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El escobarismo

(Testimonios de Antonio I. Villarreal)

QUINTO TESTIMONIO


Sin pérdida de tiempo, pocas horas después de que se alejara el general Escobar de Torreón, con rumbo a Monterrey, tanto el general Cesáreo Castro como yo, nos dedicamos con ahínco a organizar cuerpos de voluntarios.

Nos favorecía el entusiasmo popular. Pronto se nos incorporaron los generales Lorenzo Ávalos, Díaz Couder, García y otros, al frente de pequeñas fracciones que servirían de núcleos para la proyectada organización. En dos o tres días el registro de altas ascendía a unos dos mil soldados que fueron acuartelados sin que se les suministraran haberes. Únicamente se les daban provisiones para su manutención y a pesar del plan de rigurosa economía que fue implantado, crecía el número de simpatizadores que ofrecían sus servicios con verdadera espontaneidad.

Hubo, sin embargo, que suspender el reclutamiento iniciado bajo tan excelentes auspicios, porque resultaba inútil seguir amontonando más gente. Carecíamos de armas. Nadie se había preocupado por abastecerse de pertrechos de guerra antes de iniciar el movimiento, cuando se disponía de elementos y facilidades.

Las proclamas lanzadas para la requisición de armas y caballada, fueron acogidas favorablemente. La cooperación de los residentes de la Laguna abundó en actos de desprendimiento. La comarca, en masa, simpatizaba con nuestra causa y fue así, como en breve plazo, tuvimos a nuestra disposición cuantos caballos necesitamos, que los mismos propietarios se encargaron de traer a nuestros cuarteles.

Sin embargo, el armamento escaseó. Apenas una quinientas armas, de diversos calibres y condiciones se pudieron reunir. No había más en la región. De otra suerte, empresa fácil hubiera sido poner en pie de guerra cinco o seis mil veteranos del maderismo, del villismo y del carrancismo que se mostraban ansiosos por alistarse bajo nuestras banderas.

Nuestra situación en Torreón, aunque había mejorado en parte con los efectivos de los cuerpos de voluntarios en formación, no ofrecía seguridades. Hacia el sur, la vía del antiguo Ferrocarril Central continuaba abierta; hacia el norte, las fuerzas que guarnecían el Estado de Chihuahua no definían aún su actitud. Solicité celebrar una conferencia telegráfica con el General Marcelo Caraveo, gobernador Constitucional del Estado, y lo invité para que se adhiriera al movimiento renovador. Me contestó que deseando conocer la opinión de los jefes de la fuerzas federales que guarnecían el Estado de Chihuahua, los había convocado a una junta que se celebraría a la mayor brevedad y que participaría en su oportunidad la decisión que tomaren.

Seguí insistiendo en mis gestiones para lograr la adhesión de los elementos de Chihuahua, hasta que el general Miguel Valle, jefe de las armas en Jiménez y que se encontraba en la capital del Estado con motivo de las juntas referidas, me hiro saber que todos sus compañeros de armas se mostraban anuentes a secundar la rebelión. Poco después el general Caraveo se comunicaba conmigo en términos semejantes y dirigía al general Escobar el siguiente mensaje:

Chihuahua, marzo 5 de 1929.
General J. G. Escobar.
Saltillo, Coah.

Siguiendo conferencia sostenida anoche con general Antonio I. Villarreal y habiendo oído previamente el sentir de la clases sociales, fuerzas vivas, corporaciones radican esta entidad por conducto de sus jefes que suscriben, Coronel Jefe del Estado Mayor de la 5a. Jefatura de Operaciones, encargado de la misma, y Generales, Jefes y Oficiales guarnecen esta plaza, que igualmente suscriben, hónrome manifestarle que pueblo Estado Chihuahua, corporaciones militares, Generales, jefes y oficiales referidos, así como Gobierno a mi cargo, con satisfacción aceptamos y secundamos nuevo movimiento renovador revolüciónarió ha iniciado, seguros como estamos de poder contribüir al triunfo dicho movimiento que será la salvación de los postulados de la revolución y seguros también de que en el momento de coronar nuestra victoria no se criticará en lo más mínimo ninguno de los principios de la revolución por los cuales con tantos sacrificios como ahínco se ha propugnado, y por los que, para lograr su consagración definitiva, ahora nos vemos en el caso penoso, pero necesario de volver a la lucha armada. Aceptóse en todas sus partes el plan de Hermosillo, dado a conocer anteriormente por la vía telegráfica.

Se reconoce como Jefe Supremo del movimiento al C. General de División J. G. Escobar. Se reconoce y fue nombrado como jefe de dicho movimiento renovador revolucionario en el Estado de Chihuahua al C. General de División Marcelo Caraveo.

Atenta y respetuosamente.

(Firman)
General de División M. Caraveo.
Lic. C. Sepúlveda.
Coronel Jefe del E. Mayor 5a. J. O. M. Raúl Michel.
General de Brigada J. Guarnición Marcelino Murrieta.
Gral. Brig. Jefe del 22 Regimiento de Cabo Miguel Valle.
Gral. Brig. Ubaldo Garza.
Gral. Brig. Jefe del 11 Batallón Rafael López de Mendoza.
Coronel Jefe del 27 Batallón Isidro Luna Enciso.
Gral. Brig. Jefe del 70 Regimiento Agustín de la Vega.
Gral. Brig. Jefe del 86 Regimiento Daniel Sánchez.
Coronel Feliciano Sánchez Fraustro.
Siguen innumerables firmas.
19.50.

Tanto el general Caraveo como yo despachamos trenes de reparación para arreglar un puente y pequeños tramos de vía que fueron destruidos por orden mía cuando se interceptó un mensaje en el cual el jefe de las armas en Parral le protestaba adhesión a la Secretaría de Guerra. Las comunicaciones quedaron expeditas desde Torreón hasta Ciudad Juárez donde la guarnición de la plaza desconoció la autoridad del general Caraveo, quien no perdió tiempo en batirla y vencerla, como después relataremos.

Con excepción del 1er Regimiento de Caballería que a las órdenes del general Manuel Meza Gutiérrez Rivera guarnecía el norte de Coahuila hasta Piedras Negras, todas las fuerzas dependientes de la Jefatura de Operaciones a cargo del general Escobar, habían secundado la rebelión que él mismo encabezara. El General Meza Rivera abandonando su sector, dirigióse por tierra al Estado de Nuevo León, a buscar contacto con los elementos gobiernistas.

Las otras corporaciones unánimemente siguieron a su jefe y a su lado se batieron con tesón y bizarría. No sumarían más de mil ochocientos hombres, estos contingentes admirables por su disciplina y poder combativo. Pelearon y pelearon en la recia y desigual lucha hasta su completa desintegración. Difícilmente se podría seleccionar un grupo de combatientes más osados y pujantes que esta falange digna de altas proezas; pero por desdicha condenada a un sacrificio opaco y doliente.

El general Escobar que había marchado sobre Monterrey, confiando en que al mismo tiempo serían tomadas las plazas de Zacatecas y Mazatlán, tuvo que enfrentarse a una situación inesperada. Fue informado de que sobre su columna se movilizaba (n) los generales Cedillo y Carrera al frente de cuatro o cinco mil hombres, a la vez que el general Eulogio Ortiz, jefe de las Operaciones en Tamaulipas avanzaba por la línea de Tampico a Monterrey y el general Serrato, jefe de las armas en Nuevo Laredo, organizaba otra columna con el 34 Regimiento que estaba a sus inmediatas órdenes, el 43 que mandaba en Villaldama el Coronel Zenón Ávila y el 1er Regimiento de Caballería, a las órdenes del general Meza Rivera. También había fuerza enemiga en Matamoros, Tamaulipas.

Tal vez hubiera acertado el general Escobar si rápidamente destruye las comunicaciones férreas con Tampico y se apodera de Nuevo Laredo para combatir después al general Ortiz o al general Cedillo; pero optó por evacuar Monterrey, precipitándose al sur de Saltillo para batir al general Cedillo que no avanzó con la ligereza que se había anunciado y lamentablemente perdieron nuestras fuerzas varios días esperándolo.

El día seis de marzo se adueñaba el general Ortiz de Monterrey donde se reconcentraron sucesivamente la columna del general Serrato y las corporaciones que traía desde la ciudad de México, por la vía de Tampico, el general Almazán, esto es, dos batallones de Guardias Presidenciales y otro Batallón más, el 42.

Para enfrentarse tanto a esas fuerzas como a las que venían de San Luis Potosí, sólo se contaba con la columna del general Escobar que numéricamente era inferior a cualquiera de las dos divisiones gobiernistas: la del general Almazán o la del general Cedillo.

San Antonio, Texas, Enero de 1932.
Antonio I. Villarreal.
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