Índice de Historia de la vida del buscón de Francisco de QuevedoLibro Primero Capítulo VILibro Primero Capítulo VIIIBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO VII

DE LA IRA DE DON DIEGO Y NUEVAS DE LA MUERTE DE MIS PADRES, Y LA RESOLUCIÓN QUE TOMÉ EN MIS COSAS PARA ADELANTE




En este tiempo vino a don Diego una carta de su padre, en cuyo pliego venía otra de un tío mío llamado Alonso Ramplón, hombre allegado a toda virtud, y muy conocido en Segovia por lo que era allegado a la justicia, pues cuantas allí se habían hecho de cuatro años a esta parte han pasado por sus manos. Verdugo era, si va a decir la verdad; pero un águila en el oficio. Vérsele hacer daba gana de dejarse ahorcar. Éste, pues, me escribió una carta a Alcalá, desde Segovia, en esta forma:

CARTA

Hijo Pablos -que por el mucho amor que me tenía me llamaba así-:

Las ocupaciones grandes de esta plaza en que me tiene ocupado su majestad no me han dado lugar a hacer esto, que si algo tiene malo el servir al rey, es el trabajo, aunque le desquita con esta negra honrilla de ser sus criados.

Pésame de daros nuevas de poco gusto. Vuestro padre murió ocho días ha con el mayor valor que ha muerto hombre en el mundo; dígolo como quien le guindó. Subió en el asno sin poner pie en el estribo; veníale el sayo baquero que parecía haberse hecho para él, y como tenía aquella presencia, nadie le veía con los cristos delante que no lo juzgase par ahorcado.

Iba con gran desenfado mirando a las ventanas y haciendo cortesías a las que dejaban sus oficios por mirarle; hízose dos veces los bigotes; mandaba descansar a los confesores, e íbales alabando lo que decían bueno.

Llegó a la de palo, puso el un pie en la escalera, no subió a gatas ni despacio, y viendo un escalón hendido, volvióse a la justicia y dijo que mandase aderezar aquél para otro, que no todos tenían su hígado. No sabré encarecer cuán bien pareció a todos.

Sentóse arriba y tiró de las arrugas de la ropa atrás; tomó la soga y púsola en la nuez, y viendo que el teatino le quería predicar, vuelto a él le dijo:

Padre, yo lo doy por predicado, y vaya un poco de credo y acabemos presto, que no querría parecer prolijo ...

Hízose ansí. Encomendóme que le pusiese la caperuza de lado y que le limpiase las babas; yo lo hice así.

Cayó sin encoger las piernas ni hacer gestos; quedó con una gravedad que no había más que pedir. Hícele cuartos y dile por sepultura los caminos; Dios sabe lo que a mí me pesa de verle en ellos haciendo mesa franca a los grajos; pero yo entiendo que los pasteleros desta tierra nos consolarán, acomodándole en los de a cuatro.

De vuestra madre, aunque está viva ahora, casi os puedo decir lo mismo; que está presa en la Inquisición de Toledo, porque desenterraba los muertos sin ser murmuradora. Dícese que daba paz cada noche a un cabrón en el ojo que no tiene niña. Halláronla en su casa más piernas, brazos y cabezas que a una capilla de milagros, y lo menos que hacía era sobrevirgos y contrahacer doncellas.

Dicen que representará en un auto el día de la Trinidad, con cuatrocientos de muerte; pésame, que nos deshonra a todos, y a mí principalmente, que al fin soy ministro del rey y me están mal estos parentescos.

Hijo, aquí ha quedado no sé qué hacienda escondida de vuestros padres; será en todo hasta cuatrocientos ducados; vuestro tío soy, lo que tenga ha de ser para vos. Vista ésta, os podréis venir aquí, que con lo que vos sabéis de latín y retórica seréis singular en el arte de verdugo. Respondedme luego, y entretanto, Dios os guarde. Etc.

No puedo negar que sentí mucho la nueva afrenta, pero holguéme en parte: tanto pueden los vicios en los padres, que consuelan de sus desgracias, por grandes que sean, a los hijos.

Fuíme corriendo a don Diego, que estaba leyendo la carta de su padre, en que le mandaba que se fuese y no me llevase en su compañía, movido de las travesuras mías que había oído decir.

Díjome cómo se determinaba ir, y todo lo que le mandaba su padre, que a él le pesaba dejarme, y a mí más.

Díjome que me acomodara con otro caballero amigo suyo para que le sirviese. Y en esto, riéndome, le dije: Señor, yo soy otro, y otros mis pensamientos; más alto pico y más autoridad me importa tener, porque si hasta ahora tenía, como cada cual, mi piedra en el rollo, ahora tengo mi padre.

Declaréle cómo había muerto tan honradamente como el más estirado; cómo le trincharon e hicieron moneda, y cómo me había escrito mi señor tío el verdugo de esto y de la prisioncilla de mama; que a él, como quien sabía quién yo soy, me pude descubrir sin vergüenza. Lastimóse mucho, y preguntóme qué pensaba hacer. Dile cuenta de mis determinaciones; y con esto al otro día él se fue a Segovia harto triste, y yo me quedé en la casa disimulando mi desventura. Quemé la carta, porque, perdiéndoseme, acaso no la leyese alguno, y comencé a disponer mi partida para Segovia con intención de cobrar mi hacienda y conocer mis parientes, para huir de ellos.

Índice de Historia de la vida del buscón de Francisco de QuevedoLibro Primero Capítulo VILibro Primero Capítulo VIIIBiblioteca Virtual Antorcha