Índice de Electra de SófoclesTercera parteBiblioteca Virtual Antorcha

CUARTA PARTE


ORESTES.- Deja de momento la urna, y lo sabrás todo.

ELECTRA.- Eso no, por los dioses, no me obligues a tal cosa, extranjero.

ORESTES.- Obedece a mis palabras, que no te pesará.

ELECTRA.- No, yo te conjuro, no me arranques lo que más quiero.

ORESTES.- No, no te lo permito.

ELECTRA.- ¡Oh triste de mí, Orestes, si no he de poder darte sepultura!

ORESTES.- Mira lo que dices; no hay razón para esos tus lamentos.

ELECTRA.- ¿Que no tengo razón para llorar a mi hermano, muerto?

ORESTES.- No le llames así.

ELECTRA.- Pero ¿tanto se avergüenza de mí mi difunto hermano?

ORESTES.- Avergonzarse, no; pero esto no tiene que ver contigo.

ELECTRA.- ¿Cómo? Si esto que llevo es el cadáver de Orestes ...

ORESTES.- De Orestes, no; solo de mentirillas.


(Le toma ORESTES la urna y la deja en el suelo).


ELECTRA.- Pues ¿dónde está la sepultura de aquel pobre?

ORESTES.- En ninguna parte. Los vivos no suelen tener sepultura.

ELECTRA.- ¿Qué dices, hijo?

ORESTES.- Purisima verdad es cuanto te digo.

ELECTRA.- Pero ¿está vivo el muchacho?

ORESTES.- Si no estoy muerto yo ...

ELECTRA.- ¿Qué? ¿Tú eres Orestes?

ORESTES.- Fíjate en este sello de mi padre y mira si digo verdad.

ELECTRA.- ¡Oh día este venturoso!

ORESTES.- Venturoso por demás, es cierto.

ELECTRA.- ¡Oh dulce voz!, ¿has llegado acá?

ORESTES.- Por ti misma puedes verlo.

ELECTRA.- Que te tengo entre mis brazos ..., a ti ...

ORESTES.- Así me tengas para siempre.

ELECTRA.- ¡Oh queridas!, ¡oh ciudadanas de Micenas!, mirad a nuestro Orestes; con una trampa me lo mataron, con otra me lo han resucitado.

CORIFEO.- Lo estamos viendo, hija, y ante tal desenlace ruedan de mis ojos gruesas lágrimas de alborozo.

ELECTRA.- ¡Ay, hijo!, hijo de aquel que más quiero, al fin has venido; apareciste ya, has llegado, has visto a quien tanto deseabas.

ORESTES.- Ya estamos aquí; pero aguarda en silencio.

ELECTRA.- ¿Pues qué?

ORESTES.- Más vale callar, no nos oiga alguien de dentro.

ELECTRA.- No, por Artemis, la siempre inviolada, que ya no voy a temer más a mujeres, trastos de casa, inútil peso ...

ORESTES.- Por de pronto, mira que también para mujeres hay ardores bélicos; y alguna experiencia tienes, quizá, que te lo ha enseñado.

ELECTRA.- ¡Ah!, ¡ah furor! Ante los ojos me pones mi infortunio, que no admite velos, ni limites, ni ningún olvido.

ORESTES.- También esto lo sé; pero cuando está la cosa presente, entonces se trata de estos hechos.

ELECTRA.- Todo tiempo, todo tiempo, si estuviera en mi mano, me pareciera poco a mi para hablar de esto con justicia. Harto me ha costado alcanzar para mi lengua la libertad.

ORESTES.- Muy bien, conforme; retenla pues, tú ...

ELECTRA.- ¿Cómo lo he de hacer?

ORESTES.- No quieras hablar demasiado, donde la ocasión no lo consiente.

ELECTRA.- Pero ¿quién va a tener al silencio por mejor que las palabras, habiendo aparecido tú? Eso de que te vuelva a ver tan contra toda previsión, tan contra toda esperanza ...

ORESTES.- Me has visto, si, pero es cuando los dioses me han impelido a venir a ...


(Falta un verso. Nota de Chantal López y Omar Cortés).


ELECTRA.- Esto que me dices es aún don mayor que todos los anteriores, si es que en realidad un dios es el que te trae a nuestros lares; providencia grande veo yo en todo esto.

ORESTES.- Por una parte siento el reprimirte en tu alegría, pero por otra me hace recelar ese tu gozo desbordado.

ELECTRA.- ¡Ay!, ya que al cabo de tanto tiempo has querido aparecer con rumbo tan placentero; ahora que me ves tan trabajada, no me ...

ORESTES.- ¿Qué?, ¿qué es lo que no ...?

ELECTRA.- No me niegues el gozo de hallarme en tu compañía ...

ORESTES.- Vaya, como que me enojaría verte en otras cosas distraída.

ELECTRA.- ¿Lo apruebas, entonces?

ORESTES.- ¿Cómo no?

ELECTRA.- ¡Oh queridas! He escuchado una voz que jamás hubiera esperado. Cuando me oía llamar desdichada, sofocaba mi indignación en el silencio. Pero ahora te tengo ya a ti; te me has presentado con esos tus ojos puestos donde, ni con ríesgo de mi vída, quisiera yo faltar.

ORESTES.- Déjate de charlas excesivas, y no me vengas a contar ahora que si la madre es mala, que sí Egisto derrocha la hacienda de nuestro padre y que si parte la tiene desbaratada, parte la está despilfarrando; las palabras pudieran robarnos la oportunidad.

Dime más bien lo que en las presentes circunstancias me conviene hacer, y dónde tengo que ocultarme o presentarme para acabar hoy de esta fecha con la insolencia de nuestros enemigos. Pero sea de modo que tu madre no lo descubra por la alegria de tu semblante si entramos los dos a palacio; sigue gimiendo como si no fuera falsa la nueva de mi desgracia; que cuando hayamos triunfado, entonces podremos regocijamos y reír a nuestro sabor.

ELECTRA.- Bien, hermano, lo que a ti te agrada, eso me agrada a mi también; que la dicha que gozo no es mía, sino tuya; que tú me la has traldo, y ni por el mayor provecho mío consintiera yo en darte la más ligera molestia, pues no sería eso coadyuvar a la fortuna presente.

Ya sabes cómo están las cosas, ¿no es así?; ya has oído cómo Egisto no está en palacio: la madre sí está en casa; pero pierde cuidado, que no descubrirá en mi cara ni asomo de alegría, porque llevo ya fundido en la sangre este odio inveterado, y mis ojos, que han logrado verte, seguirán brotando lágrimas ¡de alegría! Pues ¿cómo había yo de dejar de derramarlas si en este mismo lance te he visto muerto y te veo resucitado? Tales prodigios te he visto obrar, que ya, si nuestro padre mismo se me apareciera vivo, no lo tendría por quimera, sino que daria fe a mis ojos.

Así que, pues has venido a nosotros con semejante propósito, da las órdenes que juzgues convenientes; yo sola no lograría sino una de dos: o salvarme con gloria, o morir con gloria.

ORESTES.- ¡Silencio!, que oigo pasos de alguien ahí dentro, que va a salir.


(Entreábrese la puerta).


ELECTRA.- (Fingiendo serenidad, a Orestes y Pílades). Entrad, huéspedes, sobre todo llevando como lleváis cosas que nadie en casa puede rechazar ..., y nadie se ha de gozar en recibir.


(Sale de palacio el PEDAGOGO).


PEDAGOGO.- ¡Oh necios y faltos de todo juicio! ¿Es que no os importa ya la vida, o no tenéis dos dedos de frente, que no os dais cuenta de que os halláis, no al borde, sino en medio de los mayores peligros? Si no llego a estar yo en acecho desde hace rato en este zaguán, antes entrara en palacio la noticia de vuestros planes que vuestros mismos cuerpos. Gracias que yo lo he precavido. Conque ahora, dejándoos de más explicaciones, y cortando esa charla irrestañable por la alegría, entrad adentro; que en estos casos las dilaciones son perjuicios; ya es tiempo de dar el golpe.

ORESTES.- ¿Qué tal se presenta lo de ahí adentro para mi entrada?

PEDAGOGO.- Excelente. Está seguro de que nadie te ha de reconocer.

ORESTES.- Claro está, les habrás anunciado mi muerte.

PEDAGOGO.- Todos te tienen ahí por uno de los moradores del Hades.

ORESTES.- ¿Se alegran, o qué es lo que dicen?

PEDAGOGO.- Cuando hayamos acabado, te lo diré; por ahora, todo lo de ellos va bien, aun lo que no va tan bien.


(ELECTRA, fijándose en el PEDAGOGO).


ELECTRA.- ¿Quién es este, hermano mio? Dimelo, por los dioses.

ORESTES.- Qué, ¿no le conoces?

ELECTRA.- No puedo ni conjeturarlo.

ORESTES.- ¿No te acuerdas de aquel en cuyas manos me depositaste?

ELECTRA.- ¿Quién? ¿Qué dices?

ORESTES.- Aquel en cuyas manos me llevó a la Fócida tu solicitud.

ELECTRA.- ¿Este es aquel, el único que entre tantos hallé fiel cuando el asesinato del padre?

ORESTES.- El mismo; pero no me hagas a mí ya las preguntas.


(ELECTRA le toma las manos y luego abraza al PEDAGOGO).


ELECTRA.- ¡Oh dulcísima luz de mis ojos! ¡Oh único salvador de la casa de Agamenón! ¿Cómo has venido? ¿Tú eres aquel que a este y a mi nos sacó de tantos peligros? ¡Oh manos queridisimas! ¡Oh pies que tan buena obra me hicieron! ¿Cómo asi te me has recatado y ocultado tanto rato, estando ya aquí, y me has afligido con tus palabras, cuando en las obras me hacias el más dulce de los favores? ¡Salud, oh padre!, porque un padre creo yo ver en ti. ¡Salud! Sabe que en un mismo dia te he aborrecido yo y te he amado como al que más de los hombres.

PEDAGOGO.- Bueno, ya basta; pues lo sucedido en el intermedio, muchas noches pasarán, y dias otros tantos, en que te lo iremos diciendo por menudo.

Vosotros, los dos que estáis aqui, mirad, no hay tiempo que perder: ahora Clitemnestra está sola, y no hay ningún varón en casa; y si dais largas, tened entendido que os las habréis de ver con gente más diestra y más numerosa.

ORESTES.- Pilades, para esta empresa no son ya menester palabras, sino entrar cuanto antes adentro, después de venerar las aras de los dioses lares que moran en el atrio.


(Entran en palacio los tres. Queda solamente ELECTRA con el CORO).


ELECTRA.- ¡Dominador Apolo!, óyelos propicio, y con ellos también a mi, que tantas veces me presenté a ti con cuantos dones podia mi devota mano ofrecer. También ahora, Licio Apolo, por cuanto yo tengo, te ruego, postrada te lo pido, te suplico presta tu benéfica protección a estos planes, y muestra a los hombres qué paga dan los dioses a la impiedad.


(Entra también ELECTRA en el palacio).


CORO.- Mirad cómo ya entra respirando sangre y venganza Ares, al que nadie puede resistir. Ahora, ahora están bajo el techo del palacio las Vengadoras de crímenes tenebrosos, las Furias, canes de quien nadie escapa. Ya no pueden tenerme largo tiempo en suspenso las visiones de mi alma.

Con cauteloso paso entra ya el adalid de los esplritus infernales en el palacio, morada un tiempo opulenta de su padre, y lleva en sus manos el hacha sangrienta recién acerada; y Hermes, el hijo de Maya, velando con tinieblas sus planes, les va guiando adelante hasta el término, y ya no espera más.


(Sale de nuevo ELECTRA).


ELECTRA.- ¡Ea!, queridas amigas, antes de un momento los hombres harán su hecho; pero atended en silencio ...

CORO.- ¿Cómo? Ahora, ¿qué es lo que hacen?

ELECTRA.- Ella está arreglando la urna para el sepulcro, y los dos se han apostado cerca.

CORO.- Y tú, ¿para qué sales fuera?

ELECTRA.- Para cuidar no entre Egisto sin que nos demos cuenta.

CLlTEMNESTRA.- (Dentro). ¡Ay! ¡Ay! ¡Oh, casa desierta de amigos y llena de criminales!

ELECTRA.- Alguien grita allí dentro ¿Lo oís, amigas?

CORIFEO.- He oído, triste de mi, cosas inauditas, que me espeluznan.

CLITEMNESTRA.- (Dentro). ¡Ay de mi, desventurada! ¡Egisto!, ¿dónde estás?

ELECTRA.- Mirad, otra vez alborota alguien.

CLlTEMNESTRA.- (Dentro). Hijo mío, apiádate de la que te dio el ser.

ELECTRA.- No te apiadaste tú mucho, ni de este ni del padre que le engendró.

CORO.- ¡Oh ciudad, oh estirpe desventurada!, ahora, consuma tu ruina el hado de tu vida.

CLlTEMNESTRA.- (Dentro). ¡Ay, que me hieren!

ELECTRA.- Dale, si puedes otra vez.

CLITEMNESTRA.- (Dentro). ¡Ay! ¡Mil veces ay!

ELECTRA.- Ojalá tocara lo mismo a Egisto.

CORO.- Las maldiciones van obrando. Reviven los que yacían bajo tierra; los muertos tiempos atrás se vengan bebiendo la sangre a los asesinos de antaño.


(Salen de palacio ORESTES y PILADES con las armas ensangrentadas).


CORIFEO.- Ya están estos aquí. La mano enrojecida gotea el sacrificio de Ares, y no tengo qué reprochar.

ELECTRA.- Orestes, ¿cómo va eso?

ORESTES.- Lo de casa, muy bien, si es que está bien lo que mandó Apolo.

ELECTRA.- ¿Murió ya la malvada?

ORESTES.- No temas ya que la desvergüenza de la madre te vuelva a humillar.

CORIFEO.- Teneos, que está Egisto aquí, a la vista.

ORESTES.- ...

ELECTRA.- Muchachos, a retiraros.

ORESTES.- ¿Dónde veis al hombre?

ELECTRA.- Del arrabal viene hacia nosotras muy orondo.

CORO.- Meteos inmediatamente en el vestíbulo y ya que lo primero lo habéis acabado bien, poned ya cima a la obra.

ORESTES.- No hay miedo; nosotros lo haremos.

ELECTRA.- Métete de prisa allá adonde vas.

ORESTES.- Bueno, ya estoy.

ELECTRA.- Lo de aquí, por mi cuenta corre.


(Vanse ORESTES y PILADES).


CORO.- Puede que convenga decir pasito al hombre algo al oído, a fin de que se meta en la trampa que le ha armado la justicia.


(Llega, venido del campo, EGISTO).


EGISTO.- ¿Quién de vosotros sabe dónde están los extranjeros de la Fócida que, según se dice, anuncian haber muerto Orestes en un naufragio caballar?

A ti, a ti te lo pregunto, sí; a ti, que has andado hasta ahora tan insolente. Tú eres, a no dudarlo, la más interesada, y podrás mejor que nadie contar lo que sabes.

ELECTRA.- Lo sé ¿cómo no?; ¿había de estar ajena a la suerte de mis seres más queridos?

EGISTO.- ¿Dónde están esos forasteros? Dímelo.

ELECTRA.- Dentro. Les ha placido el hospedaje recibido.

EGISTO.- Y nos le anuncian como muerto, ¿verdad?

ELECTRA.- ¡Anunciarlo ... palabras!, nos muestran el cadáver.

EGISTO.- ¿De modo que está en casa y se le puede ver?

ELECTRA.- En casa sí, y se puede ver ... un espectáculo ...

EGISTO.- A fe que, contra toda tu costumbre, me das nuevas de alegría.

ELECTRA.- Pues alégrate, si en cosas como estas hallas tú alegría.

EGISTO.- Silencio he dicho, y que se abran las puertas y lo vean todos los de Micenas y Argos, a fin de que si alguien anduvo insolente, puestas en este hombre sus vanas esperanzas, ahora, viéndose cadáver, tasque el freno que le pongo, y no aguarde para asesar a que yo ponga sobre él mi mano.

ELECTRA.- Por lo que a mi toca, ya está todo hecho; el tiempo me ha enseñado a entendenne con los más fuertes que yo.


(Salen ORESTES y PILADES. Traen un cadáver, cubierto, en unas parihuelas).


EGISTO.- ¡Oh Zeus! He aquí un espectáculo en que ha andado la mano envidiosa de los dioses; aunque si se trata de un castigo ... no he dicho nada. Quítad todo velo a ese rostro: quiero que también a mi me arranque lágrimas un deudo.

ORESTES.- Quítaselo tú mismo, que no me toca a mi, sino a ti, el contemplar y decir ternezas a este cadáver.

EGISTO.- Buena razón es esa; voy a seguida. Y tú (A Electra), si está Clitemnestra por casa, llámala.

ORESTES.- Está muy cerca de ti, no andes mirando a otra parte.


(Descubre ORESTES el cadáver; es el de CLITEMNESTRA).


EGISTO.- ¡Horror! ¿Qué veo?

ORESTES.- Qué, ¿te turbas? ¿No lo reconoces?

EGISTO.- ¿Qué gente? ¿En qué lazos estoy envuelto? ¡Infeliz de mi!

ORESTES.- ¿No te haces cargo que estás hablando hace rato como a muerta a gente que está muy viva?

EGISTO.- ¡Oh! ¡Descifrado el enigma! No puede ser otro que Orestes el que asi me está hablando.

ORESTES.- Pues para ser adivino, mucho tiempo has tardado en adivinarlo.

EGlSTO.- ¡Estoy perdido, desventurado! Pero déjame siquiera hablar una palabra.

ELECTRA.- No le dejes hablar más, por los dioses, hermano, ni que alargue la conversación. (Pues al enzarzado en crimenes que va ya a morir, ¿qué le aprovecha momento más o momento menos?) No, mátale cuanto antes, y echa su cadáver a los (perros y aves) enterradores que él se merece, bien lejos de nosotros; solo así pueden repararse males tan antiguos como los míos.

ORESTES.- Entra, y aprisa; no son palabras, sino la vida la que aquí se juega.

EGISTO.- ¿Por qué te metes en casa? Si lo que haces es justo, ¿por qué buscas la sombra, y no te aprestas a matarme?

ORESTES.- No mandes nada. Vas a ir a donde mataste a mi padre, y vas a morir alli mismo.

EGISTO.- ¡Está condenada esta casa a ser teatro de todas ms desventuras, pasadas y por venir, de la familia de Pélope!

ORESTES.- Al menos, de las tuyas, sí. Yo te garantizo la certeza de esta profecía.

EGISTO.- No es herencia de tu padre esa habilidad de que te glorías.

ORESTES.- Muy respondón andas, y la cosa se va difiriendo. ¡Ea, camina!

EGISTO.- ¡Guíame tú!

ORESTES.- ¡Tú has de ir delante!

EGISTO.- ¿Temes que me escape?

ORESTES.- Que no has de morir como tú quieras, y de hacerte amargo el trance yo me encargo. Para todo el mundo debiera aplicarse inmediatamente esta justicia. A todo el que ose quebrantar las leyes, la muerte. No serian tantos los criminales.


(Vanse EGISTO, ORESTES, PILADES y ELECTRA).


CORO.- ¡Oh estirpe de Atreo! ¡Cuántos trabajos por tu libertad! ¡Por fin, merced al golpe de hoy, la has recobrado perfecta!

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