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PRIMERA PARTE



CAPÍTULO UNDÉCIMO



COMODINA

¡Está salvada! ¡Bendito sea Dios! -dijo la vieja-. Comodina está defendiendo a la criatura -y se acercó con más resolución al grupo de perros.

- ¡Comodina, Comodina! Ven acá. ¿No me conoces?

La perra, sentada, cubriendo con su cuerpo al niño abandonado, tenía los ojos todavla sangrientos y, con el labio superior levantado, enseñaba sus afilados colmillos a los demás perros. Tanto gritó Nastasita a la perra, que ésta volvió la vista, la reconoció, comenzó a mover la cola y a hacerle fiestas. Animada con este auxilio, acertó a encontrar cerca unos trozos de ladrillos que lanzó a los perros, y con el palo acabó de dispersarlos; entonces se acercó y recogió a un hermoso niño de más de un año de edad envuelto en pañales muy finos.

- ¡Imposible abandonarlo! -dijo besándolo amorosamente, y limpiándose con la manga del vestido una lágrima que había venido a sus ojos secos.Nastasita, seguida de la perra, enderezó su camino hacia la atolerla, y bien que la carga no fuese muy pesada, llegó fatigada.

La criatura no chistaba cuando la destapó y la acostó en un petate, y al mismo tiempo refería brevemente a las molenderas lo que había pasado. Parecía muerta y apenas respiraba, y no era extraño pues aunque hubiesen mediado pocas horas entre el robo de Matiana y el hallazgo de la trapera, bastaba eso y la emoción por el asalto de los perros; y obra de Dios fue que no le diese alferecia. Imposible de describir el sentimiento de esas rudas y buenas mujeres, que en su idioma, mitad español y mitad indio, discutlan los remedios que deberían hacerse.

- Lo que tiene el piltoncle es hambre y frio -dijo y lo tomó en brazos, sacó un pecho grueso y denegrido, le exprimió una poca de leche caliente en la cara y le metió en la boca un pezón negro, gordo y estirado como tapón de una botella de champaña, arrullándolo y estrechándolo brusca y cariñosamente en su seno caliente y húmedo.

La perra, en el umbral de la atolería, sentada y con las orejas paradas y como escuchando, miraba con sus ojos inteligentes a la india.

La criatura, que en efecto tenía hambre, rechazó al principio el tosco pezón, pero concluyó por chuparlo; abrió los ojos y sonrió a la madre adoptiva; todo había pasado ya y para el niño no existía ni el recuerdo del peligro ni el sentimiento del abandono.

Comodina se marchó sin que nadie lo advirtiera.

En vez de ser una carga y una molestia fue para la atolería un día de fiesta y de júbilo la llegada del pobre huérfano del muladar, la gente de México es así. La molendera, que ya era madre de dos muchachos y criaba al tercero, se constituyó en nodriza del recién venido.

Nastasita había encontrado en el cuello del niño un cordón con un relicario de plata, que instintivamente procuró conservar, por si algún día podía ser de utilidad al huerfanito. En lo que no se equivocó, como veremos más adelante.

En la primera ocasión que volvió a la casa del canónigo a entregar la ceniza contó al portero la extraña historia que ya sabemos. No pasaron tres semanas sin que el canónigo estuviese enterado del suceso, aumentado por sus criados con milagrosas añadiduras. Quiso conocer al huerfanito, y se decidió a retener en su casa a la valiente Comodina, que había representado tan importante papel en ese lance, que parecía más bien un verdadero milagro.

La viejecita trapera, un día que hubo aseado bien al huerfanito, lo llevó a la casa del canónigo. Era un muchacho bien amamantado por la primera nodriza que lo crió y mucho mejor por la segunda, que era muchacha, fea, greñuda, pero sana, robusta, con unos pechos bronceados, duros y grandes como los de una vaca inglesa y con una leche abundante y espesa, producto de la admirable gramínea que era la base de la alimentación de la gente de la atolería del Callejón de la Condesa. El canónigo quedó sorprendido al examinar al huérfano. Ojo negro y grande y ya sañudo, con una mirada fija y extraña para su tiernísima edad, pelo abundante, boca grande, labios gruesos y una naricilla audaz y remangada.

Apretó el conocido muelle del marco y entre las dos pastillas de cera bendita encontró un papel.

Está bautizado, deberá llamársele Juan Robreño; su padre es caballero militar; su madre, de la primera nobleza de México. Dios lo ayude en su vida.

Después de sufrir mucho se decidió a no cargar con el huérfano.

Tranquilo con esta resolución platicó de nuevo con Nastasita persuadiéndola de que debía entregar al huérfano a la casa de Niños Expósitos, y aunque no era recién nacido, él se interesaria para que lo recibieran. La viejecita le rogó por todos los santos del cielo que le dejase la criatura, asegurándole que ella y las atoleras lo cuidarían mejor que en la cuna. El canónigo concluyó por transigir y le asignó una limosna de ocho pesos cada mes.

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