Índice de Historia de la vida del buscón de Francisco de QuevedoLibro Primero Capítulo XILibro Primero Capítulo XIIIBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO XII

DE MI HUÍDA, Y LOS SUCESOS EN ELLA HASTA LA CORTE




Partía aquella mañana del mesón un arriero con cargas a la corte; llevaba un jumento, alquilómele, y salíme a aguardarle a la puerta fuera del lugar. Salió y espetéme en el dicho, y empecé la jornada. Iba entre mí diciendo: Allá quedarás, bellaco, deshonrabuenos, jinete de gaznates.

Consideraba yo que iba a la corte, donde nadie me conocía -que era la cosa que más me consolaba-, y que había de valerme por mi habilidad. Allí propuse de colgar los hábitos en llegando, y sacar vestídos cortos al uso. Pero volvamos a las cosas que el dicho mi tío hacía, ofendido con la carta, que decía en esta forma:

CARTA

Señor Alonso Ramplón:

Tras haberme Dios hecho tan señaladas mercedes como quitarme de delante a mi buen padre y tener mi madre en Toledo -donde, por lo menos, sé que hará humo-, no me faltaba si no ver hacer en v. m. lo que en otros hace. Yo pretendo ser uno de mi linaje, que dos es imposible, si no vengo a sus manos y trinchándome como hace a otros. No pregunte por mí que me importa negar la sangre que tenemos. Sirva al rey y a Dios.

No hay que encarecer las blasfemias y oprobios que diría contra mí.

Volvamos a mi camino. Yo iba caballero en el rucio de la Mancha, y bien deseoso de no topar nadie, cuando desde lejos vi venir un hidalgo de portante, con su capa puesta, espada ceñida, calzas atacadas y botas, y al parecer bien puesto; el cuello abierto, el sombrero de lado. Sospeché que era algún caballero que dejaba atrás su coche; y así, emparejando, le saludé. Miróme y dijo:

Ira v. m., señor licenciado, en ese borrico con harto más descanso que yo con todo mi aparato.

Yo, que entendí que lo decía por coche y criados que dejaba atrás, dije: En verdad, señor, que lo tengo por más apacible caminar que el del coche; porque -aunque v. m. vendrá en el que trae detrás con regalo- aquellos vuelcos que da inquietan.

¿Cuál coche detrás?, dijo él, muy alborotado; y al volver atrás, como hizo fuerza, se le cayeron las calzas, porque se le rompió una agujeta que traía, la cual era tan sola, que tras verme tan muerto de risa de verle, me pidió una prestada.

Yo, que vi que de la camisa no se veía. sino una ceja, y que traía tapado el rabo de medio ojo, le dije: Por Dios, señor, que si v. m. no aguarda a sus criados, yo no puedo socorrerle porque vengo también atacado únicamente.

Si hace vuesa merced burla -dijo con las cachondas en la mano-, vaya; porque no entiendo eso de los criados.

Y aclaróseme tanto -en materia de ser pobre-, que me confesó, a media legua que anduvimos, que si no le hacía merced de dejarle subir en el borrico un rato, no le era posible pasar a la corte, por ir cansado de caminar con las bragas en los puños. Y movido a compasión, me apeé, y como él no podía sacar las calzas, húbele yo de subir; y espantóme lo que descubrí en el tocamiento; por la parte de atrás, que cubría la capa, traía las cuchilladas con entretela de nalga pura.

El, que sintió lo que había visto, como discreto, se previno diciendo: Señor licenciado, no es oro todo lo que reluce; debió1e parecer a v. m. en viendo el cuello abierto y mi presencia, que era un conde de Irlos. Como de estos hojaldres cubren en el mundo lo que v. m. ha tentado.

Yo le dije que le aseguraba me había persuadido a muy diferentes cosas de las que veía.

Pues aún no ha visto nada v. m. -replicó-; que hay tanto que ver en mí como tengo, porque nada cubro. Veme aquí vuesa merced un hidalgo hecho y derecho, de casa y solar montañés, que, si como sustento la nobleza me sustentara, no hubiera más que pedir; pero ya, señor licenciado, sin pan ni carne no se sustenta buena sangre, y por la misericordia de Dios todos la tienen colorada, y no puede ser hijo de algo el que no tiene nada. Ya he caído en la ouenta de las ejecutorias, después, que, hallándome en ayunas un día, no quisieron dar sobre ellas en un bodegón dos tajadas. ¡Pues decir que no tienen letras de oro! Pero más valiera el oro en las píldoras que en las letras, y de más proveoho es, y con todo, hay muy pocas letras con oro. He vendido hasta mi sepultura por no tener sobre qué caer muerto; que la hacienda de mi padre Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero -que todos estos nombres tenía- se perdió en una fianza; sólo el don me ha quedado por vender, y soy tan desgraciado, que no hallo nadie con necesidad de él, pues quien no le tiene por ante, le tiene por postre, como el remendón, azadón, podón, baldón, bordón y otros así.

Confieso que, aunque iban mezoladas con risas, las calamidades del dicho hidalgo me enternecieron.

Preguntéle cómo se llamaba y adónde iba y a qué.

Dijo que todos los nombres de su padre: don Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero y Jordán. No se vió jamás nombre tan campanudo, porque acababa en dan y empezaba en don, como son de badajo.

Tras esto dijo que iba a la corte, porque un mayorazgo raído como él, en un pueblo corto olía mal a dos días, y no se podía sustentar; y que por eso se iba a la patria común, adonde caben todos y adonde hay mesas francas para estómagos aventureros; y nunca cuando entro en ella me faltan cien reales en la bolsa, cama, de comer y refocilo de lo vedado, porque la industria en la corte es piedra filosofal, que vuelve en oro cuanto toca.

Yo vi el cielo abierto, y en son de entretenimiento para el camino, le rogué que me contase cómo y con quiénes viven en la corte los que no tenían, como él, porque me parecía dificultoso; que no sólo se contenta cada uno con sus cosas sino que aun solicita las ajenas.

Muchos hay de ésos, hijo, y muchos de estotros: es la lisonja llave maestra que abre a todas voluntades en tales pueblos. Y por que no te se haga dificultoso lo que digo, oye mis sucesos y mis trazas y te asegurarás de esa duda.
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