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SEGUNDA PARTE



CAPÍTULO CUADRAGÉSIMOSEXTO



PASOS EN LA AZOTEA

Cuando regresó Evaristo y contó sus hazañas a Relumbrón, éste se frotó las manos y reía a carcajadas.

- ¡Qué chasco! ¡Qué chasco para esos señorones que parece que no los merece la tierra! ¿Qué ha dicho el gobierno?

- Aqupi está un oficio muy satisfactorio -le contestó Evaristo- en que me da las gracias y me previene me vuelva a mi puesto, porque parece que la diligencia ha sido robada por el Pinal. Me voy en el acto a ver lo que pasa. Creo que será alguna fechoría de Hilario, que se va volviendo muy pícaro y muy voluntarioso.

Por una garita se fue el capitán de rurales a Río Frío y por otra salió don Pedro Cataño a su segunda expedición a la Tierra Caliente.

Por este tiempo se descolgó por el antiguo mesón de San Justo, José Gordillo, el cochero del conde del Sauz.

Relumbrón quedó agradablemente sorprendido, al hacer su visita semanaria al mesón para arreglar cuentas, de encontrarse con Gordillo, al que creía no ver en mucho tiempo.

Se encerraron en un cuarto, y de los bolsillos del cochero pasaron las alhajas a los del coronel Relumbrón, quien, como era domingo, de allí se fue derecho a la casa de su compadre el platero a almorzar, y no pudiendo resistir, aun sin la precaución de cerrar la puerta, echó a granel sobre el blanco mantel la abundante pedrería.

Al día siguiente comenzó a trabajar para montarlas maravillosamente en anillos, collares, aretes, y demás primorosos dijes, que, a medida que estaban concluidos, los encerraba en estuches de terciopelo y seda.

Como se ve, los asuntos de Relumbrón caminaban viento en popa, y su grandioso plan estaba a poco más o menos desarrollado. Don Moisés además de su parte de utilidades se había asignado diez onzas diarias como director de las partidas, pero como los puntos eran de lo más rico de México, para todo había, y presentaba un balance mensual con un saldo a favor de la compañía de tres a cinco mil pesos. La casa de moneda, dirigida con un cuidado extremo por el licenciado Chupita, que decía que era mejor paso que dure, que no trote que canse, producía un mes con otros sus tres mil pesos liquidos, y los hábiles monederos iban a gran prisa haciendo sus economías para el caso de una desgracia. La hacienda, bajo la inteligente dirección de Juan, tenia unos frondosos sembrados de trigo, de cebada y de maíz, y no sólo daba para sus gastos, sino que siempre tenia Juan en el cuarto de raya dinero sobrante.

Las expediciones de don Pedro Cataño más eran de ruido que de dinero; sin embargo, podía calcularse en seis u ocho mil pesos cada mes, entre vales al portador y morralla que se recogía en las tiendas y cuartos de raya.

Los gachupines de las haciendas, con tal de que no volvieran las fuerzas del capitán de rurales, habían concluido por entenderse con Los Dorados, y como su jefe, salvo la tentación que tenia de dar una paliza a los Garcías, era de lo mejor y no habían mediado ni asesinatos, ni incendios, se ordinariaron las cosas al grado de que Cataño y sus treinta y dos muchachos habitaban en Tierra Caliente con tantas comodidades y seguridad como en su propia casa. Por miedo, por egoismo, por conveniencia propia, ningún vecino pensaba en denunciarlos ni en perseguirlos.

Faltaba a Relumbrón para complemento de su plan, darle la última mano al servicio de la ciudad.

El tuerto Cirilo y su pandilla estaban comiendo de balde, entreteniéndose en armar bola en las puertas de las iglesias, en pasearse y comer cacahuates, naranjas y cocos en las luces de Regina y de la Merced, aprovechando ellos y sus mujeres la ocasión de sacar algunos pañuelos y cortar las faldas de las rotas, por sólo hacerles daño. Tal situación no podía prolongarse y perjudicaba notablemente a Relumbrón, pues Lamparilla se ocupaba constantemente de sacar de la cárcel a mascaderos y borrachines.

Como Relumbrón iba precisamente a soltar a los ladrones, tenía a su disposición para emprender sus hazañas las muchas calles, plazas y callejones de la capital y sus espaciosos terrados.

Pero quería golpes seguros y de resultados positivos.

Como su tertulia de los jueces era cada vez más concurrida y la asistencia constante del marqués de Valle Alegre le había trardo un arte de la rica aristocracia, particularmente de caballeros, ya sabía, con la manía de preguntar la hora que era, quiénes tenían relojes de doscientos pesos arriba, quiénes sortijas y botones de brillantes, y a poco más o menos el dinero que acostumbraban llevar en la bolsa. En cuanto al interior de las familias, poseía pormenores tan curiosos y tan precisos que hubiese podido escribir un Diablo Cojuelo, más interesante que la insulsa novela que tan inmerecida fama ha dado a su autor.

Era ya tiempo y comenzó a obrar. A las siete en punto de la mañana se presentaba doña Viviana la corredora en la tienda de La Gran Ciudad de Bilbao, y le leía, por ejemplo, el siguiente apunte a don Jesús el tinacalero.

Don Sebastián Camacho. Reloj de oro inglés con diamantes; cadena de oro con un botón corredera de zafiros. Se retira a las nueve de la noche a su casa, pasa por la Plazuela de San Fernando. No carga armas y es tímido.

Don José Govantes. Botones de gruesos brillantes en la camisa. Mucho dinero en oro en la bolsa. Vive en la calle de Medinas; es muy gordo, muy viejo y muy cobarde. Con un grito se sume. Al entrar en la puerta de su casa se le pueden arrebatar los botones. Es tuerto.

El escribano Orihuela. Carga mucho dinero cuando se retira de su oficina. Por la calle de Santa Inés se le puede asaltar en una noche lluviosa, pues va envuelto en su capa, y abrazándole por detrás no se moverá, pero será necesario taparle la boca, pues dará de gritos al sereno. Cobardísimo.

Casa número 6. Puente de Solano. Vive el capellán de la Santísima Virgen de la Soledad de Santa Cruz y tiene mucho dinero de las limosnas y las alhajas de nuestra madre y señora. Observar la casa y decir cómo se dará el golpe de seguro.

Casa número 5 de la calle de la Pila Seca. Un matrimonio muy rico. Viven solos con una criada, el portero es borrachín. Observar la casa y preparar por el zaguán de la calle o por la azotea un asalto.

El lunes próximo, 16 de septiembre, armar mucha bola en la Alameda cuando acabe el discurso del orador. Los regidores tienen buenos relojes y cadenas de oro. Aprovechar todo lo que se pueda.

Por este estilo seguían las instrucciones de doña Viviana, y una vez que acababa rompía en pedacitos menudos el papel y se marchaba. Don Jesús el tinacalero, con su mala letra, pero muy buena memoria, escribía a su vez otro apunte que guardaba cuidadosamente en su bolsillo.

Lo que preocupaba más a Relumbrón, muy contento Con la adquisición de los solitarios del intendente del ejército, era el capellán de la Soledad y doña Dominga de Arratia. Ella misma, que era parlanchina y le gustaba hacer alarde de sus riquezas, le había contado lo mucho que le producian sus haciendas y sus fincas añadiéndole que, desconfiando de todo el mundo, aun del Montepío, que podía quebrar algún día, ella misma guardaba su dinero, pero escondido de tal manera en su casa que desafiaba a todos los ladrones de México a que lo encontraran. La dificultad era llegar a saber cuál era el escondrijo, para no dar un golpe en vano. Relumbrón previno inmediatamente a doña Viviana se dedicase a esta averiguación y diese las instrucciones que fuesen del caso al tuerto Cirilo. La casualidad vino a ayudar al intento.

Al despedirse, ya en el portón, doña Dominga le dijo:

- Me va usted a hacer un favor, doña Viviana, y es buscarme una muchacha, pero fea, muy fea, porque la que tengo es muy visvirinda y bonitilla, y mi marido no me deja criada a vida.

- Dificil es lo que usted quiere -le contestó la corredora- porque no hay quince años feos, y todas nuestras muchachas tienen, mal que bien, algo que guste a los hombres; pero trataré de hacer su encargo.

La casualidad, como se ha dicho, hizo que a los dos días se presentara en el taller de vestuario una anciana acompañada de una muchacha que no tendría veinte años; se llamaba Inocencia.

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