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CAPÍTULO DÉCIMO SÉPTIMO


Ahora, para no interrumpir más tarde el curso de los acontecimientos que ocurrieron en el seno de la familia Grandet, es necesario dirigir anticipadamente una mirada a las operaciones que el viejo realizó en París por intermedio de Des Grassins.

Un mes después de la partida del banquero, Grandet poseía una inscripción de cien mil libras de renta, comprada a ochenta francos netos. Los datos conocidos a su muerte por medio del inventario no han arrojado la menor luz sobre los medios que su desconfianza le sugirió para trocar el precio de la inscripción, contra el título. Cruchot creía que Nanón fue, sin saberlo, el instrumento fiel para el transporte de los fondos. Hacia esa época, la criada estuvo ausente cinco días, so pretexto de ir a arreglar no sé qué cosa en Froidfond, como si el viejo fuera capaz de dejar algo tirado ...

En lo que concierne a los asuntos de la casa de Guillermo Grandet, todas las previsiones del ex tonelero se realizaron.

Como todo el mundo sabe, en el Banco de Francia se encuentran los datos más exactos sobre las grandes fortunas de París y de los departamentos. Los nombres de Des Grassins y de Félix Grandet de Saumur eran conocidos allí y gozaban de la estimación que se concede a las celebridades financieras fundadas en inmensas propiedades territoriales, libres de hipotecas.

La llegada del banquero de Saumur, encargado, según se decía, de liquidar por honor la casa Grandet de París, bastó para evitar a la sombra del comerciante la vergüenza de los protestos. El levantamiento de los sellos se hizo en presencia de los acreedores, y el notario de la familia comenzó a proceder regularmente al inventario de la testamentaría.

Des Grassins no tardó en reunir a los acreedores, que, por voto unánime, eligieron como liquidadores al banquero de Saumur y a Francisco Keller, jefe de una rica casa, y uno de los principales interesados, y les dieron todos los poderes necesarios para salvar a la vez sus créditos y el honor de la familia.

El crédito del Grandet de Saumur y la esperanza que sembró en el corazón de los acreedores por intermedio de Des Grassins, facilitaron las transacciones; no encontró un solo recalcitrante entre los acreedores.

Nadie pensaba en pasar su crédito a la cuenta de ganancias y pérdidas, y todos se decían:

- ¡Grandet de Saumur pagará!

Pasaron seis meses. Los parisienses habían reembolsado las letras en circulación y las conservaban en el fondo de sus carteras. Era el primer resultado que quería obtener el tonelero.

Nueve meses después de la primera asamblea, los liquidadores distribuyeron un cuarenta y siete por ciento a cada acreedor. Dicha suma procedía de la venta de los valores, posesiones y otros bienes y objetos pertenecientes al difunto Guillermo Grandet, y la distribución fue hecha con escrupulosa fidelidad. Aquella liquidación era presidida por la probidad más estricta. Los acreedores reconocieron gustosos el admirable e indiscutible honor de Des Grassins. Cuando estas alabanzas hubieron circulado lo bastante, los acreedores pidieron el resto de su dinero. Tuvieron que escribir una carta colectiva a Grandet.

- ¡Ya estamos! -exclamó el extonelero, echando al fuego la carta-. ¡Paciencia, amiguitos!

En respuesta a las proposiciones contenidas en aquella carta, Grandet de Saumur pidió el depósito, en casa de un notario, de todos los títulos de crédito existentes contra la testamentaría de su hermano, acompañado con un recibo de los pagos ya hechos, so pretexto de depurar las cuentas y establecer correctamente el estado de la testamentaría.

Aquel depósito suscitó mil dificultades.

Generalmente el acreedor es una especie de maniático. Hoy dispuesto a cerrar trato, mañana quiere llevarlo todo a sangre y fuego; más tarde se hace ultrabonachón. Hoy su mujer está de buen humor, su niño último ha echado los dientes, todo anda bien en su casa, no quiere perder un céntimo; mañana llueve, no puede salir, está melancólico, dice que sí a todas las proposiciones encaminadas a terminar un negocio; al día siguiente necesita garantías; a fin de mes pretende ejecutaros, ¡verdugo!

El acreedor se parece al pajarillo en cuya cola se invita a los niños a poner un grano de sal para cazarlo; pero el acreedor devuelve esta imagen al crédito de que no puede sacar nada.

Grandet había observado las variaciones atmosféricas de los acreedores, y los de su hermano obedecieron a sus cálculos. Los unos se enfadaron, negándose rotundamente a hacer el depósito.

- ¡Bueno, esto va bien! -decía Grandet frotándose las manos al leer las cartas que al respecto le escribía Des Grassins.

Los otros no cOnsintieron en dicho depósito sino bajo la condición de dejar bien sentados sus derechos, de no renunciar a ninguno de ellos y hasta de reservarse el de hacer declarar la quiebra ... Nueva correspondencia, después de la cual el Grandet de Saumur consintió en todas las reservas pedidas. Mediante esta concesión, los acreedores bonachones hicieron entrar en razón a los acreedores duros. El depósito se realizó, no sin algunas quejas.

- Ese viejo -decían a Des Grassins- se está burlando de nosotros.

Veintitrés meses después de la muerte de Guillermo Grandet, muchos comerciantes, arrastrados por el movimiento de los negocios de París, habían olvidado sus cuentas Grandet, o no pensaban en ellas sino para decir:

- ¡Comienzo a creer que el cuarenta y siete por ciento será todo lo que voy a sacar de eso!

El tonelero había descontado el poder del tiempo, que, según decía, es buen muchacho.

Al finalizar el tercer año, Des Grassins escribió dando cuenta de haber conseguido de los acreedores que, mediante el diez por ciento de los dos millones cuatrocientos mil francos adeudados por la casa Grandet de París, devolverían sus títulos. Grandet contestó que el notario y el agente de cambio, cuyas espantosas quiebras habían causado la muerte de su hermano, vivían aún, que podían haberse hecho solventes, y que era necesario perseguirlos para sacarles algo y disminuir el déficit.

Al finalizar el cuarto año, el déficit quedó definitivamente establecido en la suma de un millón doscientos mil francos. Hubo negociaciones que duraron seis meses entre los liquidadores y los acreedores, y entre Grandet y los liquidadores. En fin, vivamente compelido a pagar, Grandet de Saumur contestó a los liquidadores, hacia el noveno mes de aquel año, que su sobrino, que acababa de hacer fortuna en las Indias, le había manifestado la intención de pagar íntegramente las deudas de su padre; no podía, pues, tomar bajo su responsabilidad el acto de saldar fraudulentamente las deudas, sin haberlo consultado antes; aguardaba su contestación.

Hacia la mitad del quinto año, los acreedores estaban aún en jaque con la palabra íntegramente, pronunciada de tiempo en tiempo por el sublime tonelero que se reía para su capote y no decía nunca sin dejar escapar un juramento y una astuta sonrisa:

- ¡Esos parisienses...!

Pero los acreedores estaban reservados para una suerte inaudita en los fastos del comercio. Se encontraban en la posición en que los había mantenido Grandet en el momento en que los episodios de esta historia les obligaran a reaparecer en ella.

Cuando las rentas llegaron a 115, el tío Grandet vendió sus títulos y retiró de París cerca de dos millones cuatrocientos mil francos en oro, que fueron a reunirse en sus barrilitos con los seiscientos mil de intereses compuestos que le habían dado los mismos títulos.

Des Grassins permanecía en París. He aquí por qué: primero, fue nombrado diputado; luego se enamoriscó, él, padre de familia, pero hastiado por la fastidiosa vida de Saumur, de Florina, una de las más lindas actrices del teatro de Madame, y hubo en el banquero recrudescencia del cuartelmaestre. Es inútil hablar de su conducta; inmoral. Su mujer se consideró muy feliz por hallarse separada de bienes y tener suficiente cabeza para dirigir la casa de Saumur, cuyos negocios continuaron bajo su nombre, para reparar las brechas abiertas a su fortuna por los extravíos y las locuras del señor Des Grassins. Los Cruchot empeoraban de tal modo la situación falsa de la casi viuda, que ésta casó muy mal a su hija y tuvo que renunciar a la alianza de Eugenia Grandet para su hijo. Adolfo se reunió a Des Grassins en París y, según se dice, allí se convirtió en un gran calavera. Los Cruchot triunfaron.

- Su marido no tiene sentido común -decía Grandet prestando una suma de dinero a la señora Des Grassins, mediante garantías-. Mucho la compadezco, pues es usted una excelente mujercita.

- ¡Ah, señor! -contestó la pobre señora-. ¡Quién hubiera creído que el día que salió de su casa de usted para marcharse a París, iba corriendo a su ruina...!

- El Cielo es testigo, señora, de que hasta el último momento hice lo posible para impedir que se fuera. El señor presidente quería reemplazarlo a toda costa, y si tan ganoso estaba de ir... ahora ya sabemos por qué...

De este modo, Grandet no tenía nada que agradecer a los Des Grassins.

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