Índice de Fausto de J. W. GoethePrimera parte de la PRIMERA PARTETercera parte de la PRIMERA PARTEBiblioteca Virtual Antorcha

FAUSTO

Segunda parte de la
PRIMERA PARTE


EL MISMO GABINETE DE ESTUDIO

FAUSTO.- Llaman. ¡Entra! ¿Quién vendrá de nuevo a importunarme?

MEFISTÓFELES.- Soy yo.

FAUSTO.- Entra.

MEFISTÓFELES.- Debes decirlo tres veces.

FAUSTO.- ¡Entra, pues!

MEFISTÓFELES.- Así me gusta; espero que nos entendamos. Sólo por alejar tu mal humor me presento cual joven noble en traje de púrpura bordado de oro, con la esclavina de raso al hombro, la pluma en el sombrero y una larga y afilada espada al lado, y te aconsejo que desde ahora te vistas del mismo modo, para que vengas del todo libre a gustar lo que es la vida.

FAUSTO.- Cualquiera que sea el atuendo que use, no por ello sentiré menos las miserias de la existencia. Soy demasiado viejo para no pensar más que en divertirme y demasiado joven para no tener deseos. Por tanto, ¿qué es lo que puede ofrecerme el mundo? ¡Debes privarte, te es la privación indispensable! He ahí la canción eterna que zumba en todos los oídos y que durante la existencia nos repite cada hora con voz brusca. Cada mañana me despierto azorado y de buena gana derramaría amargas lágrimas al ver que el nuevo día no ha de llenar ni un solo de mis ardientes deseos, sino que por el contrario, ha de desvanecer en su curso los presentimientos de cualquier alegría y hacer abortar las creaciones de mi trastornado espíritu. Y luego, cuando viene la noche me tiendo en el lecho poseído de la mayor inquietud por saber que me esperan en él, no el reposo, sino sueños espantosos. El espíritu que reside en mí puede agitar hondamente mi alma y disponer de toda mi fuerza; pero es al parecer impotente en el exterior; por esto me es la existencia insoportable, por lo que deseo la muerte y detesto la vida.

MEFISTÓFELES.- Y, sin embargo, nunca es la muerte un huésped bien recibido.

FAUSTO.- ¡Dichoso aquel a quien la muerte corona de sangrientos laureles en el calor del combate o aquel a quien, después de la embriaguez del baile, sorprende en los brazos de su amada! ¡Ah! ¡Que no pueda yo contemplar al gran Espíritu y morir en mi éxtasis sublime!

MEFISTÓFELES.- Y no obstante, hay quien no se ha atrevido a tomar esta noche cierto licor oscuro.

FAUSTO.- Parece que gustas del espionaje.

MEFISTÓFELES.- No poseo la ciencia universal, pero sé lo suficiente.

FAUSTO.- Pues bien, ya que un sonido grato y dulce me ha librado de mi terrible angustia y ha despertado en mí los sentimientos de la infancia con el recuerdo de mejores tiempos, maldigo todo lo que con sus ilusiones impulsa al alma hacia tan lamentables abismos. ¡Maldito sea el orgullo del hombre; maldito el falso brillo que deslumbra nuestros sentidos; maldito todo lo que crea sueños de gloria y de grandeza; maldito sea todo cuando nos hace querer la posesión de una mujer, de un niño, de un criado o de un coche; malditos sean Marimón y sus tesoros, que nos hacen emprender empresas temerarias y que nos embriagan más tarde con la copa de ilícitos placeres; malditos sean el amor y sus ardientes transportes; malditas sean, en fin, la esperanza y, sobre todo, la paciencia!

CORO DE ESPÍRITUS, invisible.- Ya has destruido todas las bellezas del mundo con tu poderosa mano; sólo quedan algunas ruinas que rodarán hasta el fondo del caos. A un semidios se debe esta destrucción general. ¡Que por lo menos nos sea licito llorar sobre la vasta tumba que encierra tanta belleza! ¡Oh, tú, el más bello y poderoso de los hijos de la tierra, reconstrúyele, infúndale a tu corazón nueva vida, para que podamos cantar nosotros tu obra inmortal!

MEFISTÓFELES.- Escucha, escucha, son los más pequeños de todos mis espíritus. Mira cómo te muestran la senda razonable que debes seguir. ¡Con cuánta razón y profundo conocimiento te impulsan hacia el mundo, arrancándote de este tenebroso recinto donde se hielan los jugos de los que debe alimentarse el alma! Deja de complacerte en esa melancolía que, cual buitre carnívoro, acaba con tu vida. Por mala que sea la compañía en que estés, podrás al menos sentir que eres hombre entre los hombres; sin embargo, no creas que se piense en hacerte vivir entre la chusma. Aunque no soy de los primeros, si quieres unirte a mí y emprender juntos la ruta de la vida, consiento gustoso en pertenecerte ahora mismo, en ser tu amigo, criado y hasta esclavo.

FAUSTO.- ¿Y cuál será mi obligación a cambio?

MEFISTÓFELES.- Tiempo tiene de pensarlo.

FAUSTO.- No, no; porque el diablo es un egoísta y no suele sernos útil por amor de Dios; así que dime tus condiciones y habla claro, porque no deja de ser peligroso tener en casa semejante servidor.

MEFISTÓFELES.- Quiero desde ahora obligarme a servirte y a acudir sin tregua ni descanso aquí arriba a la menor señal de tu voluntad y deseo, con tal de que al volver a vemos allá abajo hagas tú otro tanto por mí.

FAUSTO.- Poco cuidado, en verdad, me da lo de allá abajo; empiezo por destruir este viejo mundo, ya que proceden de la tierra mis goces y la que es ése el sol que alumbra mis penas; una vez libre de él, que suceda lo que sea. Poco me importa que en la vida futura se ame o se odie, ni que tengan esas esferas encima ni abajo.

MEFISTÓFELES.- Si tal es tu disposición, puedes aceptar muy bien lo que te ofrezco; decídete y conocerás por supuesto las delicias que puede aportar mi arte, y te daré lo que ningún hombre ha llegado a vislumbrar siquiera.

FAUSTO.- Pobre demonio, ¿qué es lo que puedes darme? ¿Ha habido acaso un semejante tuyo que pudiera comprender al hombre en sus aspiraciones sublimes? ¿Qué es lo que puedes ofrecer? Alimentos que no sacian; oro miserable que, como el azogue, se desliza de las manos; un juego en el que nunca se gana; una joven que en medio de sus protestas de amor hará guiñas al que esté a mi lado; o el honor, falsa divinidad que desaparecerá como un relámpago. Muéstrame un fruto que no se pudra antes de madurar y árboles que se cubran a diario con nuevo color.

MEFISTÓFELES.- No me amedrenta semejante petición, porque puedo ofrecerte todos esos bienes. Mi buen amigo, desde este momento podemos sin cuidado lanzarnos al despilfarro y a la orgía.

FAUSTO.- El día que tendido en un lecho de pluma pueda disfrutar de la plenitud del descanso, no responderé de mí. Si puedes seducirme hasta el extremo de que quede contento de mí mismo, si puedes adormecerme en el seno de los placeres, sea aquél para mí el último día y para ti el mayor éxito.

MEFISTÓFELES.- Aceptado.

FAUSTO.- ¡Aceptado! Si una sola vez llego a decirte: ¡qué hermoso eres, no temas, permanece siempre junto a mí! En ese momento podrás maniatarme; entonces consentiré en que se abra la tierra bajo mis pies; entonces podrá repicar la campana de agonías; entonces estarás libre y recogerás el precio de tu servicio porque habrá sonado para mí la última hora.

MEFISTÓFELES.- Piénsalo bien, que no lo olvidaremos.

FAUSTO.- En cuanto a esto, estarás en tu derecho. No creas que al aceptar haya obrado de forma superflua. ¿Qué ahora no soy también esclavo? ¿Qué me importa que tú u otro sea mi amo?

MEFISTÓFELES.- Desde hoy, pues, me constituiré en criado del doctor; sólo me falta advertirte algo, que debes saber: que en nombre de la vida o de la muerte exijo de ti algunas líneas.

FAUSTO.- ¿Cómo? ¡Nunca hubiera creído que llegara tu pedantería al grado de pedirme un escrito! ¿Es posible que conozcas tan poco al hombre y que no sepas lo que vale su palabra? ¿No basta con que yo haya pronunciado aquella que para siempre dispone de mi vida? ¿Crees que en medio de la tempestad que agita y hace retemblar los cimientos del mundo, pueda obligarme una palabra escrita? ¡Qué quimera tan arraigada en nuestros corazones! ¿Quién intentaría siquiera evadir su cumplimiento? Dichoso aquel que conserva pura la fe en su seno por no serle costoso ningún sacrificio. Pero un pergamino escrito y sellado es un fantasma para todos y, no obstante, la palabra expira al transmitirla a la pluma y no queda más autoridad que la del documento. ¿Qué quieres de mí, maligno espíritu?, ¿bronce, mármol, pergamino o papel? También dejo a tu decisión si debo escribirlo en un estilo, con un buril o una pluma.

MEFISTÓFELES.- ¡Cuántas palabras! ¿Por qué te has de exaltar de este modo? Es suficiente cualquier trozo de papel, con tal de que escribas en él con una gota de sangre.

FAUSTO.- No temas que deshonre este pacto; es la colaboración de mi actividad lo que precisamente te ofrezco; me he engreído tanto que sólo puedo pertenecer a tu clase. El espíritu creador me ha desechado: la naturaleza se cierra ante mí, el hilo de mi pensamiento está quebrado y estoy hastiado de toda ciencia. Haz, pues, que queden satisfechas mis ardientes pasiones, que cada día se preparen para mí nuevos encantos bajo el impenetrable velo de la magia; que se me permita sumergirme en el torbellino del tiempo y en los pliegues más secretos del futuro, para que el dolor y el goce, la gloria y la pena se den en mí confundidos. Preciso le es al hombre vivir en una actividad eterna.

MEFISTÓFELES.- No, éste no ha señalado ningún límite ni objetivo; así que si deseas gozar de todo un poco y aprovechar su rápida carrera, podrás tener tantos tesoros como apetezcas, con tal que te unas a mí y no seas indeciso.

FAUSTO.- Bien ves que no se trata aquí de dicha pasajera; al contrario, quiero consagrarme todo entero al vértigo, a los placeres más terribles, al amor que está junto al odio, al desaliento que eleva. Mi corazón, curado de la fiebre del saber, no estará en adelante cerrado a ningún dolor; en cambio, también deseo sentir en lo más profundo de mí todos los goces permitidos a la humanidad, saber lo que hay de más sublime y profundo en ellos, acumular en mi todo el bien y todo el mal, que es su patrimonio exclusivo, hacer extensivo mi propio mal hasta el suyo y acabar por morir como la raza humana.

MEFISTÓFELES.- Puedes creerme: yo, que desde hace miles de años estoy mordiendo este duro alimento, te aseguro que desde la cuna al sepulcro ningún hombre puede digerir la antigua levadura. Cree a uno de los nuestros que dice: esa gran totalidad está creada por un solo Dios; a él se deben las eternas estrellas; a nosotros nos ha creado para la oscuridad y sólo ustedes tienen el día y la noche.

FAUSTO.- Pero yo deseo ...

MEFISTÓFELES.- Te comprendo, pero sólo una cosa me inquieta: el tiempo es corto y el arte, largo. Creo que deberías instruirte; únete con un poeta; déjale dar rienda suelta a su imaginación y haz que te infunda las más nobles cualidades, esto es: el valor del león, la agilidad del ciervo, el ardor del italiano, la constancia del habitante del norte. Haz que encuentre el medio de unir la magnanimidad a la astucia y que en virtud de cierta combinación te dé las ardientes pasiones de la juventud. De mí puedo decirte que me gustaría mucho ver a un hombre de esta clase, para poder darle el título de maestro del Microcosmos.

FAUSTO.- ¿Quién soy, pues, si no se me permite llegar a esa corona de la humanidad a la que aspiran todos mis sentidos?

MEFISTÓFELES.- Tú eres, en el último resultado, lo que debes ser: coloca sobre tu cabeza una peluca de miles de bucles, calza tus pies con coturnos de una vara de alto, que no por eso dejarás de ser lo que eres.

FAUSTO.- ¡Bien lo veo! Sin resultado he reunido todos los tesoros del espíritu humano, puesto que en el recogimiento no siento brotar en mí ninguna fuerza nueva, ni se ha aumentado mi grandeza el espesor de un cabello, ni en lo más mínimo me ha acercado a lo infinito.

MEFISTÓFELES.- Mi buen señor, eso consiste en que todo lo ves como se ve con vulgaridad; es preciso aprovecharnos antes de que se nos escapen enteramente los placeres de la vida. Veamos: tus manos, tus pies, tu cabeza y tu espalda te pertenecen sin duda alguna, y no porque utilice audazmente una cosa puede decirse que lo posea menos. Si poseo seis caballos, ¿no será su fuerza también mía? Pues he aquí que si los monto, podré contar con sus 24 piernas. Déjate de reflexiones y lánzate al mundo conmigo. Te lo aseguro: el hombre pusilánime es como el animal a quien hace un duende girar en torno a un páramo, mientras que Se extienden a su alrededor pastos verdes y hermosos.

FAUSTO.- ¿Cuándo comenzamos?

MEFISTÓFELES.- Vamos a partir enseguida, ya que no es este gabinete más que un lugar de tortura, ya que no merece el nombre de vida el eterno fastidio que uno siente y causa. Deja ese triste estado para tu vecino el gordo. ¿Para qué atormentarse por más tiempo sin fin alguno? Lo mejor de lo que sabes ni siquiera te atreves a decirlo a tu discípulo. ¡Ah! Oigo pasos en el corredor.

FAUSTO.- Sea quien sea, no me es posible recibirlo.

MEFISTÓFELES.- Después de haber esperado tanto tiempo, no puedes al pobre muchacho desalentar. Vamos, dame tu vestido y tu gorro; mucho me engaño o ha de irme el disfraz a las mil maravillas.

(Se viste)

MEFISTÓFELES.- Ahora, confía en mí; sólo necesito 15 minutos; mientras prepárate para nuestro hermoso viaje.

(Fausto sale. Mefistófeles con el largo atuendo de Fausto)

MEFISTÓFELES.- Sí, sí, desprecia la razón y la ciencia, suprema fuerza del hombre; deja que el espíritu infernal te ciegue con sus ilusiones y sus encantos, y te me entregarás sin mediar condición alguna. El destino le dotó de un espíritu incapaz de contenerse en su desenfrenado camino; en alas de su aspiración ardiente ha pasado ya por todos los placeres de la tierra; permítaseme ahora arrastrarle por los desiertos de la vida a través de una medianía insignificante, donde forcejeará agitado en su lucha infatigable, sin ver nunca satisfecho su deseo insaciable por retroceder siempre la copa ante sus abrasados labios. En vano demandará gracia; aun cuando no se hubiera entregado al diablo, no sería menoS inevitable su pérdida.

(Entra un estudiante)

EL ESTUDIANTE.- Acabo de llegar y me presento para conocer y hablar con un hombre que incita el respeto y la admiración general.

MEFISTÓFELES.- Me complace mucho tu cortesía; sólo veras en mí a un hombre como cualquier otra. ¿Son muchos tus estudios?

EL ESTUDIANTE.- Vengo a pedirte que te encargues de mí; estoy animado con la mejor voluntad y tengo algún dinero y mucha salud, y a duras penas ha consentido mi madre a que me alejara de ella; pero mi deseo de aprender aquí algo útil ha vencido todos los obstáculos.

MEFISTÓFELES.- No podías haber elegido mejor lugar.

EL ESTUDIANTE.- Pues de verdad quisiera ya retirarme, porque no tienen para mí estos muros y salas atractivo alguno; hay, además, un espacio muy reducido y no se descubre desde él ni un solo árbol; puedo afirmar que en esta sala y en estos bancos perdería el oído, la vista y el pensamiento.

MEFISTÓFELES.- Todo depende de la costumbre. Tampoco el niño toma al principio el pecho de la madre de buena gana y luego se le ve beber su alimento de él con placer. Lo mismo te sucederá en el seno de la sabiduría.

EL ESTUDIANTE.- Mucho deseo colgarme de su cuello, pero enséñame la forma de lograrlo.

MEFISTÓFELES.- Explícate antes de seguir: ¿cuál es la facultad que eliges?

EL ESTUDIANTE.- Mi deseo de saber es tal, que quisiera poder abarcar todo cuanto existe en el cielo y en la tierra, en la ciencia y en la naturaleza.

MEFISTÓFELES.- Estás en buen camino, pero necesitas dejar de distraerte.

EL ESTUDIANTE.- En él estoy en cuerpo y alma; con todo, me procuraré la libertad posible y algunas horas de ocio en esos hermosos días de fiesta del verano.

MEFISTÓFELES.- Aprovecha el tiempo. ¡Pasa tan pronto! Pero el método te mostrará cómo ganarlo. Así que, mi buen amigo, ante todo te aconsejo un curso de lógica, que es la que ha de guiar tu espíritu; la lógica le calzará precisos borceguíes, para que ande derecho y con circunspección por el camino del pensamiento y no se pierda como un fuego fatuo en el espacio. Luego se te enseñará durante muchos días, que aún para las cosas más simples y que harás en un santiamén, cómo beber y comer, es por completo indispensable obrar con método y por tiempos. Y en efecto, sucede con el pensamiento lo que con un telar, en el que basta un solo esfuerzo para poner en juego millares de hilos, donde la lanzadera corre sin parar y al deslizarse se escurren los hijos invisibles y a la vez se hacen mil nudos. Viene también el filósofo y te demuestra que debe ser de ese modo: lo primero es esto y lo segundo es lo otro; luego lo tercero y lo cuarto deben seguir, y sin lo primero y lo segundo, nunca hubiera existido lo tercero y lo cuarto. Los estudiantes de todos los países, a pesar de comprenderlo de esa forma, nunca llegan a tejer. Si se quiere conocer y entender algo importante, se inicia desde luego por hacer abstracción de la inteligencia: se dispone de todos los elementos, ¿pero cómo lograr el anhelado fin si falta el lazo intelectual? La química llama a eso Encheiresin natura, y sin pensarlo se burla de sí misma.

EL ESTUDIANTE.- No te comprendo bien.

MEFISTÓFELES.- Lo comprenderás mucho mejor cuando hayas aprendido a reducir y clasificar todo como es conveniente.

EL ESTUDIANTE.- De tal modo me aturde todo esto, que creo tener una rueda de molino en la cabeza.

MEFISTÓFELES.- Y luego debes, ante todo, dedicarte a la metafísica; en ella podrás profundizar todo lo que no comprende la inteligencia humana y por todo lo que pertenezca o deje de pertenecer a ella recurrirás siempre a una palabra científica. Para este primer curso dedica tu tiempo con la mayor regularidad que puedas; tendrás cinco clases diarias. Asiste a ellas a la primera campanada, con la debida preparación, sin dejar de saber todos los párrafos de tu lección, para que nada dejes que no se encuentre en el libro; con todo, podrás escribir como si el Espíritu Santo en persona te dictara.

EL ESTUDIANTE.- No tendrás que repetirlo, por estar muy convencido de lo útil que debe serme; además, nada iguala el placer de haber pintado lo blanco de negro.

MEFISTÓFELES.- Entonces elige una carrera.

EL ESTUDIANTE.- No puedo acostumbrarme al estudio del derecho.

MEFISTÓFELES.- Lejos de mí está la idea de reprenderte por ello, pues mucho sé lo que es esa ciencia. Las leyes y los derechos se suceden como una eterna enfermedad y se les ve pasar de generación en generación y arrastrarse sordamente de un punto a otro; la razón se convierte en la locura y el beneficio, en tormento. ¡Desdichado de ti, hijo de tus padres, por no tratarse nunca del derecho que nació con nosotros!

EL ESTUDIANTE.- Aumentas la repugnancia que ya sentía por aquella ciencia. ¡Ah! ¡Dichoso el que reciba de ti la instrucción! Estoy cerca de estudiar teología.

MEFISTÓFELES.- No quisiera que te atrevieras, porque es muy fácil perder la senda que se debe tomar, en cuyo caso no habría para tu mal ningún remedio. Lo mejor que debe hacerse en materia tan delicada es no hacer caso más que a uno mismo y afirmar por la palabra del maestro. En suma ... atente a las palabras si deseas llegar con paso firme y seguro al templo de la verdad.

EL ESTUDIANTE.- Sin embargo, toda palabra debe contener una idea.

MEFISTÓFELES.- Según, pero no debe uno inquietarse mucho por esto, porque cuando faltan ideas, hay palabras que pueden sustituirlas; con ellas puede discutirse con energía y hasta con ellas erigir un sistema. Como son las palabras tan fáciles de creer, no se borraría de ellas ni una coma.

EL ESTUDIANTE.- Perdón que te interrumpa con mis preguntas, pues aún tengo que molestarte. ¿No podrías decirme algo acerca de la medicina? ¡Tres años transcurren con rapidez y es, por otra parte, tan vasto el campo que ofrece! Aunque no sea más que un dedo el que nos señala el camino, se anima uno para continuar.

MEFISTÓFELES, aparte.- Este tono magistral ya empieza a fastidiarme: adoptemos de nuevo el papel de diablo.

(En voz alta)

MEFISTÓFELES.- El espíritu de la medicina puede entenderse con simplicidad; estudia bien el grande y el pequeño mundo, para dejarlos ir al fin donde Dios mejor quiera. Sin resultado intentarás profundizar la ciencia, pues sólo aprende cada uno lo que logra aprender; sólo las circunstancias o, mejor dicho, el saber aprovechar la oportunidad, puede hacerte gran hombre. Tienes buena raza y me pareces además aventurero; así que basta que tengas confianza en ti mismo, para que no te falte la de los otros. Sobre todo, dedícate a la curación de mujeres; esos eternos dolores mil veces repetidos se curan por un mismo tratamiento, y con tal de que seas con ellas un poco respetuoso, las dominarás por completo. Basta un título para atraer su confianza y convencerlas de que tu ciencia excede con mucho al resto; podrás entonces permitirte ciertas cosas que apenas lograrán otros tras años enteros de adulación y lisonjas: tómales luego el pulso, dirigiéndoles al mismo tiempo una ardiente mirada, y pasa luego el brazo por su talle, para ver si el corsé les aprieta.

EL ESTUDIANTE.- Eso me parece ya mucho más claro, pues al menos se ve el fin y el medio.

MEFISTÓFELES.- Mi querido amigo, toda teoría es tan seca como verde y lozano es el árbol de la vida.

EL ESTUDIANTE.- Te juro que todo esto me parece un sueño. ¿Me atreveré a importunarte de nuevo sólo para oírte y aprovecharme de tu ciencia?

MEFISTÓFELES.- Puedes contar siempre con todo lo que dependa de mí.

EL ESTUDIANTE.- No puedo ausentarme sin mostrarte antes mi álbum: concédeme una línea.

MEFISTÓFELES.- Con mucho gusto.

(Escribe y le entrega el álbum)

EL ESTUDIANTE, lee.- Eristis sicut Dells, scientes bonumm et malum.

(Cierra el álbum con respeto, saluda y se retira)

MEFISTÓFELES.- Sólo falta que practiques la vieja sentencia de mi prima la serpiente, para que tu semejanza con Dios te atormente.

FAUSTO.- ¿Adónde debemos encaminarnos?

MEFISTÓFELES.- A donde desees. Podemos ver el grande y el pequeño mundo. ¡Con cuánto gusto y provecho Vas a seguir su animado curso!

FAUSTO.- Sí; pero a pesar de mi larga barba, puedo asegurar que no sé vivir, así es que dudo mucho del éxito de mi empresa; nunca he sabido comportarme en el mundo: me siento tan pequeño en presencia de los demás, que a cada paso luciré turbado.

MEFISTÓFELES.- Mi buen amigo, todo se obtiene con facilidad, sólo te falta confiar en ti para saber vivir.

FAUSTO.- ¿Cómo vamos a salir de aquí? ¿Dónde tienes caballos, criados y coche?

MEFISTÓFELES.- Sólo necesitamos extender esta capa para emprender un viaje aéreo, pero te pido que no lleves grandes líos, porque no deja de ser nuestra ascensión muy atrevida. Vaya preparar un poco de aire inflamable que no tardará en levantarnos y ya verás, si no pesamos mucho, cuán rápido será el camino. Te felicito por tu nueva carrera por la vida.


TABERNA DE AUERBACH DE LEIPZIG
Reunión de alegres compañeros

FROSCH.- ¿No hay ya quien quiera beber y reír? Yo procuraré que hagas algún viaje. Estamos aquí hoy como paja mojada, ustedes que suelen ser todo fuego.

BRANDER.- Tú tienes la culpa, pues no pones sobre el tapete ni una tontería, ni una piedra de escándalo.

FROSCH, arrójándole un vaso de vino a la cabeza.- Ahí tienes las dos cosas.

BRANDER.- ¡Marrano!

FROSCH.- Puesto que lo deseabas, serlo era preciso.

SIEBEL.- Afuera los alborotadores, canten con toda la fuerza de sus pulmones, beban todo lo que quieran y griten como energúmenos: ¡Ah! ¡Eh! ¡Hola! ¡Oh!

ALTMAYER.- ¡Ay de mí! ¡Estoy sordo! Tráiganme algodón, porque ese maldito me desgarra el tímpano.

SIEBEL.- Sólo cuando retumba la bóveda se puede juzgar del eco del bajo.

FROSCH.- Es verdad; a la calle el que empiece a irritarse. ¡Ah! ¡Tarará larará!

ALTMAYER.- ¡Ah! ¡Tara, tara, rarí!

FROSCH.- Afinadas están las gargantas.

(Canta)

¿Cómo existe todavía
el santo imperio romano?

BRANDER.- ¡Vaya tonta canción! Deja esa canción polítíca, esa canción tan fastídiosa. Da gracias a Dios por no tener que pensar todos los días en el imperio romano. En cuanto a mí, creo un gran bien el no ser emperador ni canciller. A pesar de todo, necesitamos un jefe; nombremos pues un Papa; ya sabes qué calidad de la elección y de qué modo eleva ésta al hombre.

FROSCH, canta.

Cantor de los bosques, ruiseñor querido,
ve a saludar mil veces a mi amor.

SIEBEL.- Nada de saludos a las amadas, si no quieren fastidiarme.

FROSCH.- ¡A mi querida, saludos y besos! No serás tú quien me lo impida.

(Canta)

Abre tus cerrojos
sin hacer ruido,
que tu amante te espera
muerto de frío.

SIEBEL.- Pondera y canta sus atractivos cuanto quieras, que no por eso dejará de engañarte; cuando te abandone como lo hizo conmigo no podré menos que reír. Désele por cortejo un gnomo que la requiebre en una encrucijada o un viejo chivo que al volver del Blocksberg le dé al pasar las buenas noches, pero de ninguna manera un joven de carne y hueso, por no merecerlo semejante tunanta. Mi saludo para ella consistirá en romperle todos los cristales.

BRANDER, dando un golpe sobre la mesa.- ¡Silencio, silencio! Pónganme atención y se convencerán todos de que soy hombre que sé vivir y que conozco el mundo. Hay aquí enamorados y, por la costumbre establecida, debo darles por buenas noches algo que les traiga alegría. Atención, pues, y ahí va una canción de las que están hoy más de moda; únicamente les encargo que repitan el estribillo con todo su vigor.

(Canta)

Una rata se alojó en una buena repostería y a tal grado se llenó de harina y manteca, que en menos de una semana tuvo la panza con el hermano Martín. Pero una mañana la cocinera puso a la rata un veneno y entonces ésta saltaba y corría como si tuviera el amor en el cuerpo.

TODOS, haciendo el coro - Cual si tuviera el amor el amor en el cuerpo.

BRANDER.- Corre, trota, bebe en todos los cacharros; come, roe y araña ventanas y cortinas. Nada le quita la sed. Pero cansada de tanto esfuerzo modera el furor como si la comadre tuviera el amor en el cuerpo.

CORO.- Como si tuviera el amor en el cuerpo.

BRANDER.- Devorada por el fuego del veneno, baja la escalera hasta la cocina, cae en el fogón, y ahí hace una mueca que les inspiraría lástima, y viendo alegre a la cocinera, levanta la moribunda mirada como si tuviera el amor en el cuerpo.

CORO.- Como si tuviera el amor en el cuerpo.

SIEBEL.- ¡Qué poca cosa divierte a esos imbéciles! ¡Qué gracia la de envenenar a una pobre rata!

BRANDER.- ¿Entonces las tienes en alta estima?

ALTMAYER.- No es raro que con su panza y su calva se conmueva tanto, porque ve en aquella rata hinchada su retrato.

(Entran Fausto y Mefistófeles)

MEFISTÓFELES.- Debo, ante todo, introducirte en una alegre sociedad, para que veas lo festivamente que puede pasarse la vida. Con poca inteligencia y mucho buen humor, cada quien va girando aquí en su reducido círculo, como los gatos jóvenes que juegan con la cola. Con tal de que tengan la cabeza libre y que el huésped les preste, viven alegres y sin preocupaciones.

BRANDER.- He aquí dos viajeros, según lo indica con claridad su aspecto; apuesto a que no hace una hora de que desembarcaron.

FROSCH.- Comparto tu opinión. ¡Honor a nuestro Leipzig, que es un segundo París!

SIEBEL.- ¿Quiénes son, a tu parecer, estos extranjeros?

FROSCH.- Déjame hacer y verás cómo con un solo brindis los desenmascaro. A decir por su porte y su altivez, deben ser de elevada alcurnia.

BRANDER.- De seguro son charlatanes; apostaría algo.

ALTMAYER.- Bien podría ser.

FROSCH.- Ya verás cómo voy a chasquearles.

MEFISTÓFELES, a Fausto.- Nunca esa pobre gente sospecha del diablo, ni aunque lo tenga pegado al cuerpo.

FAUSTO.- Muy buenos días, señores.

SIEBEL.- Les damos gracias por su figura. (En voz baja mirando de reojo a Mefistófeles). ¿Qué querrá ese pícaro?

MEFISTÓFELES.- ¿Nos permiten sentarnos junto a ustedes? Ya que nos falta buen vino, gocemos al menos de una buena compañía.

ALTMAYER.- Me parece que deben estar contrariados.

FROSCH.- Habrán salido muy tarde de Ripach. ¿Cenaron esta noche en la hostería del señor Juan?

MEFISTÓFELES.- Hemos pasado frente a ella, pero sin detenernos. La última vez que le hablamos, qué sé yo cuánto nos dijo sobre sus primos, dándonos mil expresiones para cada uno de ellos.

(Se inclina hacia Frosch)

ALTMAYER, en voz baja.- ¡Condenado! ¿Ya sabes a quién te diriges?

SIEBEL.- Es astuto.

FROSCH.- No importa; aguarda y verás cómo le pilló.

MEFISTÓFELES.- Si no me equivoco, hemos oído al entrar un coro de hermosas voces. Es verdad que el canto debe resonar admirable debajo de esta bóveda.

FROSCH.- ¿Acaso eres artista?

MEFISTÓFELES.- ¡Oh! No; mi mérito no es mucho, pero mi afición es grande.

ALTMAYER.- Cántanos algo.

MEFISTÓFELES.- Cantaré todo lo que quieran.

SIEBEL.- No te pedimos más que una canción, pero deseamos que sea totalmente nueva.

MEFISTÓFELES.- Por casualidad llegamos de España, hermoso país de buen vino y canciones.

(Canta)

Un rey en su palacio tenía una linda pulga ...

FROSCH.- Silencio, silencio. ¡Una pulga! ¿Lo has oído? ¡Una pulga! ¡Qué huésped tan raro!

MEFISTÓFELES, canta.- Un rey en su palacio tenía una linda pulga, a la que amaba con tal ternura como si formara parte de su familia; así que llamó cierto día a un sastre para que le hiciera un gran traje de corte.

BRANDER.- Sobre todo, no olvidaría encargar al sastre que le tomara con exactitud la medida, para que se notara en sus calzones la más pequeña arruga.

MEFISTÓFELES.- De paño, seda y armiño se viste a la beldad, que no tarda en ver adornar su pecho todas las órdenes conocidas; cualquiera la hubiera creído ministro al verla portar el cordón azul y la orden de Jarretiera. Tan pronto como supo su familia la recepción que le habían hecho en la corte, determinó ir a instalarse en ella. Pero como despUés de su llegada, la reina, sus damas y todos los cortesanos tuvieran que rascar continuamente, sin poder descansar de día ni de noche, se rebelaron contra aquella tiranía insoportable y decidieron dar muerte a cuantas pulgas les picaran.

FROSCH.- ¡Bravo, bravo! Eso es lo que debían hacer desde el principio.

SIEBEL.- Lo mismo suceda a las demás pulgas.

BRANDER.- Apríeten los dedos y no paren hasta aplastarlas.

ALTMAYER.- ¡Viva la libertad! ¡Viva el buen vino!

MEFlSTÓFELES.- Gustoso bebería un trago en honor de la libertad, si fuera un poco mejor su vino.

SIEBEL.- No te atrevas a repetir eso.

MEFISTÓFELES.- A no temer que el dueño lo tomara a mal, ofrecería a esos dignos convidados algo de nuestra bodega.

SIEBEL.- Puedes hacerlo sin ningún cuidado; yo respondo por ello.

FROSCH.- Danos de él un buen vaso, si quieres que se te elogie; lo que es yo sólo soy buen conocedor cuando puedo echar buenos tragos.

ALTMAYER, en voz baja.- Deben ser del Rhin; estoy seguro.

MEFISTÓFELES.- Denme un barreno.

BRANDER.- ¿De qué te servirá si no tienes ninguna cuba?

ALTMAYER.- Ahí ha dejado el huésped una cesta de herramientas.

MEFISTÓFELES, tomando el barreno de manos de Frosch.- Díganme ahora cuál quieren gustar.

FROSCH.- ¿Qué quieres decir? ¿Acaso tienes un gran depósito?

MEFISTÓFELES.- Elija cada uno el que le agrade más.

ALTMAYER a Frosch.- ¡Ah! ¡Ah! Veo que empiezas ya a relamerte.

FROSCH.- ¿Y por qué no? Ya que puedo elegir, yo pido vino del Rhin; la patria es la que produce siempre lo más selecto.

MEFISTÓFELES, mientras abre agujero en el borde de la mesa, junto a la silla de Frosch.- Dame pronto un poco de cera para que sirva como tapón.

ALTMAYER.- ¡Ah! ¡Ah! Esto es un juego de manos.

MEFISTÓFELES, a Brander.- ¿Y tú?

BRANDER.- Yo quiero champaña, que sea muy espumosa.

(Mefistófeles sigue barrenando, mientras está otro haciendo tapones para los agujeros)

BRANDER.- No se nos permite siempre renunciar a los productos del extranjero, y no es extraño, si se entiende que siempre está lo mejor lejos de nosotros. Un verdadero alemán no puede sufrir a los franceses y, no obstante, bebe con mucho gusto su vino.

SIEBEL, mientras Mefistófeles se le acerca.- He de confesar que no me gusta el vino seco; dame una copa del dulce.

MEFISTÓFELES, barrenando.- Brote, pues, para voz el Tokai.

ALTMAYER.- No, señores; mírenme cara a cara. Bien lo veo, te burlas de nosotros.

MEFISTÓFELES.- Confiesa que con hombres como ustedes esto sería algo peligroso. Vamos, dime, ¿cuál vino prefieres?

ALTMAYER.- Me gustan todos, te lo digo con franqueza.

(Después de estar hechos y cubiertos todos los agujeros)

MEFISTÓFELES, con raros gestos.- La viña produce uvas y cuernos el macho cabrío; es el vino agradable rocío y tiene la cepa una madera dura como el bronce. ¿Por qué la madera de esta mesa no ha de darnos, entonces, el mosto que queremos? Les juro que basta dirigir a la naturaleza Una mirada investigadora para hacer tal milagro. Ahora qUiten los tapones y beban a su antojo.

(Quitan los tapones y reciben el vino deseado)

MEFISTÓFELES.- Sólo les encargo que no derramen ni una gota.

(Se ponen a beber)

TODOS, cantando.- Bebamos, bebamos, bebamos como 500 marranos.

MEFISTÓFELES.- ¡He aquí a esos tontos enteramente liberados! ¡Mira su dicha!

FAUSTO.- Quisiera retirarme ahora.

MEFISTÓFELES.- Espera un poco más y verás llegar la bestialidad a su mayor manifestación.

SIEBEL, bebe sin precaución, por lo que se le tira el vino y se convierte en llama.- ¡Socorro! ¡Fuego! ¡Socorro! ¡El infierno se abre!

MEFISTÓFELES, dirigiéndose a la llama.- ¡Cálmate, mi querido elemento!

(Volteando hacia los compañeros)

SIEBEL.- ¿Qué es esto? Espera, la has de pagar cara. ¿Ignorabas sin duda con quienes estabas?

FROSCH.- Vuelve a hacerlo.

ALTMAYER.- Pues yo opino porque se le pida que despeje el campo.

SIEBEL.- ¡Cómo! ¿Después de haber tenido la audacia de hacer aquí su magia?

MEFISTÓFELES.- ¡Silencio, viejo tonel!

SIEBEL.- ¡Aún se atreve a hacer aquí el guapo, ese palo de escoba!

BRANDER.- Espera un poco, si quieres que caiga lluvia de palos.

ALTMAYER, arranca un tapón de la mesa y brota del agujero una llama que le alcanza.- ¡Me quemo! ¡Me quemo!

SIEBEL.- ¡Brujería ...! Arrójense sobre él y haz que el malvado no se burle de nosotros sin pagarlo.

(Sacan puñales y se lanzan sobre Mefistófeles)

MEFISTÓFELES, con imperturbable gravedad.- Encantos e ilusiones, turben su razón y su vista, haciéndolas vagar de un lado a otro.

(Se paran asombrados, mirándose unos a otros)

ALTMAYER.- ¿Dónde estoy? ¡Qué hermoso es el país que se extiende ante mi vista.

FROSCH.- Una colina cubierta de viñedo. ¿No me engaña mi vista?

SIEBEL.- ¡Cuántos racimos tengo en la mano!

BRANDER.- ¡Muchos racimos y copas hay entre los verdes pámpanos!

(Coge a Siebel por la nariz, hacen el resto otro tanto unos a otros y levantan los puñales)

MEFISTÓFELES, con la misma impasibilidad.- Caiga la venda de sus ojos para que vean cómo sabe el diablo burlarse de ellos.

(Desaparece con Fausto y luego suelta cada cual a su presa)

SIEBEL.- ¿Qué es esto?

ALTMAYER.- ¿Qué?

FROSCH.- ¿Era tu nariz?

BRANDER, a Siebel.- ¡También yo tengo la tuya en la mano!

ALTMAYER.- ¿Qué golpe ha sido eso? Tengo todas las extremidades dislocadas: pronto una silla porque desfallezco.

FROSCH.- Nada temas; sólo quiero que me digas qué ha pasado.

SIEBEL.- ¿Dónde está el tunante? Si alguna vez llego a verlo, no saldrá vivo de entre mis uñas.

ALTMAYER.- Yo lo he visto salir por la puerta de la bodega montado en una cuba. Tengo los pies pesados como el plomo.

(Volviéndose a la mesa)

ALTMAYER.- ¡Si al menos siguiera el mosto brotando! Todo es mentira.

SIEBEL.- ¡Todo era ilusión y encantamiento!

FROSCH.- Y, sin embargo, yo habría jurado que estaba bebiendo buen vino.

BRANDER.- ¿Y qué sucedió con aquellos racimos?

ALTMAYER.- ¡Se dirá después de esto que no debe creerse en milagros!


COCINA DE UNA HECHICERA

Hay una gran marmita hirviendo en un hogar muy bajo, en medio del vapor que exhala se ven revolotear raras figuras. Uua mona, sentada junto a la marmita, la espuma y cuida que no suba. El mono, con sus pequeñuelos, se calienta a su lado. Las paredes y el techo están llenos de extrañas herramientas que usa la bruja.

FAUSTO Y MEFISTÓFELES

FAUSTO.- Mucho me repugna este fantástico aparato. ¿Puedes prometer que recuperaré la vida en medio de tantas extravagancias? ¿Qué consejos podrá darme una hechicera? ¿Puede haber en este sitio mezcla alguna que me quite 30 años de encima? ¡Ay de mí! Si no puedes darme otra cosa, he perdido ya toda esperanza. ¿Es posible que ni la naturaleza ni un doble espíritu no hayan descubierto un bálsamo en algún lugar?

MEFISTÓFELES.- Aquí estás, amigo mío, filosofando como siempre. Para rejuvenecer existe, sin embargo, un medio muy natural; pero está en otro libro y forma un capítulo muy curioso.

FAUSTO.- Quiero saber en seguida cuál es ese medio.

MEFISTÓFELES.- Muy bien; es un medio que no requiere dinero, medicina ni sortilegio. Dirígete ahora mismo al campo, torna la azada, ponte a trabajar, sepúltate con tu pensamiento en un estrecho círculo, confórmate con alimentos sencillos, vive como animal entre los animales y no te niegues a abonar los campos que cultives. Ese es el medio más seguro para llegar joven a los 80 años.

FAUSTO.- No tengo el hábito y por ello nunca podré decidirme a tornar el azadón. Además de ningún modo puede seducirme vida tan austera.

MEFISTÓFELES.- Por esto debe la bruja intervenir en este asunto.

FAUSTO.- ¿Pero por qué ha de ser justo esa mujer? ¿Por ventura no puedes tú mismo preparar el brebaje?

MEFISTÓFELES.- ¡En verdad que sería un agradable pasatiempo! Antes preferiría construir mil puentes. El arte y la ciencia no son suficientes, es indispensable la paciencia; necesitaría un espíritu tranquilo muchos años para confeccionarse; sólo con el tiempo torna su fermentación la Virtud necesaria y cada ingrediente de los que se compone es faro al extremo. Ni el propio diablo, quien la ha instruido, podría hacerlo ahora.

(Viendo a algunos animales)

MEFISTÓFELES.- ¡Mira que linda y pequeña especie! He aquí la criada, aquél es el criado. (A los animales). Me parece que la vieja no debe estar en casa.

LOS ANIMALES.- Se fue a comer fuera, salió por la chimenea.

MEFISTÓFELES.- ¿Puedes decirme, familia abandonada, si demorará en volver?

LOS ANIMALES.- Lo que nosotros tardemos en calentarnos las patas.

MEFISTÓFELES.- ¿Qué te parecen esos hermosos animales?

FAUSTO.- Que son los más repugnantes que haya visto.

MEFISTÓFELES.- No deja de ser cierto lo que dices, por más contrario que sea a los que mejor me sirven y más amo. (A los animales). Dime, raza maldita, ¿qué es lo que ahí estás revolviendo?

LOS ANIMALES.- Estamos preparando la sopa para los pobres.

MEFISTÓFELES.- Que por lo visto deben ser muy numerosos.

EL MACHO, acercándose y acariciando a Mefistófeles.- Viejo diablo, coloca los dados y empecemos desde luego el juego infernal que ha de darme lo que necesito; venga el oro, sin el cual no hay en el mundo mérito alguno, para que los que hoy me rechazan más tarde ante mí se arrodillen.

MEFISTÓFELES.- Con sólo jugar a la lotería, creería ver el mico sus deseos satisfechos.

(Mientas juegan, los otros animales hacen rodar una gran bola)

EL MACHO.- Así es el mundo; sube y baja, y como esta bola, va rodando sin cesar; es bello, sonoro y hueco como el cristal puro, y también, como él, quizá se rompe, sin notarse al chocar más que un haz de luz que pronto de apaga. Huye entonces de él, hijo mío; que no te deslumbren sus vivísimos colores, porque es su interior de polvo que el menor viento dispersa.

MEFISTÓFELES.- ¿Para qué sirve esa criba?

EL MACHO, cogiéndola.- Para conocer al que ha robado, sin importar aspecto o astucia.

(Se dirige corriendo hacia la hembra y la obliga a mirar a través de la criba)

EL MACHO.- Mira por ella quién es aquel ladrón y procura decirnos su nombre.

MEFISTÓFELES, acercándose a la lumbre.- ¿Qué comida es esa?

EL MACHO Y LA MONA.- ¿Habrase visto topo igual? Ni sabe lo que es la marmita ni lo que lleva dentro.

MEFISTÓFELES.- ¡Raza maldita y descarada!

EL MACHO.- Toma esta escoba y siéntate en este cascabel.

(Obliga a Mefistófeles a sentarse)

FAUSTO, que había estado cOntemplando un espejo tan pronto acercándose y alejándose de él.- ¿Qué es lo que veo? ¡Qué celestial imagen se me aparece en este mágico espejo? ¡Oh, amor! Llévame en tus alas a la región que habita! Si me muevo de este sitio, aunque sea para acercarme, sólo la veo como a través de una nube. ¡Es la imagen más bella de la mujer! ¿Puede ser una mujer tan hermosa? ¿Será este cuerpo el conjunto de todas las maravillas de los cielos? ¿Puede haber cosa igual en el mundo?

MEFISTÓFELES.- Es claro que la obra que costó a un Dios seis días y que después el mismo se complació en ella, ha de resultar algo de admiración extraordinaria. Continúa por esta vez saciando tu vista y deja que me encargue de seguir la pista a semejante tesoro; feliz el que pueda llevarla a casa como esposa.

(Continúa Fausto con la vista fija en el espejo, mientras que Mefistófeles se tiende en el sillón jugando con una escoba y sigue hablando. Los animales, que hasta entonces han hecho mil movimientos extraños, gritan confundidos y entregan una corona a Mefistófeles)

LOS ANIMALES.- Dígnate, señor, admitir esta corona que a pesar de estar en pedazos, puedes reparar a fuerza de sudor y sangre.

(Y empiezan a saltar de un modo grotesco hasta que queda la corona hecha trizas, con la que bailan en torno de Mefistófeles, a quien la ofrecen)

LOS ANIMALES.- Ya está hecho; sólo nos falta ahora hablar, ver, oír y reinar.

FAUSTO, viendo el espejo.- ¡Infeliz de mí! ¡Casi pierdo la razón!

MEFISTÓFELES, señalando con el dedo a los animales.- ¡Poco falta para que mi razón se extravíe!

LOS ANIMALES.- Salgamos airosos de la empresa y nuestra gloria será inmensa.

FAUSTO, como antes.- Siento el corazón inflamado; vámonos de aquí cuanto antes.

MEFISTÓFELES, en la misma posición.- Al menos debemos convenir en que son poetas verdaderos.

(La marmita, abandonada por la mona, empieza a desbordarse y se levanta una llama con violencia que se extiende por la chimenea. Al mismo tiempo desciende la bruja por la llama, lanzando espantosos gritos)

LA BRUJA.- ¿No ves, canalla, que me estoy quemando por tu torpeza y culpable abandono?

(Viendo a Fausto y a Mefistófeles)

LA BRUJA.- ¿Qué es esto? ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren de mí? Cara, muy cara van a pagar su audacia, pues no tardará el fuego en consumir sus huesos.

(Mete la espumadera en la marmita y empieza a arrojar llamas a Fausto y Mefistófeles, mientras los animales dan tremendos alaridos. Mefistófeles, con la escoba que tiene en la mmlO, empieza a romper vasos y ollas)

MEFISTÓFELES.- Todos los muebles y utensilios de esta vieja bruja han de quedar hechos añicos y luego ajustaré la cuenta con este mismo palo por el problema que ha armado.

(Retrocede la hechicera llena de espanto e ira)

MEFISTÓFELES.- ¿Por ventura me has desconocido, esqueleto espantoso? ¿No conoces ya a tu señor y amo? No sé cómo me contengo de no azotarte hasta despedazarte junto con tus espíritus y tus gatos, al ver que no te causa ya ningún respeto el justillo rojo y que desconoces la pluma del gallo. ¿Acaso te he ocultado este rostro? ¿Por ventura estaré siempre obligado a nombrarme a mí mismo?

LA HECHICERA.- Perdóname, señor, el indigno recibimiento que te he dado; sin embargo, no veo la mano del caballo, así como tampoco tus cuernos.

MEFISTÓFELES.- Por esta vez acepto perdonarte, aunque sólo sea por el tiempo que hace que no nos hemos visto. La civilización que regenera al mundo entero se extiende hasta el mismo diablo. Ya no se trata hoy día del fantasma del norte, ni se ven los cuernos en ninguna parte, ni las corras ni las garras. En cuanto a la mano de caballo, de la que no podría deshacerme, me sería perjudicial en el mundo; así que he adoptado desde hace tiempo, como muchos jóvenes, la moda de llevar pantorrillas postizas.

LA HECHICERA, bailando.- Loca estoy de alegría al ser visitada por el noble Satán.

MEFISTÓFELES.- Desde ahora te prohibo que vuelvas a darme ese nombre.

LA HECHICERA.- ¿Por qué? ¿Qué te ha hecho?

MEFISTÓFELES.- Porque hace tiempo que está escrito en el número de los fábulas, sin que por esto los hombres hayan mejorado; se han liberado del espíritu del mal, pero ellos han seguido siendo igual de malos. Llámame más bien señor barón, ya que soy caballero como el resto y no puedes dudar de la nobleza de mi sangre. Toma, aquí está el escudo que llevo.

(Hace un gesto indecente)

LA HECHICERA.- ¡Ah! ¡Ah! Eres en efecto tú; veo que sigues siendo lo que siempre has sido, un gran pícaro.

MEFISTÓFELES, a Fausto.- Amigo mío, que te sirva de ejemplo; así debe tratarse a las brujas.

LA HECHICERA.- Ahora díganme, señores, ¿en qué puedo complacerlos?

MEFISTÓFELES.- Danos un vaso del elixir que sabes y que sea del más viejo, ya que los años aumentan su fuerza.

LA HECHICERA.- Con mucho gusto. Tengo ahí un frasco del que yo por golosina acostumbro beber algunas veces, que no tiene ningún olor, y les voy a ofrecer una copa.

(En voz baja a Mefistófeles)

LA HECHICERA.- Pero si ese hombre la bebe sin estar preparado, como lo sabes muy bien, no vivirá una hora.

MEFlSTÓFELES.- Es un amigo, a quien hará esto un gran bien; te pido para él lo mejor que tengas en tu cocina. Vamos, pues, traza tu círculo, pronuncia tus palabras y dale una taza llena.

(La bruja traza un círculo, con gestos extraños, y coloca luego en él mil cosas extravagantes, mientras que los vasos y las ollas empiezan a chocar entre sí, haciendo una rara mÚsica. Por fin trae un gran libro, coloca a los animales en el círculo para que sirvan de pupitre y le detengan los candelabros, e indica a Fausto que se acerque a ella)

FAUSTO, a Mefistófeles.- Pero dime, ¿a qué viene todo esto? Sé lo que son esa farsa y esta insípida parodia, por lo que me inspiran horror.

MEFISTÓFELES.- ¡Qué tontería! Más bien debería causarte risa; vamos, no te muestres tan grave. Como conocedora en medicina, debe hacer antes su magia, para que el elixir o filtro te haga bien.

(Obliga a Fausto a entrar en el círculo. La hechicera se pone a leer en el libro y a declamar con fuerza)

MEFISTÓFELES.- Has de saber que con uno se pueden hacer diez y por tanto tu riqueza es segura; de cinco y seis y hasta siete y ocho, y verás tus deseos cumplidos, por más que nueve sea uno y diez ninguno. Ése es el gran sistema del libro de toda bruja.

FAUSTO.- Sin duda esta vieja delira.

MEFISTÓFELES.- Y aún verás otras muchas extravagancias que acabarán por convencerte de ello, antes de que termine ese libraco enteramente lleno de simplezas. No puedes imaginar el tiempo que me ha hecho perder; porque una contradicción completa es tan incomprensible para el sabio como lo es para el ignorante, para el cuerdo y para el loco. Querido mío, es el arte a la vez antiguo y nuevo, y se ha procurado en todos los tiempos difundir el error en lugar de la verdad; por esto se charla tanto sobre cosas que no se entiende; por esto hay locos que se empeñan en romperse los cascos para comprender lo incomprensible. ¿Y, sabes, por lo regular, de qué procede ese error tan funesto? De que el hombre no escucha más que palabras, cree que éstas deben inducir por fuerza a la reflexión.

LA HECHICERA.- Sí, créelo; el poder de la ciencia, al que todo el mundo tiende los brazos, toca al hombre prudente que menos piensa en él.

FAUSTO.- ¡Cuánta extravagancia! Se me parte la cabeza; imagino oír un coro de 100 mil locos.

MEFISTÓFELES. ¡Basta! ¡Basta! Sibila consumada; danos tu bebida, procura llenar las tazas hasta el tope, pues no temo que haga a mi amigo ningún daño, porque es hombre acostumbrado a los tragos, en lo que ha alcanzado notables triunfos.

(La bruja llena el vaso y en el acto que Fausto lleva el brebaje a su boca brota del vaso una ligera llama)

MEFISTÓFELES.- Vamos, ánimo, tómalo de un solo sorbo y verás cómo se te alegra el corazón. ¿Es posible que unido como estás con el diablo te asuste la llama a ese grado?

(La hechicera rompe el círculo y Fausto se sale de él)

MEFISTÓFELES.- Partamos ahora; pues sólo necesitas movimiento y agitación.

LA HECHICERA.- ¡Buen provecho te haga el trago!

MEFISTÓFELES, a la hechicera.- Si me necesitas, sólo dímelo en el Walpurgis.

LA HECHICERA.- He ahí una canción que con sólo repetirla experimentarás efectos fuera de serie.

MEFISTÓFELES.- Ven pronto y déjate guiar, la transpiración es indispensable para que la fuerza te penetre en el interior y en el exterior. Luego te haré probar las delicias de una digna ociosidad y pronto sabrás en la embriaguez de todo tu ser cuáles son los gozos de Cupido.

FAUSTO.- ¡Ah! ¡Permíteme dirigir al espejo una postrer mirada! ¡Era tan hermoso aquel fantasma de mujer!

MEFISTÓFELES.- No, no; pronto tendrás ante ti, lleno de vida, el modelo de todas las mujeres. (Aparte). Con esa bebida en el cuerpo verás una Elena en cada mujer.

Índice de Fausto de J. W. GoethePrimera parte de la PRIMERA PARTETercera parte de la PRIMERA PARTEBiblioteca Virtual Antorcha