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SEGUNDA PARTE



CAPÍTULO SEGUNDO



MISIÓN DIPLOMÁTICA DE BEDOLLA

La diligencia extraordinaria que conducla a Bedolla y a su secretario Lamparilla llegó felizmente a la garita y siguió muy despacio por las calles para no llamar la atención. La escolta se quedó atrás y entró después por otra garita.

Luego que los licenciados Bedolla y Lamparilla se quitaron el polvo del camino y tomaron algún refrigerio en su cuarto, salieron a la calle y se dirigieron a casa de un rico comerciante extranjero que tenia mucha amistad e influjo con el gobernador, y lo instruyeron del motivo de su viaje, añadiendo que el presidente estaba muy indignado, resuelto a hacer una campaña sobre Puebla, y que se disponía una columna de cuatro mil hombres y veinte piezas de artillerla que se pondrían en marcha si en el término de tres dlas no regresaba él a dar buenas cuentas de su misión.

En la noche siguiente, ya tarde, fueron introducidos Bedolla y Lamparilla al despacho del gobernador, que los recibió con la mayor amabilidad y les hizo todo género de cumplimientos.

El gobernador se mostró al principio muy quejoso e indignado de la conducta del gobierno; no dejó de exagerar los recursos de dinero que tenia el Estado, el valor reconocido y probado del Barrio del Alto; la disciplina de sus tropas, especialmente del batallón de granaderos.

Cuando el licenciado Bedolla observó que el gobernador la echaba de valiente y de resuelto, se acercó a él, al mismo tiempo que hizo con los ojos una seña a Lamparilla, el que se levantó como cansado de estar sentado y, desperezándose, sacó un cigarro y se fue, como distraldo, a fumar al otro extremo de la pieza.

Bedolla se acercó más, hasta estar muy cerca del oído del gobernador.

- Mi secretario es hombre de toda confianza, y sin embargo vale más que no escuche lo que voy a decir a usted en toda reserva y en el seno de la amistad.

El gobernador acercó su silla a la de Bedolla y se puso a escuchar con el mayor interés.

- Soy el amigo íntimo del ministro de Gobernación. Hace años que nos tratamos con la mayor confianza; soy casi su condiscípulo; nada hace de importancia sin consultármelo. El presidente de la República, desde el momento en que se le dio cuenta de la comunicación de usted, se puso furioso y dijo que juraba exterminar a usted y a sus granaderos. En México habrá cosa de unos nueve o diez mil. De pronto, es decir, hoy mismo que estamos hablando, se organizará una fuerza con un batallón de infantería, dos regimientos de caballería y una batería de campaña, todo al mando del coronel Baninelli, quien se situará en San Martin a esperar órdenes. Nada de esto se sabe en la ciudad, pues se ha obrado con la mayor actividad y reserva, pero antes de cuatro días tendrá usted la tempestad encima, y en tan corto tiempo no es posible ni levantar fuerzas ni fortificar la ciudad, ni apelar a los demás Estados. La simpatia que he tenido por usted, aun cuando no tenia el honor de conocerlo, me inspiraron la idea, y sin duda fue inspiración del cielo, de hablar de este negocio al ministro de Gobernación, y me ofrecí para venir a hablar con usted, haciendo gastos y curtiendo riesgos en el camino por casualidad encontré una fuerza de caballería que va a reforzar la conducta, y a eso he debido no ser asaltado y maltratado por los bandidos de Río Frío. Ya usted sabe, pues, lo que pasa, y aquí me tiene a sus órdenes dispuesto a servirlo en todo.

La interesante conferencia de Bedolla hizo una impresión profunda en el ánimo del gobernador, y por un momento se le desvaneció la ilusión de sus granaderos y palpó la triste realidad.

No era posible resistir a una invasión de cuatro o seis mil hombres.

Vio, pues, como quien dice, el cielo abierto, y consideró que Bedolla venia realmente a sacarlo de una situación comprometida.

- ¿Pero qué medio digno y honroso le ocurre a usted, señor Bedolla, para salir de esta dificultad?

- Es muy sencillo -contestó el licenciado-. Retirar la comunicación.

- ¿Y el párrafo atroz que publicó el Diario Oficial?

- Eso no es nada -se apresuró a decir Bedolla, acercándose de nuevo al oído del gobernador-. Sepa usted que el ministro de Gobernación es buen amigo de usted. Se indignó cuando leyó el párrafo y averiguó que fue introducido furtivamente al periódico por una persona a quien sin duda no pudo usted o no consideró digna de ser diputado en las pasadas elecciones; pero se hará una rectificación, y el redactor del diario será reemplazado por otro que sea más cuidadoso.

- Si es así, podemos terminar este desagradable asunto y la comunicación se retirará; gracias, muchas gracias, señor licenciado. Si yo puedo algo y tengo algún influjo -continuó diciendo el gobernador acercándose al oído de Bedolla- usted será uno de los representantes.

- ¡Tanto honor! ¡Tanta bondad, señor gobernador! ... Se lo agradezco a usted en el alma; pero si me atreviese a hacer una recomendación, la haría en favor de mi secretario, el licenciado Lamparilla, a quien ya tuve el honor de presentar a usted. ¡Muchacho más inteligente y más despierto! ... Vaya, un tesoro ... No lo encontrará usted en toda la República. Acércate, Crisanto, y da las gracias al señor gobernador.

Los dos Crisantos estrecharon la mano del gobernador y le hicieron dos o tres genuflexiones muy expresivas.

El gobernador contentísimo en el fondo de haber salido del mal paso, estrechó a su vez la mano de los que consideraba como sus salvadores, y los invitó a que volvieran a tomar sus asientos.

- Pienso salir mañana, señor gobernador -dijo Bedolla-, porque la dilación nos puede poner en un grave peligro, y además, yo soy así ... activo ... De que cae un negocio en mis manos, no descanso hasta que lo concluyo, mal o bien.

- Lo mismo que yo -dijo el gobernador-. Nos parecemos en eso.

- Lo mismo soy yo -añadió Lamparilla-, sin agravio de usted. Nos parecemos.

Con mil protestas de amistad y apretones de mano se despidieron del gobernador el comisionado y el secretario, y regresaron a México acompañados de su escolta.

El regreso de los plenipotenciarios y la conferencia con el ministro de Gobernación fue un triunfo completo.

- Ya he observado que no es usted de esos hombres fogosos y ligeros que resuelven al momento cualquier cuestión sin imponerse de los antecedentes y sin herir en su verdadero punto de vista. Su talento es reflexivo. No sabe usted cuánto he ganado en mUndo y en experiencia desde que vino usted a la capital y entró en la política y en los negocios. En cuanto a este tuno del licenciado Lamparilla, ya somos amigos viejos; vivo, activo, de un talento clarísimo ... pero le falta el aplomo y el reposo del licenciado Bedolla, pero vamos a ver, ¿en qué paró nuestro gobernador y sus granaderos?

- ¡Qué discusión tan acalorada y qué palabras tan terribles Se cruzaron entre nosotros en el curso del debate! Lamparilla se lo puede decir mejor que yo ... Pero vencimos al fin. Él amenazaba y yo más; él llegó a levantar la voz, y yo, con entereza y algo de severidad, le marqué el alto, como suele decirse, y después, con calma, le fui conduciendo por la mano al fondo de la cuestión como le referí al principio.

- Bien -dijo el ministro-, pero, ¿cuáles han sido las bases del arreglo?

- Pues nada, no hay bases, sumisión completa. Triunfamos. Retira la comunicación.

- Bien, muy bien -interrumpió el ministro-, pero, ¿con qué condiciones?

- Casi ninguna. La rectificación en el Diario Oficial diciendo que el párrafo era extraño a la redacción y que uno de los editores del diario queda separado. Alguno ha de ser la vlctima.

El ministro estrechó las manos de los dos plenipotenciarios y, acercándose a ellos, les dijo en el oído:

- Repito como gobernante las gracias. Ese diablo del gobernador nos hubiese puesto en grave aprieto con sus granaderos.

Bedolla y Lamparilla se retiraron y no pudieron contener la risa cuando acabaron de bajar la escalera de Palacio.

- Cada día sube tu reputación y no sé dónde vas a parar -le dijo Lamparilla a Bedolla.

- Probablemente al ministerio, y lo mejor que va a suceder es que me rogarán con el puesto y renunciaré.

- Seria una necedad de que te arrepentirlas.

- Ni lo creas; esto me hará más interesante y más grande a los ojos el público. Un hombre que rehúsa un ministerio, es porque vale algo: más adelante podré no sólo obtener un ministerio, sino encargarme de formarlo, es decir, mandar a la nación.

- Puede que digas bien, Bedolla, tienes más mañas que yo.

Evaristo estaba lejos de pensar que había puesto a la nación a dos dedos de su pérdida, y de que el juez que lo había condenado a muerte en rebeldla, acababa de desempeñar, por causa de él, una importante misión diplomática que lo había puesto en el camino para llegar a ser uno de los más grandes hombres de la República.

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