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SEGUNDA PARTE



CAPÍTULO TRIGÉSIMONOVENO



EL ORDENADOR DE LA VICTORIA

Juliana, pues ya es tiempo que sepamos el nombre de la cocinera del platero, conocía perfectamente no sólo las costumbres sino los caprichos de su amo.

En esta vez Relumbrón anunció por escrito su visita en una tarjeta que recibió y leyó Juliana y la colocó en un lugar visible de la mesa.

- Hoy es viernes, Juliana -dijo el platero en cuanto pasó los ojos por la tarjeta-, mi compadre vendrá el domingo a almorzar.

Juliana, por toda respuesta, inclinó la cabeza y salió inmediatamente a hacer con anticipación sus provisiones.

El domingo, el platero se levantó todavía más temprano, y fue al Sagrario y oyó dos misas, una por cumplir con el precepto y otra por su compadre.

Relumbrón no se hizo esperar, y pasados los saludos, los apretones de manos y los abrazos, se instalaron, como otras veces, uno en el sillón y otro en el canapé, y comenzaron a departir.

- Viajé feliz y muy feliz bajo todos aspectos. Le diré a usted en primer lugar, que la baraja mágica de don Moisés nos ha producido cincuenta y ocho mil pesos, libres de todo gasto.

- ¿Es posible, compadre? -interrumpió el platero bailándole los ojos de alegría.

- Como usted lo oye. Los tengo ya depositados en la casa inglesa que usted sabe. Ahí tiene usted, compadre; ganancia muy lícita.

- Bien, ¿y los demás negocios?

- Poca cosa. El que hizo una regular campaña fue Sotero. Salio de un regimiento de inválidos y se ha traído unos caballos de primera. Me han tocado seis potros de la hacienda del Sauz, que seguramente valen una talega cada uno. Ya Román Chávez, qUe es muy listo, sacará unos caballos de primera. Los muchachos no pudieron hacer gran cosa. Ese bárbaro monarquista que está de gobernador me fusiló dos, y los demás se sumieron; y vea usted compadre, me alegro, porque esa gente es como la piel del diablo y nos podía haber comprometido. En resumen y en números redondos, el viaje me ha valido unos sesenta mil pesos netos y una gran consideración con el presidente. Me encargó una comisión politica en Guanajuato, Aguascalientes, Guadalajara y Zacatecas y la he cumplido satisfactoriamente. Ya tiene usted explicado el motivo de mi dilación más de dos meses de viaje; pero no se ha perdido el tiempo. ¿Cómo tiene usted nuestra casa de moneda?

- Concluida enteramente, montada y lista; no esperaba yo más que el regreso de usted para que comencemos la acuñación.

- ¡Bravo, compadre! Venga un abrazo.

- Yo debía habérselo dado antes por el acierto y fortuna que ha tenido don Moisés.

Se abrazaron estrechamente y se volvieron a sentar.

- ¿Y cómo se ha compuesto usted con la gente? Vea usted que es muy peligroso fiarse de ...

- No tenga usted cuidado, compadre. Doña Viviana la corredora me la ha proporcionado. Por el rumbo de Tlaxcala había una fábrica de moneda. El jefe politico olfateó algo, y comenzó a hacer pesquisas. El protector de los monederos, que era un ricachón de México, tuvo miedo, la cerró y despidió a los operarios, que vinieron a habitar en la Casa de Novenas, en una vivienda contigua a la de la corredora. Como ella los escuchó hablar varias veces y le encargaron les buscará colocación, muy pronto comprendió qué clase de gente eran. Me platicó de sus nuevos conocidos, encargándome acomodo para ellos, y concluyó por traerme al que hacía de jefe. Como ya el dinero se les acababa, fácilmente nos ajustamos, y ya los tiene usted en el molino ganando un par de pesos diarios desde hace un mes.

- Todo se nos viene de manos a boca, compadre -le contesto Relumbrón-. ¿Qué plan tiene usted para la acuñación?

- Es muy sencillo, compadre, y se lo voy a explicar en dos palabras: haremos pesos de plata, de buena plata del cuño de Guanajuato, que resistan al diente del indio y aun al agua fuerte de los plateros; el sonido será idéntico al de cualquier peso de México o Guanajuato, solamente que la liga será en la proporción de un treinta por ciento de modo que, deduciendo los gastos de reacuñación, que he procurado sean lo más reducidos posible, queda una utilidad de veinticinco por ciento. He logrado descubrir una liga compuesta de cobre, zinc y estaño, que desempeña perfectamente, y se necesitaría del ensaye por la vía seca y por la húmeda para descubrir la falsificación.

- Perfectamente. Vea usted, cada cual sabe su oficio.

- Necesitamos una contabilidad, una dirección. En los libros figurarán tercios de harina en vez de talegas ... El molino también ha de estar en corriente para moler únicamente el trigo de la hacienda y, sobre todo, para cubrir las apariencias.

Relumbrón se quedó meditando un rato, luego diose una palmada en la frente.

- ¡Eureka! Ya encontré mi hombre.

- ¿Quién?

- Nada menos que el cuñado del licenciado don Pedro Martín de Olañeta.

- ¿Es posible?

- Y muy posible. Su mujer no desea otra cosa sino separarse de él, pues parece que además de su carácter duro y altanero, tiene amoríos con ciertos personajes de alto copete. Tendremos al terrible juez a nuestra disposición, por un lado por su cuñado y por el otro por el licenciado Lamparilla.

- ¿Qué Lamparilla está enterado de nuestros secretos?

- Ni por pienso. Yo he catado a mi hombre, es vivaracho, activo, abogado práctico y chicanero, pero hablador, ligero, incapaz de guardar cinco minutos un secreto. Así, lo ocupo en negocios sencillos. Dice que es el apoderado del último descendiente en línea recta de Moctezuma II. Añade Lamparilla que todo el volcán del Popocatépetl es de Moctezuma II, así como seis u ocho haciendas del valle de Ameca. Creo que todo esto es pura fantasía, y tratando el negocio como yo lo trato, no me será difícil sacar del presidente, en un rato de buen humor, una orden para que le den posesión de sus bienes al supuesto o verdadero Moctezuma III. Ya sabe, compadre, quién es Lamparilla y el papel que representa a mi lado; pero volvamos a nuestros asuntos, que va siendo hora de almorzar, y mi talento, como dice don Joaquín Patiño, es de estómago. Lo de la casa de moneda y molino lo debemos dar por arreglado. En la semana entrante haremos los tres un viaje a las haciendas y quedará instalado el licenciado Chupita en su puesto. Mañana mismo lo veré. Son tantas las cosas que tengo en la cabeza, que me olvidaba de decir a usted que tengo un negocio que llamaremos de las mulas cambujas. Tienen los aparejos llenos de oro. ¡Quince, veinte, treinta mil pesos! Esta mulas deben cortarse de la recua en el punto que sea posible, y en vez de llegar a su destino, encaminarse a la hacienda; no deben dilatar, tomando en cuenta la fecha en que yo salí de San Juan. Esta expedición donde más se requiere astucia que fuerza, está confiada a don Pedro Cataño, cuyos antecedentes e historia sabe usted ya. Diré a usted de una vez, para concluir mis planes y la parte que deberá tomar en ellos, pues cuando me siento a la mesa no me agrada hablar de negocios. Voy a despedir, dándole una buena gratificación, al dependiente que tengo. Yo llevaré personalmente mis cuentas y el dinero estará muy seguro en la casa inglesa, que es de absoluta confianza y reserva. Cesarán mis amistades y relaciones en la apariencia, con don Moisés, con los galleros y chalanes; no habrá, pues, ni entrantes ni salientes en mi casa, y mucho menos de la calaña de los desalmados pillos de Tepetlaxtoc; jugaré poco, me dedicaré a nuestros negocios sin estrépito ni bulla, frecuentaré la buena sociedad y pondré mis cinco sentidos en dar más brillo a mi tertulia semanaria. Severa, por sus virtudes, y Amparo, que cada día se pone más hermosa, tienen encantada a la concurrencia. Ya ve usted, compadre, que sigo sus consejos, y en vez de un calaverón, me vuelvo un hombre formal y rangé, arreglado, como dicen los franceses. Para facilitar nuestros negocios y alejar toda sospecha, necesitamos varias cosas. Voy a conseguir una contrata de vestuarios usted se encargará de buscar un local amplio, no muy en el centro de la ciudad, y allí será realmente nuestro despacho y el lugar en que podremos desechar nuestros asuntos sin llamar la atención, puesto que en un taller semejante no es extraño que entren y salgan toda clase de personas del interior, para averiguar el dinero que traen, en qué lo van a emplear y cuándo regresan y por qué camino. De las mismas mujeres y de los artesanos que concurran al almacén de vestuario del ejército mexicano, sacaremos lavanderas, cocineras, recamareras, costureras, amas de llaves, mozos, lacayos, cocheros y hasta escribientes para las diversas casas que los necesiten. Tenemos a nuestra disposición una buena cuadrilla de viejos ladrones del barrio de San Pablo, con los que se ha entendido mi capitán de rurales, que me puso delante de las ventanas de mi casa de Lagos para que los conociese, y bien dirigida, nos será de mucha utilidad. A uno de ellos, al más honrado, le pondremos una regular tienda de comistrajo que tenga poquísimo capital y mucha apariencia, y él se encargará de dar los papeles de conocimiento (1). Doña Viviana la corredora será nombrada directora del taller de mujeres, ella les distribuirá las prendas, les repartirá el hilo y las agujas, les pagará su raya los sábados; se hará, con este motivo, de confianza con ellas, sabrá su vida y milagros y las irá colocando a medida que se necesiten y ellas lo pidan; les aconsejará que vayan a ver a nuestro tendero, al que apenas ella conoce, pero que está segura que es muy hombre y muy caritativo, y que sin dificultad les dará el papel de conocimiento. En cambio del servicio, doña Viviana no exigirá de ellas sino que la vengan a visitar cada semana, y en las visitas les hará preguntas discretas hasta que se entere exactamente de la vida íntima de la familia en cuya casa sirven; por ejemplo, a qué horas entra y sale el padre, el marido o el amante; si hay plata labrada, y alhajas en la casa y dónde acostumbran guardarlas; si hay armas y cuáles son; si son descuidados y dejan las puertas abiertas; si hay niños y cuántos son; qué clase de gentes frecuentan la casa; cuántos criados son y si sirven en el piso bajo; qué clase de persona es el portero, etcétera. Todo es muy interesante y ningún pormenor se debe omitir, por muy insignificante que parezca. Bien entendido, compadre, que en todo esto no tendré arte ni parte. Tome usted en arrendamiento una casita de campo por Merced de las Huertas; allí se va usted como a descansar y a pasear los días que esté de humor y recibir allí a Viviana y cuantas otras personas sea necesario. En México no debe usted ser más que platero y nada más que el antiguo y acreditado platero amigo de las monjas, de los frailes y de los canónigos, especialmente de los de la Colegiata de Guadalupe. Necesitamos un mesón y un corral grande. El mesón, para que nos sirva de una especie de garita donde se adquieran noticias de los caminos. Quién entra, quién sale, qué cargamentos van y vienen, en qué consisten y si se puede intentar alguna sorpresa segura; también a los mesones concurren ladrones, que podemos reclutar o perseguir, según nos convenga. El corral será el Cuartel general de los valentones de Tepetlaxtoc y demás canallas que hemos reclutado, menos la gente de don Pedro Cataño. Si es que vuelve, tendrá también su cuartel general en la hacienda o en el molino, y nos servirá de escolta para traer y llevar el dinero cuando no expedicione por la Tierra Caliente. En el corral se venderá paja, cebada y maíz, se comprarán y venderán caballos, se alquilarán carros y coches; en fin, un comercio en forma que nos produzca siquiera lo bastante para mantener la caballada que se emplea en el servicio de las expediciones. Yo iré al corral de vez en cuando. Nada me ocurre ya encargar a usted compadre, y aunque me ocurriera, me callaría la boca, porque tengo ya un agujero en el estómago.

- ¡Qué talento, compadre! Dios se lo ha dado a usted y no hay que negarlo; pero tiene usted mucha razón y ya es tiempo que pasemos al comedor.

El compadre entró en el comedor repitiendo también:

- A almorzar -y los dos se sentaron a la mesa, repartiéndose por mitad la humeante y olorosa tortilla con chorizos de Extremadura.

No hay necesidad de decir que la cocinera, como los domingos anteriores, durante la conversación de los compadres había aplicado alternativamente el oído y el ojo a la cerradura de la llave.




Notas

(1) Se refiere a lo que hoy se conoce como cartas de recomendación, mismas que en aquel tiempo ponían énfasis en lo que podriamos denominar certificación de conocimiento, esto es, quien la otorgaba empezaba precisando que conocía a la persona portadora de la carta.

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