTÓFELES

MEFISTÓFELES.- ¿Quisieras ahora un palo de escoba? De mí puedo decir que desearía tener el macho cabrío más vigoroso, porque aún nos queda largo camino por recorrer.

FAUSTO.- Tengo fuerza en las piernas todavía y me basta por ahora este bastón. ¿Por qué acortar el camino? Vagar por el laberinto de los valles, subir por esas peñas, de cuyas cimas se precipitan bulliciosas cascadas, no es lo que menos puede amenizar nuestro viaje. Todo se anima al llegar la primavera; hasta los pinos reciben su influencia benéfica y ya que en efecto es así, ¿por qué no actúa igual sobre nosotros?

MEFISTÓFELES.- En cuanto a mí no siento nada en absoluto; tengo el invierno en el cuerpo y quisiera siempre que estuviera mi camino lleno de nieve y escarcha. ¡Qué triste sube el disco de la Luna con su resplandor tardío! ¡Qué luz tan melancólica! Se ve uno expuesto a cada paso a dar con un árbol o con una piedra. Espera a que llame un fuego fatuo ya que veo uno ahí abajo que oscila a su voluntad. ¡Hola, amigo! ¿Me atreveré a pedirte que te acerques a nosotros?

EL FUEGO FATUO.- Espero en tu regalo poder dominar mi naturaleza ligera, pues sabes que nuestro movimiento suele ser ondulante.

MEFISTÓFELES.- ¡Ah! ¡Ah! ¡Ve cómo quiere el pícaro imitar al hombre! Ve recto en nombre del diablo o apago tu chispa de vida.

EL FUEGO FATUO.- Puesto que aquí mandas, me someto con gusto a tus deseos. Pero piénsalo bien, el monte hoy está lleno de encantos; así que como debe ser un fuego fatuo el que te sirva de guía, no puedes ser muy exigente.

(Fausto, Mefistófeles y el fuego, a coro)

Ya hemos entrado, parece, en un país de quimeras; guíanos por entre los mil prodigios alrededor, fuego fatuo, hasta que veamos nuestros deseos satisfechos. Se confunden de noche los árboles gigantes, la pena se estremece sobre su base y sus bocas de granito repiten los bramidos del huracán. Veo brotar las corrientes a través de huecas rocas y oigo algo más lejos un murmullo que parece un grato canto de amor. Voces de amor y de pena, voces de festivos días, ¡qué agradable resuena en mi oído el eco que repite la armonía de tiempos ya idos! Discordantes y hasta horribles son los gritos que ahora oigo; no hay búho, mochuelo ni ave alguna de rapiña que no lance al viento su triste grito; salen del hueco de las peñas y de cada ruina, raíces deformes y extrañas que, como brazos lánguidos, se tienden para coger al que pase cerca de ellas. A cada paso se tropieza con mil ratones y repugnantes insectos que huyen con pavor y aumentan el horror de este espantoso lugar en el que se ve brillar la salamandra, el lagarto y la culebra, gracias al repugnante brillo que despiden sus pieles de escamas y no podemos seguir la marcha porque los obstáculos con que nos encontramos son cada vez más insuperables; además empiezan a temblar los montes vecinos desde la base hasta la cima y sólo se ven brillar a lo lejos fuegos fatuos que en su veloz recorrido amenazan con quemar todo. ¡Quedémonos entonces en este oscuro charco!

MEFISTÓFELES.- ¡Agárrate bien de mi traje! Aquí hay una cumbre desde la que se divisan los resplandores de Manmon en la montaña.

FAUSTO.- ¡De qué modo tan singular brilla en el fondo de los abismos el fulgor del crepúsculo! Sube ahí un vapor espeso y se sueltan de la nube más distante exhalaciones mientras se ve brillar del otro lado una llama que se extiende a lo largo del valle para ir a concentrarse en forma súbita en un angosto desfiladero. También cae a nuestros pies una lluvia de chispas que por todas partes deja una gran capa de polvo dorado. Pero mira cómo en toda su altura se prenden esas enormes montañas.

MEFISTÓFELES.- ¿Qué te parece el modo como el señor Manmon ha iluminado su palacio para esta gran celebración? Has tenido mucha suerte de verlo. Ya siento el arribo de huéspedes salvajes.

FAUSTO.- ¡Nunca había oído mugir al huracán con tal estruendo! ¡Me azota con una fuerza que terminará por tirarme!

MEFISTÓFELES.- Sujétate de los picos de las rocas, si no quieres que te lleve hasta el fondo del abismo. Aumenta negra nube la oscuridad de la noche, crujen los árboles en el bosque y huyen con espanto los búhos. ¿Oyes cómo se derrumban las verdes columnas de este palacio? ¿Oyes el triste crujido de las ramas que se rompen, el rumor de los troncos de los árboles sacudidos con gran fuerza y su espantoso ruido al chocar uno con otro para caer, mientras no deja de bramar el huracán en las cuevas? ¿Oyes un cúmulo de voces en todas las alturas cercanas y distantes? Sí, resuena en la montaña un furioso himno mágico.

LAS BRUJAS A CORO.- Ya que el grano es verde y amarillo es el rastrojo, subamos todas al Brocken y ahí todas rodearemos el trono de Urian ubicado en la más alta cima.

VOZ.- Ve cómo la vieja Baubo se dirige veloz hacia nosotros desde el llano, montada en su marrana.

CORO.- Honor al que sea digno de veneración y respeto, por sus merecimientos y por su edad; inclinemos la cabeza todos ante ella, ya que está al frente de todas las hechiceras conocidas.

UNA VOZ.- ¿Cuál es el camino que quieres tomar?

OTRA.- El de lnsentein, en el que distingo un nido con un hermoso mochuelo que me mira de modo único.

OTRA.- Vete a todos los diablos. ¿Por qué corres así?

OTRA.- Me ha mordido sin misericordia. ¡Mira la herida!

HECHICERAS, coro.- Sigamos adelante por más que ruja la tempestad y áspero que sea el camino; a cada palo que rompamos tomemos otro nuevo; mientras el niño llora, hace su madre jorobas.

HECHICERAS, medio coro.- Vamos a paso de tortuga, ve cuánto nos aventaja aquel grupo de mujeres; mas no debe esto impresionarnos, porque es sabido que la mujer para el mal tiene alas.

OTRO medio coro.- No debe esto causarnos sorpresa, porque cualquiera que sea el punto a que la mujer se encamina, ha de dar mil pasos para hacer lo que el hombre hace en un salto.

VOZ DE LO ALTO.- ¡Adelante, adelante, salgan de ese mar de rocas!

VOZ DE ABAJO.- De buena gana seguiríamos ahora mismo a las cumbre y a la luz, pero estamos condenadas a gemir en el fondo de esta cantera y a la esterilidad eterna.

LOS DOS COROS.- Ya dejó de rugir la tormenta, la estrella huye, la Luna se vela y continúa el tumultuoso coro de hechiceras cabalgando o agitándose en la noche umbría; no se más brillo que el de las incontables chispas que lanzan.

VOZ DE ABAJO.- ¡Deténganse!

VOZ DE LO ALTO.- ¿Quién me llama desde las grietas de las piedras?

VOZ DE ABAJO.- ¡Por piedad, llévenme con ustedes! Hace 300 años que me arrastro en vano; sean por ello compasivas y permítanme llegar a la altura; no pueden imaginar cuánto deseo estar entre mis semejantes.

LOS DOS COROS.- Tome cada una su palo, escoba u horquilla, pues la hechicera o diablo que no suba hoy está perdida sin remedio.

LA HECHICERA DE ABAJO.- Muy lejos están ya todos los demás desde que yo me arrastro en vano sin olvidar trabajo, cuidados, penas y tormentos para salir de esta caverna que será mi eterna celda.

CANTO DE HECHICERAS.- Hay un ungüento que reanima a las hechiceras; así que con una artesilla por nave y un trapo por vela, iremos como el viento. La que hoy po vuele no volará ya más nunca.

LOS DOS COROS.- Prepárense a tocar tierra, porque ya llegamos a la más alta cumbre y desde ahora pueden formar los grupos que ocuparán estas comarcas.

MEFISTÓFELES.- Observa cómo se agrupan, estrechan, estremecen y rechazan entre sí, y cómo todo brilla, fulge, arde y se inflama; esto es un verdadero elemento de brujas. No me sueltes si no quieres que nos separemos. ¿Dónde estás?

FAUSTO.- Aquí.

MEFISTÓFELES.- ¡Cómo! ¿Ya estás allá abajo? Será necesario que use mi derecho de amo. Despejen que viene el señor Voland; despeja, amable canalla. Aquí, doctor, no me sueltes ya y salgamos de esta multitud, pues ya esto es muy grotesco hasta para mis semejantes. Hay aquí cerca algo que brilla con rareza y que me atrae hacia aquellos zarzales. Ven, ven y entremos en ellos.

FAUSTO.- Espíritu de contradicción, llévame a donde quieras. Al pensar en ello, no puedo más que admirar el orden que priva aquí en todo. Subimos al Brocken en la noche de Walpurgis y podemos aislarnos a voluntad.

MEFISTÓFELES.- Mira que llamas tan diversas: es un alegre club que se junta, ya ves que ni en este pequeño mundo se está solo.

FAUSTO.- Yo preferiría hallarme allá arriba; ya veo el fuego y los torbellinos de humo; ahí toda la multitud se agrupa en torno del espíritu maligno; ahí es donde debe descifrarse más de un misterio.

MEFISTÓFELES.- En cambio, también se forman ahí muchos. Deja que la multitud ahí se agite y zumbe, mientras nosotros descansaremos aquí tranquilos: es cosa ya sabida desde hace mucho, que en el gran mundo se crean otros más pequeños. Veo ahí algunas hechiceras jóvenes en total desnudez y a otras viejas que se cubren con recato. Sean amables por mi amor ya que cuesta tan poco y contribuye tanto a aumentar el placer y el desorden. Oigo algunos instrumentos; maldito ruido al que debe uno acostumbrarse. Ven conmigo, ven, ya que no hay otra ruta; deseoso de prestarte un nuevo servicio, voy a introducirte y presentarte al alegre grupo. ¿Qué te parece todo esto, amigo mío? El lugar no es muy escaso, pues ya ves que por allá no tiene confines. Hay más de 100 fuegos alrededor de los que se canta, se habla, se guisa, se bebe y se ama: dime, ¿hay cosa mejor?

FAUSTO.- ¿Quieres actuar como mago o como diablo para introducirnos?

MEFISTÓFELES.- Por más que estoy habituado a ir de incógnito, como hoy es día de gala, necesito lucir todas las distinciones Y aunque me falta la orden de la Jarretiera no me preocupo, pues se tiene gran respeto por el pie del caballo. ¿Ves ese caracol que se arrastra hacia aquí? Viene para explorar el terreno; verá sin duda algo en mí que inutilizaría todos los disfraces. Sígueme; iremos de fuego en fuego y yo seré el preguntón y tú, el galán.

(A algunos sentados en torno a la lumbre)

MEFISTÓFELES.- Mis queridos amigos, ¿qué hacen en ese rincón? En verdad no me sorprendería tanto encontrarnos en medio del tumulto entre aquella juventud ardiente. Siempre puede uno retirarse cuando quiera.

UN GENERAL.- Los pueblos son como las mujeres; por más que se haga por ellos, siempre se prefiere la juventud.

UN MINISTRO.- Todo va ahora cada vez peor, así que prefiero lo antiguo; entonces, sinceramente, había crédito y era el verdadero siglo de oro.

UN MAGNATE IMPROVISADO.- A pesar de no ser tontos, hemos visto caer todo lo que más queríamos conservar.

UN AUTOR.- ¿Quién puede leer ahora una obra escrita con mediana calidad? Y sin embargo nunca había visto tanto orgullo en la juventud.

MEFISTÓFELES, apareciendo de repente muy viejo.- Cuento que por última vez subo al Brocken; veo el recato del pueblo que tiene la disposición a emitir el último juicio y juraría que el fin del mundo se acerca.

HECHICERA REVENDEDORA.- Señores, no pasen así y no dejen escapar la ocasión; miren los hermosos y variados géneros que les ofrezco. A pesar de lo cual, nada hay en mi tienda que no tenga similar en el mundo, nada hay que no haya dañado a los hombres y al mundo; ni un puñal que no haya derramado sangre, ni una copa que no haya contenido veneno de fuego para matar a cuerpo fuerte y saludable, ni una joya que no haya seducido a alguna mujer honrada, ni espada que no haya herido al enemigo a traición.

MEFISTÓFELES.- Señora mía, veo que no comprende los tiempos actuales: lo hecho hecho está y busque novedades, porque sólo ello nos llama la atención.

FAUSTO.- Presénteme cosas nuevas que me hagan retirar la atención de mí mismo, si espera que llame feria a esto.

MEFISTÓFELES.- El remolino va hacia arriba; tú crees empujar y se te empuja.

FAUSTO.- ¿Quién es aquella?

MEFISTÓFELES.- Vela bien: es Lilith.

FAUSTO.- ¿Quién?

MEFISTÓFELES.- La primera mujer de Adán. No te enamores de sus cabellos hermosos, sin importar que sea un fino adorno que contribuye tanto a su belleza, porque cuando con ellos alcanza a un joven no lo deja ir más.

FAUSTO.- Veo allá dos sentadas, una vieja y otra joven, que parece haber hecho hoy de las suyas.

MEFISTÓFELES.- Y a quien es necesario no deja en paz, y ya que se anuncia otra danza iremos a sacarlas.

FAUSTO, bailando con la joven.- En un sueño agradable vi anoche un manzano cargado de fruta que con orgullo se levantaba entre la hierba; me subí en él y me regaló las dos mejores manzanas de su fecundo cuerpo.

LA HERMOSA.- Aquellas dos manzanas coloradas que en el paraíso terrenal surgieron y que tanto llamaron tu atención también están en mi jardín.

MEFISTÓFELES, con la vieja.- Vi ayer en un sueño un árbol viejo, doblado y seco que llegó a enamorarse.

LA VIEJA.- Y yo, reconocida, saludo al paticojo que me da momentos de placer y de dicha auténtica.

EL PROTOFANTASMISTA.- ¡Maldita raza! ¿Qué es lo que hacen? ¿Acaso no se les enseñó que nunca debe tenerse un espíritu sobre los pies? Y sin embargo, están bailando como los hombres.

LA HERMOSA, bailando.- ¿Qué tiene que ver él en nuestro baile?

FAUSTO.- Siempre se le ve en todas partes criticando a los que bailan, y si no puede opinar sobre cada paso, se le considera como nulo o no hecho, y lo que más lo incomoda es vernos avanzar. Si quisieras siempre girar sobre un mismo círculo como lo hace él en su molino, te aplaudiría frenético, sobre todo si trataras de ganarle con cualquier recompensa.

EL PROTOFANTASMISTA.- ¿Aún están aquí? Esto es inaudito, Desaparezcan, pues así lo hemos decretado; nunca sabrá esa raza diabólica respetar nuestras normas. ¡Somos tan sabios! y aún hay siempre trasgos y duendes en la tierra. ¡Cuánto tiempo hace que me tortura esta idea y nunca se aclara: es inaudito!

LA HERMOSA.- Deja, pues, de molestar aquí.

EL PROTOFANTASMISTA.- Espíritus, lo digo y repito en su presencia: no tolero el despotismo del espíritu y el mío no se puede ejercer.

(Continuan bailando)

EL PROTOFANTASMISTA.- Lo veo hoy con claridad: no sacaré de ello ningún beneficio y estoy decidido a seguirlos, seguro que antes de dar mi último paso triunfaré de diablos y poetas.

MEFISTÓFELES.- Ahora va a lanzarse al agua, porque sólo en ella hay alivio; cuando las sanguijuelas se han cansado de molestar su trasero, queda curado de las fantasmagorías y de su pobre espíritu.

(A Fausto, que ya no baila)

MEFISTÓFELES.- ¿Por qué has dejado a la hermosa dama que con tanta gracia te excitaba al baile?

FAUSTO.- Porque mientras cantaba le salió de la boca un ratón rojo.

MEFISTÓFELES.- ¡He aquí en verdad algo terrible! Pero no debes tomarlo a pecho; sería peor que el ratón hubiera salido pardo. ¿Qué importa esto a la hora del pastor?

FAUSTO.- Luego he visto ...

MEFISTÓFELES.- ¿Qué?

FAUSTO.- ¿Ves ahí una hermosa joven pálida que está alejada de las demás? Se retira despacio; parece andar a pie juntillas; verdad que tiene un gran parecido con Margarita.

MEFISTÓFELES.- Deja ese recuerdo si no quieres ponerte triste. Es una figura fantástica, sin vida; un espectro. Haríamos muy mal en seguirla, pues su mirada penetrante congela la sangre y casi convertiría al hombre en piedra. Ya has oído hablar de Medusa.

FAUSTO.- Como tú dices, sus ojos son los de una muerta, ojos que no ha cerrado una mano amiga; pero aquél es también el seno que me entregó Margarita, el cuerpo que fue para mí gran delicia.

MEFISTÓFELES.- ¡La magia! ¿Por qué tan fácil te dejas engañar por la magia? Todos los que piensan así creerían ver a su querida.

FAUSTO.- ¡Oh, enorme tormento! No puedo evitar su mirada. ¡Qué extraño adorno lleva en su hermoso cuello! ¡Es una pequeña cinta encarnada que no es más ancha que el filo de un cuchillo!

MEFISTÓFELES.- Es cierto, también yo la veo; podría llevar su cabeza debajo del brazo por habérsela cortado Perseo. ¡Siempre entregado a las mismas ilusiones! Ven a esta colina, tan agradable como el mismo Prater. ¡Ah! No me han engañado, pues hay un verdadero teatro: veamos lo que representan.

SERVIBILIS.- Va a empezarse de nuevo y ésta será la última de las piezas que se han dado, cuyo número es el que solemos ofrecer siempre al público. Un aficionado la ha escrito y está confiado su desempeño a otros aficionados. Dispensen, señores, si me oculto, pero mi afición consiste en levantar el telón.

MEFISTÓFELES.- Mucho me agrada verte en Blocksberg, ya que estás en tu puesto.


SUEÑO DE LA NOCHE DE WALPURGIS O BODAS DE OBERÓN Y DE TITANIA
Intermedio

DIRECTOR DE ESCENA.- Hijos esmerados de Mieding, hora es de que tomen aliento y reposen mientras contemplan la escena que ofrecen a sus ojos este antiguo monte y sus frescos valles.

UN HERALDO.- Para que sea de oro nuestra boda, no debemos contraerla hasta los 50 años, edad en que terminan todas las querellas y es mayor el encanto que para nosotros tiene aquel precioso metal.

OBERÓN.- Espíritus, vengan de prisa a mi lado, ya que el rey y la reina van en esta hora solemne a casarse una vez más. Ninguno de ustedes olvide hacer los honores que deben.

PUCK.- Ya Puck en espiral atraviesa el espacio, sin contar los 100 otros que van con él, agitándose en el aire para ir al punto al que el deber los convoca.

ARIEL.- Comienza su canto el fantástico Ariel y como no hay ser humano que sienta ternura al oír su melodiosa voz, pronto atrae a todas las bellezas.

OBERÓN.- Que los que quieran vivir sigan el ejemplo. Nunca se aman tanto dos esposos, como después de estar separados largo tiempo. Es innegable que la saciedad extermina el deseo.

TITANIA.- Para evitar que el capricho y el mal humor interrumpan la dulce paz que debe reinar en un matrimonio, debe el hombre vivir en el mediodía y la mujer en el norte.

ORQUESTA, tutti fortissimo.- Moscas, moscardones, ranas, grillos, cigarras y cuantas razas de animales se vieron dotadas del más horrible canto por parte de la naturaleza, serán hoy nuestros concertantes. ¡Qué dulce armonía nos espera!

SOLO.- La zampoña es el primero de los instrumentos para alegrar los campos. ¡Cómo se hincha de placer el corazón de los aldeanos al oír el primero de sus tiernos sones!

ESPÍRITU DE RECIENTE FORMACIÓN.- Miren ese pequeño ser que apenas se arrastra por el polvo y que se parece en lo repulsivo a una araña, cómo es un verdadero poema sin importar su fealdad y el horror que provoca.

UNA TIERNA PAREJA.- ¿Por qué altivo te diriges a la feliz colina, de la que surgen abundantes la miel y los aromas, si tienes la certeza de no llegar nunca a la alegre cima?

UN VIAJERO CURIOSO.- No había visto en mi vida una escena igual y sólo me falta ver ya al dios Oberón con sus brillantes colores para animar más esta regia celebración.

UN ORTODOXO.- Aunque le falten garras y cuernos, no me queda duda alguna de que es tan diablo como lo eran todos los dioses de Grecia.

UNA ARTISTA DEL NORTE.- Sencillos bosquejos son hasta ahora mis obras, pero desde hoy me alisto para mi viaje a la hermosa Italia, objeto continuo de todas mis ilusiones.

UN PURISTA.- La desgracia me conduce aquí. ¡Cómo no aniquilan, oh dioses, sus rayos a ese cúmulo de hechiceras!

JOVEN HECHICERA.- Luzca el superfluo adorno la vejez arrugada y flaca, que yo prefiero por mucho ostentar mis gracias naturales en pleno día y si es posible en total desnudez, para mayor encanto.

UNA MATRONA.- Esas gracias de las que tanto te enorgulleces pronto se irán como el humo; también nosotras, como ustedes, fuimos bellas y tiene hoy nuestro cuerpo arrugas y está cerca de la pudrición, como estará el suyo algún día.

UN MAESTRO DE CAPILLA.- Moscas y demás insectos que forman la orquesta, no olviden una sola nota para que se admire a la vez su destreza y su armonía.

VELETA VUELTA DE UN LADO.- Todo en este ruidoso baile me sorprende; tanto el profundo saber de los profesores y cantantes, como la gracia e inocencia de los que bailan, todos individuos de gran aspecto.

VELETA VUELTA AL OTRO LADO.- Si no se abre ahora mismo la tierra para tragarse a esa infernal canalla, vaya lanzarme a los hondos abismos.

XENIESI.- Aunque somos insectos con dientes de culebra, nada omitimos para hacer más espectaculares la gloria y las obras de nuestro bueno y querido abuelo Satán.

HENNINGS.- Al verles así juntos y bromistas, cualquiera que no les conociera se convencería de que tienen corazón noble y generoso.

MUSAGETTE.- Son para mí tan encantadoras esas hechiceras jóvenes y bellas, que mejor sería vivir entre ellas a dirigir el tan celebrado coro de musas del Pindo.

EX GENIO DEL TIEMPO.- Agárrate de mí si quieres ser un oráculo y que se te abran por completo las puertas del Parnaso alemán. De otro modo, será difícil que inscribas tu nombre en aquel templo inmortal de la gloria.

VIAJERO CURIOSO.- ¿Qué nombre das a ese pedante que va tan aferrado a su propio esfuerzo? ¿A quién persigue? A los jesuitas cuya pista sigue con el mayor de los empeños.

UNA GRULLA.- Para pescar no me importa que sea el agua clara o turbia y por ello no hay un pez que se libre de mi pico. ¡Cuánto podría decides de los que hacen mucho más!

UN MUNDANO.- ¡A cuántos una piedad falsa sirve de máscara! Muchos a menudo se reúnen sobre el Blocksberg, con un fin muy distinto del que muestran.

UN BAILARÍN.- Veo llegar nuevos coros y tambores y escucho que resuena de nuevo la trompa; pero no, me engaño. Es una voz áspera que canta en los campos de caña.

UN MAESTRO DE DANZA.- Éste es sin duda un baile muy raro: todos juegan su papel a la perfección: lo mismo salta y gira el cojo que el de prominente barriga.

UN GAITERO.- ¡Cómo se odia esa maldita raza! ¡Ay de ellos si la gaita no los conformó, como lo hacía en otro tiempo la dorada lira con los tigres y leones en los montes de la Tracia!

UN DOGMÁTICO.- Por más razón que tenga, no siempre puedo lograr la victoria. Necesito entonces confesar que bien debe el diablo intervenir en algo y que ha de tener más importancia de la que le damos.

UN IDEALISTA.- La imaginación empieza a molestar la inteligencia. Si lo soy todo, debo también ser estúpido.

UN REALISTA.- El ser me ocupa y me preocupa, así que me veo en los más grandes aprietos y apenas puedo estar de pie.

UN SUPERNATURALISTA.- Mucho me complace el verme entre esta juguetona muchedumbre, en la que hasta los propios diablos parecen convertirse en genios buenos.

UN ESCÉPTICO.- Engañados por esos fuegos fatuos creen haber alcanzado el colmo de sus deseos. Ya que el diablo y la duda son indisolubles, fijaré aquí mis tiendas.

EL DIRECTOR DE LA ORQUESTA.- Grillo adulador de la violeta y ustedes, moscas, moscardones y demás bichos de zumbido incesante, son malos dilettanti y peores concertistas aún.

LOS HÁBILES.- Nada nos preocupa; dotados de agilidad y sutileza, si no podemos caminar con los pies, lo haremos con la cabeza.

LOS GLOTONES.- Al solo recuerdo de los hermosos tiempos en que comíamos tan suculentos alimentos, aún descalzos por haberlo gastado todo, no hemos podido menos que asistir a esta espléndida fiesta.

FUEGOS FATUOS.- Aunque salidos del lodo inmundo de que somos hijos, se nos considera aquí como de buena familia, porque con el fugaz brillo de nuestros colores deslumbramos a los tontos.

UNA ESTRELLA CAÍDA.- Tras haber brillado en las alturas, me veo aquí en la hierba entre gusanos. ¿Quién podrá hacerme recobrar mi lugar?

LOS MACIZOS.- Que todo lo que haya a nuestro alrededor se incline, se humille y se rinda; somos espíritus fuertes y nuestra planta es de hierro.

PUCK.- Más parecen una manada de elefantes; casi me atrevería a rogarles que no pesaran tanto como Puck.

ARIEL.- Ya que la naturaleza les dio con bondad alas, síganme a los montes vecinos donde brotan las campestres rosas.

LA ORQUESTA, pianissimo.- El viento susurra entre las cañas, la niebla desaparece ante una luz pura y blanca, y los sueños desaparecen sin que quede más que un recuerdo ligero.


UNA LLANURA
Día con niebla
FAUSTO y MEFISTÓFELES

FAUSTO.- Verse encerrada en una triste prisión, víctima de la miseria y la desesperación. ¡Quién lo creyera! ¡Pobre angelical criatura! ¡Yo soy el motivo de que como vil criminal estés sumida en una oscura celda donde te esperan suplicios terribles! Cobarde impostor, espíritu infame, ¿por qué me lo ocultabas? Habla y no muevas rabioso tus ojos diabólicos, pues sabes cuánto me repugnas. Estaba sola en la cárcel en una miseria irreparable, con el solo apoyo del espíritu del mal que juzga sin tener alma; y mientras, tú intentabas distraerme con estúpidas fiestas, me ocultabas su angustia, para que no tuviera auxilio alguno.

MEFISTÓFELES.- No es la primera vez que se ha visto en tal aprieto.

FAUSTO.- ¡Maldito animal, monstruo repugnante! ¡Espiritu sublime y elemo, dale otra vez su forma original de perro, con la que se complacía en acompañarme de noche, sólo por atropellar al viajero y lanzarse sobre él después de derribado! Dale una vez más su forma predilecta para que cuando salte sobre la arena frente a mí pueda aplastarlo. ¡No es la primera! Me horroriza imaginar que hayan caído tantas almas en ese abismo de miseria. ¿Por qué la primera en su agonía lenta y terrible no eliminó la falta de todas las demás ante los ojos de la eterna misericordia? La sola miseria de aquella me estremece hasta la médula y tú sonríes indiferente ante la desgracia de tantas más.

MEFISTÓFELES.- Todavía no has dado un paso en mi camino y como con todo hombre se trastorna tu juicio. ¿Por qué entonces formas causa común con nosotros si no puedes soportar después las consecuencias de la unión? ¡Deseas volar y no te ves libre del vértigo! ¿No eres tú el que me llamaste?

FAUSTO.- Me da horror cada que te veo rechinar así. Grande y sublime espíritu que te me apareciste, tú que conoces mi corazón y mi alma, ¿por qué me ataste a este miserable que sólo encuentra placer en el desastre y la muerte?

MEFISTÓFELES.- ¿Ya terminaste?

FAUSTO.- Sálvala si quieres evitar que caiga sobre ti por miles de años la más voraz de las maldiciones.

MEFISTÓFELES.- No puedo romper los lazos de la justicia ni derribar sus cerrojos. ¡Sálvala!, dices. ¿Quién la orilló al abismo? ¿Tú o yo?

(Fausto le dirige terribles miradas)

MEFISTÓFELES.- ¡Querrías disponer ahora del trueno! Pero por fortuna no se te permite, débiles mortales. Aplastar al inocente que opone enérgica resistencia; he aquí el modo con que usan de él los tiranos en sus vacilaciones para salir de problemas.

FAUSTO.- Llévame a su lado, preciso es liberarla.

MEFISTÓFELES.- Piensa en el peligro al que vas a exponerte y en el que todavía humea la sangre que tu mano derramó. Sobre el cadáver se ciernen los espíritus vengadores que acechan al asesino.

FAUSTO.- Todavía te atreves ... ¡Pese sobre ti un mundo de muerte y ruinas, horrible criatura! Te digo que me conduzcas a su lado, para poder liberarla.

MEFISTÓFELES.- Te acompañaré, es lo más que puedo hacer, pues sabes que ni en el cielo ni en la tierra soy omnipotente. Turbaré la razón del carcelero para que te apoderes de las llaves; pero debo decir que sólo una mano humana puede darle la libertad. Por mi parte sólo podré vigilar, preparar los caballos encantados y ponerlos a salvo.

FAUSTO.- Prudencia y vamos.


LA NOCHE
Un campo desierto
FAUSTO, MEFISTÓFELES, galopando veloces sobre yeguas negras

FAUSTO.- ¿Qué objetos serán esos que se mueven en el lugar de ese cadalso?

MEFISTÓFELES.- No sé para qué se ocupan ni lo que cocinan.

FAUSTO.- Se agitan de un lado a otro y pronto se inclinan y encorvan.

MEFISTÓFELES.- Un conciliábulo de brujas.

FAUSTO.- En efecto, rocían y exorcizan.

MEFISTÓFELES.- Adelante, adelante.


UN CALABOZO
FAUSTO con un racimo de llaves y una lámpara delante de una pequeña puerta de hierro

FAUSTO.- Siento que toma control sobre mí un estremecimiento inesperado, al solo aspecto de todas las calamidades humanas. Aquí es donde ella se encuentra, sin que nos separe más que esa triste pared húmeda. ¡Y no consistió su crimen más que en una agradable ilusión! ¡Tiemblas al acercártele! ¡Temes volver a verla! Pero entra, porque en tu indecisión corre el tiempo que la separa del cadalso.

(Toman las llaves. Cantan adentro)

Después de haberme matado y comido mis bárbaros padres, arrojó mi pobre hermanita mis huesos al pie de un viejo sauce, junto al que corría un tranquilo arroyo, en un sitio húmedo. Apenas había corrido un mes, cuando me vi convertida en una hermosa ave del bosque. ¡Vuela, vuela!

FAUSTO, mientras abre la puerta.- ¡Qué lejos está de creer que su amante la busca, que oye el rumor de sus cadenas y hasta el crujir de la paja sobre la que yace!

(Entra)

MARGARITA, recostada en Sil lecho, tratando de ocultarse.- ¡Ah! Ya vienen por mí. ¡Muerte horrible!

FAUSTO, en voz baja.- ¡Silencio! ¡Silencio! Vengo a rescatarte.

MARGARITA, arrastrándose hacia él.- Si eres hombre, ten piedad de mi mala suerte.

FAUSTO.- Vas a despertar con tu voz a los guardias dormidos.

(Trata de quitarle las cadenas)

MARGARITA, de rodillas.- Verdugo, ¿quién te ha dado tanto poder sobre mí? ¡No es más que media noche y vienes ya en mi busca! Ten piedad de mí y déjame vivir hasta que llegue el día. ¿Acaso no es un plazo muy corto? ¡Soy tan joven para morir! También fui hermosa por mi desdicha. Mi amado estaba cerca de mí y ahora está muy lejos; no queda de mi corona ni una sola flor ... No me tomes con tal brusquedad; trátame dulcemente, que ningún mal te he hecho. No sea insensible ante mi dolor, pues ni siquiera te he visto nunca.

FAUSTO.- ¡Cómo resistir a tanta pena!

MARGARITA.- Estoy en tu poder por completo; déjame dar de comer a mi hijo; toda la noche lo he mecido en mi seno y luego me lo han quitado para darme tormentos, diciendo ahora que soy yo quien lo ha matado.

FAUSTO, a sus pies.- Ante ti tienes al hombre que te ama, que viene a abrir la puerta de tu triste prisión.

MARGARITA, de rodillas también.- Sí, sí, arrodillémonos en el altar para implorar la protección celestial, ya que debajo de esas gradas y de ese umbral el infierno hierve. ¡Si oyeras el rumor de espanto con que ruge el espíritu maligno!

FAUSTO.- ¡Margarita! ¡Margarita!

MARGARITA, atenta.- Es la voz de mi amante.

(Se levanta y le caen las cadenas)

MARGARITA.- ¿Dónde está? Él era quien me llamaba y desde ahora estoy libre, ya no hay quien me detenga. Quiero correr a sus brazos y descansar en su pecho. Margarita ha dicho, desde el umbral, y en medio de los aullidos y el estruendo infernales, y de las terribles carcajadas de los ondenados, he reconocido su dulce y querida voz.

FAUSTO.- ¡Sí, soy yo!

MARGARITA.- ¡Eres tú! ¡Ah! ¡Dímelo de nuevo!

(Lo abraza)

MARGARITA.- ¡Él! ¡Él! ¿Qué ha pasado ahora con todos los tormentos, todas las angustias y la agonía de los calabozos, y el peso de mis cadenas? ¡Eres tú que vienes a salvarme; estoy ya salvada! Sí, he aquí la calle en que te vi la primera vez y el bello jardín donde estábamos con Marta.

FAUSTO, atrayéndola con la mano.- ¡Sígueme! Ven, no demoremos.

MARGARITA.- ¡Ah! ¡Quédate! Me gusta tanto estar contigo!

(Le ofrece las más tiernas caricias)

FAUSTO.- Date prisa, porque no hay un momento que perder si no queremos pagarlo caro.

MARGARITA.- ¡Qué es eso! ¿No puedes ya abrazarme? ¿Será posible, amor, que en tan poco tiempo hayas perdido ya la costumbre de abrazarme? ¿A qué viene la inquietud que siento en tus brazos, cuando antes bastaba la menor de mis palabras o una sola de tus miradas para convertir mi espíritu en el cielo? ¡Abrázame que si no, yo lo haré!

(Le echa los brazos al cuello)

MARGARITA.- ¡Cielos! Tu labio está mudo y frío. ¿Qué pasó con tu amor? ¿Quién me lo ha robado?

(Se separa de él)

FAUSTO.- Ven, sígueme, buena amiga; que te anime la idea de que es infinito el ardor de mi amor por ti. Sólo te pido que vengas conmigo.

MARGARITA, con la vista fija.- ¿Entonces eres tú? ¿Estás seguro?

FAUSTO.- Sí, lo soy: sígueme ahora.

MARGARITA.- Rompes mis cadenas y vuelves a admitírme en tu pecho. ¿Cómo es que mi aspecto te causa horror? ¿Sabes, querido, a quién das la libertad?

FAUSTO.- Ven, ven, porque es la noche cada vez más clara.

MARGARITA.- Maté a mi madre y ahogué a mi hijo, que también era tuyo. ¡Y eres tú! Casi no lo creo. Dame tu mano para convencerme de que no se trata de un sueño; dame tu mano querida. ¡Ah! ¡Pero está húmeda! Me parece que está bañada en sangre. ¡Dios mío! ¿Qué has hecho? Te suplico que guardes esa espada.

FAUSTO.- Para lo pasado no hay remedio; deja de pensar. ¿Quieres que yo muera?

MARGARITA.- No. Necesito que vivas. Quiero nombrarte los sepulcros de los que debes cuidarte desde mañana mismo: harás que sea el mejor para mi pobre madre; pondrás a mi hermano cerca de ella y estará el mío algo apartado, pero no mucho, con nuestro hijo a mi lado derecho. Nadie más querrá descansar cerca. Estar siempre a tu lado era para mí la mayor bendición; pero no sólo no he dejado de desearlo, sino que hasta creo que me violento para acercarme a tí, por el temor a tu rechazo. Y a pesar de ello eres tú ¡y me miras con dulce ternura!

FAUSTO.- Ya ves que soy yo; ven ahora conmigo.

MARGARITA.- ¿Adónde quieres que te acompañe?

FAUSTO.- Fuera de aquí para ser libres.

MARGARITA.- Afuera están el sepulcro y la muerte que me acechan; vamos, ven a mi lado por últíma vez, ya que he de ir desde aquí al lecho de eterno descanso. ¿Te vas, Enrique? ¡Ah! ¡Si acaso pudiera ir contigo!

FAUSTO.- Puedes hacerlo si quieres; la puerta está abierta.

MARGARITA.- No me atrevo a salir, porque ya nada espero. Además, ¿de qué nos serviría huir, si al final nos alcanzarían? ¡Es tan triste tener que mendigar con la conciencia sucia, arrastrando una existencia miserable en país lejano! Por otra parte, como te he dicho, tampoco lograría fugarme.

FAUSTO.- Pues yo también me quedaré a tu lado.

MARGARITA.- ¡Pronto, pronto, salva a tu pobre hijo! Ve por la senda que haya lo largo del arroyo y no te detengas hasta el estanque que está después del pequeño puente de madera, donde lo hallarás luchando todavía por salir del agua. Sobre todo, procura salvarlo de la muerte.

FAUSTO.- Vuelve en ti, pues serás libre si sólo das un paso.

MARGARITA.- ¡Si hubiéramos cruzado la montaña, habríamos encontrado a mi madre sentada en una piedra, moviendo la cabeza, pero sin hacerme seña alguna, ni mirarme, después de dormir tanto tiempo. ¡También dormía mientras nos deleitábamos! ¡Qué pronto se fueron esas horas de placer!

FAUSTO.- Ya que nada consiguen mis palabras y mis ruegos, me veré obligado a sacarte de aquí a la fuerza.

MARGARITA.- Déjame, no uses la violencia y deja de tomarme con tanta rudeza. ¿No sabes que por amor hice todo?

FAUSTO.- Empieza a amanecer, vida mía.

MARGARITA.- ¡El día! Sí, el último que entra para mí en este lugar. ¡Ése había de ser el día de mi boda! No digas a nadie que has estado junto a Margarita. ¡Ah! ¡Mi corona! ¡Ya se ha vuelto ceniza! Nos volveremos a ver pero no en el baile. La multitud se agrupa sin que la plaza y las calles basten para contenerla. La campana me llama y la vara de la justicia se ha roto, cuando así me sujetan y encadenan; aquí estoy ya en el camino del patíbulo. Todos tiemblan a la vista de la fatal cuchilla que cuelga de mi cuello. He aquí un pueblo mudo como sepulcro.

FAUSTO.- ¡Ah! ¿Por qué he nacido?

MEFISTÓFELES, en el dintel de la puerta.- Salgan o están perdidos. Olviden las palabras superfluas y la desesperación inútil. Mis caballos se impacientan y va a llegar el amanecer.

MARGARITA.- ¿Quién es el que así sale de debajo de la tierra? ¡Él! ¡Siempre él! Sácalo de aquí. ¿Por qué viene a esta santa mansión? ¡Si querrá llevarme!

FAUSTO.- ¡Es preciso que vivas!

MARGARITA.- ¡Justicia del cielo, a ti me encomiendo!

MEFISTÓFELES, a Fausto.- Ven, ven o te abandono con ella.

MARGARITA.- Tuya soy, padre. ¡Sálvame! ¡Ángeles, santas legiones, protéjanme! Enrique, ¡me horrorizas!

MEFISTÓFELES.- ¡Ya está juzgada!

VOZ DE LO ALTO.- ¡Está salvada!

MEFISTÓFELES, a Fausto.- Sígueme.

(Desaparece con Fausto)

VOZ LEJANA, que pierde fuerza.- ¡Enrique! ¡Enrique!


FIN DE LA PRIMERA PARTE

Índice de Fausto de J. W. GoetheTercera parte de la PRIMERA PARTEActo primero de la SEGUNDA PARTEBiblioteca Virtual Antorcha