Índice de Historia de la vida del buscón de Francisco de QuevedoAl lectorLibro Primero Capítulo IIBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO I

EN QUE CUENTA QUIÉN ES Y DE DÓNDE




Yo, señor, soy de Segovia; mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo -Dios le tenga en el cielo-. Fue tal como todos dicen, de oficio barbero; aunque eran tan altos sus pensamientos, que se corría le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y, según él bebía, es cosa para creer. Estuvo casado con Aldonza Saturno de Rebollo, hija de Octavio de Rebollo Codillo y nieta de Lépido Ziuraconte.

Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja, aunque ella, por los nombres de sus pasados, esforzaba que descendía de los del triunvirato romano. Tuvo muy buen parecer, y fue tan celebrada, que en el tiempo que ella vivió todos los copleros de España hacían cosas sobre ella. Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros. Probósele que a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el agua levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermano de siete años les sacaba, muy a su salvo, los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi padre, por ser tal que robaba a todos las voluntades.

Por estas y otras niñerías estuvo preso; aunque, según a mí me han dicho después, salió de la cárcel con tanta honra, que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban señoría. Las damas dizque salían por verle a las ventanas, que siempre pareció bien mi padre, a pie y a caballo. No lo digo por vanagloria, que bien saben todos cuán ajeno soy de ella.

Mi madre, pues, no tuvo calamidades. Un día, alabándomela una vieja que me crió, decía que era tal su agrado, que hechizaba a todos cuantos la trataban; sólo dizque le dijo no sé qué de un cabrón, lo cual la puso cerca de que la diesen plumas con que lo hiciese en público. Hubo fama de que reedificaba doncellas, resucitaba cabellos, encubriendo canas. Unos la llamaban zurcidora de gustos; otros, algebrista de voluntades desconcertadas, y por mal nombre alcahueta y flux para los dineros de todos. Ver, pues, con la cara de risa que ella oía esto de todos, era para más atraerles sus voluntades. No me detendré en decir la penitencia que hacía. Tenía su aposento -donde sola ella entraba y algunas veces yo, que como era chico podía- todo rodeado de calaveras, que ella decía eran para memorias de la muerte, y otros, por vituperarla, que para voluntades de la vida. Su cama estaba armada sobre sogas de ahorcado, y decíame a mí: ¿Qué piensas? Con el recuerdo de esto aconsejo a los que bien quiero, que, para que se libren de ellas, vivan con la barba sobre el hombro, de suerte que ni aun con minimos indicios se les averigüe lo que hicieren.

Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de imitar en el oficio; mas yo, que siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me apliqué ni a uno ni a otro. Decíame mi padre: Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica, sino liberal; y de allí a un rato, habiendo suspirado, decía de manos: Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los alguaciles y alcaldes nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras nos cuelgan, aunque nunca haya llegado el día de nuestro santo. No lo puedo decir sin lágrimas -lloraba como un niño el buen viejo acordándose de las veces que le habían bataneado las costillas-; porque no querrían que adonde están hubiese otros ladrones sino ellos y sus miniotros; mas de todo nos libra la buena astucia. En mi mocedad siempre andaba por las iglesias, y no cierto de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llevado en el asno si hubiera cantado con el potro. Nunca confesé sino cuando lo manda la santa madre Iglesia; y así, con esto y mi oficio he sustentado a tu madre lo más honradamente que he podido.

¿Cómo me habéis sustentado? -dijo ella con gran cólera, que le pesaba que yo no me aplicase a la bruja-. Yo he sustentado a vos y sacádoos de las cárceles con industria, y mantenido en ellas con dinero. Si no confesábades ¿era por vuestro ánimo o por las bebidas que os daba? Gracias a mis botes. Y si no temiera que me habían de oír en la calle, yo dijera lo de cuando entré por la chimenea y os saqué por el tejado.

Más dijera, según se había encolerizado, si con los golpes que daba no se le desensartara un rosario de muelas de difuntos que tenía. Metidos en paz, yo les dije que queria aprender virtud resueltamente e ir con mis buenos pensamientos adelante, y así, que me pusiesen a la esouela, pues sin leer ni escribir no se podía hacer nada. Parecióles bien lo que yo deoía, aunque lo gruñeron un rato entre los dos. Mi madre tornó a ocuparse de ensartar las muelas y mi padre fue a rapar a uno -así lo dijo él-, no sé si la barba o la bolsa; yo me quedé solo, dando graoias a Dios que me hizo hijo de padres tan hábiles y celosos de mi bien.

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