Índice de Edipo en Colona de SófoclesPrimera parteTercera parteBiblioteca Virtual Antorcha

EDIPO EN COLONA
SEGUNDA PARTE




CORIFEO
Pues aquí está ya nuestro rey Teseo, hijo de Egeo, que viene para lo que fue llamado, según tus deseos.

Entra Teseo con su escolta.

TESEO
Por haber oído tantas veces en los pasados años la sangrienta pérdida de tus ojos, ya tenía noticia de ti, hijo de Laya; y ahora, por los rumores que he oído durante el camino, me he convencido de que tú eres. Tus vestidos y desfigurada cara me delatan efectivamente quién eres; y compadecido de tu suerte vengo a preguntarte, infeliz Edipo, qué auxilio vienes a implorar de esta ciudad y de mí en tu favor y en el de la desgraciada que te acompaña. Dímelo, que muy difícil ha de ser el asunto que me expongas para que me abstenga de complacerte, yo que nunca olvido que me crié en tierra extraña, como tú, y que en el extranjero he sufrido como el que más, teniendo que afrontar los mayores peligros, arriesgando mi existencia. De modo que a ningún extranjero, como lo eres tú ahora, puedo dejar de proteger; pues sé que soy hombre y que el día de mañana no lo tengo más seguro que lo puedas tener tú.

EDIPO
¡Teseo!, tu generosidad me ha eximido en pocas palabras de la necesidad de un largo discurso; pues ya me has dicho quién soy, quién el padre que me engendró y la patria en que nací. Por lo tanto, no me queda más que exponerte mis deseos, y discurso terminado.

TESEO
Eso mismo ahora dime, para que pueda saberlo.

EDIPO
A ofrecerte vengo mi desdichado cuerpo como regalo. No es agradable a la vista; pero los beneficios que de él obtendrás son mayores que la hermosura de su aspecto.

TESEO
¿Qué beneficio crees que me traes con tu venida?

EDIPO
Con el tiempo podrás saberlo, no ahora.

TESEO
¿Cuándo, pues, ese beneficio tuyo se manifestará?

EDIPO
Cuando muera yo y seas tú quien me dé sepultura.

TESEO
Por las postrimerías de tu vida ruegas; pero tu estado actual, o lo tienes en olvido o en nada lo estimas.

EDIPO
Porque en las postrimerías se sintetiza todo lo demás.

TESEO
Pues en poco consiste el favor que me pides.

EDIPO
Míralo bien; no será pequeña, no, la contienda.

TESEO
¿Cuál? ¿A la de tus hijos o la mía te refieres?

EDIPO
Ellos a que vaya allá me obligan.

TESEO
Pues aunque no quisieran, no te está bien vivir en el destierro.

EDIPO
Pero cuando yo quería no me dejaron.

TESEO
¡Ah, tonto! El orgullo en la desgracia no es conveniente.

EDIPO
Cuando me oigas, aconséjame; mientras tanto, abstente.

TESEO
Explícate, pues; que sin formar juicio no debo hablar.

EDIPO
He pasado, Teseo, penas horribles enlre las más horribles.

TESEO
¿Acaso a la antigua desgracia de tu familia te refieres?

EDIPO
De ningún modo, porque eso todos los aqueos lo cantan.

TESEO
¿Pues qué desgracia mayor que la que pueda aguantar un hombre sufres?

EDIPO
Mira lo que me sucede. De mi tierra fui lanzado por mis propios hijos; y como parricida, ya no me es posible volver.

TESEO
¿Cómo, pues, te han de hacer volver para no vivir en ella?

EDIPO
El divino oráculo les obliga.

TESEO
¿Qué desgracia es la que temen, según ese oráculo?

EDIPO
El destino de ser batidos por los habitantes de esta tierra.

TESEO
¿Y cómo puede ser que entre nosotros y ellos surja la hostilidad?

EDIPO
¡Oh querido hijo de Egeo! Sólo para los dioses no hay vejez ni muerte jamás; que todo lo otro, lo destruye el omnipotente tiempo: se esquilma la fuerza de la tierra, se arruina la del cuerpo, muere la buena fe, nace la perfidia, y un viento mismo no corre jamás entre amigos, ni de ciudad a ciudad. Para unos ahora y para otros luego, lo dulce se vuelve amargo y luego dulce otra vez. Y con Tebas, si por ahora son amistosas y buenas tus relaciones, infinitas noches y días engendra el infinito tiempo en su marcha, durante los cuales los hoy concordes afectos se disiparán en guerra por un pequeño pretexto; y donde durmiendo y sepultado se halle mi frío cadáver, se beberá la ardiente sangre de aquéllos, si Zeus aún es Zeus, y su hijo Febo, veraz. Pero como no es bueno que diga lo que debe quedar en silencio, permíteme que no diga más, y cuida de cumplirme la promesa; que nunca dirás que a Edipo como inútil huésped recibiste en estos lugares, si es que los dioses no me engañan.

CORIFEO
Rey, hace tiempo que éstas y semejantes promesas en provecho de esta tierra se muestra este hombre dispuesto a cumplir.

TESEO
¿Quién, pues, podrá rechazar la benevolencia de un hombre como éste, con quien en primer lugar he mantenido recíproca hospitalidad, y que ahora, al llegar aquí como suplicante de estas diosas, se nos ofrecen como no pequeño tributo a esta tierra y a mí? Lo cual respetando yo, nunca rechazaré el favor de éste, y en mi país como vecino le aposentará. Si, pues, aquí le es gustoso al huésped morar, te ordeno que lo defiendas; y si le agrada más venirse contigo, de las dos cosas, Edipo, te doy a elegir la que quieras, que con ello me conformaré.

EDIPO
¡Oh Zeus! Concede tu favor a estos hombres tan dignos.

TESEO
¿Qué deseas, pues? ¿Quieres venir a mi casa?

EDIPO
Si me fuera permitido. Pero el sitio es éste ...

TESEO
¿Qué has de hacer en él? No te contradeciré ...

EDIPO
... en el cual triunfaré de los que me han desechado ...

TESEO
... si me dijeres el gran provecho de tu permanencia.

EDIPO
... si persistes hasta el fin en cumplirme lo que me has prometido.

TESEO
Confía en lo que de mí dependa; no temas que te haga traición.

EDIPO
No quiero obligarte con juramento, como si fueses hombre malo.

TESEO
Es que no ganarías más que con mi simple promesa.

EDIPO
¿Qué harás, pues?

TESEO
¿Qué es lo que te tiene más intranquilo?

EDIPO
Vendrán hombres.

TESEO
Pero éstos (señalando a los del Coro) se cuidarán.

EDIPO
Mira que al dejarme.

TESEO
No me digas lo que yo debo hacer.

EDIPO
Preciso es que tema.

TESEO
No teme mi corazón.

EDIPO
No sabes las amenazas.

TESEO
Yo sé que a ti ningún hombre te sacará de aquí contra mi voluntad. Muchas amenazas y muchas vanas palabras se profieren en un arrebato de ira; pero cuando la razón recobra su imperio, se disipan esas arrogancias. Ya ellos mismos, aun cuando hayan tenido la osadía de amenazarte con la repatriación, sé yo que les parecerá demasiado largo y no navegable el mar que les separa de aquí. Le exhorto, pues, a que confíes, aun sin mi decisión de ayudarte, si Apolo te guió aquí. Y de todos modos, aunque yo no esté presente, sé que mi nombre te defenderá de todo mal trato.

CORO
Has venido, ¡oh extranjero!, a la mejor residencia de esta tierra, región rica en caballos, a la blanca Colona, donde trina lastimeramente el canoro ruiseñor, que casi todo el año se halla en sus verdes valles morando en lá hiedra de color de vino, y en la impenetrable fronda de infinitos frutos consagrada al dios, donde no penetra el sol ni los vientos de ninguna tempestad; donde el báquico Dionisio anda siempre acompañado de las diosas, sus nodrizas, y florece siempre, sin faltar un día, bajo celestial rocío, el narciso de hermosos racimos, antigua corona de dos grandes diosas, y también el dorado azafrán; y sin cesar corren las fuentes que nunca menguan, surtiendo las corrientes del Céfiro, el cual, perennemente dispuesto a fecundarlos con su límpida agua, se desliza por los campos de la tierra de ancho seno; ni los coros de las Musas se le ausentan, ni tampoco Venus, la de áureas riendas. También crece aquí, cual yo nunca lo he oído ni de la tierra de Asia ni tampoco de la gran dórica isla de Pélope, el árbol que nunca envejece, nacido espontáneamente y terror de enemigas lanzas; pues florece muy bien en esta tierra el olivo, de azulado follaje, educador de la infancia, al cual ningún adalid, ni joven ni viejo, destruirá con su devastadora mano; porque con la mirada siempre fija en él, lo defienden el ojo de Zeus protector y la de brillantes ojos, Atenea. Otra alabanza puedo cantar también de esta metrópoli, y que es muy excelsa, como regalo del gran dios y eminente gloria de esta tierra: es domadora de caballos, posee buenos potros y navega felizmente por el mal. ¡Oh hijo de Cronos! Tú, pues, a esta gloria la elevaste, rey Poseidón, inventando el domador freno de los caballos, antes que en otra parte en esta ciudad, la cual, poseyendo también buenos remos y manejándolos bien con sus manos, hace que la nave vaya dando brincos por la llanura del mar, en pos de las Nereidas, que tienen cien pies.

ANTÍGONA
(Dirigiéndose al Coro). ¡Oh tierra que con tantas alabanzas eres elogiada! Ahora es ocasión de justificar tan magnífico ensalzamiento.

EDIPO
¿Qué hay, hija, de nuevo?

ANTÍGONA
Ahí tienes a Creonte, que viene hacia nosotros, no sin escolta, padre.

EDIPO
¡Oh queridísimos ancianos! Ojalá por vosotros se me aparezca hoy el término de mi salvación.

CORIFEO
Confía; aparecerá; que aunque viejo soy, el brío de mis manos no ha envejecido.

Entra Creonte seguido de hombres armados.

CREONTE
¡Nobles habitantes de esta tierra! Veo por vuestras miradas que de reciente temor estáis llenos por causa de mi llegada; pero no temáis, ni lancéis tampoco palabra de maldición. Vengo, pues, no con deseos de cometer violencia, porque viejo soy ya, y además sé que llego a una ciudad muy poderosa, la primera de Grecia. Pero por este hombre, a pesar de mi edad, se me ha enviado para persuadirle a que me siga hacia el cadmeo suelo; y no vengo comisionado por uno solo, sino mandado por todos los hombres, por causa de que por el parentesco que con él tengo, me toca a mí, más que a otro ciudadano, el condolerme de su desgracia. Pero, ¡oh infortunado Edipo!, obedéceme y ven a casa. Todo el pueblo de Cadmo te reclama con justicia, y más que todos, yo; por cuanto, como no he sido un malvado entre los hombres, me duelo de tu desgracia, anciano, al verte tan desdichado como eres en tierra extraña, siempre errante y careciendo de recursos para mantenerte: vagando con ésta que sola te acompaña, la cual infeliz de mí, nunca hubiera creído que en tal afrenta había de caer, como ha caído la desdichada, por cuidar siempre de ti y de tu sustento con el alimento que mendiga, ni que habría llegado a tal edad sin haber logrado la suerte del himeneo, sino expuesta a que la rapte cualquiera que se le eche encima. ¿No es esto oprobio vil, ¡ay infeliz de mí!, que lanza su injuria sobre ti, sobre mí y sobre toda la familia? Pero ya que bueno es ocultar las públicas infamias, tú, por los dioses patrios, Edipo, créeme y ocúltalas, consintiendo en venirte a la ciudad y a palacio, a la mansión de tus padres, saludando antes amablemente a esta ciudad, que bien digna es; pero la patria, con más justicia debe ser venerada, por ser la que te alimentó en otro tiempo.

EDIPO
¡Ah de ti, que a todo te atreves y que de todo razonamiento sabes sacar algún especioso artificio de aparente justicia! ¿Por qué vienes a tentarme con ese razonamiento y quieres por segunda vez cogerme en los lazos que más sentiría ser cogido? Porque antes, cuando gozaba yo en mis propias desgracias y me era grato el ser desterrado de mi patria, no quisiste, queriendo yo, concederme esa gracia. Mas cuando ya se había colmado la ira de mi dolor y la vida en palacio me era dulce, entonces me empeñaste y me arrojaste, sin que a ti, el parentesco ese que ahora invocas, en modo alguno te fuera entonces grato; pero ahora de nuevo, cuando ves que la ciudad ésta me acoge con benevolencia, y también toda su gente, intentas arrancarme con ese pérfido intento que tan suavemente expones. Y, en efecto, ¿qué placer es ese de querer a quien no quiere? Es como si alguien, al suplicarle tú con insistencia lo que deseas obtener, no te lo diera, ni quisiera complacerte; y luego, al tener ya satisfecho el corazón de lo que necesitabas, entonces lo concediera, cuando ya la gracia ninguna gracia te haría: ¿acaso aceptarías ese inútil placer? Eso mismo es, pues, lo que tú me propones; bueno de palabra, pero malo en realidad. Y voy a hablar a éstos para demostrarles que eres un malvado. Vienes para llevarme; pero no para conducirme a palacio, sino para albergarme en los confines y tener libre a la ciudad de los males que de esta tierra la amenazan. Pero eso no lo obtendrás, y en cambio tendrás esto otro: allí, entre vosotros, mi genio vengador habitará siempre; y sucederá que los hijos míos obtendrán en herencia de mí tanta tierra cuanta necesiten para caer en ella muertos. ¿Acaso no estoy enterado de lo de Tebas mejor en verdad, por cuanto de mejores sabios lo sé: de Febo y del mismo Zeus, que de él es padre? Tu lengua ha llegado aquí llena de embustes, aunque muy bien afilada; pero en lo que hables, más daño obtendrás que beneficio. Y puesto que sé que no te he de persuadir en esto, vete; a nosotros déjanos vivir aquí; que no vivimos apenados, aunque nos hallamos así, si en ello tenemos gusto.

CREONTE
¿Acaso crees, por lo que dices, que la desgracia en que yo estoy por lo que a ti se refiere, es mayor que la en que tú estás por ti mismo?

EDIPO
Lo más grato para mí es el que tú ni puedas convencerme a mí ni a éstos que están cerca.

CREONTE
¡Ay infeliz! Ni con la edad aprenderás a ser prudente jamás, sino que vives siendo oprobio de la vejez.

EDIPO
Hábil de lengua eres; pero yo no conozco ningún hombre justo que de todo hable bien.

CREONTE
Una cosa es hablar mucho y otra hablar a propósito.

EDIPO
¡Cuán breve y oportunamente lo dices tú ahora!

CREONTE
No ciertamente para quien piense lo mismo que tú.

EDIPO
Vete, que te lo mando también en nombre de éstos; y no te preocupes de mí, pensando en el sitio en que yo deba habitar.

CREONTE
Pongo por testigos a éstos, no a ti, que ya conocerás las palabras con que respondes a los amigos, si te cojo yo algún día.

EDIPO
¿Quién, contra la voluntad de estos aliados, me podrá coger?

CREONTE
Ciertamente tú, sin que te coja, lo sentirás.

EDIPO
¿Qué es eso con que me estás amenazando?

CREONTE
De tus dos hijas, a la una hace poco he dispuesto que se la lleven cautiva, y a la otra me la llevaré pronto.

EDIPO
¡Ay de mí!

CREONTE
Pronto tendrás motivos para lanzar más ayes.

EDIPO
¿A la otra hija mía has cogido?

CREONTE
Y a ésta, antes de mucho tiempo.

EDIPO
(Al Coro). ¡Oh extranjeros! ¿Qué pensáis hacer? ¿Acaso me traicionaréis y no arrojaréis a ese impío de esta tierra?

CORIFEO
(A Creonte). Vete, extranjero; fuera pronto, pues ni lo que haces ahora es justo, ni lo que antes has hecho.

CREONTE
(A sus soldados). La ocasión exige que os la llevéis por fuerza, si voluntariamente no quiere seguir.

ANTÍGONA
¡Ay infeliz de mí! ¿Dónde me refugio? ¿De quién obtendré auxilio? ¿De los dioses o de los hombres?

CORIFEO
¿Qué haces, extranjero?

CREONTE
No tocaré a ese hombre; pero sí a ésta, que es mía.

EDIPO
¡Oh príncipes de esta tierra!

CORIFEO
Extranjero, injustamente procedes.

CREONTE
Justamente.

CORIFEO
¿Cómo justamente?

CREONTE
A los míos me llevo.

EDIPO
¡Ay ciudad!

CORO
¿Qué haces, extranjero? ¿No la sueltas? Pronto a la prueba de mis manos vendrás.

CREONTE
Abstente.

CORO
No ciertamente de ti, mientras persistas en tal conato.

CREONTE
Con mi pueblo lucharás, pues, si en algo me perjudicas.

EDIPO
¿No os anuncié eso yo?

CORIFEO
(A un servidor de Creonte). Aparta de tus manos a la muchacha, pronto.

CREONTE
No mandes en lo que no imperas.

CORIFEO
Suéltala, te digo.

CREONTE
(Al mismo servidor). Y yo que sigas tu camino.

CORO
¡Corred aquí; venid, venid, vecinos! La ciudad es atacada; nuestra ciudad, por la fuerza. ¡Socorrednos aquí!

ANTÍGONA
¡Me arrastran, pobre de mí! ¡Oh extranjeros, extranjeros!

EDIPO
¿Dónde, hija, te me vas?

ANTÍGONA
A la fuerza me llevan.

EDIPO
Alárgame, ¡oh hija!, tus manos.

ANTÍGONA
Pero no puedo.

CREONTE
(A sus hombres). ¿No os la llevaréis?

EDIPO
¡Oh infeliz de mí, infeliz!

Los soldados de Creonte se marchan llevándose a Antígona.

CREONTE
No creo, pues, que ya jamás puedas caminar apoyándote en estos dos báculos. Pero ya que quieres triunfar de tu patria y de tus amigos, por mandato de los cuales hago yo esto, aunque soy el rey, triunfa; que con el tiempo, bien lo sé, tú mismo conocerás que ni procedes ahora bien para contigo, ni procediste antes, a pesar de los amigos, por dar satisfacción a tu cólera, que es la que siempre te ha perdido.

CORIFEO
(A Creonte, que había emprendido la marcha). Detente ahí, extranjero.

CREONTE
Que no me toques te digo.

CORIFEO
No te dejaré marchar sin que me devuelvas a ésas.

CREONTE
Pues mayor rescate impondrás pronto a la ciudad, porque no pondré mis manos sólo sobre estas dos.

CORIFEO
Pero ¿adónde te diriges?

CREONTE
A coger a éste para llevármelo.

CORIFEO
Tremendo es lo que dices.

CREONTE
Como que pronto quedará hecho.

CORO
Si no te lo impide el soberano de esta tierra.

EDIPO
¡Oh lengua imprudente! ¿Te atreverás a tocarme?

CREONTE
¡Te mando que calles!

EDIPO
¡Pues ojalá estas diosas no me dejen afónico antes de maldecirte ya que, ¡oh perverso!, violentamente me arrancas el único ojo que me quedaba, después de perder la vista! Así, pues, a ti y a la raza tuya ojalá el dios Helios, que todo lo ve, dé una vida tal cual yo tengo en mi vejez.

CREONTE
¿Veis esto, habitantes de esta región?

EDIPO
Nos están viendo a mí y a ti, y piensan que maltratado yo de obra, me defiendo de ti con palabras.

CREONTE
Pues no puedo contener mi cólera y me llevaré por fuerza a éste, aunque se halle solo y pesado por la vejez.

Avanza hacia Edipo.

EDIPO
¡Ay mísero de mí!

CORO
¡Con cuánta arrogancia has venido, ¡oh extranjero!, si eso piensas llevar a cabo!

CREONTE
Lo pienso.

CORO
Pues a esta ciudad; ya no la tendré yo por tal.

CREONTE
Con la justicia, en verdad, el pequeño vence al grande.

EDIPO
¿Oís lo que dice?

CORIFEO
Lo que no podrá cumplir.

CREONTE
Zeus puede saberlo, que tú no.

CORIFEO
¿Eso no es ultraje?

CREONTE
Ultraje; pero hay que aguantarlo.

CORO
¡Oh pueblo! ¡Oh jefes de esta tierra, venid de prisa, venid de prisa, venid que se propasan éstos!

Entra Teseo con hombres armados.

TESEO
¿Qué clamor es éste? ¿Qué sucede? ¿Qué miedo es ése por el que me impedís continuar el sacrificio que en los altares estaba ofreciendo al dios marino protector de Colona? Hablad para que me informe bien de la que me ha hecho venir aquí más de prisa de la que querían mis pies.

EDIPO
¡Oh queridísimo!, pues he conocido tu voz, he sufrido ultrajes de este hombre ahora mismo.

TESEO
¿Cuáles son los ultrajes? ¿Quién te ha ultrajado? Di.

EDIPO
Creonte, éste a quien ves, acaba de arrebatarme a mis dos hijas, lo único que me quedaba.

TESEO
¿Qué has dicho?

EDIPO
Lo que me ha pasado has oído.

TESEO
Pues en seguida que uno cualquiera de mis servidores, corriendo hacia los altares, haga que todo el pueblo, peones y jinetes, dejen el sacrificio y corran a rienda suelta al sitio en que los dos caminos de los viajeros se reúnen, para que no pasen de allí las niñas y venga yo a ser objeto de risa para ese extranjero si me subyuga a la fuerza. Corred como lo mando, a toda prisa; que a éste, yo si me dejara llevar de la cólera como él lo merece no lo dejaría escapar ileso de mis manos. Mas ahora vas a ser tratado con esas mismas leyes con que aquí has venido, y no con otras; porque no saldrás de esta tierra antes de que me pongas a las muchachas aquí delante de mí, ya que lo que has hecho es indigno de ti, de los padres que te engendraron y de tu patria, pues habiendo venido a una ciudad que practica la justicia y nada hace fuera de ley, con desprecio de las autoridades de esta tierra, te lanzas así sobre ella y te llevas lo que quieres y lo retienes por fuerza: creías, sin duda, que mi ciudad estaba despoblada ó que era esclava de otra y que yo era lo mismo que nada. Y en verdad que Tebas no te enseñó a ser malo, porque no suele ella educar hombres injustos; ni te aplaudirían sus ciudadanos si supieran que, menospreciando mis derechos y los de los dioses, te llevas a la fuerza a miserables suplicantes. Nunca yo, invadiendo tu tierra, ni aun cuando hu biera tenido los motivos más justificados, sin la voluntad del soberano, fuese quien fuese, robaría ni me llevaría nada de la región; porque sabría cómo debe portarse un extranjero con los ciudadanos. Pero tú, sin que ella lo merezca, deshonras a la ciudad, a la tuya propia; y es que a ti los muchos años, al par que te han envejecido, te han privado de la razón. Ya, pues, te lo dije antes y te lo repito ahora: a esas niñas, que las traiga aquí prontamente alguien, si no quieres ser extranjero domiciliado en este país a la fuerza y contra tu voluntad. Y esto te lo digo con el corazón lo mismo que con la lengua.

CORIFEO
¿Ves a lo que has llegado, extranjero? Pues por tu familia pareces justo, pero te han cogido obrando mal.

CREONTE
Yo, sin decir que desierta se halle esta ciudad; ¡oh hijo de Egeo!, ni falta de consejo, como tú afirmas, hice lo que he hecho creyendo que ninguna rivalidad se suscribiría entre éstos por causa de mis parientes, hasta el punto de que quisiesen alimentarlos contra mi voluntad. Y pensaba que a un hombre parricida e impuro no lo defenderían, y menos si sabían que había contraído incestuosas nupcias con su madre. Sabía yo que entre vosotros existe el Areópago, cuya sabiduría es tanta, que no permite que tales vagabundos vivan en esta ciudad. En él puse yo mi fe para echar mano a mi presa, cosa que, además, no hubiera hecho si éste no me hubiese maldecido con terribles maldiciones, a mí y a mi familia, herido por las cuales creí que debía vengarme así, porque la cólera nunca envejece si no es muriendo; que sólo de los muertos no se apodera el rencor. Por lo tanto, tú harás lo que te plazca; porque el encontrarme solo, aun cuando tengo razón, me hace despreciable; pero si me maltratáis, aunque tan viejo soy, procuraré defenderme.

EDIPO
¡Oh atrevido imprudente! ¿A quién crees injuriar con eso? ¿Acaso a mí que soy un viejo, o a ti que por esa tu boca me echas en cara homicidios, bodas y calamidades que yo en mi infortunio sufrí contra mi voluntad? Así, pues, lo querían los dioses, que probablemente estaban irritados contra la raza desde antiguo. Porque en lo que de mí ha dependido, no podrás encontrar en mí mancha ninguna de pecado por la cual cometiera yo esas faltas contra mí mismo y contra los míos. Porque, dime: si tuvo mi padre una predicción de los oráculos por la cual debía él morir a mano de su hijo, ¿cómo, en justicia, puedes imputarme eso a mí, que aún no había sido engendrado por mi padre ni concebido por mi madre, sino que entonces aún no había nacido? Y si luego, denunciado ya como un malhadado, como lo fui, llegué a las manos con mi padre y le maté, sin saber nada de lo que hacía, ni contra quién lo hacía, ¿cómo este involuntario hecho me puedes en justicia imputar? Y de mi madre, ¡miserable!, no tienes vergüenza, ya que de las bodas, siendo hermana tuya, me obligas a hablar, como hablaré enseguida; pues no puedo callar, cuando a tal punto has llegado tú con tu impía boca. Me parió, es verdad, me parió, ¡ay de mi desgracia!, ignorándolo yo, e ignorándolo ella; y habiéndome parido, para oprobio suyo engendró hijos conmigo. Pero una cosa sé muy bien, y es, que tú voluntariamente contra mí y contra ella prefieres esas injurias; mientras que yo, involuntariamente me casé con ella y digo todo esto involuntariamente; pero nunca, ni por esas bodas se me convencerá de que he sido un criminal, ni por la muerte de mi padre, que siempre me estás echando en cara, injuriándome amargamente. Una cosa sola contéstame,la única que te voy a preguntar: si alguien, a ti que tan justo eres, se te acercara aquí de repente con intención de matarte, ¿acaso indagarías si es tu padre el que te quiere matar, o le castigarías al momento? Yo creo, en verdad, que si tienes amor a la vida, castigarías al culpable sin considerar lo que fuese justo. Ciertamente, pues, a tales crímenes llegué yo guiado por los dioses; y creo que si el alma de mi padre viviera, no me contradeciría en nada de esto. Pero tú no eres justo, ya que crees que honestamente todo se puede decir, lo decible y lo indecible, cuando de tal manera me injurias en presencia de éstos. Y encuentras bien adular a Teseo por su renombre, y a Atenas porque tan sabiamente está gobernada; mas luego que los alabas, te olvidas de que si alguna tierra sabe honrar con honores a los dioses, a todas aventaja ésta, de la cual tú has intentado robar a este viejo suplicante y le has robado sus hijas. Por la cual yo ahora, invocando en mi favor a estas diosas, les pido y ruego en mis súplicas que vengan en mi ayuda y auxilio, para que sepas qué tal son los hombres que defienden esta ciudad.

CORIFEO
El huésped ¡oh, rey!, es honorable; sus desgracias funestísimas, y merece por ellas que se le defienda.

TESEO
Basta de palabras; porque los raptores llevan prisa y nosotros, los injuriados, estamos quietos.

CREONTE
Y a un hombre débil, ¿qué le mandas hacer?

TESEO
Que me guíes por el camino ése y vengas en mi compañía para que si tienes en algún sitio a las muchachas, me las entregues tú mismo; pero si los forzadores huyen, no es preciso fatigarnos. Otros hay que los persiguen, y no hay temor de que se les escapen, ni que den gracias a los dioses por haber salido de esta tierra. Pero anda delante y entiende que raptando has sido raptado, y que la fortuna te cazó mientras cazabas; porque lo adquirido con engaño o con injusticia no se conserva. Y no tendrás quien te ayude en esta empresa, aunque bien sé que tú solo y sin preparativos no hubieras llegado a tal orgullo en la osadía de que has hecho alarde ahora, sino que hay alguien en quien fiando tú has hecho esto. Mas es preciso que yo lo vea, y no deje que esta ciudad pueda menos que un hombre solo. ¿Comprendes bien esto, o crees que te hablan inútilmente lo mismo ahora que cuando todo esto maquinabas?

CREONTE
Nada de lo que tú me digas estando aquí te reprocharé; pero en mi patria, también sabré yo lo que deba hacer.

TESEO
Ve andando y amenaza mientras tanto. Tú, Edipo, espera aquí tranquilo, convencido de que si no muero yo antes, no desistiré hasta que te haga dueño de tus hijas.

EDIPO
Dichoso seas, Teseo, por tu generosidad y tu justiciera benevolencia para conmigo.

CORO
Ojalá me hallara en el sitio en que los ataques de enemigos hombres se confundirán pronto en el broncíneo estruendo, o junto al templo de Pitio o en las llameantes riberas donde augustas diosas apadrinan veneradas iniciaciones de los mortales a quienes oprime la lengua, áurea llave de sacerdotes eumólpidas. Allí, en esos lugares, creo que el belicoso Teseo y las dos compañeras de viaje, vírgenes y hermanas, trabarán pronto combate que las ha de libertar. Tal vez los encuentren al occidente de la piedra nevada, fuera ya de los prados del Eta, persiguiendo con los caballos o rápidos carros a los otros que huyen del combate. Será vencido Creonte. Terrible es el valor guerrero de nuestros ciudadanos; terrible el brío de las tropas de Teseo. Los frenos relampaguean por todas partes; se lanza a rienda suelta, toda la caballería de los que veneran a la ecuestre Atenea y al dios marino que ciñe a la Tierra, querido hijo de Rea. ¿Estarán ya peleando o a punto de pelear? Según presiente mi corazón, pronto serán libertadores de las que tan terribles sufrimientos han pasado y tan terribles se los han proporcionado sus parientes. Hará, hará Zeus algo en el día de hoy. Adivino soy de prósperos combates. ¡Ojalá, como impetuosa paloma de raudo vuelo, pudiera remontarme hasta las etéreas nubes para contemplar con mis ojos el combate! ¡Oh Zeus, monarca de los dioses, omnividente!, concede a los jefes de esta tierra, con la fuerza vencedora, el acabar con buen éxito la lucha que les haga dueños de la presa; y tú también, su venerable hija, Palas Atenea. Y al cazador Apolo y a su hermana, perseguidora de abigarrados ciervos de pies veloces, suplico a los dos que vengan en auxilio de esta tierra y de sus ciudadanos.

CORIFEO
¡Oh extranjero errático!, no dirás que como falso adivino me he equivocado en mi pronóstico; pues veo las muchachas aquí cerca, que vienen bien custodiadas.

EDIPO
¿Dónde, dónde? ¿Qué dices? ¿Qué cuentas?

Entran Antígona e Ismena con Teseo y su escolta.

ANTÍGONA
¡Ay padre, padre! ¡Ojalá que algún dios te concediera el poder ver a este excelso varón que aquí a tu lado nos envía!

EDIPO
¡Oh, hijas! ¿Ya estáis aquí?

ANTÍGONA
Porque las manos de Teseo nos salvaron, y también las de sus compañeros.

EDIPO
Acercaos, hijas, al padre; y dejadme abrazar ese cuerpo, que ya no esperaba que retornase.

ANTÍGONA
Pides lo que obtendrás, pues con alegría te concedemos esa gracia.

EDIPO
¿Dónde, dónde estáis?

ANTÍGONA
Aquí juntas nos acercamos.

EDIPO
¡Oh queridísimos retoños!

ANTÍGONA
Al progenitor todo hijo le es querido.

EDIPO
¡Oh báculos de este hombre ...!

ANTÍGONA
¡Desgraciado, en verdad, y desgraciadas!

EDIPO
Tengo lo que más estimo, y no sería del todo infeliz si muriera asistiéndome vosotras dos. Apoyaos fuertemente, ¡oh hijas! una en cada costado, abrazando al que os engendró; y aliviaos de la anterior soledad y desdichada correría. Contadme también lo que os ha sucedido; pero muy brevemente, porque en vuestra edad es conveniente hablar poco.

ANTÍGONA
Aquí está quien nos ha salvado; a éste debes oír, padre, y así, entre tú y yo, breve habrá sido la conversación.

EDIPO
¡Oh extranjero!, no te admires si por el placer de recobrar a mis hijas, que no esperaba, alargo mi conversación. Pues sé perfectamente que la alegría que ahora me proporcionan no me viene de otro sino de ti; porque tú las salvaste, no otro hombre. ¡Ojalá te provean los dioses, como yo deseo, a ti y a tu tierra! Porque entre todos los hombres sólo en vosotros encontré la piedad y también la equidad y el no mentir. y sabiendo esto, os correspondo con estas palabras: tengo, pues, lo que tengo por ti y no por otro mortal; alárgame,¡oh rey!, tu diestra para que la toque, y bese tu frente si me es permitido. ¿Pero qué digo? ¿Cómo al hijo de Egeo he de querer tocar yo, siendo él hombre en quien no hay mácula de pecado? No te tocaré, pues, ni dejaré que me toques; porque sólo con los hombres que hayan pasado por esto es permitido que uno comparta su desgracia. Tú, pues, desde ahí mismo salúdame, y en adelante cuida de mí debidamente como hasta hoy.

TESEO
Ni de que hubieses tenido más larga conversación regocijándote con tus hijas me hubiera admirado, ni de que empezaras a hablar con ellas antes que conmigo. Por eso no tengo ningún disgusto; porque no con palabras deseo hacer ilustre mi vida, sino con obras; y te manifiesto que de lo que te juré, no te he faltado en nada, anciano. Por lo que se refiere a éstas, aquí me tienes habiéndotelas traído vivas y libres de los peligros que las amenazaban; y en cuanto a la manera como se trabó la lucha, ¿qué necesidad hay de que inútilmente me envanezca contándotela, si lo sabrás tú mismo de éstas que en tu compañía tienes? Pero en un rumor que hasta mí llegó hace poco, cuando venía hacia aquí, fija bien tu atención, porque aunque en pocas palabras está dicho, es digno de consideración; y ninguna cosa debe el hombre desestimar.

EDIPO
¿Qué rumor es, hijo de Egeo? Dímelo, porque nada sé de eso que tú has oído.

TESEO
Dicen que un hombre que no es conciudadano tuyo, pero sí pariente, se me ha echado ante el altar de Poseidón, en el cual me hallaba yo celebrando un sacrificio cuando me lancé a esta empresa.

EDIPO
¿De dónde es? ¿Qué pide con esa actitud suplicante?

TESEO
No sé más que una cosa: que de ti, según me dicen, pide una breve conversación de no mucha importancia.

EDIPO
¿Cuál? Porque esa postura no es propia de palabras de poca importancia.

TESEO
Dicen que viene para tener contigo una conversación y poder retirarse con seguridad por el camino que ha venido.

EDIPO
¿Quién puede ser el que está en esa actitud de suplicante?

TESEO
Mira si en Argos tienes algún pariente que de ti desee alcanzar eso.

EDIPO
¡Oh queridísimo! No pases adelante.

TESEO
¿Qué te ocurre?

EDIPO
No me pidas ...

TESEO
¿Qué es lo que no te he de pedir? Habla.

EDIPO
Ya sé, por lo que he escuchado, quién es ese suplicante.

TESEO
¿Quién es, pues, y qué le puedo yo reprochar?

EDIPO
Mi hijo, ¡oh rey!, aborrecido, cuyas palabras yo sentiría más oír que las de otro cualquier hombre.

TESEO
¿Y qué? ¿No puedes oírle y no hacer lo que no quieras? ¿Qué molestia te ha de ocasionar el escucharle?

EDIPO
Muy odiosa, ¡oh rey!, llega la voz de ése a su padre; no me pongas en la necesidad de acceder.

TESEO
Pero si su actitud de suplicante te obliga, considera si debes respetar la providencia del dios.

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