Índice de Electra de SófoclesSegunda parteCuarta parteBiblioteca Virtual Antorcha

TERCERA PARTE


ELECTRA.- ¿Os figuráis vosotras que la malvada se va triste y quebrantada de dolor a llorar amargamente y a lamentar la atroz muerte de su hijo? ¡Se ha ido riéndose de ella! ¡Oh triste de mi! ¡Orestes de mi alma! ¡Cómo me has arruinado con tu muerte! Haste ido, arrancando de mi corazón las únicas esperanzas que me restaban ya de que, vivo tú, habías de venir cual, vengador de mi padre y de mí, desventurada. Y ahora, ¿adónde me puedo yo volver, que me he quedado sola, huérfana? Ya no te tengo a ti, ya no tengo a mi padre. Solo me resta vivir hecha esclava de los seres que más execro, de los asesinos de mi padre. ¡Queda esto a maravilla! No, ya desde este momento, yo no entro en casa; aquí, junto a esta puerta, me arrojo sola, sin una alma amiga, y aquí consumiré mi vida. Y si a alguno de los de casa le estorbo, que venga y me mate, que me hará un favor con matarme y un disfavor si me deja con vida. ¿Para qué quiero yo la vida?


(Se echa al suelo ELECTRA. Pausa).


CORO.- ¿Dónde están los rayos de Zeus, dónde el fulgurante Sol, si ven estas cosas y las callan y disimulan?

ELECTRA.- ¡Ee, ee! ¡Ay, ay!

CORO.- Niña, ¿qué lloras?

ELECTRA.- ¡Ay! (Grito de desesperación).

CORO.- Mira, no alces el grito ...

ELECTRA.- Tú me vas a arruinar ...

CORO.- ¿Por qué?

ELECTRA.- Si me sugieres que tenga esperanzas aún en los que de cierto están ya en el seno de la muerte, lo que haces es burlarte de mi, que me estoy consumrendo de pena ...

CORO.- Es que yo no ignoro ... que el príncipe Anfiarao ... desapareció ... enredado por vil mujer en dorados lazos, y ahora con todo ... bajo tierra ...

ELECTRA.- ¡Ay, ay! Sí, sí.

CORO.- ... está lleno de poder y vida.

ELECTRA.- ¡Ay!

CORO.- Pues bien, ¡ay! Porque la malvada ...

ELECTRA.- ¡Halló su merecido!

CORO.- ¡Eso mismo!

ELECTRA.- Ya lo sé, ya lo sé. Es que apareció quien vengara al sin ventura ... Pero yo no tengo ya a nadie; el que me quedaba ha desaparecido arrebatado.

CORO.- Cuitada vives de cuitas.

ELECTRA.- Sabido lo tengo yo, y resabido también a fuerza de vivir una vida tristísima, eterna en trabajos, en odios ...

CORO.- Sabíamos eso que lamentas.

ELECTRA.- No me lleves ahora ya a donde no ...

CORO.- ¿Qué, qué dices?

ELECTRA.- ... a donde no hay auxilio de amantes y piadosos hermanos ...

CORO.- A todo mortal le toca morir.

ELECTRA.- ¿Si? ¿Y también morir como aquel desventurado, enmarañado en las riendas que le arrastraban, en la carrera desbocada?

CORO.- Inconcebible es tal miseria.

ELECTRA.- ¿Pues no lo ha de ser? En tierra extraña, sin la ayuda de mis manos ...

CORO.- ¡Bah! ¡Bah!

ELECTRA.- ... le encerraron en una urna, sin participar ni de sepultura, ni siquiera de nuestro duelo.


(Llega CRISOTEMIS alborozada y jadeante}.


CRISOTEMIS.- La alegría me trae corriendo, querida, y a toda prisa y hasta olvidada del decoro. Alegria te traigo y el término, por fin, de los males que hasta hoy vienes sufriendo y lamentando.

ELECTRA.- ¿Qué alivio has de encontrar tú a mis trabajos si no es posible hallarIes ya remedio?

CRISOTEMIS.- Ya tenemos con nosotras a Orestes; créeme lo que te digo; es cosa clara; tan clara como que me estás viendo.

ELECTRA.- ¿Pero te has vuelto loca, mujer, y te pones a mofarte de tus males y de los mios?

CRISOTEMIS.- Por el hogar de nuestro padre, que no lo digo por burlarme; pero Orestes está ya con nosotras.

ELECTRA.- ¡Infeliz de mi! ¿Y a qué mortal has podido oírle tal disparate para darle crédito semejante?

CRISOTEMIS.- Por mi misma lo sé, no se lo he oido a nadie; he visto señales infalibles; por eso lo tengo por cierto.

ELECTRA.- Pero ¿cuáles son esos indicios? ¿Qué me habrás podido descubrir tú para exaltarte con frenesí tan loco?

CRISOTEMIS.- Por los dioses, escúchame, y cuando te hayas enterado, entonces dirás si soy necia o tengo juicio.

ELECTRA.- Habla, pues, si hablar es lo que quieres.

CRISOTEMIS.- Pues yo te diré lo que he visto. No bien me hube acercado al viejo sepulcro paterno, vi unos hilos de leche recién vertida desde lo alto de la tumba; esta estaba toda festoneada en derredor con toda clase de flores. Al verlo me llené de pasmo; me pongo a examinar si por allí cerca anda alguno; veo que todo en tomo está en perfecta calma, y me llego sigilosamente cerca de la tumba y encuentro en lo más alto del túmulo un rizo de cabello recién cortado. En cuanto lo vi, infeüz, me asaltó una idea, que siempre llevo en la cabeza: que era lo que estaba viendo obra del ser más querido para nosotras, de Orestes. Lo tomé, pues, en mis manos, eso si, sin pronunciar palabra desfavorable, pero inundados los ojos en lágrimas de gozo. Y lo mismo ahora que entonces tengo para mi que este obsequio no viene sino de las manos de Orestes.

Porque fuera de ti y de mi, ¿a quién más le interesa nada de esto? Y yo, yo al menos, no lo he hecho; de esto bien cierta estoy; y tú menos, ni poderlo; si ni aun para orar a los dioses puedes salir de estos umbrales sin grave castigo. Pues la madre tampoco; ni su corazón le pide tales cosas ni las hubiera podido hacer sin ser vista. As1 que las ofrendas no son de otro que de Orestes.

Conque, hermana mia, ten buen ánimo. No va a estar una siempre bajo la misma estrella. La nuestra hasta ahora bien mala ha sido. ¿Quien sabe si hoy amanece para nosotras el dia de la bienandanza?

ELECTRA.- ¡Ah tohterias! ¡Qué pena me estás dando hace ya rato!

CRISOTEMIS.- ¿Pues qué es eso? ¿No te alegra lo que te digo?

ELECTRA.- No sabes bien adónde se te van los pies y adónde la cabeza.

CRISOTEMIS.- ¿Cómo no he de saber yo lo que he visto yo misma tan claro?

ELECTRA.- Orestes está muerto, pobrecilla, y las esperanzas que en él cifrábamos han parado en humo. En aquel no pongas ya tus ojos.

CRISOTEMIS.- ¡Ay, triste de mí! ¿Quién te lo ha dicho?

ELECTRA.- Quien se hallaba junto a él cuando murió.

CRISOTEMIS.- ¿Y dónde está ese? ¡Ay, qué miedo!

ELECTRA.- Ahí, en palacio, con harto gozo y corta pena de la otra.

CRISOTEMIS.- ¡Infeliz de mí! Pues ¿de qué hombre pueden ser tantos obsequios fúnebres junto al sepulcro del padre?

ELECTRA.- Yo tengo casi por cierto que alguien los ha dedicado precisamente a la memoria de Orestes difunto.

CRISOTEMIS.- ¡Ay, loca de mí! Yo que venía tan alborozada por traer tales noticias ..., y no sabía la desventura en que estamos ..., y ahora llego acá y me encuentro con los males de antes y con otros peores.


(Pausa).


ELECTRA.- Ahí tienes, así es la cosa. Con todo, si me quieres hacer caso, de ti depende el que sacudamos de nosotras la carga de esta calamidad.

CRISOTEMIS.- Si ha de ser para bien, lo que quieras.

ELECTRA.- Mira, sin trabajo no hay ventura.

CRISOTEMIS.- Es verdad, aquí estoy para ayudarte con cuanto pueda.

ELECTRA.- Pues escucha ahora lo que estoy resuelta a hacer: amigos que nos protejan, ya lo sabes tú, no los tenemos; el Hades se los llevó, y nos privó de ellos; nos hemos quedado solas. Yo, mientras oía que nuestro hermano gozaba de vida y de salud, abrigaba esperanzas de que un día viniera él a vengar la muerte de nuestro padre; ahora que está muerto, a ti vuelvo ya los ojos para que al asesino de nuestro propio padre, ayudada de tu hermana, no vaciles ... en matarle, a Egisto digo, no es ya tiempo de hablarte con reservas. Porque ¿hasta cuándo vas a seguir en esa indolencia? ¿O qué esperanzas puedes abrigar con fundamento, si estás, por una parte, gimiendo desposeida de la hacienda de tu casa, y llevas, por otra parte, tanto tiempo de sufrir, mientras te envejeces sin himeneos, sin lecho conyugal? Y no te figures que los has de lograr algún dia, que no es tan necio ese Egisto que deje retoñar tu linaje ni el mio, ruinosos a todas iuces para él. Mientras que si cedes a mis consejos, en primer lugar te granjearás la gratitud y amor de nuestro difunto padre y de nuestro hermano también; luego, en lo sucesivo, serás tenida por libre, como lo eres, y lograrás bodas dignas de tu posición, que todos gustan de poner sus ojos en las almas nobles.

Y qué, ¿no miras cuán gloriosa fama te granjeas a ti y me granjeas a mi si sigues mi consejo? Porque quién, sea ciudadano o extranjero, al vernos no nos colmará de bendiciones, diciendo así, por ejemplo: Mirad, amigos, a esta parejita de hermanas; ellas han resucitado su casa; ellas, cuando sus enemigos estaban más pujantes, sin perdonar a sus propias vidas, vengaron muerte con muerte; a estas hay que amar, a estas hay que venerar; en las fiestas, en las reuniones públicas, a estas rindan homenaje por su heroísmo todos los mortales. Así hablará de nosotras el mundo entero, y asi ni en vida ni en muerte nos ha de abandonar la gloria.

¡Ea!, hija, déjate persuadir, presta este servicio a tU padre, hazlo por tu hermano, acaba con mis males, acaba con los tuyos, y ten siempre presente que es muy bochornoso ser tan bien nacidas y vivir tan mala vida.

CORIFEO.- En tales casos como aqueste la prudencia es la que respalda, así al que habla como al que escucha.

CRISOTEMIS.- Aun antes de abrir los labios, si tuviera sano el juicio, se hubiera esta acordado de la circunspección; pero la ha olvidado. Vamos, ¿en qué te fundas para armarte de semejante audacia y pedirme la ayuda? ¿No te haces cargo? Eres mujer, no hombre; en fuerzas, no puedes compararte con tus verdugos. A ellos, de día en día, los hados les son más prósperos; a nosotras todo se nos deshace y se nos vuelve en nada. ¿Quién, pues, que atente a quitar de delante a un hombre como ese, lo pagará con menos que con la vida? Guárdate, no sea que nuestra triste vida se cambie por otra peor, si alguien oye esta conversación. Nada nos resuelve, nada nos sirve adquirir fama de valientes y morir afrentosamente. Y lo que aterra no es el morir, sino el estarlo uno procurando y no poder obtenerlo.

Así que, yo te lo suplico -no sea que perezcamos las dos y con esto se acabe nuestra familia-, refrena la cólera. Yo guardaré secreto y sin efecto alguno cuanto me has dicho. Tú, a tu vez, entra en juicio y aprende siquiera con los años a ceder ante los poderosos, ya que puedes resistirlos.

CORIFEO.- Dale oídos; de nada sacan los hombres más partido que de la previsión y del buen juicio.

ELECTRA.- Nada me sorprende de cuanto has dicho; sabía que ibas a echar a paseo lo que te proponía. Pues bien: entonces ... yo sola, con mis propias manos, llevaré a cabo la obra; no cejo por cuanto hay.

CRISOTEMIS.- Hermana, ¡lástima!, si llegas a tener el coraje a la muerte del padre, ¿qué no hubieras hecho?

ELECTRA.- Coraje lo tenia; la cabeza no alcanzaba a tanto.

CRISOTEMIS.- Pues procura tener la cabeza siempre como entonces.

ELECTRA.- ¿Esos consejos significan que no quieres poner manos a la obra?

CRISOTEMIS.- Mujer, quien se mete en malas andanzas, acaba mal.

ELECTRA.- Tanta prudencia, me pasma; pero tanta cobardía ... es irritante.

CRISOTEMIS.- Con la misma calma te escucharé cuando vengas, arrepentida, a alabarme.

ELECTRA.- Lo que es de mi parte no esperes tal cosa.

CRISOTEMIS.- Tiempo hay de sobra para decidir de eso.

ELECTRA.- Vete, contigo no hay que contar para nada.

CRISOTEMIS.- Vaya que si; tú eres la que no quieres ceder.

ELECTRA.- Anda y cuéntale todas estas cosas a tu madre.

CRISOTEMIS.- No, que no llego a aborrecerte tanto.

ELECTRA.- Pues fíjate a qué ignominias me induces.

CRISOTEMIS.- Cautelas por ti dirás; ignominias, jamás.

ELECTRA.- ¿De manera que tengo que seguir tus dictámenes y criterio?

CRISOTEMIS.- Y cuando tú tengas la razón, a ti te seguiremos los demás.

ELECTRA.- Maravilla que quien tan cuerdamente habla obre tan neciamente.

CRISOTEMIS.- Esa que dices es precisamente tu falta.

ELECTRA.- ¿Cuál?, ¿no crees tú que me asiste la justicia?

CRISOTEMIS.- Pero a las veces, la misma justicia resulta perjudicial.

ELECTRA.- Yo no puedo acomodarrne a semejantes leyes.

CRISOTEMIS.- Mira que, si lo haces, te has de arrepentir algún día.

ELECTRA.- Sí, lo tengo que hacer, pese a todos tus espantos.

CRISOTEMIS.- ¿De veras? ¿Te cierras contra todo consejo?

ELECTRA.- No hay cosa más execrable que un mal consejo.

CRISOTEMIS.- Se ve que no estás por nada de lo que te digo.

ELECTRA.- Esto está ya muy pensado; no es de ahora el propósito.

CRISOTEMIS.- En ese caso, me voy; pues ni tú te decides a aceptar mis consejos ni yo puedo aprobar tu conducta.

ELECTRA.- Sí, vete, que no seré yo quien te busque, por más que lo llegues a desear; cosas inútiles, aun el tantearlas es estupidez.

CRISOTEMIS.- Pues si a tu juicio te queda todavía algo de seso, guárdatelo para ti; cuando te veas envuelta en infortunios, entonces dirás que tengo razón.


(Vase CRISOTEMIS).


CORO.- ¿Por qué, pues vemos que las más sensatas aves del cielo cuidan de alimentar a aquellos que les dieron el ser y les dieron el sustento, por qué nosotras no pagamos en igual forma iguales deudas? No, por el rayo de Zeus; no, por la Venganza, diosa del cielo, no han de quedar largo tiempo sin su merecido. ¡Oh tú, Voz que bajas hasta los mortales de los infiernos, ve y lleva a los atridas, que allá abajo están, un lamentable mensaje, mensaje de vergüenzas desoladoras!

Diles que todo lo de su casa amaga ruina; que en lo que toca a los hijos, el desacuerdo y la reyerta no dejan ya lugar a la amistosa armonia, y que sola, abandonada, está zozobrando Electra; siempre decantando, desolada, endechas a su padre, como el ruiseñor de los perpetuos lamentos, ni se le da nada de morir, ni repara en que carga con una doble maldición. ¿Quién es así amante de su padre?

Nadie, al menos de los bien nacidos, consiente de empañar el esplendor de su fama con una vida vergonzosa y en la abyección, ¡oh niña!, como tú, ¡oh niña!, que has escogido para ti un vivir de incesantes lágrimas. Echa de ti tal infamia, y llévate a una dos glorias, la de ser tenida por sensata y por valiente.

¡Oh!, véate yo tan levantada por encima de tus enemigos, en poder y en riquezas, cuanto vives ahora humillada bajo ellos. Sumida te encuentro en indignas desventuras, cuando en punto a sentimientos los más nobles de nuestro ser te llevas tú la palma, por la piedad que Zeus te inspira.


(Entran ORESTES y PILADES con dos criados; uno de estos lleva una urna).


ORESTES.- ¿Nos han dado bien las señas, señoras, y vamos bien a donde vamos por este camino?

CORIFEO.- ¿Qué querías saber? ¿Qué deseos te han traido acá?

ORESTES.- Egisto ..., ¿dónde vive ...? Eso vengo, hace tiempo, averiguando.

CORIFEO.- Pues no has errado el camino, y no te ha engañado quien acá te ha guiado.

ORESTES.- ¿Querría alguien de vosotras avisar a los de casa de nuestra llegada y nuestra visita tan suspirada?

CORIFEO.- Ahí está esa, si al más allegado le toca comunicárselo.

ORESTES.- Ve, hija; entra, y diles que unos hombres de la Fócida preguntan por Egisto.

ELECTRA.- ¡Ay de mi! De seguro que traen la confirmación clara de la noticia que hemos recibido.

ORESTES.- No sé a qué te refieres; a mi el viejo Estrofio me envia con encargo de traer noticias de Orestes.

ELECTRA.- ¿Cuáles, di, extranjero? ¡Qué miedo me sobrecoge!

ORESTES.- Venimos trayendo en una pequeña urna sus exiguos restos, porque ... ya lo ves, ha muerto.

ELECTRA.- ¡Ay, triste de mi! Ha resultado cierto; delante de mi tengo ya a mi desventura; no puedo dudarlo.

ORESTES.- Si; si por lo que lloras es por Orestes, sábete que esta vasija oculta su cuerpo.

ELECTRA.- Dámela, por los dioses, si ella lo contiene; déjame, déjame tomarla en mis manos; déjame derramar sobre esas cenizas mis lágrimas y mis lamentos por mi ruina y la de nuestra familia.

ORESTES.- Acercadla, no sé quién es, y dádsela; no puede ser enemiga la que asi lo pide; amiga es o pariente.


(ELECTRA toma la urna).


ELECTRA.- (Con la urna en las manos). ¡Oh única reliquia del ser más querido de mi corazón, de Orestes! ¡Oh esperanzas que te reciben tan distintas de las que un dia te sacaron! ¡Ahora te tengo en mis manos vuelto polvo, tú, que estabas tan hermoso cuando yo te envié, niño mio! ¡Oh!, hubiérame yo muerto antes que enviarte a aquella tierra extraña, después de librarte con estas mismas manos y arrancarte de las de la muerte; siquiera asi, muriendo, yacieras hoy con tu padre y compartieras con él la sepultura. ¡Ahora, prófugo, lejos de casa, en tierra desconocida, mueres desastradamente y apartado de tu pobre hermana! ¡Y yo, desventurada, ni pude con mano cariñosa lavarte ni componerte, ni después recogerte, ¡triste carga!, de entre las llamas de la pira!; sino que, por manos extrañas atendido, en ellas vienes, pobrecito, pequeño contenido de pequeña urna! ¡Ay triste de mi, y cómo han sido inútiles los desvelos que con tan dulce afán incesantemente te prodigué! Pues ni a tu misma madre eras tú tan querido como a mi, ni hubo para ti en casa otra ama sino yo, ni me dabas tú otro nombre que el de la hermana.

Ahora ya todo se ha acabado en este día, pues te me has muerto tú. Todo lo has arrollado tú, como una tempestad, en tu partida. El padre se fue, yo para ti estaba ya muerta, a ti mismo te me ha arrebatado la muerte; los enemigos se han insolentado; mientras tanto, frenética de júbilo anda esa madre sin corazón de madre; y tú tantas veces me enviabas secretos avisos de que quien iba a venir a vengarla eras tú mismo; pero todo esto lo ha deshecho tu mala ventura y la mia, que me trae esto, no tu cuerpo real y amadisimo, sino, a cambio de él vano polvo y sombra sin provecho.

¡Ay de mi! ¡Ay de mi!

¡Oh cuerpo desdichado! ¡Ay, ay! ¡Oh viaje este tuyo, misera de mi, tan lleno de misterios! ¡Y cómo me has muerto!; muerta me has dejado, si, hermano de mi alma, Asi que ya admiteme en esta tu misma morada; junta mi nada con tu nada; quiero en adelante morar contigo allá abajo! Que también cuando aún vivías compartia yo tu suerte por igual; quíero, al morir, participar de esa misma tumba que tú. Son solo los muertos los que no sufren.

CORIFEO.- Reflexiona, Electra, que naciste de padre mortal; mortal era Orestes; no te aflijas, pues, en demasía, que todos hemos de pasar por eso.

ORESTES.- ¡Ay, ay! ¿Qué diré yo?, ¿a qué palabras recurriré en mi desconcierto? Ya no puedo tener la lengua.

ELECTRA.- ¿Qué te aflige? ¿Por qué dices eso?

ORESTES.- Qué, ¿es la que estoy viendo la ilustre Electra?

ELECTRA.- Esta es aquella; bien desdichada por cierto.

ORESTES.- Si así es, ¡cuán lamentable es esta desventura!

ELECTRA.- No será por mi por quien así te dueles.

ORESTES.- ¡Oh cuerpo ignominiosa e impíamente ajado!

ELECTRA.- A mi se refieren esas lástimas y a nadie más, ¿no?

ORESTES.- ¡Ay! ¡Qué vida!, sin bodas ..., sin felicidad ...

ELECTRA.- Pero ¿a qué me miras tanto y qué es lo que tanto lamentas?

ORESTES.- Veo que hasta ahora no entendía yo nada de mis propios males.

ELECTRA.- ¿Y he dicho algo que te los haya revelado?

ORESTES.- Sí, pues te veo sumida en tan grandes calamidades.

ELECTRA.- Pues aún no has visto sino muy poco de mis infortunios.

ORESTES.- ¿Qué? ¿Se pueden ver cosas peores?

ELECTRA.- Mira, obligada a vivir con los asesinos.

ORESTES.- ¿De quién?, ¿de quién es ese crimen que me descubres?

ELECTRA.- Asesinos de mi padre y forzada a servirles como esclava.

ORESTES.- ¿Y quién te sujeta a esa esclavitud?

ELECTRA.- Madre se llama pero nada tiene de madre.

ORESTES.- ¿Cómo te atormenta?, ¿con malos tratamientos?, ¿con privaciones?

ELECTRA.- Sí, con las manos, con privaciones, con todo género de tormentos.

ORESTES.- ¿Y nadie hay que te socorra, nadie que lo impida?

ELECTRA.- No, por cierto; el único que me quedaba, tú me lo has cambiado por un poco de polvo.

ORESTES.- ¡Oh desventurada! Hace tiempo que estoy enternecido con tu vista.

ELECTRA.- Pues sábete que eres el único mortal que de mí se ha compadecido.

ORESTES.- Como que soy el único que sufre con males tuyos.

ELECTRA.- No irás a resultar por algún lado pariente nuestro ahora.

ORESTES.- Yo lo dirla, si fueran de fiar estas. (Por el Coro).

ELECTRA.- Sí que lo son; hablas a gente muy fiel.


(Pausa).

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