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SEGUNDA PARTE



CAPÍTULO TRIGÉSIMOCTAVO



FIN DE LA FERIA

La última noche de la feria fue más que toledana. y se puede afirmar que ninguno durmió. Antes de las ocho de la mañana, ya los puntos que perdieron sus onzas de oro la noche anterior habían pagado con toda puntualidad, como de costumbre, sus cajas en oro o en buenas libranzas sobre Guadalajara y México.

Los cocheros tomaron el látigo, las mulas se encabritaron, y el carruaje bajó como un rayo la pequeña colina que conducía al camino real, seguido de diez mocetones bien montados y armados, que eran los de más confianza de la banda de nuestros conocidos de Tepetlaxtoc.

Relumbrón no quitó su casa sino dos días después, y apenas le bastaron para los diversos negocios que tenia que dejar arreglados antes de regresar a México.

Juan fue el primero que habló con él, y ya que hemos vuelto a encontrarnos con nuestro huérfano, se nos permitirá una corta digresión.

Recordaremos que cuando estaba de escucha en la desesperada campaña que hacia bajo las órdenes de Baninelli y del cabo Franco (capitán), fue sorprendido y conducido al interior de un bosque, o más bien, de los matorrales y barrancos del escabroso camino. Los que lo aprehendieron eran unos dispersos de las fuerzas de Valentín Cruz, pero estos dispersos no eran bandoleros, sino muchachos de buenas familias de la clase media que, por calaverada o entusiasmo por la vida libre y aventurera, habían tomado parte en el pronunciamiento. El uno era dependiente de un almacén de abarrotes en Guadalajara; dos, estudiantes perdulanos y reprobados en los exámenes del Instituto Jalisciense, y los tres últimos, hijos de rancheros ricos, que no habían querido dedicarse a cuidar sus propios intereses ni a ninguna otra carrera; pero no eran criminales ni habían cometido faltas graves; eran, en una palabra, calaveras de pueblo, que conocían más o menos a Valentín Cruz y se reunieron con él, sin idea de sostener ningún plan político y sólo para hacer algo, saliendo de San Pedro bien montados y armados de su propia cuenta y con algún dinero en el bolsillo. Uno de los estudiantes fue hecho prisionero en una escaramuza y entonces se propusieron, aunque les costase la vida, espiar la ocasión de coger a su vez al cabo Franco, a Moctezuma III, a Espiridión o a Juan, que siempre (más bien como espías que no como combatientes) habían observado que iban delante y a gran distancia del grupo de la tropa de Baninelli. Tocó a Juan el servicio de escucha, le cayeron encima y se lo llevaron con la intención de guardarlo en rehenes hasta que pudiesen canjearlo.

- No temas nada -le dijeron quitándole la venda que tenía en los ojos, cuando se creyeron seguros en su matorral- no te haremos mal, sino te guardaremos para cambiarte por nuestro amigo Vicencio, que cayó prisionero. Si nos das tu palabra de hombre que no te escapas, te soltamos y caminarás con nosotros como amigo, y comerás lo que nosotros comamos; pero si te niegas, te traeremos amarrado día y noche, y al menor intento para escapar te damos un balazo.

Juan se negó rotundamente a empeñar su palabra en ningún sentido, y en consecuencia caminó con ellos varios días por veredas y montañas que ninguno de ellos conocía.

En los días de camino tuvo Juan tiempo de reflexionar, y reflexionó, en efecto, que era necesario, de una manera o de otra, poner un término a esa peregrinación indefinida.

- No hay más -concluyó diciendo para sí- que dejarse arrastrar por la fatalidad que ha marcado mi vida. Apenas he encontrado un modo de vivir tranquilo, cuando ha venido un suceso inesperado a cambiar mi posición sin que yo haya podido remediarlo. Yo no he aspirado a nada, no he buscado nada, no he podido tener voluntad propia, y desde que fui colocado de aprendiz en la casa de ese maldito tornero, he sido como arrebatado por una fuerza superior a mí. Bien, ni lucho ni lucharé más, porque sería inútil así, soldado, arriero, pronunciado, mozo de una hacienda, ladrón, todo me es igual. A vivir como se pueda y a morir como Dios quiera.

- Amigo Juan, no le diré que se le han pegado las sábanas, porque hasta el nombre se nos ha olvidado, sino que se le han pegado los ojos. Levántese y ensille su caballo, que es hora de ponemos en camino.

- Amigos -les dijo Juan en cuanto los vio-. Anoche he pensado mucho y he tomado mi resolución. Soy todo de ustedes: lo que hagan, haré yo; lo que coman, será mi alimento; en los riesgos, si los hay, seré el primero; si algo se gana, me darán la parte que quieran; todo a fe de hombre, y si no me creen, un balazo lo hace bueno, porque ya me cansé yo, y ustedes más, de cuidar y mantener un gandul que sirve de estorbo.

Suyo hasta la muerte. Juan se descubrió el pecho, y se les puso enfrente, erguido y con su fisonomia franca, donde se veia que lo que decia era espontáneo y sincero.

Romualdo se quitó el sombrero y lo tiró por lo alto, gritando:

- ¡Viva Juan!

Los demás hicieron lo mismo.

- Que nuestro prisionero sea nuestro capitán. ¿Les parece?

Aclamaron todos a Juan, lo abrazaron y se pusieron locos de contento, como si se hubiesen sacado una loteria. Pasado este primer momento, comenzaron a deliberar. Entre todos, apenas tenían para pagar la hospitalidad que les habia dado un vecino del pueblo, y la cena y el desayuno en una fondita cercana. Dos dias más y no tendrian ni para la pastura de sus caballos.

- Yo conozco al principal de una casa de Tepic que es la que surte de todo a mi patrón de Guadalajara. Tepic, a donde he venido muchas veces, no dista de aqui más que dos leguas. Déjenme ir a verlo, él nos puede ocupar en algo y, en último caso, no me negará algunos pesos con que podamos vivir un par de semanas. Tepic es pais de comercio muy socorrido y donde hay mucho dinero, y no nos faltará. Parto en el acto, y al caer la tarde estaré de vuelta.

Aprobaron todos la idea y Romualdo partió a galope y los demás, muy contentos y de tú por tú con Juan, quedaron esperando en el alojamiento, se pasearon en el pueblo y almorzaron en el figón.

Al caer la tarde, Romualdo regresó con buenas noticias. Se trataba de una expedición larga y peligrosa que interesaba a la casa, y precisamente necesitaba de algunos hombres resueltos. Todos, pues, y con esperanza de buena recompensa, tenian colocación. A la mañana siguiente, la pequena y animosa cuadrilla estaba en Tepic, instalada en un buen alojamiento; Juan y Romualdo arreglaron en la tarde, con el gerente de la casa de comercio, las condiciones de la expedición.

Dos días después guiados por un dependiente de la casa al que acompañaban dos mozos con una mula de carga se pusieron en camino, tomando el rumbo de San Blas, siguieron por la costa. A los cuatro dlas de esta marcha misteriosa por un país desierto y salvaje, que por primera vez quizá era hollado por una planta humana, se encontraron en un lugar delicioso. Juan fue feliz en ese momento, y los cuadros siniestros de sus desventuras desaparecieron de su imaginación. En la tarde, que era luminosa y espléndida, registraron el horizonte y vieron salir de sus lejanos limites que se confundlan con el cielo azul, ligeramente veteado de rojo y oro, un pequeño palo, como el grueso de un taco de billar; después otro y otro, hasta que brotó de las ondas una fragata de tres palos, con su velamen blanco, hinchado, como si fuese un gran alción fabuloso. Poco a poco fue acercándose a la costa con mucha precaución, hasta que fondeó a cierta distancia, arrió sus velas y quedó balanceándose majestuosamente en las azules aguas.

El campamento con toldos de lona, que en unión de los víveres venía en las cajas que cargaba la mula, se estableció en las orillas de la concha, y al día siguiente comenzó la descarga. Al fin los arrieros cargaron, la fragata levó anclas y los hatajos lentamente se internaron por una vereda del monte para llegar por caminos de travesía, conocidos únicamente de los contrabandistas, a la feria de San Juan de los Lagos, sin haber tocado ni en la capital de Jalisco ni en ninguna otra ciudad de importancia. Juan y sus compañeros fueron ampliamente recompensados, con lo que tuvieron para pasearse en la feria, y aún les quedaba bastante dinero en los bolsillos.

La residencia de Relumbrón en la feria y las observaciones que había hecho, le hicieron modificar el primer plan que había adoptado antes de su salida de México. Le faltaban algunas personas a quienes mandar directamente y confiar hasta cierto punto en ellos, y ninguno le pareció mejor que Juan, a quien juzgó muy favorablemente, sin darse razón de la causa. Le simpatizó, y esto bastaba.

Convino que él y sus compañeros serían sus inmediatos dependientes.

- Tengo haciendas, molinos, talleres, hatajos de mulas; cuanto hay porque comercio en todo, y ustedes me pueden ser muy útiles. Les pagaré un par de pesos diarios y el caballo mantenido, pero a fe de hombres, me jurarán obedecerme sin replicar. El día que no estén a gusto, me lo dirán con franqueza, y se retirarán llevando un pequeño capital que les entregaré para que puedan trabajar y vivir por su cuenta.

Juan y sus compañeros convinieron con el mayor gusto, entusiasmándose con la perspectiva de viajes como el que acababan de hacer, y aventuras más peligrosas que las que tuvieron siguiendo a Valentín Cruz. En cuanto a Juan, estaba resuelto a dejarse llevar por la corriente, y nada más.

Al difunto Juan Robreño lo confirmó en su nombramiento de árbitro Y señor de la Tierra Caliente.

José Gordillo, el cochero, indicó que deseaba expedicionar por el rumbo de Sombrerete, donde esperaba recoger un dia u otro, algunos tejos de plata.

Cecilio Rascón quedó nombrado, bajo el mando de Evaristo y de Hilario, para ocupar Rio Frío, pero de pronto recibió una comisión muy importante.

La canalla compuesta del tuerto Cirilo y conclapaches marcharía a la capital a ocupar sus guaridas provisionalmente, y ya se les organizaria más adelante y se les darian órdenes.

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