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PRIMERA PARTE



CAPÍTULO CUARTO



LA DIOSA AZTECA Y LA VIRGEN DE GUADALUPE

A estas mujeres acudió don Espiridión para lograr la curación de su esposa, y a fe que no le costó poco trabajo dar con ellas. Fue a la villa de Guadalupe, donde adquirió noticias que lo llenaron de esperanzas y le confirmaron en la idea de que nadie más que ellas podían hacer el milagro.

Don Espiridión, perdiendo la esperanza de encontrarlas de día en su casa de Zacoalco, tuvo que emprenderla de noche, y les cayó cuando justamente acababan de cenar. Pronto logró que se resolviesen a pasar un día entero en Santa María de la Ladrillera, para que su esposa les explicase, con todos sus pormenores, la naturaleza de su enfermedad. El día convenido, Matiana y Jipila se presentaron muy temprano en el rancho.

A la mañana siguiente Matiana y Jipila se encerraron con doña Pascuala en su recámara y le hicieron (al menos Matiana) todo género de preguntas, a cual más extrañas y difíciles de responder. Después reconocieron todas las partes del cuerpo de la paciente, aun las más lejanas del lugar donde debía hallarse el mal. Hecho esto se retiraron a su pueblo y quedaron de volver a los tres días.

Expirado el plazo se presentaron en el rancho cargadas de medicinas y con sus avíos de cama para instalarse hasta que sanase o muriese la enferma.

Dos semanas transcurrieron. La enferma, lo mismo. El vientre, naturalmente, más crecido. Las brujas se volvían locas, no sabían ya qué hacerse; habían aplicado a la enferma el izcapatli en un buen vaso de jerez; la maztla de los frailes con cañafístola, le habían hecho comer, sin que ella se apercibiese, carne de víbora; le habían aplicado, en fin, cuantos remedios creían a propósito, y ninguno había surtido.

El licenciado Lamparilla había dado sus vueltas por el rancho y no había dejado de alarmarse pensando que si en pocos días no se resolvía el caso, doña Pascuala tenía que morir infaliblemente. Por lo que pudiera suceder, hizo que le firmase dos escritos reclamando el patrimonio de Moctezuma III y que le diese algún dinero a cuenta de honorarios. Doña Pascuala ni de lejos creia que Matiana pudiese conversar con la Virgen; pero su enfermedad y el miedo debilitaron su cerebro y se persuadió de que su vida dependia de esta interesante conferencia.

- No pierdas tiempo, Matiana -le dijo a la herbolaria después que observó que nada le aprovechaba la última infusión-, ve tú y Jipila, platiquen con la Virgen y vienen luego para ver si Dios hace por su intercesión que salga yo de este estado. No aguanto ya, Matiana. me voy a morir -y doña Pascuala llevó su rebozo a sus ojos.

A los tres dlas estaban en el rancho. Doña Pascuala, que ya de veras se iba poniendo mala, las esperaba con impaciencia.

- Madrecita doña Pascuala -le dijo Matiana-, ya hemos platicado con Marla Santisima de Guadalupe. y nos ha dicho que no sanará la madrecita del rancho si no se mata un niño.

- ¡Pero eso es imposible, Matiana! ¿Cómo vamos a matar a un niño, ni de dónde lo cogemos? Y eso, además, un remedio no puede ser.

Así pasaron dias. La enfermedad no cedia. Una noche despertó doña Pascuala a su marido.

- Espiridión -le dijo-, haz que pongan el carretón que acaba de componer el carpintero, monta a caballo, ve a Zacoalco y me traes a Matiana y a Jipila.

- ¿A estas horas? -preguntó el marido desperezándose.

- En el momento. Me sube una cosa del estómago que me quiere ahogar.

El marido, resignado, sin decir palabra, se levantó, y antes de una hora, no obstante ser la noche oscura y tempestuosa, precedido del carretón que conducla el peón, caminaba. rumbo a Zacoalco.

En la madrugada, las dos brujas estaban en la recámara de doña Pascuala.

- A todo estoy resuelta, Matiana. Dame pronto una bebida que me calme esta ansia que tengo y después haz lo que quieras, pero no me lo digas. ¿Quieres dinero?

Era el dla 11 de diciembre.

- Es la voluntad de la Virgen la que nos dirá -respondió Matiana-. De dinero no necesito que me des, sino lo ajustado por la curación.

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