Índice de El escobarismo Testimonios del general Antonio I.VillarrealTercer testimonioQuinto testimonioBiblioteca Virtual Antorcha

El escobarismo

(Testimonios de Antonio I. Villarreal)

CUARTO TESTIMONIO


La guerra civil abría de nuevo sus fauces inconmensurables para destrozar a la raza inquieta.

La ofrenda ritual de sangre cálida y abundosa enrojecería una vez más las páginas de nuestra discordia incesante. La herencia fatal de Huitzilopóxtli se manifestaría implacablemente en los aciagos tiempos que corrían.

No se haría esperar el choque terrible. La fuerza armada del país, súbitamente dividida en dos fracciones rivales, animosas y resueltas a luchar hasta el exterminio, se excedería en estériles hazañas y en ejemplos innumerables de ese osado desprecio a la muerte que caracterizaría a nuestros soldados.

Procedentes del mismo tronco vigoroso y altivo, del Ejército Nacional, los dos grupos contendientes mostrarían en la recia pelea, insuperables cualidades de resistencia y acometividad; pero ni la mayor o menor eficacia de esas dotes bélicas ni la estrategia, ni siquiera el azar, daría la victoria a los unos o a los otros. Lejos del fragor de los combates; lejos de los campos empapados de sangre y de infortunio se cincelaba la corona del vencedor. Las cancillerías habían elaborado su laudo inapelable.

En el Campo Militar de Torreón no se desperdiciaba un momento para organizar el convoy en que se embarcarían el Batallón 43 y los Regimientos 18, 58 y 83. Solamente unos cincuenta soldados de línea quedarían en la plaza, saliendo a campaña todos los demás efectivos de la guarnición.

De la rapidez de los movimientos, se estimaba que dependía en gran parte el éxito de nuestra causa en la contienda que comenzaba. Prevalecía en nuestros ánimos cierto optimismo, sin desentendemos de que extrañas influencias podrían nulificar cualquier esfuerzo.

Había que sorprender al enemigo con golpes inesperados y fulminantes. El plan meditado y aprobado y que se trataba de desarrollar con presteza, consistía en lo siguiente:

Deberían estar preparados y listos para precipitarse, tan luego como se rompieran las hostilidades, el general José Gonzalo Escobar sobre la plaza de Monterrey; el general (Francisco) Urbalejo, jefe de las Operaciones en Durango, sobre la plaza de Zacatecas y el general Francisco Manzo, jefe de las Operaciones en Sonora, sobre el estratégico puerto de Mazatlán. El Gral. Jesús M. Aguirre se rebelaría en Veracruz. De la precisión y pujanza de esos movimientos, dependería en gran parte, la victoria final. Arrebatadas esas tres plazas por sorpresa, simultáneamente, los jefes comprometidos cumplirían y los dudosos dejarían de dudar, y en una campaña breve y decisiva se alteraría la faz de la situación. El plan en mi concepto, no pecaba de impracticable; pero circunstancias adversas lo hicieron fracasar.

Ignoro los motivos por qué no se avanzó violentamente sobre Mazatlán, donde el general Jaime Carrillo, Jefe de las Operaciones de Sinaloa, tuvo tiempo para reconcentrar sus elementos, atrincherarse, recibir refuerzos y salvar esa plaza definitivamente.

El general Urbalejo tropezó con dificultades para reconcentrar a (sic) su base, la ciudad de Durango, diversas guarniciones destacadas en poblaciones lejanas de la sierra. Perdió desgraciadamente varios días para movilizarse sobre Cañitas, en la vía del Ferrocarril Central, donde volvió a detenerse.

El general Escobar, en cambio, cayó como un rayo sobre Monterrey y obtuvo un triunfo decisivo.

Hecha la anterior salvedad que considero indispensable para la mejor compresión de este relato, vuelvo a ocuparme de los sucesos que se desarrollaban en Torreón la noche del 3 de marzo.

A la vez que se preparaba el convoy, se atendía a otros detalles con premura.

No cesaba el general Escobar de comunicarse con los jefes de guarnición bajo su mando y con Urbalejo y(Juan Gualberto) Amaya en Durango, (Marcelo) Caraveo en Chihuahua; Manzo y Topete en Sonora.

Asimismo, se incautó de los Bancos de la localidad y mandó detener a los gerentes y cajeros de esas instituciones para que dieran fe y levantaran las actas relativas a la extracción de valores que se destinaban al sostenimiento de la Revolución.

Mandó trasladar a su tren, al carro de la Pagaduría, las cantidades existentes en oro metálico, unos trescientos mil pesos, y extendió a los banqueros el recibo correspondiente. A la vez ordenó a dichos señores que, habiéndome yo hecho cargo de la Jefatura de Operaciones de la Laguna, me entregaran, cuando yo lo dispusiera, los demás valores que hubiere en cartera y que, juntamente con lo que había recibido el general Escobar, ascendían a unos ochocientos mil pesos, según se me informó después.

Al fin, como a la dos de la madrugada, pudo salir el general Escobar con rumbo a Monterrey, quedándome yo a cargo de la situación en aquella comarca, con unos cincuenta soldados de línea. Mi mayor fuerza consistiría en que no se supiera que la plaza estaba casi desguarnecida y por lo mismo, se siguió guardando cierto aparato de actividades en el campo militar par dar la impresión de que teníamos acuartelados contingentes de importancia.

A la expedición sobre Monterrey se incorporó el general Raúl Madero que fue invitado por el general Escobar; en tanto que el general Cesáreo Castro continuó a mi lado para atender a la organización de la voluntarios.

Respecto a los efectivos bancarios puesto a mi disposición, me abstuve de recibirlos y preferí que continuaran depositados en los cofres de dichas instituciones. Conservé detenidos a los cajeros de los bancos incautados hasta que regresó el general Escobar de Nuevo León y dispuso que el señor José Escobar de los Ríos, con su carácter de Jefe de Hacienda, entrara en posesión de esos valores, levantándose, al efecto, las actas respectivas que firmaron los empleados de los bancos.

La toma de Monterrey se verificó con notable rapidez. A la una de la tarde del cuatro de Marzo llegaba el general Escobar con sus fuerzas frente a la plaza. Las desembarca en el Campo Militar y en seguida se posesiona de la Estación Unión a donde, poco después, procedente de Linares arriba el general Armando Escobar S. que había sido llamado urgentemente para que reforzara la guarnición comprometida. Sin tener ocasión de disparar un solo tiro, el general Armando Escobar S. y su Regimiento, el 68, envueltos por las fuerzas rebeldes, se rinden a discreción.

El general José Santa Martín, jefe del 24 Batallón acatando órdenes del general José Gonzalo Escobar, se había movilizado de Saltillo sobre Monterrey, tomando posiciones frente al Obispado antes del mediodía.

En la Penitenciaría se fortificó el general Rodrigo Zuriaga, Jefe Accidental de las Operaciones Militares. Abiertos los fuegos y ante el empuje de los asaltantes, caían una tras otra las trincheras defendidas con vigor. En lo más recio del combate fue herido en la cabeza el pundonoroso general Zuriaga que falleció inmediatamente.

Con excepción de la Penitenciaría, los rebeldes dominaban la ciudad. El cerco al último reducto se estrechó más y sobre el estrépito de la fusilería, vibraron las notas del toque de parlamento.

Cesaron los fuegos. El combate había durado cuatro horas. Los rebeldes tomaron posesión de la plaza y levantaron el campo. Quedaron prisioneros los componentes de la guarnición vencida, con excepción de pequeñas fracciones de caballería que pudieron escapar.

Los generales Julio Hernández Serrano, Armando Escobar S. y Julio Cejudo, así como gran número de jefes y oficiales, a merced de los rebeldes, fueron objeto de consideraciones desusadas en estos casos. A nadie se fusiló.

De la sucursal del Banco de México en Monterrey se tomaron otros ochocientos mil pesos, poco más o menos, que, sumados a los fondos recogidos en Torreón arrojan un total de un millón seiscientos mil pesos, cantidad que se destinaba a cubrir los haberes y solventar los crecidos gastos que exigía la campaña.

De dos plazas tan ricas como Torreón y Monterrey y en general de la región dominada en los comienzos del movimiento renovador, aplicando los medios coercitivos que se acostumbra en nuestras guerras intestinas, se podría fácilmente haber decuplicado los caudales incautados; pero dígase lo que se quiera, se procuró llevar a cabo el menor número de exacciones que fuera posible.

Otras rebeliones no han sido menos dispendiosas. Por ejemplo, la de Agua Prieta que se resolvió en una simple huelga militar que dijera Luis Cabrera.

La delahuertista dispuso de un tesoro cinco veces mayor, cuando menos, que esta última encabezada por Escobar.

Hablo de lo que he visto, sin abonar la conducta de nadie; pero de todas maneras sería justo y edificante que se exigieran responsabilidades a cirios y troyanos; a todos lo que han manejado en épocas turbulentas los fondos públicos.

San Antonio, Texas, Enero de 1932.
Antonio I. Villarreal.
Índice de El escobarismo Testimonios del general Antonio I.VillarrealTercer testimonioQuinto testimonioBiblioteca Virtual Antorcha