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PRIMERA PARTE



CAPÍTULO QUINTO



EL MILAGRO

El dia 12 de diciembre es el más solemne en México de todos los dias del año. Es el dia de la Virgen de Guadalupe, Patrona de Anáhuac.

Matiana y Jipila no gozaron en ese año de esta especie de orgia religiosa, en la cual de verdad no se han notado nunca grandes desórdenes.

Jipila no quiso tomar parte en el inconsciente atentado que se trataba de cometer.

En cuanto a Matiana, vagó asi, entrando y saliendo al templo, rodeando un poco por el cerro y por la capilla del Pocito, sin encontrar nada a la mano. Se decidia a tomar también su trote para Zacoalco cuando, al pasar por la fachada del convento de Recoletas Capuchinas, hirió sus oidos el llanto de un niño. ¡Desgraciado! Volvió la cara; un muchachito de menos de dos años gateaba rozándose con la fachada y teniendo en una de sus manecitas un hueso de chito. Matiana se apoderó de él, y a pesar de su llanto lo acomodó en su ayate, lo cargó en la espalda y echó a andar. Nadie la vio, nadie le reclamó, y la criatura misma, que no podia saber la suerte que le aguardaba, mecida por el trote de la india concluyó por dormirse tranquilamente.

El dla 13 de diciembre en la madrugada, el peón que barria y regaba la fachada del rancho de Santa Maria anunció a doña Pascuala, que estaba ya en cama y muy mala, que las dos herbolarias querian hablarle.

- Buenos dias te dé Dios, madrecita Pascuala -le dijo Matiana.

- ¿Qué has hecho, qué has hecho? -le preguntó doña Pascuala con agitación, sin contestarle su saludo.

- Encontré al piltoncle (muchachito); mi señora de Guadalupe Tonantzin me lo entregó. Ya yo me iba para Zacoalco cuando salió del convento de las monjas Capuchinas.

- Y qué, ¿lo has matado? -preguntó doña Pascuala acercándose a la bruja con una ansia mortal.

- No, madrecita, le tuve lástima al pobrecito, que era como una plata.

- ¡Gracias a Dios! Entonces, ¿dónde está?

- Lo tiré en la viña, madrecita -contestó la bruja.

- ¡Desgraciada, qué has hecho! Mejor lo hubieras matado.

Una reacción se formó instantáneamente en las herbolarias. No obstante su ignorancia y la superstición que las cegaba, reconocieron que habían cometido un crimen y se soltaron dando gritos, llorando verdaderas lágrimas y cayeron de rodillas, pidiendo a la Virgen de Guadalupe el perdón de sus pecados.

- ¡Silencio, silencio!

Doña Pascuala, a la media noche, excitada con el susto y la emoción, dio a luz un robusto niño varón que don Espiridión, como buen marido campesino, recibió en sus brazos desde luego, y, besándalo, no cesaba de repetir:

- Te lo decla yo, Pascuala; para tu enfermedad no había más que las brujas.

En el curso de la semana se descolgó por el rancho el licenciado Lamparilla, al que refirieron el suceso, ocultando doña Pascuala la parte trágica e inconscientemente criminal. Lamparilla se ofreció a ser el compadre; y discurriendo y platicando, don Espiridión sostuvo que la curación de doña Pascua la se debla a las brujas.

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