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LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO IX
DE LO QUE ME SUCEDIÓ HASTA LLEGAR A MADRID CON UN POETA
Yo tomé mi camino para Madrid, y él se despidió de mí por ir diferente jornada. Ya que estaba apartado, volvió con gran priesa, y llamándome a voces, estando en el campo, donde no nos oía nadie, me dijo al oído: Por vida de v. m. que no diga nada de todos los altísimos secretos que le he comunicado en materia de destreza, y guárdelo para sí, pues tiene buen entendimiento.
Yo le prometí hacerlo; tornóse a partir de mí, y yo empecé a reírme del secreto tan gracioso.
Con esto caminé más de una legua que no topé persona. Iba yo pensando entre mí en las muchas dificultades que tenía para profesar honra y virtud, pues había menester tapar primero la poca de mis padres, y luego tener tanta, que me desconociesen por ella. Y parecíanme a mí estos pensamientos honrados, que yo me los agradecía a mí mismo.
Decía a solas: Más se me ha de agradecer a mí, que no he tenido de quién aprender virtud, que al que la hereda de sus abuelos.
En estas razones y discursos iba, cuando topé un clérigo muy viejo en una mula, que iba camino de Madrid.
Trabamos plática, y luego me preguntó que de adónde venía. Yo le dije que de Alcalá.
Maldiga Dios -dijo él- tan mala gente, pues faltaba entre tantos un hombre de discurso.
Preguntéle que cómo o por qué se podía decir tal del lugar donde asistían tantos doctos varones, y él, muy enojado, dijo: ¿Doctos? Yo le diré a v. m. que tan doctos, que habiendo catorce años que hago yo en Majalahonda -donde he sido sacristán- las chanzonetas al Corpus y el Nacimiento no me premiaron en el cartel unos cantarcitos que, por que vea vuesa merced la sinrazón que me hicieron, se los he de leer.
Y comenzó desta manera:
Pastores, ¿no es lindo chiste
Que es hoy el señor san Corpus Criste?
Y es el día de las danzas,
En que el Cordero sin mancilla
Tanto se humilla,
Que visita nuestras panzas,
Y entre estas bienaventuranzas
Entra en el humano buche.
Suene el lindo sscabuche
Pues en nuestro bien consiste.
Pastores. ¡no es lindo chiste!
etc.
¿Qué pudiera decir más -me dijo- el mesmo inventor de los chistes? Mire qué misterios encierra aquella palabra pastores; más me costó de un mes de estudio.
Yo no pude con esto tener la risa que a borbollones se me salía por los ojos y narices, y dando una gran carcajada, dije: ¡Cosa. admirable!; pero sólo reparo en que llama v. m. señor san Corpus Criste, Y Corpus Cristi no es santo, sino el día de la institución del Santísimo Sacramento.
¡Qué lindo es eso! -me respondió haciendo burla-. Yo le daré en el calendario, y está canonizado, y apostaré a ello la cabeza.
No pude porfiar, perdido de risa de ver la suma ignorancia; antes le dije que eran dignas de cualquier premio y que no había leído cosa tan graciosa en mi vida.
¿N0? -dijo al mismo punto-. Pues oiga v. m. un pedacito de un librillo que tengo hecho a las once mil vírgenes, adonde a cada una he compuesto cincuenta octavas, cosa rica.
Yo, por excusarme de oír tanto millón de octavas, le supliqué no me dijese cosa a lo divino, y así me comenzó a recitar una comedia que tenía más jornadas que el camino de Jerusalén.
Decíame: Hícela en dos días, y éste es el borrador, y sería hasta cinco manos de papel. El título era El arca de Noé. Hacíase toda entre gallos, ratones, jumentos, raposas y jabalíes, como fábulas de Esopo. Yo se la alabé la traza y la invención, a lo cual me respondió:
Ello cosa mía es, pero no se ha hecho otra tal en el mundo, y la novedad es más que todo, y si yo salgo con hacerla representar, será cosa famosa.
¿Cómo se podrá representar -le dije yo-, si han de entrar los mismos animales, y ellos no hablan?
Ésa es la dificultad, que, a no haber ésa, ¿habrá cosa más alta? Pero yo tengo pensada hacerla toda de papagayos, tordos y picazas, que hablan; y meter para el entremés monas.
Por cierto, alta cosa es ésa.
Otras más altas he hecho yo -dijo- por una mujer a quien amo, y ve aquí novecientos y un sonetos y doce redondillas -que parece que contaba escudos por maravedís- hechos a las piernas de mi dama.
Yo le dije que si se las había visto él, y respondióme que no había hecho tal por las órdenes que tenía; pero que iban en profecía de conceptos.
Yo confieso, la verdad, que, aunque me holgaba de oírle, tuve miedo a tantos versos malos; y así comencé a echar la plática a otras cosas. Decíale que veía liebres; pues empezaré por uno donde las comparo a ese animal, y empezaba luego. Yo, por divertirle , le decía: ¿Ve v. m. aquella estrella que se ve de día? - A lo cual dijo: En acabando éste le diré el soneto treinta, en que la llamo estrella, que no parece sino que sabe los intentos de ellos. Afligíme tanto con ver que no se podía nombrar cosa a que él no hubiese hecho algún disparate, que, cuando vi que llegábamos a Madrid, no cabía de contento, entendiendo que de vergüenza callaría; pero fue al revés, que, por mostrar lo que era, alzó la voz en entrando por la calle. Yo le supliqué que lo dejase, poniéndole por delante que, si los niños olían poeta, no quedaría troncho que no se viniese por sus pies tras nosotros, por estar declarados por locos en una premática que había salido contra ellos, de uno que lo fue y se recogió a buen vivir. Pidióme que la leyese si la tenía, muy acongojado. Prometí de hacerlo en la posada.
Fuimos a una, adonde él se acostumbraba apear, y hallamos a la puerta más de doce ciegos; unos le conocieron por el olor, y otros por la voz; diéronle una barbanca de bien venido. Abrazólos a todos, y luego comenzaron unos a pedirle oración para el Justo Juez en verso grave y sentencioso, tal que provocase a gestos; otros pidieron de las Ánimas, y por aquí discurrieron, recibiendo ocho reales de señal de cada uno. Despidiólos, y díjome: Más me han de valer de trescientos reales los ciegos. Y así, oon licencia de vuesa merced, me recogeré ahora. un poco para hacer alguna de ellas, y en acabando de comer oiremos la premática.
¡Oh vida. miserable! Pues ninguna lo es más que la de los locos que ganan de comer con los que lo son.
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