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PRIMERA PARTE



CAPÍTULO TRIGÉSIMOCUARTO



EL LITIGIO DE LOS MARQUESES DE VALLE ALEGRE

Imponente y magnífico era el salón de la Alta Corte de Justicia. En el fondo, un tablado que casi abrigaba un dosel de terciopelo carmesí con galones de oro, un gran bufete con una carpeta de brocado, un juego tintero y una campanilla de plata, y en el respaldo las armas y un manuscrito original, en un marco dorado, del acta constitutiva de la República. Alrededor de la mesa, sentados, tres magistrados y el secretario, todos de edad madura, muy graves y serios, algunos ostentando en sus fracs negros la medalla de la primera época de la independencia.

Cuando don Pedro Martín de Olañeta entró vestido correctamente de negro, con pasos majestuosos, erguido, satisfecho de sí mismo, inclinando la cabeza acompasadamente para saludar, hubo un murmullo en el público, pues el salón estaba lleno. Subió la escalinata, se inclinó ante el tribunal y tomó asiento en uno de los sillones colocados a la derecha.

A los diez minutos, otro murmullo semejante al de un enjambre que se levanta de la copa de un arbusto de borraja, indicó la llegada de otro célebre abogado, don Juan Rodríguez de San Gabriel, vestido también con igual corrección, pero con menos elegancia, pues su frac le iba muy holgado y los pantalones formaban un torso visible al caer sobre sus botas de charol.

Se trataba en esta ocasión del famoso pleito entre los marqueses de Valle Alegre y el Juzgado de Capellanías. Como tal establecimiento acabó con las Leyes de Reforma y la desamortización eclesiástica, explicaremos en dos o tres renglones lo que era el juzgado de Capellanías.

Un banco que tenía un capital de 10 a 12 millones de pesos. qUe no emitía billetes, ni tenía cartera, ni cuentas corrientes, ni sucursales, ni nada de esas zarandajas a la moda, que repentinaente dan un traquido o un Panamá, que es lo peor, que ni Judas reventó tan estrepitosamente. Los ricos aristócratas tenían allí caja abierta; diez, veinte, treinta mil pesos era cosa fácil de conseguir con hipoteca de una hacienda, y al rédito de 6 o 5 por ciento anual. Tras esos treinta, otros diez y otros mil más, y así hasta que pedían y se les daba más dinero que lo que valía la hacienda o haciendas afectadas al pago. Una vez adquiridas esas sumas se echaban a dormir y no volvían a pagar un solo peso de réditos, y cuando el cobrador les urgía mucho o eran amenazados con un juicio; con quinientos o mil pesos componían el negocio y obtenían esperas.

Los marqueses de Valle Alegre fueron mucho tiempo, como quien dice, los niños mimados de este banco Agrícola Eclesiástico. Era familia que se trataba rumbosamente.

Entremos un momento al tribunal.

El presidente tocó la campanilla, y el secretario comenzó a dar lectura a los autos. Terminada al fin la lectura, que ninguno oyó, pues los magistrados y defensores también habían inclinado la cabeza y roncado de vez en cuando, el patrono del Juzgado de Capellanías se puso en pie y comenzó su alegato.

- Jamás, respetable Sala, he querido que se me crea bajo mi palabra, por sencillas que sean las cuestiones. Mis procedimientos en materia civil son tan ajustados a las leyes y a las doctrinas de los más célebres jurisconsultos, que no discrepan un ápice, y tienen por esa razón una fuerza contundente. Se me permitirá que lea algunos párrafos del Informe fiscal de La Habana, para probar con cuánta razón he llamado escandaloso un litigio que ha durado once años. Por fin acabó con una elocuente peroración un tanto picante y no poco ofensiva aun para los mismos magistrados.

Rodríguez de San Gabriel se dejó caer a plomo en el sillón como satisfecho de sí mismo, y don Pedro Martín se levantó entonces erguido y soberbio, y con una voz de trueno que despertó al auditorio, dijo:

- ¡Qué audacia. qué aplomo para citar autores y leer doctrinas que son precisamente contradictorias a la parte que defiende! Suplico al señor secretario que lea el párrafo 40 de la página 229 del Informe fiscal.

El secretario tomó el libro que con alguna repugnancia le alargó el licenciado Rodríguez de San Gabriel, y leyó:

Es práctica utilísima y provechosa en esta Isla (Habana), que cuando los bienes del deudor exceden, y con mucho, para cubrir las hipotecas, se cita una junta para provocar un avenimiento, aun cuando el negocio se halla en última instancia.

- Ese párrafo, señores magistrados, lo pasó por alto mi respetable compañero, y dio lectura a los que no son aplicables a este negocio, desentendiéndose del que acaban de oír los magistrados.

Don Pedro Martln siguió por este estilo defendiendo con energía la mala causa de los marqueses, pero en medio de su discurso vinieron repentinamente a su imaginación Casilda y Juan, pensó que tal vez en ese mismo momento, habiendo sido descubiertos, el juez mismo se había presentado en su casa para apoderarse de ellos y encerrarlos en la prisión. Se turbó, repitió argumentos, perdió el hilo de su discurso y acabó, en fin, de mala manera; de modo que los mismos magistrados y el público que lo conocía como orador elocuente, quedaron disgustados.

Cuando ya bien tarde regresó a su casa todo estaba en orden. Las hermanas, bostezando de hambre, lo esperaban para comer; Casilda, con la recamarera, platicando en la cocina de la carestía de la fruta y del recaudo, y Juan, muy aplicado escribiendo y leyendo la gramática castellana en la biblioteca.

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