Índice de Los bandidos de Río Frío de Manuel PaynoCapítulo anteriorSiguiente capítuloBiblioteca Virtual Antorcha

PRIMERA PARTE



CAPÍTULO OCTAVO



EL CAMPAMENTO

- Tenemos sobrado tiempo para descansar, almorzar y platicar. Tan luego como acabemos de subir la cuesta, dispondrás que se sitúe en el extremo opuesto de esta montaña una gran guardia, que la tropa descanse sobre las armas y que toquen a rancho.

- ¿Conoces este terreno? -preguntó el oficial a quien se daban estas órdenes.

- No mucho, es muy dificil e intrincado, y no lo saben bien más que los ladrones o los indios queseros.

- ¿Quieres que me adelante para dar las órdenes?

- Será mejor y asi, almorzaremos más presto. Hace veinte horas que no pruebo bocado.

Una hora después estaba establecida la gran guardia, la tropa había formado pabellones con las armas, descansaba y se disponía a tomar el rancho; los dos oficiales, sentados sobre unas piedras debajo de un grupo de encinas, saboreaban con apetito un frugal almuerzo y reanudaban la conversación que sobre diversas materias hablan entablado en el camino.

- No me has acabado de contar tus amores y las últimas peripecias de la novela que empieza a formarse en tu vida. La mía es más larga, pues en todo soy más viejo que tú.

El que decía esto era un personaje de 35 a 40 años de edad, trigueño y además quemado por el sol; era, en fin, el coronel Juan Baninelli, conocido por la severidad de su disciplina en los cuerpos que había mandado y por su arrojo y temeridad en la campaña.

El otro oficial era Juan Robreño, de 25 años, alto de estatura, robusto y fuerte en todos los miembros, más claro de color que su compañero y de fisonomla franca y abierta. Era el teniente coronel del 5° regimiento de la línea.

- La fortuna ha sido favorable en esta vez y así creo que continuará -contestó Robreño.

- Nada tienes que agradecerme -dijo Baninelli-; pero no veo en qué pueda haber sido favorable a tus asuntos privados.

- ¿Cómo que no? Y mucho. Mariana ha sido enviada a México.

- ¿Pero qué Mariana es ésa?

- Mariana es la hija del conde ...

- Acabarás ... ahora si comprendo algo; pero prosigue.

- El conde se puso furioso cuando mi padre se la pidió en casamiento para mi y ordenó, si quería escapar con vida, que saliese en el acto para la frontera.

- ¿Y qué, le tuviste miedo?

- No me digas eso, Juan; y debes figurarte que con la espada en la mano me puedo rifar con el conde, sin embargo de que es un hombre atrevido y feroz; pero se trataba de mi padre y de Mariana. ¿Qué querlas que hiciera? Salí más que de prisa de la hacienda, caminé como acostumbro, día y noche, y en Lampazos me encontré la orden para venir a México.

- ¿Y qué piensas hacer? -le preguntó el coronel.

- En la situación en que Mariana y yo nos encontramos, no hay más remedio que casarnos. Tú lo comprendes; será necesario casarme contra la voluntad del conde.

- Ya arreglaremos eso -interrumpió el coronel-, seguiremos platicando. Por ahora es necesario reconocer el terreno, los dos cabos están listos y los veo venir.

- Como quieras -contestó el teniente coronel-, y andando, andando te diré mis planes.

Los dos jefes montaron en los caballos de refresco que estaban ya listos y, seguidos de los cabos que conocían el terreno, se internaron en el monte y a poco se perdieron entre la espesura de la arboleda.

- ¿Estás ya bien enterado de la posición que ocupas?

- La conozco ya como a mi maleta.

- Perfectamente. Ahora ya puedo decirte mi plan.

- Este Gonzalitos, de quien te he hablado ya en el camino, se pronuncia, se despronuncia, entra y sale a Toluca como Pedro por su casa y hasta ahora se ha burlado de los jefes que ha mandado el gobierno a batirlo. Yo he jurado que de mi no se ha de burlar.

- Pero ese Gonzalitos deberá ser muy valiente -dijo Juan Robreño.

- Si nos presenta batalla, se encuentra entre dos fuegos; si entra a Toluca, lo encerramos, y con la tropa tuya, la de Lerrna, la de Morelia Y la mía, lo cercamos y al fin tendrá que rendirse. Si trata de escapar, precisamente vendría por este lugar para pasar al Estado de Querétaro sin tocar a México. Aquí lo coges desprevenido y lo haces pedazos.

- Perfectamente -respondió el teniente coronel-. ¿Quién podrá desalojarme de este bosque ni con 2,000 hombres?

- Ya conoces mi carácter y mi modo de obrar. Si te portas como quien eres, contarás conmigo en todo. Si perdemos esta campaña, bien entendido si es por tu culpa, te fusilo en el acto donde quiera que te encuentre.

Por toda contestación, Juan Robreño estrechó la mano de su coronel.

- Gracias -dijo el coronel-. Nada más tenemos que hablar.

Cerca de una semana pasó sin novedad alguna. El lunes siguiente, Juan Robreño recibió un correo de Baninelli. En un papelito decía:

Gonzalitos está remontado en el volcán, reclutando gente. Nos hace esperar mucho: no importa.

El día menos pensado, muy de mañana, un indito, que cargaba en sus espaldas un huacal vacío y un manojo de velas de cera en la mano, fue llevado ante el jefe por una patrulla de cuatro hombres y un cabo.

- ¿Qué querías, José?

El indio alzó la vista e hizo una seña de inteligencia al jefe.

- Que se retire la patrulla y yo examinaré a este indio.

El cabo se retiró a su puesto con los soldados.

- Vamos, no tengas miedo, di por qué venías a este campamento, quién te ha mandado, ¿traes alguna carta?

El indio examinó atentamente la fisonomía de Juan miró a todos lados, sacó un papel muy bien plegado, que entregó.

- ¿Quién te ha dado esto? -le preguntó Juan tomando el rollito de papel.

- Pus la amita de México, de la calle de Don Juan Manuel.

- Toma y retírate por ahí a descansar, pues te necesito para que lleves la respuesta -dijo Juan dándole un duro al indio-. ¿Podrás hacerlo?

- Sí, señor amo, lo que quiera su mercé.

Juan desdobló el rollito, pasó rápidamente la vista por las páginas escritas y exclamó arrancándose un mechón de cabellos:

- ¡Rayos del cielo! ¡EI infierno se ha conjurado contra mí! ¿Qué hacer? ¿Cómo salir de este aprieto?

Juan:
Yo no sé si Dios me ha abandonado o me quiere todavia. Quiera Dios que llegue a tu poder esta carta porque seria terrible si así no sucediese. Estoy en la casa de Agustina, que tú conoces, y me vine a ella porque ... ya lo pensarás, no era materialmente posible que permaneciese un día más en la calle de Don Juan Manuel.
Me tienes aquí: mi padre llega el día ... de modo que sólo hay ocho días escasos de qué disponer.
¿Por qué no quiso mi padre que me casara contigo? ¿Porque eres hijo del administrador y él es conde?
¡Malditos mil veces los condes y los marqueses! ¡Maldito mil veces el dinero, que no ha servido sino para hacerme la criatura más infeliz de la tierra!
Pero no sé ni cómo tengo valor ni aliento para escribirte estas cosas que tú sabes lo mismo que yo, cuando necesito valor y aliento para otra cosa más terrible, que es morir. Lo he pensado, es el único remedio si mi padre llega antes que tú. Es seguro que mi padre me matará con ese horroroso puñal que conozco desde que abrí los ojos.
¡Llorar! Echarme a sus pies de rodillas, pedirle perdón, todo será inútil.
Entre morir cosida a puñaladas y oyendo maldiciones e injurias de mi padre, a morir sentida y llorada por Agustina y por ti, prefiero esto y lo haré, no hay duda ... acabo de examinar el cuchillo ... ... entrará fácilmente en mi corazón ... me acostaré en la cama, colocaré lo mejor que pueda la punta, haré un esfuerzo supremo ...
Dios tendrá misericordia de mí si tú no vienes. Es necesario que entres por el balcón a la una de la mañana. Agustina te abrirá la vidriera.
Adiós.

Cuando el jefe del destacamento acabó de leer la carta, golpeó su frente contra el tronco del árbol en que estaba apoyado y volvió a gritar:

- ¡Rayos del cielo!

Después de media hora en que quedó con la frente recargada en el tronco del árbol y las manos sobre la cabeza, sacó su pañuelo, se limpió el sudor que le produjo la agonla de su situación y se dirigió al campamento.

- No hay remedio -dijo-, si no voy, perecerá de una manera o de otra; es necesario ir a verla y salvarla.

Índice de Los bandidos de Río Frío de Manuel PaynoCapítulo anteriorSiguiente capítuloBiblioteca Virtual Antorcha