Índice de Edipo en Colona de Sófocles | Personajes de la obra | Segunda parte | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|
EDIPO EN COLONA
PRIMERA PARTE
La escena en Colona, aldea cercana a Atenas. En el bosque varios asientos de piedra. Un camino real atraviesa la escena.
Entra Edipo, guiado por su hija Antígona.
EDIPO
Hija de este anciano ciego, Antígona, ¿a qué región hemos llegado? ¿Qué gente habita la ciudad? ¿Quién hospedará en el día de hoy al errante Edipo, que no lleva más que pobreza? Poco, en verdad, es lo que pido y menos aún lo que traigo conmigo, y sin embargo, esto me basta. Los sufrimientos, la vejez y también mi índole propia me han enseñado a condescender con todo. Pero, hija mía, si ves algún asiento, ya sea en sitio público, ya en el bosque sagrado, párate y siéntate hasta que sepamos el lugar en que nos hallamos; pues siendo extranjeros debemos preguntar a los ciudadanos y hacer lo que nos indiquen.
ANTÍGONA
Padre mío, infortunado Edipo, las torres que defienden la ciudad se ven ahí delante, algo lejos de nosotros. Este sitio es sagrado al parecer, pues está cubierto de laureles, olivos y viñas, y muchos son los ruiseñores que dentro de él cantan melodiosamente. Reclina aquí tus miembros sobre esta rústica roca, pues has caminado más de lo que conviene a un anciano.
EDIPO
Siéntame, pues, ten cuidado del ciego.
ANTÍGONA
Tanto tiempo lo vengo teniendo, que no necesito que me lo recuerdes.
EDIPO
¿Puedes decirme en qué sitio estamos?
ANTÍGONA
Sé que estamos en Atenas, pero desconozco el sitio.
EDIPO
Eso nos han dicho todos los que hemos encontrado en el camino.
ANTÍGONA
¿Quieres que vaya a preguntar qué sitio es éste?
EDIPO
Sí, hija mía, y mira si es habitable.
ANTÍGONA
Habitable lo es; y creo no tengo necesidad de alejarme, porque veo un hombre cerca de nosotros.
EDIPO
¿Es que viene en dirección hacia aquí?
Aparece un habitante de Colona, dando rápidos pasos.
ANTÍGONA
Como que ya lo tenemos delante. Pregúntale, pues, lo que deseas saber, que aquí lo tienes.
EDIPO
Extranjero, enterado por ésta, cuyos ojos ven por ella y por mí, de que llegas, muy a propósito para informamos de lo que necesitamos saber, y decirnos ...
EXTRANJERO
Antes de pasar adelante en tu pregunta, quítate de ese asiento. Estás en sitio que no es permitido hollar.
EDIPO
¿Qué sitio es éste? ¿A qué deidad está consagrado?
EXTRANJERO
Sitio santo que no se puede habitar. Es posesión de las terribles diosas, hijas de la Tierra y de la Tiniebla.
EDIPO
¿Cuál es su venerable nombre? Dímelo, para que pueda dirigirles mi plegaria.
EXTRANJERO
Euménides, las que todo lo ven, es el nombre que les da la gente de este país. Tienen también otros hermosos por todos conceptos.
EDIPO
Que reciban, pues, propicias a este suplicante, para que no tenga ya que salir del asilo que me ofrece esta tierra.
EXTRANJERO
¿Qué significa eso?
EDIPO
El sino de mi destino.
EXTRANJERO
Pues no me atrevo a sacarte de aquí sin consultar antes con los ciudadanos, para que me digan qué debo hacer.
EDIPO
¡Por los dioses, extranjero!, no desdeñes a este vagabundo, y contéstame a lo que te suplico que me digas.
EXTRANJERO
Habla, que no te haré tal injuria.
EDIPO
¿Qué país es este en que nos encontramos?
EXTRANJERO
Todo cuanto yo sepa vas a oírlo de mí. Este campo es sagrado; lo habita el venerable Poseidón y también el dios portador del fuego, el titán Prometeo. El suelo que pisas se llama la vía de bronce de esta tierra, fundamento de Atenas. Los campos próximos se envanecen de estar bajo la protección de Colona (señalando la estatua ecuestre del héroe); y todos llevan en común el nombre de este célebre caballero, con el que son designados. Esto es lo que puedo decirte, extranjero, acerca de estos sitios, no celebrados por la fama, pero mucho por el culto que les dan mis conciudadanos.
EDIPO
¿Y hay quién habite en estos lugares?
EXTRANJERO
Sí; y llevan todos el nombre del dios.
EDIPO
¿Los gobierna un rey o el acuerdo del pueblo?
EXTRANJERO
Por el soberano, que reside en la ciudad, son gobernados.
EDIPO
¿Quién es? ¿Ejerce su imperio con prudencia y fuerza?
EXTRANJERO
Teseo se llama; es hijo y sucesor de Egeo.
EDIPO
¿Podría alguno de vosotros llevarle un mensaje de mi parte?
EXTRANJERO
¿Con qué objeto? ¿Para darle alguna noticia o para decirle que venga?
EDIPO
Para que me haga un pequeño favor y obtenga, en cambio, gran ventaja.
EXTRANJERO
¿Y qué ventaja se puede sacar de un hombre que no ve la luz?
EDIPO
Cuanto deba decirle, se lo diré todo con la mayor claridad.
EXTRANJERO
¿Estás cierto, ¡oh, extranjero!, de que ahora no te equivocas? Y puesto que eres noble, según parece, aunque desgraciado, espera aquí en donde estás hasta que entere de todo a los habitantes de estos lugares, sin necesidad de ir a la ciudad. Ellos decidirán si debes permanecer aquí o continuar tu camino.
Sale el colonense.
EDIPO
Hija mía, ¿se ha ido ya el extranjero?
ANTÍGONA
Sí, padre; y tanto, que puedes decir tranquilamente cuanto quieras, que sola estoy a tu lado.
EDIPO
¡Oh veneradas deidades que intimidáis con vuestra mirada! Ya que Vosotras sois las primeras en cuyo sagrado bosque he descansado yo al entrar en esta tierra, sed indulgentes conmigo y con Febo, quien cuando me anunció todas mis desgracias, me indicó también que el término de ellas lo hallaría después de largo tiempo, cuando al llegar a lejana región encontrase asilo en mansión de veneradas deidades, donde terminaría mi trabajosa vida en provecho de los habitantes que, desterrándome, me expulsaron; y además, que como señales que me indicaran el cumplimiento del oráculo, acontecería un terremoto, un trueno o un relámpago. Comprendo ahora que no es posible que yo hubiera emprendido este camino sin que un secreta inspiración de vuestra parte me guiara por él hasta el bosque; porque de no ser así, no habría podido suceder que yo, que no bebo vino, me encontrase en mi camino, antes que con otras deidades, con vosotras, que no queréis vino en los sacrificios; ni que me sentara en ese rústico y venerable apoyo.
Concededme, pues, ¡oh diosas!, en conformidad con los oráculos de Apolo, el término de mi vida y liberación de mis males, si os parece que ya he sufrido bastante, viviendo siempre sujeto a las mayores desgracias que han afligido a los mortales. Venid, ¡oh dulces hijas de antiguo Escoto! Ven también tú, que llevas el nombre de la poderosa Palas. ¡Oh Atenas!, la más venerada de todas las ciudades; apiadaos del miserable Edipo, que ya no es más que un espectro, pues nada le queda de su anterior hermosura.
ANTíGONA
Calla, que vienen unos ancianos a ver dónde estás sentado.
EDIPO
Callaré; pero sacadme del camino y ocúltame en el bosque hasta que me entere de lo que hablan; porque en escuchar consiste la precaución de lo que se haya de hacer.
Ambos se ocultan.
Entran los ancianos de Colona que forman el Coro. Dialogan en grupos.
CORO
Mirad ¿Quién era? ¿Dónde está? ¿Dónde se ha ido, alejándose de aquí el más temerario de los mortales? Mirad bien, examinad, buscadle por todas partes. Un vagabundo, vagabundo era el viejo, no nacido en esta región; pues jamás habría entrado en este sagrado bosque de las inexorables vírgenes, cuyo nombre no pronunciamos por temor; y ante las cuales pasamos sin levantar nuestros ojos y sin proferir palabra, enviándoles mentalmente las plegarias de nuestro corazón; mas ahora corre el rumor de que sin ningún respeto ha entrado aquí un impío a quien yo no puedo ver por este bosque ni saber dónde se oculta.
Edipo y Antígona salen del bosque.
EDIPO
Ése a quien buscáis soy yo. En vuestra voz conozco lo que predijo el oráculo.
CORO
¡Ay, ay! ¡Qué horror da el verle! ¡Qué espanto el oírle!
EDIPO
No me toméis por un malvado, os lo suplico.
CORO
Zeus salvador, ¿quién es este viejo?
EDIPO
Quien no merece llamarse feliz por su anterior suerte, ¡oh guardianes de esta región!, ya lo estáis viendo. De otra manera no necesitaría de ajenos ojos que me guiaran; ni, si yo fuera poderoso, tendrían necesidad de sostenerme en tan débil apoyo.
CORO
¡Aaah! ¡No tiene ojos! ¿Acaso infeliz, eres ciego de nacimiento? Viejo está ya, según veo; pero mientras de mi dependa, no te dejaré añadir un sacrilegio a tanta calamidad. Márchate, márchate. Pero para no caer en esa silenciosa y verde cañada, por donde corre una fuente de abundante agua que mezclamos en los vasos con la miel de las libaciones, ten mucho cuidado, desdichado extranjero, apártate, retírate. Mucha distancia nos separe. ¿Lo oyes, miserable vagabundo? Si tienes que decir algo sal de ese sitio prohibido, y cuando estés en lugar público, habla; pero antes guarda silencio.
EDIPO
Hija mía. ¿Qué pensaremos de esto?
ANTÍGONA
Padre, preciso es que obedezcamos a los ciudadanos y hagamos de buen grado lo que nos mandan.
EDIPO
Cógeme, pues.
ANTÍGONA
Ya te tengo.
EDIPO
Extranjeros, no me maltratéis, ya que os obedezco y salgo de este refugio.
CORO
No temas, anciano; que nadie te sacará de aquí donde estamos contra tu voluntad.
Edipo, conducido por Antígona, avanza.
EDIPO
¿Voy más adelante?
CORO
Avanza un poquito más.
EDIPO
(Dando otro paso). ¿Es bastante?
CORO
Llévalo, muchacha, más adelante, que tú ves bien.
ANTÍGONA
Sigue, padre, sigue, con tu cuerpo ciego, por donde te guío.
EDIPO
...
CORO
Aprende, desdichado extranjero, estando en tierra extraña, a abstenerte de lo que los ciudadanos tengan por malo y a venerar lo que ellos estiman venerable.
EDIPO
Guíame, niña, adonde, guardando la debida reverencia, podamos hablar y oír. No luchemos contra la necesidad.
CORIFEO
Párate. No pongas el pie fuera del límite que te señala esa piedra.
EDIPO
¿Así?
CORO
Está bien, como te lo he dicho.
EDIPO
¿Puedo sentarme?
CORO
Con el cuerpo un poco inclinado hacia adelante, siéntate sobre esa piedra.
ANTÍGONA
Padre, eso me toca a mí; despacito y paso a paso apoya ...
EDIPO
¡Ay, ay de mi!
ANTÍGONA
... tu abatido cuerpo descansando en las manos de tu querida hija.
EDIPO
¡Ay de mi triste destino!
CORO
¡Oh malhadado! Ya que te has humillado a nuestro mandato, habla. ¿Quién eres? ¿Qué terrible desgracia te aflige? ¿Puedo saber cuál es tu patria?
EDIPO
¡Oh extranjeros! No tengo patria, pero no ...
CORO
¿Por qué no quieres decírnosla, viejo?
EDIPO
No, no, no me preguntéis quién soy, ni deseéis inquirir más preguntando.
CORO
¿Qué es esto?
EDIPO
Un afrentoso nacimiento.
CORO
Habla.
EDIPO
(A Antígona). ¡Hija! ¡Ay de mí! ¿Qué diré?
CORO
¿De qué sangre eres, extranjero? Di, ¿de qué padre?
EDIPO
¡Ay de mí! ¿Qué hago, hija mía?
ANTÍGONA
Habla, ya que te hallas en extremado apuro.
EDIPO
Lo diré, pues, ya que no puedo evitarlo.
CORO
Mucho tardas; dilo pronto.
EDIPO
¿Tenéis noticia de un hijo de Layo ...
CORO
¡Oooooh!
EDIPO
...de la raza de los Labdácidas ...
CORO
¡Oh Zeus!
EDIPO
...del desdichado Edipo?
CORO
¿Acaso eres tú?
EDIPO
No os asuste lo que os digo.
CORO
¡Oooh, oooh, malhadado, ooooh!
EDIPO
Hija mía, ¿qué sucederá aquí?
CORO
¡Fuera! ¡Lejos! ¡Márchate de este país!
EDIPO
Y la promesa que me hicisteis, ¿qué haréis de ella?
CORO
A nadie te envía el hado el fatal castigo por devolver la injuria que antes ha recibido. El engaño correspondido con otro engaño, proporciona desprecio en vez de reconocimiento. Levántate, quítate de ese asiento, aléjate pronto de esta tierra, no sea que con tu presencia atraiga sobre mi patria alguna nueva desgracia.
Antígona se interpone entre Edipo y el Coro.
ANTÍGONA
¡Respetables extranjeros! Ya que no podéis tolerar a mi anciano padre por haber oído la relación de los actos que involuntariamente cometió, compadeceos al menos de esta desdichada. ¡Os lo suplico, extranjeros! Os lo pido a favor de mi infortunado padre. Os ruego con los ojos fijos en vuestro semblante, como os lo pudiera suplicar una hija de vuestra sangre, que respetéis a este miserable. En vuestras manos, como en las de un dios, está nuestra suerte. Ea, pues, concedednos esta inesperada gracia. Os suplico por lo que más querida os sea: por vuestros hijos, por vuestra esposa, por vuestros más sagrados deberes y por vuestros dioses. Considerad y veréis que ningún mortal, sea quien fuere, puede nunca resistir cuando es un dios quien lo empuja.
CORIFEO
Sabe, hija de Edipo, que nos compadecemos de ti lo mismo que de éste, por causa de su infortunio. Pero, por temor a la divina Justicia, no podemos añadir nada a lo que tenemos ya dicho.
EDIPO
¿Qué provecho puede uno prometerse de lo que diga la opinión, ni de la gloriosa fama que falsamente corre, cuando dicen que Atenas es ciudad muy religiosa y la única que puede salvar al extranjero desgraciado, y socorrerle en su infortunio? ¿Dónde puedo yo ver esas virtudes, si me hacéis levantar de este asiento y me expulsáis sólo por temor a mi nombre? Pues lo cierto es que ni mi cuerpo os inspira terror, ni tampoco mis actos. Porque de mis actos, más he sido el paciente que el agente; cosa que comprenderíais si pudiese hablaros de los de mi padre y mi madre, por los que tanto horror sentís hacia mí. Esto lo sé muy bien.
¿Cómo es posible que yo sea de indole depravada, si no he hecho más que repeler el daño que sufría, de manera que aunque hubiese obrado con pleno conocimiento no podría ser criminal? Sin conciencia, pues, de mis actos, llegué adonde he llegado; mientras que los que me hicieron sufrir, me perdieron con pleno conocimiento. Por todo esto pues, os suplico en nombre de los dioses, ¡oh extranjeros!, que me salvéis como me lo habéis prometido; y que no despreciéis a los dioses queriendo honrarlos. Pensad que ellos tienen siempre fija la vista lo mismo en los hombres piadosos que en los impíos, que ninguno de éstos puede eludir su justicia. Reflexionando sobre esto, no oscurezcáis la fama de la gloriosa Atenas, creyendo que la honráis con obras impías; sino qUe, como acogisteis al suplicante que en vosotros confió defendedlo y protegedlo. No me desdeñéis al ver el aspecto horrible que os presenta mi cara; pues llego aquí consagrado a los dioses y lleno de piedad, trayendo además provecho a los habitantes de este país. Cuando venga vuestro soberano, sea quien quiera el que os gobierna, se lo diré y lo sabréis. Mientras tanto, no me maltratéis.
CORIFEO
Necesario es, ¡oh anciano!, que respete tus deseos que me acabas de exponer con tan graves razones. Bástame, pues, enterar de todo ello al soberano de la región.
EDIPO
¿Y dónde está el que gobierna este país, extranjeros?
CORIFEO
Habita en la capital, donde residieron sus padres. El mensajero que me hizo venir aquí ha ido a llamarlo.
EDIPO
¿Creéis que hará algún caso de este ciego, o que se interesará hasta el punto de venir aquí?
CORIFEO
Seguramente, apenas oiga tu nombre.
EDIPO
¿Y quién podrá ir a decirselo?
CORIFEO
Largo es el camino; las conversaciones de los caminantes se extienden rápidamente por todas partes y así que lleguen a sus oídos, vendrá enseguida, créelo; porque tu nombre, ¡oh anciano!, ha penetrado ya por todas partes; y aunque ahora tarde en oírlo, más de lo que conviene, en seguida que lo oiga vendrá corriendo.
EDIPO
Venga, pues, para la dicha de su ciudad y para la mía. ¿Quién hay que no desee su propio bien?
ANTÍGONA
¡Ay, Zeus! ¿Qué diré? ¿Qué llego a pensar, padre?
EDIPO
¿Qué es eso, hija mía, Antigona?
ANTÍGONA
Veo a una mujer que viene hacia nosotros montando en un caballo del Etna; cubre su cabeza un sombrero tesalo que la defiende del Sol. ¿Qué digo? ¿Es ella?
¿No es? ¿Estoy delirando? Sí es, no es; no sé qué decir. ¡PObre de mi! Ella es; con semblante alegre, me hace caricias así que se va acercando, lo que me indica que es mi hermana Ismena.
EDIPO
¿Qué dices, hija?
ANTÍGONA
Que veo a tu hija y hermana mía, a quien ya puedes conocer por la voz.
Entra Ismena con su esclavo.
ISMENA
¡Ay, padre y hermana, dos nombres los más dulcísimos para mí! ¡Qué penas he pasado para encontraros, y con qué pena os estoy viendo!
EDIPO
¡Ay, hija! ¿Has venido?
ISMENA
¡Oh padre! ¡Qué pena me da el verte!
EDIPO
¡Hija! ¿Estás aquí?
ISMENA
No sin grandes fatigas.
EDIPO
Tócame, hija mía.
ISMENA
Os toco a los dos a la vez.
EDIPO
¡Ay, hija y hermana impía!
ISMENA
¡Ay, dos vidas desdichadas!
EDIPO
¿Te refieres a la de ésta y a la mía?
ISMENA
Y también a la mía; a las tres.
EDIPO
¡Hija! ¿Por qué has venido?
ISMENA
Por el cuidado que me inspiras, padre.
EDIPO
¿Acaso por añoranza?
ISMENA
Y para darte yo misma nuevas noticias, he venido con el único criado que me es fiel.
EDIPO
Y tus dos jóvenes hermanos, ¿en qué se ocupan?
ISMENA
Déjalos donde quiera que estén; que terribles odios hay entre ellos.
EDIPO
¡Ay de ellos, que en su vida y carácter se parecen en toda manera de ser de los egipcios! Allí los hombres permanecen en casa fabricando tela, y sus consortes trabajan fuera, proveyendo siempre a las necesidades de la vida.
Asimismo, hijas mías, vuestros hermanos, que debían tomar a su cargo los cuidados que los dos tenéis, se quedan en casa como doncellas; y vosotras sufrís, en lugar de ellos, las miserias de ese desdichado padre. Ésta, pues, desde que salió de la infancia y su cuerpo se vigorizó, siempre conmigo y vagando sin ventura, me sirve de guía, errando por agrestes selvas, descalza y hambrienta, expuesta a las lluvias y a los ardores del sol, prefiriendo a la delicada vida de palacio el penoso placer de proporcionar algún alimento a su padre. Y tú, hija mía, sin que lo supieran los cadmeos, viniste antes a anunciar a tu padre las profecías del oráculo acerca de mi cuerpo y fuiste mi fiel compañera cuando me expulsaron de la patria. Y ahora, Ismena, ¿qué noticia vienes a traer a tu padre? ¿Cuál es el motivo que te ha hecho salir de casa? Porque no vienes sin algún objeto, bien lo sé yo; y temo que me anuncies alguna nueva desgracia.
ISMENA
Las penas que he sufrido, ¡oh padre!, buscando el sitio en que podría encontrarle, las pasaré en silencio; pues no quiero renovar mis sufrimientos con la relación de las mismas. La discordia que actualmente existe entre tus dos malaventurados hijos es lo que vengo a anunciarte. En un principio tenían ambos el mismo deseo de dejar el trono a Creonte y no ensangrentar la ciudad, considerando, con razón, que la ruina que de antiguo aniquilaba a la familia, amenazaba a tu desdichada casa. Mas ahora no sé qué deidad se unió a la perversa intención de los mismos para infundir en los muy malaventurados la funesta rencilla de apoderarse del mando y del supremo poder. Y tanto, que el joven, y por lo mismo menor en edad, privó del trono al mayor, a Polinices, y lo expulsó de la patria. Éste, según la noticia más autorizada que entre nosotros corre, se fue a Argos, el de suelo quebrado, donde, con su reciente casamiento, se ha procurado fieles aliados; de modo que pronto los argivos someterán a su imperio la tierra cadmea, o serán causa de que la gloria de ésta se eleve hasta las nubes. Estos no son solamente vanos rumores, padre, sino hechos que aterrorizan. Ni puedo prever dónde pondrán los dioses el término de tus desgracias.
EDIPO
¿Es que tenías esperanza de que los dioses tuvieran algún cuidado de mí, de modo que algún día me pudiera salvar?
ISMENA
Sí, padre, según recientes oráculos.
EDIPO
¿Cuáles son? ¿Qué han profetizado, hija?
ISMENA
Que los tebanos te han de buscar algún día, vivo o muerto, por causa de su salvación.
EDIPO
¿Quién puede esperar beneficio de un hombre como yo?
ISMENA
En ti dicen que estriba la fuerza de ellos.
EDIPO
¿Cuando nada soy es cuando soy hombre?
ISMENA
Ahora te ensalzan los dioses; antes te abatieron.
EDIPO
Inútil es elevar al anciano que de joven ha sido derribado.
ISMENA
Sabe, pues, que por esto pronto vendrá a buscarte Creonte, y no pasará mucho tiempo.
EDIPO
¿Qué se propone hija? Explícamelo.
ISMENA
Depositarte cerca de la tierra de Cadmo, para tenerte en su poder sin que llegues a pisar los límites del país.
EDIPO
¿Y qué provecho han de sacar de mi permanencia cerca del país?
ISMENA
Tu tumba, si no obtiene los debidos honores, será gravosa. Para ellos.
EDIPO
Pues sin necesidad del oráculo cualquiera sabe esto, sólo con la razón natural.
ISMENA
Pues por eso quieren tenerte cerca de la patria para que no dispongas libremente de ti mismo.
EDIPO
¿Y me enterrarán en suelo tebano?
ISMENA
No lo permite la sangre de tu misma familia, que has derramado, padre.
EDIPO
Pues de mí no mandarán jamás.
ISMENA
Será, pues, esto algún día gran desgracia para los tebanos.
EDIPO
¿Por qué contingencia, hija mía?
ISMENA
Por tu propia cólera, cuantas veces se pongan sobre tu sepultura.
EDIPO
Todo esto que me cuentas, ¿de quién lo sabes, hija?
ISMENA
De los hombres que fueron enviados a consultar al oráculo délfico.
EDIPO
¿Y eso es lo que Febo ha dicho de mí?
ISMENA
Así lo afirman los que han llegado a Tebas.
EDIPO
Y algunos de mis hijos, ¿se ha enterado de esto?
ISMENA
Los dos a la vez, y lo saben muy bien.
EDIPO
Y los malvados, enterados de esto, ¿prefieren el trono a mi cariño?
ISMENA
Me aflijo al oír eso, padre, y sin embargo, te lo anuncio.
EDIPO
¡Pues ojalá que los dioses nunca extingan la fatal discordia que hay entre los dos, y que de mí dependa el fin de la guerra para la que se preparan y levantan lanzas! Porque ni el que ahora tiene el cetro y ocupa el trono podría mantenerse en él, ni el que ha salido de Tebas volvería a entrar en ella. Esos que a mí, al padre que los ha engendrado, viendo tan ignominiosamente echado de la patria, ni me recogieron ni me defendieron, sino que ellos mismos me expulsaron y decretaron mi destierro. Dirás que yo quería entonces todo esto y que la ciudad no hizo más que otorgarme lo que pedía. Pero no es así; porque aquel mismo día, cuando hervía mi furor y me hubiera sido muy grata la muerte y que me hubiesen destrozado a pedradas, no hubo nadie que me ayudara al cumplimiento de mi deseo; pero tiempo después, cuando ya todo el dolor se me había mitigado y comprendí que mi ira se había excedido, castigándome más de lo que yo merecía por mis pasados pecados, entonces, después de tantos años me expulsó la ciudad violentamente de sus términos; y ellos, los hijos de este padre, mis propios hijos, pudiendo socorrerme, nada quisieron hacer; sino que por no decir ni siquiera una palabra en mi favor, desterrado de mi patria, me obligaron a vagar mendigando mi sustento. En cambio, de estas dos doncellas, a pesar de la debilidad de su sexo, recibo el sustento de mi vida, la seguridad de mi albergue y los cuidados de familia. Ellos, menospreciando al padre que los engendró, han preferido sentarse en el trono, empuñar el cetro y gobernar el país; pero no crean que me han de tener en su ayuda, ni tampoco que les ha de ser provechoso el gobierno de la tierra de Cadmo. Sé muy bien todo esto, no sólo por los oráculos que acabo de oír, sino también por los que recuerdo que Febo profetizó y cumplió referentes a mí. Envíen, pues, si quieren en mi busca a Creonte o a otro cualquier poderoso ciudadano; que si vosotros, ¡oh extranjeros!, queréis prestarme vuestro auxilio a la vez que estas venerables diosas protectoras de vuestro pueblo, tendréis en mí un gran salvador de vuestra ciudad y un azote para vuestros enemigos.
CORIFEO
Digno eres, Edipo, de mi conmiseración, lo mismo que estas dos niñas; y ya que tú mismo te manifiestas en lo que acabas de decir como salvador de esta tierra, quiero aconsejarte lo más conveniente.
EDIPO
¡Oh amabilísimo! Aconséjame, que he de hacer cuanto me digas.
CORIFEO
Ofrece ahora un sacrificio expiatorio a estas diosas, que son las primeras con que aquí te encontraste y cuyo suelo hallaste.
EDIPO
¿De qué manera lo he de ofrecer? Enseñádmelo, extranjeros.
CORIFEO
Primeramente trae, cogiéndola con manos puras, de esa fuente perenne, agua para las sagradas libaciones.
EDIPO
¿Y cuando haya sacado la pura linfa?
CORIFEO
Vasijas hay, obra de hábil artista, de las cuales has de coronar los bordes y las asas de dos bocas.
EDIPO
¿Con hojas o con lana, o de qué modo?
CORIFEO
Con lana recién tonsurada de oveja joven.
EDIPO
Está bien; y después de esto, ¿qué debo hacer?
CORIFEO
Verter las libaciones de pie, vuelto hacia la aurora.
EDIPO
¿Con esas vasijas que me has indicado las he de verter?
CORIFEO
Sí; tres libaciones por vaso, y la última toda de un golpe.
EDIPO
¿De qué las llenaré? Dímelo.
CORO
De agua y de miel; no mezcles vino.
EDIPO
¿Y cuando la tierra de umbroso follaje reciba las libaciones? ...
CORO
Sobre ella, con ambas manos, depositarás tres veces nueve ramos de olivo y pronunciarás esta súplica ...
EDIPO
Deseo saberla, pues es lo más importante.
CORIFEO
Como os llamamos Euménides, con benévolo corazón aceptad a este suplicante que se acoge a vuestra protección". Haz tú mismo la plegaria u otro por ti;
pero sin que se oigan las palabras ni llegue a articularse la voz. En seguida retírate, sin volver la cara. Una vez hayas hecho esto, no tendré temor ninguno de asistirte; que de otro modo, extranjero, temblaría por ti.
EDIPO
Hijas mías, ¿habéis oído a los extranjeros vecinos de esta región?
ANTÍGONA
Los hemos oído, y dispón lo que haya que hacer.
EDIPO
A mí no me es posible ir, falto como estoy de fuerzas y de vista. Vaya una de vosotras y hágalo; pues creo que basta y vale tanto como diez mil una alma piadosa que con fervor haga la expiación. Hacedlo, pues, pronto; pero no me dejéis solo, porque abandonado y sin guía no puedo mover mi cuerpo.
ISMENA
Yo iré a hacerlo; pero quiero saber el sitio en que encontraré todo lo necesario.
CORIFEO
Del lado de allá del bosque, extranjera; si falta alguna cosa, allí habita un hombre que te lo dirá.
ISMENA
A ello voy. Antígona, tú aquí cuida del padre; que los hijos no deben guardar memoria de las fatigas que pasen por el autor de sus días.
Ismena se marcha.
CORO
Terrible es, ¡oh extranjero!, hacer revivir el dolor que de antiguo duerme; pero ya es tiempo de que me entere ...
EDIPO
¿De qué?
CORO
... de la desgracia afrentosa e irremediable en que caíste.
EDIPO
No, querido amigo, te lo suplico por la hospitalidad que me has dado; no me hagas revelar hechos ignominiosos.
CORO
Del rumor de tus infortunios que tan extendido está y no cesa de propalarse, deseo, ¡oh extranjero!, oír una exacta información.
EDIPO
¡Ay de mí!
CORO
Resígnate, te lo suplico.
EDIPO
¡Ay, ay!
CORO
Obedéceme; que yo te concederé todo lo que desees.
EDIPO
Aguanté horribles atrocidades, ¡oh extranjeros!, las aguanté. Dios lo sabe; pero todas involuntariamente.
CORO
¿Y cómo?
EDIPO
En criminal lecho, sin saber ya nada, me ató la ciudad con fatal himeneo.
CORO
¿Es verdad que de tu madre, según con horror he oído, gozaste el placer del amor?
EDIPO
¡Aayyy!, me mata el oír tal cosa, extranjeros; éstas, en efecto, mis dos ...
CORO
¿Que dices?
EDIPO
... hijas, dos afrentas ...
CORO
¡Oh Zeus!
EDIPO
... han nacido del seno de mi misma madre.
CORO
¿Son realmente hijas tuyas?
EDIPO
Y hermanas a la vez de su padre.
CORO
¡Ooh!
EDIPO
¡Ooh, ciertamente!, y mil veces ¡oh torbellino de horrores!
CORO
Has sufrido.
EDIPO
He sufrido dolores que nunca pueden olvidarse.
CORO
Pero cometiste ...
EDIPO
Nada cometí.
CORO
¿Cómo no?
EDIPO
Acepté de la ciudad una recompensa que nunca, pobre de mí, debía haber aceptado.
CORO
¿Cómo no, infeliz? ¿Cometíste el asesinato ...
EDIPO
¿Qué es eso? ¿Qué quieres saber?
CORO
... de tu padre?
EDIPO
¡Ay, ay! Segunda herida me infieres sobre la primera.
CORO
¿Lo mataste?
EDIPO
Lo maté; pero hay en mi disculpa ...
CORO
¿Qué cosa?
EDIPO
... cierta parte de justicia.
CORO
¿Cómo?
EDIPO
Yo te lo explicaré. Porque me debían de haber matado aquellos a quienes maté. Yo, por el contrario, puro y sin conciencia de lo que hacía, llegué a cometer el crimen.
Índice de Edipo en Colona de Sófocles | Personajes de la obra | Segunda parte | Biblioteca Virtual Antorcha |
---|