Índice de Historia de la vida del buscón de Francisco de QuevedoLibro Segundo Capítulo VIIILibro Segundo Capítulo XBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

CAPÍTULO IX

EN QUE ME HAGO REPRESENTANTE, POETA Y GALÁN DE MONJAS, CUYAS PROPIEDADES SE DESCUBREN LINDAMENTE




En una posada topé una compañía de farsantes que iban a Toledo; llevaban tres carros, y quiso Dios que entre los compañeros iba uno que lo había sido mío del estudio de Alcalá, y había renegado y metídose al oficio. Díjele que me importaba el ir allá y salir de la corte; y apenas el hombre me conocía con la cuchillada, y no hacía sino santiguarse de mi per signum crucis.

Al fin me hizo amistad -por mi dinero- de alcanzar de los demás lugar para que yo fuese con ellos. íbamos barajados hombres y mujeres y una entre ellas, la bailarina, que también hacía las reinas y papeles graves en la comedia, me pareció extremada sabandija. Acertó a estar su marido a mi lado, y yo, sin pensar a quien hablaba, llevado del deseo de amor y de gozarla, díjele: Esta mujer, ¿por qué orden la podríamos hablar para gastar como su merced veinte escudos, que me ha parecido hermosa?

No me está bien a mí decirlo, que soy su marido -dijo el hombre-, ni tratar de eso; pero sin pasión, que no me mueve ninguna, se puede gastar con ella cualquier dinero, porque tales carnes no tiene el suelo ni tal juguetoncita, y diciendo esto saltó del carro y fue al otro, según pareció, por darme lugar a que la hablase.

Cayóme en gracia la respuesta del hombre, y eché de ver que por éstos se pudo decir que tienen mujeres como si no las tuviesen, torciendo la sentencia en malicia. Yo gocé de la ocasión, y preguntó me que adónde iba, y algo de mi hacienda y vida. Al fin dejamos, tras muchas palabras, para Toledo las obras; íbamos holgando por el camino mucho.

Yo -acaso- comencé a representar un pedazo de la comedia de San Alejo, que me acordaba de cuando muchacho, y representélo de suerte que les di codicia; y sabiendo por lo que yo le dije a mi amigo que iba en la compañía, mis desgracias y descomodidades, díjome que si quería entrar en la danza con ellos. Encareciéronme tanto la vida. de la farándula, y yo, que tenía necesidad de arrimo y me había parecido bien la moza, concertéme por dos años con el autor; hícele escritura de estar con él, y dióme mi ración y representaciones; y con tanto llegamos a Toledo. Diéronme que estudiase tres o cuatro loas y papeles de barba, que los acomodaba bien con mi voz.

Yo puse cuidado en todo, y eché la primera loa en el lugar; era de una nave -de lo que son todas- que venía destrozada y sin provisión; decía lo de: Éste es el puerto; llamaba a la gente senado; pedía perdón de las faltas y silencio, y entréme. Hubo un vítor de rezado, y al fin parecía bien en el teatro. Representamos una comedia de un representante nuestro, que yo admiré de que fuesen poetas, porque pensaba que el serlo era de hombres muy doctos y sabios y no de gente tan sumamente lega; y está ya de manera esto, que no hay autor que no escriba comedias; ni representante que no haga su farsa de moros y cristianos; que me acuerdo yo antes, que si no eran comedias del buen Lope de Vega y Ramón, no había otra cosa.

Al fin, la comedia se hizo el primer día, y no la entendió nadie; al segundo empezámosla, y quiso Dios que empezaba por una guerra y salía yo armado y con rodela, que si no, a manos de mal membrillo, tronchos y badeas acabo.

No se ha visto tal torbellino; y ello merecíalo la comedia, porque traía un rey de Normandía, sin propósito en hábito de ermitaño y metía dos lacayos por hacer reír, y al desatar de la maraña no había más de casarse todos y allá vas.

Al fin tuvimos nuestro merecido. Tratamos mal al compañero poeta; y yo, diciéndole que mirase de la que nos habíamos escapado, y escarmentase, díjome que no era suyo nada de la comedia, sino que de un paso de uno y otro de otro había hecho la capa de pobre, de remiendo; y que el daño no había estado sino en lo mal zurcido. Confesóme que los farsantes que hacían comedias, todo los obligaba a restitución, porque se aprovechaban de cuanto habían representado, y que era muy fácil; y que el interés de sacar trescientos o cuatrocientos reales les ponía a aquellos riesgos. Lo otro, que, como andaban por esos lugares y les leen los unos y otros comedias, tomábanlas para verlas, y hurtábanselas, y con añadir una necedad y quitar una cosó bien dicha, decían que era suya. Y declaróme cómo no había habido farsantes jamás que supiesen hacer una copla de otra manera.

No me pareció mal la traza, y yo confieso que me incliné a ella por hallarme con algún natural a la poesía, y más que tenía ya conocimiento con algunos poetas, y había leído a Garcilaso; y así, determiné de dar en el arte.

Y con esto y la farsanta y representar, pasaba la vida; que pasado un mes que había que estábamos en Toledo haciendo muchas comedias buenas, y también enmendando el yerro pasado -que con esto ya yo tenía nombre, y había llegado a llamarme Alonsete, porque yo había dicho llamarme Alonso; y por otro nombre me llamaban el Cruel, por serio una figura que había hecho con gran aceptación de los mosqueteros y chusma vulgar- tenia ya tres pares de vestidos, y autores que me pretendían sonsacar de la compañía. Hablaba ya de entender de la comedia, murmuraba de los famosos, reprehendía los gestos a Pinedo, daba mi voto en el reposo natural de Sánchez, llamaba bonico a Morales, pedíanme el parecer en el adorno de los teatros y trazar las apariencias. Si alguno venía a leer comedia, yo era el que la oía. Al fin, animado con este aplauso, me desvirgué de poeta en un romancico, y luego hice un entremés, y no pareció mal. Atrevíme a una comedia, y por que no escapase de ser divina cosa, la hice de Nuestra Señora del Rosario. Comenzaba por chirimías; había sus ánimas de Purgatorio y sus demonios, que se usaban entonces con su bu, bu al salir, y ri, ri al entrar. Caíale muy en gracia al lugar el nombre de Satán en las coplas, y el tratar luego de si cayó del cielo, y tal. En fin, mi comedia se hizo y pareció muy bien. No me daba manos a trabajar, porque acudían a mí enamorados, unos por coplas de cejas y otros de ojos; cuál de manos y cuál romancico para cabellos. Para cada cosa tenía su precio, aunque, como había otras tiendas, por que acudiesen a la mía hacía barato. ¿Pues villancicos? Hervía en sacristanes y demandaderas de monjas: ciegos me sustentaban a pura oración -ocho reales de cada una-; y me acuerdo que hice entonces la del Justo Juez, grave y sonorosa, que provocaba a gestos. Escribí para un ciego, que las sacó en su nombre, las famosas que empiezan:

Madre del Verbo humanal,
Hija del Padre divino,
Dame gracia virginal,
etc.

Fui el primero que introdujo acabar las coplas, como los sermones, con aquí gracia y después gloria, en esta copla de un cautivo de Tetuán:

Pidámosle sin falacia
Al alto Rey sin escoria,
Pues ve nuestra pertinacia,
Que nos quiera dar su gracia.
Y después allá la gloria.
Amén.

Estaba viento en popa con estas cosas, rico y próspero, y tal, que casi aspiraba ya a ser autor. Tenia mi casa muy bien aderezada, porque había dado -para tener tapicería barata- en un arbitrio del diablo, y fue de comprar reposteros de tabernas y colgarlos. Costáronme veinticinco o treinta reales; eran más para ver que cuanto tiene el rey, pues por éstos se veía de puro rotos, y por esos otros no se verá nada.

Sucedióme un día la mejor cosa del mundo, que, aunque es en mi afrenta, la he de contar. Yo me recogía en mi posada, el día que escribía comedia, al desván, y allí me estaba y allí comía. Subía una moza con la vianda y dejábamela allí. Yo tenía por costumbre escribir representando recio, como si lo hiciera en el tablado. Ordena el diablo que, a la hora y punto que la moza iba subiendo por la escalera -que era angosta y obscura- con dos platos y olla, yo estaba en un paso de una montería, y daba grandes gritos componiendo mi comedia, y decía:

Guarda el oso, guarda el oso,
Que me deja hecho pedazos,
Y baja tras ti furioso.

¿Qué entendió la moza -que era gallega- como oyó decir baja tras ti y me deja? Que era verdad y que la avisaba; va a huir, y con la turbación pisase la saya y rueda toda la escalera; derrama la olla y quiebra los platos, y sale dando gritos a la calle, diciendo que mataba un oso a un hombre. Y por presto que yo acudí, ya estaba toda la vecindad conmigo, preguntando por el oso; y aun contándoles yo cómo había sido ignorancia de la moza -porque era lo que he referido de la comedia-, aún no lo querían creer. No comí aquel día; supiéronlo los compañeros, y fue celebrado el cuento en la ciudad. Y de estas cosas me sucedieron muchas mientras perseveré en el oficio de poeta y no salí del mal estado.

Sucedió, pues, que mi autor -que siempre paran en esto-, sabiendo que en Toledo le había ido bien, le ejecutaron por no sé qué deudas y le pusieron en la cárcel; con lo cual nos desmembramos todos, y echó cada uno por su parte.

Yo -si va a decir verdad-, aunque los compañeros me querían guiar a otras compañías; como no aspiraba a semejantes oficios, y el andar en ellos era por necesidad, viéndome con dineros y bien puesto, no traté más que de holgarme. Despedime de todos; fuéronse, y yo, que entendí salir de mala vida con no ser farsante, si no lo ha v. m. por enojo, di en amante de red, como cofia, y por hablar más claro, en pretendiente de Anticristo, que es lo mismo que galán de monjas.

Tuve ocasión para dar en esto, teniendo yo entendido que era la diosa Venus una monja, a cuya petición había hecho muchos villancicos, que se me aficionó en un auto del Corpus, viéndome representar un San Juan Evangelista. Regalábame la mujer con cuidado, y habíame dicho que sólo sentía que fuese farsante -porque yo había fingido que era hijo de un gran caballero- y dábala compasión. Al fin, me determiné de escribirla el siguiente papel:

Más por agradar a v. m. que por hacer lo que me importaba, he dejado la compañía; que para mi cualquiera. sin la suya es soledad; ya. seré tanto más suyo cuanto soy más mío. Avíseme cuándo habrá locutorio, y sabré juntamente cuándo tendré gusto, etc.

Llevó el billete la andadera. No se podrá creer el grandísimo contento de la buena monja sabiendo mi nuevo estado. Respondióme de esta manera:

RESPUESTA

De sus buenos sucesos antes aguardo los parabienes que los doy, y me pesara de ello a no saber que mi voluntad y su provecho es todo uno. Podemos decir que ha vuelto en sí; no resta ahora sino perseverancia que se mida con la que yo tendré. El locutorio dudo por hoy; pero no deje de venirse v. m. a vísperas; que allí nos veremos, y luego por las vistas, y quizá podré yo hacer alguna pandilla a la abadesa. Y adiós.

Contentóme el papel, que realmente la mujer tenía buen entendimiento y era hermosa.

Comi, y púseme el vestido con que solía hacer los galanes en las comedias. Fuíme luego a la iglesia, recé, y luego empecé a repasar todos los lazos y agujeros de la red con los ojos para ver si parecía; cuando Dios y en hora buena -que más era diablo y en hora mala- oigo la seña antigua; comienzo a toser, y andaba una tosidura de Barrabás; remedábamos un catarro, y parecía que habían echado pimiento en la iglesia. Al fin, yo estaba cansado de toser, cuando se me asoma ala red una vieja tosiendo, y echa de ver mi desventura, que es peligrosísima seña en los conventos; porque como es seña a las mozas, es costumbre en las viejas; y hay hombre que piensa que es reclamo de ruiseñor, y sale una lechuza. Estuve gran rato en la iglesia, hasta que empezaron vísperas; ollas todas, que por esto llaman a los galanes de monjas solemnes enamorados, por lo que tienen de vísperas, y tienen también que nunca salen de vísperas del contento, porque no se les llega el día jamás. No se creerá los pares de vísveras que yo oí; estaba con dos varas de gaznate más del que tenía cuando entré en los amores, a puro estirárme para ver. Fui gran compañero del sacristán y monacillo, y muy bien recibido del vicario, que era hombre de humor. Andaba tan tieso, que parecía que almorzaba asadores y que comía virotes.

Fuíme a las vistas, y allá -con ser una plazuela. bien grande- era menester enviar a tomar lugar a las doce, como para comedia nueva; hervía en devotos. Al fin me puse donde pude, y podíanse ir a ver por cosas raras las diferentes posturas de los amantes: cuál sin pestañear los ojos, mirando; cuál, con su mano puesta en la espada y la otra en el rosario, estaba como figura de piedra sobre sepulcro; otro, alzadas las manos y extendidos los brazos a lo seráfico; cuál, con la boca más abierta que la de mujer pedigüeña, sin hablar palabra, la enseñaba a su querida las entrañas por el gaznate; otro, pegado a la pared, dando pesadumbre a los ladrillos, parecía medirse con la esquina; cuál se paseaba como si le hubieran de querer por el portante, como a macho; otro, con una cartica en la mano, al uso de cazador con carne, parecía que llamaba al halcón.

Los celosos era otra banda: éstos, unos estaban en corrillos riéndose y mirando a ellas; otros, leyendo coplas y enseñándoselas; cuál, para dar picón, pasaba por el terrero con una mujer de la mano, y cuál hablaba con una criada hechadiza, que le daba un recado. Esto era de la parte de abajo y nuestra; pero de la de arriba, adonde estaban las monjas, era cosa de ver también; porque las vistas era una torrecilla llena de rendijas toda, y una pared con deshilados, que ya parecía salvadera, ya pomo de olor. Estaban todos los agujeros poblados de brújulas: allí se veía una pepitoria, una mano, y acullá un pie; en otra parte había cosas de sábado, cabezas y lenguas, aunque faltaban sesos; a otro lado se mostraba buhonería: una enseñaba el rosario; cuál mecía el pañizuelo; en otra parte colgaba un guante; allí salía un listón verde; unas hablaban algo recio; otras tosían; cuál hacia la señal de los sombreros, como si sacara arañas ceceando. En verano es de ver cómo no sólo se calientan al sol, sino se chamuscan; que es gran gusto verlas a ellas tan crudas y a ellos tan asados. En invierno acontece con la humedad nacerle a uno de nosotros berros y arboledas en el cuerpo. No hay nieve que se nos escape ni lluvia que se nos pase por alto; y todo esto al cabo es para ver una mujer por red y vidrieras, como hueso de santo; es como enamorarse de un tordo en jaula si habla, y si calla, de un retrato. Los favores son todos toques, que nunca llegan a cabes un paloteadico con los dedos; hincan las cabezas en las rejas y apúntanse los requiebros por las troneras. Aman al escondite. ¡Pues verlos hablar quedito y de rezado, sufrir una vieja que riñe, una portera que manda y una tornera que miente; y lo que mejor es, ver cómo nos piden celos de las de acá fuera, diciendo que el verdadero amor es el suyo, y las causas tan endemomadas que hallan para probarlo!

Al fin, yo llamaba ya señora a la abadesa, padre al vicario y hermano al sacristán: cosas todas que con el tiempo y el curso alcanza un desesperado. Empezáronme a enfadar las torneras con despedirme y las monjas con pedirme. Consideré cuán caro me costaba el infierno, que a otros se da tan barato, y en esta vida por tan descaminados caminos. Veía que me condenaba a puñados y que me iba al infierno por sólo el sentido del tacto. Si hablaba, solía -por que no me oyesen los demás que estaban en las rejas- juntar tanto con ellas la cabeza, que por dos días siguientes traía los hierros estampados en la frente, y hablaba tan bajo, que no me podía comprender si no se valía de trompetilla. No me veía nadie que no decía: Maldito seas, bellaco monjil; y otras cosas peores.

Todo esto me tenía revolviendo pareceres y casi determinado a dejar la monja, aunque perdiese mi sustento, y determinéme el día de San Juan Evangelista, porque acabé de conocer lo que son monjas. Y no quiera v. m. saber más de que las Bautistas todas enronquecieron adrede, y sacaron tales voces, que en vez de cantar la misa, la gimieron; no se lavaron las caras, y se vistieron de viejo; y los devotos de las Bautistas, por desautorizar la fiesta, trujeron banquetas en lugar de sillas a la iglesia, y muchos pícaros del rastro.

Cuando yo vi que las unas por el un santo y las otras por el otro trataban indecentemente de ellos, cogiéndola a la monja mía, con títulos de rifárselos, cincuenta escudos de cosas de labor, medias de seda, bolsillos de ámbar y dulces, tomé mi camino para Sevilla, donde, como en tierra más ancha, quise probar ventura. Lo que la monja hizo de sentimiento, más por lo que la llevaba que por mí, considérelo el pío lector.

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