Índice de Edipo en Colona de SófoclesSegunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

EDIPO EN COLONA
TERCERA PARTE




ANTÍGONA
Padre, créeme, aunque soy joven para aconsejarte. Deja que este hombre dé gusto a su corazón y al dios, como lo desea, y permite que nuestro hermano se acerque. Porque a ti, ten ánimo, no te apartará por fuerza de tu determinación lo que él te pueda decir y no te convenga. Pero en oír sus palabras, ¿qué daño hay? Los asuntos malamente concebidos, con la sola exposición se denuncian. Tú lo engendraste; de modo que, ni aun cuando te tratara de la manera más despiadada y cruel, te es permitido devolverle mal por mal. Déjalo, pues también otros tienen malos hijos y vivos resentimientos; pero aconsejados por la mágica palabra de los amigos, deponen su enemistad. Considera tú ahora, no los males presentes, sino aquellos que pasaste por tu padre y por tu madre; que si los contemplas, bien sé yo que conocerás cuán pernicioso es el resultado de funesta cólera, porque de ello tienes no pequeña prueba al hallarte privado de la vista de tus ojos. Pero accede a lo que te pedimos; que no es bueno que supliquen largo tiempo los que piden lo debido; ni tampoco que, el mismo que se ve bien tratado, acepte el beneficio y no sepa corresponder.

EDIPO
Hija, con vuestros ruegos habéis vencido el penoso placer que me dominaba. Sea como no lo queréis. Solamente, ¡oh extranjero!, si ése llega aquí, que nadie se apodere de mi persona jamás.

TESEO
Con una vez basta; no necesito oír dos veces la misma cosa, ¡oh anciano!, vanagloriarme no quiero, pero sabe tú que estás salvo mientras me conserve alguno de los dioses.

Salen Teseo y su séquito.

CORO
Quien desea vivir más de lo debido, desdeñando una módica edad, manifiesta ser muy torpe, según mi opinión. Porque los largos días le colocan muy cerca del dolor; y el placer no se encuentra en parte alguna cuando alguien cae un poco más allá de lo que se propone. Pero viene en nuestro auxilio, cumpliéndose igual en todos, la muerte, cuando la parca del Orco se nos presenta sin himeneos, sin liras, sin danzas, en los supremos momentos. No haber nacido es la suprema razón; pero una vez nacido, el volver al origen de donde uno ha venido es lo que procede lo más pronto posible. Porque cuando se presenta la juventud con sus ligeras tonterías, ¿quién se libra del dolorosísimo embate de las pasiones? ¿Quién no se ve rodeado de sufrimientos? Envidias, sublevaciones, disputas de guerras y muertes. Y viene, por último, la desdeñada, impotente, insociable y displicente vejez, en donde los mayores males de los males conviven. En ella yace este desdichado, no sólo yo; y como orilla batida por todas partes por el viento norte que la azota con tempestuoso oleaje, así a éste las terribles desgracias, que no le abandonan jamás lo bambolean de alto abajo, rompiéndose contra él como olas que de todas partes vienen, unas de donde se pone el sol, otras de levante, otras de mediodía y otras de los vientos del norte.

ANTÍGONA
Y, en efecto, ahí tenemos, según parece, al extranjero, que solo, ¡oh padre!, y derramando abundantes lágrimas de sus ojos, camina hacia aquí.

EDIPO
¿Quién es?

ANTÍGONA
El que hace rato teníamos en el pensamiento; ya está aquí Polinices.

Entra Polinices, poco seguro de sus movimientos.

POLINICES
¡Ay de mí! ¿Qué haré? ¿Acaso, ¡oh niñas!, lloraré mis propias desgracias antes que las de este anciano padre que estoy viendo? Al cual en extranjera tierra, junto con vosotras, encuentro aquí, arrojado, con ese vestido cuya desamable y enranciada pringue lleva pegada al cuerpo consumiéndoselo, y en su cabeza sin ojos, la cabellera despeinada flota a merced del viento; y hermanados con esto, a lo que parece, serán los manjares de su sufrido estómago. Desdichas que yo, ¡infeliz de mí!, demasiado tarde advierto, a la vez que me confieso por el más perdido de los hombres que vengo para proveer a tus necesidades; que las mías, no de otros, vas a saberlas sino de mí. Pero puesto que junto con Zeus se sienta clemencia en el mismo trono, en todos los procesos, que te asista también a ti, ¡oh padre!, pues contra mis pecados remedio hay, aunque borrarlos no es posible ya. ¿Por qué callas? Dime, ¡oh padre! algo. No me vuelvas la cara con horror. ¿No me responderás nada, sino que, despreciándome, me despacharás sin hablar ni exponerme siquiera los motivos de tu enfado? ¡Oh hijas de este hombre y hermanas mías! Intentad, pues, vosotras mover la intratable y terrible boca del padre, para que, suplicándoselo yo en nombre del dios, no me deseche, así, despreciado, sin contestarme ni una palabra.

ANTÍGONA
Di ¡oh malaventurado!, tú mismo el asunto por el cual has venido; pues los largos discursos, tanto si agradan como si disgustan o mueven a compasión, dan voz hasta a los mudos.

POLINICES
Pues hablaré, porque bien me aconsejas tú, invocando primeramente como defensor al mismo dios de cuya ara me hizo levantar para venir aquí el soberano de esta tierra, permitiéndome hablar y escuchar con éxito seguro. Y lo mismo, ¡oh extranjeros!, quisiera alcanzar de vosotros y de estas dos hermanas y de mi padre. El asunto que aquí me ha traído te lo voy a decir, padre. De la tierra patria he sido lanzado como un desterrado por causa de que pedía el derecho a sentarme en tu soberano trono, por ser el mayor en edad. Por ese motivo, Eteocles, siendo por su nacimiento más joven, me expulsó de la tierra; no por haberme vencido con razones, ni por haber acudido a la prueba del valor y de la fuerza, sino convenciendo a la ciudad. La única causa de todo esto es la maldición que tú nos echaste, según yo creo, y luego he oído también de los adivinos. Porque después que llegué a la dórica Argos, y tomé por suegro a Adrasto, junté conmigo, obligados con juramento, a cuantos de la tierra de Apis son los primeros por su renombre y más honrados por su lanza, para que, reuniendo con ellos una expedición de siete cuerpos de ejército contra Tebas, o muera con toda honra o arroje de la tierra a los que de ella me echaron. Pues bien: ¿qué es en verdad lo que ahora me ha traído aquí? Suplicarte humildemente, ¡oh padre!, que te conmuevas en mi favor y en el de mis aliados, que ahora, con sus siete divisiones y siete jefes, que sendas lanzas por insignia llevan, sitian en torno todo el campo de Tebas. Es el primero el lancero Anfiarao, quien obtiene la preeminencia por su lanza y también por su arte de augurar; el segundo es el etolio Tideo, hijo de Eneo; Etéoclo, argivo de nacimiento; el cuarto, Hipomedonte, enviado por su padre Tálao; el quinto, que es Capaneo, se gloria de minar la ciudad de Tebas, que ha de destruir con el fuego; el sexto, Partenopeo, es arcadio por su origen, y se llama así por haber nacido de madre virgen hasta el tiempo del parto, y que para mí es hijo de Atalanta; y yo, que lo soy tuyo, pero no tuyo, sino de la mala suerte, aunque me llamen tuyo, mando contra Tebas el impávido ejército argivo. Todos los cuales a ti, por estas tus hijas y por tu alma, ¡oh padre!, te suplicamos, rogándote que apartes tu grave cólera de este hombre que se lanza a vengarse de su principio hermano, que le arrojó y expulsó de la patria. Porque si hay que creer a los oráculos, aquéllos a quienes tú ayudes, de ésos dicen será la victoria; así que, por las fuentes y por los dioses de nuestra patria, te ruego que me creas y te aplaques; pues yo soy pobre y desterrado, desterrado también tú; y teniendo que halagar a otros vivimos tú y yo, que la misma suerte hemos tenido; pero él, rey en palacio, ¡oh, qué desdichado soy!, a la vez que de nosotros se ríe, vive con gran boato, el cual, si tú accedes a mis deseos, con poca pena y breve tiempo disiparé; y así se restablecerá en tu palacio y me restableceré yo también, echando a aquél violentamente. De esto, si tú accedes a mis deseos, podré envanecerme yo; pero sin ti, ni siquiera podré salvarme.

CORO
A este hombre, en consideración a quien te lo envía, contesta, Edipo, lo que tengas por conveniente antes de despedirlo.

EDIPO
¡Pues, ciertamente, varones, si Teseo, el soberano de esta tierra, no fuese quien me lo ha presentado aquí, creyendo justo que le dé contestación, nunca mi voz hubiera oído éste; mas ahora se irá con su merecido, después de escuchar de mí respuesta que nunca jamás le alegrará la vida.

Volviéndose a Polinices.

Tú, ¡oh pérfido!, que cuando tenías el cetro y el trono que ahora tiene tu hermano en Tebas, tú mismo, a este tú mismo padre que aquí tienes, expulsaste y le obligaste a vivir sin patria y a llevar estos harapos que ahora te arrancan lágrimas al verlos, porque te hallas viviendo en la misma miseria y desgracia que yo. No hay que llorar por estas cosas; pues yo las he de soportar mientras viva, acordándome de ti como de un asesino; porque tú me obligaste a vivir én esta miseria; tú me echaste; por culpa tuya voy errante, y mendigo de otros el cotidiano sustento. Que si no hubiera yo engendrado a estas niñas que me sustentan, ciertamente que ya no existiría por tu culpa. Pero éstas me han salvado; éstas me alimentan; éstas son hombres, no mujeres, para sufrir conmigo; que vosotros, como si os hubiera engendrado otro, no yo. Por esto la Divinidad te está vigilando; pero no como luego, ya que esas divisiones se mueven contra la ciudad de Tebas; porque no es posible que a esa ciudad destruyas, sino que antes, manchado en sangre, caerás, y tu hermano lo mismo. Estas maldiciones contra vosotros ha tiempo lancé yo, y de nuevo las invoco ahora que vengan en mi auxilio; para que sepáis que es justo reverenciar a los progenitores y no menospreciarlos, aunque el padre esté ciego y los hijos sean cual vosotros; pero éstas no han precedido así. Por lo tanto, del sitio en que me estás suplicando y de tu trono se han apoderado ya las maldiciones si es que la Justicia, que de antiguo lo ha predicho, asiste al lado de Zeus con sus veneradas leyes. Anda, pues, enhoramala, despreciado, sin reconocer en mí a tu padre, pérfido entre los más pérfidos y cargado con estas maldiciones que contra ti invoco, para que ni te apoderes con tu lanza de la tierra patria, ni puedas volver al sinuoso Argos; sino que con fratricida mano mueras y mates a ése por quien has sido desterrado. Así os maldigo, invocando a la odiosa tiniebla del Tártaro, donde yace mi padre, para que de aquí te lleve; invoco también a estas diosas e invoco a Ares, que infundió en vosotros ese terrible odio. Oído esto, vete y diles, cuando llegues, a todos los cadmeos y también a tus fieles aliados el motivo por qué Edipo reservó para sus propios hijos tales presentes.

CORIFEO
Polinices, por el viaje que has hecho no puedo felicitarte, y ahora vete cuanto antes de aquí.

POLINICES
¡Ay camino de mi malaventura! ¡Ay de mis amigos! ¡Y para este resultado me lancé a la expedición desde Argos, oh infeliz de mí!; pues tal es, que ni me es posible manifestarlo a ninguno de mis amigos, ni hacerlos retroceder, sino que, guardando silencio, debo correr con esa suerte. ¡Oh niñas, hermanas mías! A vosotras, pues, ya que habéis oído la crueldad del padre que así me maldice, os ruego por los dioses que si las maldiciones del padre se cumplen y vosotras volvéis de algún modo a la patria, no me menospreciéis, sino sepultadme y celebrad mis funerales; que vuestra gloria de ahora, la que tenéis por las penas que pasáis por este hombre, se acrecentará con otra no menor por la asistencia que me prestéis.

ANTÍGONA
Polinices, te suplico que me obedezcas.

POLINICES
¡Oh queridísima Antígona!, ¿en qué? Habla.

ANTÍGONA
Haz que vuelva el ejército a Argos lo más pronto posible, y no te pierdas a ti mismo y a la ciudad.

POLINICES
Pero no es posible; pues ¿cómo podría yo reunir de nuevo ese mismo ejército, una vez me vean temer?

ANTÍGONA
¿Qué necesidad tienes ya, ¡oh hijo!, de dejarte llevar del furor? ¿Qué beneficio te trae la destrucción de la patria?

POLINICES
Vergonzoso es huir, y que, siendo yo el mayor, así me deje burlar de mi hermano.

ANTÍGONA
¿Ves, pues, como van derechamente hacia su término las profecías del oráculo que la muerte de vosotros dos anuncia?

POLINICES
Así lo ha dicho el oráculo; pero yo no puedo ceder.

ANTÍGONA
¡Ay infeliz de mí! ¿Y quién se atreverá a seguirte si se entera de las profecías de este hombre?

POLINICES
No anunciaré yo augurios malos; que propio de un buen general es pregonar las buenas noticias y no las contrarias.

ANTÍGONA
¿Así, pues, ¡oh hijo!, estás decidido a ello?

POLINICES
Y no me detengas ya; que mi preocupación ha de ser este camino desdichado y funesto a que me lanzan este padre y sus maldiciones. Que Zeus os conceda la felicidad si lo que os he dicho hacéis por mí después que muera; porque vivo, no me volveréis a poseer. Dejadme marchar y sed dichosas, que vivo no me veréis ya más.

ANTÍGONA
¡Ay infeliz de mí!

POLINICES
No me llores.

ANTÍGONA
¿Y quién, cuando te lanzas hacia el hades que delante ves, no te llorará, hermano?

POLINICES
Si es preciso, moriré.

ANTÍGONA
No ciertamente, sino créeme.

POLINICES
No me aconsejes lo que no está bien.

ANTÍGONA
¡Desdichada de mí, si de ti quedo privada!

POLINICES
Eso, en manos del dios está el que salga de ésta o de la otra manera; por vosotras, pues, suplico yo a los dioses que nunca lleguéis a sufrir tal desgracia; pues no sois merecedoras, según todos convienen, de ningún infortunio.

Polinices sale precipitadamente.

CORO
Nuevos son éstos; de nuevo caen sobre mis nuevos y gravisimos males por culpa de este ciego extranjero, si es que el hado no se cumple ya en alguno de ellos. Pues no puedo decir que haya quedado sin cumplimiento ninguna determinación divina. Lo ve todo, siempre el Tiempo, que un día eleva a unos, y otro, a otros. Retumba el cielo, ¡oh Zeus!

EDIPO
¡Ah hijas, hijas! ¿Cómo, si hay por ahí algún vecino, hará venir aquí al en todo nobilísimo Teseo?

ANTÍGONA
Padre, ¿cuál es el objeto para el que lo llamas?

EDIPO
Ese alado trueno de Zeus me llevará al punto al hades. Llamadle, pues, en seguida.

CORO
Mirad cuán estrepitosamente retumba el estruendo maravilloso que lanza Zeus. El miedo me pone erizados los pelos de la cabeza. Se llena de horror mi alma; pues el celeste relámpago alumbra de nuevo. ¿Cuál será el fin de esto? Yo temo, porque vanamente nunca lanza truenos sin que haya desgracias. ¡Oh excelso cielo!, ¡oh Zeus!

EDIPO
¡Oh hijas! Ha llegado para este hombre el profetizado fin de su vida, y ya no hay evasión.

ANTÍGONA
¿Cómo lo sabes? ¿Cómo lo has conjeturado padre?

EDIPO
Bien lo he comprendido; pero en seguida, corriendo, cualquiera, que me traiga al rey de esta tierra.

Se oyen más truenos.

CORO
¡Ah, ah! Mira cómo de nuevo resuena el penetrante estruendo. Sé propicio, ¡oh dios! sé propicio si llevas algo sombrío contra mi patria. Ojalá te tenga en mi favor, y no por haber visto a un hombre execrador se me vuelva hoy funesta tu gracia. ¡Zeus rey, te imploro!

EDIPO
¿Pero está cerca ese hombre? ¿Podrá, hijas, encontrarme vivo aún, con mi cabal conocimiento?

ANTÍGONA
¿Qué confidencia quieres depositar en su corazón?

EDIPO
Por los beneficios que de él he recibido, otorgarIe cumplida la gracia que oportunamente le prometí.

CORO
¡Oh, oh, hijo, ven, ven! ... Aunque en una eminencia del suelo celebres al dios Poseidón en el ara sobre la que inmolas bueyes, ven; pues el extranjero a ti, a la ciudad y a los amigos quiere conceder la merecida gracia por el bien que ha recibido. Apresúrate, ven corriendo, ¡oh rey!

Llega apresuradamente Teseo.

TESEO
¿Qué clamor es éste que de nuevo resuena conjuntamente, según se ve, de parte de vosotros, mis ciudadanos, y más manifiestamente aún de parte del extranjero? ¿Es por el rayo de Zeus o por la sombría granizada que ha caído? Pues cuando el dios está en borrasca, todo se ha de conjeturar.

EDIPO
¡Rey!, te apareces a quien te esperaba; pues algún dios te puso con buena suerte por este camino.

TESEO
¿Qué ha sucedido de nuevo, ¡oh hijo de Layo!?

EDIPO
El momento supremo de mi vida. y lo que te prometí a ti y a la ciudad, quiero cumplirIo antes de morir.

TESEO
¿Y por qué indicios estás persuadido de tu muerte?

EDIPO
Los mismos dioses, como heraldos, me lo anuncian, sin faltar ninguna señal de las que prefijaron.

TESEO
¿Cómo dices, ¡oh anciano!, que han aparecido esas señales?

EDIPO
Los muchos y continuados truenos, y los muchos centelleantes rayos de la invencible mano me lo anuncian.

TESEO
Me persuades, porque veo que has dado muchos vaticinios que no han resultado falsos. Di, pues, lo que se ha de hacer.

EDIPO
Yo te mostraré, hijo de Egeo, lo que exento de las injurias del tiempo habrá siempre en esta ciudad. Y yo mismo ahora, sin que me dirija ningún guía, te guiaré hasta el sitio en que yo debo morir. Y nunca digas a ningún hombre ni el lugar en que quede sepultado este cuerpo mío, ni el paraje en que se halla, para que de este modo te proporciones siempre, en contra de tus vecinos, la fuerza que puedan darte muchos escuderos y tropa extranjera. Y esto, que es un secreto que no debe remover la palabra, tú por ti mismo lo vas a saber cuando llegues allí solo; porque ni puedo revelarlo a ninguno de los ciudadanos, ni a las hijas mías, a pesar de que las amo. Pero tú guárdalo siempre; y cuando llegues al término de la vida manifiéstaselo a tu hijo mayor, y luego éste que se lo diga al que lo suceda. De esta manera gobernarás la ciudad inmune de las devastaciones de los Tebanos. La mayor parte de las ciudades, aun cuando uno los gobierne bien, fácilmente se insolentan; pero los dioses ven ciertamente, aunque sea tarde, al que despreciando las leyes divinas se entrega al furor; lo que tú, hijo de Egeo, debes procurar que nunca te suceda. Verdad es que estoy diciendo todo a quien ya lo sabe. Al sitio, pues -me apremia ya la seña enviada por el dios-, marchemos ya sin pensar en otra cosa. ¡Oh hijas!, seguid por aquí; pues yo voy a ser ahora nuevo guía de vosotras, como vosotras lo habéis sido del padre; avanzad y no me toquéis, sino dejad que yo mismo encuentre la sagrada tumba donde, por mi destino, he de ser sepultado en esta tierra.

Edipo avanza con paso firme y decidido, como si al fin dios le guiara.

Por aquí, así; por aquí, venid: por aquí pues me guían el conductor Hermes y la diosa infernal. ¡Oh luz que no me alumbras!, antes sí que me iluminabas; pero ahora, por última vez vas a iluminar mi cuerpo: que ya voy llegando a lo último de mi vida para ocultarme en el hades. Pero ¡oh el más querido de los extranjeros, y el país éste y los súbditos tuyos!, felices seáis, y en felicidad acordaos de mí que muero, siendo afortunados siempre.

CORO
Si me es permitido rogar con mis súplicas a la invisible diosa, y a ti, ¡oh rey de los tinieblas, Aidoneo, Aidoneo!, te suplico que sin fatigosa ni muy dolorosa muerte me conduzcas al extranjero a la infernal llanura de los muertos que todo lo oculta, y a la estigia morada. Pues a cambio de los muchos sufrimientos que has pasado, ya el dios justiciero te ayuda. ¡Oh infernales diosas e invencible fiera que, echada en esas puertas por las que todos pasan, gruñes desde los antros siendo indomable guardián del hades, según te atribuye la perenne fama! A ti, ¡oh hija de la tierra y del Tártaro!, te suplico que dejes pasar libremente al extranjero que avanza hacia las subterráneas llanuras de los muertos; a ti, en efecto, invoco, que duermes el sueño eterno.

Llega un mensajero.

MENSAJERO
Ciudadanos, brevísimamente puedo deciros que Edipo ha muerto; pero lo que ha ocurrido, una breve narración no puede contarlo, ni exponer tampoco los hechos tal como han sucedido.

CORIFEO
¿Luego ha muerto el infeliz?

MENSAJERO
Sabe que ha dejado ya la vida que siempre ha vivido.

CORIFEO
¿Cómo? ¿Acaso con divino auxilio y sin fatiga murió el infeliz?

MENSAJERO
Esto es cosa muy digna de admiración: el cómo partió de aquí -y tú que estabas presente lo sabes-, sin que le guiara ningún amigo, sino dirigiéndonos él a todos nosotros, y cuando llegó al umbral de abismo que con los escalones de bronce se afirma en el fondo de la tierra, se paró en una de las vías que allí se cortan, cerca del cóncavo cráter donde yacen las señales de eterna fidelidad de Teseo y Piritoo; y habiéndose parado allí, entre el cráter y la roca de Toriquio y un hueco peral silvestre y una tumba de piedra, se sentó. En seguida se quitó los pringosos vestidos; y llamando a sus hijas, les mandó que le llevasen agua corriente para lavarse y hacer libaciones; y las dos, corriendo a la colina de la fructífera Deméter que desde allí se divisa, cumplieron en breve el mandato del padre, y le lavaron y vistieron según se hace con los muertos. Y cuando todo lo que él había ordenado hicieron a su satisfacción, y no quedaba por hacer el más mínimo detalle de lo que había encargado, retumbó Zeus bajo la tierra; las muchachas se horrorizaron, así que lo oyeron; y echándose a los pies del padre empezaron a llorar, sin cesar de darse golpes en el pecho ni de echar prolongados lamentos. Él, al punto que oyó el penetrante ruido, apretándolas entre sus brazos, les dijo: ¡Oh hijas! Ya no tenéis padre desde hoy, pues ha muerto todo lo mío; y en adelante no llevaréis ya esa trabajosa vida por mi sustento. Cuán dura ha sido, en verdad, lo sé, hijas; pero una sola palabra paga todos esos sufrimientos, porque no es posible que tengáis de otro más afectuoso amor que el que habéis tenido de este hombre¡ privadas del cual viviréis en adelante. Y abrazados así unos con otros, lloraban todos dando sollozos. Mas al punto que cesaron de llorar y no se oía ninguna palabra, sino que había silencio, de repente le llamó una voz, y de tal modo, que a todos el miedo nos puso enseguida los pelos de punta (pues le llamaba dios de muchas y distintas maneras): ¡Eh, tú, tú, Edipo!, ¿qué esperas para venir? Hace tiempo ya que te vas retrasando. Y él, en seguida que oyó que dios le llamaba, mandó que se le acercara Teseo, el rey de esta tierra; y cuando se le acercó, le dijo: ¡Oh querido Teseo!, dame tu mano como garantía de antigua fidelidad para mis hijas; y vosotras, hijas, dádselas a él; y promete que jamás las traicionarás voluntariamente, sino que harás todo cuanto en tu benevolencia llegues a pensar que les ha de ser útil siempre. Este, como varón noble, sin vacilar le prometió con juramento al huésped que así lo haría. Y hecho esto, cogió en seguida Edipo con sus vacilantes manos a sus hijas, y les dijo: ¡Oh hijas!, es preciso que probando la nobleza de vuestra alma os alejéis de este sitio, y no queráis ver lo que no está permitido, ni escuchar nuestra conversación, sino apartaos prontamente; quede aquí sólo el señor Teseo para enterarse de lo que tiene que hacer. Tales palabras le oímos decir todos; y con muchas lágrimas, en compañía de las muchachas, gimiendo nos apartamos. Mas cuando al poco tiempo de ir apartándonos volvimos la cabeza, advertimos que el hombre aquel en ninguna parte se hallaba; y que nuestro mismo rey, con la mano delante de la cara, se tapaba los ojos como señal de algún terrible espectáculo cuya visión no hubiese podido resistir. Sin embargo, después de unos momentos, no muchos, le vimos que estaba adorando a la Tierra y también al Olimpo de los dioses en una misma plegaria. De qué manera haya muerto aquél, ninguno de los mortales puede decirlo, excepto el rey Teseo; pues ni le mató ningún encendido rayo del dios, ni marina tempestad que se desatara en aquellos momentos, sino que, o se lo llevó algún enviado de los dioses, o la escalera que conduce al Hades se le abrió benévolamente desde la tierra para que pasara sin dolor. Ese hombre, pues, ni debe ser llorado, ni ha muerto sufriendo los dolores de la enfermedad, sino que ha de ser admirado, si hay entre los mortales alguien digno de admiración. Y si os parece que no hablo cuerdamente, no estoy dispuesto a satisfacer a quienes me crean falto de sentido.

CORIFEO
¿Y dónde están las niñas y los amigos que las acompañaron?

MENSAJERO
Ellas no están lejos, pues los claros gritos de su llanto indican que hacia aquí vienen.

Llegan Antígona e Ismena.

ANTtGONA
¡Ay, ay! Ya tenemos, tenemos que llorar, no por esto ni por lo otro, sino por todo, la execrable sangre del padre que ingénita llevamos las dos; las cuales, si cuando él vivía teníamos grandes e incesantes penas, las sufriremos, cual no se puede pensar, en nuestra postrimería, y mayores que los que hemos visto y padecido.

CORO
¿Qué hay?

ANTtGONA
Ya se puede conjeturar, amigos.

CORO
¿Ha muerto?

ANTIGONA
Como tú quisieras alcanzar la muerte. ¿Cómo no, si ni Ares ni el mar le han embestido, sino que las invisibles llanuras del Hades se lo llevaron arrebatado en muerte nunca vista? ¡Infeliz de mí! A nosotras, funesta noche se nos cierne sobre los ojos. ¿Cómo, pues, errantes por lejanas tierras o borrascoso mar, podremos soportar el grave peso de la vida?

ISMENA
No sé. Ojalá, ¡infeliz de mí!, el sanguinario Hades me hubiera arrebatado con el padre; que para mí la vida que me espera ya no es vida.

CORO
¡Oh excelsa pareja de hijas! Lo que viene del dios honrosamente, no debéis ll0rarlo tan sobremanera, pues murió de modo envidiable.

ANTÍGONA
Hay, en efecto, cierta complacencia en la desgracia; pues lo que de ningún modo es querido, lo quería yo cuando lo tenía a él en mis manos. ¡Oh, padre! ¡Oh, querido! ¡Oh tú, que en la perdurable y subterránea tiniebla te has sumergido! Aunque ya no existas, ni por mí ni por ésta dejarás de ser amado.

CORO
¿Cumplió?

ANTÍGONA
Cumplió lo que quería.

CORO
¿De qué manera?

ANTÍGONA
Murió en el país extranjero que deseaba; y lecho tiene bajo tierra, bien resguardado para siempre, y no dejó duelo sin llanto; pues mis ojos por ti, ¡oh, padre!, lloran derramando lágrimas, y no sé cómo debo yo, infeliz, disipar esta tan grave aflicción. Has muerto separado de mí.

ISMENA
¡Oh, Infeliz! ¿Qué suerte, nos espera, a mí y a ti, ¡oh, querida!, privadas así del padre?

CORO
Pero ya que tan dichosamente resolvió el fin de su vida. ¡Oh, queridas! cesad de llorar; que nadie está fuera del alcance de la desgracia.

ANTÍGONA
Volvámonos, hermana.

ISMENA
¿Qué hemos de hacer?

ANTÍGONA
Un deseo tengo.

ISMENA
¿Cuál?

ANTÍGONA
Ver la tumba subterránea.

ISMENA
¿De quién?

ANTÍGONA
Del padre, ¡desdichada de mí!

ISMENA
¿Pero cómo puede sernos permitido eso? ¿Acaso no ves?

ANTÍGONA
¿Por qué me reprendes?

ISMENA
Porque como ...

ANTÍGONA
¿Por qué, de nuevo insistes?

ISMENA
¡Insepulto cayó, y sin que nadie lo viera!

ANTÍGONA
Llévame, y mátame allí.

ISMENA
¡Ay, ay, desdichadísima! ¿Cómo yo luego, así privada de ti y sin tu auxilio, podré soportar tan infortunada vida?

CORO
Queridas, nada temáis.

ANTÍGONA
¿Pero adónde huiré yo?

CORO
Antes ya huiste ...

ANTÍGONA
¿De qué?

CORO
De que vuestras cosas sucedieran mal.

ANTÍGONA
Estoy pensando.

CORO
¿Qué es lo que piensas?

ANTÍGONA
Cómo volveremos a la patria; no lo sé.

CORO
Ni te preocupes.

ANTÍGONA
El dolor me oprime.

CORO
También antes te oprimía.

ANTÍGONA
Entonces era insuperable, y ahora lo es más.

CORO
Un mar de dificultades os ha tocado en suerte.

ANTÍGONA
Verdad, verdad.

CORO
Verdad, digo yo también.

ANTÍGONA
¡Ay, ay! ¿Adónde iremos?, ¡oh, Zeus! ¿Hacia qué destino me empuja ahora el hado?

Aparece Teseo.

TESEO
Cesad de llorar, niñas; pues aquello en que hay regocijo común para todos, no se debe llorar; porque es reprensible.

ANTIGONA
¡Oh, hijo de Egeo!, a tus pies, le suplicamos.

TESEO
¿Por qué, hijas? ¿Qué deseáis que haga?

ANTÍGONA
La tumba de nuestro padre deseamos ver.

TESEO
Eso no está permitido.

ANTÍGONA
¿Qué dices, príncipe, soberano de los atenienses?

TESEO
¡Oh niñas! Él mismo me prohibió que ni me acercara a esos lugares, ni indicara a ningún hombre la tumba sagrada en que yace; y me añadió que así viviría felizmente, conservando siempre mi país exento de calamidades. Esto, pues, lo oyó el Genio de mi destino y también el omnipotente Juramento, hijo de Zeus.

ANTfGONA
Pues si así es, me basta conformarme con la voluntad de aquél, pero envíanos a la venerada Tebas, por ver si podemos detener a la muerte que avanza contra nuestros hermanos.

TESEO
No sólo haré eso, sino también todo cuanto pueda hacer en provecho vuestro y del que acaba de descender al Hades, en bien del cual no debo sentir cansancio.

CORIFEO
Pues descansad y no provoquéis más el llanto; que, de todos modos, lo que os promete está sancionado.

Índice de Edipo en Colona de SófoclesSegunda parteBiblioteca Virtual Antorcha