Índice de Historia de la vida del buscón de Francisco de QuevedoLibro Primero Capítulo VIILibro Primero Capítulo IXBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO VIII

DEL CAMINO DE ALCALÁ PARA SEGOVIA, Y LO QUE ME SUCEDIÓ EN ÉL HASTA REJAS, DONDE DORMÍ AQUELLA NOCHE




Llegó el día de apartarme de la mejor vida que hallo haber pasado. Dios sabe lo que sentí el dejar tantos amigos y apasionados, que eran sin número.

Vendí lo poco que tenía, de secreto, para el camino, y con ayuda de unos embustes, hice hasta seiscientos reales. Alquilé una mula y salíme de la posada, adonde no tenía que sacar más de mi sombra.

¿Quién contará las angustias del zapatero por lo fiado, las solicitudes del ama por el salario, las voces del huésped de la casa por el arrendamiento?

Uno decía: Siempre me lo dijo el corazón. Otro: Bien me decía a mí que éste era un trampista. Al fin, yo salí tan bienquisto del pueblo, que dejé con mi ausencia a la mitad dél llorando y a la otra mitad riéndose de los que lloraban.

Íbame entreteniendo por el camino considerando en estas cosas, cuando, pasado Torote, encontré con un hombre en un macho de albarda, el cual iba hablando entre sí con muy gran priesa, y tan embebecido, que, aun estando a su lado, no me veía. Saludéle, y saludóme; preguntéle dónde iba, y después que nos pagamos las respuestas, comenzamos a tratar de si bajaba el turco y de las fuerzas del rey.

Comenzó a decir de qué manera se podía ganar la Tierra Santa, y cómo se ganaría Argel; en los cuales discursos eché de ver que era loco repúblico y de gobierno.

Proseguimos en la conversación propia de plcaros y vinimos a dar, de una cosa en otra, en Flandes. AquÍ fue ello, que empezó a suspirar y decir: Más me cuestan a mí esos Estados que al rey, porque ha catorce años que ando con un arbitrio que, si como es imposible, no lo fuera, ya estuviera todo sosegado.

¿Qué cosa puede ser -le dije- que, conviniendo tanto, sea imposible y no se puede hacer?

¿Quién dice a v.m. -dijo luego- que no se puede hacer? Hacerse puede, que ser imposible es otra cosa. Y si no fuera por dar pesadumbre a v. m. le contara lo que es; pero allá se verá, que ahora lo pienso imprimir con otros trabajillos, entre los cuales le doy al rey modo de ganar a Ostende por dos caminos.

Roguéle que los dijese, y, sacándole de las faldriqueras, me mostró pintado el fuerte del enemigo y el nuestro, y dijo:

Bien ve v. m. que la dificultad de todo está en este pedazo de mar; pues yo doy orden de chuparle todo con esponjas y quitarle de allí.

Di yo con este desatino una gran risada; y él, mirándome a la cara, me dijo: A nadie se lo he dicho que no haya hecho otro tanto; que a todos los da gran contento.

Eso tengo yo por cierto -le dije- de oír cosa tan nueva. y tan bien fundada; pero advierta v. m. que, ya que chupe el agua que hubiere entonces, tornará luego la mar a echar más.

No hará la mar tal cosa, que lo tengo yo eso por muy apurado -me respondió-; fuera de que yo tengo pensada una invención para hundir la mar por aquella parte en doce Estados.

No le osé replicar, de miedo que me dijese tenía arbitrio para tirar el cielo acá abajo: no vi en mi vida tan gran orate. Decíame que Juanelo no había hecho nada; que él trazaba ahora de subir toda el agua del Tajo a Toledo de otra manera más fácil: y sabido lo que era, dijo que por ensalmo. ¡Mire vuesa merced quién tal oyó en el mundo! Y, al cabo, me dijo: Y no lo pienso poner en ejecución si primero el rey no me da una encomienda, que la puedo tener muy bien, y tengo una ejecutoria muy honrada. Con estas pláticas y desconciertos llegamos a Torrejón, donde se quedó, que venía a ver una parienta suya.

Yo pasé adelante, pereciéndome de risa de los arbitrios en que ocupaba el tiempo, cuando, Dios y en hora buena, desde lejos vi una mula suelta y un hombre junto a ella a pie, que, mirando un libro, hacía unas rayas que medía con un compás. Daba vueltas y saltos a un lado y otro, y de rato en rato, poniendo un dedo encima de otro, hacía mil cosas saltando. Yo confieso que entendí por gran rato -que me paré desde algo lejos a verlo- que era encantador, y casi no me determinaba a pasar. Al fin me determiné, y llegando cerca, sintióme; cerró el libro, y al poner el pie en el estribo, resbalósele y cayó.

Levantéle y dijome: No tomé bien el medio de proporción para hacer la circunferencia al subir. Yo no entendí lo que me dijo, y luego temí lo que era, porque más desatinado hombre no ha nacido de las mujeres.

Preguntóme si iba a Madrid por línea recta, o si iba por camino circunflejo. Y yo, aunque no lo entendí, le dije que circunflejo.

Preguntóme cúya era la espada que llevaba al lado; respondíle que mía, y, mirándola, dijo: Esos gavilanes habían de ser más largos, para reparar los tajos que se forman sobre el centro de las estocadas.

Y empezó a meter una parola tan grande, que me forzó a preguntarle qué materia profesaba. Díjome que él era diestro verdadero, y que lo haría bueno en cualquier parte.

Yo, movido a risa, le dije: Pues en verdad que, por lo que yo vi hacer a v. m. en el campo, que más le tenía por encantador, viendo los círculos.

Eso -me dijo- era que se me ofreció una treta por el cuarto círculo con el compás mayor, continuando la espada, para matar sin confesión al contrario, porque no diga quién lo hizo. Y estaba poniéndolo en términos de matemática.

¿Es posible -le dije yo- que hay matemática en eso?

Dijo: No solamente matemática, más teología, filosofía, música y medicina.

Esa postrera no lo dudo, pues se trata de matar en esa arte.

No os burléis -me dijo-, que ahora aprendéis la limpiadera contra la espada, haciendo los tajos mayores que comprehendan en sí las espirales de la espalda.

No entiendo cosa de cuantas me decís, chica ni grande.

Pues este libro las dice - me respondió-, que se llama Grandezas de la espada, y es muy bueno y dice milagros. Y, para que lo creáis, en Rejas, que dormiremos esta noche, con dos asadores me veréis hacer maravillas; y no dudéis que cualquier que leyere en este libro matará a todos los que quisiere.

0 este libro enseña a hacer pestes a los hombres, o le compuso -dije yo- algún doctor.

¿Cómo doctor? Bien lo entiende -me dijo-; es un gran sabio, y aun estoy por decir más.

En estas pláticas llegamos a Rejas. Apeámonos en una posada, y, al apeamos, me advirtió con grandes voces que hiciese un ángulo obtuso con las piernas, y que, reduciéndolas a líneas paralelas, me pusiese perpendicular en el suelo. El huéped me vió reír, y se rió. Preguntóme si era indio aquel caballero, que hablaba de aquella suerte. Pensé con esto perder el juicio.

Llegóse luego al huésped, y díjole: Señor, déme v. m. los asadores para dos o tres ángulos, que al momento se los volveré.

¡Jesús! -dijo el huésped-. Déme acá v. m. los ángulos, que mi mujer los asará, aunque aves son que no las he oído nombrar.

Que no son aves -dijo volviéndose a mí-.

¡Mire V. m. lo que es no saber! Déme los asadores, que no los quiero sino para esgrimir; que quizá le valdrá más lo que me viere hacer hoy que todo lo que ha ganado en su vida.

En fin, los asadores estaban ocupados, y hubimos de tomar dos cucharones.

No se ha visto cosa tan digna de risa en el mundo. Daba un salto, y decía: Con este compás alcanzo más, gano los grados de perfil; ahora me aprovecho del movimiento remiso para matar el natural; ésta había de ser cuchillada, y ésta tajo.

No llegaba a mí desde una legua, y andaba alderredor con el cucharón; y como yo me estaba quedo, parecían tretas contra olla que se sale, estando al fuego.

Díjome: ¡Al fin, esto es lo bueno, y no las borracheras que enseñan estos bellacos maestros de esgrima, que no saben sino beber!

No lo había acabado de decir cuando de un aposento salió un mulatazo mostrando las presas, con un sombrero injerto en guardasol, y un coleto de ante, bajo de una ropilla suelta y llena de cintas, zambo de piernas a lo águila imperial; la cara, con un per signum crucis de inimicis suis; la barba, de ganchos, con unos bigotes de guardamano, y una daga con más rejas que un locutorio de monjas; y mirando al suelo, dijo: Yo soy examinado y traigo la carta; y por el sol que calienta los panes, que haga pedazos a quien tratare mal a tanto buen hijo como profesa la destreza.

Yo, que vi la ocasión, metíme en medio, y dije que no hablaba con él, y que, así, no tenia de qué picarse.

Meta mano a la blanca, si la trae, y apuremos cuál es verdadera destreza, y déjese de cucharones.

El pobre de mi compañero abrió el libro, y dijo en altas voces: Este libro lo dice, y está impreso con licencia del rey, y yo sustentaré que es verdad lo que dice, con el cucharón y sin el cucharón, aquí y en otra parte; y si no, midámoslo; y sacó el compás y comenzó a decir: Este ángulo es obtuso.

Y entonces el maestro sacó la daga y dijo: Yo no sé quien es Ángulo, ni Obtuso, ni en mi vida oí decir tales nombres; pero con ésta en la mano lo haré pedazos.

Acometió al pobre diablo, el cual empezó a huir, dando saltos por la casa, diciendo: No me puede herir, que le he ganado los grados del perfil.

Metímoslos en paz el huésped y yo y otra gente que había, aunque de risa no me podía mover.

Metieron al buen hombre en su aposento, y a mí con él; cenamos, y acostámonos todos los de la casa, y a las dos de la mañana levántase en camisa y empieza a andar a obscuras por el aposento, dando saltos y diciendo en lengua matemática mil disparates. Despertóme a mí; y, no contento con esto, bajó al huésped para que le diese luz, diciendo que había hallado objeto fijo a la estocada sagita por la cuerda.

El huésped se daba a los diablos de que lo despertase; y tanto le molestó, que le llamó loco, y con esto se subió y me dijo que si me quería levantar vería la treta tan famosa que había hallado contra el turco y sus alfanjes; y decía que luego se la quería ir a enseñar al rey, por ser en favor de los católicos.

En esto amaneció, vestímonos todos y pagamos la posada. Hiciéronlos amigos a él y al maestro, el cual se apartó diciendo que lo que alegaba mi compañero era bueno; pero que hacía más locos que diestros, porque los más, por lo menos, no lo entendían.

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