Índice de Albores de la República en México de Lorenzo de ZavalaCapítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

ALBORES DE LA REPÚBLICA
EN
MÉXICO


CAPITULO IX



Celo de las autoridades de los Estados en favor de la instrucción primaria. Establecimiento de una escuela normal lancasteriana. Su fin. Progresos, aunque lentos, de la civilización. Conspiración descubierta en la isla de Cuba. Emigración de varias personas a México. Proyectos de los emigrados. Instalación de una junta. Objeto que se proponían. Nombramiento de diputados que representen los diferentes distritos de la isla de Cuba. Petición hecha al Congreso mexicano. Cómo es admitida. Discusión en el Senado. Bases propuestas para llevar a cabo el proyecto. Recursos con que la República contaba para emprenderla. Dificultades que se ofrecen. Abandono del proyecto. Disolución de la junta de los emigrados. Reflexiones.



Desde que los Estados comenzaron a organizarse se ha advertido en las autoridades locales un celo laudable por los progresos de la enseñanza primaria, convencidas quizá de que ésta es la base de la libertad y de la civilización, su compañera. En todos los pueblos en que no había escuelas de primeras letras se establecieron; pero, por desgracia, no se encontraban maestros capaces de hacer progresar a la juventud, como debe esperarse de sus felices disposiciones. Las antiguas rutinas, los hábitos de esclavitud, la falta de limpieza, el mal método, la escasez de libros elementales y de buenos modelos: todo esto ha hecho que la marcha sea lenta y poco conforme a las instituciones adoptadas.

En 1822, varios ciudadanos, entre ellos dos José María Fagoaga, don Manuel Cordorniú, don José Morán, y posteriormente don Francisco Molinos y otros, crearon y estimularon una escuela normal lancasteriana que llamaban del Sol, cuyo nombre parecía ligarla a alguna de las sociedades secretas, bajo cuya protección se decía levantada. Se denominó Sociedad Lancasteriana la de los miembros que la compusieron, cuyos trabajos comenzaron con un ardor que ofrecía grandes resultados.

Mucho beneficio hizo este establecimiento, de donde han salido posteriormente varios maestros para los Estados de la federación y propagado el método de la enseñanza mutua, tan útil para los primeros rudimentos de la escuela. El espíritu de partido, que todo lo contamina cuando no se contienen los partidarios en los límites de una decente discusión, dió por último en tierra con esta institución benéfica, cuyo restablecimiento, o la creación de otra semejante, podía ser uno de los objetos en que deben ocuparse los verdaderos patriotas.

Por lo general se advierte algún progreso en los adelantos de la civilización, de lo que es un indicio seguro el número de periódicos que salían a luz después de cinco años de independencia.

Tres diarios de pliego salían en México, cuando cuatro años antes apenas podían sostenerse dos que daban dos o tres números a la semana. Había además papeles públicos en Yucatán, Oaxaca, Veracruz, Jalapa, Valladolid, Puebla, Guadalajara y Durango. Posteriormente veremos aumentarse estos conductos por donde los ciudadanos expresan sus resentimientos y sus opiniones, descubren su alma al intentar pintar la de los otros, dan idea del estado de la civilización, de las costumbres y de la situación política del país y conducen a fuerza de sacudimientos y del choque de intereses a resultados útiles a las siguientes generaciones, que aprenden en los extravíos y aberraciones de sus padres a evitar los escollos en que éstos se estrellaron.

De resultas de haberse descubierto en la isla de Cuba, en el año de 1825, una conspiración que se tramaba para hacerla independiente, varios hijos de aquel país emigraron a México. No habiendo podido conseguir su objeto en su patria, formaron una asociación que llamaron Junta promotora de la libertad cubana. Los principales agentes de esta sociedad eran don Antonio Abad Iznaga, don José Teurbe Tolón, don Roque de Lara, don Pedro Lemus y otros emigrados, a los que se agregaron otros hijos de la isla que estaban empleados en México desde mucho tiempo antes, como don José Antonio Unzueta y don Antonio J. Valdés. En 4 de julio de este año se instalaron en junta y formaron un acta en que decían:

Reunidos en las casas del extinguido convento de Belén y sala de sesiones de la Sociedad Lancasteriana todos los hijos y vecinos de la isla de Cuba que nos hallamos en México, tomando en consideración la suerte fatal a que se hallan reducidos nuestros hermanos, los habitantes de aquel rico suelo, por la bárbara dominación que los tiene oprimidos con mengua del nombre de americanos, cuando todos los habitantes de la referida isla arden en los deseos de libertad, que no pueden alcanzar por la tropa que los subyuga, al menos que alguno de los nuevos Estados de la América les extienda una mano protectora, en cuyo caso no habría uno solo que no corriese a hacer causa común para proclamar su emancipación ... Conociéndose que la opinión general de aquellos habitantes estaba manifestada repetidas veces, no sólo para hacer su independencia, sino hacerla con ayuda de los mexicanos, con quienes se hallan identificados por todas las simpatías que pueden ligar un pueblo con otro;
considerando que no es posible que por sí mismos den el menor paso a la preparación siquiera de los medios que los salven de la abyección en que se hallan y les faciliten arribar al suspirado rango de libres, por cuanto su actual despótico gobierno vela ansioso sobre todos ellos para castigar hasta el sueño del sacudimiento;
meditando, además, que semejante orfandad exige imperiosamente la unión de los cubanos que por fortuna nos hallamos en esta tierra clásica de la libertad, y cuyo gobierno y habitantes se alegrarían de concurrir a romper las cadenas que ligan a sus hermanos, elevándolos a la dignidad a que ellos han subido, acordaron unánimemente suplir en México lo que en la isla de Cuba no podían lograr, nombrando una junta que, con el nombre de promotora de la libertad cubana, trabaje, active y logre la realización de aquellas esperanzas cerca del séptimo gobierno de la federación, en quien todos descansamos con entera confianza que conseguirá que el águila de los aztecas remonte su vuelo majestuoso sobre la antigua Cubanacán;
en cuya virtud, y a fin de llenar aquel intento del modo más solemne, y que los miembros de que esta junta haya de componerse tengan un carácter tan popular como ser pueda, y su representación lleve todo el prestigio y solidez necesaria, se acordó que dicha junta constase de tantos vocales cuantos son los partidos en que se hallan divididas las dos provincias de La Habana y Cuba, figurando cada uno un diputado y dando uno más a las capitales de esas mismas provincias, de suerte que siendo las indicadas secciones políticas hasta en número de diecinueve, han de ser veintiuno los diputados electos. Por consecuencia, y penetrados los cubanos presentes de que los pasos y medidas que han acordado y van expresados en esta acta eran acordes con los sentimientos de sus ya citados hermanos, y que ellos han de ratificar después lo que nosotros vamos a practicar ahora, nosotros todos, en nuestros nombres y en el de nuestros hermanos los hijos y habitantes de Cuba, descansando en la rectitud y pureza de nuestros sentimientos, y confiados en el auxilio de la Providencia, vamos a dar principio a plantear nuestras ya manifestadas intenciones, y habiendo elegido presidente a don José Antonio Unzueta y secretario a don José Fernández de Velaza, procedieron a las elecciones, etc
.

Siguen luego de esta manera:

J. A. Unzueta y Juan Domínguez, por la ciudad de La Habana;
general Manuel Gual y Antonio Mozo de la Torre, por la ciudad de Cuba;
José Teurbe Tolón, por Matanzas;
Antonio José Valdés, por Puerto Príncipe;
Roque Jacinto de Lara, por Sant-Spiritus;
Antonio Abad Iznaga, por Trinidad;
Tomás González, por Villa Clara;
Nicolás Téllez, por Holguín;
José Darío Rouset, por San Antonio;
Juan Pérez Costilla, por Santiago;
Antonio Ferrera, por Bejucal;
Antonio María Valdés, por Juanajay;
Pedro Lemus, por Bayamo;
Juan Amador, por Guanabacoa;
Manuel Fernández Madruga, por Guines;
José María Pérez, por Jaruco;
Juan de Zequeira, por Baracoa;
José Agustín Peralta, por Filipinas;
Pedro de Rojas, por San Juan de los Remedios
.

De esta manera se organizaron y dieron principio a sus sesiones estos patriotas prófugos del suelo en que naciéron. Muchos generales mexicanos, muchos diputados y senadores fueron invitados y tomaron parte activa en el proyecto. El presidente don Guadalupe Victoria lo apoyaba, y quería que las cámaras le autorizasen para enviar una expedición a La Habana, a fin de procurar a los hijos de la isla el apoyo que deseaban para ponerse en movimiento. En el Estado de Yucatán, el general don Antonio López de Santa Anna había emprendido hacer una expedición por su cuenta, riesgo y responsabilidad, hasta el punto de llegar a embarcar quinientos hombres, que -según se dijo entonces- debían ocupar el Morro y la Cabaña, en donde serían recibidos sin resistencia.

Quizá era ésta una estratagema para apoderarse de aquellas tropas, o tal vez Santa Anna no quiso ni correr estos riesgos ni incurrir en la grave responsabilidad a que lo exponía un paso para el que no estaba autorizado. La cosa no pasó de aquí. En México, los asociados hicieron una exposición al Congreso pidiendo tropas y dinero para la empresa. El presidente informó favorablemente sobre el asunto. Parecía muy ventajosa la independencia de aquella isla del gobierno español, para quitar a aquel enemigo natural de la República Mexicana ese punto que le sirve de cuartel general en la boca misma del seno mexicano, y desde donde amenazará por mucho tiempo, si no la independencia, la tranquilidad de aquellos estados. Esta era la razón primera y fundamental para estimular la empresa. Muy cómodo era, además, a la República descargarse de unas tropas que gravitan sobre ella, consumen su erario y amenazan las instituciones.

Las bases presentadas en el Senado, en donde la cuestión fue ventilada por primera vez, estaban concebidas en los términos siguientes:

El gobierno de los Estados Unidos Mexicanos se obliga a proteger la independencia en la isla de Cuba sobre las siguientes bases:
1°- La nación cubana es independiente de la española y de cualquier otra.
2°- Adoptará un gobierno republicano.
3°- La isla de Cuba satisfará la deuda que contrajere con los Estados Unidos Mexicanos, causada por los auxilios prestados en la causa de su independencia.
4°- El gobierno independiente de la isla asignará a los militares expedicionarios de la República Mexicana premios correspondientes a sus servicios dentro del primer año después de instalado el Congreso, haciéndose efectivos en los plazos en que ambos gobiernos se convinieren.
5°- La isla de Cuba no concederá mayores ventajas en sus tratados comerciales a otra nación que las concedidas a las Repúblicas protectoras.
6°- El ejército destinado a la expedición se denominará: Protector de la libertad cubana.
7°- Su primer deber será proteger las personas y propiedades de los habitantes, sea la que fuere su clase, condición u origen.
8°- Las tropas que formarán este ejército serán libres para quedar en el servicio de la nación cubana o regresar a su patria.
9°- Para la asignación de premios se considerarán tres épocas:
I. Los que se reunieren dentro del primer mes al ejército protector.
II. Los que lo verificasen los quince días posteriores a este primer mes.
III. Los que lo hiciesen en los quince días siguientes.
10°- Los empleados civiles y eclesiásticos serán conservados en sus destinos, a no ser que hagan esfuerzos para mantener el yugo colonial.
11°- El general en jefe será investido de todas las facultades necesarias para dictar las órdenes, providencias y decretos que exijan las circunstancias hasta lograr la independencia.
12°- Luego que se pueda reunir un congreso de representantes de la isla, le entregará el mando y dirección de los negocios.
13°- Los gobiernos de México y de Cubanacán arreglarán el modo y tiempo de evacuar el territorio de la isla las tropas auxiliares.

México, 8 de octubre de 1825.

Estas son las proposiciones que se sujetaron a la deliberación del Senado, y fueron materia de largas y acaloradas discusiones. La nación mexicana tenía entonces algunos restos de los préstamos hechos en Londres, y aun no se sabía que la casa de Barelay, Herring, Richardson y Compañía había suspendido sus pagos en el mes de agosto anterior. Había en esta casa medio millón de libras esterlinas; en el puerto de Veracruz, los buques que habían sido comprados en los Estados Unidos y en Londres; mucho entusiasmo en las tropas, especialmente en las de Yucatán; disposición en los habitantes de la isla de Cuba, y aun se aseguraba que uno de los regimientos (el de Tarragona) se prestaría gustoso a un cambio.

La empresa era sumamente aventurada y tenía contra sí una guarnición bien disciplinada y numerosa, un jefe activo y estimado capitán general de la isla, la escuadrilla de La Habana, superior en número de buques a la nuestra, y sobre todo, el temor de que una parte numerosa de la población, cuya suerte la condena a no ser contada entre las transacciones y vicisitudes sociales, saliendo de su estado, se apoderase de la revolución; ved aquí los inconvenientes que hicieron frustrarse los proyectos ya muy adelantados de aquella empresa arriesgada. La nación mexicana necesitaba dedicarse a curar las heridas que habían hecho tantos años de revolución al cuerpo social, y temió lanzarse en la carrera de conquistas y empeñarse en nuevos compromisos antes de establecer su crédito, formar su Hacienda, mejorar sus caminos y consolidar sus instituciones. La pérdida de sus buques y tropas hubiera quizá animado a una expedición sobre las costas de la República, la que, con el desaliento causado por una derrota, hubiera tal vez podido volver a ocupar el castillo o alguna plaza de aquellas costas.

El proyecto no tuvo ningunos resultados y la junta se disolvió a los tres meses.

Había también un obstáculo de otra naturaleza, quizá el más poderoso, aunque nunca llegó a manifestarse de una manera bastante clara. El gabinete de Wáshington no estaba conforme con que las nuevas Repúblicas del continente americano obrasen directamente sobre Cuba ni se apoderasen de su revolución. Hubo acerca de esta materia comisiones bastante significativas. Esta isla, cuya importancia comercial y política conocen aquellos sagaces republicanos y los ingleses, debe ser el objeto de grandes contiendas si, saliendo del estado de colonia, no se constituyese por sí misma en nación independiente.

Su riqueza territorial, su posición geográfica, sus admirables puertos, sus producciones y la facilidad de transportarlas, todo hace de esta tierra dichosa el objeto de un interés universal. Es muy dudoso que si la influencia de la Gran Bretaña no estuviese apoyada por una fuerza marítima tan respetable, y su resolución en mantener aquella isla independiente de cualquiera nación del nuevo continente no fuese tan explícita y terminante, es muy dudoso, repito, que no hubiese corrido ya la misma suerte que las Floridas o la Luisiana.

Suerte feliz, si se considera, como debe ser, la que toca a los habitantes que entran en los goces de la más amplia libertad social y reciben del nuevo gobierno el derecho de gobernarse por sí mismos. ¿Qué son, en efecto, la Luisiana y las Floridas, después de haber salido del yugo colonial, sino países libres y felices que hacen progresos rápidos hacia la prosperidad y en donde la abundancia se ha sustituído a la pobreza de sus antiguos habitantes? Semejantes conquistas deben ser el objeto de los votos del filósofo y de los amigos de la humanidad.

Hemos recorrido el espacio de dieciocho años y visto suceder rápidamente los acontecimientos más importantes que pueden trastornar una sociedad, cambiando la fisonomía moral y el aspecto político de un pueblo, tomando sucesivamente los nombres de Nueva España, imperio del Anáhuac y Estados Unidos Mexicanos. Desde el gobierno virreinal hasta la República democrática, desde la forma semi monárquica hasta el sistema sublime de una federación popular, en la que son llamados al ejercicio de derechos políticos todas las clases de ciudadanos con igualdad, el espacio es inmenso e inconcebible el tránsito. Existen, sin embargo, en esa vasta región gobiernos organizados por constituciones dadas, y las fórmulas, las frases, las palabras, los nombres, los títulos, en suma, todas las apariencias constitucionales de la República de los Estados Unidos del Norte; aunque falta mucho para que las cosas, la esencia del sistema, la realidad corresponda a los principios que se profesan.

Cuando el cura Hidalgo proclamó en septiembre de 1810 una revolución, el pueblo mexicano ignoraba enteramente el objeto y tendencias de este movimiento tumultuario. Viva la América y la Virgen de Guadalupe fue el grito dado en el pueblo de Dolores, y diez mil indios mal armados y medio desnudos, agrupados alrededor de sus corifeos, obraban por un sentimiento desconocido y corrían a destruir a sus opresores. Compárese este ciego movimiento a los primeros esfuerzos de los habitantes de Boston, cuando la guerra de independencia; el ataque de Guanajuato con la batalla de Lexington, primeros en ambos países en que la sangre americana selló para siempre la separación de las metrópolis y sus colonias; obsérvese el curso de ambas revoluciones: a Wáshington, Franklin, Montgomery, por una parte; a Hidalgo, Morelos y Matamoros, por la otra; a los primeros proclamando la independencia y la libertad; a los segundos, la religión y los derechos de Fernando VII; entrando aquéllos en alianzas con las primeras potencias de Europa; abandonados éstos a sí mismos; reuniéndose todos los ciudadanos americanos al pabellón nacional para combatir a los ingleses; divididos los mexicanos entre los realistas y los insurgentes, y subdivididos estos mismos en innumerables facciones.

Recuérdese lo que eran los norteamericanos antes de su independencia, su estado de civilización, la forma de sus instituciones, la extensión de su comercio, la homogeneidad de castas, igualdad de clases, de fortunas y aun de capacidad moral; y lo que eran los mexicanos, esclavizados, supersticiosos, divididos en diferentes castas, desiguales en consideraciones sociales, mucho más desiguales en propiedades, riquezas y empleos.

Por último, véase a los primeros apelando al juicio de todas las naciones civilizadas y proclamando delante del género humano los principios más amplios de independencia nacional y libertad civil y religiosa, en esa acta memorable de 4 de julio de 1776, monumento el más glorioso erigido al culto de la filosofía y de la felicidad de los hombres; y por la otra parte ese Plan de Iguala, si bien el más oportuno en las circunstancias y a propósito para el fin; una transacción con las preocupaciones, educación, hábitos y estado de superstición del país; un tratado, podíamos decir, entre la civilización y la ignorancia; un convenio entre la libertad y el despotismo, entre la igualdad y el privilegio.

Sobre estas bases se consumó la independencia mexicana, y desde su perfecta consagración no ha dejado aquel pueblo de continuar su movimiento. Puesto en marcha, digámoslo así, desde 1808, ha ido dirigiendo sus pasos a un término cuya distancia era grande y estaba sembrada de obstáculos, al parecer insuperables. Todo el sistema colonial estaba fundado, como he dicho al principio, sobre el terror y la ignorancia, ligado con la creencia religiosa, de la que era máxima fundamental la obediencia pasiva a las autoridades y una especie de culto al monarca; era, por consiguiente, muy difícil construir de sus escombros un edificio sin excitar un violento choque con los nuevos elementos que entraban en esta composición.

Los escritores europeos acusan a las nuevas Repúblicas de América de falta de consistencia en la organización de sus gobiernos, entregados a merced de las facciones que se suceden como las olas del océano. Pero ¿qué nación (si se exceptúan únicamente a los Estados Unidos del Norte) no ha estado sujeta, al emprender grandes reformas, a esas vicisitudes y convulsiones?

La Francia, con toda su ilustración -monarquía absoluta en 1788, monarquía constitucional en 1793, República en 1793, anarquía en 1794 y 95, República consular hasta 1804, imperio militar hasta 1814, restauración interrumpida en 1815, restablecida hasta 1830-, ¡cuántas escenas no ha visto representar sobre su teatro político! Veniam demus, petamusque vicissim.

En el transcurso de esos dieciocho años México ha visto arrestar al virrey Iturrigaray, principio de los grandes movimientos; ha visto al cura Hidalgo levantar el estandarte de la revolución, y nueve años de sangrientos combates, de escenas de horror, de una guerra fratricida, sin otro fruto por entonces que abrir y dejar pendiente la gran cuestión de la independencia, y cambiar el curso de la vida civil de los mexicanos; crear un partido nacional y reunir a un centro común las opiniones y los intereses sobre un punto esencial. Ha visto aparecer a Iturbide representando un papel brillante, abrazando una noble causa; consiguiendo su triunfo, quererlo convertir en su provecho, haciéndose emperador. Ha visto caer a este caudillo, salir expatriado, y últimamente, ejecutado en un lugar retirado y poco conocido. Ha visto romper e invalidar los planes que llamaban una dinastía extranjera y elevar sobre sus ruinas la República federal. Ha visto, por último, al pueblo mexicano en continuas agitaciones, teniendo un período muy corto de tranquilidad y reposo, concibiendo grandes esperanzas y viendo un porvenir fecundo en prosperidad y abundancia. La nación mexicana tiene ya un nombre, una existencia, una historia.

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