Índice de ugenia Grandet de Honorato de BalzacCAPÍTULO XCAPÍTULO XIIBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO UNDÉCIMO


Si el ex alcalde de Saumur hubiese colocado más alto el objeto de su ambición, si felices circunstancias, haciéndolo acercarse a las esferas superiores de la sociedad, lo hubieran enviado a los congresos en que se tratan los negocios de las naciones, y allí se hubiese servido del genio de que lo había dotado su interés personal, no cabe duda de que hubiera sido gloriosamente útil a Francia.

Sin embargo, también es posible que, en saliendo de Saumur, el viejo hubiera hecho triste figura. Quizá pase con los espíritus lo que con ciertos animales, que ya no engendran, una vez trasplantados fuera del clima en que nacen.

- Se... se... señor pre... presidente, de... de... decía us... usted que la quiiiiebra...

La tartamudez afectada desde hacía tanto tiempo por el viejo y que pasaba por natural, lo mismo que la sordera de que se quejaba en los días lluviosos, se hizo tan fatigosa en aquella circunstancia para los dos Cruchot, que escuchando al vinatero gesticulaban involuntariamente y sin saberlo, haciendo esfuerzos como si quisieran terminar las palabras en que se atascaba de propósito.

Aquí será necesario, quizá, dar a conocer la historia de la tartamudez y la sordera de Grandet.

Nadie, en todo el Anjou, oía mejor, ni podía pronunciar más claramente el francés de la comarca que el astuto vinatero.

Hacía tiempo, a pesar de su astucia, había sido engañado por un israelita que, en la discusión, se aplicaba la mano a la oreja, a modo de trompetilla, so pretexto de oír mejor, y balbuceaba tan bien, buscando las palabras, que Grandet, víctima de su humanidad, se creyó obligado a sugerir al disimulado judío las palabras y las ideas que el judío parecía buscar, terminar él mismo los raciocinios del susodicho judío y ser, por fin, el judío y no Grandet.

El tonelero salió de aquel extraño combate cerrando el único trato de que haya tenido que quejarse en el largo curso de su vida comercial.

Pero, si perdió pecuniariamente hablando, ganó moralmente una buena lección, y más tarde supo recoger sus frutos. De tal modo, que el viejo acabó por bendecir al judío que le había enseñado el arte de impacientar al adversario comercial, y, preocupándolo de expresar el pensamiento ajeno, hacer que constantemente perdiera de vista el propio.

Ahora bien, ningún negocio exigió nunca más, que el que se trataba en aquel momento, el empleo de la sordera, el tartamudeo y los incomprensibles ambages en que Grandet envolvía sus ideas. En primer lugar, no quería cargar con la responsabilidad de esas ideas; en seguida quería quedar dueño de su palabra, y dejar en duda sus verdaderas intenciones.

- Se... señor de Bonfons...

Por segunda vez desde hacía tres años, Grandet llamaba a Cruchot sobrino señor de Bonfons. El presidente pudo creerse elegido para yerno por el artificioso viejo.

- De... de... decía usted, pues, que las qui... qui... quiebras pue... pueden, de... de... dentro de cierto pla... plazo, ser im... im... im... impedidas po... po... por...

- Por los mismos tribunales de comercio. Eso se ve todos los días -dijo el señor C. de Bonfons, montando a la grupa de la idea del tío Grandet, o creyendo adivinarla, y tratando amistosamente de explicársela-. Oiga usted.

- Es... es... escucho -contestó humildemente el viejo, tomando la maliciosa expresión de un niño que se ríe interiormente de su maestro mientras finge prestarle la mayor atención.

- Cuando un hombre considerable y considerado, como lo era, por ejemplo, su difunto hermano en París ...

- En e... fecto.

- ... se ve amenazado por la ruina; cuando su quiebra se hace inminente, el tribunal de comercio, del que depende jurídicamente (siga usted bien), tiene la facultad de nombrar, a raíz de un juicio, los liquidadores de su casa de comercio. Liquidar no es quebrar, ¿comprende usted? Un hombre que quiebra queda deshonrado; pero si liquida continúa siendo un hombre honesto.

- Es muy dis... dis... distinto, si... si... si... si no cuesta más... más... más... caro -dijo Grandet.

- Pero también puede hacerse una liquidación hasta sin el auxilio del tribunal de comercio; pues -agregó el presidente absorbiendo su rapé-, ¿cómo se declara una quiebra?

- Sí, nu... nu... nunca he pe... pensado en ello -contestó Grandet.

- En primer lugar -continuó el magistrado-, con el depósito del balance en la secretaría del tribunal, depósito que hace el comerciante mismo o su apoderado con papeles legales. En segundo lugar, a pedido de los acreedores. Ahora bien, si el comerciante no deposita su balance, si ningún acreedor requiere del tribunal un juicio que declare en quiebra al susodicho comerciante, ¿qué sucederá?

- Sí, ve... ve... veamos.

- Entonces, la familia del difunto, sus representantes, sus herederos, o el comerciante si no ha muerto, o sus amigos si está oculto, liquidan. Quizá desee usted liquidar los negocios de su hermano ... -terminó diciendo el presidente con tono en cierto modo interrogativo.

- ¡Ah, Grandet! -exclamó el notario-. Sería una hermosa acción. Todavía hay honor en el fondo de nuestras provincias. Si salvara usted su nombre, porque se trata de su nombre, sería usted un hombre ...

- ¡Sublime! -dijo el presidente interrumpiendo a su tío.

- Sin duda -replicó el viejo vinatero-, mi... mi he... he... hermano se lla...lla... llamaba Grandet, co... co... como yo. Es in... indudable. No di... di... digo que no. Y esa li... li... liquidación po... po... podría, en todo caso, ser muy ve... ve... ventajosa pa... para mi so... brino, a qui... qui... quien quiero. Pero, hay que ver. No co... co... conozco a los en... en... enredadores de Pa... Pa... París. Yo soy de Sa... Sa... Saumur, ¿sabe usted? Mis viñas, mis zanjas y, en... en... en fin, mis negocios... Nunca he firmado un pa... pa... pagaré. ¿Qué es un pagaré? He re... re... recibido muchos, nunca he fi... fi... firmado uno. Es una co... co... cosa que se co... cobra, que se descuenta. Eso es to... to... todo lo que sé. He oído decir que se po... po... podían re... re... rescatar los pa... pa... pagarés...

- -dijo el presidente-. Uno puede comprarlos en plaza, mediante un descuento. ¿Comprende usted?

Grandet se hizo una trompetilla con la mano, la aplicó a la oreja, y el presidente tuvo que repetir la frase.

- Pero -dijo Grandet, cuyo lenguaje renunciamos a seguir copiando, aunque en toda aquella noche memorable no se apeara un momento de su tartamudez y su sordera, llevadas al más enfadoso de los extremos-, ¿en eso hasta habría mucho que ganar?... Yo, a pesar de mi edad, no sé una palabra de todas esas cosas. Lo que sé es que tengo que quedarme aquí para vigilar la cosecha. La cosecha se junta y con ella se paga. Lo primero es cuidar de las cosechas. Tengo en Froidfond negocios de mayor cuantía. No puedo abandonar mi casa por embrollos y trastornos de todos los diablos, en los que nada entiendo. Usted me dice que para liquidar, para impedir la declaración de quiebra, yo debería estar en París. Uno no puede estar en dos partes a la vez, a menos que sea pájaro... y aun así...

- Creo comprender a usted -exclamó el notario-. Pero, mi buen Grandet, usted tiene amigos, viejos amigos capaces de un sacrificio por usted...

- ¡Vaya! -pensaba el vinatero-, decídete, pues.

- Y si uno de ellos saliera para París, buscara al acreedor más fuerte de su hermano Guillermo, y le dijera ...

- Un momento -interrumpió el viejo, mucho más tartamudo que nunca, aunque ello pareciera imposible de conseguir-. ¿Le dijera qué?

- Algo como esto: El señor Grandet de Saumur por aquí; el señor Grandet de Saumur por allí. Quiere entrañablemente a su hermano, quiere a su sobrino. Grandet es un buen pariente, y tiene las mejores intenciones. Acaba de vender muy bien su cosecha. No declaren ustedes la quiebra, reúnanse, nombren liquidadores. Grandet verá, en seguida, lo que debe hacer. Más conseguirán ustedes liquidando que dejando que la justicia meta las narices en el negocio. ¿Eh, no es así?

- ¡Precisamente! -dijo C. de Bonfons.

- Porque, ¿ve usted, señor de Bonfons?, hay que saber antes de decidirse. En todo negocio oneroso es preciso conocer, para no arruinarse, los recursos y las cargas. ¿Eh? ¿No es así?

- Seguramente -dijo C. de Bonfons-. Mi opinión es la de que, dentro de algunos meses, se podrán rescatar las deudas por una suma dada, menor que la escrita, y pagar íntegro por arregio. ¡Ah, ah! Los perros van muy lejos cuando se les muestra un pedazo de tocino. Y si no ha habido declaración de quiebra, y usted obtiene los papeles de crédito, queda tan blanco como la nieve.

- Co... co... como la nieve -repitió Grandet, volviendo a hacer trompetilla con la mano-. No co... co... comprendo eso de la nieve...

- ¡Pero -exclamó el presidente-, escúcheme usted!

- Es... es... escucho.

- Una letra o un pagaré es una mercancía que puede tener su alza o su baja. Esto es una deducción del principio de Jeremías Bentham sobre la usura. Ese publicista ha probado que la preocupación que condenaba a los usureros es una tontería.

- ¡Ah, vaya! -exclamó el viejo.

- ... Considerando que... en principio, según Bentham, el dinero es una mercadería, y que todo lo que representa dinero se convierte igualmente en mercadería -repuso el presidente-; considerando que, sometida a las variaciones habituales que rigen a las cosas comerciales, la mercancía-pagaré, con tal o cual firma, como talo cual artículo, abunda o escasea en plaza, es cara o cae al suelo: el tribunal ordena... (¡vaya, qué tonto soy, disculpe usted!) opino que podrá usted rescatar a su hermano con un veinticinco por ciento...

- Lo lla... lla... ma usted Jeremías Ben...

- Bentham, un inglés.

- Ese Jeremías nos hará evitar muchas lamentaciones en los negocios -dijo el notario riendo.

- Esos ingleses suelen tener buen sentido -dijo Grandet, tartamudeando a más y mejor-. De modo que, según Bentham, si los pagarés de mi hermano no valen, no valen... Sí. Digo bien, ¿no es verdad? Esto me parece claro... Los acreedores se quedarían... No, no se quedarían. En fin, yo me entiendo.

- Deje usted que le explique todo esto -dijo el presidente-. En derecho, si usted posee los documentos de todos los créditos que adeuda la casa Grandet de París, ni su hermano ni los herederos deberán nada a nadie. Bien.

- Bien -repitió el viejo.

- En equidad, si los pagarés de su hermano se negocian (negocian, ¿entiende usted bien la palabra?) en plaza con tanto por ciento de pérdida; si uno de sus amigos ha pasado por allí y los ha rescatado, como los acreedores no se han visto obligados a darlos por violencia alguna, la testamentaría del difunto Grandet de París resulta legalmente con sus deudas canceladas.

- Es verdad, los negocios son los negocios -dijo el ex alcalde sin abandonar el tartamudeo-. Esto sentado... Pero, sin embargo, usted comprende que es difícil. Yo no tengo el dinero, ni el tiempo, ni...

- Sí, no puede usted moverse. Pues bien, yo me ofrezco a ir a París (usted me indemnizará del viaje: es una bagatela). Veo a los acreedores, les hablo, obtengo plazos y todo se arregla con un suplemento de pago que agrega usted a los valores de la liquidación, para entrar en posesión de los documentos de crédito.

- Pero ya ve... ve... veremos; yo no... no pu... pu... puedo comprometerme sin que... El que no pu... pu... puede, no puede. ¿Co... co... comprende usted?

- Es muy justo.

- Tengo la cabeza hecha una olla de grillos con todo lo que usted ha tratado de explicarme. Ésta es la primera vez de mi vida que me veo obligado a pensar en...

- Sí; usted no es jurisconsulto.

- Soy un pobre vinatero, y no sé nada de cuanto acaba de decirme; tendré que estudiarlo.

- ¡Pues bien! -repuso el presidente, preparándose como para resumir la cuestión.

- ¡Sobrino! ... -dijo el notario, en tono de reproche, interrumpiéndolo.

- ¿Qué ocurre, tío? -contestó el presidente.

- Pero deja que el señor Grandet te explique sus intenciones. En este momento se trata de un encargo importante. Nuestro querido amigo debe definirlo conveni...

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